* «Trabajaba por la mañana y después iba a la universidad. Llegaba a casa a las diez y media de la noche. Estaba muy ocupado en perseguir mi sueño, y todo lo reducía a una vida cómoda, divertirme y entregarme a los placeres de la vida… Fue un proceso lento y lleno de dificultades, comenzar una nueva vida en Cristo exige muchas renuncias: abandonar hábitos y pensamientos contrarios a los de Cristo, perder ciertas amistades que no aceptan esta búsqueda de la santidad, entre otras… Fui a una peregrinación a Fátima y Cuando volví a casa, dejé el trabajo, los estudios y las citas, y me fui a hacer una experiencia en la comunidad de los Siervos del Corazón Inmaculado de María»
Camino Católico.- Thiago Santana dos Santos nació en Aracaju el 14 de marzo de 1995 en una familia católica. A pesar de haberse apartado de la fe en su juventud, después de un largo camino lleno de pruebas para volver a Dios, hoy está muy cerca de recibir la ordenación diaconal, el paso previo para ser sacerdote. Recientemente ha completado sus estudios de Bachillerato en Teología gracias a la Fundación CARF que también apoya a diversas congregaciones como los Siervos del Corazón Inmaculado de María a la que pertenece este joven.
Sobre la existencia de Dios
«Nací en una familia católica y desde pequeño mis padres me transmitieron los valores cristianos de la mejor manera que pudieron», dice Thiago en su testimonio de conversión y vocación que cuenta en el portal de la Fundación CARF.
«Cuando era pequeño, mi madre y mis dos hermanas mayores nos llevaban a Misa todos los domingos. Recuerdo que durante un tiempo rezábamos el rosario todos los días antes de cenar: cada uno cogíamos un rosario, encendíamos una vela a los pies de una imagen de la Virgen y toda la familia nos sentábamos alrededor», reconoce.
«Nuestra fe era sencilla y no sé cuánto rezaba realmente, porque recuerdo que entre avemaría y avemaría me ponía a jugar con el rosario, y sólo paraba cuando mi padre me llamaba la atención. Por simple que fuera, al menos tenía un poco de fe», se sincera.
Creer en la adolescencia
Cuando llegó a la adolescencia, empezó a discutir la necesidad de ir a Misa. Lo hacía más por pereza que por dudas sobre su significado. Empezó a dejar de ir los domingos, en contra de los deseos de su madre, que le seguía insistiendo para que fuera. El rezo del rosario en familia había sido abandonado por todos, a excepción de su madre que lo rezaba con frecuencia.
Thiago Santana abandono la fe en su adolescencia, pero Dios no se alejó de Él
«En cuanto a la fe, desde la adolescencia hasta los veinte años sólo me quedaba el nombre de cristiano católico, un tímido afecto por Jesús y otro más fuerte por María. Aunque me había preparado para la Primera Comunión a los ocho años y para el sacramento de la Confirmación a los catorce, no tenía vida de oración y ni siquiera asistía a los sacramentos», afirma Thiago.
«Hasta los veinte años, sólo me había confesado dos veces: antes de la primera comunión y antes de la confirmación», relata. Su relación con Dios se hizo cada vez más lejana, hasta llegó a creer que la fe no era más que una consecuencia cultural, que no tenía ninguna relación con una verdad salvadora.
Una vida fácil y cómoda, pero sin Dios
Aunque la vida interior de Thiago estaba muy alejada de Dios, le iba muy bien en los estudios y el trabajo. Terminó el colegio sin demasiadas dificultades, y estudió AdE (Administración de Empresas) en una universidad pública.
Consiguió prácticas en un hospital privado, donde le contrataron. Le gustaba su carrera y el trabajo que hacía. «Trabajé duro para conseguir todo aquello, con mucha dedicación y honradez. Trabajaba por la mañana y después iba a la universidad. Llegaba a casa a las diez y media de la noche. Estaba muy ocupado en perseguir mi sueño, y todo lo reducía a una vida cómoda, divertirme y entregarme a los placeres de la vida», relata Thiago.
«Empecé a preguntarme si Dios existía realmente o si no era más que una construcción humana. Estas ideas no son extrañas ni originales hoy en día. Sé que sólo soy hijo de una generación con poca educación para reflexionar y poca formación cristiana», reflexiona el joven.
