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martes, 4 de diciembre de 2007

Los sin techo, «icono de Cristo» sediento de dignidad / Autor: Mirko Testa

Encuentro internacional sobre la pastoral de la calle

(ZENIT.org).- Más de mil millones de personas sin techo hay en el mundo y son cincuenta mil --en su mayoría mujeres y niños-- las que mueren cada día porque no tienen una casa para protegerse, viviendo en condiciones higiénicas inhumanas y con agua contaminada.

Es este el drama a menudo ignorado en la sociedad de hoy que se ha denunciado en el primer Encuentro Internacional de Pastoral de las personas sin vivienda estable, en la sede del Consejo Pontificio de la Pastoral para los Emigrantes e Itinerantes, del 26 al 27 de noviembre pasados.

Cincuenta personas participaron en las dos jornadas de estudio sobre el tema «En Cristo y con la Iglesia, al servicio de los sin morada fija», entre obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, miembros de asociaciones de apostolado y de voluntariado, en representación de 28 países de cuatro continentes.

El encuentro es el tercero de una serie de congresos internacionales y constata la continua atención del Consejo Pontificio a la pastoral de la movilidad humana también en la calle, que ha llevado a la publicación, el pasado mes de mayo, del documento «Orientaciones para la Pastoral de la Calle».

El dicasterio ha reunido a lo largo de los años a agentes pastorales comprometidos en los diferentes ámbitos de este apostolado, promoviendo el primer Encuentro Internacional para la Pastoral de los Niños de la Calle (25-26 de octubre de 2004) y el de Pastoral para la Liberación de las Mujeres de la Calle (20-21 de junio de 2005).

Del congreso han surgido cifras útiles para enmarcar el fenómeno de los sin techo, que incluye tanto a quienes no cuentan con una vivienda estable como a quienes tienen una casa o alojamiento inadecuados. Se ha estimado que, en las ciudades, hay más de cien millones de chicos de la calle, y que millones de personas viven en inmensas barriadas de chabolas.

Además, se calcula que, en los próximos cincuenta años, la población urbana mundial, debido a la tendencia de superpoblación y de la globalización, pueda duplicarse, pasando de 2,5 mil millones a 5 mil millones de personas.

Al indagar en las diversas realidades globales y locales de este fenómeno, emergieron también los motivos principales que impulsan a la gente a vivir en la calle o a perder su vivienda: escasa formación cultural, insuficiente preparación profesional, toxicomanía, alcoholismo, trastornos mentales, aunque también la libre elección de una vida excéntrica.

Al delinear el perfil temático en el encuentro inaugural, el cardenal Renato Raffaele Martino, presidente del dicasterio vaticano que convocaba el encuentro, dijo que «la falta de techo no es algo nuevo. Existió en el momento en el que el pecado apareció en el mundo y nuestros ancestros fueron arrojados del lugar que había sido preparado para ellos».

Dirigiéndose a los presentes, el purpurado subrayó la llamada a hacerse «testigos auténticos y ejemplo para gobiernos y comunidades, invitando a todos a reconocer la dignidad de cada ser humano», y a «ofrecer y a recibir el amor de Dios, en una ‘catequesis activa'». «Sobre todo --subrayó--, en el centro de nuestra actuación debe estar el amor», que da «fuerza a través del encuentro personal con Cristo», alimentado por la oración constante.

Pero todavía más, una profunda «dedicación»: «No es suficiente dar cosas temporales sino que debemos estar presentes a nivel personal en todo lo que hacemos», afirmó el cardenal Martino.

En su intervención, el arzobispo Agostino Marchetto, secretario del Consejo Pontificio de Pastoral para los Emigrantes e Itinerantes, recordó que «desde finales de la II Guerra Mundial, el número de los sin techo en Europa occidental ha llegado a su más alto nivel, con una estimación de tres millones de personas, mientras que en Estados Unidos se habla de 3,5 millones, de los que 1,4 millones son menores».

A pesar de la escasez y dispersión de los datos de países en vías de desarrollo, añadió, «India es unos de los pocos países que han tratado de hacer un censo, en 1981, cuyo resultado es de cerca de 2,5 millones de personas sin techo. Otro censo, hecho diez años más tarde, mostró sin embargo una disminución de más de un millón respecto al anterior».

Añadió que el mayor aumento de personas sin vivienda fija se ha dado en África, Asia y América Latina, donde parece ser que «cerca del 30% de la población vive en asentamientos ilegales, carentes de infraestructuras y servicios, o hacinados en locales deteriorados»

Al trazar las líneas guía para un enfoque pastoral eficaz, el prelado recordó que «la situación de los sin techo no es sólo la de quien no tiene casa, es el derrumbe del propio mundo, la propia seguridad, las relaciones personales y la dignidad. Es la pérdida de la capacidad de tener una vida ‘verdaderamente humana'».

