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Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

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sábado, 4 de abril de 2009

Testimonios de milagros acontecidos en vida de Juan Pablo II por su intercesión
4 de abril de 2009.-Mientras avanza la causa de beatificación de Juan Pablo II, de cuya muerte se acaba de cumplir el cuarto aniversario, ha caído un manto de silencio sobre los posibles milagros atribuidos a su intercesión. La discreción del proceso así lo exige. Pero van saliendo otros milagros realizados en vida, sin ningún valor en su proceso de canonización...

(Jesús Colina / Alfa y Omega)En vísperas del cuarto aniversario de la muerte de Juan Pablo II, varias personas han testimoniado milagros realizados en vida por él. Carecen de valor en el proceso de canonización, que exige que estos fenómenos, científicamente inexplicables, acaezcan tras la muerte.

Uno de los testimonios mas estremecedores es el del cardenal Francesco Marchisano, Presidente de la Oficina del Trabajo de la Sede Apostólica, antiguo arcipreste de la basílica de San Pedro del Vaticano. Conoció a Karol Wojtyla en 1962, y desde entonces se convirtió en su gran amigo italiano. Hace seis años -cuenta-, «me operaron de la carótida, pero después de la operación se me quedó paralizada la cuerda vocal derecha. No podía hablar». Un día, el cardenal fue a ver a Juan Pablo II, ya duramente probado por la enfermedad. «Cuando logré arrodillarme ante el Papa, me acarició durante un buen rato la garganta, me dijo que rezaría por mí y que continuara con el tratamiento». Inmediatamente, recuperó la voz, pero el cardenal Marchisano no considera esto un milagro, sino «un gesto de amor por un amigo». Y añade: «Recuerdo que le di un fuerte abrazo y después dos besos en las mejillas. Él me dijo: Gracias».

La oración venció

El arzobispo Agostino Marchetto (en la fotografia de abajo a la izquierda), actual Secretario del Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, a sus 67 años, considera que le debe la vida a la oración, en particular a la de Juan Pablo II. Cuando en los años noventa era nuncio apostólico en Bielorrusia, contrajo un tumor maligno, tras la explosión en la central nuclear de Chernobil. Juan Pablo II le ordenó que regresara a Italia para que pudiera ser atendido médicamente, pero los médicos le dieron un diagnóstico fatal: no había esperanza. «Fui sometido a un año de durísimos tratamientos. Pero la verdadera ayuda fue una cadena de oración: comenzaba con el Papa, pasaba por mi hermana religiosa, hasta mi madre». Hoy ha recogido esta experiencia en el libro El túnel de la esperanza.

Pero no son sólo cardenales y obispos quienes aseguran que experimentaron milagros gracias a Juan Pablo II. Un libro publicado esta semana recoge testimonios de artesanos, o propietarios de tiendas que trabajan junto al Vaticano, entre los que se encuentra el del relojero del Papa. Estos milagros en vida han sido recogidos por el periodista italiano Paolo Mosca, en La zapatilla del Papa y otras historias (Il ciabattino del Papa e altre storie, ed. San Paolo). Y si bien es verdad que no siempre han experimentado milagros, en todo caso, siempre recibieron una sonrisa o una caricia del fallecido Papa, al que hoy recuerdan con alguna lágrima.

El libro permite descubrir, por ejemplo, el caso de Antonio Arellano, conocido como el zapatero del Papa, un artesano peruano afincado en Roma, quien remendaba zapatos tanto a Juan Pablo II como al entonces cardenal Joseph Ratzinger. «En 2001, estando de vacaciones en Perú, mi mujer se cayó en coche de un puente, en el río de Trujillo. Se rompió la cadera, tuvo una hemorragia interna y estuvo durante muchos días en coma. Los médicos creían que moriría». Surgió así una cadena de oración entre los amigos cardenales del zapatero que llegó hasta lo más alto del Vaticano. «Y la oración venció», afirma. Su mujer hoy le ayuda en su taller, que se encuentra a dos pasos del Vaticano.

También testimonia un milagro Arturo Mari (en la fotografia de la derecha), quien fue el primer fotógrafo de los Papas durante 51 años, incluyendo todo el pontificado de Juan Pablo II. «Personalmente, sé que curó a mi cuñada Mercedes», ecuatoriana como su esposa. «Al observar las radiografías llegadas de Ecuador, los médicos italianos le dieron 15 días de vida. Tenemos que rezar, me dijo Wojtyla. Y me dio su pañuelo y su rosario para que lo mandara a Ecuador. Mercedes se puso el pañuelo en el pecho, y el rosario alrededor del cuello. Quince días, ya... Después de seis años sigue viva».

viernes, 10 de abril de 2009

Entre la vida y la muerte…hasta que intervino Juan Pablo II
La madre de Gloria María le pidió al Papa que intercediera y salvara a su hija
10 de abril de 2009.- Gloria María fue concebida gracias a un libro del Papa Juan Pablo II en el que animaba a las familias a no tener miedo a recibir nuevos hijos. Sus padres vivían en la región Jura de Cracovia-Czestochowa, Polonia. Durante el embarazo, su vida empezó a correr peligro. Su madre cuenta que entonces "se aferró" al Papa: "Nadie más podía ayudarme", asegura. Los médicos tuvieron que hacer una cesárea de urgencia y pensaban que no saldría con vida. Pero se equivocaron. La familia envió su historia a al postulador de la causa de beatificación de Juan Pablo II.

(Małgorzata Szyszko-Kondej* / Fotografias superiores:© Reader´s Digest) El 2 de abril de 2005 Joanna Wrona estaba viendo las noticias, en la región Jura de Cracovia-Czestochowa (Polonia). A las 9:37 de la noche, se enteró con enorme tristeza de la muerte del papa Juan Pablo II. “Para mí fue un golpe terrible”, recuerda. “Estaba embarazada de tres meses, y estaba convencida de que el bebé que esperaba tenía una estrecha relación con el Santo Padre”. Gloria María fue concebida después de que Joanna leyera un libro de reflexiones del Papa en el que se animaba a los creyentes a no renunciar a tener muchos hijos. Tras leerlo, ella y Jacek decidieron tener el tercero.

Sin embargo, Joanna empezó a sentirse mal. Un día de mediados de junio, encontró una estampa de Juan Pablo II con las manos en alto en señal de bendición. Varios días después, en la semana 26 del embarazo, los movimientos del feto disminuyeron mucho y Joanna se sintió peor. En el hospital, los médicos le detectaron escasez de líquido amniótico e insuficiencia placentaria. El feto pesaba 467 gramos y su desarrollo se había detenido parcialmente en las semanas 20 y 22 de gestación.


Destrozada, Joanna regresó a casa y cuando entró en el dormitorio, su mirada se posó en la estampa que había dejado sobre la cómoda. “Me aferré a ella”, cuenta. “Sabía que nadie más podía ayudarme”. Todos los días se ponía sobre el vientre la imagen de Juan Pablo II, y llena de fe le suplicaba su intercesión.

Una ultrasonografía reveló falta total de líquido amniótico y desarrollo asimétrico del feto, cuando pesaba alrededor de 800 gramos. Los médicos formularon el diagnóstico final: el feto no podía permanecer más tiempo en el vientre de la madre. Le propusieron hacerle una cesárea de inmediato. Si no acepto, podemos morir las dos, pensó. Pero Gloria vive mientras esté en mi vientre. ¿Tengo derecho a acortarle la vida, aunque sea un día?. El sacerdote del hospital le dijo que era una mujer muy fuerte, que creía que todo saldría bien y que le parecía necesario que se sometiera a la cesárea cuanto antes. Una enfermera le preguntó: -En caso de que su bebé fallezca, ¿qué desea que se haga con el cuerpo? Joanna respondió que quería que bautizaran a su hija. Había decidido llamarla Gloria María en honor de la Virgen de Jasna Góra, y se preguntó angustiada si esos nombres sólo los leería en una lápida blanca. Por unos momentos se quedó sola, mirando la cruz que había frente a su cama. Sin saber cómo, oyó tres veces con claridad en su mente una frase: “Después de los dolores del parto llega la alegría de la maternidad”. Entonces pensó: ‘Jesús mío, yo no tendré la alegría de la maternidad. Sólo los dolores del parto, y nada más’.

Soprendente para los médicos

Fue una noche larga y dura. Por la mañana, el pediatra le dijo a Joanna que la niña se encontraba en la incubadora y que estaba ocurriendo algo impresionante: el bebé respiraba por sí solo, se movía y había excretado gotitas de orina, lo que indicaba que tenía al menos un riñón y vejiga. El 8 de septiembre, natividad de la Virgen y 71 días después del nacimiento de Gloria, Jacek la llevó a casa. “Tomé entre mis brazos a la niña, y ya no la solté durante el resto del año”, cuenta Joanna. La niña recuperó la salud rápidamente. Empezó a caminar a los 14 meses de edad.

Los Wrona enviaron su relato al postulador de la causa de beatificación del Papa. La historia fue publicada por Totus Tuus, revista mensual dedicada a la causa de beatificación y canonización de Juan Pablo II. Gloria María se hizo famosa. Los periodistas esperaban fuera de su casa. Un canal de la televisión italiana realizó un reportaje sobre la niña y lo transmitió en horario de máxima audiencia. “Nuestro ejemplo demuestra que, además de las técnicas y los conocimientos médicos, existe algo más que infunde fuerzas, algo que ayuda y cambia la vida”, explica Jacek. “Somos una familia normal, ni mejor ni peor que cualquier otra, y sin duda no somos unos santos”, dice Joanna. “¿Por qué fuimos elegidos? Nosotros ya no pensamos en ello”.

Gloria María abraza a su madre, le toca el vientre y sonriendo dice: ‘Aquí hay un bebé’. Ahora ella, con toda su familia, esperará el milagro de otro nacimiento. El milagro de la vida.
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*Extracto del artículo publicado en Selecciones Reader’s Digest

lunes, 2 de mayo de 2011

Juan Pablo II ya es beato

Los vídeos de los momentos más importantes de los actos de beatificación

Testimonio en la Vigilia de Oración de Sor Marie Simon-Pierre curada de Parkinson por intercesión de Juan Pablo

Homilia de Benedicto XVI en la beatificación de Juan Pablo II

Benedicto XVI venera la tumba de Juan Pablo II

Testimonios: Juan Pablo II visto por asistentes a su beatificación

Miles de peregrinos pasan ante el féretro de Juan Pablo II

La Vigilia de Oración de la beatificación de Juan Pablo II, un preludio lleno de emociones

sábado, 4 de abril de 2009

Atribuyen dos nuevos "milagros" a Juan Pablo II
Un niño con cáncer de riñon empieza a caminar y un joven se salva de un balazo

4 de abril de 2009.-Dos nuevos "milagros" fueron atribuidos en Estados Unidos y en el Vaticano al papa Juan Pablo II con ocasión del cuarto aniversario de su fallecimiento, según varios testimonios divulgados este viernes por la prensa italiana.

(Religión Digital) "Me contaron que un niño de nueve años polaco, proveniente de Gdansk, con un cáncer en los riñones y que se movilizaba sólo en silla de ruedas por la enfermedad, rezó frente a la tumba de Juan Pablo II en el Vaticano. Al salir de la basílica de San Pedro dijo: 'quiero caminar' tras lo cual se levantó y caminó", contó el cardenal de Cracovia, Stanislaw Dziwisz, secretario personal por años de Juan Pablo II.

El cardenal, que asistió el jueves en San Pedro a la misa de aniversario presidida por el papa Benedicto XVI, aseguró que recibe cientos de testimonios de personas, sobre todo de personas enfermas de tumor, que han recibido "la gracia" o milagro por intercesión del Papa polaco.

El otro milagro fue narrado por un sacerdote de un hospital de Cleveland (noreste de Estados Unidos) a la cadena de televisión estadounidense ABC. Se trata de un hombre de 26 años, Jory Aebly, quien se salvó de un balazo en la cabeza gracias a un rosario bendecido por el Papa fallecido.

Es necesario el reconocimiento de "un milagro" para ser beatificado y de dos para llegar a ser santo.

El 13 de mayo de 2005, dos años después de su deceso, el papa Benedicto XVI autorizó el inicio del proceso de beatificación de Juan Pablo II, sin esperar el plazo reglamentario de cinco años.

Pese a ello el proceso avanza lentamente debido a la abultada documentación.

La Congregación para la Causa de los Santos examina actualmente la validez de "un milagro" atribuido al pontífice polaco, la curación inexplicable de una religiosa francesa enferma de Parkinson, la misma enfermedad que padeció Juan Pablo II.

Para monseñor Angelo Amato, nuevo prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, no es posible establecer una fecha exacta para la beatificación.

