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Bienvenido a Escuchar y a Dar

Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

La evangelización debe estar centrada en impulsar a las personas a tener una experiencia real del Amor de Dios. Por eso pedimos a cualquiera que visite esta página haga propuestas de textos, testimonios, actos, webs, blogs... Mientras todo esté hecho en el respeto del Amor del Evangelio y la comunión que siempre suscita el Espíritu Santo, todo será públicado. Podéís usar los comentarios pero para aparecer como texto central enviad vuestras propuestas al correo electrónico:

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Oremos todos para que la sabiduría de Jesús Resucitado presida estas páginas y nos bendiga abundamente.

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jueves, 14 de febrero de 2008

Como descubrir la vocación a la que Dios te llama / Autor: Carlo M. Martini

Pasos para un compromiso cristiano

Carta abierta del cardenal Martini a un joven

Querido amigo:

Esta carta, quizá, te pille de sorpresa, porque no responde a una carta previa o a una pregunta precisa.

Ha sido una iniciativa mía y, con ella, quiero contarte, calmada y meditati­vamente, algunas cosas que hubiera querido decirte ayer, apresuradamente, después de la misa celebrada en tu parroquia con ocasión de la visita pastoral.

Fuiste el representante de los jóvenes en la oración de los fieles. No recuerdo, exactamente, tus palabras precisas. Pedías por todos los jóvenes, para que sepan
"regalar un poco de su propio tiempo y de sus energías" al servicio de los hermanos, tanto en el seno de la comunidad cristiana como en el de la sociedad.

Aprecio cualquier esfuerzo con el que un joven intenta vencer su propio egoísmo. Pero ayer se trataba de una oración en la que pretendíamos trazar, no ese camino
de las pequeñas luchas humanas contra el egoísmo, sino un ideal de vida cristiana para el que invocábamos la gracia y la bendición del Padre. Y es sobre este punto que quiero compartir mi reflexión contigo. Perdona la claridad: tu oración estaba equivocada, no se trataba de un ideal auténtico de vida cristiana. Cuando está en juego la entrega a los hermanos no se puede hablar de "un poco" o de "un tanto así" como si se pudiera medir lo que debe ser dado.

La entrega interpersonal sea la que sea y a quien sea, es, por su propia naturaleza, absoluta e incondicional.

Una consideración profunda sobre las relaciones entre las personas, debe hacerte comprender que, éstas, no exigen esta o aquella cosa, este o aquel servicio,
este o aquel tiempo.., como si pudieras medir la cantidad y el grado de las energías y del tiempo que debes entregar.

La persona humana exige muchas cosas. Pero son siempre concreciones momentáneas; son expresión de una amistad, de un interés, de una acogida que no pueden agotarse en ese gesto particular que has realizado. Esos signos sobrepasan las acciones concretas y se convierten en la raíz fecunda de otros gestos siempre nuevos y de otros servicios mucho más intensos.

Tú crees en serio y, por tanto, puedes encontrar el sentido profundo de esa "totalidad" que acompaña la entrega de la persona humana, cuando, juntamente con
otras, con humildad y tesón, busca aquel bien misterioso y divino que habita en el interior de todo hombre y le confiere su dignidad absoluta: la libertad y el deseo de infinito.

Además, tú no crees en un Dios genérico, sino que has tenido la gracia incomparable de amar al Dios de Jesucristo; es decir, al Dios que en Cristo se ha entregado al hombre totalmente hasta la muerte de cruz, y ha querido al hombre consigo hasta la plenitud de la resurrección. Quizá te asustes ante estos ideales tan exigentes de
totalidad. Quizá no llegas a comprender toda la profundidad de algunas de las palabras que te escribo. Por eso quiero trazarte algunos pasos de ese camino en
el que podrás realizar el sentido de lo que, aquí y ahora, te escribo sencilla y fraternalmente.

El primer paso es el de empezar a mirar a todas las personas con las que te encuentres y los acontecimientos CON OJOS NUEVOS, no pensando sólo en
qué necesidad tendrán, o si son simpáticos o antipáticos. Con demasiada frecuencia etiquetamos a las personas que vemos cada día; nos pasa a todos; a mí también.

Somos perezosos y nos conformamos con la etiqueta del primer prejuicio que tuvimos; luego, sólo esperamos confirmarlo, en vez de cambiarlo. Peor todavía, al encontrarnos con alguien, pensamos enseguida: qué cosas podré sacarle, según aquel instinto egoísta, con frecuencia inconsciente, de disfrute de los otros que
se desencadena en nuestro corazón.

He aquí el por qué te pido ojos nuevos: para superar la superficialidad y la codicia y mirar con atención los interrogantes y esperanzas ocultas de aquellos con
los que nos encontramos y ver en profundidad las necesidades y motivos que mueven los hilos de la historia.

El segundo paso es el hacer fructificar más ampliamente los recursos. Comprométete cada día a un rato de oración o meditación.

Sabes que Dios nos ha hablado en Jesús y que esta Palabra viviente está custodiada por la comunidad cristiana.

Prueba a confrontarte con frecuencia con esta PALABRA, prueba cada día a tomar unos fragmentos de la Palabra de Dios y a sumergirla en tus comportamientos cotidianos; te darás cuenta de cuántas sacudidas y de cuántas crisis será fuente esta operación que te acabo de sugerir.

El tercer paso es el de adquirir alguna de las grandes actitudes de acogida a los otros con humildad, con maleabilidad y con responsabilidad creativa: el saludo; el diálogo y la acogida incondicional de la persona tal cual es; también la atención a las más pequeñas necesidades; el perdón recíproco que, seguramente, con muchos defectos, verás practicado en tu familia y en la comunidad cristiana.

El cuarto paso es ver y hacer todo con sentido de Iglesia. Para ello participa en un grupo, pero no en cualquier tipo de grupo, sino en los que te dan sentido de pertenencia eclesial y tensión apostólica. En el grupo maduras tu fe y tu compromiso; aprenderás a ver, juzgar y actuar a la luz de la Palabra, que crea hábitos de vigilancia y discernimiento; celebras los sacramentos, que son alimento y vida, en la comunidad eclesial; en él maduras tu vocación futura en contacto con todas las vocaciones eclesiales, que iluminarán tu opción y anima tu compromiso.

El quinto paso es de acoger como gran signo del Espíritu Santo, para los jóvenes de nuestro tiempo, las grandes iniciativas de voluntariado. Habrás oído hablar de ello, y, quizá, ya lo hayas experimentado. Veo en estas experiencias una escuela real hacia un modo nuevo de afrontar los problemas de relación entre las personas, incluso, a nivel internacional.

Y existe, por fin, un último paso, que da el sello y confiere autenticidad a todo el resto del camino propuesto, y es el de comprender y de qué manera. Relativamente estable, completa y concreta, podrás vivir y jugar TODA TU VIDA COMO UN DON TOTAL DE TI hacia los demás.

Esta opción importante la llamamos con una palabra que, por desgracia, se ha hecho ambigua. Se trata de la VOCACIÓN, que alguno considera un lujo para alguna categoría de cristianos.

No puedo hablarte extensamente sobre este argumento. No puedo hablarte, ahora, de los instrumentos con los que descubrir y cultivar la propia vocación. Sólo te
digo que cualquier bautizado está llamado por Dios a vivir, ya no para sí mismo, sino para los otros, a ejemplo de Jesús y con la fuerza del Espíritu Santo, en una forma concreta de vida que es igual para todos por la plenitud de la fe y. por el heroísmo de la caridad.

Después se hace diversa para cada uno, según el compromiso y función que se va a desarrollar en el seno de la comunidad cristiana en nombre de la Iglesia.