Llamados a algo mucho más grande
Por muy bueno que sea todo esto, el sentido de nuestra vida no puede reducirse solo al trabajo y a los placeres terrenales. Estamos llamados a algo mucho más grande de lo que este mundo puede ofrecernos.
Nuestros corazones piden mucho más que los placeres de este mundo. «Lo que critico de mi comportamiento es que quise ser feliz sin Dios y sin comprender cuál es su voluntad para mi vida. Me alejé de Él, pero Él nunca se alejó de mí; me olvidé de Él, pero Él nunca se olvidó de mí».
Una prueba dura
«El valor del oro se prueba en el fuego, y el valor de los hombres en el horno del sufrimiento».
La hermana mayor de Thiago, casada desde hacía dos años, esperaba su primer hijo, motivo de gran alegría para toda la familia. Unos meses después de nacer su sobrino, su hermana empezó a sentir fuertes dolores en la parte baja de la espalda y, tras algunas pruebas, los médicos pensaron que se trataba de un simple cálculo renal y que debían operarla sin complicaciones.
Durante la operación, el médico observó una coloración diferente en el hígado y tomó una muestra para hacerle una biopsia. Mientras no llegaba el resultado de la biopsia, el dolor continuaba y se realizaron otras pruebas, pero los médicos no llegaban a ninguna conclusión. Fue entonces cuando llegó el resultado de la biopsia: su hermana tenía cáncer y ya estaba haciendo metástasis.
Los médicos empezaron a profundizar para intentar ayudar en todo lo que pudieran, pero sabían que la enfermedad ya estaba en una fase muy avanzada. Desde el punto de vista médico, poco se podía hacer, salvo darle todo el tiempo posible.
El amor de Dios y a la devoción a María Santísima
Esta situación dio un vuelco a la vida de Thiago. Su fe se reavivó, porque era la única solución para la curación de su hermana. «Toda la familia, amigos y conocidos rezábamos por ella, no nos quedaba otra», nos cuenta. Su hermana, que tenía veintisiete años y un hijo de pocos meses, murió cinco meses después de que se descubriera el cáncer.
En esos cinco meses, entre hospitalizaciones, tratamientos incómodos, dolor físico y el dolor de estar lejos de su hijo, la hermana de Thiago se abrió al amor de Dios y a la devoción a María Santísima.
Thiago Santana con su familia
Volvió a rezar el Rosario cada día, meditaba el Evangelio casi todos los días, se replanteaba toda su vida, hablaba de Jesús a los que venían a visitarla y, cuando el dolor se lo permitía, estaba alegre y celebraba, sobre todo cuando le llevaban a su hijo a visitarla.
«Un día la tristeza se había apoderado de su corazón, no tenía muchas fuerzas para luchar, mi madre tomó su biblia y le leyó el evangelio del día, después de unos minutos en silencio, levantó la cabeza y le dijo: "a partir de ahora voy a ser feliz". Al día siguiente fue a encontrarse con Dios», nos cuenta.
Un reencuentro con la fe
Tras la pérdida de su hermana, Thiago no tenía fuerza de voluntad para perseguir sus sueños, porque habían perdido su sentido. «La muerte de un ser querido nos hace replantearnos nuestra propia vida».
En la Misa celebrada un mes después de su muerte, le invitaron a participar en un encuentro organizado por los jóvenes de la parroquia. Aunque era muy reacio y estaba convencido de que no se quedaría mucho tiempo, decidió participar. Aquel encuentro fue realmente especial.
Se habló del amor de Dios y de su invitación a todos a vivir con Él. Era lo que necesitaba para empezar de nuevo. Empezó a ir a las reuniones que se hacían los sábados y poco a poco se fue abriendo más y más a la fe.
Comenzó a ir a Misa los domingos y a redescubrir la belleza de la fe. «Fue un proceso lento y lleno de dificultades, comenzar una nueva vida en Cristo exige muchas renuncias: abandonar hábitos y pensamientos contrarios a los de Cristo, perder ciertas amistades que no aceptan esta búsqueda de la santidad, entre otras» cuenta.
Un torneo de voleibol que cambiaría su vida
A los dos años de este camino de fe, conoció a los Siervos del Corazón Inmaculado de María. Fue a través de un torneo de voleibol entre parroquias organizado por ellos. El torneo tuvo lugar en la comunidad de los Siervos y duró todo el día.
