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jueves, 18 de diciembre de 2025

El milagro con un suicida que llevó a San Juan Diego a los altares: «Morirá por el impacto», aseguraban los médicos, pero luego dijeron que «el caso es único, sorprendente, científicamente inexplicable»


San Juan Diego

Camino Católico.- Fue un 6 de mayo de 1990. Juan Pablo II se encontraba en Ciudad de México con motivo de la beatificación de Juan Diego, «el confidente de la dulce Señora del Tepeyac -la Virgen de Guadalupe-» en sus propias palabras, con miles de personas enfervorizadas de fe y devoción. Juan José Barragán Silva estaba muy lejos de aquel acontecimiento, física y espiritualmente, sin saber que sería el protagonista del milagro que haría llegar a San Juan Diego a los altares.

La historia del milagro del joven de 20 años comenzó tiempo atrás, durante la adolescencia de Juan José. Sus padres se habían separado y él no lograba  superarlo, cayendo en una profunda depresión, tal como explica el Boletín Guadalupano y que sintetiza José María Carrera en Cari Filii.

Deprimido y en las drogas con 15 años

Buscando paliar los estragos de la ruptura, Barragán decidió ir a buscar a su padre por su propia cuenta a Estados Unidos. Allí encontró a su progenitor con su nueva familia, pero no tuvo ni la bienvenida ni la respuesta que esperaba. Rechazado por su padre, comenzó a vivir como indigente, adentrándose en el consumo de alcohol y drogas desde los 15 años.

Cinco años después y de vuelta con su madre, Esperanza, el joven permanecía apático, sin ánimos de levantarse de la cama o salir de casa. La invitación de su madre para acompañarla al mercado aquel 3 de mayo logró hacerle cambiar de opinión. Al terminar, el joven decidió salir con un amigo, Manuel, para beber y fumar marihuana.

Al volver a casa, Esperanza notó que algo no iba bien. Su hijo Juan José estaba muy alterado, sin que los tranquilizantes que ella le daba pareciesen surtir efecto. La tensión llegó a su punto álgido cuando, al servirle la comida, el joven empezó a clavarse el cuchillo en la cabeza y el ojo.

«¡Ya no quiero vivir!»

«¡No seas tonto! ¿Hijo, por qué lo haces?», le gritaba su madre mientras trataba de quitarle los cuchillos.

«¡Yo ya no quiero vivir, ya no quiero vivir!», respondió Juan José, sangrando por la cara mientras abría la ventana de su casa. Esperanza corrió sin éxito para detener a su hijo, que cayó de cabeza e impactó contra el suelo de cemento a 10 metros de altura.

Tal y como recoge el portal de la basílica de Guadalupe en México, en el preciso instante en que el joven cayó al vacío, la madre ya encomendaba su vida a Dios y a la intercesión de Juan Diego, cuya beatificación estaba prevista para aquellos días, confiando en que el beato estaría más cerca de Dios. «Dame una prueba, ¡salva a mi hijo!», imploró al santo.

Al asomarse por el balcón, la señora Esperanza vio que Juan José estaba sentado sobre la acera, bajó corriendo y al llegar junto a su hijo este le dijo: «Mamá, ¡perdóname!», mientras brotaba sangre de la cabeza, ojos, nariz, boca y orejas.

El milagro que llevó a San Juan Diego a los altares

Unos 15 minutos después llegó la ambulancia que trasladó al moribundo y a la madre al sanatorio Durango, colonia Roma. El impacto fue según el informe empleado para la canonización, «dramático«, y los médicos aseguraban que la muerte del joven era cuestión de tiempo.

Pero esta, misteriosamente, se alejaba. Mientras, a pesar de los dictámenes, la sufrida madre no perdía la fe y la esperanza. Durante los cinco días que su hijo permaneció en cuidados intensivos, Esperanza pedía a la Virgen y a Juan Diego que enviasen su ayuda, mientras el joven mejoraba poco a poco y sin sentido alguno. Los especialistas definieron el caso como «único, sorprendente, inconcebible, científicamente inexplicable».

Finalmente, el martes 15 de mayo de 1990, Juan José fue dado de alta, presentando únicamente dificultad para parpadear del ojo izquierdo y con la boca algo desviada.

Un mes y medio después, madre e hijo estaban visitando a la Virgen de Guadalupe en la basílica construida años atrás en el cerro Tepeyac, donde tuvieron lugar las apariciones marianas y donde reposan los restos del santo que se recuerda cada 9 de diciembre.

