* «Todos somos indignos de ser sacerdotes, es gracia de Dios y regalo suyo. Yo ahora mismo me veo como al joven Apóstol San Juan, que acompañó al Maestro con otros once, todavía ingenuo, quizás sin comprender del todo las Palabras de infinita sabiduría que salían de los labios de Cristo, pero, y esto es lo importante, y en lo que me fijo especialmente: le fue siempre fiel, hasta el pie de la Cruz. Así quiero vivir yo mi sacerdocio, acompañando a aquel que me llamó hasta el mismo pie de la cruz. ¿Qué me pide Dios? Ser santo. No pide más… y no pide menos. Ahora bien, cada uno con nuestro camino de santidad. En el fondo no es posible dar una respuesta cerrada, pues es algo que ha de ir descubriéndose a lo largo de toda la vida. Pero sí tengo una cosa clara, e insisto mucho en ello: Dios me pide serle fiel, amarle a él y al prójimo, y entregar mi vida, como la entregó él por mí. Y esto se hace de muchas maneras: igual dejando de dormir unas horas por la noche para escuchar a una persona que está rota, entregando el tiempo que haga falta para preparar bien una boda o un bautizo con toda la ilusión del mundo, aprendiendo, en el fondo, a sufrir con el que sufre, llorar con el que llora y reír con el que ríe. Al menos eso es lo que creo yo que el Señor pide de mí como sacerdote»