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Bienvenido a Escuchar y a Dar

Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

La evangelización debe estar centrada en impulsar a las personas a tener una experiencia real del Amor de Dios. Por eso pedimos a cualquiera que visite esta página haga propuestas de textos, testimonios, actos, webs, blogs... Mientras todo esté hecho en el respeto del Amor del Evangelio y la comunión que siempre suscita el Espíritu Santo, todo será públicado. Podéís usar los comentarios pero para aparecer como texto central enviad vuestras propuestas al correo electrónico:

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Oremos todos para que la sabiduría de Jesús Resucitado presida estas páginas y nos bendiga abundamente.

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viernes, 28 de septiembre de 2018

Juan Pablo I, 40 años después de su muerte: “El amor lo puede todo”


Camino Católico.-  Este viernes 28 de septiembre se cumple el 40 aniversario de la muerte de Juan Pablo I. Elegido el 26 de agosto de 1978, después de 33 días de pontificado el Papa fue encontrado sin vida en su cama, la mañana del 28 de septiembre. El cardenal Albino Luciani era Patriarca de Venecia cuando asumió el nombre de Juan Pablo I. En su último Ángelus, el domingo 24 de septiembre de 1978, el Papa concluyó su alocución con estas palabras, que se escuchan en su voz en el video: «El amor será siempre victorioso, el amor lo puede todo. He aquí la palabra justa: no es la violencia la que puede todo, sino el amor. Pidamos al Señor la gracia de que una nueva oleada de amor hacia el prójimo envuelva a este pobre mundo»
En su primer discurso Urbi et Orbi, el Pontífice insistió a la Iglesia que su primer deber era el de la evangelización y le exhortó a continuar con su esfuerzo ecuménico. En su discurso del 1 de septiembre, dirigido a los representantes de la prensa internacional, les pidió que se “acercaran más a sus semejantes, que percibieran más de cerca el ansia de justicia, de paz, de fraternidad, que instaurasen con ellos lazos más profundos de participación, de entendimiento y de solidaridad, por un mundo más justo y humano”.

lunes, 12 de septiembre de 2022

El milagro que beatifica a Juan Pablo I: Candela Giarda, tenía 10 años,  los médicos la desahuciaron, su madre rezo a Albino Luciani y la niña se curó inexplicablemente


* «Cande empeoró en vez de mejorar. No tenía expectativas de vida. Hasta me llegaron a decir que volviera a Paraná para que muriera en mi casa. La doctora Gladys me dijo: ‘No podemos hacer nada más por ella. Cande se muere esta noche’. Cuando el Padre José Dabusti se acercó a la cama de Cande, rezó y me indicó que pusiese las manos arriba de ella y se la encomendó al Papa Juan Pablo I», afirma Roxana Sosa, madre de Candela

Camino Católico.- Candela Giarda tenía 10 años –actualmente 21- cuando se encontraba en estado vegetativo en la Fundación Favaloro, Buenos Aires (Argentina) y los médicos que la atendían la habían desahuciado. “No podemos hacer nada más por ella. Se muere esta noche”, le dijeron a Roxana, su madre que comenzó a rezarle a Juan Pablo I y, de la noche a la mañana, la situación de su hija se revirtió totalmente.

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domingo, 4 de septiembre de 2022

Santa Misa, presidida por el Papa Francisco, de beatificación de Juan Pablo I,  4-9-2022


 4 de septiembre de 2022.- (Camino Católico El Papa Francisco, al presidir esta mañana la misa de beatificación del Papa Juan Pablo I, ha afirmado que el nuevo beato vivió con la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo y siguiendo el ejemplo de Jesús, fue un pastor apacible y humilde. En una jornada gris, bajo una intensa lluvia, la Plaza de San Pedro fue escenario de la celebración para elevar a los altares al Albino Luciani un Papa que con su sonrisa – como dice el Pontífice – logró transmitir la bondad del Señor.

En su homilía el Santo Padre ha dicho que seguir a Jesús no significa entrar en una corte o participar en un desfile triunfal, y tampoco recibir un seguro de vida. Al contrario, significa cargar la cruz (cf. Lc 14,27). Es decir, tomar como Él las propias cargas y las de los demás, hacer de la vida un don, gastarla imitando el amor generoso y misericordioso que Él tiene por nosotros. Se trata de decisiones que comprometen la totalidad de la existencia; por eso Jesús desea que el discípulo no anteponga nada a este amor, ni siquiera los afectos más entrañables y los bienes más grandes”. Antes de la bendición final de la Eucaristía Francisco rezó el Ángelus y pidió a la Virgen por la paz en el mundo y en Ucrania. En el video de Vatican News se visualiza y escucha toda la celebración.

martes, 4 de diciembre de 2007

Es agradable sentirse animados / Autor: Albino Luciani

El fenómeno de haber muchos catequistas no es nuevo, sino gozoso. Y será más gozoso si los catequistas tienen las dotes requeridas. Primera, la vida limpia y esplendorosa de bondad. Siempre me han impresionado San Pablo y Manzoni. Escribió el primero: "Tú enseñas a los otros pero, ¿te enseñas a ti mismo?" (cfr. Rm 2, 21). Escribe el segundo, luego de haber expuesto cosas bellísimas sobre la religión: "Pensando en el demasiado mal que he sido y en el poco bien que aún soy, me avergüenzo con frecuencia y tal vez me remuerde el arrogarme que yo sé celebrar la religión".

En religión se enseña, en efecto, sobre todo, lo que se es. Conocer bien es otra dote. Y no basta haber estudiado; hay que mantenerse actualizado: si no se estudia, las nociones se escapan, barridas por el viento, por ideas y preocupaciones extrañas. Decía San Bernardino de Siena: "... si yo no hubiera aprendido, vosotros no me oiríais la palabra que os predico: que sólo por estudiar ha venido". Pero lo mismo quería también que las cosas dichas fueran dichas con claridad. Y contó acerca de dos frailes: uno era un predicador bonísimo, que "hablaba tan sutilmente, que era una maravilla"; el otro "tan grueso". El primero hizo la prédica; el segundo la escuchó y la magnificó a los compañeros frailes. Y este: "Di sobre lo que él dijo". Y él: "Vosotros habéis perdido la más bella prédica que jamás habríais podido oír... Él habló tan alto que yo no entendí nada".

Pero no basta ni siquiera la claridad, si no la acompaña el amor, la pasión de las ideas transmitidas. Se trata en efecto de ideas que sirven para la vida y deben desembocar en buenas acciones. Ahora, entre las ideas y la acción, hay etapas obligatorias que recorrer: yo no realizo una acción, si antes no la quiero; no la quiero, si antes no la deseo; no la deseo, si antes alguien no me la ha presentado como deseable y simpática. Es necesario, entonces, cargar de simpatía las ideas transmitidas, para que enciendan fuertes deseos y pongan en movimiento la voluntad de los oyentes. Decía el Papa Juan: "La verdad de Cristo, presentada sin cordialidad, dulzura y humildad, se arriesga a ser rechazada".