La documentación fue entregada a la Congregación en noviembre del 2008 y está siendo examinada por un comité de expertos teólogos y de médicos, tal como establecen las normas del Vaticano.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Marie Simon Pierre, la joven religiosa curada de parkinson por intercesión de Juan Pablo II

* Escribe su testimonio y cuenta: "A partir del 14 de mayo, las hermanas de todas las comunidades francesas y africanas de mi Congregación pidieron la intercesión de Juan Pablo II para mi curación. Rezaron incansablemente, hasta que llegó la noticia de la curación"
12 de noviembre de 2009.- Han pasado pocos años desde el fallecimiento de Juan Pablo II y ya son muchos las curaciones extraordinarias que se le atribuyen. No son fruto de una histeria colectiva, sino casos concretos avalados por testigos fidedignos y contados con objetividad y, sobre todo, con gran serenidad. La realidad es que Juan Pablo II se ha convertido en un gran intercesor. Marie-Simon-Pierre, una religiosa nacida en 1962, perteneciente a la congregación de las Hermanitas de las Maternidades Católicas, que trabaja actualmente en la maternidad de la Sainte Félicité, en el distrito número 15 de París, ha sido curada de parkinson por intercesión de Juan Pablo II. A Marie-Simon-Pierre le diagnosticaron los trastornos neurológicos propios de esa enfermedad en junio de 2001, una enfermedad que también padeció Juan Pablo II. Este es el relato de los hechos escrita por la propia monja agraciada con este milagro. Leer más...

lunes, 17 de diciembre de 2007

Testimonio vocacional del P. Juan Pablo Álvarez L.C.: Yo quiero ser como él, quiero ser sacerdote

Podría decir que mi vocación comenzó desde el día de mi bautismo. “Se llamará Pablo” –decía mi papá. “No, Juan es su nombre” –respondía mi mamá. Al final la reconciliación llegó y me pusieron Juan Pablo. Esto sucedió tres años antes de que un Papa se llamara Juan Pablo. Nací en el seno de una familia numerosa y católica. Soy el tercero de nueve hijos y el primero de cinco hermanos que le hemos consagrado nuestra vida a Dios.

Toda vocación tiene una historia detrás, y la historia de mi vocación Dios quiso unirla a un santo de nuestro tiempo. Todo aconteció en enero de 1979. Seis meses antes, en Roma, había sido elegido como sucesor de Pedro, Juan Pablo II. Era el primer viaje de su pontificado, y precisamente a México. Yo aún no tenía uso de razón, pues contaba apenas con tres años y medio de edad. Mi vocación se la debo al Papa

No recuerdo la fecha exacta. Tampoco recuerdo en qué calle de Guadalajara nos encontrábamos, ni siquiera si había mucha gente alrededor o poca, o si era un día de sol o nublado. De aquel día quedaron registrados en mi memoria sólo unos segundos. Segundos que determinarían la ruta del resto de mi vida. Fueron instantes, primero un grito: “¡Ahí viene!”; poco después apareció un camión adaptado como papamóvil y, de pie sobre él, un hombre vestido de blanco que, sonriente, miraba y bendecía a todos. Su mirada se cruzó con la mía, su sonrisa me cautivó. Un instante después el camión se alejaba, llevando consigo al Papa, pero comenzaba a crecer en mí una semillita que, con su mirada y su sonrisa, había plantado en mi corazón: “yo quiero ser como él, quiero ser sacerdote”. Es el primer recuerdo que Dios quiso que tuviera de toda mi vida. Era el inicio de una vocación a ser sacerdote para toda la eternidad.

Esa semilla que Dios puso en mi alma a los tres años, cayó en tierra muy fértil, pues también Dios había pensado en la familia en la que la semilla se iba a cultivar. Éramos muchos hermanos, con todo lo que ello significa: sus respectivas peleas diarias, regaños y castigos; con las travesuras, las escapadas de casa y del colegio. Pero también cada noche, en el seno del hogar, todos reunidos en torno al papá y a la mamá, rezábamos una a una las avemarías del rosario a nuestra Madre del Cielo. Y cada domingo, después de prepararnos como para una fiesta, en familia, nos dirigíamos a la iglesia para asistir a la misa dominical. Ahí, aquel “yo quiero ser como él, quiero ser sacerdote” fue madurando año tras año hasta el día en que Dios pasó nuevamente por mi vida y me invitó a dejar mi familia para seguirlo a Él.

Yo tenía entonces 11 años. Durante aquel curso habían pasado varios sacerdotes por mi colegio, invitándonos cada uno a conocer su congregación. Un día se presentó un padre español muy alegre y muy dinámico, era un legionario de Cristo, y me invitó al centro vocacional. En mí volvían a resonar aquellas palabras “yo quiero ser como él, quiero ser sacerdote”, y casi estaba seguro de que como legionario lo lograría.

A partir de ese momento tuve la oportunidad de encontrarme varias veces, como aquella primera vez, con esa mirada profunda y esa sonrisa cautivadora de Juan Pablo II. Nuestras miradas se cruzaron nuevamente en la Basílica de Guadalupe cuando pisó por segunda vez México en 1990. Yo ya estaba en el centro vocacional y aquel momento fue como una confirmación de que iba por el recto camino. Tres años después volví a encontrarme con esa mirada en España, en Madrid. También nos cruzamos en diversas partes de Roma. Y siempre de mi alma ha brotado un sentimiento de gratitud hacia aquél que fue el instrumento del que Dios quiso valerse para llamarme al sacerdocio.

Apenas una semana después de llegar al centro vocacional, tuve la gracia de conocer a otro gran hombre que ha marcado desde entonces todo mi camino hacia el sacerdocio, el P. Marcial Maciel. Igual que con Juan Pablo II, uno tiene la sensación de estar delante de un hombre santo. Le agradezco mucho a Nuestro Padre Fundador todo su testimonio de entrega a Dios y a los demás.

El llamado de Dios en mi familia

Dios también quiso fijarse en aquella tierra en que creció la semilla de mi vocación pues, sin darme cuenta, a mi lado crecían otras semillas. Tres años después de que yo decidí dejarlo todo para seguir a Cristo, mi hermana Genoveva, un año menor que yo, también lo dejaba todo para seguirlo a Él como consagrada en el Movimiento Regnum Christi. Unos años más tarde, Claudia, la segunda de las mujeres, igualmente abandonaba todo y se decidía a seguir a Cristo como consagrada. Después hicieron lo mismo otras dos de mis hermanas, Gaby y Carolina. Para mí ha sido un motivo de fortaleza en los momentos difíciles de mi vocación, saber que mis hermanas participan junto conmigo de esta llamada de Dios a dejarlo todo y seguirlo en el Movimiento Regnum Christi.

Es confortante saber que mis papás –a quienes debo todo su apoyo y el haber hecho fructífera esta tierra en que Dios plantó mi vocación– participan también como miembros del Movimiento junto con mi hermana menor que el año pasado decidió dar un año de su vida como colaboradora.

25 años después de aquel primer encuentro en aquella calle incógnita de Guadalajara, Dios quiso hacerme un regalo inimaginable: Era el 10 de abril del 2004, yo me encontraba en Roma estudiando la filosofía. Jamás hubiera pensado que aquel año acolitaría la misa de Pascua al Papa Juan Pablo II. Era la última misa de Vigilia de Pascua que presidiría él. Para mí fue un momento muy conmovedor y de un inmenso significado, no sólo por estar delante de este gran hombre, delante de este gigante de la fe, de este santo, sino porque providencialmente en ese año se estaban cumpliendo 25 años de la llamada que Dios me había hecho a seguirlo en la vida sacerdotal. Llamada en la que Dios había usado como instrumento al Papa Juan Pablo II.

Jamás me hubiera imaginado que contemplaría de cerca la pureza de sus ojos, escucharía su voz directamente y recibiría, a un paso de distancia, su bendición. Al final de aquella misa, de rodillas delante de él, estreché y besé agradecido aquella mano por la que Dios me concedió este don tan maravilloso de la vocación sacerdotal. Nuevamente se cruzaron nuestras miradas, nuevamente su sonrisa me cautivó.

Ahora, como sacerdote, yo sé que él “desde la ventana del cielo” se asoma, me mira y me bendice y me acompaña en este ministerio al que Dios me llamó por medio de él.

El P. Juan Pablo Álvarez nació en Guadalajara (México) el 26 de junio de 1975. Ingresó en el centro vocacional de los Legionarios de Cristo en la Ciudad de México en julio de 1987. En 1990 fue a Valencia, España a terminar la preparatoria. De 1992 a 1996 estuvo en Salamanca (España) haciendo el noviciado y cursando los estudios humanísticos. En septiembre de 1996 llegó a Roma para comenzar la filosofía. De 1997 a 2001 ayudó en la pastoral juvenil y la promoción vocacional en Monterrey (México) y en Santiago de Chile, y fue también formador en el centro vocacional de Medellín, Colombia. Desde septiembre de 2001 se encuentra en Roma, en donde ha conseguido la licencia en filosofía por el Pontificio Ateneo Regina Apostolorum y cursa ahora la licencia en teología moral.

sábado, 23 de abril de 2011

Konrad Krajewski, ceremoniero del Papa: "Juan Pablo II ha hecho visible a Dios a través de su vida"


23 de abril de 2011.- En el sexto aniversario de la muerte del Papa Juan Pablo II, y faltando unos días para su beatificación, presentamos el bellísimo testimonio del ceremoniero pontificio Konrad Krajewski, miembro de la Oficina de Celebraciones Litúrgicas del Pontífice durante 13 años. publicado en L’0sservatore Romano. Konrad Krajewski estuvo presente en las últimas horas de vida del Pontífice y afirma: «Quien entraba en contacto con Juan Pablo II, encontraba a Jesús, a quien el Papa representaba con todo de sí mismo. Con la palabra, el silencio, los gestos, el modo de orar, el modo de entrar en el espacio litúrgico, el recogimiento en sacristía: con todo su modo de ser. Se lo notaba inmediatamente: era una persona llena de Dios».


(Konrad Krajewski / L'Observatore Romano)
Estábamos de rodillas en torno al lecho de Juan PabloII. El Papa yacía en penumbras. La suave luz de la lámpara iluminaba la pared pero él era bien visible. Cuando llegó la hora de la que, pocos instantes después, todo el mundo habría sabido, de improviso el arzobispo Dziwisz se levantó. Encendió la luz de la habitación, interrumpiendo así el silencio de la muerte de Juan Pablo II. Con voz conmovida, pero sorprendentemente firme, con el típico acento de montaña, alargando una de las sílabas, comenzó a cantar: “A Ti, oh Dios, te alabamos, a Ti, Señor, te confesamos”. Parecía un tono proveniente del cielo. Todos mirábamos maravillados a don Stanislao. Pero la luz encendida y el canto de las palabras que seguían – “A Ti, eterno Padre, toda la tierra te venera…” – daban certeza a cada uno de nosotros. He aquí – pensábamos – que nos encontramos en una realidad totalmente diversa. Juan Pablo II ha muerto: quiere decir que él vive para siempre. Aunque el corazón sollozaba y el llanto estrechaba la garganta, comenzamos a cantar. Ante cada palabra nuestra voz se volvía más segura y más fuerte. El canto proclamaba: “Vencedor de la muerte, has abierto a los creyentes el reino de los cielos”. Leer más...

jueves, 11 de octubre de 2007

Juan Pablo II dió testimonio de lo vivido trás su atentado : «Alguien desvió esta bala»

El libro de Juan Pablo II, «Memoria e Identidad. Conversaciones al filo de dos milenios» permitió conocer de primera mano los sentimientos del Papa cuando sufrió el atentado en 1981, una experiencia que él mismo comparte en sus páginas junto a su secretario personal, monseñor Stanislaw Dziwisz.

El libro fué fruto de conversaciones del Papa con los filósofos polacos Józef Tischner y Krzysztof Michalsk en los jardines de Castelgandolfo en el verano del 1993. A continuación publicamos íntegras las páginas del relato del atentado contra el Santo Padre, qué significó para él y su reflexión sobre las «proporciones gigantescas» del mal en el siglo XX, las redes del terror que hoy amenazan a millones de inocentes y finalmente sobre el sentido del sufrimiento, que abre las puertas a la esperanza, pues «no existe mal del que Dios no pueda obtener un bien más grande».

* * *


EPÍLOGO


La última conversación tuvo lugar en el pequeño comedor del palacio pontificio de Castel Gandolfo. Participó también el secretario del Santo Padre, monseñor Stanislaw Dziwisz.


