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Bienvenido a Escuchar y a Dar

Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

La evangelización debe estar centrada en impulsar a las personas a tener una experiencia real del Amor de Dios. Por eso pedimos a cualquiera que visite esta página haga propuestas de textos, testimonios, actos, webs, blogs... Mientras todo esté hecho en el respeto del Amor del Evangelio y la comunión que siempre suscita el Espíritu Santo, todo será públicado. Podéís usar los comentarios pero para aparecer como texto central enviad vuestras propuestas al correo electrónico:

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lunes, 12 de noviembre de 2007

Philippe Madre, psiquiatra: «Una paralítica se curó gracias a la oración de sanación»


Publicamos la entrevista realizada el 3 de diciembre de 2003 por Mónica Vazques en el Diario La Razón al Dr. Philippe Madre, psiquiatra.

El psiquiatra ateo que se convirtió al presenciar un milagro, Philippe Madre, sanó por medio de la oración de intercesión a una paralítica.
Ante una audiencia de 50.000 personas, la mujer salió a dar testimonio y al escucharla, doce paralíticos comenzaron a caminar.
¬ En Francia muchos periodistas le han preguntado por qué no todos se sanan al acudir a la oración de intercesión ¿qué ha respondido?
¬ No todos se sanan porque Dios no es un mago, el poder de Dios es un poder de amor. Dios sana a unas cuantas personas del total de los enfermos y esas personas son para manifestar su amor a los hombres. Lo que importa en la sanación es el testimonio. Dios no habla sólo a la persona que está sanando sino a todas las que ven el signo. Un testimonio de sanación fortifica la fe de quien lo ve o quien lo oye.
¬ ¿Cómo fue el milagro de la mujer paralítica?
¬ Antes de la misa, el sacerdote y yo habíamos rezado. Recibí una convicción interior de que Dios quería curar a una de las personas paralíticas.

Milagros de la misericordia

Así que cuando llegué al sitio, comencé a observar a los paralíticos y tuve la percepción de que esa persona no estaba presente. Durante la homilía llegó una muchacha en silla de ruedas y Dios puso en mi corazón la certeza de que era ella, así que terminé rápido la homilía y me fui al encuentro de esa mujer. Le pregunté si pensaba que Dios podía hacer algo por ella y me dijo «yo querría pero tengo mucho miedo, no es posible para mí».
¬ ¿Por qué estaba paralítica?
¬ Porque hacía dos años se había caído en un pozo y se había fracturado la columna vertebral. Estuvo más de un día en el fondo del pozo sin que nadie la encontrara y las hormigas comenzaron a comerse sus piernas. Médicamente estaba definitivamente paralítica. Como yo estaba seguro, aunque no puedo explicar esta certeza, le dije «vamos a orar para que seas liberada de tu temor». Recé con ella durante unos minutos y ella temblaba de miedo y empezó a sentir fuerzas en sus piernas y en diez minutos estaba andando normalmente.
¬ ¿Qué ocurrió después?
¬ Todo el mundo estaba sorprendido y le pedí que diera su testimonio. Mientras ella lo daba doce personas paralíticas fueron también curadas.
¬ ¿Para qué Dios da el don de sanación?
¬ La sanación es el signo de la compasión de Dios pero sólo un signo porque la compasión es más importante que la sanación. La compasión consiste en que Dios visita la pobreza del hombre, para reavivarle, para volverle a la vida. Dios viene a darle un sentido a la vida y al sufrimiento. Aquel que encuentra un sentido a su sufrimiento es mucho más feliz que aquel que simplemente es sanado.
¬ ¿Es posible consolar el corazón de Dios?
¬ Consolar quiere decir unirnos a alguien en su soledad. El corazón de Dios está lleno de compasión por los hombres que sufren. Pero uno de los sufrimientos de Dios es que está muy solo para tener compasión por los que sufren. Como nos ama, Él invita a algunos a que nos unamos para tener compasión por aquellos que sufren. Lo grande del cristianismo es la compasión por aquel que sufre porque nos ha sido dado ver a esa persona con toda su dignidad.

Amor por los que sufren

¬ ¿Cómo podemos ser compasivos con los demás?
¬ La base de la compasión es una relación de amor con Dios mismo. Él nos da a compartir los sentimientos de su corazón, así que permite que seamos movidos a la compasión como Él lo fue cuando le traían a los enfermos, a los moribundos.
¬ ¿Por qué no todos los hombre se adhieren a la fe?
¬ El hombre está siendo atraído por falsas imágenes de felicidad. Todos los hombres están hechos para la felicidad, la verdadera felicidad es Dios. El hombre tiene la libertad de reformularse la libertad de otra manera; por ejemplo, en esta sociedad europea una de las grandes imágenes de felicidad es el placer inmediato sin importar lo que venga después. Con esa imagen de felicidad cuesta mucho oír la voz de Dios.
¬ ¿Qué diferencia hay entre la virtud de la fe y el carisma de la fe?
¬ La virtud de la fe es la fe de los creyentes. El carisma de fe es una gracia transitoria, una exactitud interior que se siente de repente, se orienta hacia una persona que nosotros no conocemos, con la exactitud de que Dios quiere hacer una cosa por ella. Con este carisma, Dios viene también a liberar a la persona de ese miedo. La Razón – España. DIC. 2003.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Entrevista al: Dr. Philippe Madre, Doctor en Medicina, Diácono Permanente: "Fui ateo hasta los 23 años" / Autor: P. Dario Dodig



El Dr. Philippe Madre, es doctor en medicina y diácono permanente al servicio de la pastoral de la salud. Ha trabajado en el ministerio de enseñanza y salud a nivel internacional desde hace 15 años. El Dr. Madre vino a Medjugorje en julio de 2002. Es miembro de la Comunidad de las Bienaventuranzas, en la que ha fungido como Moderador General también desde hace 15 años. Asimismo es el fundador de la organización católica "Mother of Mercy", la cual trabaja en la protección de la vida humana.

Durante su estancia en el Santuario de la Reina de la Paz, él habló con el P. Dario Dodig acerca de su ministerio en la Iglesia y sus observaciones sobre la gracia especial de Medjugorje.

P. Dario Dodig : Dr. Madre, Ud. es casado, padre de familia, doctor en psiquiatría, diácono permamente, miembro de la Comunidad de las Bienaventuranzas donde fungió como Moderador General durante 15 años. ¿Cómo se desarrolló su vocación?

Dr Philippe Madre: Yo quisiera comenzar diciendo que fui ateo hasta la edad de 23 años. Crecí en el seno de una familia cristiana, pero no me interesaba personalmente la fe cristiana. Comencé a estudiar medicina y estaba por contraer matrimonio cuando, inesperadamente, presencié una curación milagrosa en el campo de la psiquiatría. Esta curación psiquiátrica me sorprendió grandemente porque no había una explicación posible. Y me dije: Si Dios existe, entonces vale la pena entregarle mi vida entera! Afortunadamente, mi esposa vivió también esa misma experiencia. Estábamos recién casados y decidimos cambiar nuestras vidas y edificarlas sobre fundamentos cristianos, primordialmente sobre la base de la oración diaira. Con otros amigos que también vivieron una conversión similar, iniciamos un grupo de oración en la ciudad donde vivíamos.

Después de dos o tres años de ese cambio tan profundo en nuestras vidas, nos dijimos: Esto no basta para seguir al Señor! Al tiempo en que nos hacíamos esta pregunta, Ephraim, hermano de mi esposa Evelyne, fundó la Comunidad de las Bienaventuranzas. Era una comunidad donde todos los diferentes estados de vida estaban presentes y convivían juntos, es una vida fraternal de oración, adoración y servicio regular. Decidimos ingresar a esta comunidad, que apenas comenzaba. Yo terminé mis estudios de medicina y poco tiempo después, la comunidad comenzó a recibir personas con diversos tipos de enfermedades que buscaban una ayuda especial dentro de la comunidad.

Esto fue lo que me llevó a mirar a las personas enfermas con una visión totalmente diferente y tratar de ver la forma como Dios podría ayudarles a través de nuestra intercesión. Poco a poco fuimos creciendo en las oraciones de sanación por las personas que padecían enfermedades físicas o psicológicas. Con el tiempo formamos también un equipo de terapeutas cristianos a fin de acoger a quienes sufrían severos problemas psicológicos por períodos que iban de varias semanas a varios meses. Sobre esta misma base se desarrolló mi llamado a ser diácono permanente. Después de algunos años, nuestro obispo me ordenó diácono con un carisma especial para los enfermos, especialmente aquellos cuya dignidad de vida era pisoteada o despreciada.


Las personas con necesidades especiales acuden a Ud. en busca de oraciones de sanación. ¿Qué es exactamente una oración por sanación?

Yo recibo dos tipos diferentes de peticiones. Muchos obispos y sacerdotes me solicitan dar conferencias en sus diócesis y parroquias, pláticas que se imparten durante encuentros de oración organizados para personas en dificultades. En respuesta a dichas solicitudes, doy una o más conferencias, después de las cuales oro por los enfermos. Esta es una manera de evangelizar, a través de la cual proclamamos a Cristo y Su amor y es también una oportunidad para pedirle al Señor que manifieste Su presencia. Una de las más grandes manifestaciones de la presencia de Dios durante un encuentro de oración es ciertamente el signo de una curación física o psicológica.

Algunas personas tienen severos problemas médicos; son personas por las que la medicina no ha podido hacer mucho. Ellas solicitan consejería personal. Durante esta asesoría, oramos por la persona y esperamos que se abran a la gracia y a la presencia de Dios, que el Señor pueda tocarlas en lo más hondo de su ser y les conceda la salud. En este caso, la oración por sanación se lleva a cabo no tanto en el contexto de evangelización sino más bien en el contexto de una relación de aconsejarlas.


¿Cuando hablamos de oraciones por sanación, existen obstáculos para la sanación? ¿Cuáles son?

Todos los bautizados en la Iglesia pueden orar por sanación. Es absolutamene normal que los fieles se vuelvan a Dios con la esperanza de alcanzar de Su amor la gracia de la sanación. Con todo, seguimos observando mucho miedo y reticencia dentro de la Iglesia en esta área, aunque, al mismo tiempo, la Iglesia alienta a sus hijos a orar por los enfermos. Naturalmente, esta oración por los enfermos debe hacerse de manera adecuada, tranquilamente y sin exageraciones, sin abusos, sin buscar el poder personal y el sensacionalismo. El hecho de que oremos por los enfermos no significa que Dios esté obligado a realizar una sanación cada vez! Dios sana a quien El quiere. Sin embargo, a veces Dios desea sanar a una persona pero ésta tiene dificultades para aceptar la curación que Dios quiere darle.