Pío IX ha proclamado Doctor de la Iglesia a San Francisco de Sales sobre todo porque "supo adaptar la doctrina de los santos a todas las situaciones de los fieles sapienter et leniter, con sabiduría y levedad". Aquel santo ha enseñado y escrito mucho, diciendo en esencia: "El camino al paraíso es estrecho, el viajar hacia allí requiere fatiga, sí, pero el paisaje, los alrededores, son bellos, amenos y está Dios que da una mano".

Él presenta siempre las cosas del mejor lado, con un tono gracioso y seductor: muestra la devoción amable para hacerla accesible; no le saca siquiera una de las espinas, pero tampoco una sola rosa. "Aquellos que querían disuadir a los Ebreos - escribe - de ir a la Tierra Prometida, decían que había un país que devoraba a los habitantes... pero Josué y Caleb declaraban que la Tierra Prometida no era sólo buena y bella, sino tal que hacía dulce y agradable la posesión... Así el Espíritu Santo y Jesús... nos aseguran que la vida devota es una vida dulce, placentera, feliz". Él trataba de seguir el método del Espíritu Santo y de Jesús.

A Santa Juana de Chantal, un poco escrupulosa, escribe: "Quisiera que Usted tuviera la piel del corazón un poco más dura y que no dejara de dormir por cualquier pulga pequeña". Y a otra: "No se detenga a dar picotazos sobre su pobre conciencia". Y a una tercera: "Eh, Dios mío... empólvese también los cabellos... también los faisanes se lustran las plumas... por miedo a que aniden los piojos". De la misma pasta graciosamente catequística era el San Bernardino citado más arriba, que de los vanidosos decía: "Si tú ves a uno y a una con estos antojos o con las fresas o con las trampas (n. d. t. En italiano, se trata de un juego de palabras: fragole = fresas, trapole = trampas), piensa que así les brilla la cabeza... Y así como tú ves las locuras en la vestimenta de afuera, piensa que dentro del corazón está todo lleno de quiquiriquí".

Imitaba a estos santos el catequista que exponía la dura verdad del infierno como sigue: "¿El infierno? Sí, existe, pero debéis saber que Dios se pone en medio de nuestro camino para detenernos e impedir que caigamos dentro. Y si alguno llega, es signo de que él mismo ha querido ir allí contra los miles esfuerzos de Dios, que respeta su libertad, pero trata de todas las formas de llevarlo al Paraíso. El mismo Judas se hubiera salvado, si hubiera tenido confianza. Se equivocó de árbol aquel día. Hubiera ido al árbol de la cruz, hubiera echado los brazos al cuello de Jesús agonizante, sería hoy un santo del Paraíso".

Hacen, en cambio, el camino opuesto los que prefieren siempre el lado negativo al positivo. Vi una vez una ilustración que representaba, en un salón, a la dueña de casa con una amiga de visita. Allí figuraban muebles elegidos, pero, sobre ellos, había tantos carteles. "No tocar el servicio de porcelana", "No caminar por el piso lustrado sin los patines", "No tirar la ceniza al piso", "Cuidado con la alfombra". Bajo la ilustración, en la leyenda: "Sí, tengo un magnífico salón - decía la dueña - pero, no sé por qué, mi marido lo rehuye". Y la amiga: "Coloca nuevas inscripciones prohibitivas: garantizado, tu marido odiará este salón".

Estamos hechos así: los no multiplicados nos parecen camisas de fuerza; nos irrita que los demás supongan que somos malos o desganados. Nos agrada, en cambio, sentirnos animados y conducidos, como auténticos valientes, a nuevas conquistas de bien.

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Inédito de 1972
De "Humilitas", Noviembre de 1988

martes, 20 de noviembre de 2007

Carta al Rey David / Autor: Albino Luciani

Los funerales de la soberbia

Ilustre soberano, además de poeta y músico,

La gente os ve bajo mil aspectos distintos. Desde hace siglos, los artistas os representan unas veces con la cítara, otras con la honda frente a Goliat, otras con el cetro sobre el trono, otras en la gruta de Engaddi, en el momento de cortar el manto de Saúl.

Los muchachos admiran la lucha que librasteis con Goliat y vuestras empresas de caudillo valiente y generoso.

La liturgia os recuerda, sobre todo, como antepasado de Cristo.

La Biblia presenta los diversos componentes de vuestra personalidad: poeta y músico; capitán brillante; rey prudente, implicado - ¡ay!, no siempre felizmente - en historias de mujeres y en intrigas de harén con las consiguientes tragedias familiares; y, no obstante, amigo de Dios gracias a la insigne piedad que os mantuvo siempre consciente de vuestra pequeñez ante Dios.

Esta última característica me es particularmente simpática y me alegra cuando la encuentro, por ejemplo, en el breve salmo 130, escrito por vos.

Decís en aquel salmo: Señor, mi corazón no se ensoberbece. Yo trato de seguir vuestro paso, pero, por desgracia, he de limitarme a pedir: ¡Señor, deseo que mi corazón no corra tras pensamientos soberbios...!

¡Demasiado poco para un obispo!, diréis. Lo comprendo, pero la verdad es que cien veces he celebrado los funerales de mi soberbia, creyendo haberla enterrado a dos metros bajo tierra con tanto requiescat, y cien veces la he visto levantarse de nuevo más despierta que antes: me he dado cuenta de que todavía me desagradaban las críticas, que las alabanzas, por el contrario, me halagaban, que me preocupaba el juicio de los demás sobre mí.

Cuando me hacen un cumplido, tengo necesidad de compararme con el jumento que llevaba a Cristo el día de los Ramos. Y me digo: ¡Cómo se habrían reído del burro si, al escuchar los aplausos de la muchedumbre, se hubiese ensoberbecido y hubiese comenzado - asno como era - a dar las gracias a diestra y siniestra con reverencias de prima donna! ¡No vayas tú a hacer un ridículo semejante...!

En cambio, cuando llegan las críticas, necesito ponerme en la situación del fray Cristóforo de Manzoni que, al ser objeto de ironías y mofas, se mantenía sereno diciéndose: "¡Hermano, recuerda que no estás aquí por ti mismo!"

El mismo fray Cristóforo, en otro contexto, "dando dos pasos atrás, poniendo la mano derecha sobre la cadera, levanta la izquierda con el dedo índice apuntando a don Rodrigo". Y lo mira fijamente con ojos inflamados. Este gesto agrada mucho a los cristianos de hoy, que reclaman "profecías", denuncias clamorosas, "ojos inflamados", "rayos fulminantes" a lo Napoleón.

A mí me gusta más cómo escribís vos, rey David: "mis ojos no se han alterado". Me gustaría poder sentir como Francisco de Sales cuando escribía: "Si un enemigo me sacara el ojo derecho, le sonreiría con el izquierdo; si me saltase los dos ojos, todavía me quedaría el corazón para amarlo".

Vos continuáis vuestro salmo: "No corro en busca de cosas grandes ni de cosas demasiado elevadas para mí". Postura muy noble si se compara con lo que decía don Abbondio: "Los hombres son así: siempre desean subir, siempre subir". Desgraciadamente, temo que don Abbondio tenía razón: tendemos a alcanzar a los que están más arriba que nosotros, a empujar hacia abajo a nuestros iguales, y a hundir todavía más a quienes están por debajo.