«Alguien desvió esta bala»


¿Cómo se desarrollaron verdaderamente los hechos de aquel 13 de mayo de 1981? El atentado y todo lo que comportó, ¿no revelaron alguna verdad sobre el papado, tal vez olvidada? ¿No se podría leer en ellos un mensaje peculiar de su misión personal, Santo Padre? Usted visitó en la cárcel al autor del atentado y se encontró con él cara a cara. ¿Cómo ve hoy aquellos sucesos, después de tantos años? ¿Qué significado han tenido en su vida el atentado y los demás acontecimientos relacionados con él?

Juan Pablo II: Todo esto ha sido una muestra de la gracia divina. Veo en ello una cierta analogía con la prueba a la que fue sometido el cardenal Wyszynski durante su prisión. Sólo que la experiencia del primado de Polonia duró más de tres años, mientras que la mía fue más bien breve, apenas unos meses. Agca sabía cómo disparar y disparó ciertamente a dar. Pero fue como si alguien hubiera guiado y desviado esa bala...

Stanislaw Dziwisz: Agca tiró a matar. Aquel disparo debería haber sido mortal. La bala atravesó el cuerpo del Santo Padre, hiriéndolo en el vientre, en el codo derecho y en el dedo índice izquierdo. El proyectil cayó después entre el Papa y yo. Oí dos disparos más, y dos personas que estaban a nuestro lado cayeron heridas.
Pregunté al Santo Padre: «¿Dónde?» Contestó: «En el vientre.» «¿Le duele?» «Duele.»
No había ningún médico cerca. No había tiempo para pensar. Trasladamos inmediatamente al Santo Padre a la ambulancia y a toda velocidad fuimos al Policlínico Gemelli. El Santo Padre iba rezando a media voz. Después, ya durante el trayecto, perdió el conocimiento.

Varios factores fueron decisivos para salvar su vida. Uno de ellos fue el tiempo, el tiempo empleado para llegar a la clínica: unos minutos más, un pequeño obstáculo en el camino, y hubiera llegado demasiado tarde. En todo esto se ve la mano de Dios. Todos los detalles lo indican.

Juan Pablo II: Sí, me acuerdo de aquel traslado al hospital. Estuve consciente poco tiempo. Tenía la sensación de que podría superar aquello. Estaba sufriendo, y esto me daba motivos para tener miedo, pero mantenía una extraña confianza. Dije a don Stanislaw que perdonaba al agresor. Lo que pasó en el hospital, ya no lo recuerdo.

Stanislaw Dziwisz: Casi inmediatamente después de la llegada al policlínico llevaron al Santo Padre al quirófano. La situación era muy grave. Su organismo había perdido mucha sangre. La tensión arterial bajaba dramáticamente, el latido del corazón apenas era perceptible. Los médicos me sugirieron que administrara la Unción de los Enfermos al Santo Padre. Lo hice de inmediato.

Juan Pablo II: Prácticamente estaba ya del otro lado.

Stanislaw Dziwisz: Después hicieron al Santo Padre una transfusión de sangre.

Juan Pablo II: Las complicaciones posteriores y el retardo en todo el proceso de restablecimiento fueron, después de todo, consecuencias de aquella transfusión.

Stanislaw Dziwisz: El organismo rechazó la primera sangre. Pero se encontraron médicos del mismo hospital que donaron su propia sangre para el Santo Padre. Esta segunda transfusión tuvo éxito. Los médicos hicieron la operación sin muchas esperanzas de que el paciente sobreviviría. Como es comprensible, no se preocuparon para nada del dedo índice traspasado por la bala. Me dijeron: «Si sobrevive, ya se hará algo después para resolver este problema.» En realidad, la herida del dedo cicatrizó sola, sin ninguna intervención particular.

Después de la operación, llevaron al Santo Padre a la sala de reanimación. Los médicos temían una infección que, en aquella situación, podía ser fatal. Algunos órganos internos del Santo Padre estaban gravemente afectados. La operación fue muy difícil. Pero, finalmente, todo cicatrizó perfectamente y sin complicaciones, aunque todos saben que éstas son frecuentes tras una intervención tan compleja.

Juan Pablo II: En Roma el Papa moribundo, en Polonia el luto... En mi Cracovia, los estudiantes organizaron una manifestación: la «marcha blanca.» Cuando fui a Polonia, dije: He venido para agradeceros la «marcha blanca». Estuve también en Fátima para dar gracias a la Virgen. ¡Dios mío! Esto fue una dura experiencia. Me desperté sólo al día siguiente, hacia el mediodía. Y dije a don Stanislaw: «Anoche no recé Completas.»

Stanislaw Dziwisz: Para ser más exactos, usted, Santo Padre, me preguntó: «¿He rezado ya Completas?» Porque pensaba que todavía era el día anterior.

Juan Pablo II: No me daba cuenta alguna de todo lo que sabía don Stanislaw. No me decían que la situación era tan grave. Además, había estado inconsciente durante bastante tiempo. Al despertar, me hallaba incluso de bastante buen ánimo. Por lo menos al principio.

Stanislaw Dziwisz: Los tres días siguientes fueron terribles. El Santo Padre sufría muchísimo. Porque tenía drenajes y cortes por todos los lados. No obstante, la convalecencia seguía un proceso muy rápido. A comienzos de junio, el Santo Padre volvió a casa. Ni siquiera tuvo que seguir una dieta especial.

Juan Pablo II: Como se ve, mi organismo es bastante fuerte.

Stanislaw Dziwisz: Algo más tarde, el organismo fue atacado por un virus peligroso, como consecuencia de la primera transfusión o tal vez del agotamiento general. Se había suministrado al Santo Padre una enorme cantidad de antibióticos para protegerlo de la infección. Pero eso redujo notablemente sus defensas inmunológicas. Comenzó a desarrollarse así otra enfermedad. El Santo Padre fue llevado de nuevo al hospital.

Gracias a una terapia intensiva, su estado de salud mejoró de tal manera que los médicos estimaron que se podía acometer una nueva operación para completar las intervenciones quirúrgicas realizadas el día del atentado. El Santo Padre escogió el 5 de agosto, el día de Nuestra Señora de las Nieves, que en el calendario litúrgico figura como el día de la Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor.
También aquella segunda fase fue superada. El 13 de agosto, tres meses después del atentado, los médicos emitieron un comunicado en el que informaban de la conclusión de los cuidados clínicos. El paciente pudo regresar definitivamente a casa.
Cinco meses después del atentado, el Papa volvió a asomarse a la plaza de San Pedro para recibir de nuevo a los fieles. No demostraba sombra alguna de temor ni de estrés, por más que los médicos hubieran advertido de esta posibilidad. Dijo entonces: «Y de nuevo me he hecho deudor de la Santísima Virgen y de todos los santos Patronos. ¿Podría olvidar que el evento en la plaza de San Pedro tuvo lugar el día y a la hora en que, hace más de sesenta años, se recuerda en Fátima, Portugal, la primera aparición de la Madre de Cristo a los pobres niños campesinos? Porque, en todo lo que me ha sucedido precisamente ese día, he notado la extraordinaria materna protección y solicitud, que se ha manifestado más fuerte que el proyectil mortífero.»

Juan Pablo II: Durante el tiempo de Navidad de 1983 visité al autor del atentado en la cárcel. Conversamos largamente. Alí Agca, como dicen todos, es un asesino profesional. Esto significa que el atentado no fue iniciativa suya, sino que algún otro lo proyectó, algún otro se lo encargó. Durante toda la conversación se vio claramente que Alí Agca continuaba preguntándose cómo era posible que no le saliera bien el atentado. Porque había hecho todo lo que tenía que hacer, cuidando hasta el último detalle. Y, sin embargo, la víctima designada escapó de la muerte. ¿Cómo podía ser?

Lo interesante es que esta inquietud lo había llevado al ámbito religioso. Se preguntaba qué ocurría con aquel misterio de Fátima y en qué consistía dicho secreto. Lo que más le interesaba era esto; lo que, por encima de todo, quería saber.

Mediante aquellas preguntas insistentes, tal vez manifestaba haber percibido lo que era verdaderamente importante. Alí Agca había intuido probablemente que, por encima de su poder, el poder de disparar y de matar, había una fuerza superior. Y, entonces, había comenzado a buscarla. Espero que la haya encontrado.

Stanislaw Dziwisz: Considero un don del cielo el milagroso retorno del Santo Padre a la vida y a la salud. El atentado, en su aspecto humano, sigue siendo un misterio. No lo ha aclarado ni el proceso, ni la larga reclusión en cárcel del agresor. Fui testigo de la visita del Santo Padre a Alí Agca en la cárcel. El Papa lo había perdonado públicamente ya en su primera alocución después del atentado. Por parte del prisionero nunca le he oído pronunciar las palabras: «Pido perdón.» Le interesaba únicamente el secreto de Fátima. El Santo Padre recibió varias veces a la madre y los familiares del ejecutor, y con frecuencia preguntaba por él a los capellanes del instituto penitenciario.

En el aspecto divino, el misterio consiste en todo el desarrollo de este acontecimiento dramático, que debilitó la salud y las fuerzas del Santo Padre, pero que en modo alguno aminoró la eficacia y fecundidad de su ministerio apostólico en la Iglesia y en el mundo.

Pienso que no es ninguna exageración aplicar en este caso el dicho: «Sanguis martyrum semen christianorum». Tal vez había necesidad de esta sangre en la plaza de San Pedro, en el lugar del martirio de muchos de los primeros cristianos.
El primer fruto de esta sangre fue sin duda la unión de toda la Iglesia en la gran oración por la salud del Papa. Durante toda la noche después del atentado, los peregrinos venidos para la audiencia general y una creciente multitud de romanos rezaban en la plaza de San Pedro. Los días sucesivos, en las catedrales, iglesias y capillas de todo el mundo, se celebraron misas y se elevaron plegarias por la recuperación del Papa. El mismo Santo Padre decía a este respecto: «Me resulta difícil pensar en esto sin emoción. Sin una profunda gratitud para todos. Hacia todos los que el día 13 de mayo se reunieron en oración. Y hacia todos los que han perseverado en ella durante este tiempo [...]. Estoy agradecido a Cristo Señor y al Espíritu Santo, el cual, mediante este evento, que tuvo lugar en la plaza de San Pedro el día 13 de mayo a las 17.17, ha inspirado a tantos corazones para la oración común. Y, al pensar en esta gran oración, no puedo olvidar las palabras de los Hechos de los Apóstoles que se refieren a Pedro: "La Iglesia oraba insistentemente a Dios por él" (Hch 12, 5)».3

Juan Pablo II: Vivo constantemente convencido de que en todo lo que digo y hago en cumplimiento de mi vocación y misión, de mi ministerio, hay algo que no sólo es iniciativa mía. Sé que no soy el único en lo que hago como Sucesor de Pedro.

Pensemos, por ejemplo, en el sistema comunista. Ya he dicho precedentemente que su caída se debió principalmente a los defectos de su doctrina económica. Pero quedarse únicamente en los factores económicos sería una simplificación más bien ingenua. Por otro lado, también sé que sería ridículo considerar al Papa como el que derribó con sus manos el comunismo.

Pienso que la explicación se halla en el Evangelio. Cuando los primeros discípulos enviados en misión vuelven a Cristo, dicen: «Hasta los demonios se nos someten en tu nombre» (Lc 10, 17). Cristo les contesta: «No estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo» (Lc 10, 20). Y en otra ocasión añade: «Decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer"» (Lc 17, 10). Siervos inútiles... La conciencia del «siervo inútil» crece en mí en medio de todo lo que ocurre a mi alrededor, y pienso que me va bien así.

Volvamos al atentado: creo que haya sido una de las últimas convulsiones de las ideologías de las prepotencias surgidas en el siglo XX. El fascismo y el hitlerismo propugnaban la imposición por la fuerza, al igual que el comunismo. Una imposición similar se ha desarrollado en Italia con las Brigadas Rojas, asesinando a personas inocentes y honestas.

Al leer de nuevo hoy, después de algunos años, la transcripción de las conversaciones grabadas entonces, noto que las manifestaciones de los «años de plomo» se han atenuado notablemente. No obstante, en este último período se han extendido en el mundo las llamadas «redes del terror», que son una amenaza constante para millones de inocentes. Se ha tenido una impresionante confirmación en la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York (11 septiembre 2001), en el atentado en la Estación de Atocha en Madrid (11 marzo 2004) y en la masacre de Beslan en Osetia (1-3 septiembre 2004). ¿Dónde nos llevarán estas nuevas erupciones de violencia?

La caída del nazismo, primero, y después de la Unión Soviética, es la confirmación de una derrota. Ha mostrado toda la insensatez de la violencia a gran escala, que había sido teorizada y puesta en práctica por dichos sistemas. ¿Querrán los hombres tomar nota de las dramáticas lecciones que la historia les ha dado? O, por el contrario, ¿cederán ante las pasiones que anidan en el alma, dejándose llevar una vez más por las insidias nefastas de la violencia?