Generalmente, se observan dos grandes obstáculos. El primer obstáculo es una cuestión de perdón. A menudo, la curación física o psicológica que Dios quiere otorgar es bloqueada porque las personas tienen algunas experiencias de su niñez que las llenaron de amargura. No son capaces de abrirse suficientemente a Dios para permitirle que las sane, el Señor espera de ellas que perdonen o que pidan perdón. La reconciliación total precede a cualquier curación. Si ésta no ocurre, es difícil llegar a una sanación, aunque Dios la dé! El problema no es Dios, Quien, en Su misericordia, abre Su Corazón a los enfermos. El problema radica más bien en la persona enferma y que no es consciente de que en primer lugar, la sanación no es un alivio sino una apertura a Dios. La sanación viene cuando el corazón de la persona enferma se abre al dar o recibir perdón. Una de las mejores maneras de orar por la sanación de los enfermos es despertar en las personas la necesidad frecuente tanto de perdonar como de pedir perdón.

Existe otro obstáculo: el miedo a la curación misma. Muchas veces la persona enferma que pide al Señor que la sane, simultáneamente tiene en su interior un profundo miedo de ser sanada. Este miedo crea una especie de parálisis interior, de tal modo que -a pesar del deseo de ser sanada- la persona no puede abrir su corazón al amor de Dios. Para que Dios pueda sanar a los enfermos, El espera confianza de ellos. Es importante que las oraciones por sanación tengan lugar en una atmósfera donde se haya educado a la gente en la confianza, a fin de calmar los miedos de las personas que están enfermas. Esto les permite abrir su corazón al poder sanador de Cristo.


Estamos en Medjugorje. Ud. ha hablado de los obstáculos para la sanación. ¿Es cierto que aquí, en Medjugorje, desaparecen dichos obstáculos? ¿Es cierto que Dios está actuando aquí?

Me parece obvio que Medjugorje es un lugar donde mora Dios, donde mora el Cielo. Cuando las personas vienen aquí, sucede algo especial, parecen ser "domadas" por la presencia de Dios y la presencia de María, aunque no sean conscientes de ello. De este modo, los dos obstáculos de los que hablábamos tienen la tendencia de disminuir o quizá incluso de desaparecer. Por eso pienso que Medjugorje es un importante lugar de sanación y que cada vez lo es más. En los tiempos por venir, creo que Medjugorje tiene que vivir más y más esta gracia de sanación.

Ud. ha estado conectado a Medjugorje desde los primeros años de las apariciones. Ud. fue expulsado del país por el antiguo régimen comunista! Pero eso no lo intimidó para regresar. ¿Cómo ve Ud. a Medjugorje en relación con Lourdes y Fátima?

Este es un asunto delicado! Es cierto que conozco muy bien Lourdes y Fátima más o menos. Sin embargo, lo que más me impresionan son las gracias diferentes que se dan en estos tres lugares. Medjugorje tiene una enorme gracia de simplicidad, donde la persona más herida o los que están más alejados de Dios encuentran una atmósfera de acogida y de paz que nunca antes experimentaron. En Lourdes, por ejemplo, Nuestra Señora nos llama al arepentimiendo. En Medjugorje, Ella también lo hace, pero primordialmente nos llama a la paz. Personalmente, tengo la impresión que en Medjugorje, la misericordia de Dios se muestra de una manera inmensa, de una manera más sencilla, por eso la gente que está más alejada de Dios se siente aceptada por la Virgen. El peso que los agobia y con el que llegan aquí, parece aliviado porque de una forma muy sencilla, en la más grande simplicidad, experimentan la presencia de Dios y del Cielo. Aquí en Medjugorje esta presencia se siente tangible y poderosamente. Creo que muchos peregrinos se sienten acogidos a pesar de sus miserias. Aquí pueden iniciar un camino de reconciliación con Dios y también consigo mismos, un camino de crecimiento en la fe. También existe una pedagogía la cual es actualizada diariamente por los mensajes de Nuestra Señora; de este modo, las personas que prestan atención a los mensajes, son eduadas progresivamente. Esta es realmente la escuela del Corazón de María.

Nuestra Señora se presenta aquí en Medjugorje como la Reina de la Paz. En la historia, Ella se ha manifestado como Reina del Santo Rosario, como la Inmaculada Concepción, y aquí se llama la Reina de la Paz. ¿Es la paz la aspiración última de la vida humana, el fundamento de la sanación interior?

Creo que se trata de mucho más que sólo paz interior. Es la paz de la que habla Jesús el día de la Resurrección, cuando El se aparece a Sus apóstoles y les dice: "La paz con ustedes!" Esta paz es el don primero de Jesús Resucitado a Sus apóstoles. La paz es fruto de la Resurrección de Cristo en nuestra existencia humana. Para mí, desde esta perspectiva, la paz es de hecho - un gran poder de vida En esta paz, nuestra vida encuentra su sentido, toda su fortaleza y toda su vocación. Creo que esta paz está vinculada a la vida misma; cuánta falta le hace esta paz a nuestro mundo y por eso busca tanto una paz falsa. Sólo Dios puede dar la paz, que es vida.

Sería difícil hablar sobre los eventos de Medjugorje sin mencionar al P. Slavko...

Tuve la oportunidad de conocerlo y estar con él en diversas ocasiones. Creo que él fue realmente un individuo clave que facilitó que la gracia de Medjugorje fuera aceptada. La calidad de su presencia y especialmente de su presencia pastoral con los videntes, permitió que la gracia de Medjugorje se desarrollara. Creo que Medjugorje le debe mucho y que no debemos dudar en invocarlo a menudo en la oración.

Para terminar, ¿hay algo más que Ud. quisiera añadir, algo que considere muy importante y que no hayamos mencionado en esta conversación?

Hay algo que me impresiona profundamente en mis giras alrededor del mundo y creo que Medjugorje tiene algo que ver con ello. En esos viajes, conozco a muchas personas desesperadas que han perdido su confianza en la vida, personas que no son siquiera conscientes del don de la vida ni de la dignidad de la vida humana. Nuestra humanidad está llena de desesperanza y continuamente busca nuevos placeres como una forma de escapar a esa desesperanza. Podría decirse que muchas de nuestras sociedades son depresivas. Paradójicamente, la gracia más grande que Dios da a la Iglesia en este, nuestro tiempo, es justamente la gracia de la esperanza. El Señor nos recuerda que hay otra vida, que nuestra existencia en esta tierra - cualquiera que pueda ser la carga o el sufrimiento que nos agobie- no es propiamente la meta. Por el contrario, nuestra patria verdadera y nuestra vida verdadera están en el Cielo. La Virgen María abre la puerta del Cielo a todos los que así lo deseen, a fin de que podamos vivir nuestra vida auténticamente como si ya tuviéramos un pie en el Cielo. Pienso que uno de los elementos más importantes de la gracia de Medjugorje es que trae esperanza y vida a tantas personas. Al mismo tiempo, esta gracia de Medjugorje es una imagen de la gracia del Espíritu Santo que se concede en tantos lugares en el mundo. Esta gracia todavía tiene que crecer.

Que todos los que lean estas palabras confíen en la presencia de Dios aquí en Medjugorje, que realmente crean en el don de Dios en Medjugorje. Haciendo a un lado todas las preguntas sin respuesta y todos los conflictos entre la gente, aferrémonos a lo que es esencial y al don de Dios en Medjugorje. Tenemos que aferrarnos a ello y vivir de ello. De este modo, la presencia de Dios podrá crecer incesantemente en forma de esperanza y de una vida más fuerte para muchos de nuestros contemporáneos que viven en la desesperanza. Valoren la gracia de Medjugorje y vivan de ella, a fin de que muchas personas en el mundo puedan saborer esta esperanza que viene de Dios y disfruten la vida que es un don de Dios y que tanta falta les hace conocer.


Gracias, Dr. Philippe Madre

jueves, 11 de septiembre de 2008

El combate espiritual / Autor: Philippe Madre


Este texto importante para la vida del cristiano , es la transcripción de las enseñanzas impartidas por el Dr. Philippe Madre, de la Comunidad de las Bienaventuranzas, en un retiro para sacerdotes sobre "el combate espiritual".
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"Por eso, tomad las armas de Dios ... " (Ef 6, 10 - 20)

El combate espiritual es algo muy personal. Todos los cristianos estamos expuestos a él; aunque esto no quiere decir que todos los cristianos acepten vivir el combate espiritual. Lo queramos vivir o no, lo queramos aceptar o no, cada uno de nosotros tiene un combate espiritual muy personal sólo para él, esto será según lo que estamos intentando vivir con Dios, según lo que haya sido nuestro pasado, éste pudo ser difícil o doloroso, y también según el medio o situaciones en que vivimos cada día. Así, el combate espiritual es algo muy misterioso. Debemos saber que el primer error es creer que el combate espiritual no existe. Leer más...

viernes, 12 de septiembre de 2008

El carisma de fe / Autor: Dr. Philippe Madre

Hay un criterio de discernimiento espiritual en nuestras faltas de fe. Podemos encontrar muchas tentaciones que proceden de nuestra imaginación, de nuestra psicología herida. Pero existe una que nunca procede de nosotros, que siempre procede del Maligno: es aquélla de la duda, sobre Dios, sobre el amor de Dios, la duda sobre el corazón de Dios abierto para nosotros. La duda es la firma del Maligno. Leer más...

miércoles, 5 de septiembre de 2007

“Jesús te ama de forma especial y quiere sanar tus heridas” (I) / Autor: Jean Vanier


Publicamos una de las reflexiones de Jean Vanier impartidas a una de las comunidades de Fe y Luz;

Estoy contento de que Peluso esté aquí, porque todo tiene que ver con la comunicación, y... ¿desde dónde comunicamos?, ¿comunicamos desde nuestra cabeza?, ¿comunicamos desde nuestras heridas, nuestra ira, nuestro dolor o comunicamos desde el corazón?, o... ¿llevamos una máscara puesta? Pretendemos ser alguien. Y lo más importante en la comunicación con Jesús está muy profundamente en nuestro ser. Espero que estos días podáis encontrar una manera de comunicaros con Jesús.

Fe y Luz no es solamente pasarlo bien, sino que tiene que ver con encontrarnos con personas. Pero la pregunta siempre es: ¿quién soy yo?, ¿quién soy yo en lo más profundo de mi ser? y ¿qué me llama Dios a ser? Así que, la pregunta es: ¿cómo puedo crecer para ser cada vez más yo mismo? Yo no tengo que ser lo que vosotros queráis que sea; las personas con una deficiencia no deben que ser lo que sus padres quieren que sean, se les permite ser ellos mismos, eso es bueno. Nuestra tendencia es querer que las personas sean lo que queremos que sean; ¿cómo podemos ayudar a las personas a ser libres para que sean ellos mismos?, ¿cómo volverme yo mismo libre?, ¿libre del miedo?, ¿libre de no querer ser lo que los demás quieren que sea?, ¿libre de prejuicios?, ¿libre del impulso de tener siempre éxito? Estamos en una sociedad que empuja a las personas a tener siempre éxito, ¿tenemos que ser así?, ¿tenemos que tener siempre éxito?, ¿estamos siempre juzgados por la sociedad?, ¿hay verdad en mí? Las personas con una deficiencia son de las personas más oprimidas de este mundo y no lo digo de una manera ligera, he visto muchas cosas, he visto muchas instituciones. He visto muchas instituciones que son muy malas y he visto mucho sufrimiento, donde las personas con una deficiencia no son libres para ser ellas mismas, no son respetadas, no son vistas como personas importantes, y que tienen un don para ofrecer a la sociedad y a la Iglesia.