Por esto, dijo, los agentes pastorales deben comprender que no basta con satisfacer las necesidades fundamentales e inmediatas para la supervivencia humana porque «en lo profundo, cada persona sin morada tiene una necesidad originaria, más grande, la de ser aceptada y trata con dignidad».

Toda la comunidad eclesial está por tanto llamada a un acompañamiento generoso y personal «en el delicado camino de recuperación e integración» de los sin techo.

Por último, concluyó invitando a ver en los sin techo »el icono de Cristo que proyecta su sombra sobre el mundo, sobre la Iglesia y sobre la sociedad»; «Cristo manifiesta su presencia en las personas sin morada fija y nos llama a aquél amor y a aquella caridad que son el sello auténtico de su vida».

Por Mirko Testa

domingo, 21 de septiembre de 2008

Relato inédito de la estigmatización del padre Pío:
“Te asocio a mi Pasión”: un don de gracia para la “salud” de los hermanos le dijo Jesús Crucificado MIRKO TESTA/ ROMA, domingo 21 de septiembre de 2008 (ZENIT.org).- El padre Pío de Pietrelcina recibió los estigmas en 1918 de Jesús Crucificado, quien en una aparición lo invitó a unirse en su Pasión para participar en la salvación de los hermanos, en especial de los consagrados. Este particular se conoce gracias a la reciente apertura de los archivos del antiguo Santo Oficio de 1939 (actual Congregación para la Doctrina de la Fe), que custodian las revelaciones secretas del fraile sobre hechos y fenómenos nunca contados a nadie. Leer más...


viernes, 13 de junio de 2008

Eucaristía y pedagogía del amor contra la prostitución femenina / Autor: Mirko Testa

La experiencia de las Adoratrices, una congregación nacida en España en 1856

ROMA, (ZENIT.org).- La mayoría de las mujeres obligadas a prostituirse que recibe un apoyo personalizado e integral, a lo largo de un tiempo adecuado, logra cambiar de vida y recuperar la autonomía perdida.

Es la experiencia relatada por sor Aurelia Agredano, española, de las Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad, durante un congreso internacional dedicado a las religiosas que luchan contra la trata de seres humanos, celebrado en Roma hasta el 6 de junio.

Interviniendo el 4 de junio, sor Aurelia explicó los proyectos llevados adelante por su congregación, nacida en 1856 en Madrid para combatir el tráfico de mujeres para la explotación sexual, y que hoy cuenta con cerca de 1.300 religiosas en 22 países (en casi toda América Latina y también en Japón, Camboya y Vietnam).

La fundadora, santa María Micaela del Santísimo Sacramento, pertenecía a la aristocracia española, y era muy activa desde la juventud en el apostolado y en las obras caritativas. Un vez, visitando a los enfermos del Hospital de San Juan de Dios en Madrid, y prestando asistencia a las muchachas afectadas por enfermedades venéreas, conoció a una joven enferma "la chica del chal", que había caído víctima de la mala vida, convenciéndola para que regresara con su familia. Fue entonces cuando descubrió la realidad social de la prostitución y decidió fundar colegios para ayudar a estas chicas, víctimas de la miseria y la ignorancia.

Sor Aurelia Agredano, que ha vivido durante ocho años en estrecho contacto con esta realidad y con muchachas de diversos países caídas en la red de la trata, ha hablado a Zenit del proyecto "Esperanza", creado en 1999 en España. "Es un programa que pone en el centro a la mujer, con su realidad concreta y que exige una elección hecha en plena libertad", explica.

"Más precisamente -añade--, es un camino marcado por etapas caracterizadas por objetivos concretos y por diversas estructuras de acogida, donde la mujer es la auténtica protagonista y la destinataria de una atención individualizada e integral desde el punto de vista físico, psíquico, social y espiritual".

"De este modo -afirma la religiosa- desde la ‘vida cotidiana' en nuestras ‘Casas de familia', empezamos a recuperar la confianza perdida, empiezan a participar activamente, a recuperar una vida normal con el estudio, la búsqueda de un empleo, hasta llegar a la completa autonomía".

Por las tres casa de acogida españolas han pasado unas cincuenta mujeres, pero son cerca de 300 las que están en contacto. "Somos muy activas en la denuncia social -relata--, con acciones programadas a través de los medios de comunicación, revistas, video; animamos acciones de sensibilización para generar espacios comunes de reflexión crítica, pero sobre todo nos empeñamos en la formación".