¿Y nosotros? Nosotros tendemos a sobresalir, a encumbrarnos mediante distinciones, ascensos y nombramientos. No es malo mientras se trate de sana emulación, de deseos moderados y razonables, que estimulan el trabajo y la búsqueda.

Pero ¿si se convierte en una especie de enfermedad? ¿Qué pasa si para avanzar, pisoteamos a los demás a golpe de injusticias y difamación? ¿Si, siempre por progresar, se nos reúne en "rebaños", con los pretextos más sutiles, pero en realidad para cerrar el paso a otros "rebaños", dotados incluso de "apetitos" más "avanzados"?

Y luego, ¿para cuáles satisfacciones? Una es la impresión que causan a distancia los cargos, antes de ser conseguidos, y otra es la que producen de cerca, después de haberlos conseguido. Lo ha dicho muy bien uno que era más loco que vos, pero también poeta como vos: Jacopone de Todi. Cuando oyó que el hermano Pier di Morone había sido elegido Papa, escribió:


¿Qué harás Pier di Morone?...

¡Si no sabes defenderte bien

cantarás mala canción!



Yo me lo digo con frecuencia en medio de las preocupaciones del ministerio episcopal: "¡Ahora, querido, estás cantando la mala canción de Jacopone!" También vos lo dijisteis en el salmo 51 "contra las malas lenguas". Estas, según vuestro parecer, son "como navajas afiladas" que, en lugar de la barba, acuchillan el buen nombre.

Bien. Pero, pasada la navaja, poco tiempo después, la barba vuelve a crecer espontánea y florida. También el honor vejado y la fama despedazada crecen de nuevo. Por eso puede que a veces sea prudente callar, tener paciencia: ¡a su tiempo todo vuelve espontáneamente a su sitio!

***

Ser optimistas, a pesar de todo. Es esto lo que queréis decir al escribir: "Como niño de pecho en brazos de su madre..., así en mí está mi alma". La confianza en Dios debe ser el eje de nuestros pensamientos y de nuestras acciones. Si bien lo miramos, en realidad, los principales personajes de nuestra vida son dos: Dios y nosotros.

Mirando a estos dos, veremos siempre bondad en Dios y miseria en nosotros. Veremos la bondad divina bien dispuesta hacia nuestra miseria, y a nuestra miseria como objeto de la bondad divina. Los juicios de los hombres se quedan un poco fuera de juego: no pueden curar una conciencia culpable ni herir una conciencia recta.

Vuestro optimismo, al final del pequeño salmo, estalla en un grito de gozo: Me abandono en el Señor, desde ahora y para siempre. Al leeros no me parecéis ciertamente un amedrentado, sino un valiente, un hombre fuerte, que se vacía el alma de confianza en sí mismo para llenarla de la confianza y de la fuerza de Dios.

La humildad, en otras palabras, corre pareja con la magnanimidad. Ser buenos es algo grande y hermoso, pero difícil y arduo. Para que el ánimo no aspire a cosas grandes de forma desmesurada, he ahí la humildad. Para que no se acobarde ante las dificultades, he ahí la magnanimidad.

Pienso en San Pablo: desprecios, azotes, presiones, no deprimen a este magnánimo; éxtasis, revelaciones, aplausos no exaltan a este humilde. Humilde cuando escribe: "Soy el más pequeño de los apóstoles". Magnánimo y dispuesto a enfrentarse con cualquier riesgo cuando afirma: "Todo lo puedo en aquel que me conforta". Humilde, pero en su momento y lugar sabe luchar: "¿Son judíos? También yo... ¿Son ministros de Cristo? Digo locuras, más lo soy yo". Se pone por debajo de todos, pero en sus obligaciones no se deja doblegar por nada ni por nadie.

Las olas arrojan contra los escollos la nave en que viaja; las serpientes lo muerden; paganos, judíos, falsos cristianos lo expulsan y persiguen; es azotado con varas y arrojado a la cárcel, se lo hace morir cada día, creen que lo han atemorizado, aniquilado, y él vuelve a aparecer fresco y lleno de vigor para asegurarnos: "Estoy convencido de que ni la muerte ni la vida..., ni lo presente ni lo futuro, ni la altura ni la profundidad, ni ninguna otra criatura, podrán separarme del amor de Dios que está en Cristo Jesús".

Es la puerta de salida de la humildad cristiana. ¡Esta no desemboca en la pusilanimidad, sino en el valor, en el trabajo emprendedor y en el abandono en Dios!

Febrero 1972

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* DAVID, rey de Israel desde aproximadamente 1010 a.C. La Biblia presenta las distintas facetas de su personalidad: músico y poeta; brillante guerrero, rey prudente, implicado en historias de mujeres y, sin embargo, amigo de Dios y modelo de arrepentimiento sincero, gracias a la insigne piedad que lo mantuvo consciente de su pequeñez.

martes, 6 de noviembre de 2007

Carta a Jesús (Escribo temblando) / Autor: Albino Luciani












Querido Jesús,

He sido objeto de algunas críticas. "Es obispo, es cardenal - dicen - ha trabajado agotadoramente escribiendo cartas en todas direcciones: a M. Twain, a Péguy, a Casella, a Penélope, a Dickens, a Marlowe, a Goldoni y a no sé cuántos más. ¡Y ni una sola línea a Jesucristo!"

Tú lo sabes. Yo me esfuerzo por mantener contigo un diálogo continuo. Pero traducido en carta me resulta difícil: son cosas personales. ¡Y tan insignificantes! Además, ¿qué voy a escribirte a Ti, de Ti, después de tantos libros como se han escrito sobre Ti?

Por otra parte, tenemos el Evangelio. Como el rayo supera cualquier fuego, y el radio todos los demás metales; como un misil supera en velocidad la flecha del pobre salvaje, así el Evangelio supera todos los libros.

No obstante, he aquí mi carta. La escribo temblando, sintiéndome como un pobre sordomudo que hace enormes esfuerzos para hacerse entender, y con el mismo estado de ánimo que Jeremías, cuando, enviado a predicar, te decía, lleno de repugnancia: "¡No soy nada más que un niño, Señor, y no sé hablar!"

***

Pilato, al presentarte al pueblo, dijo: ¡He aquí al Hombre! Creía conocerte, pero no conocía siquiera una sola brizna de tu corazón, cuya ternura y misericordia mostraste cien veces de cien maneras diferentes.

Tu madre. Pendiente de la cruz, no quisiste marchar de este mundo sin darle un segundo hijo que cuidase de ella, y dijiste a Juan: He aquí a tu madre.

Los apóstoles. Vivías día y noche con ellos, tratándolos como verdaderos amigos, soportando sus defectos. Los instruiste con paciencia inagotable. La madre de dos de ellos te pide un puesto privilegiado para sus hijos y Tú le respondes: "A mi lado no han de buscarse honores, sino sufrimientos". También los otros anhelan los primeros puestos y Tú les enseñas: "Hay que hacerse pequeños, ponerse en el último lugar, servir".