San Juan Diego, «camino que lleva a la Virgen Morena»

Doce años después de su visita de beatificación, Juan Pablo II regresaba a Ciudad de México el 31 de julio de 2002 para canonizar al indígena ante cientos de miles de personas.

Juan Pablo II, durante su llegada a la basílica de la Virgen de Guadalupe el 31 de julio de 2002, donde tendría lugar la canonización que llevaría a San Juan Diego a los altares 

¡Dichoso Juan Diego, hombre fiel y verdadero!, exclamó el Papa, «bendice a las familias, fortalece a los esposos en su matrimonio, apoya los desvelos de los padres por educar cristianamente a sus hijos. Mira propicio el dolor de los que sufren en su cuerpo o en su espíritu, de cuantos padecen pobreza, soledad, marginación o ignorancia. Que todos, gobernantes y súbditos, actúen siempre según las exigencias de la justicia y el respeto de la dignidad de cada hombre, para que así se consolide la paz. ¡Amado Juan Diego, `el águila que habla´! Enséñanos el camino que lleva a la Virgen Morena del Tepeyac, para que Ella nos reciba en lo íntimo de su corazón, pues Ella es la Madre amorosa y compasiva que nos guía hasta el verdadero Dios».

Homilía del P. José Aumente y lecturas de la Misa de hoy, jueves, Feria de Adviento, 18-12-2025

18 de diciembre de 2025.- (Camino Católico) Homilía del P. José Aumente y lecturas de la Santa Misa de hoy, jueves, Feria de Adviento, emitida por 13 TV desde la Basílica de la Concepción de Madrid.

Santa Misa de hoy, jueves, Feria de Adviento, 18-12-2025

18 de diciembre de 2025.- (Camino Católico) Celebración de la Santa Misa de hoy, jueves, Feria de Adviento, presidida por el P. José Aumente, emitida por 13 TV desde la Basílica de la Concepción de Madrid.

Misterios Luminosos del Santo Rosario, desde el Santuario de Lourdes, 18-12-2025

18 de diciembre de 2025.- (Camino Católico).- Rezo de los Misterios Luminosos del Santo Rosario, correspondientes a hoy, jueves, desde la Gruta de Massabielle, en el Santuario de Lourdes, en el que se intercede por el mundo entero. 

Palabra de Vida 18/12/2025: «Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David» / Por P. Jesús Higueras

Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de 13 TV del 18 de diciembre de 2025, jueves, Feria de Adviento, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.

Evangelio: San Mateo 1, 18-24:

La generación de Jesucristo fue de esta manera:

María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:

«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta.

«Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel, que significa «Dios-con-nosotros»».

Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.

Adoración Eucarística con el P. José Aurelio Martín en la Basílica de la Concepción de Madrid, 18-12-2025

18 de diciembre de 2025.- (Camino Católico) Adoración al Santísimo Sacramento con el P. José Aurelio Martín Jiménez, emitida por 13 TV desde la Basílica de la Concepción de Madrid.

No esperamos a un Dios lejano: Él ya está presente, oculto en la sencillez del pan, ofreciéndonos su paz / Por P. Carlos García Malo

 


miércoles, 17 de diciembre de 2025

Papa León XIV en la Audiencia General, 17-12-2025: «El auténtico destino del corazón consiste en alcanzar lo que puede colmarlo plenamente, el amor de Dios o Dios Amor y se encuentra amando al prójimo»

* «Leer la vida bajo el signo de la Pascua, mirarla con Jesús Resucitado, significa encontrar el acceso a la esencia de la persona humana, a nuestro corazón: cor inquietum. Con este adjetivo «inquieto», san Agustín nos hace comprender el impulso del ser humano que tiende a su plena realización. La frase completa remite al comienzo de las Confesiones, donde Agustín escribe: ‘Señor, tú nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti’»

Video completo de la transmisión en directo realizada por Vatican News de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa León XIV ha hecho en nuestro idioma

* «Dentro de unos días será Navidad, e imagino que en sus hogares se está terminando o ya se ha terminado el belén, una conmovedora representación del Misterio de la Natividad de Cristo. Espero que un elemento tan importante, no solo de nuestra fe, sino también de la cultura y el arte cristianos, siga formando parte de la Navidad, para recordar a Jesús que, haciéndose hombre, vino a habitar entre nosotros»



17 de diciembre de 2025.- (Camino Católico).- “El auténtico destino del corazón no consiste en la posesión de los bienes de este mundo, sino en alcanzar lo que puede colmarlo plenamente, es decir, el amor de Dios, o, mejor dicho, Dios Amor. Sin embargo, este tesoro solo se encuentra amando al prójimo que se encuentra en el camino”, ha subrayado el Papa León XIV, durante la catequesis de la audiencia general de este miércoles 17 de diciembre, en la plaza de San Pedro, ante más de 15.000 fieles y peregrinos.