"Nuestra fundadora veía en la formación el único medio de salvación o rescate para estas chicas -añade--. Por esto son importantes la promoción y la reinserción sociales, de otro modo se corre el riesgo de hacerlas caer de nuevo en el mismo círculo vicioso".

"El itinerario de liberación de las jóvenes dura cerca de dos años -dice sor Aurelia- y no es sencillo. Al principio hacemos sensibilización en las comisarías, en los centros para inmigrantes, en las embajadas". "En las casa de acogida, vivimos junto a ellas, tratando de crear un clima de familia, con todas las dificultades que se derivan de la diversidad de lengua y de las dinámicas psicológicas consecuencia de los sufrimientos que han padecido".

A menudo, sin embargo, no faltan amenazas y riesgos de chantaje por parte de la criminalidad que gestiona el tráfico. "Tratamos de ser muy prudentes -admite sor Aurelia- y ágiles para cambiar vivienda de un puesto a otro. En Bélgica, hemos tenido que cerrar una casa porque nos habían amenazado".

Al final del itinerario, las chicas pueden decidir si vuelven a su país o se quedan. "En este caso, damos la oportunidad de estudiar la lengua, formarse y buscar un trabajo", precisa la religiosa.

La financiación de los proyectos proviene en general de la misma congregación o de fundaciones relacionadas, alguna vez de subvenciones públicas y privadas.

"Nuestra misión -añade- se alimenta en la adoración continua de Jesús Eucaristía, en espíritu y verdad, y encaminada a liberar y promover a la mujer explotada por la prostitución o víctima de otras situaciones de esclavitud".

"Nosotras las Adoratrices queremos mirar al mundo a partir de la Eucaristía -dice sor Aurelia--; el Dios que adoramos en el Sacramento es el mismo que encontramos cada vez en las mujeres a las que somos enviadas".

"Como Adoratrices, afrontamos la realidad de la mujer víctima de la trata, desde una espiritualidad y una pedagogía concretas: la espiritualidad eucarística y la pedagogía del amor".

El secreto, dice, esta todo aquí: "Educar en libertad y con amor, ‘sin castigos ni durezas', como afirmaba nuestra fundadora. Respetar a las jóvenes. Creer en ellas. Hacer que cada joven se sienta importante y protagonista de su camino".

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Traducido del italiano por Nieves San Martín

jueves, 15 de mayo de 2008

Líneas guía para la oración de sanación / Autor: Mirko Testa

A cargo del Servicio de la Renovación Carismática Católica Internacional


ROMA,(
ZENIT.org).- La oración de sanación ha sido a lo largo de los siglos un elemento esencial en la vida espiritual de los católicos, ligada inseparablemente a la proclamación del Evangelio.

Los verdaderos pioneros en el ministerio de sanación hay que buscarlos sin embargo en algunos grupos de protestantes que vivieron en Alemania y Suiza, en torno a finales del siglo XIX.

En la Iglesia católica, el Concilio Vaticano II (1962-1965) marca un redescubrimiento de este ministerio, como demuestra la inserción de una enseñanza sobre los carismas en la Constitución sobre la Iglesia, en el nº 12 de la Lumen Gentium.

De modo especial, desde siempre empeñado en profundizar la comprensión y el aprecio del carisma de la sanación en ámbito católico, el Internacional Catholic Charismatic Renewal Services, ICCRS (Servicio de la Renovación Carismática Católica Internacional), un organismo de derecho pontificio reconocido en 1993, tiene la tarea de coordinar y promover el intercambio de experiencias y reflexiones entre las comunidades carismáticas católicas, en cuya espiritualidad participan más de cien millones de fieles esparcidos en 200 países.

Este descubrimiento cobró impulso en 1995, en San Giovanni Rotondo, Italia, cuando fue presentado un encuentro de sanación, en el que participaron 30.000 personas para celebrar el ministerio de sanación, entonces llevado adelante por el difunto padre Emiliano Tardif (en la fotografia) .




Posteriormente en 2001, en Roma, el ICCRS organizó, junto al Consejo Pontificio para los Laicos, un Coloquio para examinar el ministerio de sanación presente en la Renovación Carismática, ya analizado por la Congregación para la Doctrina de la fe en una Instrucción ad hoc.

Tras el encuentro, una Comisión doctrinal del ICCRS, presidida por monseñor Joseph Grech, obispo de Sandhursty, Australia, emitió un documento en inglés sobre este argumento titulado «Guidelines on Prayers for Healing» (Líneas guía sobre las oraciones de sanación), que se detiene sobre los contextos histórico, bíblico y teológico y sobre las diversas cuestiones pastorales.

