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viernes, 14 de marzo de 2008

El suicidio, primera causa de muerte femenina en España de 30 a 34 años, se relaciona con el aborto

Después de abortar, la tasa de suicidio se multiplica por tres; si comparamos con mujeres que dan a luz, se multiplica por 7.

Una encuesta elaborada por la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen) revela que el suicidio es la primera causa de muerte entre las mujeres de 30 a 34 años. La asociación No Más Silencio España ha señalado las relaciones entre estos suicidios, el aborto provocado y otros problemas de salud.

No Más Silencio había pedido públicamente (en el informativo de Telemadrid de Fernando Sánchez Dragó, el pasado 29 de noviembre) que se publicasen más datos sobre las tasas de suicidios en España. En una carta abierta a Gaspar Llamazares y otros políticos pro-aborto, No Más Silencio llamaba la atención sobre las graves secuelas del aborto para la mujer.

Entre las secuelas asociadas con el aborto está el suicidio. Se reclamaban al CIS los datos de suicidio juvenil, que creía ser la primera causa de muerte entre las jóvenes en España.

“Tres meses después, nuestras sospechas se han confirmado, pero no por parte del ente público responsable de ello, el CIS, sino gracias a la encuesta de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen) del año 2006, que muestra que el suicidio es la primera causa de muerte entre mujeres de 30 a 34 años”, afirma la directora de No Más Silencio, Pilar G.Vallejo.

España sigue el mismo patrón de otros países con altas tasas de aborto, que ven multiplicado por tres el número de suicidios femeninos tras un aborto. Esa tasa se multiplica por siete en comparación con las mujeres que dan a luz, incluso embarazos no-deseados.

Estos datos proceden de estudios epidemiológicos internacionales que figuran en su página web de http://www.nomassilencio.com/ .

Ese mismo estudio del Semergen confirma también otras secuelas que No Más Silencio apuntaba en su carta abierta a los políticos abortistas:

- la violencia doméstica (la encuesta revela que una de cada tres mujeres pide ayuda al médico por ser víctima de violencia doméstica),

- graves trastornos alimentarios (anorexia y bulimia),

- la adicción al tabaco, alcohol y otras drogas,

- disfunciones sexuales,

- y un empeoramiento general de su salud, con un 25% que sufren de patologías crónicas, entre las cuales figuran los problemas cardiovasculares que causan la muerte a un 45% de mujeres. Todos estos datos coinciden con los de estudios internacionales reflejados en http://www.nomassilencio.com/ .

Según este estudio del Semergen, las mujeres españolas sufren cada vez más soledad, pobreza y dependencia, llegando a la conclusión de que “la salud de las féminas españolas ha empeorado, al incorporar ellas todos los hábitos masculinos sin que se haya hecho nada más que mucha demagogia por la conciliación laboral y familiar”, apuntó el presidente del Semergen, Dr. Zarco al presentar los resultados.

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Fuente: Forum Libertas

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Las depresiones hacen del suicidio la tercera causa de muerte entre los adolescentes

http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=767

Jóvenes japoneses se citan para suicidarse juntos

http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=2998

Orgullo de maternidad: mujeres que la reivindican

http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=10424

Fundación Madrina: “El 90% de las embarazadas que atendemos sufren ‘mobbing maternal’ en su trabajo”

http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=10500

8 costes sociales del divorcio: a la sociedad le conviene evitarlos

http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=9589

10 riesgos de vivir en pareja sin casarse: cohabitar aumenta el riesgo de ruptura

http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=9217

Las 10 ventajas del matrimonio y la familia natural sobre cualquier otra opción

http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=6886

El «diálogo de la vida» / Autora: Chiara Lubich

Uno de los últimos mensajes de Chiara Lubich fundadora de los Focolares

Publicamos uno de los últimos mensajes de Chiara Lubich, Fundadora de los Focolares, fallecida este viernes en Rocca di Papa, cerca de Roma. Lo redactó al recibir el dotorado honoris causa por la Liverpool Hope University (Gran Bretaña) el 23 de enero de 2008


* * *
Aún si por motivos de salud no puedo estar presente, para mí es un gran honor recibir la licenciatura honoris causa en Teología de la Liverpool Hope University, la única universidad ecuménica que existe en Europa.

Este acontecimiento me une de modo especial a la «Liverpool ecuménica» que tuve el privilegio de conocer hace más de cuarenta años. Recuerdo mi primera visita a Liverpool, el 17 de noviembre de 1965, en la Catedral anglicana. Creo que era la primera vez que una laica, católica romana, hablaba en tal lugar.

Ese día escribí en mi Diario: «Esta mañana hemos atravesado Liverpool. Las dos catedrales: una, anglicana, ya terminada, la otra, católica, en construcción, están ligadas entre sí por Hope Street, la calle de la Esperanza». También hoy es la Esperanza la que nos acoge, nos abraza y abre horizontes nuevos para un futuro de unidad y de paz para todos.

Unidad es la palabra clave que informa todo nuestro Movimiento y vuestra --ahora puedo decir «nuestra»-- Liverpool Hope University. Con gratitud he sabido que el campus de la Universidad ha sido muchas veces un lugar de encuentro para el Movimiento, y en él nuestros miembros han trabajado y estudiado. En junio, en Liverpool -este año capital europea de la cultura- se desarrollará «The Big Hope» (La Gran Esperanza) para miles de jóvenes provenientes de todo el mundo; nuestro Movimiento participará con interés.

Me parece que tiene profundo significado el que esta ceremonia se desarrolle en la semana de oración por la unidad de los cristianos. Estamos acercándonos a 2010, centenario del nacimiento en Edimburgo del moderno Movimiento ecuménico, e Iglesias y ecumenistas están examinando en qué punto se encuentran las relaciones ecuménicas, hay muchas señales de optimismo, en medio de tensiones y problemas. El mundo ecuménico se enfrenta a una situación que cambia: a algunos se les presenta como un invierno, a otros como una primavera, para otros es una crisis.

Se habla de otra configuración del movimiento ecuménico y surge la exigencia de un nuevo camino. Y es en este contexto que se menciona el «diálogo de la vida», capaz de llevar adelante la actual situación ecuménica, un humus sobre el cual puedan desarrollarse las varias expresiones del ecumenismo. Es una realidad -lo sé bien- que está en el corazón de la Liverpool Hope University. Y esto ofrece un testimonio creíble a los seguidores de otras religiones, en un diálogo interreligioso muy prometedor.

El Movimiento, nacido en Italia en 1943, siempre quiso tener como línea guía el Evangelio. Desde 1960 ha despertado el interés de cristianos de otras Iglesias. En efecto, el Canónigo Bernard Pawley --observador anglicano inglés en el Concilio Vaticano II-- definió el Movimiento de los Focolares «un manantial de agua viva brotado del Evangelio». Esta espiritualidad también fue definida «espiritualidad de comunión».

Viviendo el Evangelio juntos, en lo cotidiano, nació una comunidad de hermanos y hermanas que se reconocen hijos del único Padre, que es Amor. Es una vida que pone de relieve la presencia de Jesús entre los que están unidos en Su nombre, (Cf. Mateo 18,20) dando lugar a un desarrollo ecuménico inesperado. Ofrece su contribución específica a la plena comunión entre las Iglesias. Porque Jesús en medio de nosotros vivifica su Cuerpo místico, la Iglesia, con Él entre nosotros nos convertimos en «células vivas» del mismo.

Pero como sabemos, tender a la unidad no es fácil. Para realizar las palabras «Que todos sean uno» (cf. Juan17,21), Jesús en la cruz con su grito «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mateo 27,46) revela su amor ilimitado hacia todos, y nos indica el camino de la unidad para revivirlo, para imitarlo. Gracias a Jesús abandonado, reconocido y acogido en cada dolor y desunidad como nuestro único bien (Salmo16,2) la unidad no es más una utopía.

En estos años la vida ecuménica del Movimiento ha sido bendecida por las autoridades católicas y alentada por los responsables de otras Iglesias, incluso con reconocimientos públicos. Aquí en Inglaterra, por ejemplo, por un verdadero privilegio, he conocido a los Arzobispos de Canterbury, desde Michael Ramsey a Rowan Williams, y me reuní en varias ocasiones con el Cardenal Hume y el Cardenal Murphy-O'Connor, que me alentaron a llevar adelante el empeño ecuménico.

Ahora, después de años de vida ecuménica, vemos recortarse cada vez mejor nuestra específica contribución: el «diálogo de la vida». Hemos tomado precisa conciencia de esta contribución en Londres, en 1996, cuando me reuní con más de mil personas de nuestro Movimiento de Gran Bretaña e Irlanda. A pesar de la falta de la comunión plena entre las Iglesias, advertí que entre estas personas -anglicanos, católicos, metodistas, bautistas, miembros de las Iglesias libres- lo que nos unía era más fuerte que las diferencias. Éramos un corazón solo y un alma sola por el Evangelio de la unidad que vivimos juntos, una porción de cristiandad viva. Conociéndonos y viviendo la misma espiritualidad, teniendo a Jesús y su luz entre nosotros, se valoraba al máximo el hecho de ser todos miembros del Cuerpo místico de Cristo por el común bautismo.