Es importante que cada uno pueda decir que el camino elegido es, para él, el modo más sincero, más rezado, más sufrido y más fecundo de no pertenecerse más a si
mismo.

TODA VIDA ES VOCACIÓN.

Para ti, que vives a tope tus años jóvenes, hacerse prójimo significa todo esto.

Carlo M. Martini

viernes, 21 de septiembre de 2007

Los ojos fijos en Jesús abrirán las rejas de nuestras cárceles / Autores: Conchi y Arturo


"El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: "Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy." >(Lucas 4, 18-21)

Jamás evangelizaremos adecuadamente si no mantenemos los ojos fijos en Jesús que nos revela la Voluntad de Dios. Tampoco seremos efectivos sino recibimos la gracia de la unción del Espíritu Santo para que los ojos de los que nos escuchan se fijen en Jesús y en la voluntad del Padre del Cielo.

Las palabras "esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy" va dirigida a nosotros. Hoy podemos liberarnos de nuestros cautiverios, de la ceguera humana y espiritual y de toda opresión. Además somos invitados a proclamar siempre que esto puede cumplirse en los demás hoy mismo. El tiempo de la gracia de Dios es perpetuo.

Claro que nos pasará como a Jesús. El discípulo es como el maestro. Quizás pocos optarán por acoger la Palabra de Dios proclamada por nosotros y digan "pero no es este aquél que siempre estaba nervioso...". "No es el hijo, la esposa, la religiosa o el sacerdote que le costaba tanto ser coherente..." Seguramente, sin duda nosotros también lo pensamos de aquellos que desean vernos libres como hijos de Dios creados para Amar.

La Virgen de la Merced es la patrona de los prisioneros. Cada vez se construyen más cárceles y se realizan menos tareas de reinserción por parte de las administraciones competentes en el mundo. Ser voluntario de prisiones y además hacerlo en nombre de la Iglesia y de Jesús el Señor, no es fácil en ninguna parte del mundo, ni tan siquiera en occidente donde aparentemente parece que todo funciona. La seguridad prevalece por encima de las personas.

No obstante nosotros que hemos sido voluntarios en cárceles sólo para escuchar, acompañar y llevar la Palabra de Dios a los presos sabemos que quienes han hecho o hacen esta tarea son enseñados cada día por Dios. A la cárcel sólo se puede entrar abandonado en la Providencia del Altísimo, buscando a la oveja perdida que quiera ser llevada en los brazos de Jesús para ser curada por el Amor de Dios Padre.

El Señor enseña en las prisiones a sólo mantener los ojos fijos en Él, a proclamar Palabras de Vida a quienes sólo las han escuchado de rechazo y de acusación. Pero todos estamos cautivos y la evangelización puesta en manos de Dios en las prisiones es la que debemos aprender a hacer en nuestras parroquias y fuera de ellas. Estamos muy acomodados explicando doctrina y catequesis, pero no profundizando comunitariamente en el camino de devolvernos la libertad y la vista unos a otros.

Muy frecuentemente nos sentimos maestros y no discípulos. Jesús nos advirtió que sólo hay un Maestro, Él mismo, de quien debemos aprender cada día contemplándolo y escuchándolo en quien nos pone a nuestro lado.El Cardenal Carlo M. Martini
nos habla en este mismo blog sobre el perfil del evangelizador. Dar testimonio de Dios en el trabajo, en la familia, en los ambientes no católicos es ser evangelizador.

Hemos visto a violadores ser violados en las propias prisiones. No deseaban algunos que nos acercáramos a ellos. Con los años se han ido abriendo y contando las terribles historias de su vida. Nos acordamos de uno que violaba drogado a sus victimas cerca de su casa a pleno día. Él nos contó que su padre y su madre eran alcohólicos. Su padre murió estando en la cárcel. Entonces nos explicó como por causa del alcohol y de los pocos medios económicos de la familia su padre lo ataba con cadenas al suelo y le pegaba con correas. También lo sacaba a pasear por la calle como un perro atado con una cadena alrededor del cuello. Esto no lo había contado nunca a ningún profesional social o de la salud de instituciones penitenciarias. A día de hoy, gracias a Dios no nos consta que haya reincido en los delitos de violación. Desde los 16 años había estado en la cárcel y nosotros lo conocimos a los 32.

¿Cuántas veces violamos la intimidad de las personas calumniandolas y criticándolas?. ¿Cuántas veces se violan cada día el derecho a la comida, a la salud y a la vida de miles de millones de personas en el mundo?. Podríamos seguir pero estas son nuestras cárceles y las que sometemos a los demás. Nuestra codicia y egoísmo nos hacen pecar continuamente o hacer el mal. Lo que ocurre que nuestros delitos están socializados. Frases como "esto es lo que hay", o "yo no puedo hacer nada, no tengo ningún poder" son mecanismos de autodefensa que nos mantienes prisioneros del espíritu del mundo. Tenemos la Palabra de Dios para iluminar a nuestro alrededor, para cortar cadenas, para liberar, para instaurar el Reino de Dios. Sólo debemos señalar como Juan el Bautista hacia Jesús: "Este es el Cordero de Dios".

Hemos visto en las prisiones empleados de banca de pueblo de toda la vida llorar de dolor, de impotencia, de vergüenza por haber engañado durante años a clientes y que darse dinero. Sus esposas y sus hijos han vivido la situación destrozados. Familias rotas sólo por el deseo de tener a cualquier precio. Hoy, en Europa se esta implantando como método en las empresas, no recurrir a las masivas regulaciones de empleo para despedir a sus empleados. Se han dado cuenta que les cuesta menos dinero ir despidiendo persona a persona. Cuando echan a un trabajador los demás se han acostumbrado a no decir nada o a pensar "algo habrá hecho. Yo no puedo hacer nada". Lo que no se reflexiona es en sí realmente ese despido es justo o es una táctica de división para sembrar el miedo y hacernos complices del engaño. No nos damos cuenta que luego nos tocará a nosotros.

Es más, la gestión de recursos laborales se ha convertido en una subasta pública con sueldos a la baja. Casi subliminalmente las empresas mandan el mensaje de si "tú no trabajas por este misero sueldo lo hará otro y más ahora que hay tanta inmigración". Hemos sido atrapados por el tener para ser considerados
social, familiar y humanamente. Esa es una gran cárcel, una tela de araña de la cual sólo Dios puede rescatarnos. Jesús sólo tenía la Palabra del Padre y la pronunciaba por donde pasaba. "El Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza". Jesús no se quedó nunca instalado siempre se cansó hasta la extenuación para hacer la Voluntad de su Padre.

Por no tener no fue ni tan siquiera bien acogido en su pueblo donde después de proclamar el año de gracia del Señor lo quisieron apedrear y tirarlo montaña abajo. Él pasó por el medio mirándolos con misericordia y se marcho a seguir su misión. Una de las promesas de Jesús es que seremos perseguidos por causa de su nombre como Él lo fue. Sólo superaremos esas persecuciones si mantenemos los ojos fijos en Cristo.

Señor Jesucristo, haznos libres cada día. Rompe todas nuestras cadenas. Haz que Tu Espíritu Santo venga sobre nosotros para proclamar la Palabra de Dios, la Voluntad del Padre. Devuelvenos la visión de la Verdad cada instante que nos ceguemos. Envianos a devolver la vista a los ciegos y la libertad a los cautivos.
Cristo queremos ser realmente tus hermanos que no desean tener sino ser sobre todo Hijos de Dios llenos de su Amor para los demás.

jueves, 11 de octubre de 2007

Meditación sobre Pedro / Autor: Carlo M. Martini


En el fondo Pedro es cada uno de nosotros, es el hombre que por primera vez se ve deslumbrado por el hecho inconcebible de la Pasión de Jesús y esto lo impacta personalmente, porque se da cuenta que ella se refleja en él.