Estas líneas guía se sitúan en la línea de los documentos de Malinas, realizados a comienzos de los años 70 tras coloquios promovidos en su diócesis por el cardenal Leòn Joseph Suenens, que fue un gran sostenedor de la Renovación Carismática, y fruto del trabajo de una Comisión doctrinal y teológica, que contaba entre sus miembros con el entonces cardenal Joseph Ratzinger.

En el documento se afirma que «la vasta difusión de los carismas de sanación y el desarrollo de varias prácticas y ministerios en los que se ejercitan, han hecho surgir la necesidad de un prudente discernimiento, en modo especial por parte de los pastores de la Iglesia».

Al mismo tiempo, en nuestros días se observa la tendencia a recurrir a la «medicina holística» o a formas de medicina alternativa para poner freno «a la desesperación que conduce a las personas débiles a buscar ayuda de cualquier fuente», y a menudo las fuentes son «tanto paganas como esotéricas, bajo forma de religión popular tradicional o como nuevas religiones con un énfasis en la aspecto terapéutico».

Del mismo modo, se advierte, «la acción de Satanás no se toma en seria consideración por muchos dentro de la Iglesia».

«Uno de los descubrimientos hechos por quienes están implicados en el ministerio de la sanación --puede leerse-- es la profundidad de las heridas interiores que necesitan ser sanadas en aquellas personas que exteriormente aparecen con salud y normales pero que, en el ‘interior', sufren profundamente».

Son diversos los tipos de enfermedad a los que se aplica este ministerio: física (para sanar enfermedades e invalideces); psicológica (para cicatrizar las heridas emotivas); espiritual (para restablecer la relación privilegiada con Dios resquebrajada por el pecado); exorcismo (para echar a los demonios) y liberación (para liberar a una persona de la influencia malvada a través de la oración dirigida a Dios); de la memoria (para la purificación de un pueblo o de una sociedad de los males del pasado); intergeneracional (para allanar los desórdenes heredados de los progenitores); de la tierra (para afrontar la contaminación y los daños causados al medio ambiente).


Sin embargo, se precisa, «es equivocado pensar que la voluntad de Dios sea la de curar todas las enfermedades y males en esta vida. Jesús dijo a los discípulos que no sólo curaran a los enfermos sino que los ‘visitaran' (Mt 25,36). De hecho, hay casos en el Nuevo Testamento en los que los enfermos permanecen tales, al menos por un poco, a pesar del carisma de sanación de los apóstoles».


En este sentido, se afirma, «El desafío está en purificarse de actitudes de pasividad frente al mal, de manera que cuando no se da la sanación, la aceptación positiva del sufrimiento se transforma en una actitud positiva de fe y no en una mera resignación pasiva»; la persona que sufre debería por tanto «ser animada a perseverar en la oración y en la entrega confiada a Dios».

En efecto «el carácter esencialmente gratuito de la sanación» lo hace «algo derivado de la libre iniciativa de Dios, y del contexto eclesial de la curación».

El intento llevado adelante por la Renovación Carismática es el de integrar los carismas en una renovada vida sacramental, en «un encuentro con la potencia sanadora de Cristo en un contexto sacramental... en una renovación de la fe sacramental, en una más profunda conciencia de que el Señor resucitado está presente y actúa en primera persona en los sacramentos para comunicar su gracia vivificante».

Por esta razón, se subraya, «es esencial que cada ministerio público de sanación se inicie con la proclamación de la Palabra y su exposición» para que «aunque el ministerio de sanación se de fuera del contexto litúrgico, el contexto para comprender la obra de sanación del Señor es siempre sacramental».

Ya de se trate de contextos litúrgicos (unción de los enfermos, liturgia de la Palabra, Santa Misa) o no, «los sacramentos, de modo especial la Eucaristía, son los contextos privilegiados en los que Cristo comunica su potencia sanadora y actualiza de modo misterioso en la Iglesia las obras que el mismo realizó durante la vida terrena».

Sin embargo, es necesario asegurarse de que «la Santa Misa y el Santo Sacramento no sean instrumentalizados para el beneficio de las oraciones de sanación sino que sean respetados en su finalidad, que es la de conducir al fiel a una comunión espiritual con Cristo».

Las líneas guía ponen también en guardia sobre un aspecto especial, el hecho de que el ejercicio de los carismas no puede acompañarse con el pecado, sino que debe unirse a la oferta al Señor de un corazón contrito y humillado.

Además, el poder de sanación es donado en un contexto misionero, no con vistas a la exaltación de los individuos, sino para confirmarles en su misión: «Un carisma de sanación no debe nunca ser tratado como una propiedad personal o usado para atraer la atención sobre sí».