Este modo de vivir construye «el diálogo de la vida» porque compone un único pueblo cristiano que abraza a laicos, religiosos, sacerdotes, pastores, obispos. El «diálogo de la vida» no se contrapone o yuxtapone al de los responsables de las Iglesias, sino que es un diálogo constructivo del que todos los cristianos pueden participar. Es como levadura en el Movimiento ecuménico que reaviva entre todos el sentido que -siendo cristianos y bautizados, con la posibilidad de amarnos- todos podemos contribuir a la realización del Testamento de Jesús: «Que todos sean uno».

En algunos lugares se puede ver este diálogo traducido en vida las 24 horas del día. Cito por ejemplo Ottmaring, en Alemania, una ciudadela ecuménica fundada hace 40 años con la comunidad de la Brudershaft evangélico-luterana; aquí en Inglaterra, Welwyn Garden City, donde desde hace más de 20 años, anglicanos y católicos viven juntos el Evangelio; en Italia, cerca de Florencia, Loppiano, donde en noviembre próximo se abrirá la primera Universidad del Movimiento, y también en otros sitios.

Para concluir quisiera poner de relieve algunas frases de vuestro específico perfil, que me han impactado profundamente: «Liverpool Hope University quiere ser: «una comunidad académica..., un signo de esperanza, enriquecida por los valores cristianos... che estimula la comprensión del cristianismo, abierta a personas de otros credos, promoviendo la armonía religiosa y social»; trata de «contribuir con la vida educativa, religiosa, cultural, social y económica». Si la Liverpool Hope University permanece fiel a este desafío es en verdad un signo de esperanza.

Señor canciller, vicecanciller, pro canciller, ilustres huéspedes, graduados, señoras y señores:

Una vez más mi agradecimiento más sentido a todos los componentes de la Liverpool Hope University por el doctorado en Teología que recién me han conferido, que reconoce el trabajo del Movimiento de los Focolares en el campo ecuménico y del diálogo interreligioso.

Es mi deseo --si me lo permiten, ahora que formo parte de la Liverpool Hope University-- que desde ahora en adelante podamos colaborar para llevar adelante juntos esta misión que nos acomuna: contribuir a la realización del Testamento de Jesús: «Que todos sean uno». De este modo «nuestra» Universidad será cada vez más una luz grande para muchos.

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Traducción distribuida por el Movimiento de los Focolares

Amarte Mas - Julissa

El alimento que sacia / Autora: Chiara Lubich

La meditación póstuma escrita por Chiara Lubich para el mes de marzo
«Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra» (Jn 4, 34).

He aquí una Palabra maravillosa que, en cierto modo, todo cristiano puede repetirse a sí mismo y, si la pone en práctica, puede llevarlo muy lejos en el Santo Viaje de la vida.

Jesús, sentado junto al pozo de Jacob, en Samaría, está terminando su coloquio con la samaritana. Los discípulos, que habían vuelto de la ciudad cercana adonde habían ido a buscar provisiones, se extrañan de que el Maestro esté hablando con una mujer, pero ninguno le pregunta por qué lo hace; y cuando la samaritana se marcha, lo llaman para comer. Jesús intuye sus pensamientos y les explica qué es lo que lo motiva, y dice: «Yo tengo que comer un alimento que vosotros no sabéis».

Los discípulos no entienden: piensan en el alimento material y se preguntan uno a otro si, en su ausencia, alguien le ha traído algo al Maestro. Entonces Jesús dice abiertamente:

«Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra»

Todos los días necesitamos alimentarnos para mantenernos vivos. Jesús no lo niega. Y aquí habla precisamente de alimento, o sea, de una necesidad natural, pero lo hace para afirmar la existencia y la exigencia de otro alimento, un alimento más importante del que Él no puede prescindir.

Jesús ha bajado del Cielo para hacer la voluntad del que lo ha enviado y cumplir su obra. No tiene pensamientos ni proyectos propios, sino los de su Padre. Las palabras que dice y las obras que realiza son las del Padre; no hace su voluntad, sino la de Aquel que lo ha mandado. Ésta es la vida de Jesús. Obrar así sacia su hambre. Haciendo así se alimenta.

La plena adhesión a la voluntad del Padre caracteriza toda su vida, hasta la muerte en cruz, donde llevará verdaderamente a cumplimiento la obra que el Padre le ha confiado.

«Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra»

Jesús considera que hacer la voluntad del Padre es su alimento, porque realizándola, "asimilándola", "comiéndosela", identificándose con ella recibe la Vida de ella.

Y ¿cuál es la voluntad del Padre, la obra suya que Jesús debe llevar a cumplimiento?

Es darle al hombre la salvación, darle la Vida que no muere.

Y un poco antes, con su coloquio y con su amor, Jesús le ha comunicado a la samaritana una semilla de esta Vida. Los discípulos verán pronto germinar esta Vida y extenderse, porque la samaritana va a comunicar a otros samaritanos la riqueza que ha descubierto y recibido: «Venid a ver a un hombre... ¿No será el Cristo?»1.

Y Jesús, al hablar con la samaritana, desvela el plan de Dios que es Padre: que todos los hombres reciban el don de su vida. Ésta es la obra que le urge a Jesús cumplir, para luego confiársela a sus discípulos, a la Iglesia.

«Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra»

¿Podemos vivir nosotros también esta Palabra tan propia de Jesús, de manera que reflejemos muy especialmente su ser, su misión, su celo?

¡Ciertamente! Será necesario que vivamos nuestro ser hijos del Padre por la Vida que Cristo nos ha comunicado y que alimentemos nuestra vida con su voluntad.

Podemos hacerlo cumpliendo en cada momento lo que Él quiere de nosotros, realizándolo de manera perfecta, como si no tuviésemos otra cosa que hacer. De hecho, Dios no quiere más.

Alimentémonos, por tanto, de lo que Dios quiere de nosotros momento a momento y experimentaremos que obrar de este modo nos sacia; nos da paz, alegría y felicidad; nos da un anticipo -no es exagerado decirlo- de beatitud.

Así también nosotros ayudaremos a Jesús, día a día, a cumplir la obra del Padre.

Será el mejor modo de vivir la Pascua.
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La figura Evangélica de San José / Autor: Juan Pablo II

Mañana sábado día 15 de marzo se celebra la festividad de San José, puesto que el día 19 es Miércoles Santo. Por eso publicamos la meditación de Juan Pablo II realizada el 19 de marzo de 1980.

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«José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará al pueblo de sus pecados» (Mt 1,20_21).

Encontramos estas palabras en el capítulo primero del Evangelio de San Mateo. Ellas _sobre todo en la segunda parte_ son muy semejantes a las que escuchó Miriam, esto es, María, en el momento de la Anunciación. Dentro de unos días _el 25 de marzo_ recordaremos en la liturgia de la Iglesia el momento en que esas palabras fueron dichas en Nazaret «a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María» (Lc 1,27).

La descripción de la Anunciación se encuentra en el Evangelio de San Lucas. Seguidamente, Mateo hace notar de nuevo que, después de las nupcias de María con José, «antes de que conviviesen, se halló haber concebido María del Espíritu Santo» (Mt 1,18).

Así, pues, se realizó en María el misterio que había tenido su comienzo en el momento de la Anunciación, en el momento en que la Virgen respondió a las palabras de Gabriel: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). A medida que el misterio de la maternidad de María se revelaba a la conciencia de José, él, «siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto» (Mt 1,19), así dice la descripción de Mateo. Y precisamente entonces, José, esposo de María y ya su marido ante la ley, recibe su «Anunciación» personal.

Oye durante la noche las palabras que hemos citado antes, las palabras, que son explicación y al mismo tiempo invitación de parte de Dios: «no temas recibir en tu casa a María» (Mt 1,20).

Al mismo tiempo, Dios confía a José el misterio, cuyo cumplimiento habían esperado desde hacía muchas generaciones la estirpe de David y toda la «casa de Israel», y a la vez le confía todo aquello de lo que depende la realización de este misterio en la historia del Pueblo de Dios. Desde el momento en que estas palabras llegaron a su conciencia, José se convierte en el hombre de la elección divina: el hombre de una particular confianza. Se define su puesto en la historia de la salvación. José entra en este puesto con la sencillez y humildad, en las que se manifiesta la profundidad espiritual del hombre; y él lo llena completamente con su vida. «Al despertar José de su sueño _leemos en Mateo_, hizo como el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1,24). En estas pocas palabras está todo. Toda la decisión de la vida de José y la plena característica de su santidad. «Hizo». José, al que conocemos por el Evangelio, es hombre de acción. Es hombre de trabajo. El Evangelio no ha conservado ninguna palabra suya. En cambio, ha descrito sus acciones: acciones sencillas, cotidianas, que tienen a la vez el significado límpido para la realización de la promesa divina en la historia del hombre; obras llenas de la profundidad espiritual y de la sencillez madura.