El creyente sabe que la presencia del mal está siempre acompañada por la presencia del bien, de la gracia. San Pablo escribió: «No hay proporción entre la culpa y el don: si por la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos» (Rm 5, 15). Estas palabras siguen siendo actuales en nuestros días. La Redención continúa. Donde crece el mal, crece también la esperanza del bien. En nuestros tiempos, el mal ha crecido desmesuradamente, sirviéndose de los sistemas perversos que han practicado a gran escala la violencia y la prepotencia. No me refiero ahora al mal cometido individualmente por los hombres movidos por objetivos o motivos personales. El del siglo XX no fue un mal en edición reducida, «artesanal», por llamarlo así. Fue el mal en proporciones gigantescas, un mal que ha usado las estructuras estatales mismas para llevar a cabo su funesto cometido, un mal erigido en sistema.

Pero, al mismo tiempo, la gracia de Dios se ha manifestado con riqueza sobreabundante. No existe mal del que Dios no pueda obtener un bien más grande. No hay sufrimiento que no sepa convertir en camino que conduce a Él. Al ofrecerse libremente a la pasión y a la muerte en la Cruz, el Hijo de Dios asumió todo el mal del pecado. El sufrimiento de Dios crucificado no es sólo una forma de dolor entre otros, un dolor más o menos grande, sino un sufrimiento incomparable. Cristo, padeciendo por todos nosotros, ha dado al sufrimiento un nuevo sentido, lo ha introducido en una nueva dimensión, en otro orden: en el orden del amor. Es verdad que el sufrimiento entra en la historia del hombre con el pecado original. El pecado es ese «aguijón» (cf. 1 Co 15, 55-56) que causa dolor e hiere a muerte la existencia humana. Pero la pasión de Cristo en la cruz ha dado un sentido totalmente nuevo al sufrimiento y lo ha transformado desde dentro. Ha introducido en la historia humana, que es una historia de pecado, el sufrimiento sin culpa, el sufrimiento afrontado exclusivamente por amor. Es el sufrimiento que abre la puerta a la esperanza de la liberación, de la eliminación definitiva del «aguijón» que desgarra la humanidad. Es el sufrimiento que destruye y consume el mal con el fuego del amor, y aprovecha incluso el pecado para múltiples brotes de bien.

Todo sufrimiento humano, todo dolor, toda enfermedad, encierra en sí una promesa de liberación, una promesa de la alegría: «Me alegro de sufrir por vosotros», escribe san Pablo (Col 1, 24). Esto se refiere a todo sufrimiento causado por el mal, y es válido también para el enorme mal social y político que estremece el mundo y lo divide: el mal de las guerras, de la opresión de las personas y los pueblos; el mal de la injusticia social, del desprecio de la dignidad humana, de la discriminación racial y religiosa; el mal de la violencia, del terrorismo y de la carrera de armamentos. Todo este sufrimiento existe en el mundo también para despertar en nosotros el amor, que es la entrega de sí mismo al servicio generoso y desinteresado de los que se ven afectados por el sufrimiento.

En el amor, que tiene su fuente en el Corazón de Jesús, está la esperanza del futuro del mundo. Cristo es el Redentor del mundo: «Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron» (Is 53, 5).

martes, 16 de octubre de 2007

Interrogantes tras la silueta de Juan Pablo II en una hoguera

ZENIT.org).- La foto de una hoguera en la que parece verse la silueta de Juan Pablo II ha atraído la atención de medios de comunicación del planeta, haciendo pensar a algunas personas en la posibilidad de un milagro.

La foto fue tomada en Beskid Zywiecki, pueblo polaco cercano a la ciudad natal de Juan Pablo II, Wadowice, el pasado 2 de abril, mientras se celebraba una vigila en recuerdo de los dos años de la muerte del Papa.

La imagen, según los testigos, fue tomada a las 21:37 de ese día, es decir, la hora exacta en la que falleció hace dos años el obispo de Roma polaco.

Fue publicada este lunes por el padre Jarek Cielecki en el canal televisivo italiano «Vatican Service News» (VSN) del que es director y confiesa a Zenit que no se esperaba un impacto tan grande.

«No digo que sea un milagro. No hablo de cosas sensacionales. Pero está claro que hay un signo, no se puede decir que no se ve nada», indica el sacerdote.

«Para mí es un signo, pues hay que tener también en cuenta el lugar y el momento. El fotógrafo sacó dos fotos cada minuto. Sólo en la tomada a las 21,37 y 30 segundos se puede ver la imagen. En las demás no se reconoce nada en la silueta del fuego».

«La foto --explica-- ha sido analizada científicamente y se ha demostrado que no ha sido sometida a retoques».

«Me ha sorprendido el que tantos periódicos y televisiones la hayan publicado. Quiere decir que nos encontramos ante un hecho. No digo que uno tiene que creer en esto, pero este hecho puede alentar a quien cree».

«Si uno no cree, al menos tiene que tener respeto y no hacer cinismo. Y un creyente, que desde el inicio lo niega, tiene que estar atento, pues no podemos decir categóricamente que no es un signo. Atención a no ser superficiales»,
advierte.

El padre Thomas Williams L.C., decano de la Facultad de Teología del Ateneo «Regina Apostolorum» explica «Dios nos habla con la manera que él escoge, de manera que milagros de este tipo no pueden descartarse».

«No hay duda de que la foto presenta un asombroso parecido con Juan Pablo II, y el hecho de que haya sido tomada el 2 de abril, el aniversario de la muerte del Papa, es al menos una extraordinaria coincidencia»,
añade en declaraciones a Zenit.

«Nadie está obligado a creer en esto, y la Iglesia no declarará oficialmente que ha sucedido algo milagroso en este caso», indica.

«Pero quienes quieran ver la mano de Dios en esto se sentirán alentados a pensar que Juan Pablo II sigue intercediendo por nosotros desde el Cielo, como sin duda sucede».

«Nuestra fe no se basa en este tipo de eventos, pero Dios nos envía muchos signos de su presencia y de atención providencial, de manera que no hay motivo para que éste no sea uno de esos casos»,
concluye el padre Williams.

jueves, 20 de enero de 2011

Juan Pablo II será beatificado el 1 de mayo, domingo de la Divina Misericordia


Benedicto XVI firma el decreto de beatificación de Karol Wojtyla y lo nombran patrono de la JMJ Madrid 2011

20 de enero de 2011.-
El papa Juan Pablo II será beatificado el próximo 1 de mayo, que este año coincide con la fiesta de la Divina Misericordia, segundo domingo de Pascua. Lo anunció este viernes el portavoz de la Santa Sede, padre Federico Lombardi, tras hacerse pública la aprobación del decreto sobre el milagro atribuido a la intercesión de Karol Wojtyla.

Federico Lombardi, también ha asegurado que el cuerpo de Juan Pablo II será trasladado a la capilla de San Sebastián, dentro de la basílica de San Pedro, muy probablemente antes de la beatificación. Todavía no se le ha asignado un día para la conmemoración litúrgica. El Papa Benedicto XVI se ha reunido con el alcalde de Roma, Gianni Alemanno, para organizar una de las ceremonias más multitudinarias de la historia.

Al conocerse la noticia de la beatificación, el Coordinador General de la Jornada Mundial de la Juventud, Mons. César Franco, anunció que el recordado Papa peregrino ha sido nombrado patrono de la JMJ Madrid 2011.

Una nota informativa de la Congregación para las Causas de los Santos publicada por la Oficina de Información de la Santa Sede detalla el Iter de la causa de beatificación de Juan Pablo II. La fecha de la beatificación del papa polaco se hace pública después de que el pasado 11 de enero, los cardenales y obispos de esta Congregación consideraran “milagrosa” la curación de la religiosa Marie Pierre Simon por intercesión de Juan Pablo II. Leer más...

lunes, 9 de mayo de 2011

Veinte gracias, prodigios, curaciones y milagros por la intercesión del beato Juan Pablo II durante su vida terrena y desde el cielo

9 de mayo de 2011.-El beato Juan Pablo II fue en su vida terrena y es en su vida celestial un efectivo intercesor. Eso se confirma al recopilar una veintena de gracias, prodigios, curaciones y milagros concedidos por el Señor por intercesión del Papa polaco. Como Jesucristo Juan Pablo II tenía y tiene predilección por los niños. Diversos niños y niñas que han pedido su mediación ante el Señor han sido curados de muy diversas enfermedades. Este es el resumen de 20 historias únicas para la gloria de Dios que certifican el continuo deseo de servir de Juan Pablo II a quienes se acercan a él para que cada persona tenga un encuentro personal con el Señor.

(Escuchar la Voz del Señor) En marzo de 1978 Kay Kelly, madre de tres hijos y vecina de Liverpool, Inglaterra, recibió la noticia de que tenía cáncer. Entonces le pidió a la Virgen tiempo para enseñar a sus hijos a no separarse de Dios y a no enfadarse con Él por su inevitable muerte. Ella fue al Vaticano, y en una audiencia general Juan Pablo II la abrazó un momento. Al día siguiente Kelly -en la imagen de la izquierda- regresó a su patria y fue al hospital, y ya no tenía cáncer. Leer más...

viernes, 14 de marzo de 2008

Muere Chiara Lubich, líder espiritual de más de dos millones de focolares

Tenía 88 años y era una de las mujeres más influyentes de la Iglesia; líderes religiosos, políticos, académicos y civiles envían mensajes de condolencia
La fundadora del Movimiento de los Focolares, Chiara Lubich, ha fallecido a los 88 años de edad en la madrugada de este viernes, 14 de marzo, en el centro Mariápolis, en Rocca di Pappa, localidad cercana a Roma.

Lubich, que había permanecido ingresada en el Policlínico Gemelli de Roma por una fuerte insuficiencia respiratoria, era la líder espiritual de dos millones de focolares en todo el mundo y una de las mujeres más influyentes de la Iglesia.

Según el Servicio de Información del Movimiento de los Focolares en España, están llegando mensajes de condolencia por parte de líderes religiosos, políticos, académicos y civiles de todo el mundo, pero sobre todo de tanta gente de “su” pueblo.

El último adiós

De hecho, en las horas finales de su existencia, una ininterrumpida y espontánea procesión formada por cientos de personas pasaron a dirigirle el último saludo en la habitación. A pesar de su extrema debilidad, Chiara intercambió con algunos de ellos algún gesto de acuerdo.

Parientes, estrechos colaboradores y sus hijos espirituales, aguardaron pacientemente para darle el último adiós y luego detenerse en oración en la capilla contigua, permaneciendo largo rato en los alrededores de su casa.

Gran amiga del Papa Juan Pablo II, Chiara Lubich fundó en 1943, en plena Guerra Mundial, uno de los movimientos más fecundos del mundo católico, presente hoy en más de 180 países y con 780 comunidades esparcidas por el mundo: 140.000 miembros activos y más de dos millones de personas comprometidas con la espiritualidad del movimiento.

Lubich había comprometido a su movimiento en el diálogo ecuménico interreligioso y en la búsqueda de la paz, según datos facilitados por OMPress.

Entre sus iniciativas más creativas se encuentran el ‘Movimiento Políticos por la Unidad’, un movimiento al que pertenecen personas de partidos e ideologías diversas; y el empeño por la ‘Economía de Comunión’, iniciativa en la que están comprometidas más de 700 empresas.

Asistimos estos días a la muerte de varios grandes fundadores ya de edad avanzada. A inicios de febrero moría Eduardo Bonnín, uno de los iniciadores de Cursillos de Cristiandad; a finales de enero moría Marcial Maciel, fundador del Movimiento Regnum Christi; en noviembre de 2007 moría el padre Oreste Benzi, fundador de la Comunidad Papa Juan XXIII. En 2005 murieron el papa Juan Pablo II, el fundador de Comunión y Liberación Luigi Giussani, el Hermano Roger del movimiento de Taizé (asesinado por una desequilibrada) y la Hermana Lucía (la vidente de Fátima).

“Que todos sean uno”.(Jn.17,21)

“Por esas palabras hemos nacido, por la unidad, para contribuir a realizarla en el mundo” (Chiara Lubich)

Chiara nace en Trento el 22 de enero de 1920. Durante el fascismo vive años de pobreza: el padre socialista pierde el trabajo debido a sus ideas. Para mantener sus estudios, desde muy joven da clases privadas.

Su nombre de bautismo es Silvia. Asume el de Chiara (Clara), fascinada por la radicalidad evangélica de Clara de Asís, según publica Ecclesia Digital.

