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Bienvenido a Escuchar y a Dar

Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

La evangelización debe estar centrada en impulsar a las personas a tener una experiencia real del Amor de Dios. Por eso pedimos a cualquiera que visite esta página haga propuestas de textos, testimonios, actos, webs, blogs... Mientras todo esté hecho en el respeto del Amor del Evangelio y la comunión que siempre suscita el Espíritu Santo, todo será públicado. Podéís usar los comentarios pero para aparecer como texto central enviad vuestras propuestas al correo electrónico:

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viernes, 4 de enero de 2008

Ediciones ANAB, editorial creada por una familia católica de Panamá, ha cumplido cuatro años evangelizando con libros

Cuatro años dando esperanza con libros
Entrevista con Claudio De Castro, su director y fundador, para comprender mejor las dificultades y sueños de este apostolado.


PANAMÁ,(ZENIT.org)

¿Cómo surgió la idea de crear, en familia, una editorial católica?

Publicaba libros sobre nuestra fe, la alegría de ser católico, el tesoro de vivir en la presencia de Dios, con diferentes editoriales católicas. Una tarde, al ver la cantidad de libros que escribía, la directora de la librería católica en Panamá, me comentó: «¿Por qué no haces una editorial y publicas tus libros?».

En un principio me pareció como una idea imposible. Pero luego lo medité con mi familia y nos decidimos a realizarla. Le enviamos una carta al arzobispo de Panamá, monseñor José Dimas Cedeño pidiendo su bendición para el proyecto. Sorpresivamente, a los pocos días recibimos una llamada suya en la que nos decía: «Sigue adelante Claudio, cuentas con nuestra bendición». Fue algo inesperado y sorprendente que nos llenó de esperanzas y alegrías.

Iniciamos la editorial el 16 de julio del 2003, día de la Virgen del Carmen.

Le dimos el nombre de Ediciones ANAB, pensando en nuestra hija Ana Belén, ya que es una editorial familiar, en la que todos participamos (mi esposa Vida y nuestros 4 hijos).

Queríamos tener libros de espiritualidad con un lenguaje sencillo, que calara en los corazones de las personas, que las ayudara a recuperar la paz interior, a vivir su fe en el contexto actual, a tener presencia de Dios en sus vidas.

¿Cuéntenos alguna anécdota de sus inicios?

Tengo presente, la primera vez que participamos en una Feria del Libro. La librería católica amablemente nos cedió un pequeño espacio para colocar los libros. Todos nuestros ahorros estaban invertidos en esta feria. Los primeros días nos fue muy mal. Le escribí a una monja amiga, quejándome, y me respondió con estas palabras: «Haga de su obra un apostolado, donde quiera que vaya, lleve a Jesús a los demás».

Seguí su recomendación y el éxito fue automático. Comprendí que hay caminos y senderos nuevos por recorrer. El sendero de la confianza y la fe. Que la Providencia nunca falta.

Desde esa ocasión, el trabajo se convirtió en apostolado. Y el apostolado en oración.

¿Cuáles son los temas que publican en su editorial?

En general, son las vivencias cotidianas de un católico: cómo vivir la fe en nuestros tiempos, buscar la santidad –¿será posible?–, valorar la familia (santuario de la vida), y aprender a ser felices, viviendo en la presencia amorosa de Dios. Todo enfocado positivamente, con ejemplos simpáticos de la vida contemporánea.

¿Cómo se edita un libro?

Nuestros libros son artesanales. Los hacemos en casa. Trabajamos en familia, largas horas, arduamente, para sacarlos adelante. Le he pedido a Jesús recientemente: «Convierte mi trabajo en oración», de esta forma trabajo a gusto y me canso menos, pensando que estamos juntos y tenemos largas conversaciones.

La Providencia nunca falta. Recuerdo una vez que necesitaba cierta cantidad de dinero para sacar adelante unos libros. Fui a una capilla cercana y hablé con Jesús Sacramentado. «Ayúdame», le dije. Al día siguiente recibí un mail de una editorial católica en Brasil. Me informaban que iban a publicar uno de mis libros y que esa semana me enviarían por adelantado los derechos de autor. ¡Era la cantidad exacta que yo necesitaba!