Pero sobre todo «es importante que las sanaciones no sean nunca consideradas como aisladas, como eventos individuales, sino más bien como momentos de gracia dentro de un proceso de conversión de amplio alcance que se refiere a las vidas de las personas tocadas de este modo».
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Traducido del italiano por Nieves San Martín

martes, 8 de enero de 2008

Evangelios, entre historicidad y aportación de los apócrifos / Autor: Mirko Testa

Entrevista al profesor de Nuevo Testamento Bernardo Estrada

ROMA, (ZENIT.org).- La consistencia histórica de los Evangelios está en su misma génesis, es decir, en la continuidad entre la predicación de Jesús, la predicación apostólica y su redacción.

Lo afirma en esta entrevista concedida a Zenit el padre Bernardo Estrada, profesor de Nuevo Testamento de la Facultad de Teología de la Universidad de la Santa Cruz de Roma, el cual cita algunos testimonios ajenos a la Biblia, que enriquecen el contenido de los Evangelios.

--¿Nos puede explicar cómo tuvo lugar el proceso de redacción de los Evangelios?

--Padre Estrada: Podemos decir que los Evangelios se inician con la predicación de Jesús, quien no escribió de su puño y letra prácticamente nada sino aquellas pocas palabras trazadas en la tierra cuando le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio. De Jesucristo se sabe, sobre todo, que predicaba. Hay que subrayar a este respecto que la exigencia de predicar y enseñar de memoria era una costumbre constante de la época, porque la escritura era impracticable en condiciones normales.

Sin embargo, después de la pasión y muerte de Jesús, la predicación de la Iglesia se fundó justamente en el acontecimiento pascual. Es este el fundamento de toda nuestra fe, no sólo porque Pablo lo dice al final de la Carta a los Corintios sino porque precisamente el kerygma, el anuncio fundamental de la Iglesia tras Pentecostés, fue «Jesucristo crucificado y resucitado». El Evangelio como tal era, como afirma San Pablo, proclamación del «gozoso mensaje»: Dios nos ha salvado de la muerte eterna con la muerte y resurrección de su Hijo Jesús.

Sólo en la segunda mitad del siglo II, san Justino, al escribir en el año 160 su «Apología», afirma que las memorias de los Apóstoles son denominadas «Evangelios». Es el primer testimonio en el que se pasa del Evangelio como anuncio predicado al Evangelio como texto. Tras esta declaración apostólica, podemos decir que los autores sagrados, es decir los evangelistas de los que al menos dos eran apóstoles, llegan a la redacción de los libros.

Por esto se puede decir que los Evangelios tienen una consistencia histórica porque reflejan estos tres estadios en su formación, dándose siempre una continuidad. Una continuidad que une la predicación de Jesús, la predicación apostólica y la redacción de Evangelio.

--Los Evangelios «canónicos», es decir los aceptados por la Iglesia por su origen «apostólico» y por su «conformidad con la norma de la fe» de las primitivas comunidades cristianas y las mayores Iglesias de origen apostólico, fueron compuestos entre el 60 y el 100. ¿Cuáles son los criterios que atestiguan su historicidad?

--Padre Estrada: Los exponentes más radicales de la crítica histórica consideraban que había una distancia tal entre la redacción de los Evangelios y la vida de Jesús que toda una generación de testigos oculares había desaparecido. Pero esto no es verdad. El primer Evangelio, que se sabe que fue escrito por Marcos, se remonta al año 64, es decir 34 años después de la fecha probable de la muerte de Jesús. ¿En aquellos años qué se hizo? Esencialmente se predicó el Evangelio en diversos lugares, se reflexionó sobre ese anuncio, dándole una sistematización teológica, que es lo que hizo Pablo. De hecho, los Evangelios se escribieron después de que Pablo elaborara prácticamente toda su teología. En torno al 64, todas las Cartas habían sido escritas, incluidas las pastorales, si es verdad que él fue su autor. Podemos decir que, en aquellos años, los Evangelios sufrieron una evolución más teológica que biográfica, porque los hechos y dichos de la vida de Jesús estaban ya comprobados.

--Entonces, ¿cuáles son los criterios para poder separar con cierta seguridad lo que es histórico de lo que no lo es?

