* «Desde que regresé a la vida en la tierra, he estado tratando de cumplir la promesa que le hice a Dios. Hablo mucho de Él, aunque la gente me mire mal o se burle de mí. Rezo por estas personas. Siempre proclamaré que el Señor Jesús está con nosotros todo el tiempo, presente en los sacramentos de la penitencia y la Eucaristía, y que quiere obrar en nuestras vidas, así como milagrosamente obró en mi vida. Después de esta experiencia, dejé por completo las malas compañías y comencé a predicar la Palabra de Dios, primero en los hospitales, donde pasé muchos meses después del accidente. Allí conocí a mucha gente que era incrédula o estaba destrozada. Dios me envió a ellos para darles esperanza. Los entendía bien. Mucha gente se convirtió después de escuchar mi testimonio. ¡Conozco casos en los que personas tras 30 años sin hacerlo se confesaban y comulgaban!»