El 7 de diciembre de 1943 Chiara pronuncia su sí a Dios para siempre, en la iglesita de los Capuchinos de Trento. Está sola. Tiene 23 años. No existe todavía ningún presagio de lo que habría nacido. Los inicios del Movimiento se ven marcados por esta fecha.

Búsqueda de la verdad, búsqueda de Dios. Esta elección radical marca la primera etapa de un camino en apasionada búsqueda de la Verdad, de un conocimiento más profundo de Dios. Para encontrar una respuesta, después de haberse graduado como maestra de escuela elemental, se inscribe en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Venecia. Pero no puede proseguir los estudios, debido a la guerra y por tener que sostener el desarrollo del Movimiento naciente. Intuye que encontrará una respuesta en Jesús quien había dicho de sí: "Yo soy el camino, la verdad y la vida". Será Él su Maestro.

Loreto, una premisa de su aventura espiritual. En 1939, participando, en Loreto, en un curso para jóvenes de la Acción Católica, en el Santuario donde está custodiada, según la tradición, la casita de Nazareth que hospedó a la Sagrada Familia, intuye cuál será su vocación: una reproducción de la familia de Nazareth, una nueva vocación en la Iglesia, y que muchos habrían seguido este camino.

La primera audiencia con el Papa. En 1964 Chiara es recibida por primera vez en audiencia por el Papa de entonces, Pablo VI, quien reconoce en el Movimiento una "Obra de Dios". A partir de ese momento, se multiplican -con Pablo VI primero y con Juan Pablo II después- las audiencias privadas y públicas, y sus intervenciones con ocasión de las manifestaciones internacionales.

En 1984 Juan Pablo II visita el Centro Internacional de Rocca di Papa. Reconoce en el Movimiento los lineamientos de la Iglesia del Concilio, y en su carisma una expresión del "radicalismo del amor" que caracteriza los dones del Espíritu en la historia de la Iglesia.

A partir de Pentecostés '98, el inicio de un camino de comunión entre Movimientos y Nuevas Comunidades. En el primer gran encuentro de los Movimientos y las Nuevas Comunidades, la vigilia de Pentecostes’98 en la Plaza San Pedro, Juan Pablo II reconoce operante en estas nuevas realidades eclesiales la respuesta del Espíritu al proceso de descristianización en acto y les pide "frutos maduros de comunión y compromiso". Interviniendo, junto con otros 3 fundadores, Chiara Lubich le asegura su compromiso de contribuir a realizar esta comunión "con todas nuestras fuerzas". A partir de entonces inicia un camino de fraternidad y comunión entre muchos Movimientos y Nuevas Comunidades en el mundo.

A los Sínodos y a las Asambleas de las Conferencias Episcopales. Participa, en el Vaticano, en varios Sínodos de Obispos: por el XX aniversario del Concilio Vaticano II (1985); sobre la vocación y misión del laicado (1987), y sobre Europa (1990 y 1999). Chiara es nominada Consultora del Consejo Pontificio para los Laicos (1985).

En 1997 es invitada a presentar el Movimiento a la Asamblea General de la Conferencia Episcopal de Manila, en Filipinas. En los años siguientes es invitada por las Conferencias Episcopales de: Taiwán, Suiza, Argentina, Brasil, Croacia, Polonia, India, Chequia, Eslovaquia, Austria.
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Fuente: Forum Libertas

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miércoles, 26 de marzo de 2008

Juan Pablo II y Faustina Kowalska, apóstoles de la Divina Misericordia / Autor:Benedicto XVI

Intervención con motivo del Regina Caeli

Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI este domingo al rezar la oración mariana del Regina Caeli junto a miles de peregrinos congregados en el patio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo.

* * *


Queridos hermanos y hermanas:

Durante el Jubileo del año 2000, el querido siervo de Dios Juan Pablo II estableció que en toda la Iglesia el domingo después de Pascua, además de domingo in Albis, fuera denominado domingo de la Divina Misericordia. Lo hizo en concomitancia con la canonización de Faustina Kowalska, humilde religiosa polaca, nacida en 1905 y fallecida en 1938, celosa mensajera de Jesús misericordioso.

La misericordia es en realidad el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios, el rostro con el que Él se ha revelado en la antigua Alianza y plenamente en Jesucristo, encarnación del Amor creador y redentor. Este amor de misericordia ilumina también el rostro de la Iglesia, y se manifiesta ya sea a través de los sacramentos, en particular el de la Reconciliación, ya sea con obras de caridad, comunitarias e individuales.

Todo lo que dice y hace la Iglesia manifiesta la misericordia que Dios siente por el hombre. Cuando la Iglesia tiene que recordar una verdad descuidada, o un bien traicionado, lo hace siempre movida por el amor misericordioso, para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia (Cf. Juan 10, 10). De la misericordia divina, que pacifica los corazones, surge, además, la auténtica paz en el mundo, la paz entre los pueblos, culturas y religiones.

Al igual que sor Faustina, Juan Pablo II se convirtió a su vez en apóstol de la Divina Misericordia. En la noche del inolvidable sábado 2 de abril de 20005, cuando cerró los ojos a este mundo, se celebraba precisamente la vigilia del segundo domingo de Pascua, y muchos observaron la singular coincidencia, que unía en sí la dimensión mariana --primer sábado del mes-- y la de la Divina Misericordia.

De hecho, su largo y multiforme pontificado encuentra aquí su núcleo central; toda su misión al servicio de la verdad sobre Dios y sobre el hombre y de la paz en el mundo se resume en este anuncio, como él mismo dijo en Cracovia-Lagiewniki en 2002, al inaugurar el gran Santuario de la Divina Misericordia: «Fuera de la misericordia de Dios no hay otra fuete de esperanza para los seres humanos». Su mensaje, como el de santa Faustina, presenta el rostro de Cristo, revelación suprema de la Misericordia de Dios. Contemplar constantemente ese Rostro: esta es la herencia que nos ha dejado, que acogemos con alegría y hacemos nuestra.

Sobre la Divina Misericordia se reflexionará de manera especial en los próximos días, con motivo del primer Congreso Apostólico Mundial de la Divina Misericordia, que tendrá lugar en Roma y se inaugurará con la santa misa que, si Dios quiere, presidiré en la mañana del miércoles 2 de abril en el tercer aniversario del fallecimiento del siervo de Dios, Juan Pablo II. Pongamos el Congreso bajo la celestial protección de María santísima, Mater Misericordiae. Le encomendamos la gran causa de la paz en el mundo para que la Misericordia de Dios realice lo que es imposible hacer únicamente con las fuerzas humanas, e infunda la valentía del diálogo y de la reconciliación.

[Al final de la oración mariana el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En italiano dijo:]

Ante todo, dirijo un cordial saludo a los numerosos peregrinos que en este momento están reunidos en la plaza de San Pedro, de manera especial a quienes han participado en la santa misa celebrada en la iglesia del Espíritu Santo de Saxia por el cardenal Tarcisio Bertone, con motivo de la fiesta de la Divina Misericordia. Queridos hermanos y hermanas: que la intercesión de santa Faustina y del siervo de Dios Juan Pablo II os ayuden a ser auténticos testigos del amor misericordioso. Como ejemplo a imitar, me complace indicar hoy a la madre Celestina Donati, fundadora de la Congregación de las Hijas Pobres de San José de Calasanz, que será proclamada beata hoy en Florencia.

[En español, dijo:]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. Queridos hermanos: En este domingo dedicado a la Divina Misericordia, agradezcamos a Dios Padre el amor que nos ha manifestado en la muerte y resurrección de su propio Hijo, y pidamos a la Virgen María que interceda por nosotros para que sepamos reconocer en Cristo resucitado la fuente de la esperanza y de la alegría verdadera. Feliz domingo.

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[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]


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Para ver la síntesis del Regina Caeli haz click sobre las imagenes

jueves, 13 de diciembre de 2007

Documento vaticano: La evangelización no es proselitismo ni relativismo

Nota doctrinal de la Congregación para la Doctrina de la Fe

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 14 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Ante la «creciente confusión» sobre el término evangelización, la Santa Sede ha publicado este viernes un documento en el que aclara que no significa ni «proselitismo» ni «relativismo». «Toda persona tiene derecho a escuchar la buena nueva de Dios que se revela y se entrega en Cristo para que viva en plenitud su propia vocación. A este derecho le corresponde el deber de evangelizar», explica.

Se trata de la «Nota Doctrinal acerca de algunos aspectos de la Evangelización», redactada por la Congregación para la Doctrina de la Fe, resultado de un trabajo de años, que había comenzado el anterior prefecto de ese organismo vaticano, el cardenal Joseph Ratzinger.

Algunos, explica el texto, consideran que no hay que promover la conversión a Cristo, pues es posible salvarse sin un conocimiento explícito de Jesús y sin una incorporación formal a la Iglesia.

Estas convicciones toman más fuerza en un ambiente de relativismo, que niega la capacidad humana para conocer la verdad.

El documento propone la enseñanza y el diálogo, en respeto de la plena libertad de toda persona, para anunciar el amor de Cristo.

Al mismo tiempo, aclara, no es evangelización cristiana la actitud al diálogo que comporte la coerción o la instigación, que no respeta la dignidad y la libertad religiosa.

«La incorporación de nuevos miembros a la Iglesia no es la expansión de un grupo de poder, sino la entrada en la red de amistad con Cristo, que une el cielo y la tierra, continentes y épocas diferentes», aclara.

La Iglesia, según la fe católica, es «instrumento de la presencia de Dios y, por este motivo, instrumento de una auténtica humanización del hombre y del mundo».

El documento cita la constitución del Concilio Vaticano II Gaudium et Spes para afirmar que el respeto de la libertad religiosa y su promoción «no deben hacernos indiferentes por ningún motivo ante la verdad y el bien. Es más, el mismo amor lleva a los discípulos de Cristo a anunciar a todos los hombres la verdad que salva».

Y «para que la luz de la verdad sea irradiada a todos los hombres se necesita ante todo el testimonio de la santidad. Si la palabra es desmentida por la conducta, difícilmente es acogida».

Pero al mismo tiempo, añade recordando el pensamiento de Pablo VI, «incluso el testimonio más hermoso será a largo plazo impotente si no es iluminado, justificado y explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús».

Evangelización y ecumenismo no están en oposición, añade el documento. Más bien sucede lo contrario. Las divisiones de los cristianos pueden comprometer seriamente la credibilidad de la misión evangelizadora de la Iglesia. Si el ecumenismo logra realizar una mayor unidad entre los cristianos, la evangelización también resultará más eficaz.

Por eso, en los países en los que viven los cristianos nos católicos, indica la nota, los católicos deben mostrar «un auténtico respeto por su tradición y por sus riquezas espirituales» y «un sincero espíritu de cooperación».


El documento concluye con un mensaje central del pontificado de Benedicto XVI: «El anuncio y el testimonio del Evangelio son el primer servicio que los cristianos pueden ofrecer a toda persona y a todo el género humano».

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Portavoz vaticano: La evangelización, consecuencia natural del amor de Cristo

Comentario sobre la Nota de la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe


ROMA, domingo, 16 diciembre 2007.- «Ofrecimiento apasionado de lo más grande y bello que se puede tener en la vida», el amor de Cristo: así define la evangelización el padre Federico Lombardi, S.I., director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

Tras la publicación de la Nota doctrinal de la Congregación para la Doctrina de la Fe «acerca de algunos aspectos de la Evangelización» -presentada el viernes en el Vaticano--, el sacerdote ha dedicado al tema su breve editorial de «Octava Dies» --semanario de información del Centro Televisivo Vaticano, del que también es director--.

«"¡Ay de mi si no evangelizara!". Estas fuertes palabras de San Pablo siguen resonando hoy en el corazón de todo auténtico creyente --reflexiona--, estupefacto y conquistado por el amor de Cristo por él y deseoso de comunicar el don recibido».

«Es una consecuencia natural de la fe cristiana --puntualiza--, un ofrecimiento apasionado de lo más grande y bello que se puede tener en la vida y que no se quiere conservar egoístamente sólo para uno».

Se trata de un ofrecimiento, no de «una imposición o constricción, un ofrecimiento realizado en libertad y a la libertad, hecho por amor, amor de Cristo y de los demás», «y el amor existe sólo donde existe libertad», recalca el padre Lombardi.

«Éste es el sentido de la Nota sobre la evangelización» --precisa-- publicada por el citado dicasterio, «firmada por el Papa, no por casualidad, el 3 de diciembre, fiesta de San Francisco Javier, el mayor misionero de la época moderna».

Indica el portavoz vaticano que la Nota «quiere liberarnos de una actitud de injustificada timidez, como si el anuncio del Evangelio fuera una interferencia indiscreta en la vida de los demás, como si fuera indiferente para la existencia conocer o no a Jesucristo».