Leeremos del cap. 14, 28 de Mateo: Pedro sobre las aguas, hasta el llanto final, en Mateo cap. 26, 75, es decir, desde la primera presunción de Pedro, que se cambió en miedo y pronto quedó curada, hasta estallar en llanto que es una manifestación de que se le acabaron todas sus seguridades ante Cristo que sufre y ante lo que él había pensado de sí mismo y de Jesús.

-La presunción y el miedo. /Mt/14/27-31

Comencemos, pues, por Mateo 14, 28. Al ver a Jesús que, como un fantasma, se acerca a la barca y dice: "Animo, no temáis"... Pedro dice: "Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas". Es una palabra muy fuerte, "caminar sobre las aguas" es propio de Yavé, es una característica de Dios en el Antiguo Testamento; por tanto, Pedro es muy atrevido: pedir hacer lo que hace Jesús es participar de la fuerza de Dios. Esto corresponde al sueño de Pedro: siguiendo a Jesús, quedamos investidos de su fuerza; ¿acaso no nos ha comunicado sus poderes para expulsar demonios y curar enfermos? Por tanto, entremos en esta comunicación de poder con fe, con amor, con generosidad, participando del poder de Dios. Jesús acepta. "...Y Jesús le dijo: Ven. Y bajando Pedro de la barca, andaba sobre las aguas hacia Jesús. Mas, al ver la fuerza del viento, se asustó y, como empezaba a hundirse, gritó: ¡Señor, sálvame! Al punto, Jesús le tendió la mano, lo agarró y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?.

Pedro quiere participar de la potencia de Jesús, pero no se conoce y no sabe que participar de este poder significa condividir también las pruebas de Jesús, soportar el viento y el agua. No había pensado en esto, le parecía una cosa fácil y, entonces, asustado, grita.

Este grito revela el hecho de que Pedro no se conocía a sí mismo, porque presumía de sí, se consideraba ya capaz de participar de la debilidad de Dios: no conocía a Jesús, porque a un cierto punto no se confió en él, no entendió que es el Salvador y que en medio de la fuerza del huracán, allí donde se manifestaba su debilidad, Jesús estaba allí para salvarlo. Para Pedro esta es la primera experiencia de la Pasión, pero es una experiencia sin fruto, cerrada, apenas inicial, de la que, como nos sucede a nosotros muchas veces, no aprende mucho. Probablemente se pregunta qué fue lo que le sucedió, por qué se asustó. El asunto le queda un poco vago, como muchas experiencias nuestras que no nos impactan hasta cuando otras más grandes no nos revelan su sentido.

-Evolución sicológica de Pedro.

Ahora veamos sencillamente todos los lugares en los que se habla de Pedro, preguntándonos qué pueden significar para la evolución sicológica de este hombre. En Mt/15/15 dice Pedro con mucha sencillez: "Señor, explícanos esta parábola: lo que sale de la boca hace impuro al hombre, no lo que entra". Jesús le contesta: "También vosotros estáis sin entendimiento". Pedro es, pues, un hombre que tiene valentía, desea entender algo, pero su conocimiento de las cosas de Dios es todavía muy embrional, todavía en movimiento y esto se manifiesta en todo su camino.

El siguiente capítulo (/Mt/16/16ss) nos muestra el punto culminante de este camino; Pedro, en nombre de todos, es el único que tiene la valentía de hablar, y a la pregunta de Jesús: "¿ Y vosotros quién decís que soy yo?" contesta: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús: "Bienaventurado tú, Simón, hijo de Juan, porque no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Te daré las llaves del Reino de los cielos".

Ante estas palabras Pedro se siente muy contento: ha correspondido a la confianza que el Maestro ha puesto en él. El lo llamó cerca de la barca cuando todavía era un pobre pescador, un rústico, tuvo confianza, y él ahora ha demostrado que sabía corresponder. Claro que Jesús dijo: "La carne ni la sangre te lo han revelado"; por tanto, la revelación es de Dios, pero le fue hecha a él, a Pedro; Dios le dio la posibilidad de hacer esta manifestación y por tanto de tener una responsabilidad en el Reino. Esto, naturalmente, no le disgusta, como no nos disgusta a ninguno de nosotros.

Imaginémonos, pues, el desconcierto de Pedro cuando, inmediatamente después, piensa abrir la boca y ejercer un poco sus funciones, se le contesta duramente. En efecto, cuando Jesús, inmediatamente después, comienza a decir abiertamente que debe ir a Jerusalén, sufrir mucho por parte de los Ancianos, de los Sumos Sacerdotes, de los Escribas, ser muerto (aquí aparece la Pasión por primera vez), Pedro, como hombre prudente, no lo contradice en público, sino que lo lleva aparte para decirle al Maestro con honestidad algo que le será útil. Lo recombino diciendo: "¡Dios te libre, Señor, no te sucederá eso!".

Es una palabra que le nace del corazón, porque Pedro ama mucho a Jesús y cree que ellos son los que deben morir y no él, que debe seguir adelante por el Reino. Me parece que Pedro es muy generoso, prefiere él morir, porque sabe muy bien que la vida que han comenzado está llena de contrastes, hay enemigos, hay dificultades. No se hace ilusiones, pero razona lógicamente: si la Palabra calla, ¿quién la dirá? La Palabra no debe callar, entonces preferimos morir por ti.

Nos podemos imaginar, pues, el desagrado, el desconcierto por la respuesta de Jesús: "Lejos de mí, Satanás, pues eres mi obstáculo, porque tus sentimientos no son los de Dios, sino los de los hombres". Pedro ha hablado con toda generosidad de su corazón, ha hablado por el bien de Jesús y de los compañeros para que la Palabra permanezca, y ahora se lo trata como si fuera Satanás. Está confundido, calla y no hace lo único que me parece tenía que hacer: pedirle al Señor que le explicara, y manifestarle su perplejidad. Poco después lo encontramos de nuevo con su plena confianza de "mayordomo" del Reino, cuando (en el Mt 17, 4), en el monte de la Transfiguración toma la palabra y dice: "Señor, qué bien se está aquí". De nuevo toma la palabra por todos, ya ha comprendido que le toca a él interpretar el pensamiento común: "Si quieres haré aquí tres tiendas, una para ti, una para Moisés y otra para Elías". Tratando de ponerme en la sicología de Pedro leo en estas palabras suyas: ¡proveo yo! Y con mucha generosidad, porque no piensas hacer una tienda para él; él es ahora quien organiza el Reino de Dios. Mateo no lo dice, pero Lucas añade: "El no sabía lo que decía".

Ciertamente aquí brota la alegría de tener un puesto y de querer hacer lo posible para ser digno de la confianza que se ha puesto en él. Puesto que el Reino de Dios es algo grande, hay que hacer cosas grandes, por tanto una tienda para cada uno, que en Oriente es un lujo grande. Ciertamente aquí Pedro no reflexiona mucho sobre sí mismo, dice lo que le parece, y Jesús no lo reprocha, porque la escena cambia inmediatamente.

Se escucha la voz de lo alto: "Este es mi Hijo en el cual me he complacido". Tal vez Pedro hubiera podido comprender que no era el caso de hacer tres tiendas, sino mirar a este Hijo, el modo de comportarse, cómo Dios lo está manifestando en la gloria y en la pobreza; pero todo esto no le cabe en la cabeza.