--Padre Estrada: En la segunda mitad del siglo XX, se desarrollaron diversos criterios históricos, entre ellos el de la «discontinuidad», que se concentra en aquellas palabras o aquellos hechos de Jesús que no pueden derivar ni del judaísmo del tiempo de Jesús, ni de la Iglesia primitiva después de Él. Por ejemplo, en el Evangelio de Mateo, Jesús afronta de manera crítica las escrituras y Moisés, como no lo hubiera hecho nunca ningún rabino, revelando la superioridad de la nueva ley proclamada por Él, que no calca el estilo exterior de los fariseos, sino que se asienta en la intimidad del corazón.

Otro criterio es el que se llama de la «dificultad», según el cual la Iglesia no habría nunca comunicado un hecho que pudiera humillar a Jesús, como por ejemplo la cruz, que es el caso más emblemático y paradigmático. El bautismo por obra de Juan, si no hubiera sucedido realmente, no lo hubiera podido ser imaginado por ningún autor. Así como la aparición a las mujeres, porque en aquel tiempo las mujeres no eran testigos cualificados en Israel.

--Las notables afinidades entre los textos de Mateo y Lucas han llevado a diversos estudiosos a afirmar la existencia de una fuente común, haciendo pensar que en realidad recurrieron a fuentes indirectas y no de primera mano. ¿Usted qué piensa?

--Padre Estrada: Podemos admitir que los Evangelios de Mateo y Lucas tuvieran una fuente común, porque existe una serie de narraciones, sobre todo de dichos, que no aparecen en Marcos. Pero lo que sorprende no es que Mateo y Lucas tuvieran una fuente común sino las diferencias. Por ejemplo, los dos relatan la infancia de Jesús pero cada uno lo hace a través de eventos que el otro ni siquiera conoce. En Mateo, el protagonista de la infancia de Jesús es José, mientras que en Lucas es María. Si se hubieran dado demasiadas afinidades, esto habría podido llevar a suponer que hubo un acuerdo entre los dos. Evidentemente, cada evangelista tenía una fuente propia a la que recurrir y otra compartida.

--¿Hay fuentes históricas independientes de los Evangelios canónicos que enriquecen su contenido?

--Padre Estrada: La historicidad de los Evangelios sólo es avalada por los mismos Evangelios, mediante su proceso de formación. Pero hay sin embargo testimonios ajenos a la Biblia que no hay que despreciar. El primero es el de Plinio el Joven, que fue procónsul de Bitinia entre los años 111 y 113, y que en una de las cartas enviadas al emperador Trajano escribe que los cristianos «solían reunirse antes del alba y entonar a coros alternos un himno a Cristo como si fuera un dios». Por tanto, afirma que estaban convencidos de la divinidad del Cristo.

Suetonio, en cambio, en su obra «Vida de los doce césares», refiriendo un hecho acontecido en torno al 50, afirma que Claudio «expulsó de Roma a los judíos que por instigación de Cresto eran continua causa de desorden» (Vita Claudii XXIII, 4). Suetonio escribió «Chrestus» en lugar de «Christus», no conociendo la diferencia entre judíos y cristianos, y por la semejanza entre Chrestòs, que era un nombre griego muy común, y Christòs que quería decir el «ungido», el «Mesías». Por tanto, existían en Roma judeocristianos y --diría-- judíos no convertidos que discutían entre sí sobre Cristo y que podían aparecer a los ojos de la autoridad romana como causa de desorden público.

Y luego está el testimonio del historiador romano Tácito que, en los «Anales», narra el incendio que estalló en Roma en el año 64, del que fue acusado el emperador Nerón, el cual hizo de todo «para hacer cesar tal rumor», y por ello «se inventó culpables y sometió a penas refinadísimas a quienes la plebe llamaba cristianos, detestándoles por sus hechos nefandos». Tácito afirma además que «el origen de este nombre era Cristo, el cual bajo el imperio de Tiberio fue condenado al suplicio por el procurador Poncio Pilatos; y esta superstición, momentáneamente dormida, se difundía de nuevo, no sólo en Judea, punto central de aquel mal, sino también en Roma, donde confluyó de todas partes y fue considerado honorable todo lo que hay en ello de torpe y de vergonzoso». («Anales» XV, 44).

--El elenco completo de los 27 libros del Nuevo Testamento es fijado por primera vez en tiempo de Atanasio de Alejandría en 367 D.C. ¿Cómo se llega a elegir estos cuatro Evangelios en el canon de las Escrituras?

--Padre Estrada: Ya antes de finales del siglo II, san Ireneo, obispo de Lyon y mártir, afirma en un célebre pasaje que «dado que el mundo tiene cuatro regiones y son cuatro los vientos principales (...) el Verbo creador de cada cosa (...) revelándose a los hombres, nos ha dado un Evangelio cuádruple, pero unificado por un único Espíritu» («Contra las herejías», III 11, 8).