«No, no es indiferente --constata--, ni para nosotros ni para los demás, y de hecho, si nuestro anuncio debe ser creíble no será un anuncio sólo con palabras, sino igualmente con el testimonio de vida, digamos también con la santidad de vida».

«Esta pasión del anuncio por amor de Cristo no es ciertamente exclusiva de los católicos, sino de todos los auténticos cristianos, y es por lo tanto uno de los impulsos más fuertes del profundo deseo de unidad entre todos los cristianos», añade el padre Lombardi.

Es un documento muy bello el que «se nos ha regalado en este tiempo de Adviento», porque «también nosotros debemos preparar el camino para la llegada del Señor», concluye.

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Publicamos el texto integro de la «Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización» que ha redactado la Congregación para la Doctrina de la Fe. Fue presentada a los medios de comunicación el 14 de diciembre.

CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

NOTA DOCTRINAL

ACERCA DE ALGUNOS ASPECTOS DE LA EVANGELIZACIÓN


I. Introducción

1. Enviado por el Padre para anunciar el Evangelio, Jesucristo invita a todos los hombres a la conversión y a la fe (cf. Mc 1, 14-15), encomendando a los Apóstoles, después de su resurrección, continuar su misión evangelizadora (cf. Mt 28, 19-20; Mc 16, 15; Lc 24, 4-7; Hch 1, 3): «como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21; cf. 17, 18). Mediante la Iglesia, quiere llegar a cada época de la historia, a cada lugar de la tierra y a cada ámbito de la sociedad, quiere llegar hasta cada persona, para que todos sean un solo rebaño con un solo pastor (cf. Jn 10, 16): «Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará» (Mc 16, 15-16).

Los Apóstoles, entonces, «movidos por el Espíritu Santo, invitaban a todos a cambiar de vida, a convertirse y a recibir el bautismo»[1], porque la «Iglesia peregrina es necesaria para la Salvación»[2]. Es el mismo Señor Jesucristo que, presente en su Iglesia, precede la obra de los evangelizadores, la acompaña y sigue, haciendo fructificar el trabajo: lo que acaeció al principio continúa durante todo el curso de la historia.

Al comienzo del tercer milenio, resuena en el mundo la invitación que Pedro, junto con su hermano Andrés y con los primeros discípulos, escuchó de Jesús mismo: «rema mar adentro, y echad vuestras redes para pescar» (Lc 5, 4)[3]. Y después de la pesca milagrosa, el Señor anunció a Pedro que se convertiría en «pescador de hombres» (Lc 5, 10).

2. El término evangelización tiene un significado muy rico[4]. En sentido amplio, resume toda la misión de la Iglesia: toda su vida, en efecto, consiste en realizar la traditio Evangelii, el anuncio y transmisión del Evangelio, que es «fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rm 1, 16) y que en última instancia se identifica con el mismo Cristo (1 Co 1, 24). Por eso, la evangelización así entendida tiene como destinataria toda la humanidad. En cualquier caso evangelización no significa solamente enseñar una doctrina sino anunciar a Jesucristo con palabras y acciones, o sea, hacerse instrumento de su presencia y actuación en el mundo.

«Toda persona tiene derecho a escuchar la "Buena Nueva" de Dios que se revela y se da en Cristo, para realizar en plenitud la propia vocación»[5]. Es un derecho conferido por el mismo Señor a toda persona humana, por lo cual todos los hombres y mujeres pueden decir junto con San Pablo: Jesucristo «me amó y se entregó por mí» (Gal 2, 20). A este derecho le corresponde el deber de evangelizar: «no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Co 9, 16; cf. Rm 10, 14). Así se entiende porqué toda actividad de la Iglesia tenga una dimensión esencial evangelizadora y jamás debe ser separada del compromiso de ayudar a todos a encontrar a Cristo en la fe, que es el objetivo primario de la evangelización: «La cuestión social y el Evangelio son realmente inseparables. Si damos a los hombres sólo conocimientos, habilidades, capacidades técnicas e instrumentos, les damos demasiado poco»[6].

3. Hoy en día, sin embargo, hay una confusión creciente que induce a muchos a desatender y dejar inoperante el mandato misionero del Señor (cf. Mt 28, 19). A menudo se piensa que todo intento de convencer a otros en cuestiones religiosas es limitar la libertad. Sería lícito solamente exponer las propias ideas e invitar a las personas a actuar según la conciencia, sin favorecer su conversión a Cristo y a la fe católica: se dice que basta ayudar a los hombres a ser más hombres o más fieles a su propia religión, que basta con construir comunidades capaces de trabajar por la justicia, la libertad, la paz, la solidaridad. Además, algunos sostienen que no debería anunciar a Cristo a quienes no lo conocen, ni favorecer la adhesión a la Iglesia, pues sería posible salvarse también sin un conocimiento explícito de Cristo y sin una incorporación formal a la Iglesia.

Para salir al paso de esta problemática, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha estimado necesario publicar la presente Nota, la cual, presuponiendo toda la doctrina católica sobre la evangelización, ampliamente tratada en el Magisterio de Pablo VI y de Juan Pablo II, tiene como finalidad aclarar algunos aspectos de la relación entre el mandato misionero del Señor y el respeto a la conciencia y a la libertad religiosa de todos. Son aspectos con implicaciones antropológicas, eclesiológicas y ecuménicas.

II. Algunas implicaciones antropológicas

4. «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3): Dios concedió a los hombres inteligencia y voluntad para que lo pudieran buscar, conocer y amar libremente. Por eso la libertad humana es un recurso y, a la vez, un reto para el hombre que le presenta Aquel que lo ha creado. Un ofrecimiento a su capacidad de conocer y amar lo que es bueno y verdadero. Nada como la búsqueda del bien y la verdad pone en juego la libertad humana, reclamándole una adhesión tal que implica los aspectos fundamentales de la vida. Este es, particularmente, el caso de la verdad salvífica, que no es solamente objeto del pensamiento sino también acontecimiento que afecta a toda la persona - inteligencia, voluntad, sentimientos, actividades y proyectos - cuando ésta se adhiere a Cristo. En esta búsqueda del bien y la verdad actúa ya el Espíritu Santo, que abre y dispone los corazones para acoger la verdad evangélica, según la conocida afirmación de Santo Tomás de Aquino: «omne verum a quocumque dicatur a Spiritu Sancto est»[7]. Por eso es importante valorar esta acción del Espíritu Santo, que produce afinidad y acerca los corazones a la verdad, ayudando al conocimiento humano a madurar en la sabiduría y en el abandono confiado en lo verdadero[8].

Sin embargo, hoy en día, cada vez más frecuentemente, se pregunta acerca de la legitimidad de proponer a los demás lo que se considera verdadero en sí, para que puedan adherirse a ello. Esto a menudo se considera como un atentado a la libertad del prójimo. Tal visión de la libertad humana, desvinculada de su inseparable referencia a la verdad, es una de las expresiones «del relativismo que, al no reconocer nada como definitivo, deja como última medida sólo el propio yo con sus caprichos; y, bajo la apariencia de la libertad, se transforma para cada uno en una prisión»[9]. En las diferentes formas de agnosticismo y relativismo presentes en el pensamiento contemporáneo, «la legítima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas. Este es uno de los síntomas más difundidos de la desconfianza en la verdad que es posible encontrar en el contexto actual. No se sustraen a esta prevención ni siquiera algunas concepciones de vida provenientes de Oriente; en ellas, en efecto, se niega a la verdad su carácter exclusivo, partiendo del presupuesto de que se manifiesta de igual manera en diversas doctrinas, incluso contradictorias entre sí»[10]. Si el hombre niega su capacidad fundamental de conocer la verdad, si se hace escéptico sobre su facultad de conocer realmente lo que es verdadero, termina por perder lo único que puede atraer su inteligencia y fascinar su corazón.

5. En este sentido, en la búsqueda de la verdad, se engaña quien sólo confía en sus propias fuerzas, sin reconocer la necesidad que cada uno tiene del auxilio de los demás. El hombre «desde el nacimiento, pues, está inmerso en varias tradiciones, de las cuales recibe no sólo el lenguaje y la formación cultural, sino también muchas verdades en las que, casi instintivamente, cree. De todos modos el crecimiento y la maduración personal implican que estas mismas verdades puedan ser puestas en duda y discutidas por medio de la peculiar actividad crítica del pensamiento. Esto no quita que, tras este paso, las mismas verdades sean "recuperadas" sobre la base de la experiencia llevada que se ha tenido o en virtud de un razonamiento sucesivo. A pesar de ello, en la vida de un hombre las verdades simplemente creídas son mucho más numerosas que las adquiridas mediante la constatación personal»[11]. La necesidad de confiar en los conocimientos transmitidos por la propia cultura, o adquiridos por otros, enriquece al hombre ya sea con verdades que no podía conseguir por sí solo, ya sea con las relaciones interpersonales y sociales que desarrolla. El individualismo espiritual, por el contrario, aísla a la persona impidiéndole abrirse con confianza a los demás - y, por lo tanto, recibir y dar en abundancia los bienes que sostienen su libertad - poniendo en peligro incluso el derecho de manifestar socialmente sus propias convicciones y opiniones[12].

En particular, la verdad que es capaz de iluminar el sentido de la propia vida y de guiarla se alcanza también mediante el abandono confiado en aquellos que pueden garantizar la certeza y la autenticidad de la verdad misma: «La capacidad y la opción de confiarse uno mismo y la propia vida a otra persona constituyen ciertamente uno de los actos antropológicamente más significativos y expresivos»[13]. La aceptación de la Revelación que se realiza en la fe, aunque suceda en un nivel más profundo, entra en la dinámica de la búsqueda de la verdad: «Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando "a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad", y asistiendo voluntariamente a la revelación hecha por Él»[14]. El Concilio Vaticano II, después de haber afirmado el deber y el derecho de todo hombre a buscar la verdad en materia religiosa, añade: «la verdad debe buscarse de modo apropiado a la dignidad de la persona humana y a su naturaleza social, es decir, mediante una libre investigación, sirviéndose del magisterio o de la educación, de la comunicación y del diálogo, por medio de los cuales unos exponen a otros la verdad que han encontrado o creen haber encontrado»[15]. En cualquier caso, la verdad «no se impone de otra manera, sino por la fuerza de la misma verdad»[16]. Por lo tanto, estimular honestamente la inteligencia y la libertad de una persona hacia el encuentro con Cristo y su Evangelio no es una intromisión indebida, sino un ofrecimiento legítimo y un servicio que puede hacer más fecunda la relación entre los hombres.

6. La evangelización es, además, una posibilidad de enriquecimiento no sólo para sus destinatarios sino también para quien la realiza y para toda la Iglesia. Por ejemplo, en el proceso de inculturación, «la misma Iglesia universal se enriquece con expresiones y valores en los diferentes sectores de la vida cristiana, [...] conoce y expresa aún mejor el misterio de Cristo, a la vez que es alentada a una continua renovación»[17]. La Iglesia, en efecto, que desde el día de Pentecostés ha manifestado la universalidad de su misión, asume en Cristo las riquezas innumerables de los hombres de todos los tiempos y lugares de la historia humana[18]. Además de su valor antropológico implícito, todo encuentro con una persona o con una cultura concreta puede desvelar potencialidades del Evangelio poco explicitadas precedentemente, que enriquecerán la vida concreta de los cristianos y de la Iglesia. Gracias, también, a este dinamismo, la «Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo»[19].

En efecto, el Espíritu que, después de haber obrado la encarnación de Jesucristo en el vientre virginal de María, vivifica la acción materna de la Iglesia en la evangelización de las culturas. Si bien el Evangelio es independiente de todas las culturas, es capaz de impregnarlas a todas sin someterse a ninguna[20]. En este sentido, el Espíritu Santo es también el protagonista de la inculturación del Evangelio, es el que precede, en modo fecundo, al diálogo entre la Palabra de Dios, revelada en Jesucristo, y las inquietudes más profundas que brotan de la multiplicidad de los hombres y de las culturas. Así continúa en la historia, en la unidad de una misma y única fe, el acontecimiento de Pentecostés, que se enriquece a través de la diversidad de lenguas y culturas.

7. La actividad por medio de la cual el hombre comunica a otros eventos y verdades significativas desde el punto de vista religioso, favoreciendo su recepción, no solamente está en profunda sintonía con la naturaleza del proceso humano de diálogo, de anuncio y aprendizaje, sino que también responde a otra importante realidad antropológica: es propio del hombre el deseo de hacer que los demás participen de los propios bienes. Acoger la Buena Nueva en la fe empuja de por sí a esa comunicación. La Verdad que salva la vida enciende el corazón de quien la recibe con un amor al prójimo que mueve la libertad a comunicar lo que se ha recibido gratuitamente.