Así es la actividad de José, así son sus obras, antes de que le fuese revelado el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, que el Espíritu Santo había obrado en su Esposa. Así es también la obra ulterior de José cuando _sabiendo ya el misterio de la maternidad virginal de María_ permanece junto a Ella en el período precedente al nacimiento de Jesús, y sobre todo en las circunstancias de la Navidad.

Luego vemos a José en el momento de la presentación en el templo y de la llegada de los Reyes Magos de Oriente. Poco después comienza el drama de los recién nacidos en Belén. José es llamado de nuevo e instruido por la voz de lo Alto sobre cómo debe comportarse.

Emprende la huida a Egipto con la Madre y el Niño.

Después de un breve tiempo, el retorno a la Nazaret natal. Finalmente, allí encuentra su casa y su taller, adonde hubiera vuelto antes si no se lo hubiesen impedido las atrocidades de Herodes. Cuando Jesús tiene doce años, va con él y con María a Jerusalén.

En el templo de Jerusalén, después que los dos encontraron a Jesús perdido, José oye estas misteriosas palabras: «¿No sabíais que es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49).

Así hablaba el niño de doce años, y José, lo mismo que María, saben bien de Quién habla.

No obstante, en la casa de Nazaret, Jesús les estaba sumiso (cf. Lc 2,51): a los dos, a José y a María, tal como un hijo está sumiso a sus padres. Pasan los años de la vida oculta de la Sagrada Familia de Nazaret. El Hijo de Dios _enviado por el Padre_ está oculto para el mundo, oculto para todos los hombres, incluso para los más cercanos. Sólo María y José conocen su misterio. Viven en su círculo. Viven este misterio cada día. El Hijo del Eterno Padre pasa, ante los hombres, por hijo de ellos; por «el hijo del carpintero» (Mt 13,55). Al comenzar el tiempo de su misión pública, Jesús recordará, en la sinagoga de Nazaret, las palabras de Isaías que en aquel momento se cumplían en Él, y los vecinos y los paisanos dirán: «¿No es el hijo de José?» (cf. Lc 4,16_22).

El Hijo de Dios, el Verbo Encarnado, durante los treinta años de la vida terrena permaneció oculto: se ocultó a la sombra de José. Al mismo tiempo, María y José permanecieron escondidos en Cristo, en su misterio y en su misión. Particularmente José, que _como se puede deducir del Evangelio_ dejó el mundo antes de que Jesús se revelase a Israel como Cristo, y permaneció oculto en el misterio de aquel a quien el padre celestial le había confiado cuando todavía estaba en el seno de la Virgen, cuando le había dicho por medio del ángel: «No temas recibir en tu casa a María, tu esposa» (Mt 1,20).

Eran necesarias almas profundas _como Santa Teresa de Jesús_ y los ojos penetrantes de la contemplación para que pudiesen ser revelados los espléndidos rasgos de José de Nazaret: aquel de quien el Padre celestial quiso hacer, en la tierra, el hombre de su confianza.

Sin embargo, la Iglesia ha sido siempre consciente, y lo es hoy especialmente, de cuán fundamental ha sido la vocación de ese hombre: del esposo de María, de aquel que, ante los hombres, pasaba por el padre deJesús y que fue, según el espíritu, una encarnación perfecta de la paternidad en la familia humana y al mismo tiempo sagrada. Bajo esta luz, los pensamientos y el corazón de la Iglesia, su oración y su culto, se dirigen a José de Nazaret. Bajo esta luz, el apostolado y la pastoral encuentran en él un apoyo para ese amplio y simultáneamente fundamental campo que es la vocación matrimonial y de los padres, toda la vida en familia, llena de la solicitud sencilla y servicial del marido por la mujer, del padre y de la madre por los hijos _la vida en la familia_, en esa «Iglesia más pequeña» sobre la cual se construye cada una de las Iglesias.

Y puesto que en el corriente año nos preparamos para el Sínodo de los Obispos, cuyo tema es De muneribus familiae christianae, sentimos tanto más la necesidad de la intercesión de San José y de su ayuda en nuestros trabajos.

La Iglesia, que, como sociedad del Pueblo de Dios, se llama a sí misma también la Familia de Dios, ve igualmente el puesto singular de San José en relación con esta gran Familia, y lo reconoce como su Patrono particular. Esta meditación despierta en nosotros la necesidad de la oración por intercesión de aquel en quien el Padre celestial ha expresado, sobre la tierra, toda la dignidad espiritual de la paternidad. La meditación sobre su vida y las obras, tan profundamente ocultas en el misterio de Cristo y, a la vez, tan sencillas y límpidas, ayude a todos a encontrar el justo valor y la belleza de la vocación, de la que cada una de las familias humanas saca su fuerza espiritual y su santidad."

Miles de niños se prostituyen en las minas de diamantes de RDC para poder sobrevivir

ONG’s denuncian también la utilización generalizada y sistemática de menores como combatientes en la República Democrática del Congo

Ser niño en algunas zonas de la República Democrática del Congo (RDC) equivale a ser explotado sexualmente o como combatiente en cualquiera de los bandos enfrentados en una guerra en la que la población civil se lleva la peor parte.

Miles de menores de 18 años no tienen otra alternativa que la prostitución para poder sobrevivir en las minas de diamantes de la RDC, según denuncia la organización Save the Children. Por su parte, Amnistía Internacional (AI) también advierte de la utilización generalizada y sistemática de niños como combatientes por parte de las diferentes facciones en lucha en ese país.

Save the Children informa sobre los miles de pequeños que viven de la prostitución y de la búsqueda de piedras preciosas en las minas de diamantes que rodean la localidad de Mbuji Mayi, capital de la república de Kasai Oriental, en el centro-sur de la RDC, según informó Radio Okapi, la emisora de la misión de la ONU (MONUC).

En profundas galerías o prostituyéndose

En la mina de diamantes de Matempu, en Bakwa Tshimuna, a 15 kilómetros al suroeste de Mbuji Mayi, cientos de niños trabajan en las profundas galerías y cientos de niñas se dedican a la prostitución.

“Yo llegué aquí a causa del sufrimiento en casa, no había para comer y vine aquí para alimentar a la familia”, declaró a la emisora un niño que lleva dos años en la mina.

“Tengo 14 años y vivo en los dormitorios, donde ejerzo la prostitución. Llegué tras la muerte de mi madre, mi padre no se ocupaba de mí”, explicó una niña..

Para intentar que testimonios como éstos no vuelvan a reproducirse, Save the Children tiene un programa de formación para cien niños salidos de la mina a fin de intentar solucionar su situación, tal como explica Radio Okapi.

Al mismo tiempo, la división provincial de Asuntos Sociales asegura que ya ha comenzado a sensibilizar a los responsables de las minas y de las iglesias para mejorar la situación de los niños.

Testimonios espeluznantes

Por otra parte, Amnistía Internacional denuncia que la RDC registra una de las tasas más altas de niños soldado en todo el mundo. Los testimonios y entrevistas que AI ha obtenido de niños que han conseguido escapar de cualquiera de los bandos enfrentados son espeluznantes.

Tras siete años de conflicto casi interrumpido en la República Democrática del Congo más de tres millones de personas han muerto sólo desde 1998, la mayoría de ellos hombres, mujeres y niños civiles.

El conflicto también se ha visto contaminado por la utilización generalizada y sistemática de niños como combatientes por parte de todas las facciones en lucha, según publica MundoSolidario,org, en referencia a un informe de AI.

Estos menores suelen recibir un trato violento durante su entrenamiento y en algunos campos se han registrado muertes de niños debido a las deplorables condiciones en que vivían. A menudo se les envía a las líneas de combate, donde se les obliga a ir en avanzadilla para detectar la presencia de tropas enemigas, hacer de guardaespaldas de sus jefes militares, o se les convierte en esclavos sexuales.

Se utiliza asimismo tanto a niños como a niñas para transportar los pertrechos, el agua y los alimentos, o como cocineros. A algunos se les ha obligado a matar a miembros de sus propias familias, y a otros a participar en actos sexuales y de canibalismo con los cadáveres de los enemigos muertos en los combates. A menudo se les administran drogas y alcohol para contener su emotividad cuando cometen estos crímenes.

En muchos casos, la falta de alternativas de los ex combatientes los ha devuelto rápidamente al conflicto armado o a caer en la prostitución, los delitos menores, el alcohol o las drogas, en una nueva búsqueda de protección y sustento.

A los involucrados en el conflicto

El informe de AI advierte de que es deber del gobierno de transición y unidad nacional de la República Democrática del Congo, de los dirigentes de los grupos armados y las milicias no representados en ese gobierno, así como de los gobiernos extranjeros involucrados en el conflicto, dar órdenes estrictas a las tropas que se encuentran bajo su mando para garantizar que se pone fin inmediatamente al reclutamiento, la formación y la utilización de menores de 18 años como combatientes.

Para poder abordar la cuestión de la impunidad de los responsables de estas prácticas ha de ponerse a disposición de la justicia a los sospechosos de reclutar y utilizar a niños soldados.