Podemos imaginar el momento cuando bajan de la montaña y se acercan a la muchedumbre que está cerca del lugar en donde el epiléptico no ha podido ser curado por los discípulos: Pedro, Santiago y Juan están de parte de la razón, son los que no se han quemado con el experimento fracasado. Creo que Pedro con una cierta satisfacción interna se una a Jesús que dice: "Oh generación incrédula y perversa, hasta cuándo estaré con vosotros" pensando que ciertamente, si hubieran estado ellos, lo habrían curado, mientras estos otros discípulos "de segunda clase" no fueron capaces de hacerlo.

En este capítulo hay otro episodio muy interesante, rico de simbolismo (en /Mt/17/24-27): el episodio del impuesto del Templo, en el que Jesús dice despreocupadamente: echa el anzuelo, agarra el primer pez y entrega la moneda. Lo que impacta es: "Tómala y entrégala a ellos por mí y por ti". Me parece muy hermoso este gesto de Jesús de entregar una sola moneda por él y por Pedro, parece una advertencia: fíjate que estamos juntos, trata de unirte a mi destino y no pretenderás tener uno distinto para ti, o mirar al mío como separado del tuyo.

No sé si Pedro entendió la riqueza de significado de esta única moneda, la delicadeza de esta palabra. En efecto, lo vemos aquí no ya directamente citado, sino junto con los diez, en el cap. 20, 24-28 dice Jesús: "Sabéis que los príncipes de las naciones las tiranizan, y que los grandes las oprimen con su poderío. No será así entre vosotros, sino que aquel de entre vosotros que quiera ser grande, que sea vuestro servidor; y el que quiera de entre vosotros ser el primero, que sea vuestro siervo. Como el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir, y a dar su vida en redención de muchos".

El texto no dice qué pensarían los apóstoles, pero es claro, por lo que sigue, que todavía no han comprendido. Jesús habla, pero como nos sucede también a nosotros con frecuencia, escuchamos las cosas pero no las realizamos, es decir, no las percibimos hasta cuando un acontecimiento imprevisto, duro, no nos pone en contacto con la realidad. Tenemos, pues, el mismo fenómeno, el sicológicamente ya codificado del punto ciego; es decir, hay cosas que no vemos, ante las que somos ciegos o sordos; las cosas que nos dicen y se nos repiten, decimos que las entendimos, pero no las asimilamos. Pedro se encuentra en esta misma línea. Muchas veces tenemos esta experiencia sobre nosotros o tal vez sobre los demás: comprendemos solamente lo que podemos experimentar, lo demás es agua que pasa.

-El drama de Pedro.

Pasemos ahora directamente a los últimos puntos del drama de Pedro, que hemos visto tan poco preparado (/Mt/26/32-35). Mientras se dirigen al Huerto de los Olivos, después de haber cantado el himno al final de la cena, dice Jesús: "Todos vosotros tendréis en mí ocasión de caída esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño". Aquí se hace ver la debilidad de los apóstoles: son como ovejas, si no está el pastor, no saben hacer nada.

"Pero después resucitaré e iré delante de vosotros a Galilea. Mas Pedro le respondió: Aunque fueras para todos ocasión de caída, para mí no. Jesús le dijo: En verdad te digo que esta misma noche, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces. Pedro le dijo: Aunque tuviera que morir contigo, no te negaré. Y lo mismo dijeron todos los demás". Reflexionemos un instante sobre estas palabras. Naturalmente, tenemos que creer en la honestidad de Pedro y en su generosidad. Aquí ciertamente Pedro habla creyendo conocerse plenamente a sí mismo, y de todo corazón. En el fondo, acaba de recibir la Eucaristía, sale del momento culminante de la vida de Jesús, no podemos pensar que hable con ligereza; sus palabras son también muy hermosas: aunque tuviera que morir contigo. Aquel "contigo" es la palabra esencial de la vida cristiana.

Podría pensarse que aquí Pedro ya ha comprendido el sentido de la única moneda para dos: estoy contigo, Señor, en la vida y en la muerte. ¿Cuántas veces hemos dicho esto? Los Ejercicios de San Ignacio nos hacen decir en la famosa parábola del Reino: "Quien quiera venir conmigo", por tanto, es una palabra clave. Pedro dice una palabra muy exacta, es sincero, no se equivoca en las palabras. Pero Jesús no ha dicho: "me negaréis", sino "os escandalizaréis"; según la expresión bíblica: encontrarás una piedra imprevista. El escándalo es un obstáculo imprevisto que sirve de trampa.

Para los discípulos será el imprevisto contraste entre la idea que tenían de Dios y la que se revelará en aquella noche. El Dios de Israel, el grande, el poderoso, el vencedor de los enemigos, que por lo tanto no abandonará jamás a Jesús, es su idea de Dios, la que aprendieron del Antiguo Testamento. Jesús les advierte que nunca sabrán resistir al contraste entre lo que piensan y lo que va a suceder.

Pedro no acepta para él esta advertencia, cree que conoce al Señor totalmente; ya aceptó el reproche anterior, ya entendió que tiene que confiar plenamente en Jesús, por eso va hasta el fondo, o por lo menos trata de ir hasta las últimas consecuencias: "Aunque tenga que morir contigo, no te negaré". D/IMAGENES-FALSAS CZ/CONOCIMIENTO

Aquí yo veo no sólo un poco de presunción en el no conocerse, sino también un error: cree tener ya la idea de Dios, pero no la tiene todavía, porque ninguno tiene la verdadera idea de Dios hasta cuando no haya conocido al Crucificado.

Además, Pedro sí habla de muerte, pero por lo que sigue me parece que entienda la muerte heroica, la muerte del mártir, gloriosa; morir con la espada en la mano, en el heroísmo, como los Macabeos, como los héroes del Antiguo Testamento: la muerte de aquel en cuyo último grito contra los enemigos aparece brillante la verdad de Dios, la injusticia y la vergüenza de quien ha tratado de asaltarlo. Creo que Pedro llegue hasta aquí, pero no acepta morir humillado, en silencio, siendo objeto de la burla pública.

Leamos el siguiente trozo (/Mt/26/37-45): "Tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a sentir angustia. Y les dijo: Triste está mi alma hasta la muerte. Quedaos aquí y velad conmigo. El, avanzando un paso más, cayó de bruces y oraba diciendo: Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; mas no sea como yo quiero, sino como quieres tú. Volvió a los discípulos, los encontró dormidos, y dijo a Pedro: ¿Con que no habéis podido velar una hora conmigo?".

Parece imposible que Pedro tuviera tanto sueño después de acontecimientos tan excitantes como los de esa noche, después de la Eucaristía, después de las palabras del Maestro. Como todos, él había visto que en la ciudad la gente corría, que algo se estaba tramando, corrían voces, había reuniones. En semejantes ocasiones ninguno de nosotros nos dejamos llevar por el sueño, el nerviosismo se apodera de nosotros y esto no deja dormir.

Me parece ver en el sueño de Pedro ese disgusto sicológico de una situación inaceptable como la de Jesús en el Huerto. Poco antes había dicho Pedro: moriré contigo, vamos juntos a una muerte heroica, cantando contra el enemigo; en cambio, Jesús siente miedo, y comete el error de revelarse, de mostrar su verdad que los otros no están preparados para recibir.

Entonces, comienza el escándalo ante un hombre que tiene miedo, que se asusta. De aquí el desconcierto y el deseo de no pensar en eso, como nos sucede a todos nosotros ante ciertos sufrimientos de amigos, de personas queridas, porque no podemos soportarlos todos juntos, no tenemos la fuerza suficiente. Entonces sucede en la siquis una fuerza muy poderosa de cancelación, esto es, ese desánimo de quien no sabe ya qué hacer. A Pedro le bastó que Jesús se revelara "auténtico" y no fuera más el Maestro en el que se apoyaban, el que siempre tenía la palabra precisa, sino un hombre como los otros, un amigo para consolar, y esto lo hizo escandalizar, hizo que ya no entendiera nada. "Tenían los ojos cargados", pesados, dice el Evangelio: esta me parece también una expresión que hace pensar en un estado de enceguecimiento interior, de confusión mental que pesa sobre el espíritu y lo hace turbio, ofuscado.