Conocéis un par de textos de san Pablo a los Corintios, unos textos muy fuertes. Un primer capitulo en el que dice: “Dios ha escogido a los débiles para confundir y avergonzar a los que tienen el poder y se creen inteligentes”. Es importante descubrir qué significa eso, cuáles son sus consecuencias, que Dios haya elegido a los débiles y a los necios para confundir a los que tienen poder y éxito. Y un poco después, Pablo en el capítulo tercero dice esto, hace una comparación entre la Iglesia y el cuerpo, dice: todas las partes del cuerpo son importantes, los ojos son importantes, los oídos son importantes, los pies son importantes... Estamos hechos de muchas partes; hoy podríamos hablar de cuántas células tenemos en el cuerpo, muchas, muchas, muchas... Pero cada una


de ellas, como parte del cuerpo, es importantes; y Pablo va más allá diciendo “esas partes del cuerpo que son más débiles y menos presentables, aquellas que escondemos, a veces en la familia, a veces en instituciones, aquellas que no queremos ver por las calles, aquellas partes que son más débiles y menos presentables, son importantes para el cuerpo y deben ser lavadas, honoradas.

Son necesarias para el cuerpo y deben ser honoradas. Esto es muy fuerte, ¿qué es lo que ha hecho nuestra sociedad? esconderlas. La Iglesia en concreto ¿ha estado lo suficientemente atenta de que son necesarias? no sé. A veces la Iglesia puede convertirse en una Iglesia para los ricos y los poderosos..., ¡muchas preguntas!

Y si Fe y Luz nació hace 30 años es porque Dios, Jesús tiene un mensaje para la Iglesia. Así que, Fe y Luz no es solamente un sitio donde nos juntamos y lo pasamos bien; Fe y Luz es un mensaje para la Iglesia y para el mundo, pero también un mensaje para cada uno de nosotros, para que crezcamos en la misión de los evangelios. Sabéis que siempre creamos sociedades bajo el modelo de una pirámide; cualquier sociedad está construida sobre este modelo; arriba del todo, la salud, el privilegio, el poder...; y según bajamos ¿quién está abajo del todo?, ¿inmigrantes, personas de Marruecos, musulmanes, personas con una discapacidad, personas sin trabajo...? Así es la sociedad, cualquier sociedad es así.
¿Qué es lo que quiere Jesús? Crear un cuerpo en el que cada cuerpo es importante, en el que cada uno tiene una misión que es diferente, el sacerdote, el obispo tiene una misión, los laicos tienen una misión, las personas casadas ¡todos tenemos una misión! porque todos pertenecemos al mismo cuerpo, todos somos partes del cuerpo. Así que, Jesús quiere esto. Siempre las Iglesias están muy influidas por la cultura. Y Fe y Luz, con las personas con deficiencia nos están enseñando algo, las personas con una deficiencia me están diciendo algo a mí.

Yo nací y fui criado en un mundo de guerra. Hitler llegó al poder en 1932. Estaba claro que Europa iba encaminada a la guerra, vosotros también vivisteis la guerra en vuestro país, y fue el preludio de algo mucho mas grave. Vosotros conocéis vuestra historia, vuestra situación; fue en el año 1933-1937, se fue preparando una guerra civil. Yo estaba en Francia cuando las tropas francesas invadieron el país. Mi familia fuimos capaces de escapar a principios de junio, en 1940. En 1942 me enrolé en la marina de guerra. No directamente en un barco, primero estuve en una academia naval.

Así que, esencialmente me crié en una visión de lo bueno y lo malo, que las personas en España vivieron muy profundamente entre el 1936 y 1939. Donde había los buenos y los malos. Posiblemente nuestras mentes son criadas, enseñadas de esa manera. Todos creemos que estamos en el grupo de los buenos. Podéis ir a un lugar como Jerusalén para sentir eso; los judíos saben que ellos son las personas de Dios, los musulmanes también saben que ellos son los hijos de Dios, los cristianos también se saben los hijos de Dios...; pero no es tan sencillo como eso, porque por ejemplo en los judíos tenéis a los ortodoxos y a los liberales; entre los musulmanes tenéis a los chinitas y a los unitas; entre los cristianos, tenéis un menú bien grande, ortodoxos, protestantes, anglicanos, católicos...; pero todos sabemos que tenemos razón y que los demás están equivocados, es obvio. Pero nunca nos tomamos el tiempo para escuchar a la gente y dividimos el mundo entre lo bueno y lo malo, aquellos que tienen razón y aquellos que están equivocados.

Dejé la marina, porque me di cuenta que estar en el ejército no era un camino hacia la paz, por lo menos para mí. Así que dejé la marina para seguir a Jesús e intentar entrar en una misión, en el mensaje del Evangelio. El mensaje del Evangelio es extraordinario, en todos los sentidos, desde el punto de vista antropológico, sociológico, filosófico, político y teológico. Es una visión del mundo, una visión del mundo de quién es cada persona; es una visión que rompe todas las divisiones, es una visión para unir a todas las personas; pero como os dije antes, mi educación consistió en lo bueno y lo malo.

Entonces estudié filosofía, estudié sobre Aristóteles. Cuando estudias filosofía, para estudiar algo, tienes que estudiar qué no es algo, ¿entendéis qué quiero decir? Aristóteles no es Platón y así. Nuestra mente muchas veces funciona no contemplando algo para ver lo que es, sino confrontándolo con algo para saber lo que no es. Por eso, muchas veces las personas discapacitadas son llamadas “discapacitadas” (sin capacidad), no son en primer lugar una persona, con un don particular, son definidas de una manera negativa; ellos no son capaces de ir a la universidad, los definimos por lo que no son. Es la manera de decir que son deficientes. Pero así es como funciona la raza humana, y tenemos una visión de lo normal y lo anormal. Pero todos sabemos que no existe eso que llamamos “normal”, todos somos “anormales”, somos todos únicos, somos todos diferentes, algunos son buenos en matemáticas, otros no, algunos son buenos en esto, otros en otro..., ¡y cada uno tenemos dones diferentes!

Así que yo me crié realmente en esta visión de lo bueno y lo malo, de lo normal y lo anormal. Y toda mi visión era ir ascendiendo en la escala y promocionándome en la marina, en estudios ser el mejor, tener un buen doctorado y ser alabado, y al final, enseñar. Toda mi visión era la sociedad como una pirámide, tenía la necesidad de subir, incluso subir para hacer el bien; no es malo subir en la escalera, pero tienes que saber lo que estás haciendo y porqué lo estás haciendo; pero esa es la visión de nuestro mundo. La visión de Jesús es una visión del cuerpo.

Me animaron a visitar una institución de personas con una deficiencia; fue el Padre Thomas Philippe mi consejero espiritual el que me animó a visitarlo. Fui a visitar la institución que me dijeron. Me encontré con unos 30 hombres con una deficiencia; estaba un poco nervioso... ¿Cómo comunicarme con alguien que no habla? y si habla... ¿de qué podemos hablar? Sabía mucho sobre cómo manejar un portaviones, sabía algo sobre Aristóteles, pero pensaba que las personas con una deficiencia no tenían ningún interés en ninguna de esas cosas, pensaba ¿de qué podemos hablar? Me conmovió mucho, porque todos venían a mí con una pregunta, una pregunta que algunos verbalizaban y otros mostraban a través de su cara, sus manos, su cuerpo... ¿me quieres?, ¿realmente me quieres?, ¿quieres ser mi amigo? Posiblemente esta es una cuestión que

existe en nuestros corazones, pero la escondemos. Mis estudiantes, mis alumnos nunca me preguntaban si los quería, querían utilizar mi cabeza y luego salir de allí y ganar dinero; pero esta gente quería mi corazón.

Encontré a personas realmente hambrientas de relación, y eso me conmovió, pero hay otro tema, algo más complejo que ellos no me dijeron, pero que era muy claro, muy visible en su cuerpo: “¿por qué?, ¿por qué soy así?, ¿por qué la gente se ríe de mí?, ¿por qué me caigo al suelo?, ¿por qué no puedo estar con mis padres?, ¿por qué me han traído aquí, a una institución?, ¿por qué?...” Y no hay respuestas, y es una gran pregunta. Yo no lo hice y ninguno de vosotros eligió nacer, fuimos concebidos por nuestros padres, no pedimos ser hombre o mujer, y ni siquiera elegimos nuestro nombre, no elegimos nuestra nacionalidad, simplemente llegamos a esta tierra, tenemos los padres que tenemos. Las personas con deficiencia no eligieron tener una encefalitis o una parálisis cerebral o una meningitis, no lo eligieron, simplemente sucedió y no pueden entenderlo.

Por qué nació así, por qué la sociedad no los quiere, esa pregunta: “¿por qué?” es una pregunta muy fuerte, es una gran pregunta para los padres, por qué mi hijo ha nacido con una deficiencia. A veces eso conlleva ciertas connotaciones... “¿qué le he hecho yo a Dios para que suceda esto?” y vosotros sabéis, no hay ninguna respuesta. Lo único que sé, es que ellos no hacen más esa pregunta si se sienten queridos y apreciados. Esa pregunta siempre surge de un lugar de dolor. Me conmovió mucho encontrarme con estas personas; y animado por el Padre Thomas sentí que Dios me estaba llamando a bajar hacia ellos y vivir aprendiendo. Por eso dejé la enseñanza y empecé a visitar hospitales psiquiátricos y diferentes instituciones y me encontré con un mundo lleno de dolor del que no sabía nada. Visité esa pequeña institución de 30 hombres, pero luego me encontré con cientos y cientos de personas. Encontré hospitales psiquiátricos que tenían hasta 4.200 personas enfermas, de los cuales la mitad, unos 2.000 eran considerados casos crónicos, estarían ahí siempre, durante toda su vida. Y la otra mitad, otros 2.000, eran considerados “mentales”, lo que la gente entonces normalmente denominaba “esquizofrenia crónica”. Me conmovió mucho por ejemplo, visitar lugares donde encontraba cientos de mujeres con esquizofrenia. Se habían vuelto feas, mal vestidas, andando de acá para allá , sin trabajar...; eso me creó muchas preguntas, tenía muchas preguntas sobre las enfermedades mentales. Las otras 2.000 eran hombres y mujeres con deficiencias mentales, y muchas de ellas estaban agrupadas en dormitorios donde había 40 ó 60 camas; cada cama al lado de la otra, sin trabajar, todo el día yendo de acá para allá, caminando y me preguntaba: “¿cuál es el sentido de todo esto?”

Intenté hablar con familias, con padres, para entender lo que los padres estaban viviendo y eso me conmovió mucho también. Era un momento en que las personas con deficiencia no podían hacer la Comunión y los padres se preguntaban: “¿por qué mi hijo no puede hacer la Comunión?”

Recuerdo haberme encontrado con un doctor, era el padre de una chica joven con una deficiencia y él me contó: “cuando mi hija nació, yo estaba presente, mi reacción inmediata fue pensar “¿qué he hecho yo a Dios para tener una reacción como esta?”