En el Cenáculo los pusiste en guardia: "¡Tendréis miedo y huiréis!". Protestan. El primero y el que más, Pedro, quien luego te negaría tres veces. Tú perdonas a Pedro y le dices tres veces: Apacienta mis ovejas.

En cuanto a los demás apóstoles, tu perdón resplandece sobre todo en el capítulo 21 de Juan. Pasan toda la noche en la barca. Antes de clarear el día, Tú, el Resucitado, estás a la orilla del lago. Y les haces de cocinero, de sirviente, encendiendo el fuego, cocinando y preparándoles pescado asado y pan.

Los pecadores. Tú eres el pastor que va en busca de la oveja descarriada y se alegra al encontrarla y lo celebra cuando la devuelve al redil. Tú eres aquel padre bueno que, cuando regresa el hijo pródigo, se le arroja al cuello y lo abraza durante largo tiempo. Escena repetida en todas las páginas del Evangelio: Tú te acercas a los pecadores y pecadoras, comes con ellos, te invitas Tú mismo, si ellos no se atreven a invitarte. Das la impresión - es la que yo tengo - de preocuparte más de los sufrimientos que el pecado causa a los pecadores que de la ofensa que hace a Dios. Infundiéndoles la esperanza del perdón, parece que les dices: "¡Ni siquiera os imagináis la alegría que me produce vuestra conversión!"

Adeás del corazón, brilla en Ti la inteligencia práctica.

Apuntabas siempre al interior del hombre. Los fariseos tenían la cara demacrada a causa de los prolongados ayunos religiosos y Tú manifestaste: "No me gustan esos rostros. El corazón de estos hombres está lejos de Dios. Los impulsos nacen del interior y, por ello, el corazón sirve de módulo para juzgar a los hombres. Dentro del corazón humano salen los malos pensamientos: liviandades, latrocinios, asesinatos, adulterios, codicias, orgullo, vanidad".

Tenías horror a las palabras inútiles: Sea vuestro hablar: sí, sí, no, no; todo lo que pasa de esto procede del mal. Cuando oréis, no multipliquéis las palabras.

Querías hechos reales y moderación: Si ayunas, lávate la cara y perfúmate la cabeza. Cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Al leproso cuando le ordenaste: No lo digas a nadie. A los padres de la muchacha resucitada les mandaste enérgicamente que no fueran anunciando a bombo y platillo el milagro ocurrido. Solías decir: Yo no busco mi gloria. Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre.

En la cruz, antes de morir, dijiste: Todo está cumplido. Pero siempre te cuidaste de que las cosas no se hicieran a medias. Cuando los apóstoles te sugirieron: La gente nos sigue hace tiempo; enviémosla a su casa para que coman, Tú respondiste: No, démosle nosotros de comer. Cuando terminaron de comer los panes y los peces milagrosamente multiplicados, añadiste: Recoged las sobras; no está bien que se pierdan.

Querías que, al hacer el bien, se cuidaran hasta los menores detalles. Al resucitar a la hija de Jairo, aconsejaste: Ahora, dadle de comer. La gente proclamaba de Ti: ¡Ha hecho bien todas las cosas!

***

¡Qué resplandor de inteligencia brotaba de tu predicación! Tus adversarios enviaron desde el templo de Jerusalén guardias para detenerte y estos volvieron con las manos vacías. "¿Por qué no lo habéis detenido?" Los guardias respondieron: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como él! Hechizabas a la gente, la cual afirmó de Ti desde los primeros días: ¡Este sí que habla con autoridad! ¡Lo contrario de lo que hacen los escribas!

¡Pobres escribas! Encadenados a los 634 preceptos de la Ley, andaban diciendo que el mismo Dios dedicaba cada día un rato al estudio de la Ley y, desde el Cielo, pasaba revista a las opiniones de los escribas para estar al corriente de sus progresos.

Tu, por el contrario: Habéis oído que se dijo... Yo, en cambio, os digo... Reivindicabas el derecho y el poder de perfeccionar la Ley como Señor de la Ley. Con extraordinario coraje afirmaste: Soy mayor que el templo de Salomón; el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Y no te cansabas nunca de enseñar en las sinagogas, en el templo, sentado en las plazas o sobre el campo, por los caminos, en las casas e incluso durante la comida.

***

Hoy todo el mundo pide diálogo, diálogo. He contado tus diálogos en el Evangelio. Son 86: 37 con los discípulos, 22 con gentes del pueblo y 27 con tus adversarios. La pedagogía actual exige la actividad común en torno a los centros de interés. Cuando el Bautista envió, desde la cárcel, a sus discípulos para que te preguntaran quién eras, no perdiste el tiempo en palabrerías. Curaste milagrosamente a todos los enfermos presentes y dijiste a los enviados: Id y decidle a Juan lo que habéis visto y oído.

Para los judíos de tu tiempo, Salomón, David y Jonás representaban lo que para nosotros son Dante, Garibaldi y Mazzini. Tú hablabas continuamente de David, Salomón, Jonás y otros personajes populares. Y siempre con valentía.

El día en que enseñaste: Bienaventurados los pobres, bienaventurados los perseguidos, yo no estaba allí. Si hubiera estado junto a Ti, te hubiera susurrado al oído: "Por favor, cambia, Señor, tu discurso, si quieres que alguien te siga. ¿No ves que todos aspiran a las riquezas y a las comodidades? Catón prometió a sus soldados los higos de África, y César las riquezas de la Galia y, bien o mal, encontraron seguidores. Tú prometes pobreza, persecuciones. ¿Quién quieres que te siga?" Impertérrito, continúas y te oigo decir: Yo soy el grano de trigo que debe morir antes de fructificar. Es preciso que yo sea levantado sobre una cruz; desde ella atraeré a mí el mundo entero.

Ya se cumplió esta profecía: Te levantaron sobre la cruz. Tú la aprovechaste para extender los brazos y atraerte a la gente. ¿Quién podrá contar los hombres que han llegado hasta el pie de la cruz, para arrojarse en tus brazos?

***

Ante este espectáculo de las multitudes que, desde todas partes del mundo y durante tantos siglos, acuden incesantemente al crucificado, surge la pregunta: ¿Se trata solamente de un hombre extraordinario y bienhechor o de un Dios? Tú mismo diste la respuesta, y quien no tiene los ojos cegados por los prejuicios, sino ávidos de luz, la acepta.

Cuando Pedro proclamó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Tú no sólo aceptaste su confesión, sino también la premiaste. Siempre reivindicaste para Ti lo que los judíos consideraban exclusivo de Dios. A pesar de su escándalo, perdonaste los pecados, te manifestaste Señor del Sábado, enseñabas con suprema autoridad, y declaraste ser igual al Padre.

Muchas veces trataron de apedrearte como blasfemo, porque decías ser Dios. Finalmente, cuando te prendieron y te llevaron ante el Sanedrín, el sumo sacerdote te preguntó solemnemente: ¿Eres o no eres el Hijo de Dios? Tú respondiste: Lo soy. Y me veréis sentado a la diestra del Padre. Y aceptaste la muerte antes que retractar esta afirmación y negar tu esencia divina.