Jesús tiene que orar solo y cuando vuelve a despertar a los discípulos sufre un nuevo choque: le ven la cara tan asustada, angustiada, y empieza a aparecer la duda: ¿es en verdad el Mesías? ¿Cómo puede Dios manifestarse en un hombre tan pobre? Este Jesús que se humilla, que parece un trapo, que camina con inseguridad, los desconcierta cada vez más, derrumba su castillo de fuerzas mentales, su idea de cómo Dios debe manifestarse y debe salvar a un hombre que le ha sido fiel, que es su Cristo.

Este titubear interior de Pedro se derrumba, cuando llega "Judas, uno de los Doce, con mucha gente, espadas, palos", se acerca a Jesús y lo besa. Jesús no reacciona, solamente dice: "¡Amigo, a esto has venido!", luego lo arrestan: "Echaron mano a Jesús y lo prendieron.

Uno de los que estaban con Jesús, sacó la espada, hirió al siervo del pontífice, y le cortó una oreja". Pedro, pues, hace el último intento de morir como un héroe. Naturalmente, ante la multitud es un acto desesperado, pero también valiente.

Pero el último golpe a su ya demasiado mezquina seguridad, que aquí ha buscado un desquite, es la palabra de Jesús: "Mete la espada en la vaina". Jesús desautoriza públicamente a Pedro, que ya no entiende nada y se pregunta por qué el Señor los invitó a seguirlo, siendo que quería morir.

Peor aún, si ahora Jesús parece dialogar con sus adversarios: "¡Habéis venido a prenderme como contra un ladrón, con espadas y palos!. Todos los días enseñaba sentado en el Templo, y no me prendisteis. Pero todo esto ha sucedido, para que se cumplan las Escrituras de los profetas". Si nosotros no podemos echar mano a la espada, piensa Pedro, ¿por qué no vienen esas famosas legiones de ángeles, por qué Dios no salva a su consagrado, o por lo menos lo hace arrestar en el Templo, mientras la muchedumbre grita y se hace un tumulto? En cambio, así, en la noche, ¡como si fuera un malhechor! ¡Y él no reacciona!.

Entonces, dice el texto en el versículo 56: "Todos los discípulos lo abandonaron y huyeron". Aquí se ve precisamente su desconcierto, claro que no total, porque conservan por lo menos la fe, en el fondo, pero como nos sucede también a nosotros, los pensamientos tenebrosos se agrupan tanto que nos parece que ya no entendemos quién es Dios.

Pedro está confuso también en su identidad: ya no sabe quién es, qué tiene que hacer, cuál es su papel en el Reino de Dios, no sabe quién es este Jesús que se ve abandonado por Dios. Todo esto se resuelve en el ánimo de Pedro que, a pesar de todo, ama muchísimo a Jesús y, por tanto, como dice inmediatamente después, en el versículo 58: "Lo había seguido de lejos". No se atreve a seguirlo de cerca, porque ya no sabe qué es lo que debe hacer, pero no puede menos de seguirlo.

Es un hombre dividido, que ya ha sido atraído por Cristo, pero siente al mismo tiempo que quiere rechazarlo, por eso lo sigue de lejos: he aquí el compromiso, negación, que no es, me parece, sino la manifestación, ahora pública, del desconcierto de Pedro. No sabiendo ya quién es él ni quién es Jesús, Pedro da respuestas que, paradójicamente, son verdaderas. "Se le acercó una criada y le dijo: Tú también estabas con Jesús, el galileo. Pero él negó ante todos, diciendo: No sé qué dices'. Esto es un acto de bellaquería, pero que no nace del puro miedo, porque Pedro estaba listo a morir, sino del desconcierto.

A la segunda pregunta: "Este estaba con Jesús el Nazareno, negó: no conozco a ese hombre". Aquí parece que el Evangelista juega con el doble sentido: en verdad no sé quién sea ese hombre, para mí ahora es un enigma, ya no puedo hacer nada por él, porque no sé quién sea, no sé qué es lo que quiere, todo se está derrumbando. Dios siempre interviene en favor del justo, luego este no es justo, nos ha engañado. Este estado de confusión lo lleva a jurar y a imprecar contra ese hombre.

-La conversión.

Añade el evangelio: "Inmediatamente cantó un gallo. Y Pedro se acordó de las palabras de Jesús: antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Salió afuera y lloró amargamente".

El evangelista es sumamente sobrio, pero nosotros podemos preguntarnos qué fue lo que sucedió. El canto del gallo parece llegarle a un hombre todavía confundido, después el recuerdo de la palabras de Jesús, luego gradualmente la percepción: Jesús había querido en realidad todas estas cosas, y si corresponden a su plan, corresponden también al plan de Dios. Entonces no he captado nada el plan de Dios, he sido un ciego durante toda la vida, he vivido hasta ahora con un hombre del que no he entendido nada.

Dice Lucas: "Jesús pasó y lo miró". Mateo no habla de eso, pero podemos intuirlo simplemente por la escena. Pedro piensa: ese es el hombre a quien yo no he comprendido, de quien siempre me serví en el fondo para tener una posición de privilegio, y que ahora va a morir por mí.

Nace el conocimiento de Jesús y de sí mismo, finalmente se rompe el velo y Pedro comienza a intuir entre lágrimas que Dios se revela en Cristo abofeteado, insultado, renegado por él, Pedro, y que va a morir por él. Pedro, que hubiera querido morir por Jesús, ahora comprende: mi puesto es dejar que él muera por mí, que sea más bueno, más grande que yo. Quería hacer más que él, quería precederlo, en cambio es él quien va a morir por mí que soy un gusano, que durante toda la vida no fui capaz de entender qué sería; ahora él me ofrece esta vida suya que yo he rechazado. Pedro entra, por medio de esta laceración, esta humillación vergonzosa, en el conocimiento del misterio de Dios. Pidámosle a él que nos conceda también a nosotros entrar un poco, a través de la reflexión sobre nuestra experiencia, en este conocimiento del misterio de la Pasión y de la Muerte del Señor.

Oremos juntos:

Señor, Hijo de Dios crucificado,
nosotros no te conocemos.
Nos es muy difícil reconocerte en la cruz,
reconocerte en nuestra vida.

Te pedimos que nos abras los ojos,
que nos hagas ver el significado de las experiencias dolorosas
a través de las cuales tú rompes el velo de nuestra ignorancia,
nos permites conocer quién es el Padre que te ha enviado,
quién eres tú que nos revelas al Padre en la ignominia de la Cruz,
quiénes somos nosotros que tenemos una revelación tuya
en la humillación de nuestra pobreza.

Te pedimos, oh Señor,
que te sigamos con humildad por el don de tu Espíritu,
que contigo y con el Padre vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Actitudes del evangelizador / Autor: Carlo M. Martini


ANUNCIAR EL EVANGELIO HOY
A propósito de la «nueva evangelización»


Al enunciar nuestro punto de vista sobre la "nueva
evangelización", queremos resaltar lo que nos parecen algunas de
las condiciones para un anuncio eficaz de la Buena Nueva aquí y
ahora. Queremos, sobre todo, compartir una esperanza con todos
aquellos y aquellas que desean irradiar el Evangelio. No es
cuestión, en nuestro caso, de hablar como especialistas de la
animación cristiana: la misión pertenece al conjunto de los
creyentes; es a todo el Pueblo de Dios al que ha sido confiada
esta responsabilidad.