He conocido muchas familias que sentían que tener un hijo, una hija con deficiencia era un castigo de Dios. Esta reacción no solo la he encontrado en una sociedad cristiana, sino también en China, en Malasia..., en todo el mundo. Y una conjunción de la inconsciencia de la humanidad y eso me conmovió, me turbó.

Hace poco me encontré con una mujer embarazada de ocho meses; me pidieron que hablara con ella porque estaba herida; me encontré a una mujer muy deprimida, muy enfadada, un poco histérica. Rápidamente me di cuenta de que no podía decirle nada, porque no puedes discutir con alguien que está viviendo ese dolor; lo único que supe decir fue: “señora, yo he elegido vivir con personas con deficiencia, usted no, y es muy diferente, esto se le ha impuesto a usted, yo lo he elegido y para mí ha sido un gran don, un gran regalo de Dios”.

Quien tiene un hijo, una hija con discapacidad, sufre una gran decepción ¡y eso es normal, es una decepción! Cualquier pareja quiere un bebé normal, precioso, es obvio; pero... ¿qué es lo que sucede al chico, que siente que él o ella es una decepción? Así que, necesariamente vivimos en un mundo de dolor, y no escondamos el dolor, existe mucho dolor. Es muy difícil para las personas con discapacidad que saben que nunca serán las personas que los demás quieren que sean, que tienen dificultades para comunicarse, dificultades con su cuerpo, un montón de cosas que no pueden entender, muchos dolores físicos, dolores mentales..., ¡hay mucho dolor!

A veces los padres van a la iglesia, con su hijo o su hija, y son incapaces de volver al domingo siguiente porque su hijo está corriendo o gritando. En una de nuestras comunidades hemos acogido a tres niños; la comunidad fue a la parroquia local, pero los niños hicieron demasiado ruido y el párroco nos pidió que no lo trajéramos otra vez. Nosotros podíamos soportarlo, porque tenemos un coche y podíamos ir a otra parroquia...

(Una persona se pone enferma en la sala, pierde el conocimiento durante la charla y debemos interrumpir unos minutos...)
“Vamos a tomarnos un minuto de silencio para rezar por Concha...”

Os estaba contando una historia de estos tres niños y la familia en nuestra parroquia que se nos dijo que nos fuéramos porque armábamos mucho ruido. Nosotros como comunidad podemos soportar esto porque tenemos coche y podemos ir a otra parroquia; pero ¿qué puede hacer su madre, su padre, a los que les piden que se vayan? Así que podemos hablar sobre el gran dolor que existe en el corazón de los padres y podemos entenderlo.

Hace unos días estuve en Serbia, hablando con familias y había una misa para una de las comunidades, y entre las personas con una discapacidad, había una chica llamada Lora; era una chica de unos 40 años que era autista, una chica muy guapa, pero no podía estar sentada dos minutos, así que se movía entre silla y silla, acercándose cada vez más al sacerdote. Era muy divertido porque a veces hablaba y reía, y cada vez que se acercaba, se acercaba un poquito más. Al final encontró el micrófono y decidió que era importante hacer algunos ruidos en el micrófono. Pero me di cuenta de que la comunidad era excelente, nadie la paró y no molestó a nadie y fue muy bonito eso que ella estaba haciendo; y el sacerdote llevó realmente el tema con una gran paz, como es en una Comunidad de Fe y Luz. Pero para la madre de Lora, en una parroquia normal, no lo sé.

Así que podemos hablar mucho del dolor de los padres; así que descubrí todo este mundo de dolor. Y me sentí llamado a acoger a dos hombres e intentar aliviarles el dolor; eran dos personas que vivían en una institución. Raphaël había tenido una meningitis, había perdido parte del habla, su cuerpo era inestable. Philippe había tenido una encefalitis, con un brazo y una pierna paralizados, hablaba demasiado y ambos tenían reales problemas intelectuales. Fui capaz de comprar una pequeña casa en ruinas, en un pueblecito. Les pregunté si querían venirse a vivir conmigo; por supuesto, para salir de la institución dijeron que sí; así que empezamos a vivir juntos. Yo me encargaba de la cocina y lo hacía muy mal. Vosotros sabéis que cuando se juntan tres hombres se sabe mucho de cómo ensuciar pero poco de cómo limpiar; no quiero meterme mucho en el tema de las diferencias entre hombre y mujer, nos puede llevar a un camino un poco dificultoso en la Iglesia este tema; en cualquier caso, empecé a descubrir una serie de cosas, el dolor y aprender a escucharles. No sólo escuchar su lenguaje verbal, que estaba muy reducido en el caso de Raphaël y en el otro caso demasiado aumentado, sino que aprendí sobre todo a escuchar su lenguaje corporal, porque a veces sabemos hablar con nuestra boca, pero también hablamos con nuestros ojos, con nuestras lágrimas, con nuestras sombras, con nuestra ira, nuestra violencia..., nuestro cuerpo es un lenguaje. Así como os dije ayer, en Fe y Luz somos expertos en lenguaje, para entender a las personas. Este fue un gran cambio para mí, porque yo provenía de lo bueno y lo malo, hacia la gente, hacia ti, sin etiquetas; etiquetas de capaz, incapaz, católico, no católico. ¿Dónde está tu dolor?, ¿dónde está tu esperanza?, ¿dónde está tu deseo?, ¿cómo puedes hacer para ser más completamente lo que quieres ser?

Una de las cosas que más he aprendido en El Arca es olvidarme de un grupo con etiquetas e ir más a las personas; entender realmente quién eres tú, quizá con tu religión, con tu cultura..., pero ¿quién eres tú?, ¿y dónde está tu dolor? En el Evangelio de San Juan, las primeras palabras de Jesús, se dirigen hacia dos personas que dejan todo para seguirle, una de ellas es Andrés y el otro probablemente es Juan, aunque no lo sabemos. Estos dos hombres comienzan a seguirle y Jesús se da la vuelta y les dice: “¿qué estáis buscando?” les lanza la pelota a su tejado y les está preguntado: “¿por qué habéis venido aquí?, ¿qué estáis buscando?” Es muy importante saber lo que están buscando. Quizás habéis venido porque queréis estar cuatro días lejos de vuestro entorno habitual y piensan que lo que hicimos ayer en ese papelito fue poner “¿qué es lo que quieres?” Esas son las primeras palabras de Jesús; lanza ese mensaje a nuestro deseo ¿qué es lo que yo quiero, lo que tú quieres, lo que nosotros queremos? No para que yo me adapte a lo que los demás quieren que yo sea, yo quiero ser yo; eso no quiere decir que no deba tomarme en serio lo que los demás me digan, pero esencialmente, yo quiero ser yo mismo, quiero desarrollar mi propia conciencia personal en relación con Dios.

Empecé a tocar el dolor de esta gente... ¿qué significa para un hombre o una mujer que siempre ha sentido la decepción? Cuando sus padres mueren ser arrinconados en una institución también una gran tristeza ¿qué significa eso para Dios?, ¿qué significa para su situación personal?, ¿qué significa eso para la conciencia que tienen de ellos mismos? Porque la pregunta para vosotros, la pregunta para mí es ¿cuál es el sentido de mi vida?, ¿cuál es el sentido de sus vidas?, ¿qué conciencia tienen del sentido de sus vidas?

Así que, empecé a escuchar su dolor. Cuando acogí a Philippe, el director de la institución me dijo: “su madre ha muerto, pero no hemos querido decírselo porque le haríamos mucho daño” me costó entenderlo. Así que, cuando Philippe comenzó a vivir conmigo, encontré a un tío suyo y le dije: tienes que venir y decirle a tu sobrino que su madre ha muerto, y él me dijo: no, le voy a herir demasiado, pero... “ella ha muerto y debe saberlo”; en cualquier caso, el tío habló con Philippe, se lo contó y se deprimió. Llevé al día siguiente a Philippe a la tumba, porque quería que él tocara la realidad y no seguir viviendo en la sombra. Todavía recuerdo a Philippe tirándose a la tumba, con los brazos en cruz llorando, llorando, llorando... Yo creo que lloraba no porque su madre hubiera muerto, sino porque nadie le había tratado como una persona. Así que comencé a descubrir todo el dolor que había en él. También empecé a descubrir lo que le gustaba la celebración y ellos despertaron el niño que había en mí. Vosotros sabéis, todos tenemos un niño dentro de nosotros.

Cuando dejé la marina era una persona muy seria. Quizás un poco asustado por las relaciones. Estaba más cómodo cuando estaba por encima o por debajo. Tiene sentido porque por encima mandas, y por debajo obedeces. Pero el mismo nivel en las relaciones es más complicado. Probablemente tenía problemas para integrar mi sexualidad, así que, me sentía un tanto cerrado a las relaciones, era capaz de hacer cosas por las personas, y era capaz de ser enseñado por otros. Pero la relación se me hacía más difícil. Lo que empecé a descubrir con personas con deficiencia era que lo importante era la relación y entrar en relación significa hacerse vulnerable, no controlar siempre las relaciones; porque cuando verdaderamente amas a alguien, puedes controlar y estar con ellos; ellos van a controlar y estar contigo; así es el misterio de la amistad y del amor. No estamos ahí para poseer a las personas, para controlarlas, sino entrar en una confianza mutua en la relación.

Así que ellos despertaron el niño que había en mí. En El Arca también nos gusta mucho celebrar y en muchos lugares, el corazón de Fe y Luz es celebrar; lo vimos ayer con el Padre Fernando, ¡es un gran actor! ¡Eso es muy bueno! La risa, la celebración, la comunicación, bailar, estar juntos, pasárselo bien juntos, crear cuerpo juntos... Así que, pienso que personas como Raphaël despertaron algo muy profundo en mí, que probablemente yo había escondido.

Pero también descubrí algo sobre el mensaje del Evangelio. Hay un texto muy bello que descubrí, porque Jesús es una persona increíble. Jesús no te impone, no te dice lo que debes hacer..., Él te invita; siempre es una cuestión de invitar, y es muy bello cuando Jesús invita y dice: “cuando des una comida, no invites a los miembros de tu familia”; es extraño, creía que Jesús era muy pro familia, “no invites a los ricos, no invites a tus amigos, porque cuando des realmente una buena comida, un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos y así recibirás la bendición de Dios, serás bendecido”.
Y estar sentados a la misma mesa con los pobres, los paralíticos, los ciegos, los lisiados..., no significa sentarse a comer espagueti con ellos. En lenguaje bíblico, eso significa “hacerse amigo de ellos”. Si te haces amigo de alguien que ha sido excluido, recibirás la bendición de Dios.

Nuestro Dios está muy herido por la división. La visión completa de Dios y de la Encarnación es conseguir la unidad, que estemos unos junto a otros, traer, conseguir la unidad. Así que, la misión principal de Jesús es traer la paz, y la paz no es la coexistencia sin más. La paz no es sólo la ausencia de guerra, la paz es juntarnos unos con otros y encontrarnos. El deseo de Dios es juntarnos con personas con una deficiencia y crear Comunidades, de eso trata El Arca, de eso es de lo que trata Fe y Luz. Así que, he aprendido mucho, todavía tengo mucho que aprender, todavía hay muchas cosas dentro de mí que deben cambiar, pero estoy en camino ¡todos estamos en camino!