Como crímenes de guerra que son, el reclutamiento y la utilización de niños soldados constituyen delitos contra el conjunto de la comunidad internacional, no sólo contra los niños de la República Democrática del Congo y, por consiguiente, la comunidad internacional tiene la responsabilidad jurídica de ayudar al gobierno de transición del país a reforzar su sistema judicial y poner a sus autores a disposición de la justicia.

Además de la abolición legal del reclutamiento y la utilización de menores en los conflictos armados, deben ponerse en marcha iniciativas encaminadas al desarrollo económico y la consolidación de la paz, con el fin de establecer programas sostenibles de desmovilización y rehabilitación.

Los años que los niños de la República Democrática del Congo han pasado en las fuerzas armadas, formándose sobre todo en el arte de la violencia, dejarán un legado que, de no abordarse debidamente, tendrá un efecto pertinaz en el país y en sus ciudadanos

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Fuente: Forum Libertas
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Documentos y artículos relacionados:

El estigma de ser niña: Combatiendo en guerras, en riesgo de ablación o abortadas

Mujeres con bombas, niñas esclavas: contra la mujer

Caritas y Pax Christi presentan una web sobre guerras olvidadas que siguen matando

martes, 11 de marzo de 2008

Vivir la Eucaristía. El gran Misterio de la fe...

Vivir la Eucaristía: El gran Misterio de la fe en 13 breves documentales.

Este DVD está producido por GOYA Producciones. Agradecemos la comprensión y la generosidad de esta Productora. Puede adquiirir este DVD -con gran calidad- en la siguiente página:
http://www.goyaproducciones.es/

Es de justicia comprar estos materiales para que la empresa pueda seguir haciendo un gran bien a la Iglesia y la Humanidad con todos sus productos.

Alimento divino


Milagro en la Misa


Unión con la Virgen


Alegorías Biblicas


Devociones fecundas


Apóstoles del Amor


Alma en Gracia


Sacerdote, otro Cristo


Unión Nupcial


Sacrificio renovado

Nada es imposible para el Amor

Un video para ver cuando pienses en el divorcio, separacion, o no sepas como afrontar la soledad. Si tienes celos, ves que el amor se acaba, participas en continuas peleas de pareja o sufres maltrato en el hogar debes saber que Dios nunca ha querido nada de eso.

El arte de amar

De una meditación de Chiara Lubich: las características del amor al hermano

«Acoged la Palabra»: / Autor: Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap.

III Meditación de Cuaresma al Papa y a la Curia

«Viva y eficaz es la Palabra de Dios» (Hebreos, 4, 12) es el tema de las meditaciones que siguen esta Cuaresma Benedicto XVI y sus colaboradores de la Curia por el predicador de la Casa Pontifica. La preparación al Sínodo de los obispos (del 5 al 26 de octubre) orienta también estas reflexiones.

Ante el Papa, el padre Raniero Cantalamessa O.F.M. Cap. ha pronunciado este viernes la tercera de ellas, cuyo contenido ofrecemos íntegramente.


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Cuaresma 2008 en la Casa Pontificia

Tercera predicación

«ACOGED LA PALABRA»

La Palabra de Dios como camino de santificación personal

1. La lectio divina


En esta meditación reflexionamos sobre la Palabra de Dios como camino de santificación personal. Los Lineamenta redactados en preparación del Sínodo de los obispos (octubre de 2008) tratan de ello en un párrafo del capítulo II, dedicado a «la Palabra de Dios en la vida del creyente».

Se trata de un tema cuánto más querido a la tradición espiritual de la Iglesia. «La Palabra de Dios --decía san Ambrosio-- es la sustancia vital de nuestra alma; la alimenta, la apacienta y la gobierna; no hay nada que pueda hacer vivir el alma del hombre fuera de la Palabra de Dios» [1]. «Es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios --añade la Dei Verbum--, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual» [2].

«Es necesario, en particular --escribía Juan Pablo II en la Novo millennio ineunte--, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia» [3]. Sobre el tema se ha expresado también el Santo Padre Benedicto XVI con ocasión del Congreso internacional sobre la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia: «La asidua lectura de la Sagrada Escritura acompañada de la oración realiza ese íntimo coloquio en el que, leyendo, se escucha a Dios que habla, y orando se le responde con confiada apertura de corazón» [4].

Con las reflexiones que siguen me introduzco en esta rica tradición, partiendo de lo que dice sobre este punto la propia Escritura. En la Carta de Santiago leemos este texto sobre la Palabra de Dios:

«Nos engendró por su propia voluntad, con Palabra de verdad, para que fuéramos como las primicias de sus criaturas. Tenedlo presente, hermanos míos queridos: que cada uno sea diligente para escuchar y tardo para hablar, tardo para la ira... Por eso, desechad toda inmundicia y abundancia de mal y acoged con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas. Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero, en cuanto se va, se olvida de cómo es. En cambio el que fija la mirada en la Ley perfecta de la libertad y se mantiene firme, no como oyente olvidadizo sino como cumplidor de ella, ése, practicándola, será feliz» (St 1,18-25).

2. Acoger la Palabra

Del texto de Santiago deducimos un esquema de lectio divina en tres etapas u operaciones sucesivas: acoger la palabra, meditar la palabra, poner por obra la palabra.

La primera etapa es, por lo tanto, la escucha de la Palabra: «Acoged con docilidad la Palabra sembrada en vosotros». Esta primera etapa abraza todas las formas y modos con que el cristiano entra en contacto con la Palabra de Dios: escucha de la Palabra en la liturgia, facilitada ya por el uso de la lengua vulgar y por la sabia elección de los textos distribuidos a lo largo del año; además, escuelas bíblicas, apoyos escritos e, insustituible, la lectura personal de la Biblia en la propia casa. Para quien está llamado a enseñar a otros, a todo ello se añade el estudio sistemático de la Biblia: exégesis, crítica textual, teología bíblica, estudio de las lenguas originales.

En esta fase hay que guardarse de dos peligros. El primero es el de quedarse en este primer estadio y transformar la lectura personal de la Palabra de Dios en una lectura «impersonal». Este peligro actualmente es muy fuerte, sobre todo en los lugares de formación académica.

Santiago compara la lectura de la Palabra de Dios con contemplarse en el espejo; pero, observa Kierkegaard, quien se limita a estudiar las fuentes, las variantes, los géneros literarios de la Biblia, sin hacer nada más, se parece a quien se pasa todo el tiempo mirando el espejo --examinando con atención su forma, el material, el estilo, la época-- sin mirarse jamás en el espejo. Para él el espejo no cumple su función. La Palabra de Dios ha sido dada para que la pongas en práctica y no para que te ejercites en la exégesis de sus oscuridades. Existe una «inflación de hermenéutica» y, lo que es peor, se cree que lo más importante, respecto a la Biblia, es la hermenéutica, no la práctica [5].

El estudio crítico de la Palabra de Dios es indispensable y jamás se darán bastantes gracias a quienes emplean su vida en allanar el camino para una comprensión cada vez mejor del texto sagrado, pero esto no agota por sí solo el sentido de las Escrituras; es necesario, pero no suficiente.

El otro peligro es el fundamentalismo: tomar todo lo que se lee en la Biblia a la letra, sin mediación hermenéutica alguna. Este segundo riesgo es mucho menos inocuo de cuanto pueda parecer a simple vista; el actual debate sobre creacionismo y evolucionismo es dramática prueba de ello.

Los que defienden la lectura literal del Génesis (el mundo creado hace algunos miles de años, en seis días, como es ahora), causan un inmenso daño a la fe. «Los jóvenes que han crecido en familias y en iglesias que insisten en esta forma de creacionismo --escribió el científico creyente Francis Collins, director del proyecto que llevó al descubrimiento del genoma humano--, antes o después descubren la aplastante evidencia científica en favor de un universo bastante más antiguo y la conexión entre sí de todas las criaturas vivientes a través del proceso de evolución y de selección natural. ¡Qué terrible e inútil elección afrontan!... No hay que sorprenderse si muchos de estos jóvenes dan la espalda a la fe, concluyendo que no se puede creer en un Dios que les pide que rechacen lo que la ciencia les enseña con tanta evidencia en torno mundo natural» [6] .

Sólo en apariencia los dos excesos, hipercriticismo y fundamentalismo, se oponen; tienen en común el hecho de quedarse en la letra, descuidando el Espíritu.

3. Contemplar la Palabra

La segunda etapa sugerida por Santiago consiste en «fijar la mirada» en la Palabra, permanecer largamente ante el espejo, en resumen, en la meditación o contemplación de la Palabra. Los Padres utilizaban al respecto las imágenes de masticar y de rumiar. «La lectura --escribe Guigo II, el teórico de la lectio divina-- ofrece a la boca un alimento sustancioso, la meditación lo mastica y lo tritura» [7]. «Cuando uno trae a la memora las cosas oídas y dulcemente las piensa en su corazón, se hace similar al rumiante», dice Agustín [8].