1. Para evangelizar, salir de las fronteras del «mundo católico»

La llamada que nos ha sido hecha habla de "nueva
evangelización". Pero es preciso no privar a la palabra de su
fuerza. Evangelizar es hacer de manera que el Evangelio sea una
buena noticia allí donde ya no está, o no está todavía, y
transforme el espíritu y la vida de quienes lo reciben.

No se trata únicamente, por tanto, de asegurar más firmemente
nuestra identidad católica ni de devolver su consistencia a una
cultura cristiana en vías de extinción. No se trata de unirse a
quienes, en el tropel de las actuales tendencias a la restauración,
pretenden "volver a poner a la Iglesia en medio de la ciudad", ni se
trata de recuperar una audiencia perdida.

¿No conviene, por el contrario, levantar acta, con toda
franqueza, del pluralismo de nuestra sociedad y procurar descubrir
en ella la acción. del Espíritu de Dios y entregarnos a esa acción?
Esta búsqueda implica un compromiso con el mundo muy
concreto de nuestro país para descubrir en su interior, entrando
en su juego -un juego en el que nosotros no hemos dictado todas
las reglas-, las semillas de vida, los nuevos valores que podrán
contribuir a anunciar la Buena Nueva.

Un camino semejante, hecho de interpelaciones y de cuestiones
que nosotros todavía no hemos resuelto, nos conducirá a perder
un poco de nuestras seguridades y a tomar la medida de la poca
eficacia de nuestras respuestas o, al menos, de nuestras maneras
de responder hasta aquí.

Con relación a las posiciones actuales de nuestro catolicismo,
esta actitud comporta riesgo e incertidumbre, entrar en una suerte
de "vacío" (una "kénosis", como dicen los teólogos)
Para muchos de entre nosotros (para todos en cierta medida) y,
sin duda, para nuestras instituciones, esta llamada a evangelizar
resuena como una invitación a un cambio profundo, incluso a una
conversión. Lo que se pide es ciertamente reconocer nuestras
mediocridades espirituales, pero también ponernos a buscar lo
que Dios espera de nosotros, en el mundo tal como es.

2. Confesar nuestra fe en Ia cultura contemporánea

Este mundo donde el Espíritu obra escapa a nuestro dominio:
nos trastorna. No solamente a los cristianos. De cara a las
cuestiones inéditas que suscitan las transformaciones sociales
actuales, todos estamos obligados a vivir en medio de problemas
no resueltos y a buscar continuamente resolverlos. Vivimos, sin
embargo, en esta cultura que no nos es extraña, puesto que
nosotros la hacemos. Es en ella donde nos es preciso reconocer y
confesar a Jesucristo.

Sin duda, a veces es fuerte la tentación de reservarnos enclaves
o de volverlos a crear. Sin duda, hay también espacios en nuestra
vida que están ya evangelizados. Pero a lo que no estamos
invitados es a rendirnos, si no queremos quitar su valor a la
palabra "evangelizar".

Todos no están llamados a hacer la misma cosa. Pero es
esencial al cristiano vivir con esperanza la cultura de su tiempo.
Es importante que algunos de nosotros se comprometan -como
lo han hecho nuestros predecesores- en las prácticas culturales
contemporáneas, para mejor descubrir en ellas las promesas y las
esperanzas, para conocer también sus ambigüedades y aporías.

El desafío ¿no es al mismo tiempo hacerse capaz de interrogar la
cultura a partir de nuestra fe y ponerse en situación de recibir de
esta cultura algo que renueve nuestra exposición cristiana?
Ciertamente, las respuestas que podremos proponer no tendrán
una evidencia tal que puedan convencer a todos los espíritus, ni
siquiera serán plenamente satisfactorias para nosotros. Pero la fe
no avanza sin renovaciones permanentes y sin búsquedas.

Evangelizar no puede ser simplemente repetir las verdades
conocidas con las fórmulas inmutables debidamente
autentificadas. Por la libertad que da el Evangelio, ¿no tenemos
que inventar nuevos lenguajes, manifestar aperturas, indicar
alternativas inéditas, abrir caminos no señalados? La fe en
Jesucristo, lejos de encerrarnos en un cuadro de soluciones
hechas, debe darnos dinamismo para esta búsqueda..

En una sociedad masivamente tecnificada, la fe cristiana ha
dejado de ser un elemento central y organizador: se presenta
como una opción entre otras.

No somos nostálgicos de la cristiandad. Tomar parte en este
pluralismo no es, a nuestros ojos, un abandono. Aquí también nos
es preciso escuchar "lo que el Espíritu dice a las Iglesias".
No se presenta el Evangelio como la única vía. Esto es una
suerte para que resplandezca en su trascendencia y en su
gratuidad. Si el Evangelio puede tener un impacto en el seno de
nuestra cultura, es porque será seductor para ayudar a vivirla a
aquellos que se dejen seducir.

Pero ¿qué seducción sería posible si no se nos ve
comprometidos en las tareas y los problemas de nuestro tiempo,
con todos los otros ciertamente, pero animados por esta Presencia
que da sentido a lo que vivimos, "prontos a dar cuenta de la
esperanza que nos invade"?

La insistencia en la seducción no debe, sin embargo, velar todo
el carácter "racional" del trabajo molesto y de la cultura
contemporánea; la indagación del sentido en las mediaciones,
entre otras, de las disciplinas científicas que buscan captar los
elementos de esta cultura, deja un camino en el cual la seducción
se enunciará quizás en términos de coherencia, pero no podrá ser
el camino sin salida de un trabajo a menudo austero sobre tierras
áridas.

3. Escuchar al otro

Una característica de nuestro catolicismo es, sin duda, la
multitud de sus instituciones. Esta riqueza nos hace a veces más
difícil escuchar al "otro". Para evangelizar en el sentido que hemos
dicho, el primer paso es quizás el cambio de costumbres.
Para desestabilizarnos en el interior de nuestras confianzas nos
es preciso comenzar por escuchar lo que dicen los hombres y las
mujeres de nuestro tiempo. La mayor parte, por lo demás, no
esperan al principio una palabra, sino que se les escuche. Para
hablar diez minutos, decía uno de nosotros, es preciso saber
escuchar tres horas con "simpatía".

Escuchar al otro, al diferente, cualquiera que sea su estatura, su
prestigio o su habilidad, no es cosa natural. Es alcanzar de este
lado (¿o del otro lado?) lo que pueda decir de sí mismo. Es
acercarse a él como Jesús a la Samaritana o a los discípulos de
Emaús, con una pregunta que no es de pura pedagogía -¡Dios nos
libre de ese género de estrategia!-: ¿Dónde estás tú? ¿Qué dices
tú de ti? ¿Cuál es tu esperanza y tu sufrimiento?

Nosotros no tenemos influencia sobre la Palabra revelada; es la
Palabra la que se revela a nuestra escucha: nosotros discernimos
su marcha en los corazones y en la historia. "Contemplativos en la
acción": esta bella fórmula de la tradición ignaciana no designa
poca cosa. Quiere decir "en nuestras diversas tareas". Sean
propiamente ministeriales o, más ampliamente, sociales, políticas,
culturales, científicas. Contemplativos de la acción del Espíritu en
nuestro mundo. Buscadores de Dios en la modernidad. Antes de
hablar, dejarnos evangelizar por este Espíritu que "hace nuevas
todas las cosas".

4. Los jóvenes y la novedad del mundo

Los jóvenes a menudo nos despistan. Aparte de su diversidad,
aparecen en su conjunto como muy diferentes a nosotros. Algunos
de sus problemas son también, sin duda, los nuestros. Pero ellos
se los proponen de otra manera. Como reacción, a veces, contra
nuestros modos de vivir o de pensar, rechazan nuestros análisis.
Su modo de conocimiento y razonamiento está formado tanto por
las asociaciones de imágenes como por las conexiones lógicas. La
informática está a punto de modificar su aprendizaje y su manera
de reaccionar.