Ahora os invito a hacer un rato de silencio, tiempo de oración y de reflexión. Tiempo para que os pongáis en Su presencia, y escuchar a Jesús que nos pregunta: “¿qué es lo que quieres?, ¿qué es lo que quieres realmente?, ¿qué quieres hacer con tu vida?”

martes, 10 de marzo de 2020

Philippe Naudin, actor discapacitado, que besó la frente del Papa: «La Virgen de Lourdes me curó. Ella me dijo: “Vas a levantarte y caminar, y luego hablarás y darás testimonio”»

* «En el verano de 1978, mi madre me inscribió en una peregrinación de Lourdes organizada por la diócesis de Moulins con la esperanza de obtener un milagro de la Virgen María. Estaba entonces en una silla de ruedas. Allí estuve en Lourdes, a los 7 años. No sabía lo que era un milagro. Solo pensé que la Virgen me iba a dar un regalo. Frente a la cueva, recibí su palabra en  mi corazón de niño… La noche antes de partir, durante la noche, le pedí a una enfermera que me llevara al baño. Allí, dejé mi silla de ruedas y volví a cuatro patas. En el tren de regreso, dije mi primera palabra: “¡Mamá!” Mi madre comenzó a esperar que algún día pudiera hablar y caminar. En la siguiente peregrinación, mi condición mejoró. Hablé y caminé cada vez mejor. El médico del Hospital Universitario Clermont-Ferrand no lo entendía»

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miércoles, 26 de marzo de 2008

Tu vocación: consolar el corazón de Dios / Autor: Dr. Philippe Madre

“Llegaron a un lugar llamado Getsemaní y dijo a sus discípulos: ‘Quedaos aquí mientras oro’.
Entonces tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y empezó a sentir miedo y abatimiento, y les dijo:
‘Me muero de tristeza; quedaos aquí y velad’. Se adelantó un trozo, se dejó caer en tierra, y oraba diciendo que si era posible se alejara de Él aquella hora, y decía: ‘Abba, Padre, todo te es posible; aleja de Mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya’. Entonces fue donde los discípulos, y los encontró durmiendo, y dijo a Pedro: ‘Simón, ¿duermes? ¡No has sido capaz de
velar una hora! Velad y orad para que no caigáis en tentación. El espíritu está listo, pero la carne es débil’. Se marchó otra vez y oró con las mismas palabras. Volvió y los encontró durmiendo, porque les pesaban los ojos. Volvió a orar por tercera vez, y les dijo: ‘Dormid y descansad ya, porque es demasiado tarde. Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre será entregado en las manos de los
pecadores’”.

Fue en Getsemaní donde Jesús tuvo la mayor tentación, y fue en Getsemaní donde Jesús aceptó vivir, tomar sobre Él el mayor de los dramas del corazón humano. El drama del corazón humano es cuando el hombre dice “no” al amor de Dios. Jesús ya había sido tentado al principio de su vida pública con las tres famosas tentaciones del desierto. Cuando Jesús venció allí a! tentador, ya estaba escrito que el diablo se alejaría de Jesús hasta el momento favorable. Getsemaní fue ese
momento favorable. El diablo se abalanzó sobre Jesús, porque Éste aceptó asumir, por amor, todos los rechazos de amor del corazón del hombre, los rechazos que todos llevamos.


Durante su vida Jesús sólo estuvo angustiado en el momento de Getsemaní (incluso en la institución de !a Eucaristía Jesús no estuvo angustiado). En otra parte del Evangelio se nos dice que “empezó a entrar en angustia al momento de entrar en Getsemaní”. Al día siguiente, Viernes Santo, día de !a Pasión, no dice el Evangelio nada que haga referencia a que tuviese angustia, aunque sí padecimiento.

Fue en Getsemaní donde tuvo lugar la prueba más grande para Cristo, porque la posibilidad de decirle “no” al amor de Dios existía, posibilidad que esconde todo corazón humano. Pero también existía otra posibilidad: la de abrirse al amor, lanzarse en los brazos del amor, y en Getsemaní tuvo lugar esta última.

Es importante sondear las Escrituras respecto a Getsemaní, ya que en aquel lugar Dios nos interpela, nos pide, nos suplica, como Jesús suplicó a sus discípulos. Cuando pidió a Pedro, Santiago y Juan, cuando les suplicó lleno de pavor y “con el alma triste hasta la muerte”. Esto nos hace intuir un poco la terrible angustia de muerte que asumió Jesús. Pues bien, Jesús pidió, suplicó a sus tres discípulos predilectos, a los que asistieron a su transfiguración en el Monte Tabor, y
quizá por eso es por lo que les pide lo que les pide: “Quedaos aquí”. Eso quiere decir: Quedaos conmigo, cerca de Mí, y velad. Vivid conmigo lo que tengo que vivir, participad de lo que estoy viviendo, ayudadme, no me dejéis solo en esta prueba terrible.


Esto tuvo tugar en Getsemaní, y ya este nombre de Getsemaní es evocador. Getsemaní significa “prensador de aceite”. Este nombre no es fortuito. Este lugar elegido por Jesús, y del que en otro Evangelio se nos dice que “tenía costumbre de ir”, es el prensador de aceite, el lugar desde donde Dios nos llama, desde donde Dios nos manifiesta que tiene necesidad de nosotros, desde donde Dios espera que participemos en su obra de Redención. Es el lugar donde Dios espera ser
consolado por los hombres; es el mismo lugar donde Dios esperaba ser consolado por Pedro, Santiago y Juan.

Este Getsemaní, “prensador de aceite”, evoca una magnífica profecía de Isaías (Is 63, 2-5)

“¿Cómo está, pues, roto tu vestido y tus ropas como las del que pisa en el lagar?”. “He pisado en el lagar Yo sólo, y no había nadie conmigo. Los he pisado en mi furor, y los he ollado en mi ira, y su jugo ha salpicado mis vestidos y manchado toda mi ropa, porque estaba en mi corazón el día de la venganza, y llegaba el año de mis redimidos. Miré, y no había quien ayudara; me maravillé de que
no hubiera quien me ayudara, me maravillé de que no hubiera quien me apoyase.”


“Del que ha pisado el prensador y de Aquel cuyos vestidos están rojos” adivinamos de quién habla el profeta. Ahora podemos adivinarlo, captarlo, y nos encontramos de cara con un misterio: el misterio de la sorpresa de Dios. Dios viene a la tierra, asume nuestra condición humana, toma sobre Él nuestros sufrimientos, y el peor de los sufrimientos que es posible: el “no” al amor. Él los
asume en sus afectos sobre la naturaleza humana e invita a ayudarle a sus amigos, a aquéllos a quienes ha hablado, a quienes ha enseñado el Reino que está por venir, a aquéllos a quienes ha desvelado el amor del Padre. Y para Dios es como una evidencia el que el hombre puede ayudarle. No se le puede ocurrir, aunque parezca paradójico, que el hombre pudiera rehusarle, rehusar el
amor, rehusar amar y ayudar al Amor.


Yo diría que la mirada de Dios es “virgen” en lo relativo al mal, al “no” que el hombre puede oponer al Amor. Jesús en Getsemaní espera que sus discípulos preferidos lo consuelen, es decir, que lo ayuden. Al mismo tiempo Él sabe que tiene que sufrir por la salvación del mundo, pero tiene necesidad de ser confortado, aunque no sea más que con una presencia, una oración, un apoyo,
una palabra de amor.

Y Dios se queda sorprendido porque está solo. “El pisador”, “el lagarero” está solo. Se queda parado. “Mi alma está triste hasta morir. Quedaos aquí, y velad”. Y sin embargo, un poco más tarde tiene que decir: “Simón, ¿duermes?” ¡La sorpresa de Dios! “Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora?” “¡No te pedía nada
más que una hora! ¡Mi prueba sólo tenía que durar una hora!” En efecto, duró una hora, pero tres veces seguidas. Y, en cada una de estas horas, Jesús viene buscando la consolación de sus discípulos, y no la encontrará. Ellos se han dormido. Es cierto que no hay que tirarles piedras; están enfrentados a una prueba que es un misterio tan grande...

Por otro lado, Isaías había profetizado que no tendría apariencia humana. Y es verdad que Jesús no debía tener apariencia humana cuando, al salir de la prueba, se presentó a los suyos pálido de angustia, cubierto de la sangre que le había producido la transpiración y la angustia.

Sí; Jesús vino al lado de los suyos, buscando un gesto de consolación, de presencia consoladora para el mismísimo Hijo de Dios y, para su gran sorpresa, se los encontró dormidos...

¡Hubiera sido tan fácil para los suyos consolar a Dios! Getsemaní es el sitio de la soledad terrible de Dios; es el lugar de la sorpresa de Dios, pero también del derramamiento, del desahogo, de la ternura y misericordia de Dios a través de esta prueba terrible. Leed los Evangelios. Sólo en Getsemaní, en el “summum” de la angustia, Jesús grita: “Abba, Padre querido, Papá!” Es una palabra que, utilizada fuera de contexto, es aberrante.

Es la aberración del amor que se ve entregado, dado para comunicarse. Este amor infantil es nuestro equivalente a “papá” y es absolutamente impensable para la mentalidad judía de la época.

Esta palabra no existía, para Dios, ni en el Antiguo Testamento ni en las oraciones sinagogales antiguas. Esta palabra hubiera parecido, en el Antiguo Testamento o en las oraciones sinagogales, una tontería o una irreverencia de cara a Dios y, sin embargo, Jesús en el colmo de la angustia grita esta palabra: “Abba! ¡Papá”. Y mientras necesita ser consolado, Jesús libera el secreto de su corazón, que es todo su amor al Padre.

Hermanos y hermanas, cuando nos aproximamos a Getsemaní nos aproximamos al corazón de Dios, al corazón dolorido de nuestro Padre, a la ternura del Padre, a la misericordia del Padre, y nos aproximamos a la urgencia que hay de consolar a Dios. La costumbre de oír hablar de consuelos de cara a los hombres, -a los más desheredados-, de tener piedad de ellos, -de los más pobres, de los hambrientos-, nos hace olvidar que el más hambriento de amor es Dios. Y Él viene a gritárnoslo a nuestra mustia vida, que se olvida de todos sus dones.

Debemos aprender a consolar a Dios, y en la medida en que consolemos a Dios, entraremos en el misterio del corazón de Dios. Sí; LA VOCACIÓN SUPREMA DEL CRISTIANO ES LA DE CONSOLAR A DIOS. Es verdad que consolamos a Dios, consolando a los pobres, ayudándolos de una manera u otra, pero demasiado a menudo se consuela a los pobres, olvidándonos de consolar a Dios a través de ellos.