La Iglesia había ya definido entonces los cuatro textos que se usaba en la liturgia. Veinte años antes de Ireneo, también Justino habla de los cuatro Evangelios o de la memoria de los Apóstoles, que eran mencionados o leídos durante las celebraciones eucarísticas. ¿Entonces cómo se llegó a esta selección? En realidad se llegó a través de un proceso en el que el Espíritu Santo se abrió paso de modo natural y espontáneo. Cuando se difundía un texto que afirmaba algo extraño, los mismos fieles, unidos a su pastor, lo rechazaban. Por tanto, no habían sido preparados por nadie, aunque ya en el siglo II existía la conciencia de que el Evangelio era cuádruple: es decir, uno solo, porque una sola es la predicación sobre la vida, las obras y las palabras de Jesús, pero con cuatro imágenes diversas, cada una de las cuales ofrece un toque personal.

--La otra cuestión que surge ahora es cómo la tradición apostólica llegó a incluir entre los Evangelios canónicos también el Evangelio de Juan, el más diverso respecto a los otros en cuanto a contenido y exposición, tejido a menudo de reflexiones espirituales y teológicas. Además, algunos estudiosos atribuyen la paternidad de este escrito a discípulos pertenecientes a diversas «escuelas de Juan», como se puede notar en este pasaje: «Este es el discípulo que da testimonio sobre estos hechos y los ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero» (Juan, 21,20).

--Padre Estrada: El hecho de que sus autores no fueran necesariamente los cuatro que son mencionados en los títulos, no desmerece la historicidad de los Evangelios. Querría decir también que ni siquiera hay motivo para dudar si no hay razones serias. Por lo que se refiere al Evangelio de Juan, es cierto que un núcleo se remonta al apóstol pero también que hubo discípulos que reflexionaron sobre las palabras de Jesús y encontraron otras fuentes y redactaron un Evangelio que se aparta un poco de los demás. De hecho, es el Evangelio más espiritual, donde no se habla nunca de la crucifixión y del sufrimiento, porque para el evangelista Juan la hora de la pasión se identifica con la glorificación y la suprema «elevación» de Jesús.

Juan presenta ya la misión del Cristo a partir de la Resurrección. Es un Cristo que ha triunfado y vencido a la muerte. Por otra parte, es imposible explicar el relato tan detallado y crudo de la Pasión sino a la luz de la plena convicción que los evangelistas tenían de la Resurrección. ¡De lo contrario, habría sido simplemente masoquismo! El sufrimiento sirvió para nuestra salvación.

Juan relata muchísimos diálogos de Jesús con el Padre como si no tocara la tierra sino que estuviera constantemente inmerso en la contemplación del rostro de Dios y ya glorificado. Mientras que en los otros Evangelios Jesús es un hombre con todas sus características y sus límites humanos. El hecho de que el Evangelio de Juan haya sido retocado por una comunidad de discípulos, que se encontraba probablemente en Éfeso, y ampliado o quizá ensamblado de otro modo, se comprueba en el pasaje que usted ha citado, y que es considerado un apéndice, un añadido posterior por parte de un discípulo que hace de Juan un testigo veraz. Si se lee el capítulo 20 se comprende que estamos ante un final: «Estas cosas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre» (Jn, 20, 31)

--Lucas en su Evangelio, compuesto en torno a los años 80 del siglo I, alude a los «muchos otros» que han escrito sobre los sucesos de Jesús, casi atestiguando la existencia de una multiplicidad de Evangelios, aquellos mismos Evangelios que luego fueron considerados apócrifos...

--Padre Estrada: En realidad, cuando Lucas inicia el prólogo el Evangelio y dice «porque muchos se han puesto a escribir un relato sobre los acontecimientos que sucedieron entre nosotros», no se está refiriendo a libros sino a los testimonios de muchas personas que recibieron la predicación apostólica y que trataron de poner por escrito los hechos y las palabras de Jesús.

Ciertamente esas son las fuentes a las que acuden también los evangelistas. Pero de ello no debemos deducir necesariamente que se tratara de verdaderos libros. Quizá Lucas, que tenía presente el Evangelio de Marcos, se dio cuenta de que otros trataron de redactar o poner en orden los hechos ligados a la vida de Jesús. Pero eso no quiere decir que en el siglo II se hubieran difundido los Evangelios apócrifos. El fragmento más antiguo del «Evangelio de Tomás» se remonta a finales del siglo II, que probablemente es la fecha de composición de aquél Evangelio. No antes. Mientras que nosotros sabemos que muchos Evangelios son fechados en el siglo I incluso en las citas contenidas en la Primera Carta de Clemente, un texto atribuido al Papa Clemente I (88-97) escrito en griego hacia finales del siglo I.