Estoy acabando de escribir esta carta. Nunca me he sentido tan descontento al escribir como en esta ocasión. Me parece que he omitido la mayoría de las cosas que podían decirse de Ti y que he dicho mal lo que debía haber dicho mucho mejor. Sólo me consuela esto: lo importante no es que uno escriba sobre Cristo, sino que muchos amen e imiten a Cristo.

Y, afortunadamente - a pesar de todo -, esto sigue ocurriendo también hoy.

Mayo 1974

domingo, 25 de noviembre de 2007

Carta a Santa Teresa de Ávila / Autor: Albino Luciani

Teresa, un maravedí y Dios

Querida Santa Teresa,

Octubre es el mes de vuestra fiesta: pensé que me permitirías que me entretuviera con vos por escrito.

El que mira al famoso grupo marmóreo, en el cual Bernini os pesenta traspasada por la flecha del Serafín, piensa en vuestras visiones y éxtasis. Y hace bien: la Teresa mística de los raptus en Dios es también una verdadera Teresa.

Pero es también verdadera la otra Teresa que me gusta más: la más cercana a nosotros, la que resulta de la autobiografía y de las cartas. Es la Teresa de la vida práctica ; que prueba nuestras mismas dificultades y las sabe superar con destreza; que sabe sonreír, reír y hacer reír; que se mueve con desenvoltura en medio del mundo y de las situaciones más diversas y todo ello gracias a las abundantes dotes naturales pero, más todavía, a su constante unión con Dios.

Estalla la Reforma protestante, la situación de la Iglesia en Alemania y en Francia es crítica. Vos os dáis cruenta y escribís: "Con tal de salvar un alma sola de las muchas que se pierden allá, habría sacrificado mil veces la vida. ¡Pero yo era mujer!”

¡Mujer! Pero que vale por veinte hombres, que no deja algún medio sin intentar y que logra realizar una magnífica reforma interna y con la obra y los escritos influye en toda la Iglesia; ¡la primera y la única mujer que, con Santa Catalina, haya sido proclamada Doctora de la Iglesia!

Mujer de lengua sincera y de pluma elegante y cortante. Teníais un altísimo concepto de la misión de las monjas, pero habéis escrito al padre Gracián: "Por amor de Dios, ¡fíjese bien lo que hace! No crea nunca en las monjas, porque si ellas quieren una cosa, intentan por todos los medios posibles". Y al padre Ambrosio, al rechazar a una postulante, decís: "Usted me hace reír, diciéndome de haber comprendido a aquella alma sólo con verla. ¡No es tan fácil conocer a las mujeres!"

Es vuestra la lapidaria definición del diablo: "Aquel pobre desgraciado, que no puede amar". A don Sancho Dávila : "Distracciones en el rezo del Officio Divino también yo las tengo… me he confesado de ellas con el padre Domingo (Báñez, teólogo famoso, n.d.a.), que me ha dicho que no les hiciera caso. Lo mismo le digo a usted, porque el mal es incurable". Es un consejo espiritual, este, pero consejos los habéis esparcido a manos llenas y de todos los géneros; al padre Gracián, hasta le habéis dado el consejo de montar un asno más dulce en sus viajes, que no tuviera la costumbre de arrojar a los frailes por tierra, ¡o de hacerse atar al asno mismo para no caer!

Insuperabile, aún, aparecéis en el momento de la batalla. El Nuncio, nada menos, os hace encerrar en el convento de Toledo, declarándoos “fémina inquieta, vagabunda, desobediente y contumaz…”. Pero desde el convento vuestros mensajes a Felipe II, a príncipes y prelados, deshacen todo ovillo.

Vuestra conclusión: “Teresa sola no vale nada; Teresa y un maravedí valen menos que nada; ¡Teresa, un maravedí y Dios todo lo pueden!”


***

Para mí, vos sóis un caso notable de un fenómeno que se repite regularmente en la vida de la Iglesia Católica.

Las mujeres, o sea, de por sí, no gobiernan. Esto pertenece a la Jerarquía. Pero, muy a menudo, inspiran, promueven y, tal vez, dirijen.

Por una parte, en efecto, el Espíritu “sopla donde quiere”; por otra, la mujer es más sensibile a la religión y más capaz de darse generosamente a las grandes causas. De aquí el grandísimo grupo de santas, de místicas y de fundadoras aparecidas en la Iglesia Católica.

Junto a ellas habría que incluir a las mujeres que han impulsado movimientos ascético-teológicos, los cuales influyeron en un radio muy vasto.

La noble Marcela, que dirigió en el Aventino una specie de convento compuesto por patricias ricas y cultas, colaboró con San Jerónimo en la traducción de la Biblia.

Madame Acarie influyó en personajes ilustres como el gesuita Coton, el capuchino de Canfelt, el mismo Francisco de Sales y muchos otros, influyendo en toda la espiritualidad francesa de principios del Seiscientos.

La princesa Amalia de Gallitzin, desde su “Círculo de Münster”, apreciado hasta por Goethe, difundió en toda Alemania septentrional una corriente de vida intensamente espiritual. Sofía Swetchine, rusa convertida, a principios del Ochocientos, apareció en Francia la “directora espiritual” de los laicos y sacerdotes más representativos.

Podría citar otros casos, pero vuelvo a vos que, más que hija, habéis sido madre espiritual de San Juan de la Cruz y de los primeros Carmelitas reformados. Hoy es todo claro y parejo al respecto, pero en vuestros tiempos ocurrió el choque arriba mencionado.

De un lado, estábais vos, rica de carismas, fuerzas ardientes y luminosas concedidas a vos para la Iglesia de Dios; del otro, estaba el Nuncio, o sea, la Jerarquía que debía juzgar la autenticidad de vuestros carismas. En un primer momento, presentadas las informaciones erradas, el juicio del Nuncio fue negativo. Una vez dadas las necesarias explicaciones y examinadas mejor las cosas, estas se aclararon: la Jerarquía aprobó todo y vuestros dones pudieron expanderse en favor de la Iglesia.


***


Pero de carismas y de Jerarquía se siente hablar tanto también hoy. Especialista cual fuísteis en la materia, me permito extraer de vuestras obras los siguientes principios:

1. Por encima de todo está el Espíritu Santo. De Él vienen sea los carismas sea los poderes de los Pastores; al Espíritu Santo corresponde realizar el acuerdo armónico entre Jerarquía y carismas y promover la unidad de la Iglesia.

2. Carismas y Jerarquía son ambos necesarios para la Iglesia, pero en modo diverso. Los carismas actúan como acelerador, favoreciendo el progresso y la renovación. La Jerarquía debe hacer más bien de freno, a favor de la estabilidad y la prudencia.

3. A veces, carismas y Jerarquía se entrecruzan y superponen. Ciertos carismas, en efecto, son dados sobre todo a los Pastores como los "dones de gobernar” recordados por San Pablo en la primera carta a los Corintios. Viceversa, debiendo la Jerarquía regular todas las etapas principales de la vida eclesial, los carismáticos no pueden sustraerse a su guía con el pretexto de tener carismas.