El alma que se mira en el espejo de la Palabra aprende a conocer «cómo es», aprende a conocerse a sí misma, descubre su deformidad respecto a la imagen de Dios y de Cristo. «Yo no busco mi gloria», dice Jesús (Jn 8,50): he aquí el espejo ante ti, en inmediatamente ves qué lejos estás de Jesús; «Bienaventurados los pobres de espíritu»: el espejo vuelve a estar delante de ti e inmediatamente te descubres lleno todavía de apegamientos y de cosas superfluas; «la caridad es paciente...», y te das cuenta de lo impaciente que eres, envidioso, interesado.

Más que «escrutar la Escritura» (Jn 5,39) se trata de dejarse escrutar por la Escritura. La Palabra de Dios, dice la Carta a los Hebreos, «penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón» (Hb 4,12-13). La mejor oración para iniciar el momento de la contemplación de la Palabra es repetir con el salmista:

«Sóndame, oh Dios, mi corazón conoce,

pruébame, conoce mis deseos;

mira no haya en mí camino de dolor,

y llévame por el camino eterno» (Sal 139).


Pero en el espejo de la Palabra no sólo nos vemos a nosotros mismos; vemos el rostro de Dios; mejor: vemos el corazón de Dios. La Escritura, dice san Gregorio Magno, es «una carta de Dios omnipotente a su criatura; en ella se aprende a conocer el corazón de Dios en las palabras de Dios» [9]. También en cuanto a Dios es válido lo que dijo Jesús: «De lo que rebosa el corazón habla la boca» (Mt 12,34); Dios nos ha hablado, en la Escritura, de lo que rebosa su corazón, y lo que colma su corazón es el amor.

La contemplación de la Palabra nos procura de tal modo los dos conocimientos más importantes para avanzar por el camino de la verdadera sabiduría: el conocimiento de sí y el conocimiento de Dios. «Que me conozca a mí y que te conozca a ti, noverim me, noverim te --decía a Dios san Agustín--; que me conozca a mí para humillarme y que te conozca a ti para amarte».

Un ejemplo extraordinario de este doble conocimiento, de sí y de Dios, que se obtiene de la Palabra de Dios es la carta a la Iglesia de Laodicea en el Apocalipsis, que vale la pena meditar de vez en cuando, especialmente en este tiempo de Cuaresma (Ap 3,14-20). El Resucitado pone al descubierto ante todo la situación real del fiel típico de esta comunidad: «Conozco tu conducta; no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca». Impresionante el contraste entre lo que este fiel piensa de sí y lo que piensa Dios de él: «Tu dices: "Soy rico; me he enriquecido; nada me falta". Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión , pobre, ciego y desnudo».

Una página de una dureza insólita, que sin embargo inmediatamente sobresale por una de las descripciones absolutamente más conmovedoras del amor de Dios: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo». Una imagen que revela su significado real y no sólo metafórico, si se lee, como sugiere el texto, pensando en el banquete eucarístico.

Además de servir para verificar el estado personal de nuestra alma, esta página del Apocalipsis nos puede valer para poner al descubierto la situación espiritual de gran parte de la sociedad moderna ante Dios. Es como una de esas fotografías tomadas con infrarrojos desde un satélite artificial, que revelan un panorama completamente distinto del habitual, observado a la luz natural.

También este mundo nuestro, fuerte en sus conquistas científicas y tecnológicas (como los laodicenos lo estaban en sus fortunas comerciales), se siente satisfecho, rico, sin necesidad de nadie, tampoco de Dios. Es necesario que alguien le haga conocer el verdadero diagnóstico de su estado: «No sabes que eres un desgraciado, digno de compasión , pobre, ciego y desnudo». Necesita que alguien le grite, como hace el niño en el cuento de Andersen: «¡El rey está desnudo!». Pero por amor y con amor, como hace el Resucitado con los la odicenos.

La Palabra de Dios asegura a toda alma que lo desea una dirección espiritual fundamental y en sí infalible. Existe una dirección espiritual, por así decirlo, ordinaria y cotidiana que consiste en descubrir qué quiere Dios en las diversas situaciones en las que el hombre, habitualmente, se encuentra en la vida. Tal dirección está asegurada por la meditación de la Palabra de Dios acompañada de la unción interior del Espíritu que traduce la Palabra en buena «inspiración», y la buena inspiración en resolución práctica. Es lo que expresa el versículo del Salmo tan querido a los que aman la Palabra: «Para mis pies lámpara es tu palabra, luz para mi sendero» (Sal 119,105).

Una vez predicaba una misión en Australia. El último día vino a verme un hombre, un inmigrante italiano que trabajaba allí. Me dijo: «Padre, tengo un grave problema: tengo un hijo de once años que aún está sin bautizar. La cuestión es que mi esposa se ha hecho testigo de Jehová y no quiere oír hablar de bautismo en la Iglesia católica. Si le bautizo, habrá una crisis; si no le bautizo, no me siento tranquilo, porque cuando nos casamos ambos éramos católicos y habíamos prometido educar en la fe a nuestros hijos. ¿Qué debo hacer?». Le dije: «Déjame reflexionar esta noche; vuelve mañana y vemos qué hacer». Al día siguiente este hombre regresó visiblemente sereno y me dijo: «Padre, encontré la solución. Ayer por tarde, en casa, oré un rato; después abrí la Biblia al azar. Salió el pasaje en el que Abrahán lleva a su hijo Isaac a la inmolación, y vi que cuando Abrahán lleva a su hijo a inmolarlo no dice nada a su esposa». Era un discernimiento exegéticamente perfecto. Bauticé yo mismo al chico y fue un momento de gran alegría para todos.

Abrir al Biblia al azar es algo delicado que hay que hacer con discreción, en un clima de fe y no antes de haber orado largamente. No se puede, en cambio, ignorar que, en estas condiciones, ello ha dado con frecuencia maravillosos frutos y lo han practicado también los santos. De Francisco de Asís se lee, en las fuentes, que descubrió el género de vida al que Dios le llamaba abriendo tres veces al azar, «después de haber orado devotamente», el libro de los Evangelios «dispuestos a poner por obra el primer consejo que se les diera» [10]. Agustín interpretó las palabras «Tolle lege», toma y lee, que oyó de una casa cercana, como una orden divina de que abriera el libro de las Cartas de san Pablo y leyera el versículo que primero saltara a su vista [11].

Ha habido almas que se han hecho santas con el único director espiritual de la Palabra de Dios. «En el Evangelio --escribió santa Teresa de Lisieux-- encuentro todo lo necesario para mi pobre alma. Descubro siempre en él luces nuevas, significados escondidos y misteriosos. Entiendo y sé por experiencia que "el reino de Dios está dentro de nosotros" (Lc 17, 21). Jesús no necesita de libros ni de doctores para instruir a las almas; Él, el Doctor de los doctores, enseña sin ruido de palabras» [12]. Fue a través de la Palabra de Dios, leyendo uno después del otro, los capítulos 12 y 13 de la Primera Carta a los Corintios, como la santa descubrió su vocación profunda y exclamó jubilosa: «¡En el cuerpo místico de Cristo yo seré el corazón que ama!».

La Biblia nos ofrece una imagen plástica que resume todo lo que se ha dicho sobre meditar la Palabra: la del libro comido, según se lee en Ezequiel:

«Yo miré; vi una mano que estaba tendida hacia mí, y tenía dentro un libro enrollado. Lo desenrolló ante mi vista: estaba escrito por el anverso y por el reverso; había escrito: "Lamentaciones, gemidos y ayes". Y me dijo: "Hijo de hombre, como lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel". Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo, y me dijo: "Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy". Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel. » (Ez 2,9-3, 3; v. también Ap 12,10).

Existe una diferencia enorme entre el libro simplemente leído o estudiado y el libro comido. En el segundo caso, la Palabra se convierte verdaderamente, como decía san Ambrosio, en «la sustancia de nuestra alma», aquello que informa los pensamientos, plasma el lenguaje, determina las acciones, crea el hombre «espiritual». La Palabra comida es una Palabra «asimilada» por el hombre, aunque se trata de una asimilación pasiva (como en el caso de la Eucaristía), esto es, «ser asimilado» por la Palabra, subyugado y vencido por ella, que es el principio vital más fuerte.

En la contemplación de la Palabra tenemos un modelo dulcísimo, María; guardaba todas estas cosas (literalmente: estas palabras) meditándolas en su corazón (Lc 2,19). En Ella la metáfora del libro comido se ha transformado en realidad hasta física. La Palabra literalmente le «sació».

4. Poner por obra la Palabra

Llegamos así a la tercera fase del camino propuesto por el apóstol Santiago, aquella en la que el apóstol insiste más: «Poned por obra la Palabra..., si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra...; el que considera atentamente la Ley perfecta de la libertad y se mantiene firme... como cumplidor de ella, ése, practicándola, será feliz». Es también lo que le importa más a Jesús: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8,21). Sin este «poner por ora la Palabra», todo se queda en ilusión, construcción en arena. No se puede siquiera decir que se ha comprendido la Palabra porque, como escribe san Gregorio Magno, la Palabra de Dios se entiende verdaderamente sólo cuando se comienza a practicarla [13].