Jesús está en agonía hasta el fin de los tiempos. Dicho de otra manera, Jesús tiene necesidad. Él, el Resucitado, el que ha Resucitado y está glorificado por la salvación de toda la humanidad, para liberarla de todas sus angustias y males, prolonga su agonía hasta el final de los tiempos en su Iglesia; y particularmente los más pobres tienen necesidad de ser consolados. Esto puede parecer una locura; es la locura del amor de Dios, la locura que hace gritar de una manera
paradójica: “¡Abba, papá, querido papá!”. Decir “papá” a Dios ¿no os parece un poco loco?; ¿no es un poco ridículo? ¿Nos sentimos molestos? Y sin embargo ¿quién lo dijo primero? Jesús desde lo más profundo de la angustia. Él, que había tenido tantas dificultades para encontrar consuelo entre los suyos; y nosotros somos los suyos. No somos apóstoles, pero el consolar a Dios no está reservado a los apóstoles. Está reservado a todos aquellos que dicen “ser de Dios”. Así, pues, nos corresponde a nosotros.


Raramente se nos ha hablado de “consolar a Dios”. Se nos habla del mundo, de sus dramas, de nuestra vida, de nuestras heridas, de nuestras pruebas,… y decimos que tenemos necesidad de ser consolados por Dios. Y es verdad. Dios no pide nada más que consolarnos en la medida en que nosotros acojamos la consolación divina, cuando se presenta en nuestra vida, siempre y cuando no queramos someter la consolación de Dios a nuestra propia voluntad, como si Dios tuviese que manifestarse en nosotros cuando nosotros queremos, y no en cualquier otro momento.

Pero Dios tiene necesidad de ser Él mismo consolado. Y nosotros lo vemos en la Pasión y, particularmente, en Getsemaní. Es un Dios debilidad en extremo, que viene a salvarnos. Es debilidad, porque sigue siendo débil y tiene necesidad de ser consolado. No. Esto no es algo demasiado bonito, para ser de verdad, sino la realidad de la misericordia divina que viene a llamar a la puerta de nuestros corazones endurecidos, buscando consuelo, -al cual Dios tiene ciertamente derecho-. Pero Él no lo manifiesta como tal sino como una súplica, como niño que ha venido a invitar a otros niños... Pero ¿los otros niños lo han aceptado? ¿Han querido alegrarse con este primer niño, el más hermoso de todos los niños de los hombres? No; no es locura el pensar que podemos consolar a Dios, el pensar que
podemos ser su alegría.

Y atención: ¡No tenemos ninguna necesidad de inventarnos sacrificios terribles, o hacer dolorosas pruebas con angustia y miedo, para ser juzgados dignos de poder consolar un poco a Dios! Eso es falso; es una mala comprensión de su amor. Es suficiente con un pequeño detalle, posible a todo hombre o mujer, sea lo que sea. Una pequeña cosa, ofrecida al Corazón de Dios, le produce un inmenso consuelo que hará sus delicias; y esta delicia nos la manifestará delante de los ángeles y de los santos en el momento del gran encuentro, del cara a cara con Él.


Esta alegría escatológica nos la mostrará Dios, cuando nos acoja, diciéndonos: “Tú has consolado mi Corazón herido, olvidando o tratando de olvidar que tú también tenías necesidad de ser consolado, olvidándote de rebelarte, prefiriendo consolarme a rebelarte. Por todo eso te doy gracias; entra en mi alegría. Hoy, delante de todas mis criaturas, te alabo porque te lo has merecido. Sea como haya sido tu pecado, te has ganado bien el que te haga una alabanza, y te haga partícipe de mi alegría, ya que tú has querido participar de mi sufrimiento, aceptando consolarme en tu medida”.

Pero entonces, ¿cómo consolar a Dios, ya que ésta es la verdad de nuestra llamada, la vocación de todo cristiano? Esta es la vocación de todo cristiano, sea cual fuere su estado o condición de vida, su estado, su forma de consagración o su historia pasada, sus heridas personales, sus enfermedades...


Tu vocación es consolar el Corazón de Dios y esto es mucho más fácil de lo que tú crees. Y para tratar de introducirnos en esta consolación, o más precisamente en cómo consolar a tu Dios, vamos a meditar la enseñanza de una gran santa que se llama Gertrudis de Efta, no muy conocida, pero que sin embargo por lo que yo conozco, es una de los primeros santos a quienes les ha sido revelado el Corazón Sagrado de Jesús. Es una santa enamorada de la misericordia de nuestro
Dios, y es una santa a la que Dios se manifestaba muy frecuentemente para buscar en ella consuelo.


GERTRUDIS DE EFTA
vivió en el siglo XIII en un convento de monjas benedictinas. Era monja y no se sabe cómo llegó a parar al convento de Eftá, en Baviera, a la edad de cinco años. Nunca salió del convento, y murió en el mismo a los cuarenta y cinco años. Era una joven muy viva, fuerte, que quería darse del todo a Jesús, pero que, a veces, tenía conciencia de sus incapacidades, de sus infidelidades. Era una jovencita negligente, (lo dice ella misma) particularmente de cara a Dios, o bien de cara al amor fraterno. Ella siempre se veía mal, y pedía perdón por una negligencia, por una pereza -que decía ella- que la atormentaban.
Esta joven tuvo, místicamente, frecuentes visitas del Señor, pero esto no nos tiene que hacer verla como un ser un poco aparte, ya que vamos a tomarla un poco como modelo. No tenemos que decirnos: “Para ella era fácil, ya que Jesús se le manifestaba frecuentemente!”. Estas manifestaciones, estas comunicaciones de orden místico del Señor a Sor Gertrudis, no facilitaban los actos que Gertrudis tenía que hacer para consolar a su Dios. En todo caso, servirían para
iluminar algunos de sus actos, que es también la finalidad de nuestro propósito de hoy en la enseñanza sobre Gertrudis: que nosotros mismos seamos iluminados sobre cómo consolar a Dios.

Aunque no me gusta decirlo así, yo diría que Gertrudis tuvo que pagar un poco el precio de esta intimidad que disfrutaba con el Señor. Muy a menudo estaba enferma; las tres cuartas partes de su vida las pasó en la enfermería; y podía frecuentar, participar muy poco, sobre todo en los dos últimos decenios de su vida, en los oficios y liturgias que tanto le gustaban, a causa de sus enfermedades. Su corazón estaba debilitado un poco por todo, pero su deseo de hacer la voluntad de Dios estaba siempre íntegro.

Como he dicho con anterioridad, a veces ella tenía una conciencia dolorosa de ser negligente y, finalmente, de no saber cómo comportarse de cara al amor de Jesús. Ella presentía que Jesús la amaba, pero no sabía cómo corresponderle; y corresponder, aunque sólo sea de una manera pequeña al principio, es ya consolar a Dios.


Así pues, parece que Gertrudis, a medida que pasaba su vida, fue introducida en el misterio del amor, del amor ofrecido, que es misterio del Corazón de Jesús. Pero, si fue introducida en él, fue porque vivió el aprendizaje de la consolación de cara a Dios. Jesús le enseñó cómo consolarlo en su sufrimiento en Getsemaní, por ejemplo; y Gertrudis hizo este inmenso descubrimiento que es algo que está al alcance de todo el mundo. Consolar a Dios, dar alegría a Dios, esto no está
reservado a los grandes santos, aparentemente tan inaccesibles con sus austeridades, sus sacrificios más o menos duros, ásperos, con un heroísmo de virtudes que hace que verdaderamente para nosotros parezcan imposibles. No.
Gertrudis fue realmente una mujer virtuosa, pero ella comprendió que el nacimiento de una virtud no depende sino solamente de Dios y un poco, podríamos decir, de la disposición que uno ponga. Pero, ¿qué disposición es más grande que ésta que consiste en buscar el consolar el Corazón de Dios antes que nada?


Así pues, he sacado de su enseñanza como una especie de recetas (aunque no me gusta decir esta palabra de cara al amor, pero somos tan ignorantes, tan torpes, tan inhibidos por nuestros miedos, que necesitamos tener pequeños medios. He sacado de su enseñanza nueve pequeños medios, nueve pequeños caminos para comenzar a consolar el Corazón de Dios. Y los quiero compartir con vosotros, aunque hay muchos más. Voy a compartir estos nueve, para que nos percatemos de que todos estamos llamados a ser consoladores de Dios, y también para que nos llenemos de este deseo de querer consolarlo, a pesar de nuestras debilidades, las
limitaciones de nuestra vida,…


El primer camino es un descubrimiento que Gertrudis hizo progresivamente, dándose cuenta de que ella no podría hacer grandes sacrificios, (un poco como Santa Teresa del Niño Jesús, pero seis siglos antes). Gertrudis no se sentía capaz de hacer grandes sacrificios, de darse disciplinas, por ejemplo, como otros grandes santos o grandes monjes o ciertos Padres del desierto. No; ella no se sentía capaz. Se sentía frágil, pero, en lugar de lamentarse y decirse: “todo eso no es para mí, yo estaré al margen del amor de Dios...”, se decía: “tiene que haber algo, yo quiero consolar a Dios de todas formas”.

Jesús se le aparece en una especie de visión, y le enseña algo importante, que es como una perla preciosa de la vida espiritual y de la consolación de Dios. Y es que Dios no pide grandes sacrificios que nos parezcan arduos, inhumanos, duros... Dios nos pide, primero que le ofrezcamos las cosas pequeñas, que no pensamos en ofrecérselas porque nos parece algo demasiado pequeño, demasiado indigno. Y Jesús añade: “La ofrenda de las cosas pequeñas me es de un gran valor, y aún más porque es tan raro...”

Efectivamente, pensamos tan raramente a lo largo de nuestra jornada en ofrecerte cosas pequeñas (como penas, dificultades, ansiedades, incomprensiones por parte de los otros, juicios que sabemos nos hacen, y
que nos hacen daño interiormente...), incluso afectos naturales que sabemos que no están en su sitio, que no son del todo sanos, pero que no alcanzamos a quitárnoslos de encima, a segarlos; son pequeñas cosas que nos molestan en nuestra vida cotidiana, y que asfixian un poco el desarrollo de nuestra vida espiritual, el desarrollo del amor en nosotros.


Y por tanto, estas son las cosas que Cristo nos invita a que se las ofrezcamos y, simplemente ofreciéndoselas, consolamos el Corazón herido de Dios. Al principio no hay que hacer grandes sacrificios; puede que llegue la hora de hacer un gran sacrificio, pero esa hora no vendrá si no tiene que venir, no vendrá hasta que
no estemos preparados. Entonces podremos acogerle con gran paz, incluso si también llega el dolor. Consolemos a Dios con el ofrecimiento de las cosas pequeñas. ¡Es tan raro para Dios! Podríamos llegar a hacerlo frecuentemente si estuviésemos un poco atentos y vigilantes. Éste es el primer camino: La ofrenda de las cosas pequeñas.


El segundo camino es que Gertrudis estaba inquieta un día, porque se sentía un poco indiferente de cara a Dios. Estaba de cara a Él, y creía en Él, pero su corazón estaba frío e indiferente. No tenía la impresión de amarlo, no tenía la sensación de desearlo, aunque fuera sólo un poco. Se descubrió un corazón de piedra, pero de piedra fría. ¡Cuántos de nosotros nos descubrimos un corazón de piedra fría! A menudo quisiéramos estar animados por un santo y ardiente deseo de Dios, quisiéramos amarlo en nuestro corazón, y nos sentimos fríos, indiferentes. Gertrudis, inquieta por sentirse tan indiferente de cara a su Señor, al que querría servir y amar a pesar de todo, le pregunta al Señor, preocupada por no tener un deseo mayor, tal y como convendría al amor que Dios tiene por ella. Y Dios le responde (Cito la explicación que recibió del Espíritu Santo): “Dios está totalmente satisfecho cuando el hombre, sin poder darse cuenta, está en la voluntad de tener grandes deseos, tan grandes como quiera tenerlos, pues tan grandes son ante Dios”.