¿Cuál es su satisfacción más grande?

Hace mucho le dije a Dios: «Yo escribo. Tú toca los corazones». Hicimos este pacto amoroso. Y nunca ha dejado de cumplir. Recibo tantos testimonios de personas a los que Él ha tocado y transformado. «Yo sólo escribo», les digo. «El resto es obra de Dios. Por eso a Él y sólo a Él hay que agradecer esta primavera espiritual, estas alegrías, estas vivencias hermosas».

Mi mamá, quien siempre nos ayuda, me ha contado de personas que abren sus carteras y le muestran uno de nuestros libros. «Siempre lo llevo conmigo», le dicen entusiasmados.

Una vez le obsequié un libro a una señora que salía de misa. Leyó el título y rompió a llorar. «Gracias», me dijo emocionada, «no se imagina cuánto lo necesitaba».

¿Cuál es su dificultad más grande?

Mi poca fe. La facilidad que tiene el hombre para desanimarse.

Una vez un sacerdote amigo me preguntó: «Claudio, ¿cómo va tu editorial?». «Muy bien, padre» le respondí entusiasmado, «pero si tuviera más fe, iría mejor». «Ya tendría un edificio de varias plantas, con rotativas y muchas personas trabajando en este apostolado, y cajas de libros enviándose a otros países».

Por el momento, la editorial somos mi familia, una computadora, un escritorio y la ayuda del buen Dios, que siempre nos impulsa a continuar.

¿Qué lo anima a seguir?

Cuando el Papa Benedicto XVI era cardenal, escribió estas palabras, que nos llenan de esperanza y que sirven de referencia a los hombres y mujeres de todas las religiones: «Quien vive en las manos de Dios, siempre cae en las manos de Dios».

Es una verdad que compruebo cada día. Experimento la Providencia en lo cotidiano. Es algo sorprendente. Veo, con certeza, cómo Dios nos ayuda. Por eso procuro, seguir adelante, con mi familia, vivir en su presencia amorosa. Continuar con este apostolado.

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jueves, 4 de octubre de 2007

El llamado de Dios / Autor: Claudio de Castro

Solíamos ver a un hombre enfermo que asistía a misa todos los días y como un niño se maravillaba por las cosas del Señor. Con un esfuerzo sobrehumano se levantaba de su banca para ir a comulgar. Casi arrastraba los pies. Todos esperaban sabiendo que le movía un amor inmenso por Jesús Sacramentado.
Cuando ya no pudo levantrase, el sacerdote le llevaba la comunión a su banca y al final, cuando era imposible bajarse del auto, el padre caminaba hasta él y le daba la hostia santa. Su rostro, afligido por el dolor, se transformaba cuando recibía a Jesús Sacramentado y una leve sonrisa le iluminaba el rostro.
El dolor, las molestias, la incertidumbre, parecían quedar atrás. Sin que él lo supiera, muchos lo observaban. Yo era uno de ellos. A veces me sentaba a distancia para verlo, pero sobre todo, para recordarlo.
Le conocí bien, era mi papá.

No sé si te conté, pero fue hebreo. Se convirtió algunos años antes de morir. Muchas veces me detengo a reflexionar sobre este hecho. Y en la forma que transformó nuestras vidas.
Dios lo llevó de la mano, desde niño, sin que él lo supiera, hasta el día en que murió. Y nos envolvió a todos en ese maravilloso misterio que a muchos les tiene reservado: la conversión.
Se llamó Claudio. Su padre tuvo el nombre de Moisés Frank, y sus abuelos: Abraham y Samuel. Todos provenían de una familia con raíces hebreas, y eran profundamente religiosos, respetuosos de la Torá. Me cuentan que Abraham fue Rabino. Curiosamente mi papá nunca celebró su Bar Mitz-Vah. Tampoco le recuerdo en la Sinagoga. En cambio, nos acompañaba a misa.