Esta tercera etapa consiste, en la práctica, en obedecer la Palabra. El término griego empleado en el Nuevo Testamento para designar la obediencia (hypakouein) traducido literalmente significa «dar escucha», en el sentido de efectuar aquello que se ha escuchado. «Mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no me quiso obedecer», se lamenta Dios en la Biblia (Sal 81,12).

En cuanto se prueba a buscar, en el Nuevo Testamento, en qué consiste el deber de la obediencia, se hace un descubrimiento sorprendente: la obediencia se ve casi siempre como obediencia a la Palabra de Dios. San Pablo habla de obediencia a la doctrina (Rm 6,17), de obediencia al Evangelio (Rm 10,16; 2 Ts 1,8), de obediencia a la verdad (Gal 5,7), de obediencia a Cristo (2 Co 10,5). Encontramos el mismo lenguaje también en otras partes: en los Hechos de los Apóstoles se habla de obediencia a la fe (Hch 6,7); la Primera Carta de Pedro habla de obediencia a Cristo (1 P 1,2) y de obediencia a la verdad (1 P 1,22).

La obediencia misma de Jesús se ejerce sobre todo a través de la obediencia a las palabras escritas. En el episodio de las tentaciones del desierto, la obediencia de Jesús consiste en recordar las palabras de Dios y atenerse a ellas: «¡Está escrito!». Su obediencia se ejerce, de modo particular, en las palabras que están escritas sobre Él y para Él «en la ley, en los profetas y en los salmos», y que Él, como hombre, descubre a medida que avanza en la compresión y en el cumplimiento de su misión. Cuando quieren oponerse a su prendimiento, Jesús dice: «Mas, ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?» (Mt 26,54). La vida de Jesús está como guiada por una estela luminosa que los demás no ven y que está formada por las palabras escritas para Él; deduce de las Escrituras el «debe» (dei) que rige toda su vida.

Las palabras de Dios, bajo la acción actual del Espíritu, se convierten en expresión de la voluntad viva de Dios para mí, en un momento dado. Un pequeño ejemplo ayudará a entenderlo. En una situación me di cuenta de que, en comunidad, alguien había tomado por error un objeto de mi uso. Me disponía a hacerlo notar y a pedir que me fuera devuelto cuando me topé por casualidad (pero tal vez no fue verdaderamente por casualidad) con la palabra de Jesús, que dice: «A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames» (Lc 6,30). Comprendí que esa palabra no se aplicaba universalmente y en todos los casos, pero que ciertamente se aplicaba a mí en aquel momento. Se trataba de obedecer la Palabra.

La obediencia a la Palabra de Dios es la obediencia que podemos realizar siempre. Obedecer órdenes o a autoridades visibles, ocurre sólo cada tanto, tres o cuatro veces en la vida, si se trata de obediencias graves; pero obedecer la Palabra de Dios puede presentarse a cada momento. Es también la obediencia que podemos hacer todos, súbditos y superiores, clérigos y laicos. Los laicos no tienen, en la Iglesia, un superior a quien obedecer --al menos no en el sentido con el que lo hacen los religiosos y los clérigos--; ¡pero tienen, por otra parte, un «Señor» a quien obedecer! ¡Tienen su palabra!

Terminamos esta meditación haciendo nuestra la oración que san Agustín eleva a Dios, en sus Confesiones, para obtener la compresión de la Palabra de Dios: «Sean tus Escrituras mis castas delicias: no me engañe yo en ellas, ni engañe a nadie con ellas... Atiende a mi alma, y óyela, que clama desde lo profundo... Concédeme tiempo para meditar sobre los secretos de tu Ley, y no cierres sus puertas a los que llaman... Mira que tu voz es mi gozo; tu voz es un deleite superior a cualquier otro. Dame lo que amo... No deprecies a esta hierba sedienta... Que al llamar, se me abran las interioridades de tus palabras... Lo pido por nuestro Señor Jesucristo... en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios (Col 2,3). A Éste busco en tus libros» [14].

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[Traducción del original italiano por Marta Lago]

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[1] S. Ambrogio, Exp. Ps. 118, 7,7 (PL 15, 1350).

[2] Dei Verbum, 21.

[3] Giovanni Paolo II, Novo millennio ineunte, 39).

[4] Benedetto XVI, in AAS 97, 2005, p. 957).

[5] S. Kierkegaard, Per l'esame di se stessi. La Lattera di Giacomo, 1,22, in Opere, a cura di C. Fabro, Firenze 1972, pp. 909 ss.

[6] F. Collins, Le language of God, Free Press 2006, pp. 177 s.

[7] Guigo II, Lettera sulla vita contemplativa (Scala claustralium), 3, in Un itinerario di contemplazione. Antologia di autori certosini, Edizioni Paoline, 1986, p.22.

[8] S. Agostino, Enarr. in Ps. 46, 1 (CCL 38, 529).

[9] S. Gregorio Magno, Registr. Epist. IV, 31 (PL 77, 706).

[10] Celano, Vita Seconda, X, 15

[11] S. Agostino, Confessioni, 8, 12.

[12] S. Teresa di Lisieux, Manoscritto A, n. 236.

[13] S. Gregorio Magno, Su Ezechiele, I, 10, 31 (CCL 142, p. 159).

[14] S. Agostino, Conf. XI, 2, 3-4.

Niña despierta de coma y podría testificar contra agresor

viernes, 29 de febrero de 2008

«De toda palabra inútil...»: / Autor: Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap.

II Meditación de Cuaresma al Papa y a la Curia

«Viva y eficaz es la Palabra de Dios» (Hebreos, 4, 12) es el tema de las meditaciones que siguen esta Cuaresma Benedicto XVI y sus colaboradores de la Curia por el predicador de la Casa Pontifica. La preparación al Sínodo de los obispos (del 5 al 26 de octubre) orienta también estas reflexiones.

Ante el Papa, el padre Raniero Cantalamessa O.F.M. Cap. ha pronunciado este viernes la segunda de ellas, cuyo contenido ofrecemos íntegramente.


* * *
Cuaresma 2008 en la Casa Pontificia

Segunda Predicación


«DE TODA PALABRA INÚTIL»
Hablar «como con palabras de Dios»


1. Del Jesús que predica al Cristo predicado


En la segunda carta a los Corintios --que es, por excelencia, la carta dedicada al ministerio de la predicación--, san Pablo escribe estas palabras programáticas: «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor» (2 Co 4,5). A los mismos fieles de Corinto, en una carta precedente, había escrito: «Nosotros predicamos a Cristo crucificado» (1 Co 1,23). Cuando el Apóstol quiere abrazar con una sola palabra el contenido de la predicación cristiana, ¡esta palabra es siempre la persona de Jesucristo!

En estas afirmaciones Jesús ya no es contemplado --como ocurría en los evangelios-- en su calidad de anunciador, sino en su calidad de anunciado. Paralelamente, vemos que la expresión «Evangelio de Jesús» adquiere un nuevo significado, sin perder en cambio el antiguo; del significado de «gozoso anuncio traído por Jesús (¡Jesús sujeto!)», se pasa al significado de «gozoso anuncio sobre Jesús» (¡Jesús objeto!).

Éste es el significado que la palabra evangelio tiene en el solemne inicio de la carta a los Romanos. «Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio de sus profetas en la Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro» (Rm 1,1-3).
En esta meditación nos concentramos en «La Palabra de Dios en la misión de la Iglesia». Es el tema del que se ocupa el tercer capítulo de los Lineamenta del Sínodo de los Obispos, que evidencia de aquél sus diversos aspectos y ámbitos de actuación según el siguiente esquema:

La misión de la Iglesia es proclamar a Cristo, la Palabra de Dios hecha carne.

La Palabra de Dios debe estar siempre al alcance de todos.
La Palabra de Dios, gracia de comunión entre los cristianos.
La Palabra de Dios, luz para el diálogo interreligioso
a - Con el pueblo judío
b - Con otras religiones

La Palabra de Dios, fermento de las culturas modernas.
La Palabra de Dios y la historia de los hombres.

Me limito a tratar un punto particular y bastante concentrado; sin embargo, considero que influye en la calidad y en la eficacia del anuncio de la Iglesia en todas sus expresiones.

2. Palabras «inútiles» y palabras «eficaces»

En el evangelio de Mateo, en el contexto del discurso sobre las palabras que revelan el corazón, se refiere una palabra de Jesús que ha hecho temblar a los lectores del Evangelio de todos los tiempos: «Pero yo os digo que de toda palabra inútil que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio» (Mt 12,36).

Siempre ha sido difícil explicar qué entendía Jesús por «palabra inútil». Cierta luz nos llega de otro pasaje del evangelio de Mateo (7,15-20), donde vuelve el mismo tema del árbol que se reconoce por los frutos y donde todo el discurso aparece dirigido a los falsos profetas: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis...».