También, el Pontífice ha pedido que no se pierda en las familias la tradición de montar el belén, que ha definidoó como una "sugerente representación del misterio de la Natividad de Cristo". "Espero que este elemento tan importante no sólo para nuestra fe, sino también para la cultura y el arte cristianos, siga formando parte de la Navidad para recordar a Jesús, que haciéndose hombre ha venido a habitar entre nosotros", aseveró.


Antes de salir a la plaza de San Pedro, el Papa León XIV ha saludado a un grupo de enfermos en el Aula Pablo VI. “Estamos ya cerca de la fiesta de Navidad y queremos pedir al Señor que la alegría de este tiempo de Navidad nos acompañe a todos: a vuestras familias, a vuestros seres queridos, y que estéis siempre en las manos del Señor con la confianza, con el amor que solo Dios nos puede dar”, ha dicho el Pontífice a los presentes, antes de darles la bendición y de saludarles uno a uno personalmente. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:

LEÓN XIV

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro

Miércoles, 17 de diciembre de 2025


Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. IV. La Resurrección de Cristo y los desafíos del mundo actual. 8. La Pascua como destino del corazón inquieto.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!

La vida humana se caracteriza por un movimiento constante que nos impulsa a hacer, a actuar. Hoy en día se exige en todas partes rapidez para obtener resultados óptimos en los ámbitos más diversos. ¿De qué manera la resurrección de Jesús ilumina este aspecto de nuestra experiencia? Cuando participemos en su victoria sobre la muerte, ¿descansaremos? La fe nos dice: sí, descansaremos. No estaremos inactivos, sino que entraremos en el descanso de Dios, que es paz y alegría. Pues bien, ¿solo tenemos que esperar, o esto puede cambiarnos desde ahora?

Estamos absortos en muchas actividades que no siempre nos satisfacen. Muchas de nuestras acciones tienen que ver con cosas prácticas, concretas. Debemos asumir la responsabilidad de numerosos compromisos, resolver problemas, afrontar fatigas. También Jesús se involucró con las personas y con la vida, sin escatimar esfuerzos, sino entregándose hasta el final. Sin embargo, a menudo percibimos que el hecho de hacer demasiado, en lugar de darnos plenitud, se convierte en un vórtice que nos aturde, nos quita la serenidad, nos impide vivir mejor lo que es realmente importante para nuestra vida. Entonces nos sentimos cansados, insatisfechos: el tiempo parece dispersarse en mil cosas prácticas que, sin embargo, no resuelven el significado último de nuestra existencia. A veces, al final de días llenos de actividades, nos sentimos vacíos. ¿Por qué? Porque no somos máquinas, tenemos un «corazón», es más, podemos decir que somos un corazón.

El corazón es el símbolo de toda nuestra humanidad, la síntesis de pensamientos, sentimientos y deseos, el centro invisible de nuestras personas. El evangelista Mateo nos invita a reflexionar sobre la importancia del corazón, al citar esta hermosa frase de Jesús: «Porque allí donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6,21).

Es, entonces, en el corazón donde se conserva el verdadero tesoro, no en las cajas fuertes de la tierra, no en las grandes inversiones financieras, hoy más que nunca enloquecidas e injustamente concentradas, idolatradas al precio sangriento de millones de vidas humanas y de la devastación de la creación de Dios.

Es importante reflexionar sobre estos aspectos, porque en los numerosos compromisos que afrontamos continuamente, aflora cada vez más el riesgo de la dispersión, a veces de la desesperación, de la falta de sentido, incluso en personas aparentemente exitosas. En cambio, leer la vida bajo el signo de la Pascua, mirarla con Jesús Resucitado, significa encontrar el acceso a la esencia de la persona humana, a nuestro corazón: cor inquietum. Con este adjetivo «inquieto», san Agustín nos hace comprender el impulso del ser humano que tiende a su plena realización. La frase completa remite al comienzo de las Confesiones, donde Agustín escribe: «Señor, tú nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (I, 1,1).