En algún lado escuché que estabas predestinado a la conversión. A través de los años recibimos señales de este cambio sobrenatural.
En Costa Rica ocurrió un hecho significativo. Visitaba con mi mamá a Sor María Romero Meneses, en la Casa de María Auxiliadora. Una multitud de personas se preparaba para la procesión. Mi papá se mezcló entre el gentío. De repente un descubrimiento asombroso…
—¡Sor María!—exclamó mi mamá. Y señaló hacia la procesión—¡Mire donde va Claudio! Era quien cubría al Santísimo con el palio, al frente de la procesión.
—¿Puede creerlo?
—Sí Felicia—respondió sor María—Y también le veremos comulgar.
Esta profecía se cumplió al pie de la letra.
A los años nos enteramos de lo ocurrido. La iglesia estaba abarrotada de gente. Una monjita atraviesa la iglesia con dificultad, llega donde está mi papá y le pregunta:
—¿Nos haría el favor de llevar el palio?
Sin meditarlo mucho, acepta. ¿Sabía acaso lo que era un palio?
Mientras escribo pienso en él y en ese momento. Ya no puede echar para atrás. Debió ser impresionante. Siendo Hebreo, lleva el palio en la Casa de la Virgen.
—¿Qué habrá sentido?
—¿Cómo es que Dios me busca a mí, habiendo tantos a mi alrededor?
Nunca sabré con exactitud lo que sintió o lo que pensó. Seguramente esta experiencia lo estremeció hasta los huesos. La cercanía de Dios siempre estremece a las almas. Y las llama a vivir para Él y por Él.
¿Qué lo hizo cambiar? Esto ha sido un secreto celosamente guardado. Supo ser reservado. Y esperó.
La cercanía de la muerte derribó las últimas murallas y le hizo dar el salto definitivo. Dios lo llamó y él respondió sin reservas.

Ambos parecemos escuchar:
—¿Claudio, me amas?
Y ambos respondemos:
—Señor, Tú sabes que Te amo.

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Fuente: Catholic.net

jueves, 10 de enero de 2008

Lee a Job / Autor: Claudio de Castro

Ocurre que de pronto piensas que Dios te ha olvidado. Te asedian tantos problemas y no los puedes comprender. Quedas envuelto en un torbellino del que parece no existir una salida.

Recientemente pasé por algo parecido, y sentí una gran confusión. Procuraba estar tranquilo y confiar en Jesús.

Solía visitarlo en el Sagrario para quejarme... ¿Hasta cuando?...

Y oraba con el Salmo 6:

Señor, no me reprendas en tu ira, ni me castigues si estás enojado.
Ten compasión de mí que estoy sin fuerzas; sáname pues no puedo sostenerme.
Aquí estoy sumamente perturbado, tú, Señor, ¿hasta cuando?...
Vuélvete a mí, Señor, salva mi vida, y líbrame por tu gran compasión.

Sentía entonces como si una voz interior me dijera:
-Lee a Job.

-¿Job?- me dije extrañado.

Y fue lo que empecé a hacer, y lo que te recomiendo cuando no entiendas lo que te ocurre, y cuando sientas que no puedes más.

Mientras escribo, tengo frente a mí una Biblia. Está abierta en el libro de Job. Ahora se ha vuelto un amigo entrañable. Me ayudó a comprender las enseñanzas de Nuestro Señor. ¿Quiénes somos para quejarnos ante Dios? ¿Acaso pensamos ofrecer nuestros sufrimientos por la salvación de las almas? No somos dignos de nada. Todo es gracia de Dios. Job lo supo bien:

Reconozco que lo puedes todo, y que eres capaz de realizar todos tus proyectos. Hablé sin inteligencia de cosas que no conocía, de cosas extraordinarias, superiores a mí. Yo sólo te conocía de oídas; pero ahora te han visto mis ojos. Por eso retiro mis palabras y hago penitencia sobre el polvo y la ceniza.
(Job 42,2-6)

Comprendes de pronto lo pequeño e insignificante que eres ante la inmensidad y magnificencia de Dios.

Parece como si Dios mismo te llevara al límite, para probar tu fe, fortalecerla y hacerte comprender que sin él nada podemos.

Porque así como el oro se purifica en el fuego, así también los que agradan a Dios pasan por el crisol de la humillación. (Siracides 2,5)

A Él le agradan los hombres humildes, sencillos, rectos de corazón. Y nos enseña a ser como desea que seamos.

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Fuente: Catholic.net