Si el dicho de Jesús tiene relación con lo de los falsos profetas, entonces podemos tal vez descubrir qué significa la palabra «inútil». El término original, traducido con «inútil», es argòn, que quiere decir «sin efecto» (a --privativo--; ergos --obra--). Algunas traducciones modernas, entre ellas la italiana de la CEI [Conferencia Episcopal italiana. Ndt], vinculan el término a «infundada», por lo tanto a un valor pasivo: palabra que carece de fundamento, o sea, calumnia. Es un intento de dar un sentido más tranquilizador a la amenaza de Jesús. ¡No hay nada, de hecho, particularmente inquietante si Jesús dice que de toda calumnia se debe dar cuentas a Dios!

Pero el significado de argòn es más bien activo; quiere decir: palabra que no funda nada, que no produce nada: por lo tanto, vacía, estéril, sin eficacia [1]. En este sentido era más adecuada la antigua traducción de la Vulgata, verbum otiosum, palabra «ociosa», inútil, que por lo demás es la que se adopta también hoy en la mayoría de las traducciones.

No es difícil intuir qué quiere decir Jesús si comparamos este adjetivo con el que, en la Biblia, caracteriza constantemente la palabra de Dios: el adjetivo energes, eficaz, que obra, que se sigue siempre de efecto (ergos) (el mismo adjetivo del que deriva la palabra «enérgico»). San Pablo, por ejemplo, escribe a los Tesalonicenses que, habiendo recibido la palabra divina de la predicación del Apóstol, la han acogido no como palabra de hombres, sino como lo que es verdaderamente, como «palabra de Dios que permanece operante (energeitai) en los creyentes» (Cf. 1 Ts 2,13). La oposición entre palabra de Dios y palabra de hombres se presenta aquí, implícitamente, como la oposición entre la palabra «que obra» y la palabra «que no obra», entre la palabra eficaz y la palabra vana e ineficaz.

También en la carta a los Hebreos encontramos este concepto de la eficacia de la palabra divina: «Viva y eficaz es la Palabra de Dios» (Hb 4,12). Pero es un concepto que viene de lejos; en Isaías, Dios declara que la palabra que sale de su boca no vuelve a Él jamás «de vacío», sin haber realizado aquello para lo que fue enviada (v. Is 55,11).

La palabra inútil, de la que los hombres tendrán que dar cuentas el día del Juicio, no es por lo tanto toda y cualquier palabra inútil; es la palabra inútil, vacía, pronunciada por aquél que debería en cambio pronunciar las «enérgicas» palabras de Dios. Es, en resumen, la palabra del falso profeta, que no recibe la palabra de Dios y sin embargo induce a los demás a creer que sea palabra de Dios. Ocurre exactamente al revés de lo que decía san Pablo: habiendo recibido una palabra humana, se la toma no por lo que es, sino por lo que no es, o sea, por palabra divina. ¡De toda palabra inútil sobre Dios el hombre tendrá que dar cuentas!: he aquí, por lo tanto, el sentido de la grave advertencia de Jesús.

La palabra inútil es la falsificación de la palabra de Dios, es el parásito de la palabra de Dios. Se reconoce por los frutos que no produce, porque, por definición, es estéril, sin eficacia (se entiende, en el bien). Dios «vela sobre su palabra» (Cf. Jr 1,12), es celoso de ella y no puede permitir que el hombre se apropie del poder divino en ella contenido.

El profeta Jeremías nos permite percibir, como en un altavoz, la advertencia que se oculta bajo esa palabra de Jesús. Se ve ya claro que se trata de los falsos profetas: «Así dice Yahveh Sebaot: No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan. Os están embaucando. Os cuentan sus propias fantasías, no cosa de boca de Yahveh... Profeta que tenga un sueño, cuente un sueño, y el que tenga consigo mi palabra, que hable mi palabra fielmente. ¿Qué tiene que ver la paja con el grano? --oráculo de Yahveh--. ¿No es así mi palabra, como el fuego, y como un martillo golpea la peña? Pues bien, aquí estoy yo contra los profetas --oráculo de Yahveh-- que se roban mis palabras el uno al otro» (Jr 23,16.28-31).

3. Quiénes son los falsos profetas

Pero no estamos aquí para hacer una disquisición sobre los falsos profetas en la Biblia. Como siempre, es de nosotros de quienes se habla en la Biblia y a nosotros a quienes se habla. Esa palabra de Jesús no juzga el mundo, sino a la Iglesia; el mundo no será juzgado sobre las palabras inútiles (¡todas sus palabras, en el sentido antes descrito, son palabras inútiles!), sino que será juzgado, en todo caso, por no haber creído en Jesús (Cf. Jn 16,9). Los «hombres que deberán dar cuentas de toda palabra inútil» son los hombres de Iglesia; somos nosotros, los predicadores de la palabra de Dios.

Los «falsos profetas» no son sólo los que de vez en cuando esparcen herejías; son también quienes «falsifican» la palabra de Dios. Es Pablo quien usa este término, sacándolo del lenguaje corriente; literalmente significa diluir la Palabra, como hacen los mesoneros fraudulentos, cuando rellenan con agua su vino (Cf. 2 Co 2,17;4,2). Los falsos profetas son aquellos que no presentan la palabra de Dios en su pureza, sino que la diluyen y la agotan en miles de palabras humanas que salen de su corazón.

El falso profeta lo soy también yo cada vez que no me fío de la «debilidad», «necedad», pobreza y desnudez de la Palabra y la quiero revestir, y estimo el revestimiento más que la Palabra, y es más el tiempo que gasto con el revestimiento que el que empleo con la Palabra permaneciendo ante ella en oración, adorándola y empezándola a vivir en mí.

Jesús, en Caná de Galilea, transformó el agua en vino, esto es, la letra muerta en el Espíritu que vivifica (así interpretan espiritualmente el hecho los Padres); los falsos profetas son aquellos que hacen todo lo contrario, o sea, que convierten el vino puro de la palabra de Dios en agua que no embriaga a nadie, en letra muerta, en vana charlatanería. Ellos, por lo bajo, se avergüenzan del Evangelio (Cf. Rm 1,16) y de las palabras de Jesús, porque son demasiado «duras» para el mundo, o demasiado pobres y desnudas para los doctos, y entonces intentan «aderezarlas» con las que Jeremías llamaba «fantasías de su corazón».

San Pablo escribía a su discípulo Timoteo: «Procura cuidadosamente presentarte ante Dios como... fiel distribuidor de la Palabra de la verdad. Evita las palabrerías profanas, pues los que a ellas se dan crecerán cada vez más en impiedad» (2 Tm 2,15-16). Las palabrerías profanas son las que no tienen pertinencia con el proyecto de Dios, que no tienen que ver con la misión de la Iglesia. Demasiadas palabras humanas, demasiadas palabras inútiles, demasiados discursos, demasiados documentos. En la era de la comunicación de masa, la Iglesia corre el riesgo de hundirse también en la «paja» de las palabras inútiles, dichas sólo por hablar, escritas sólo porque hay revistas y periódicos que llenar.

De este modo ofrecemos al mundo un óptimo pretexto para permanecer tranquilo en su descreimiento y en su pecado, Cuando escuchara la auténtica palabra de Dios, no sería tan fácil, para el incrédulo, arreglárselas diciendo (como hace a menudo, después de haber oído nuestras predicaciones): «¡Palabras, palabras, palabras!». San Pablo llama a las palabras de Dios «las armas de nuestro combate» y dice que sólo a ellas «da Dios la capacidad de arrasar fortalezas, deshacer sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios, y reducir a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo» (2 Co 10,3-5).

La humanidad está enferma de ruido, decía el filósofo Kierkegaard; es necesario «convocar un ayuno», pero un ayuno de palabras; alguien tiene que gritar, como hizo un día Moisés: «Calla y escucha, Israel» (Dt 27,9). El Santo Padre nos ha recordado la necesidad de este ayuno de palabras en su encuentro cuaresmal con los párrocos de Roma, y creo que, como de costumbre, su invitación se dirigía a la Iglesia, antes aún que al mundo.

4. «Jesús no ha venido para contarnos frivolidades»

Siempre me han impresionado estas palabras de Péguy:

«Jesucristo, pequeño mío,

-es la Iglesia que se dirige a sus hijos-

no ha venido a contarnos frivolidades...

No ha hecho el viaje hasta la tierra

Para venir con adivinanzas y chistes.

No hay tiempo de divertirse...

Él no gastó su vida...

Para venir a contarnos patrañas».[2]

La preocupación de distinguir la palabra de Dios de cualquier otra palabra es tal que, enviando a sus discípulos en misión, Jesús les manda que no saluden a nadie por el camino (Lc 10,4). He experimentado en mi propia carne que a veces este mandamiento hay que tomarlo a la letra. Detenerse a saludar a la gente e intercambiar formalidades cuando se va a empezar a predicar dispersa inevitablemente la concentración sobre la palabra que hay que anunciar, hace perder el sentido de su alteridad respecto a todo discurso humano. Es la misma exigencia que se experimenta (o se debería experimentar) cuando uno se está revistiendo para celebrar la Misa.