Para Thiago, ver a sacerdotes tan jóvenes en medio de gente joven, charlando, jugando y divirtiéndose, era una novedad. «Una de las cosas que más me llamó la atención fue el hábito que vestían. La alegría que transmitían era contagiosa» nos cuenta. «Aquel día, recuerdo que durante la pausa para comer, aproveché para confesarme. El sacerdote que me confesó me invitó a participar en sus reuniones de jóvenes y decidí unirme».
Esta decisión también estuvo motivada por el hecho de que en aquel momento salía con una chica que participaba en los retiros organizados por la comunidad. Como ella estaba interesada y Thiago tenía una buena impresión de aquellos religiosos, decidieron empezar a asistir a las reuniones.
Un viaje a Fátima para discernir
Poco a poco, se fue interesando cada vez más por el carisma de la Familia del Corazón Inmaculado de María, movimiento eclesial al que pertenecen los Siervos. «Su forma de rezar, su devoción a María y al Santo Rosario, su adoración a la Eucaristía, su alegría de estar con Dios a pesar de las dificultades, el espíritu de familia que se transmitía, todo eso me atraía cada vez más», relata Thiago.
Llegó al punto en que no podía pensar en otra cosa que no fuera la vida que llevaban aquellos religiosos, su entrega total a Dios y a su misión. Por mucho que le gustaran su trabajo y sus estudios, y que su relación de pareja fuera bien, su corazón le pedía algo más.
«Me sentía muy atraído por la vida religiosa, pero tenía miedo de abandonarlo todo y vivir esa experiencia. Me reuní varias veces con el sacerdote que me seguía espiritualmente y me hizo una oferta: una peregrinación a Fátima».
A regañadientes, decidió aceptar la propuesta. Fue una de las experiencias más importantes de su vida, pues conoció la historia de las apariciones de Fátima y cómo vivían los pastorcitos. La sencillez y la grandeza con la que aquellos niños amaban a Jesús y a María, y se entregaban por la conversión de los pecadores, le sirvieron de ejemplo y de valor para decidirse a dejarlo todo y ver si la consagración era o no el camino adecuado para él. «Cuando volví a casa, dejé el trabajo, los estudios y las citas, y me fui a hacer una experiencia en la comunidad de los Siervos».
Thiago Santana con la Virgen María
Una vocación de sacerdote
Ya han pasado siete años desde su experiencia; hace tres profesó los votos de pobreza, castidad y obediencia, y ahora se prepara para la profesión perpetua y el sacerdocio.
Llegó a Italia en 2018 para comenzar su formación y discernimiento para la vida consagrada. En los dos primeros años del itinerario formativo, llamado postulantado, estudió Filosofía, también en la Universidad de la Santa Cruz.
Más tarde fue a Toscana para hacer el noviciado. Este último es un período de formación carismática y a la vida consagrada con una duración de un año que los prepara para la profesión religiosa y la emisión de los votos de pobreza, castidad y obediencia.
Después de la profesión regresó a Roma y comenzó los estudios de Teología, además de la formación interna del instituto, y ahora acaba de terminar la formación teológica con el Bachillerato en Teología, dando paso finalmente a la ordenación sacerdotal.
Muy agradecido a los benefactores
Quiere compartir con los benefactores de la Fundación CARF que «todo este camino de formación, toda esta gran obra, sin vuestra ayuda, difícilmente podría llevarse a cabo. Gracias a los benefactores, yo y mis hermanos hemos podido tener acceso a una enseñanza de calidad y en un ambiente sano, lo que es esencial para seguir el camino trazado por Cristo y transmitido por la Iglesia».
Agradece vuestro «sí» a ser instrumento de la divina providencia y hacer posible esta obra de Dios en sus vidas. «Dios les ha llamado a ser un canal de gracia, colaborando al crecimiento de los miembros de la Iglesia y consecuentemente a la edificación del Cuerpo Místico de Cristo. Y qué gran honor ¡ser elegido por Dios para esta noble misión!», nos cuenta.
Cada día pone a todos los benefactores en sus oraciones, pidiéndole a Dios que les recompense con muchas gracias en esta vida terrena, para que perseveren en el camino de la santidad, y con la vida eterna contemplar la «visión beatífica de la Santísima Trinidad, poniendo también sus vidas y la de sus familias bajo el manto de María Santísima para que interceda sin cesar por ellos».