Así pues, no es esencial, importante, tener grandes deseos sensibles en el alma, en el corazón, para amar a Dios. Pero sí es preciso querer desearlo. Y en la medida de esta voluntad, incluso si esta voluntad te pone el corazón tibio o indiferente, en esa misma medida el verdadero deseo toma su verdadera amplitud.


Querer desear es ya consolar a Dios. Y si no nos es posible por nuestra propia voluntad el estar llenos de un deseo ardiente de amor por Dios y por los hermanos, por contra sí nos es posible querer frecuentemente, por no
decir constantemente, querer desear a Dios, desear amar a Dios.

Continúo la revelación hecha a Gertrudis citando: “En un corazón lleno de este deseo de desear querer el deseo, Dios encuentra más delicias en quedarse que el hombre en el florecimiento de la más fresca primavera”.

Es un vocabulario un poco lírico, de acuerdo con la época en que este texto está redactado, al dictado de la propia Gertrudis.

Otro medio de consolar a Dios es aprender a ser fiel en la práctica de querer desear velar en el deseo. No esperéis a sentir en vosotros un deseo que queme, un deseo ardoroso, auténtico, sensible, por no decir sentimental, para comenzar a creer que podéis empezar a consolar a Dios. Velad en el deseo de amarlo, y empezaréis a consolarlo. Él espera este acto de voluntad por parte vuestra, como Jesús esperaba ser consolado por los suyos en Getsemaní.

Un tercer camino es el propósito de una mirada que Gertrudis puso un día sobre un crucifijo. Cierto que Gertrudis no puso solamente una mirada sobre el crucifijo sino que además descubrió que, a veces, era una mirada negligente, rutinaria podríamos decir, y no sacaba ningún fruto de mirar el crucifijo. Lo miraba como podía mirar cualquier cosa; y en otros momentos lo miraba con mucha devoción, como con atención de corazón.

Un día, en que estaba mirando un crucifijo rutinariamente, Jesús te habló y le dijo cuánto esperaba las miradas. Pero no sólo las de Gertrudis sino las de todos los hombres sobre el crucifijo, es decir, sobre Él, crucificado por amor. ¡Cuánto lo esperaba! Porque cuando alguna mirada se posaba sobre una cruz, sobre un crucifijo, era un gran consuelo para Él.

Y Gertrudis añadió: “Nunca -sin una gracia de Dios- nuestra mirada encuentra un crucifijo”. Esto quiere decir dos cosas: Nuestra mirada no encuentra nunca por azar un crucifijo en un momento dado; es decir, que Dios ha organizado este encuentro entre el crucifijo y nuestra mirada. No es por azar, no es accidental. Él espera esto.

¿Cómo miramos nosotros al crucifijo? La otra cosa es que, cada vez que nosotros posamos nuestra mirada sobre un crucifijo, es un momento de gracia intensa, (un poco análogo al momento de la eternidad, lejos en el tiempo, que fue la agonía del Buen Ladrón al lado de Jesús crucificado. El Buen Ladrón, al posar su mirada sobre Jesús, de una manera inexpresable, comprendió y se hizo santo en sólo unos minutos).

El tiempo y el acontecimiento estaban cargados de una intensidad de gracia extraordinaria, y cabe creer que hay la misma intensidad de gracia cada vez que ponemos nuestra mirada sobre el crucifijo, sobre una cruz, sea como sea; claro que “no cualquier mirada” sino precisamente “una mirada que se convierte en consolación para Dios”.

Aprendamos a poner nuestra mirada sobre el crucifijo o sobre todo lo que evoca el amor de Dios, una pequeña imagen, por ejemplo, una imagen que nos recuerde el amor de Dios crucificado por nosotros. Mirémosla como una señal del amor de Dios por nosotros y consolemos a nuestro Dios con la mirada.


El cuarto camino, entre muchos otros, es una enseñanza que Jesús dio a Gertrudis un día en el que ella estaba particularmente abrumada por el peso de sus defectos. Deseaba avanzar, aproximarse al amor de Dios, responderle…, y he aquí que sus defectos parecían obstáculos infranqueables, y estaba profundamente afligida. Jesús le quiso hacer comprender que su misericordia no miraba los defectos como un obstáculo, sino que somos nosotros quienes vemos los obstáculos que están -sin duda-, pero que el Dios de misericordia -que no
se deja desarmar por nuestras debilidades- los conoce demasiado bien. Estos defectos los transforma Él, o mejor dicho, los mira de otra forma antes de transformados. Jesús quiso hacer comprender a Gertrudis que la misericordia hace que lo que nosotros tenemos por defectos sean más bien ocasiones de gran progreso para el alma, y permiten evitar el orgullo y la vanagloria.

Cito a Gertrudis quien, a su vez, cita a Jesús en esta comunicación mística. Jesús habla refiriéndose a Gertrudis: “Por cada uno de estos defectos, Yo la enriquezco con un don que la rescata plenamente a mis ojos; pero en el tiempo oportuno. Yo los cambiaré completamente en virtud, y su alma brillará entonces con una luz
resplandeciente”. Nosotros también somos enriquecidos con un don paralelo a nuestros defectos, el don de la misericordia, un don que hace que Jesús mire menos nuestros defectos que el don, que nos será concedido por Su mirada. Entendemos por “defectos”: debilidades; tendencias que están en nosotros, y que tenemos dificultad para resolverlas; inhibiciones; bloqueos, que hacen que tengamos dificultades para amar a Dios y para amar a nuestros hermanos.


No hay que confundir defecto y pecado. Aquí es cuestión de defectos, de debilidades de Gertrudis y nuestras; y Dios, en su misericordia, se complace en emparejar nuestros defectos con dones que rescatan, dando a estos defectos un valor cierto que hace que, con el tiempo, los defectos sean transformados en fuerza; que estas debilidades sean transformadas en virtudes.
Hermanos y hermanas, nosotros consolamos a Dios cuando comenzamos a aceptar nuestros defectos no con complacencia, no admitiendo todo, ni diciendo: “Todo está permitido, hagamos lo que está permitido, y vivamos como queramos”. No es eso. Es mirar nuestros defectos como Dios los mira, es decir, emparejados con un don que viene de Dios mismo. He de mirar mis defectos en la fe, ver cómo están adornados de un don de Dios que los hace amables para Dios, y que también los tiene que hacer amables para mí.


Consuelo a Dios cuando comienzo a amarme a través de mis debilidades. Este es un pequeño medio ¡que es tan grande a tos ojos de Dios! Pero a menudo tropiezo y me rebelo contra Dios y contra mí mismo a causa de los defectos, que me importunan casi permanentemente. Cuando no es “uno” es “el otro”; no acepto el ser como soy; no acepto ser una persona débil y portadora de defectos. Pero soy así, y Dios me ama tal y como soy.


De todas formas es necesario que cambie, pero por mí mismo no puedo hacer nada por cambiar mis defectos; puedo disminuirlos a veces, -cuando tengo un suficiente dominio sobre mí mismo-, pero mis raíces están siempre en mí. Mis defectos se transforman en fuerza en la medida en que yo consuelo a Dios.
Ved cómo Dios, aún esperando ser consolado, prepara nuestra curación; es decir, la purificación de nuestras debilidades, el fortalecimiento del corazón contra las debilidades.

Otro camino es el que atrae el perdón. Dios está impaciente por perdonarnos y, si comprendiésemos por qué, nos precipitaríamos al Sacramento de la Reconciliación con mucha frecuencia, y nos perdonaríamos mutuamente los unos a los otros, entre hermanos, también con mucha frecuencia, incluso en los conflictos más graves.

Un día Gertrudis se sorprendió de que personas que había en su convento, a las que Gertrudis conocía bien, y que han sido después canonizadas por la Iglesia, como Santa Matilde, que era una gran mística y educadora de Santa Gertrudis, tenían defectos. Y más que defectos: pecados, errores... Pecados en personas
que, desde el punto de vista de Gertrudis, tenían que tener un comportamiento de santas; ella las veía santas..., la veía santa. Todos nosotros somos un poco así con la gente a la que concedemos una gran confianza, sobre todo en el terreno de las cosas de Dios..., porque tenemos dificultad en soportar el que sean débiles... Y los juzgamos rápidamente, cuando nos damos cuenta de que se han equivocado y que, incluso, han pecado. (Bueno, seguramente no pecados grandes, sino simplemente pecados, como pasa a todo hombre, incluso a los más santos).

Gertrudis estaba sorprendida y le preguntó al Señor: “Señor, pero ¿por qué a una persona, que manifiestamente está en una gran intimidad contigo, le permites que caiga, que peque, como ella acaba de hacerlo?”. Y Jesús le podía haber dicho: “Escucha, Gertrudis, te amo mucho, ¿eh?, pero, primero de todo, eso es un juicio, y después no es algo de lo que tú te tengas que ocupar. Déjame hacer a mí, soy yo quien juzga y sondea las entrañas y el corazón”.


Por el contrario, Jesús aprovecha la ocasión para darte una enseñanza, que es muy importante. Él tomó la imagen de una persona que tenía una mancha, una suciedad en la mano, y que se lava las manos. Y le dijo a Gertrudis: “¿Ves? Esta persona, cuando se haya lavado las manos, no sólo la suciedad por la que se preocupaba, que era la primera razón por la que ella se lavaba las manos, sino que toda la superficie de sus manos habrá quedado limpia. Es toda la superficie de la mano la que será lavada, la que será blanqueada, y Yo, el Señor, permito que personas que son ya mis íntimos, que ya han respondido a mi amor de una manera fuerte, intensa, pequen, para poderlas no solamente perdonar (porque ellas me vienen a pedir perdón, mi perdón), sino que aprovecho para lavarlas en los lugares de su ser en los que ellas no sospechan siquiera que son pecadoras; en
esas cosas en que están heridas o debilitadas; para eso es el Sacramento de la Reconciliación.”

El perdón hace que una pequeña mancha sea quitada, pero la obra de Dios no queda ahí. Él aprovecha para lavarnos rincones profundos de nuestro ser, que ni siquiera sospechamos que existen. Y para nosotros es suficiente consolar a Dios, dejándonos lavar en el océano de su amor, no sólo allí donde nos sentimos sucios, sino allí donde no sabemos que lo estamos, y que Dios quiere también curar y purificar.

Consuela a Dios el que le dejemos actuar en nosotros por su Sangre. Consolemos a Dios dando el paso para una más profunda y frecuente reconciliación (primero sacramentalmente, sin duda), pero también de unos con otros allí donde dejamos que tantas situaciones nos inmovilicen, nos endurezcan, (por causa de una
amargura, de una decepción, de un juicio... Sí; ¡cuántas ocasiones tenemos cada día de consolar a Dios pidiendo perdón!