Se puede observar que, en general, su marcha hacia la edad
adulta es inversa a la nuestra. Nosotros hemos empezado siendo
miembros de una familia, habitantes de un pueblo, de un país.
Ellos son de todas partes, asaltados por mil doctrinas y mil
imágenes. Hijos de la cerrada red de las comunicaciones. Mientras
que nosotros, muchas veces, hemos debido dejar las células
protectoras de la familia o del grupo, ellos aparecen a menudo a la
búsqueda de una red próxima, afectiva, donde puedan ser
reconocidos en lo que tienen de propio.

Sin duda, sus aspiraciones son en parte parecidas a las de
todos los jóvenes de la historia, pero su voluntad de integración en
el conjunto del grupo social es diferente de la nuestra. Se oponen
a ser catalogados con referencia a valores o instituciones que les
parecen anticuados.

Aspiran a ser los amos de su propio destino y comparten a
menudo el sentimiento de impotencia de muchos adultos de cara a
la complejidad del mundo que les rodea. Experimentan a veces la
necesidad de verse acompañados en este aprendizaje de un
mundo cuya herencia no pueden rechazar. En este sentido,
desean poder compartir no sólo un "savoir-faire", sino también una
experiencia de vida. Volveremos sobre esto.

Estos rasgos no pretenden tanto trazar un retrato de los jóvenes
cuanto esbozar el contenido de su novedad. Los jóvenes son la
novedad del mundo. Destinados a vivir en un mundo muy diferente
del de nuestra juventud, constituyen el futuro del mundo.
Pero lo que ellos nos aportan y nos enseñan no es solamente
"el mundo de los jóvenes", es "el joven mundo" de la eclosión, a la
vez amenazado y prometedor. Lo que nosotros tenemos que hacer
es quizás, antes de nada, reconocer lo que en él se busca de Dios
y del Reino. Lo que nosotros podemos aportarles es, sin duda,
ante todo, este reconocimiento, esta otra visión.

5. Leer positivamente la nueva cultura

No queremos más que indicar una actitud, sugerir una dimensión
esencial de la tarea evangelizadora. Hablar de la juventud es
abordar, lo hemos dicho, un mundo que cambia y que
desconcierta. Todo cambio comporta, ciertamente, su parte de
ambigüedad y de error. Y a este propósito, es sin duda demasiado
fácil denunciar, una vez más, la droga, la violencia o, a la inversa,
el nuevo conformismo de una juventud fascinada por el éxito
económico. Adoptar una actitud semejante es intentar ratificarse a
bajo costo o justificarse sin entrar en la cuestión. Lo que importa
hacer es, más bien, ayudar a los jóvenes a discernir la parte
positiva y la parte negativa de sus experiencias, comenzando por
reconocer que están llenas de promesas.

Buscar signos de esperanza. ¿Cómo? En principio, no sólo en
las nuevas comunidades donde los jóvenes se encuentran
descubriendo con asombro el frescor del Evangelio. No sólo en
esos nuevos lugares de meditación donde la hospitalidad hindú se
une a la tradición contemplativa o cristiana y donde algunos optan
por echar mano de todo. Estos índices, que tienen su valor, son
demasiado limitados para que se pueda hablar de "signos de los
tiempos". No; es en lo que marca la "nueva cultura" donde hemos
de leer la esperanza: en este mundo brillante, sobreinformado,
planetario, en este mundo del pensamiento asociativo, en este
mundo de la red [o en-redado].

Leer la esperanza allí donde están los jóvenes.
En su ausencia de raíces y su olvido de la historia, leer la aptitud
para reinventar las reglas del vivir juntos, de recomenzar de
nuevo, de responder a las llamadas inéditas del Espíritu.
En su gusto por el consumo inmediato y su negativa a acumular,
leer la disponibilidad a vivir con poco, a preferir la calidad de la
vida aquí y ahora, a ser como "los lirios de los campos y los
pájaros del cielo".

En su búsqueda de relaciones humanas más cálidas y sin
barreras, leer la preocupación de acoger a cada uno por lo que es
él en sí mismo y no solamente a partir de lo que hace o de lo que
gana.

En las distancias tomadas con relación a la institución del
matrimonio, leer la fe en la inventiva del amor.
El el "nunca más eso" de los jóvenes parisinos después de la
muerte de Malik Oussekine, percibir el rechazo de Dios de cara a
nuestras violencias.

En las muchedumbres de jóvenes que se manifiestan contra la
carrera de armamentos, ver la lucha del Dios de Jesucristo contra
las fuerzas de muerte operantes en la historia.
Sin duda, este primer tiempo de lectura no dispensa de análisis
más complejos, por ejemplo para estudiar y combatir las causas de
la violencia.

Pero no es preciso rechazar esta etapa de la lectura favorable
en busca de signos de esperanza. Sería falta de sabiduría
condenar demasiado pronto sin tomarse la molestia de buscar la
significación de los acontecimientos y los comportamientos. Creer
en la Buena Nueva invita a sobrepasar esta lógica del buen
sentido, de corta vista y de mirada superficial.

6. Hablar, en primer lugar, por nuestros actos

Leer nuestro tiempo como el hoy de Dios no puede bastar.
Nuestra misión es también decir el Evangelio. ¿Cómo hablar sin
actuar? La primera palabra es, evidentemente, el testimonio de
nuestras comunidades y los compromisos de cada uno.
Soñemos. Soñemos con todo un Pueblo de Dios constituido por
comunidades alegres, dinámicas, acogedoras -¡las hay!-.
Soñemos con una Iglesia que no fuera tanto "cuerpo constituido" y
sí un poco más fermento de fraternidad y de reconciliación,
testimonio de un entendimiento posible en nuestras diferencias,
aprovechando todas las ocasiones para anunciar por nuestros
actos que un entendimiento es posible.

Que se nos reconozca nuestra pasión por la apertura al otro, al
diferente.

Que se nos reconozca nuestra resolución de luchar contra todo
lo que aliena al ser humano, lo que prejuzga sistemáticamente;
como en el Evangelio, que nos hace ver la realidad con los ojos de
las víctimas, de los abandonados a su suerte, de los que el
Evangelio llama los "pobres", los "pequeños", los "insignificantes",
los "pecadores" (a los ojos de los prudentes).

Que se nos reconozca nuestra solidaridad frente al miedo de los
jóvenes ante el paro, nuestra insistencia en reclamar y buscar
tareas sensatas -no es que falte el trabajo en términos de
necesidades sociales.

Que se nos reconozca nuestro no conformismo en el uso del
dinero...

Soñemos aún. Soñemos ver multiplicarse entre nosotros los
lugares, aunque pequeños, donde este estilo evangélico pueda a
la vez vivirse y decirse: esos lugares de experiencia sin los cuales
una palabra del Evangelio o una catequesis, incluso válida en sí,
corre el peligro de seguir siendo inoperante durante mucho
tiempo.

7. Hablar es también decir lo que nos hace vivir

.... pues ¿cómo vivir sin decir también lo que nos hace vivir? No
hablar de un Dios venido del exterior de nuestra experiencia del
mundo, sino del de nuestra "contemplación en la acción". El que
da un nombre a lo que nosotros vivimos, el que nos da el don de
creer, de esperar, de amar, allí donde nosotros amamos, creemos,
esperamos verdaderamente. El que nos seduce.

Seducción: es la palabra que vuelve una vez más. Seducción,
lenguaje de amor. Uno habla, y la palabra resuena en el otro
dejándole su libertad, despertando su libertad. Uno habla por
amor. Por amor del Otro y de los otros.