Si bien los no cristianos puedan salvarse mediante la gracia que Dios da a través de "caminos que Él sabe"[21], la Iglesia no puede dejar de tener en cuenta que les falta un bien grandísimo en este mundo: conocer el verdadero rostro de Dios y la amistad con Jesucristo, el Dios-con-nosotros. En efecto, «nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él»[22]. Para todo hombre es un bien la revelación de las verdades fundamentales[23] sobre Dios, sobre sí mismo y sobre el mundo; mientras que vivir en la oscuridad, sin la verdad acerca de las últimas cosas, es un mal, que frecuentemente está en el origen de sufrimientos y esclavitudes a veces dramáticas. Esta es la razón por la que San Pablo no vacila en describir la conversión a la fe cristiana como una liberación «del poder de las tinieblas» y como la entrada «en el Reino del Hijo predilecto, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados» (Col 1, 13-14). Por eso, la plena adhesión a Cristo, que es la Verdad, y la incorporación a su Iglesia, no disminuyen la libertad humana, sino que la enaltecen y perfeccionan, en un amor gratuito y enteramente solícito por el bien de todos los hombres. Es un don inestimable vivir en el abrazo universal de los amigos de Dios que brota de la comunión con la carne vivificante de su Hijo, recibir de Él la certeza del perdón de los pecados y vivir en la caridad que nace de la fe. La Iglesia quiere hacer partícipes a todos de estos bienes, para que tengan la plenitud de la verdad y de los medios de salvación, «para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8, 21).

8. La evangelización implica también el diálogo sincero que busca comprender las razones y los sentimientos de los otros. Al corazón del hombre, en efecto, no se accede sin gratuidad, caridad y diálogo, de modo que la palabra anunciada no sea solamente proferida sino adecuadamente testimoniada en el corazón de sus destinatarios. Eso exige tener en cuenta las esperanzas y los sufrimientos, las situaciones concretas de los destinatarios. Además, precisamente a través del diálogo, los hombres de buena voluntad abren más libremente el corazón y comparten sinceramente sus experiencias espirituales y religiosas. Ese compartir, característico de la verdadera amistad, es una ocasión valiosa para el testimonio y el anuncio cristiano.

Como en todo campo de la actividad humana, también en el diálogo en materia religiosa puede introducirse el pecado. A veces puede suceder que ese diálogo no sea guiado por su finalidad natural, sino que ceda al engaño, a intereses egoístas o a la arrogancia, sin respetar la dignidad y la libertad religiosa de los interlocutores. Por eso «la Iglesia prohíbe severamente que a nadie se obligue, o se induzca o se atraiga por medios indiscretos a abrazar la fe, lo mismo que vindica enérgicamente el derecho a que nadie sea apartado de ella con vejaciones inicuas»[24].

El motivo originario de la evangelización es el amor de Cristo para la salvación eterna de los hombres. Los auténticos evangelizadores desean solamente dar gratuitamente lo que gratuitamente han recibido: «Desde los primeros días de la Iglesia los discípulos de Cristo se esforzaron en inducir a los hombres a confesar Cristo Señor, no por acción coercitiva ni por artificios indignos del Evangelio, sino ante todo por la virtud de la palabra de Dios»[25]. La misión de los Apóstoles - y su continuación en la misión de la Iglesia antigua - sigue siendo el modelo fundamental de evangelización para todos los tiempos: una misión a menudo marcada por el martirio, como lo demuestra la historia del siglo pasado. Precisamente el martirio da credibilidad a los testigos, que no buscan poder o ganancia sino que entregan la propia vida por Cristo. Manifiestan al mundo la fuerza inerme y llena de amor por los hombres concedida a los que siguen a Cristo hasta la donación total de su existencia. Así, los cristianos, desde los albores del cristianismo hasta nuestros días, han sufrido persecuciones por el Evangelio, como Jesús mismo había anunciado: «a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15, 20).

III. Algunas implicaciones eclesiológicas

9. Desde el día de Pentecostés, quien acoge plenamente la fe es incorporado a la comunidad de los creyentes: «Los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas tres mil personas» (Hch 2, 41). Desde el comienzo, con la fuerza del Espíritu, el Evangelio ha sido anunciado a todos los hombres, para que crean y lleguen a ser discípulos de Cristo y miembros de su Iglesia. También en la literatura patrística son constantes las exhortaciones a realizar la misión confiada por Jesús a los discípulos[26]. Generalmente se usa el término «conversión» en referencia a la exigencia de conducir a los paganos a la Iglesia. No obstante, la conversión (metanoia), en su significado cristiano, es un cambio de mentalidad y actuación, como expresión de la vida nueva en Cristo proclamada por la fe: es una reforma continua del pensar y obrar orientada a una identificación con Cristo cada más intensa (cf. Gal 2, 20), a la cual están llamados, ante todo, los bautizados. Este es, en primer lugar, el significado de la invitación que Jesús mismo formuló: «convertíos y creed al Evangelio» (Mc 1, 15; cf. Mt 4, 17).

El espíritu cristiano ha estado siempre animado por la pasión de llevar a toda la humanidad a Cristo en la Iglesia. En efecto, la incorporación de nuevos miembros a la Iglesia no es la extensión de un grupo de poder, sino la entrada en la amistad de Cristo, que une el cielo y la tierra, continentes y épocas diferentes. Es la entrada en el don de la comunión con Cristo, que es «vida nueva» animada por la caridad y el compromiso con la justicia. La Iglesia es instrumento - «el germen y el principio»[27] - del Reino de Dios, no es una utopía política. Es ya presencia de Dios en la historia y lleva en sí también el verdadero futuro, el definitivo, en el que Él será «todo en todos» (1 Co 15, 28); una presencia necesaria, pues sólo Dios puede dar al mundo auténtica paz y justicia. El Reino de Dios no es - como algunos sostienen hoy - una realidad genérica que supera todas las experiencias y tradiciones religiosas, a la cual estas deberían tender como hacia una comunión universal e indiferenciada de todos los que buscan a Dios, sino que es, ante todo, una persona, que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible[28]. Por eso, cualquier movimiento libre del corazón humano hacia Dios y hacia su Reino conduce, por su propia naturaleza, a Cristo y se orienta a la incorporación en su Iglesia, que es signo eficaz de ese Reino. La Iglesia es, por lo tanto, medio de la presencia de Dios y por eso, instrumento de una verdadera humanización del hombre y del mundo. La extensión de la Iglesia a lo largo de la historia, que constituye la finalidad de la misión, es un servicio a la presencia de Dios mediante su Reino: en efecto, «el Reino no puede ser separado de la Iglesia»[29]

10. Hoy, sin embargo, «el perenne anuncio misionero de la Iglesia es puesto hoy en peligro por teorías de tipo relativista, que tratan de justificar el pluralismo religioso, no sólo de facto sino también de iure (o de principio)»[30]. Desde hace mucho tiempo se ha ido creando una situación en la cual, para muchos fieles, no está clara la razón de ser de la evangelización[31]. Hasta se llega a afirmar que la pretensión de haber recibido como don la plenitud de la Revelación de Dios, esconde una actitud de intolerancia y un peligro para la paz.

Quién así razona, ignora que la plenitud del don de la verdad que Dios hace al hombre al revelarse a él, respeta la libertad que Él mismo ha creado como rasgo indeleble de la naturaleza humana: una libertad que no es indiferencia, sino tendencia al bien. Ese respeto es una exigencia de la misma fe católica y de la caridad de Cristo, un elemento constitutivo de la evangelización y, por lo tanto, un bien que hay que promover sin separarlo del compromiso de hacer que sea conocida y aceptada libremente la plenitud de la salvación que Dios ofrece al hombre en la Iglesia.

El respeto a la libertad religiosa[32] y su promoción «en modo alguno deben convertirse en indiferencia ante la verdad y el bien. Más aún, la propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad que salva»[33]. Ese amor es el sello precioso del Espíritu Santo que, como protagonista de la evangelización[34], no cesa de mover los corazones al anuncio del Evangelio, abriéndolos para que lo reciban. Un amor que vive en el corazón de la Iglesia y que de allí se irradia hasta los confines de la tierra, hasta el corazón de cada hombre. Todo el corazón del hombre, en efecto, espera encontrar a Jesucristo.

Se entiende, así, la urgencia de la invitación de Cristo a evangelizar y porqué la misión, confiada por el Señor a los Apóstoles, concierne a todos los bautizados. Las palabras de Jesús, «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28, 19-20), interpelan a todos en la Iglesia, a cada uno según su propia vocación. Y, en el momento presente, ante tantas personas que viven en diferentes formas de desierto, sobre todo en el «desierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre»[35], el Papa Benedicto XVI ha recordado al mundo que «la Iglesia en su conjunto, así como sus Pastores, han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud»[36]. Este compromiso apostólico es un deber y también un derecho irrenunciable, expresión propia de la libertad religiosa, que tiene sus correspondientes dimensiones ético-sociales y ético-políticas[37]. Un derecho que, lamentablemente, en algunas partes del mundo aún no se reconoce legalmente y en otras, de hecho, no se respeta[38].

11. El que anuncia el Evangelio participa de la caridad de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros (cf. Ef 5, 2), es su emisario y suplica en nombre de Cristo: ¡reconciliaos con Dios! (2 Co 5, 20). Una caridad que es expresión de la gratitud que se difunde desde el corazón humano cuando se abre al amor entregado por Jesucristo, aquel Amor «que en el mundo se expande»[39]. Esto explica el ardor, confianza y libertad de palabra (parrhesia) que se manifestaba en la predicación de los Apóstoles (cf. Hch 4, 31; 9, 27-28; 26, 26, etc.) y que el rey Agripa experimentó escuchando a Pablo: «Por poco, con tus argumentos, haces de mí un cristiano» (Hch 26, 28).

La evangelización no se realiza sólo a través de la predicación pública del Evangelio, ni se realiza únicamente a través de actuaciones públicas relevantes, sino también por medio del testimonio personal, que es un camino de gran eficacia evangelizadora. En efecto, «además de la proclamación, que podríamos llamar colectiva, del Evangelio, conserva toda su validez e importancia esa otra transmisión de persona a persona. El Señor la ha practicado frecuentemente -como lo prueban, por ejemplo, las conversaciones con Nicodemo, Zaqueo, la Samaritana, Simón el fariseo- y lo mismo han hecho los Apóstoles. En el fondo, ¿hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de fe? La urgencia de comunicar la Buena Nueva a las masas de hombres no debería hacer olvidar esa forma de anunciar mediante la cual se llega a la conciencia personal del hombre y se deja en ella el influjo de una palabra verdaderamente extraordinaria que recibe de otro hombre»[40].

En cualquier caso, hay que recordar que en la transmisión del Evangelio la palabra y el testimonio de vida van unidos[41]; para que la luz de la verdad llegue a todos los hombres, se necesita, ante todo, el testimonio de la santidad. Si la palabra es desmentida por la conducta, difícilmente será acogida. Pero tampoco basta solamente el testimonio, porque «incluso el testimonio más hermoso se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado -lo que Pedro llamaba dar "razón de vuestra esperanza" (1 Pe. 3, 15)-, explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús»[42].

IV. Algunas implicaciones ecuménicas

12. Desde sus inicios, el movimiento ecuménico ha estado íntimamente vinculado con la evangelización. La unidad es, en efecto, el sello de la credibilidad de la misión y el Concilio Vaticano II ha relevado con pesar que el escándalo de la división «es obstáculo para la causa de la difusión del Evangelio por todo el mundo»[43]. Jesús mismo, en la víspera de su Pasión oró: «para que todos sean uno... para que el mundo crea» (Jn 17, 21).

La misión de la Iglesia es universal y no se limita a determinadas regiones de la tierra. La evangelización, sin embargo, se realiza en forma diversa, de acuerdo a las diferentes situaciones en las cuales tiene lugar. En sentido estricto se habla de «missio ad gentes» dirigida a los que no conocen a Cristo. En sentido amplio se habla de «evangelización», para referirse al aspecto ordinario de la pastoral, y de «nueva evangelización» en relación a los que han abandonado la vida cristiana[44]. Además, se evangeliza en países donde viven cristianos no católicos, sobre todo en países de tradición y cultura cristiana antiguas. Aquí se requiere un verdadero respeto por sus tradiciones y riquezas espirituales, al igual que un sincero espíritu de cooperación. «Excluido todo indiferentismo y confusionismo así como la emulación insensata, los católicos colaboren fraternalmente con los hermanos separados, según las normas del Decreto sobre el Ecumenismo, en la común profesión de la fe en Dios y en Jesucristo delante de las naciones - en cuanto sea posible - mediante la cooperación en asuntos sociales y técnicos, culturales y religiosos»[45].