4. Los carismas no son caza reservada de nadie: pueden ser dados a todos: curas y laicos, hombres y mujeres. Pero otra cosa es poder tener, otra tener de hecho los carismas.

Encuentro escrito en vuestro libro de las Fundaciones (c. VIII, n. 7): “Una penitente afirmaba al confesor que la Virgen iba a visitarla a menudo y se entretenía hablándole más de una hora, revelándole el futuro y muchas otras cosas. Y como entre tantas extravagancias salía alguna verdadera, se consideraba todo como verdadero. Intuí enseguida de qué se trataba… pero me conformé con decirle al confesor que esperara el éxito de las profecías, que se informara del género de vida de la penitente y exigiera otros signos de santidad. En fin… se vio que eran todas extravagancias”.

***

Querida Santa Teresa, ¡si vinieras hoy! El nombre “carisma” se desperdicia; se distribuyen patentes de “profeta” a más no poder, atribuyendo este título también a los estudiantes que se enfrentan con la policía en las plazas o a los guerrilleros de America Latina. Se pretende oponer los carismáticos a los Pastores. ¿Qué diríais vos de ello, que obedecíais a los confesores aun cuando sus consejos resultaban opuestos a aquellos dados por Dios en la oración?

Y no creáis que yo sea pessimista. Aquello de ver carismas por todos lados espero que sea sólo una moda pasajera. Por otra parte, sé bien que los dones auténticos del Espíritu han sido siempre acompañados de abusos y falsos dones; no obstante ello, la Iglesia ha ido lo mismo hacia adelante.

En la joven Iglesia de Corinto, por ejemplo, había un gran florecimiento de carismas, pero San Pablo se preocupó por algún abuso encontrado. El fenómeno se repitió a continuación en formas aberrantes más vistosas.

Dos mujeres, Priscilla y Maximilla, sostenedoras y financiadoras del Montanismo en Asia, comenzaron predicando “carismáticamente” un despertar moral hecho de grandes austeridades, de renuncia total al matrimonio, de prontitud absoluta al martirio. Terminaron contraponiendo a los obispos los “nuevos profetas”, hombres y mujeres, que “investidos por el Espíritu”, predicaban, administraban los sacramentos, esperaban al Cristo que, de un momento a otro, habría venido a inaugurar el reino millenario.

En tiempos de San Agustín estaba Lucilla de Cartago, rica señora, a quien el obispo Ceciliano había regañado porque, antes de la Comunión, acostumbraba estrechar contra el pecho un pequeño hueso de no se sabe qué mártir. Irritada y resentida, Lucilla indujo a un grupo de obispos a oponerse a su obispo: perdido un proceso ante el episcopato africano, el grupo protestó, sin éxito ante el Papa, luego ante el Concilio de Arles, luego ante el mismo emperador e inició una nueva iglesia. En casi todas las ciudades africanas se vieron así dos obispos, dos catedrales frecuentadas por dos categorías opuestas de fieles que, encontrándose, se daban golpes: de acá los católicos, de allá los donatistas, secuaces de Donato y Lucilla.

Los donatistas se llamaban los “puros”; no se sentaban en el lugar ocupado antes por un católico sin haberlo limpiado con la manga; evitaban como a apestados a los obispos católicos; se apelaban al Evangelio contra la Iglesia, que decían sostenida por la autoridad imperial; instituyeron escuadras de asalto. El mansísimo San Agustín debió una vez apostrofarlos: “Os importa tanto el martirio, ¿por qué no tomáis una cuerda para colgaros?”

En el siglo XVII fueron la monjas de Port Royal. Una de sus Abadesas, la Madre Angélica, había empezado bien: se había “carismáticamente” reformado a sí misma y al monasterio, rechazando de la clausura hasta a los padres. Provista de grandes dotes, nacida para gobernar, se convirtió todavía en el alma de la resistencia jansenista, intransigente hasta el fin ante la autoridad eclesiástica. De ella y de sus monjas se decía : "Puras como ángeles, soberbias como demonios".

¡Cuán lejano es todo esto de vuestro espíritu! ¡Cuál abismo entre estas mujeres y vos! "Hija de la Iglesia" era el nombre que os gustaba más. Lo murmurásteis en el lecho de muerte, mientras, durante la vida, para la Iglesia y con la Iglesia habíais trabajado tanto, ¡aceptando hasta sufrir algo desde la Iglesia!

¡¿Si enseñárais un poco vuestro método a las “profetizas” de hoy?!

Octubre de 1974

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* S. TERESA DE ÁVILA, al siglo Teresa de Cepeda y Ahumada (1515 -1582). De rica y noble familia de Ávila, en España, carmelita a los 21 años, se dedicó a una vigorosa actividad de reforma de su Orden que quiso retrotraer a la primitiva austeridad. A la obra de reforma agregó la experiencia ascética y mística, testimoniada en maravillosos escritos: Camino de perfección, una Autobiografía y numerosas Cartas.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Carta a Pinocho: Cuando te enamores.... / Autor: Albino Luciani

Querido Pinocho,

Tenía siete años cuando leí por primera vez tus Aventuras. No podría decirte cuánto me gustaron ni cuántas veces he vuelto a leerlas desde entonces. La verdad es que en ti, niño, me reconocía a mí mismo; en tu ambiente, mi ambiente.

¡Cuántas veces corrías por el bosque, a través de los campos, por la playa, por las calles! Y contigo corrían la Zorra y el Gato, el perro Medoro, los niños de la batalla de los libros. Parecían mis carreras, mis compañeros, las calles y los campos de mi aldea.

Corrías a ver los carromatos que llegaban a la plaza; también yo. Te quejabas, retorcías la boca, metías la cabeza bajo las sábanas antes de beber la amarga medicina; también yo. La rebanada de pan con mantequilla por los dos lados, el pastel de canela, el terrón de azúcar y, en algunos casos, hasta un huevo, una pera, o incluso sus mondaduras, representaban un manjar delicioso para ti, glotón y hambriento como estabas; lo mismo me pasaba a mí.

También yo, al ir y venir de la escuela, me veía enzarzado en "batallas": con bolas de nieve en invierno; a puñetazos y patadas en todas las estaciones del año; unas veces "encajaba"; otras, daba, tratando siempre de equilibrar el "haber" con el "debe" y de no lloriquear en casa, donde, si me hubiera quejado, me habrían quizá dado "el resto".

Y ahora has vuelto. Ya no hablas desde las páginas del libro, sino desde la pantalla de TV. Pero sigues siendo el mismo niño de otro tiempo.

Yo, en cambio, he envejecido. Me encuentro ya, si se puede hablar así, al otro lado de la barricada. Ya no me reconozco en ti, sino en tus consejeros: el maestro Gepeto, Pepe Grillo, el Mirlo, el Papagayo, la Luciérnaga, el Cangrejo, la Marmota.

Ellos intentaron - ¡ay!, sin éxito, excepto en el caso del Atún - darte consejos para tu vida de niño.