Otro camino es la Eucaristía, la Misa. Un día el Señor mostraba a Gertrudis hasta qué punto su mirada, la mirada del Padre, posa como fascinada sobre la Sagrada Forma que es elevada por las manos del sacerdote, y en la cual Él ve a su Hijo amado, en el que ha puesto todas sus complacencias. Sí. Es como el éxtasis del Padre en la contemplación de su Hijo, que se da por amor sobre el altar, prolongando el sacrificio de la cruz.

Y Jesús le comentaba que sobre aquél que asiste a la Eucaristía con un poco de devoción, con un poco de deseo o de preparación, si se quiere, es decir, no yendo a la Eucaristía como el que va a jugar a una máquina distribuidora de caramelos sino verdaderamente teniendo un poco de conciencia de lo que pasa por acoger el
Santo Sacrificio de Cristo sobre el altar entre las manos del sacerdote; que sobre aquél que asiste a Misa con una disponibilidad mínima de corazón la mirada del Padre, el éxtasis del Padre, se posa sobre él con igual intensidad y de la misma manera que sobre la Sagrada Forma.

Yo soy mirado por Dios con un amor loco, en la medida en que yo vivo la Eucaristía con un mínimo deseo de corazón, con un mínimo deseo de querer desear, como decíamos en uno de los caminos precedentes. Consolar a Dios aquí es sencillamente dejarse mirar, dejar al Padre mirarnos. Pero cuando asistimos a una Eucaristía con un corazón frío, indiferente, o con ganas de marchar ya, es
como si rehusáramos que la mirada del Padre se pose sobre nosotros, lo cual no impide que el Santo Sacrificio tenga lugar sobre el altar

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Consolamos a Dios aceptando su mirada puesta sobre nosotros. Y es verdad que siempre está sobre nosotros en todo lugar y en toda ocasión. Pero está de una manera culminante en la Eucaristía. Que el Señor nos ayude a comprender hasta qué punto está ávido de poner su mirada sobre cada uno de nosotros, y hasta qué punto es una consolación para Él que aceptemos que esta mirada divina se pose sobre nosotros.

Sabéis, sin duda, que la palabra “Dios” viene del griego “Teos”, y que la palabra griega “Teos” viene sin duda de “Teas Taf” que quiere decir “El que ve”. Lo que ve Dios no es en el sentido del que ve con “vigilancia”, del que nos vigila que no hagamos tonterías. Es Aquél que no deja de mirarnos, porque su Corazón no nos deja nunca. ¡Que la mirada de Dios se pose sobre nosotros y que así Dios sea consolado” .

Otro Camino es enseñado por Gertrudis. Gertrudis era monja contemplativa, pero tenía como todos los santos una gran preocupación por los más pobres: los afligidos, los enfermos, los heridos de toda clase,... Pero ella no podía salir de clausura para ir a servirlos de una forma u otra, y les ayudaba a su manera, es decir, llevándolos en la intercesión. Y a todos aquellos enfermos, a todos aquellos pobres, a todos aquellos perdidos, a todos aquellos pecadores, también los llevaba a su intercesión cotidiana.

Y el Señor le mostraba hasta qué punto era una consolación para Él esta oración intensa y fiel de su intercesión; incluso osaba orar a Dios por cosas sencillas, osaba pedir a Dios cosas que encontraríamos un poco difíciles de ser dignas de ser presentadas a Dios o no bastante dolorosas... Pero Dios se preocupa de todas
nuestras necesidades, de todas nuestras penas -pequeñas o no pequeñas-, de todas nuestras dificultades más o menos grandes, y Él mira siempre con un gran aprecio esta intercesión fiel y perseverante que no reemplaza su voluntad por una voluntad humana.

Gertrudis pedía con insistencia cosas pequeñas o grandes y siempre era escuchada, pero no siempre como ella quería. Pero comprendió que no se tenía que decir a Dios lo que tenía que hacer, que uno no tiene que ser su consejero... Sabía que Él espera nuestra oración, aunque muchas veces tarda en responder. Pero, cuando la respuesta parece tardar, es para crecimiento de la paciencia y la humildad, y también para que el tiempo nos encuentre maduros para la respuesta.

Dios es consolado por todas las oraciones de intercesión, de petición, que nosotros podamos hacerle, en la medida en que estas oraciones sean fieles y no quieran imponer la voluntad humana a la voluntad de Dios. Dios espera estas oraciones. Le hacen falta intercesiones nuestras. Él las espera para dar, según su Sabiduría, a aquéllos que le son presentados. Pero también espera nuestras oraciones de intercesión para enriquecer a los intercesores con dones espirituales que les serán necesarios. Dicho de otra manera, Dios escucha nuestra oración de intercesión, si es fiel y humilde, pero igualmente Él se nos da también a rebosar.

Hermanos y hermanas, la intercesión es una consolación inmensa para el Corazón de Dios. Y, si nuestro estado de vida lo permite, aquélla tiene que poder abrirse a los otros, a los pobres, -no a todos los pobres, no a todos los desheredados, no a todos los que son objeto de injusticia, persecución, hambre u otras cosas-... sino que el Señor nos señala nuestros pobres para que se los presentemos y, si podemos, les sirvamos, les sostengamos, les ayudemos. Esto también es una consolación para Dios.


El octavo camino es una consolación muy bonita que os voy a contar. Un día Gertrudis fue sorprendida o, mejor aún, conmovida por la grandeza de la bondad de Dios en el momento de la Eucaristía. Entonces Jesús aprovechó la ocasión para hablarle del sacrificio, de la ascesis, de su misericordia. Y le dijo estas palabras:
“¿No ves tú que el sacerdote que presenta la Sagrada Forma ha tenido cuidado de subirse las mangas del alba en el momento de la elevación, y sostiene mi Cuerpo con sus manos desnudas? Comprende, pues, que Yo miro en mi amor todos los ejercicios hechos por mi gloria, tales como las oraciones, los ayunos, las vigilias,… Incluso si uno no se da lo suficiente también cuenta, es un movimiento de gran misericordia en el que Yo me aproximo a los míos, cuando por la experiencia de la fragilidad humana los impulso y se refugian en mi ternura. Eso es lo que te enseña aquí la mano del sacerdote que está más próxima en el ornamento”.

Sí, hermanos y hermanas. Este ornamento prefigura la ascesis, los sacrificios que nosotros podemos hacer, y que ciertamente el Espíritu Santo nos invita a hacer por penitencia, por deseo de reparación, o por intercesión para llevar la enfermedad, o la dificultad que otro nos ha confiado.

Ciertamente esta ascesis es de un precio importante a los ojos de Dios y Él la mira con mucho amor, la recibe con mucho amor. Son consolaciones para Dios en la medida en que son ascesis equilibradas. Si no yo diría que son orgullosas o individuales, es decir, cuando no son aconsejadas por la opinión de un director espiritual.

Pero esta consolación es menor que la gran consolación que consiste en refugiarse cerca del Corazón de Jesús cuando nosotros experimentamos nuestra fragilidad, nuestras debilidades; cuando nos damos cuenta de que nosotros mismos no podemos hacer nada. Y querríamos preocuparnos, obstinarnos, pero eso no serviría de nada. Y refugiándonos en el Corazón de Dios nosotros le consolamos también a Él. Le consolaremos más que si hiciésemos cantidad de ejercicios de ascesis, de sacrificios, hechos de una manera o de otra, pero hechos para
sentimos más dignos de ser amados de Dios.

No hay ninguna dignidad para ser amados. Por eso, cuando somos débiles como un niño que ha hecho una tontería, y se acerca a su Padre, y le dice: “Papá, he hecho esto”, y estira los brazos llorando para que su padre lo coja...; cuando nos sabemos así de débiles, repito, Dios siempre es nuestro refugio. Lancémonos a los brazos de Dios cuando nos sintamos débiles y pecadores, y así le consolaremos.

Y el último camino que propongo para vuestra meditación es una visión, una entre muchas de las que Gertrudis tuvo. En una visión se encontraba transportada a un bonito jardín, un gran jardín donde había toda clase
de árboles frutales y frutos; el sitio era precioso y evocaba el jardín místico, el de “El Cantar de los Cantares”. Y de pronto se le manifestó Jesús no como un adulto sino como un adolescente, y le pidió frutas. Gertrudis reaccionó y le dijo: “¿Cómo?” (Sabía que era Jesús, aunque se presentaba en la forma de un adolescente). “¿Cómo te puedo dar yo a Tí frutas, si Tú puedes conseguir todo lo que te apetezca, todo lo que prefieras?” Le dijo esto con un aire de querer decir: “Hazlo sólo; no es que no lo quiera hacer yo, pero estaría mejor hecho, si lo haces Tú!” Y Jesús le dijo: “Sí; pero harías un acto de amor dándome esos frutos, dándome nueces; yo quisiera nueces” .


Y claro, Gertrudis, ávida de querer manifestar su amor por Jesús, fue enseguida a recoger nueces y se las dio. Pero Jesús adolescente estaba como apesadumbrado. Gertrudis inquieta le dijo: “¿Por qué estás así? ¡Me has pedido nueces y yo no sólo te he dicho que te las daba, sino que lo he hecho!”. “Sí, ¡pero me hubiera gustado
tanto que tú misma hubieras cascado las nueces, y me las dieras para que me las pudiera comer enseguida!”.


Gertrudis de momento no comprendió. Y Jesús le explicó el sentido de esta visión diciéndole que Él estaba ávido de los actos de amor que pudieran hacerle los hombres, pero que muy a menudo estos actos de amor son limitados. Es decir, que a menudo es también nuestro caso. El hombre espera la ocasión para hacer un acto de caridad, espera que la ocasión se presente para manifestar su amor de cara a Cristo o de cara a los pobres, sea cual sea su pobreza.

Todos los pobres son especialmente habitados por Cristo. El hombre espera la ocasión sencillamente.

Dicho de otra manera, cuando no viene esta ocasión se considera satisfecho y no se mueve, mientras que Jesús espera que las nueces estén cascadas, cuando se las demos. Es decir, que el mismo hombre busque la ocasión de amar, que cree él mismo las circunstancias en las cuales podrá manifestar su amor. Este es el sentido del rompimiento de las cáscaras de nuez, para que el Señor se las pueda comer enseguida. Nosotros consolamos a Dios, rompiendo las cáscaras de nuez que nosotros queremos ofrecerle, pero se las ofrecemos a menudo cerradas, enteras, tan mal...

Hermanos y hermanas, consolemos a Dios buscando las ocasiones y, si hace falta, provoquémoslas para manifestar el amor particularmente de cara a aquéllos a los que les falta. Vayamos adelante, lancémonos, busquemos el amar, busquemos no sólo con la voluntad sino con una especie de celo. Creemos las circunstancias que nos permitan manifestar nuestro amor, y este nuevo camino, entre muchos otros, nos será accesible, y nos permitirá consolar el Corazón de nuestro Dios.

No tengamos miedo de tomar estos caminos, sabiendo que Jesús está en agonía hasta el final de los tiempos, y ¡tiene tanta necesidad de no quedarse solo, de recibir de nosotros un poco de fuerza, un poco de consuelo para continuar salvando al mundo,…! Amén.