La exigencia es aún más fuerte cuando se trata del contenido mismo de la predicación. En el Evangelio de Marcos, Jesús cita la palabra de Isaías: «En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres» (Is 29,13); después añade, dirigiéndose a los escribas y fariseos: «Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres... anulando así la Palabra de Dios por vuestra tradición que os habéis transmitido» (Mc 7,7-13)

Cuando no se llega a proponer nunca la sencilla y desnuda palabra de Dios, sin hacer que pase por el filtro de mil distinciones y precisiones y añadidos y explicaciones, en sí mismas hasta justas, pero que agotan la palabra de Dios, se hace lo mismo que Jesús reprochó, aquel día, a lo escribas y fariseos: se «anula» la palabra de Dios, se la aprisiona haciéndole perder gran parte de su fuerza de penetración en el corazón de los hombres.

La palabra de Dios no puede ser empleada para discursos de circunstancias, o para envolver de autoridad divina discursos ya hechos y todos humanos. En tiempos cercanos a nosotros, se ha visto adónde lleva tal tendencia. El Evangelio ha sido instrumentalizado para sostener toda clase de proyectos humanos: desde la lucha de clases a la muerte de Dios.

Cuando un auditorio está tan predeterminado por condicionamientos psicológicos, sindicales, políticos o pasionales, como para hacer, de partida, imposible no decirle lo que espera y no darle completamente razón en todo, cuando no hay esperanza alguna de poder llevar a los oyentes a ese punto en que es posible decirles: «¡Convertíos y creed!», entonces está bien no proclamar en absoluto la palabra de Dios, a fin de que no sea instrumentalizada por fines interesados y, por lo tanto, traicionada. En otros términos, es mejor renunciar a hacer un verdadero anuncio, limitándose, si acaso, a escuchar, a procurar entender y participar en las expectativas y sufrimientos de la gente, predicando más bien con la presencia y con la caridad el Evangelio del Reino. Jesús, en el evangelio, se muestra atentísimo a no dejarse instrumentalizar por fines políticos ni partidistas.

La realidad de la experiencia y, por lo tanto, la palabra humana no está excluida, evidentemente, de la predicación de la Iglesia, pero se debe someter a la palabra de Dios, al servicio de ésta. Igual que en la Eucaristía es el Cuerpo de Cristo el que asimila consigo a quien lo come, y no al revés, así en el anuncio debe ser la palabra de Dios, que es el principio vital más fuerte, el que someta y asimile consigo la palabra humana, y no al contrario. Por ello es necesario tener el valor de partir con más frecuencia, al tratar problemas doctrinales y disciplinarios de la Iglesia, de la palabra de Dios, especialmente de la del Nuevo Testamento, y de permanecer después ligados a ella, vinculados a ella, seguros de que así se llega con mayor seguridad al objetivo, que es el de descubrir, en cada cuestión, cuál es la voluntad de Dios.

La misma necesidad se advierte en las comunidades religiosas. Existe el peligro de que en la formación que se da a los jóvenes y en el noviciado, en los ejercicios espirituales y en todo el resto de la vida de la comunidad, se emplee más tiempo en los escritos del propio fundador (con frecuencia bastante pobres de contenido) que en la palabra de Dios.

5. Hablar como con palabras de Dios

Me doy cuenta de que lo que estoy diciendo puede suscitar una objeción grave. ¿Entonces la predicación de la Iglesia tendrá que reducirse a una secuencia (o a una ráfaga) de citas bíblicas, con indicaciones de capítulos y versículos, a la manera de los Testigos de Jehová y de otros grupos fundamentalistas? No, por cierto. Nosotros somos herederos de una tradición diferente. Explico qué intento decir por permanecer ligados a la palabra de Dios.

También en la segunda carta a los Corintios, san Pablo escribe: «No somos nosotros como la mayoría que negocian con la Palabra de Dios. Antes bien, con sinceridad y como movidos por Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo» (2 Co 2, 17), y san Pedro, en la primera carta exhorta a los cristianos diciendo: «Si alguno habla, lo haga como con palabras de Dios» (1 P 4,11). ¿Qué quiere decir «hablar en Cristo» o hablar «como con palabras de Dios»? No quiere decir repetir materialmente y sólo las palabras pronunciadas por Cristo y por Dios en la Escritura. Quiere decir que la inspiración de fondo, el pensamiento que «informa» y sustenta todo lo demás debe venir de Dios, no del hombre. El anunciador debe estar «movido por Dios» y hablar como en su presencia.

Hay dos formas de preparar una predicación o cualquier anuncio de fe oral o escrito. Puedo primero sentarme en el escritorio y elegir yo mismo la palabra que hay que anunciar y el tema a desarrollar, basándome en mis conocimientos, mis preferencias, etcétera, y después, una vez preparado el discurso, arrodillarme para pedir apresuradamente a Dios que bendiga lo que he escrito y dé eficacia a mis palabras. Ya es algo bueno, pero no es la vía profética. Más bien hay que hacer lo contrario. Primero ponerse de rodillas y preguntar a Dios cuál es la palabra que quiere decir; después, sentarse en el escritorio y hacer uso de los propios conocimientos para dar cuerpo a esa palabra. Esto cambia todo porque así no es Dios quien debe hacer suya mi palabra, sino que soy yo el que hago mía su palabra.

Hay que partir de la certeza de fe de que, en toda circunstancia, el Señor resucitado tiene en el corazón una palabra suya que desea hacer llegar a su pueblo. Es la que cambia las cosas y es la que hay que descubrir. Y Él no deja de revelarla a su ministro, si humildemente y con insistencia se la pide. Al principio se trata de un movimiento casi imperceptible del corazón: una pequeña luz que se enciende en la mente, una palabra de la Biblia que comienza a atraer la atención y que ilumina una situación.

Verdaderamente es «la más pequeña de todas las semillas», pero a continuación se percibe que dentro estaba todo; había un trueno como para abatir los cedros del Líbano. Después uno se pone en el escritorio, abre sus libros, consulta sus apuntes, consulta los Padres de la Iglesia, los maestros, poetas... Pero ya todo es otra cosa distinta. Ya no se trata de la Palabra de Dios al servicio de tu cultura, sino de tu cultura al servicio de la Palabra de Dios.

Orígenes describe bien el proceso que lleva a este descubrimiento. Antes de encontrar en la Escritura el alimento --decía-- es necesario soportar cierta «pobreza de los sentidos»; el alma está rodeada de oscuridad por todas partes, se encuentra en caminos sin salida. Hasta que, de repente, después de laboriosa búsqueda y oración, he aquí que resuena la voz del Verbo e inmediatamente algo se ilumina; aquél que ella buscaba, le sale al encuentro «saltando por los montes, brincando por los collados» (Ct 2,8), esto es, abriéndole la mente para que reciba una palabra suya fuerte y luminosa [3]. Grande es la alegría que acompaña este momento. Le hacía decir a Jeremías: «Se presentaban tus palabras y yo las devoraba; era tu palabra para mí un gozo, y alegría de corazón» (Jr 15,16).

Habitualmente la respuesta de Dios llega bajo forma de una palabra de la Escritura que, en cambio, en ese momento revela su extraordinaria pertinencia en la situación y en el problema que se debe tratar, como si se hubiera escrito a propósito para ello. A veces no es siquiera necesario citar explícitamente tal palabra bíblica o comentarla. Basta con que esté bien presente en la mente de quien habla e informe todo lo que expresa. Actuando así, habla, de hecho, «como con palabras de Dios». Este método vale siempre: para los grandes documentos del magisterio como para las lecciones que el maestro da a sus novicios, para la docta conferencia como para la humilde homilía dominical.

Todos hemos tenido la experiencia de cuánto puede hacer una sola palabra de Dios profundamente creída y vivida, primero para quien la pronuncia; con frecuencia se constata que, entre muchas otras palabras, ha sido la que ha tocado el corazón y ha llevado a más de un oyente al confesionario.

Después de haber indicado las condiciones del anuncio cristiano (hablar de Cristo, con sinceridad, como movidos por Dios y bajo su mirada), el Apóstol se preguntaba: «Y ¿quién es capaz para esto?» (2 Co 2,16). Nadie --está claro-- está a la altura. Llevamos este tesoro en vasijas de barro. (Ib. 4,7). Pero podemos orar, diciendo: Señor, ten piedad de este pobre vaso de barro que debe llevar el tesoro de tu palabra; presérvanos de pronunciar palabras inútiles cuando hablamos de ti; haznos experimentar una vez el gusto de tu palabra para que la sepamos distinguir de cualquier otra y para que cualquier otra palabra nos parezca insípida. Difunde, como has prometido, hambre en la tierra, «no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra del Señor» (Am 8,11).

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[Traducción del original italiano por Marta Lago]

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[1] Cf. M. Zerwick, Analysis philologica Novi Testamenti Graeci, Romae 1953, ad loc.

[2] Ch. Péguy, Il portico del mistero della seconda virtù, in Oeuvres poétiques complètes, Gallimard 1975, pp. 587 s.

[3] Cf. Orígenes, In Mt Ser. 38 (GCS, 1933, p. 7); In Cant. 3 (GCS, 1925, p. 202).