Decir es proponer, no imponer. Incluso en la educación. Es dejar
trabajar a la Palabra. Es abrir el camino al reconocimiento de la
acción de Dios en Jesucristo, con la conciencia viva de que "nadie
viene a El si el Padre no lo atrae".

Evangelizar es relatar la experiencia de Jesús. La vivida por
Juan, por Pablo, por la comunidad de Mateo o de Lucas. Y también
por las comunidades de nuestras ciudades y de hoy. Es relatarla
de tal suerte que aquellos y aquellas que están ya "atraídos por el
Padre" vengan a Jesucristo. Es hacer de manera que lo que hay
de mejor en ellos se reconozca en el rostro de Jesucristo. Fuera
de eso, decir que Jesús es Hijo de Dios tiene el peligro de que no
tenga casi sentido para las personas a quienes se habla.

Decir la Buena Nueva es ponerse al servicio del Espíritu, es una
"diaconía del Espíritu". Sin ingenuidad. La palabra que anuncia la
esperanza, más allá de la ambigüedad de las situaciones vividas
en nuestro país, en nuestra época, no desconoce los riesgos.
Riesgos de errar, de compromisos con el espíritu del tiempo, de
ver con el espíritu del mal, hábil para tomar las apariencias de
espíritu de luz. Tarea de discernimiento, pues, para la cual
nuestra tradición jesuítica nos ha formado, pero que es una
herencia de la Iglesia. Es allí donde Dios actúa, allí donde nos
llama a actuar, a evangelizar.

8. Evangelizar, por tanto, aquí y ahora...es salir de nuestras fronteras y arriesgarnos en terreno descubierto;

-es ir allí donde se presentan las cuestiones cruciales de
nuestro tiempo, de las cuales no tenemos todavía las soluciones;

-es renunciar a presentarnos como los únicos poseedores de la
verdad y levantar acta, tranquilamente, alegremente, del
pluralismo de nuestra sociedad;

-es tratar de comprender lo que dicen los "otros", los no
cristianos, por quienes Dios nos habla también;
-es creer en el mundo de los jóvenes y en la juventud del
mundo;

-es leer la esperanza en el corazón de la cultura en gestación;
-es creer verdaderamente que el Evangelio es Buena Nueva y
contemplar los signos de la venida del Reino de Dios, y es decir
nuestra contemplación;

-es también proponer sin imponer, lo cual supone discernir, más
que condenar; y anunciar, más que denunciar;

-es dejar que obre en nosotros, alrededor de nosotros, de
nuestras comunidades, en nuestras ciudades, la seducción del
Evangelio, porque primero nos ha ganado el corazón a nosotros.

¿Qué se entiende por evangelizador?

Con el término "evangelizador" me refiero a ese don particular
edificativo del Cuerpo de Cristo al que se refiere la carta a los
Efesios (/Ef/04/11), en donde se habla de los dones de Jesús
subido al cielo. Estos dones hacen a algunos apóstoles, a otros
profetas, a otros evangelistas, a otros pastores, a otros doctores.
Son cinco dones que San Pablo enumera como constructivos de la
comunidad cristiana para la edificación del Cuerpo de Cristo.
Sabemos que no son los únicos dones, porque en otras cartas de
Pablo encontramos señalados otros carismas; pero en este
versículo de la carta a los Efesios el Apóstol piensa
específicamente en la construcción de la Iglesia. El apóstol es el
que pone el primer fundamento de una comunidad y la sostiene; el
profeta interpreta los designios de Dios para el momento actual
de la comunidad; el evangelista proclama el kerigma, la buena
noticia, y por tanto agrega a la comunidad nuevos fieles que son
atraídos por la palabra de salvación; el pastor protege y conduce
el rebaño que se ha creado; el doctor profundiza, por medio de la
catequesis, la doctrina y la teología, todo lo que forma el cuerpo
de la comunidad. Una comunidad sana, bien fundada, es la que
desarrolla todos estos carismas que, en la historia de la Iglesia, se
han manifestado de diversas maneras: los fundadores de
comunidad es, es decir, los apóstoles y los profetas que
interpretan para el propio tiempo la palabra de salvación, han
pasado luego a otros oficios, a otros servicios eclesiales y, hoy, les
corresponde a los Obispos desempeñar el oficio de apoyo para la
unidad de la comunidad y el compromiso de interpretar para la
comunidad los designios de Dios sobre el presente. Es la acción
magisterial y unificadora del Obispo.

Los dos carismas siguientes, evangelistas y pastores, aunque
son también propios del Obispo, se refieren en particular a los que
tienen el cuidado específico de varios miembros y situaciones de la
comunidad. Concretamente y para buena parte la Iglesia confía
hoy a sus presbíteros la doble tarea de evangelistas y de
pastores; incluso, sobre todo la tarea de evangelistas no está
-como nos lo demuestra el Nuevo Testamento- ligada
exclusivamente a los miembros de la jerarquía y se puede
extender, bajo su guía, a los laicos, como sucede hoy.

Pero la función principal, la responsabilidad fundamental del
evangelizar y pastorear es la que los Obispos condividen con los
presbíteros y que los presbíteros ejercen en cada lugar y en cada
comunidad. La Iglesia vive, si mantiene en sí estos dos dones de
evangelizar y de pastorear en un equilibrio que, evidentemente,
puede variar según las circunstancias y las situaciones. Cuando el
equilibrio se rompe y una Iglesia, por ejemplo, se vuelve solamente
evangelizadora sin pensar en guiar y sostener las comunidades,
tenemos entonces ese tipo de Iglesias entusiastas, en las que
dominan únicamente las fuerzas de ataque, pero no se construye.
Cuando, en cambio, todo el peso se lleva sobre la acción pastoral,
entonces la Iglesia se pastorea a sí misma indefinidamente y
pierde ese punto de expansión que la hace ser Iglesia.

He aquí la importancia de estos dos carismas unidos,
evangelizadores y pastores.

En los evangelizadores prevalece, en cierto sentido, la iniciativa,
el agarre, el ataque, la capacidad de afrontar situaciones diversas,
de captar el mundo que piensa diversamente, de interpretar las
necesidades de los que parecen lejanos, de entrar en el deseo
profundo de verdad, de justicia, de Dios, que hay en cada uno y
hacerlo explícito. Es una actividad que va, en vez de esperar; que
se mueve, en vez de hacer la torre a la que hay que entrar.

Esta actividad se encuentra especificada aquí y allí en el Nuevo
Testamento, pero sobre todo es muy clara en la figura de Felipe.
Felipe es el evangelista, el que representa este tipo de acción. En
Hechos 8, 40 evangeliza varias ciudades corriendo de una a otra;
está presente cerca del carro del eunuco etíope, y luego lo
volvemos a encontrar en otra parte de Palestina, con el ánimo
atento a las nuevas necesidades de la gente. Felipe se atreve a
afrontar al hombre que va leyendo sobre la carroza, y sin esperar
que le pregunten le suscita la pregunta, se la aclara interiormente.
Se le dice, pues, evangelizador al que tiene este don de
euangelistés (Ef 4, 1 1), llamado luego nuevamente en Hechos
21, 8 en referencia a Hechos 8, 40, en donde se describe así su
actividad: "Felipe... recorria evangelizando todas las ciudades". He
aquí una idea concreta de este tipo de carisma que tiene cierta
capacidad para entrar en el ánimo de los demás, para descubrir
las necesidades aunque no expresadas por la gente, para
encontrarse en situaciones en donde parece que hay alejamiento
del Evangelio, para ayudar a recorrer un camino de conversión
descubriendo los gérmenes de la gracia, etc.