Yo intento dártelos para tu futuro de muchacho y de joven. ¡Mucho cuidado! ¡Ni se te ocurra tirarme a mí también el martillo, porque no estoy dispuesto a acabar como el pobre Pepe Grillo!

***

¿Te has dado cuenta de que no he nombrado al Hada entre tus "consejeros"? No me gusta su sistema. Cuando te persiguen los asesinos, llamas desesperado a su puerta; ella se asoma a la ventana con su rostro blanco, como una figura de cera, se niega a abrirte y deja que te cuelguen de un árbol.

Te libra, sí, más tarde, de la encina, pero luego te gasta la pesada broma de meter en tu cuarto de enfermo a aquellos cuatro conejos, negros como el betún, con un pequeño ataúd a sus espaldas.

Aún más. Escapado por milagro de la sartén del Pescador verde, vuelves a casa aterido de frío cuando la noche está ya entrada y el agua cae a cántaros sobre tus espaldas. El Hada hace que te encuentres con la puerta cerrada y, tras muchas llamadas desesperadas, te envía al Caracol, que tarda nueve horas en bajar desde el cuarto piso y en llevarte - medio muerto como estás de hambre - un pan de yeso, un pollo de cartón y cuatro melocotones de alabastro pintados al natural.

Bueno, no se trata así a los niños que se equivocan, sobre todo si están entrando, o han entrado ya, en la edad llamada preciosa o, también, difícil, que va de los 13 a los 16 años, y que de ahora en adelante será la tuya, Pinocho.

La probarás: edad difícil, tanto para ti como para tus educadores. Ya no eres un niño, y rechazarás la compañía, las lecturas, los juegos de los pequeños; pero tampoco eres un hombre, y te sentirás incomprendido y casi rechazado por los adultos.

Y mientras pasas por la extraña experiencia de un rápido crecimiento físico, tendrás la impresión de encontrarte de improviso con unas piernas kilométricas, unos brazos de Briareo y una voz extrañamente cambiada, insólita, irreconocible.

Sentirás una fuerte necesidad de afirmar tu yo: por una parte, entrarás en conflicto con el ambiente de la familia y del colegio; por otra, entrarás a velas desplegadas en la solidaridad de las "pandillas". Por un lado, exiges independencia de la familia; por otro, tienes hambre y sed de ser aceptado por tus compañeros y de depender de ellos.

¡Cuánto miedo a ser distinto de los demás! Adonde va la pandilla, allí quieres ir también tú. Los chistes, el lenguaje y los pasatiempos de los demás los haces tuyos. Vistes como ellos visten: un mes, todos en sweater y vaqueros; al siguiente, todos con cazadoras de cuero, pantalones de color, cordones blancos sobre botas negras. En unas cosas, anticonformistas; en otras, sin daros siquiera cuenta, conformistas al cien por ciento.

¡Y de humor mudable! Hoy, tranquilo y dócil, como cuando tenías 10 años; mañana, arisco como un ulceroso de 70. Hoy quieres ser aviador, mañana estás decidido a ser actor de teatro. Hoy, audaz y despreocupado; mañana, tímido y casi ansioso. ¡Cuánta paciencia, cuánta indulgencia, cuánto amor y comprensión deberá tener contigo el maestro Gepeto!

Hay más: te volverás introspectivo, es decir, comenzarás a mirar dentro de ti y descubrirás cosas nuevas. Aflorará en ti la melancolía, la necesidad de soñar con los ojos abiertos, el sentimiento e incluso el sentimentalismo. Y hasta podrá ocurrir que, en séptimo u octavo de EGB, te "enamores", como el joven David Copperfield, que decía: "Adoro a miss Shepherd. Es una chica de chaquetilla corta, cara redonda y cabellos rizados. Cuando estoy en la iglesia, no puedo leer el misal porque tengo que mirar a miss Shepherd. Pongo a miss Shepherd entre los miembros de la familia real..., en mi cuarto a veces me siento impulsado a exclamar: '¡Oh, miss Shepherd!'... Me gustaría saber por qué he regalado secretamente a miss Shepherd doce nueces. No son un símbolo de afecto... y, sin embargo, siento que es un regalo que le va bien. También doy a miss Shepherd insípidas galletas e innumerables naranjas... Miss Shepherd es la única visión que invade mi alma".

"¿Cómo es posible que, en el espacio de unas pocas semanas, rompa con ella? Se dice por ahí que prefiere al señorito Jones... Un día miss Shepherd hace un gesto al pasar a mi lado y se ríe con su amiga. Todo ha terminado. La devoción de toda una vida ha desaparecido. Miss Shepherd sale de la función religiosa de la mañana dominical, y la familia real ya no la reconoce".

Le pasó a Copperfield. Les pasa a todos. ¡Te pasará también a ti, Pinocho!

***

Pero ¿cómo te ayudarán tus "consejeros"?

Durante el "fenómeno de crecimiento", tu nuevo Pepe Grillo debería ser el viejo Vittorino de Feltre, un pedagogo que quiso mucho a los niños de tu edad y que dio una gran importancia en la educación a los ejercicios al aire libre.

La equitación, el salto, la natación, la esgrima, la caza, la pesca, el tiro al arco, el canto. Pretendía, con estos medios, crear un ambiente sereno en su "Casa alegre" y dar una salida útil a la exuberancia física de sus jóvenes alumnos. De muy buen grado habría hecho suyo lo que más tarde diría Parini:

"¿Qué no podrá hacer un alma audaz

si tiene vida en miembros fuertes?"


Luego, tu amigo Atún, que te llevó sano y salvo a la orilla cuando saliste del vientre del tiburón podrá ayudarte, con su calma y fuerza persuasiva, en la próxima crisis de la autoafirmación de que te he hablado.

Hoy, el sueño de vosotros jóvenes no es sólo el automóvil. Vosotros soñáis con todo un garaje de autos morales: autoelección, autodecisión, autogobierno, autonomía. Hace muy poco, unos muchachos de Bolzano comenzaron una autoescuela dirigida por ellos mismos.

"Justo, diría con su típica calma el sabio Atún, llegar a la autodecisión. Pero poco a poco, paso a paso. No se puede pasar de repente de la total obediencia de niño a la plena autonomía de adulto". Ni se puede usar hoy, para todo, el método duro de un tiempo. A medida que vayas creciendo en edad, Pinocho, crecerá en ti el deseo de autonomía. Pues, bien, haz que crezca también - con la ayuda externa de buenos educadores - la recta conciencia de tus derechos y deberes; haz que crezca el sentido de la responsabilidad, para usar bien de la tan deseada autonomía.

Escucha cómo eran educados, hace más de un siglo, los hermanos Visconti - Venosta. Uno de ellos, Giovanni, era escritor; el otro, Emilio, un político de nuestro Risorgimento: "Uno de los métodos de educación de mi padre consistía en estar con sus hijos el mayor tiempo posible, en exigirnos una confianza ilimitada, devolviéndonos mucha por su parte, y en considerarnos como personas un poco superiores a nuestra edad. Así inculcaba en nosotros el sentido de la responsabilidad y del deber. Nos trataba como a hombres pequeños, cosa que nos halagaba bastante. Por ello nos esforzábamos también por estar a la altura".