En el compromiso ecuménico se pueden distinguir varias dimensiones: ante todo la escucha, como condición fundamental para todo diálogo; después, la discusión teológica, en la cual, tratando de entender las confesiones, tradiciones y convicciones de los demás, se puede encontrar la concordia, escondida a veces en la discordia. Inseparable de todo esto, no puede faltar otra dimensión esencial del compromiso ecuménico: el testimonio y el anuncio de los elementos que no son tradiciones particulares o matices teológicos sino que pertenecen a la Tradición de la fe misma.

Pero el ecumenismo no tiene solamente una dimensión institucional que apunta a «hacer crecer la comunión parcial existente entre los cristianos hacia la comunión plena en la verdad y en la caridad»[46]: es tarea de cada fiel, ante todo, mediante la oración, la penitencia, el estudio y la colaboración. Dondequiera y siempre, todo fiel católico tiene el derecho y el deber de testimoniar y anunciar plenamente su propia fe. Con los cristianos no católicos, el católico debe establecer un diálogo que respete la caridad y la verdad: un diálogo que no es solamente un intercambio de ideas sino también de dones[47], para poderles ofrecer la plenitud de los medios de salvación[48]. Así somos conducidos a una conversión a Cristo cada vez más profunda.

En este sentido se recuerda que si un cristiano no católico, por razones de conciencia y convencido de la verdad católica, pide entrar en la plena comunión con la Iglesia Católica, esto ha de ser respetado como obra del Espíritu Santo y como expresión de la libertad de conciencia y religión. En tal caso no se trata de proselitismo, en el sentido negativo atribuido a este término[49]. Como ha reconocido explícitamente el Decreto sobre el Ecumenismo de Concilio Vaticano II, «es manifiesto, sin embargo, que la obra de preparación y reconciliación individuales de los que desean la plena comunión católica se diferencia, por su naturaleza, de la empresa ecuménica, pero no encierra oposición alguna, ya que ambos proceden del admirable designio de Dios»[50]. Por lo tanto, esa iniciativa no priva del derecho ni exime de la responsabilidad de anunciar en plenitud la fe católica a los demás cristianos, que libremente acepten acogerla.

Esta perspectiva requiere naturalmente evitar cualquier presión indebida: «en la difusión de la fe religiosa, y en la introducción de costumbres hay que abstenerse siempre de cualquier clase de actos que puedan tener sabor a coacción o a persuasión inhonesta o menos recta, sobre todo cuando se trata de personas rudas o necesitadas»[51]. El testimonio de la verdad no puede tener la intención de imponer nada por la fuerza, ni por medio de acciones coercitivas, ni con artificios contrarios al Evangelio. El mismo ejercicio de la caridad es gratuito[52]. El amor y el testimonio de la verdad se ordenan a convencer, ante todo, con la fuerza de la Palabra de Dios (cf. 1 Co 2, 3-5; 1 Ts 2, 3-5)[53]. La misión cristiana está radicada en la potencia del Espíritu Santo y de la misma verdad proclamada.

V. Conclusión

13. La acción evangelizadora de la Iglesia nunca desfallecerá, porque nunca le faltará la presencia del Señor Jesús con la fuerza del Espíritu Santo, según su misma promesa: «yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Los relativismos de hoy en día y los irenismos en ámbito religioso no son un motivo válido para desatender este compromiso arduo y, al mismo tiempo, fascinante, que pertenece a la naturaleza misma de la Iglesia y es «su tarea principal»[54]. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): lo testimonia la vida de un gran número de fieles que, movidos por el amor de Cristo han emprendido, a lo largo de la historia, iniciativas y obras de todo tipo para anunciar el Evangelio a todo el mundo y en todos los ámbitos de la sociedad, como advertencia e invitación perenne a cada generación cristiana para que cumpla con generosidad el mandato del Señor. Por eso, como recuerda el Papa Benedicto XVI, «el anuncio y el testimonio del Evangelio son el primer servicio que los cristianos pueden dar a cada persona y a todo el género humano, por estar llamados a comunicar a todos el amor de Dios, que se manifestó plenamente en el único Redentor del mundo, Jesucristo»[55]. El amor que viene de Dios nos une a Él y «nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea "todo en todos" (cf. 1 Co 15, 28)»[56].

El Sumo Pontífice Benedicto XVI, en la Audiencia del día 6 de octubre de 2007, concedida al Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha aprobado la presente Nota, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación, y ha ordenado su publicación.

Dado en Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 3 de diciembre de 2007, memoria litúrgica de san Francisco Javier, Patrón de la Misiones.

William Cardenal LEVADA
Prefecto

Angelo AMATO, S.D.B.
Arzobispo titular de Sila
Secretario


[1] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de1990), n. 47: AAS 83 (1991), 293.

[2] Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen gentium, n. 14; cf. Decreto Ad gentes, n. 7; Decreto Unitatis redintegratio, n. 3. Esta doctrina no se contrapone a la voluntad salvífica de Dios, que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tim 2, 4); por eso «es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación» (Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n. 9: AAS 83 [1991], 258).

[3] Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo millennio ineunte (6 de enero de 2001, n. 1: AAS 93 (2001), 266.

[4] Cf. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de1975), n. 24: AAS 69 (1976), 22.

[5] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n. 46: AAS 83 (1991), 293; cf. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, nn. 53 y 80: AAS 69 (1976), 41-42, 73-74.

[6] Benedicto XVI, Homilía durante la Santa Misa en la explanada de la Nueva Feria de Munich (10 de septiembre de 2006): AAS 98 (2006), 710.

[7] «Toda verdad, dígala quien la diga, viene del Espíritu Santo» (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiæ, I-II, q. 109, a. 1, ad 1).

[8] Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Fides et ratio (14 de septiembre de 1998), n. 44: AAS 91 (1999), 40.

[9] Benedicto XVI, Discurso en la ceremonia de apertura de la asamblea eclesial de la Diócesis de Roma (6 de junio de 2005): AAS 97 (2005), 816.

[10] Juan Pablo II, Carta Encíclica Fides et ratio, n. 5: AAS 91 (1999), 9-10.

[11] Ibidem, n. 31: AAS91 (1999), 29; cf. Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n. 12.

[12] Este derecho ha sido reconocido y afirmado también en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre del 1948 (aa. 18-19).

[13] Juan Pablo II, Carta Encíclica Fides et ratio, n.33: AAS 91 (1999), 31.

[14] Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Dei Verbum, n. 5.

[15] Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis humanæ, n. 3.

[16] Ibidem, n. 1.

[17] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Missio, n.52: AAS 83 (1991), 3000.

[18] Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Slavorum Apostoli (2 de junio de 1985), n.18: AAS 77 (1985), 800.

[19] Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Dei Verbum, n. 8.

[20] Cf. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, n. 19-20: AAS 69 (1976), 18-19.

[21] Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, n. 7; cf. Constitución Dogmática Lumen gentium, n. 16; Constitución Pastoral Gaudium et spes, n. 22.

[22] Benedicto XVI, Homilía durante la Santa Misa del solemne inicio del ministerio del Pontificado (24 abril de 2005): AAS 97 (2005), 711.

[23] Cf. Concilio Vaticano I, Constitución Dogmática Dei Filius, n. 2: «Es, ciertamente, gracias a esta revelación divina que aquello que en lo divino no está por sí mismo más allá del alcance de la razón humana, puede ser conocido por todos, incluso en el estado actual del género humano, sin dificultad, con firme certeza y sin mezcla de error alguno (cf. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, 1, 1)» (DH 3005).

[24] Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, n. 13.

[25] Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis humanæ, n. 11.

[26] Cf. por ejemplo, Clemente de Alejandría, Protreptico IX, 87, 3-4 (Sources chrétiennes, 2, 154); Aurelio Agustín, Sermo 14, D [=352 A], 3 (Nuova Biblioteca Agostiniana XXXV/1, 269-271).

[27] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen gentium, n. 5.

[28] Cf. Sobre este tema ver también Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n. 18: AAS 83 (1991), 265-266: «Si se separa el Reino de la persona de Jesús, no existe ya el reino de Dios revelado por él, y se termina por distorsionar tanto el significado del Reino -que corre el riesgo de transformarse en un objetivo puramente humano o ideológico- como la identidad de Cristo, que no aparece ya como el Señor, al cual debe someterse todo (cf. 1 Co l5, 27)»

[29] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n. 18: AAS 83 (1991), 265-266. Acerca de la relación entre la Iglesia y el Reino, cf. también Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus, nn. 18-19: AAS 92 (2000), 759-761.

[30] Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus, n. 4: AAS 92 (2000), 744.

[31] Cf. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, n. 80: AAS 69 (1976) 73: «... ¿para qué anunciar el Evangelio, ya que todo hombre se salva por la rectitud del corazón? Por otra parte, es bien sabido que el mundo y la historia están llenos de "semillas del Verbo". ¿No es, pues, una ilusión pretender llevar el Evangelio donde ya está presente a través de esas semillas que el mismo Señor ha esparcido?».

[32] Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana (22 de diciembre de 2005): AAS 98 (2006), 50: «... si la libertad de religión se considera como expresión de la incapacidad del hombre de encontrar la verdad y, por consiguiente, se transforma en canonización del relativismo, entonces pasa impropiamente de necesidad social e histórica al nivel metafísico, y así se la priva de su verdadero sentido, con la consecuencia de que no la puede aceptar quien cree que el hombre es capaz de conocer la verdad de Dios y está vinculado a ese conocimiento basándose en la dignidad interior de la verdad. Por el contrario, algo totalmente diferente es considerar la libertad de religión como una necesidad que deriva de la convivencia humana, más aún, como una consecuencia intrínseca de la verdad que no se puede imponer desde fuera, sino que el hombre la debe hacer suya sólo mediante un proceso de convicción».

[33] Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n. 28; cf. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, n. 24: AAS 69 (1976), 21-22.

[34] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n. 21-30: AAS 83 (1091), 268-276.

[35] Benedicto XVI, Homilía durante la Santa Misa del solemne inicio del Pontificado (24 abril de 2005): AAS 97 (2005), 710.

[36] Ibidem.

[37] Cf. Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis humanæ, n. 6.

[38] En efecto, allí donde se reconoce el derecho a la libertad religiosa, por lo general también se reconoce el derecho que tiene todo hombre de participar a los demás sus propias convicciones, en pleno respeto de la conciencia, para favorecer el ingreso de los demás en la propia comunidad religiosa de pertenencia, como es sancionado por numerosas ordenanzas jurídicas actuales y por una difusa jurisprudencia.

[39] «che per l'universo si squaderna» (Dante Alighieri, La Divina Comedia, Paraíso, XXXIII, 87).

[40] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, n. 46: AAS 69 (1976), 36.

[41] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen gentium, n. 35.

[42] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, n. 22: AAS 69 (1976), 20.

[43] Concilio Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio, n. 1; cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio, nn. 1, 50; AAS83 (1991), 249, 297.

[44] Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n. 30s.

[45] Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, n. 15.

[46] Juan Pablo II, Carta Encíclica Ut unum sint ( 25 de mayo de 1995), n. 14: AAS 87 (1995), 929.

[47] Cf. Ibidem, n. 28: AAS 87 (1995), 929.

[48] Concilio Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio, nn. 3, 5.

[49] Originalmente el término «proselitismo» nace en ámbito hebreo, donde «prosélito» indicaba aquella persona que, proviniendo de las «gentes», había pasado a formar parte del «pueblo elegido». Así también, en ámbito cristiano, el término proselitismo se ha usado frecuentemente como sinónimo de actividad misionera. Recientemente el término ha adquirido una connotación negativa, como publicidad a favor de la propia religión con medios y motivos contrarios al espíritu del Evangelio y que no salvaguardan la libertad y dignidad de la persona. En ese sentido, se entiende el término «proselitismo», en el contexto del movimiento ecuménico: cf. The joint Working Group between the Catholic Church and the World Council of Churches, "The Challenge of Proselytism and the Calling to Common Witness" (1995).

[50] Concilio Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio, n. 4.

[51] Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis humanæ, n. 4.

[52] Cf. Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est (25 de diciembre de 2005), n. 31 c: AAS 98 (2996), 245.

[53] Cf. Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis humanæ, n.11.

[54] Benedicto XVI, Homilía durante la visita a la Basílica de San Pablo extramuros (25 de abril de 2005): AAS 97 (2005), 745.

[55] Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el Congreso organizado por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos con motivo del 40° aniversario del Decreto conciliar «Ad Gentes», (11 de marzo de 2006): AAS 98 (2006), 334. .

[56] Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est, n. 18: AAS 98 (2996), 232.