En la «Didajé» o «Doctrina de los doce Apóstoles», que se puede considerar como el catecismo cristiano más antiguo, habiendo sido escrita algún decenio después de la muerte de Cristo, se cita el «Padrenuestro» tal como lo recitamos hoy.

Además sabemos que el fragmento más antiguo del Nuevo Testamento está dentro del papiro Rylands (P. 52), que contiene partes del Evangelio de Juan y se remonta a en torno al 125 D.C., y es por tanto una copia escrita a menos de 30 años de distancia del original.

--Aunque descartados porque no contienen verdades divinas reveladas, algunos Evangelios apócrifos han llegado hasta nosotros en largos fragmentos, como el «Evangelio copto de Tomás» o el «Evangelio de Pedro», siendo incluso utilizados entre los monjes cristianos de Siria y de Asia Menor. ¿Qué valor tienen? ¿Añaden informaciones útiles al relato de los cuatro evangelistas?

Padre Estrada: Sobre todo, es necesario decir que entre los Evangelios apócrifos hay algunos que, al presentar la figura de Jesús o al renovar la enseñanza se inspiran en el gnosticismo, que es la teoría filosófico-religiosa que, en los primeros siglos del cristianismo (I-IV), se contrapuso violentamente a la Iglesia católica. En 1945, en la aldea de Nag Hammadi, en el Alto Egipto, se descubrió una antigua biblioteca copta que custodiaba 13 códices, todos escritos en el siglo IV, algunos de los cuales contenían dichos de Jesús, para expresar sin embargo conceptos no cristianos.

Todos los estudiosos concuerdan, por ejemplo, en afirmar que el «Evangelio de Tomás» --el que ha suscitado mayor interés-- es un Evangelio gnóstico que contiene las doctrinas y las orientaciones de una comunidad, nacida como herejía dentro del cristianismo, y que pretendía atribuir a Jesús su concepto de la salvación y todos los principios de la fe según su punto de vista. Por ejemplo, no reconocen la muerte en cruz porque la única salvación vendría de la «gnosis», es decir del conocimiento. Mientras que la materia es siempre causa de pecado o está ligada al demonio. El «Evangelio de Tomás», como los otros Evangelios gnósticos, se limita a notificar dichos de Jesús sin insertarlos en la narración de lo que hizo. Es una especie de «Confucio cristiano» del siglo II.

Entonces, podemos preguntarnos si los Evangelios apócrifos contienen alguna verdad. Ciertamente. Por ejemplo, los protoevangelios nos cuentan los primeros años de vida de Jesús. En este sentido, el más famoso es el «Protoevangelio de Santiago», atribuido a Santiago, hijo de José, que lo habría tenido, junto con otros tres hermanos y dos hermanas, de un matrimonio anterior al suyo con María. Este texto tuvo cierta influencia en la tradición y en la iconografía, tanto que la presencia del buey y el asno en la gruta del Nacimiento y el nombre de los padres de María, Joaquín y Ana, nos llegan justo de esta fuente.

Ciertamente el contenido de los Evangelios apócrifos puede diferir. Algunos contienen verdades y amplificaciones fantasiosas respecto a los Evangelios canónicos, así como un gusto teatral propio de un cristianismo popular, aún permaneciendo en lo fundamental de la ortodoxia; mientras que muchos otros, sobre todo aquellos de orientación gnóstica, contienen falsedades porque quieren convencer de la validez de su herejía.

Bajo el perfil histórico, no nos dicen nada más de lo que ya sabemos por los Evangelios según Mateo y Lucas, de los que ellos dependen. Su intención no es histórica, quieren hacer obra de edificación. Frente a la sobriedad de los Evangelios, que relatan también realidades sobrenaturales de manera «natural» y sobria, sin añadir circunstancias innecesarias, se elige responder al deseo del pueblo cristiano añadiendo de manera más amplia y colorida detalles para subrayar aspectos y hechos de la infancia y la adolescencia de Jesús y María. Pero en realidad de esa manera dan una imagen de Jesús no conforme con la realidad, como sucede en el «Evangelio de la Infancia», de Tomás, donde se le describe como un niño que ya es capaz de hacer milagros.

Por tanto, se puede decir que si no tuvieran aunque fuera una pequeña parte de verdad nadie los hubiera aceptado. Su importancia está en el hecho de hacer ver una época, un desarrollo del cristianismo, una confluencia de varias corrientes teológicas y religiosas. Su utilidad está en lograr mostrar la evolución del cristianismo.

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Traducido del italiano por Nieves San Martín