***

En tu viaje hacia la autonomía, chocarás quizá, querido Pinocho, como casi todos los jóvenes entre los 17 y los 20 años, con un difícil escollo: el problema de la fe.

Respirarás, en efecto, objeciones antirreligiosas como se respira el aire, en el colegio, en la fábrica, en el cine, etc. Si tu fe es un montón de buen trigo, vendrá todo un ejército de ratones a tomarlo por asalto. Si es un traje, cien manos tratarán de desgarrártelo. Si es una casa, el pico querrá derribarla piedra a piedra. Tendrás que defenderte: hoy, de la fe sólo se conserva lo que se defiende.

Y ten presente dos cosas..

Primera: toda certeza merece estima, aunque no comparta la evidencia de la matemática. La existencia de Napoleón, César o Carlomagno no goza de la certeza del 2 + 2 = 4, pero no por ello deja de ser cierta con una certeza humana, histórica. Del mismo modo es también cierto que existió Cristo, que los apóstoles lo vieron muerto y luego resucitado.

Segunda cosa: al hombre le es necesario el sentido del misterio. De nada sabemos todo, decía Pascal. Sé muchas cosas de mí mismo, pero no todo. No sé exactamente qué es mi vida, mi inteligencia, el grado de mi salud, etc. ¿Cómo puedo entonces pretender comprender y saber todo de Dios?

Las objeciones más frecuentes que oirás irán dirigidas contra la Iglesia. Podrá quizá ayudarte una anécdota contada por Pitigrilli. En Londres, en Hyde Park, un predicador está hablando al aire libre. De cuando en cuando lo interrumpe un individuo despeinado y sucio. "La Iglesia existe desde hace ya dos mil años - salta de repente el individuo - y el mundo está todavía lleno de ladrones, de adúlteros, de asesinos". "Tiene usted razón - responde el predicador -. Pero hace también dos millones de siglos que existe el agua en el mundo y mire cómo tiene usted el cuello".

En otras palabras: ha habido malos Papas, malos sacerdotes, malos católicos. Pero ¿qué significa eso? ¿Que se ha aplicado el Evangelio? No, todo lo contrario. En esos casos no se ha aplicado el Evangelio.

Pinocho mío, sobre los jóvenes hay dos frases famosas. Te recomiendo la primera, de Lacordaire: "Ten una opinión y hazla valer". La segunda es de Clemenceau, y no te la recomiendo en absoluto: "No tiene ideas, pero las defiende con ardor".

***

¿Puedo volver a David Copperfield? El recuerdo de miss Shepherd se ha alejado de él, desde hace algún tiempo, y David, ahora con 17 años, se vuelve a enamorar. Esta vez adora a la señorita Larkins. Se siente feliz con tal de poder hacerle una reverencia cada día. Sólo encuentra alivio si se pone los mejores trajes y se limpia continuamente los zapatos. Sueña: «¡Ay!, si mañana viniera Larkins padre y me dijera: 'Mi hija me ha contado todo. Toma 20 mil libras esterlinas. Sed felices'». Sueña con su tía, que se emociona y bendice su matrimonio. Pero, mientras él sueña, la chica se casa con un cultivador de lúpulo.

David pasa dos semanas hundido: se quita el anillo, se pone los peores trajes, deja de darse brillantina, no se limpia ya los zapatos.

Más tarde llegó el flechazo de Dora: "Era un ser sobrehumano para mí. Era un hada, una sílfide... no sé qué era... todo lo que nadie ha visto jamás... Quedé engullido por un abismo de amor en un instante... precipitado, de cabeza, antes de haberle dicho una sola palabra".

Son citas transparentes: a través de ellas se vislumbran los problemas del amor y del noviazgo, para el que deberás también prepararte, querido Pinocho.

Sobre este punto, algunos defienden hoy una moral muy permisiva. Pero, aún admitiendo que en el pasado se ha sido un poco demasiado rígidos en este tema, los jóvenes no deben aceptar esa permisividad. Su amor debe ser con A mayúscula, hermoso como una flor, precioso como una joya, y no vulgar como un fondo de vaso.

Conviene que acepten imponerse algún sacrificio y mantenerse alejados de personas, lugares y diversiones que les sirvan de ocasión de mal. "No tenéis confianza en mí", dices, "Sí, la tenemos, pero no es desconfianza recordar que todos estamos expuestos a tentaciones. Y sí es, en cambio, amor quitar del camino, al menos, las tentaciones innecesarias".

Mira a los automovilistas: encuentran policías de tránsito, semáforos, pasos peatonales, sentidos únicos, prohibiciones de estacionamiento, cosas todas que, a primera vista, parecen fastidios y límites contra el conductor, cuando en realidad están ahí en su favor, porque lo ayudan a conducir con mayor seguridad.

Y si un día tienes novia - Shepherd o Larkins o Dora -, respétala. Defiéndela de ti mismo. ¿Quieres que se conserve intacta para ti? Muy bien, pero tú consérvate del mismo modo para ella y no hagas caso de ciertos amigos que cuentan sus "hazañas", alardeando y creyéndose "unos machotes" por sus aventuras con mujeres. El verdadero "machote", el hombre fuerte, es el que sabe conquistarse a sí mismo y toma su puesto en las filas de los jóvenes, que son la aristocracia de las almas. Mientras se es novio, el amor debe procurar no tanto el placer sensual cuanto la alegría espiritual y sensible; ha de manifestarse de manera afectuosa, sí, pero correcta y digna.

Consejos parecidos han de impartirse también a la otra parte, con tal que sepa aguantar los "sermones".

"Querida Dora (o señorita Larkins o Shepherd) - le dice su madre -, déjame que te recuerde una ley biológica. La chica, por lo general, tiene mayor dominio de sí que el chico en el aspecto sexual. Si el hombre es más fuerte físicamente, la mujer lo es espiritualmente. Podría casi decirse que Dios decidió hacer depender la bondad de los hombres de la de la mujer. Mañana dependerán un poco de ti el alma de tu marido y las de tus hijos. Hoy, la de tus amigos y la de tu novio. Debes, pues, tener sentido común por dos y saber decir que no en ciertas cosas, incluso cuando todo parecería invitar a decir que sí. El novio mismo, si es bueno, te lo agradecerá en sus mejores momentos y se dirá: 'Mi Dora tiene razón. Tiene una conciencia y la obedece. Mañana me será fiel'. La novia demasiado fácil, en cambio, no ofrece las mismas garantías y corre el riesgo de sembrar desde ahora, con su condescendencia demasiado despreocupada, semillas peligrosas, de las que brotarán en un futuro celos y sospechas por parte del marido".

Aquí paro, Pinocho, pero no me salgas ahora con que no venía a cuento hablar de Dora. Cuando eras niño, tenías al Hada, primero como hermana y luego como madre. Ahora eres adolescente y joven; la única hada que puede hacerte compañía es una novia o una esposa. ¡A no ser que quieras meterte a cura!

¡Pero no te veo la vocación!


Junio 1972