La inquietud es la señal de que nuestro corazón no se mueve al azar, de forma desordenada, sin un fin o una meta, sino que está orientado hacia su destino último, el de «volver a casa». Y el auténtico destino del corazón no consiste en la posesión de los bienes de este mundo, sino en alcanzar lo que puede colmarlo plenamente, es decir, el amor de Dios, o, mejor dicho, Dios Amor. Sin embargo, este tesoro solo se encuentra amando al prójimo que se encuentra en el camino: hermanos y hermanas de carne y hueso, cuya presencia interpela e interroga a nuestro corazón, llamándolo a abrirse y a donarse. El prójimo te pide ralentizar, mirarlo a los ojos, a veces cambiar de planes, tal vez incluso cambiar de dirección.

Queridísimos, he aquí el secreto del movimiento del corazón humano: volver a la fuente de su ser, disfrutar del gozo que no termina, que no decepciona. Nadie puede vivir sin un sentido que vaya más allá de lo contingente, más allá de lo que pasa. El corazón humano no puede vivir sin esperar, sin saber que está hecho para la plenitud, no para el vacío.

Jesucristo, con su Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección, ha dado un fundamento sólido a esta esperanza. El corazón inquieto no se sentirá defraudado si entra en el dinamismo del amor para el que ha sido creado. El destino es seguro, la vida venció y en Cristo seguirá venciendo en cada muerte de lo cotidiano. Esta es la esperanza cristiana: ¡bendigamos y demos gracias siempre al Señor que nos la ha dado!

Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas:

Jesús crucificado y resucitado nos hace una promesa: el corazón que lo busca no quedará desilusionado. Su Palabra nos ayuda a entender que, en medio de los compromisos de cada día, con alto riesgo de dispersión, desesperación o de falta de sentido, estamos invitados a volver a lo esencial de nuestra existencia.

El Señor nos recuerda que no somos máquinas sino hombres y mujeres con un corazón, que es la síntesis de nuestros pensamientos, sentimientos y afectos. Es el centro de nuestra persona: «Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón», nos dice el Evangelio.

De este modo, la vida del Resucitado guía el corazón inquieto a la fuente del gozo que no termina ni decepciona: el Dios amor. A Él se llega amando al hermano de carne y hueso, en cuyo rostro encontramos a Cristo mismo.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor que nos enseñe a decir con san Agustín: «Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti», y con ese deseo entremos en el dinamismo del amor para el que fuimos creados, caminando hacia Cristo, la esperanza que no defrauda.

Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

Además, en otras lenguas el Pontífice ha dicho: 

Finalmente, saludo a los enfermos, a los recién casados ​​y a los jóvenes, especialmente a los estudiantes del Instituto Cicerone de Sala Consilina y a los del Instituto Capriotti de San Benedetto del Tronto. Dentro de unos días será Navidad, e imagino que en sus hogares se está terminando o ya se ha terminado el belén, una conmovedora representación del Misterio de la Natividad de Cristo. Espero que un elemento tan importante, no solo de nuestra fe, sino también de la cultura y el arte cristianos, siga formando parte de la Navidad, para recordar a Jesús que, haciéndose hombre, vino a habitar entre nosotros.

¡Mi bendición a todos!


Saludo del Santo Padre a los enfermos en el Aula Pablo VI antes de la Audiencia General:

¡Buenos días a todos! ¡Bienvenidos!

Les ofrezco un breve saludo y una bendición para cada uno de ustedes.

Hoy queríamos protegerlos un poco de las inclemencias del tiempo, especialmente del frío... No llueve, pero quizás así estén un poco más cómodos. Después, pueden seguir la audiencia por la pantalla o, si lo prefieren, incluso pueden salir. Sin embargo, aprovechamos este pequeño encuentro, más personal, para saludarlos, para ofrecerles la bendición del Señor y también un buen deseo. Estamos ya cerca de la fiesta de Navidad y queremos pedir al Señor que la alegría de este tiempo de Navidad nos acompañe a todos: a vuestras familias, a vuestros seres queridos, y que estéis siempre en las manos del Señor con la confianza, con el amor que solo Dios nos puede dar.

Les doy mi bendición a todos ahora y luego me despido.

Bendición

Papa León XIV














Fotos: Vatican Media, 17-12-2025

Lucía Capapé se quedó viuda con 38 años y cinco hijos: «Cuando has trabajado mucho la confianza en Dios, el ir confiándole las cosas, cuando vienen golpes duelen y se llora, pero te hace sentirte en Sus manos»

Lucía Capapé en su casa de Madrid | Foto: Dani García - Misión

* «Pienso que en el Cielo nos vamos a encontrar con la gente que queremos, pero nos van a sobrar. Sé que puede sonar duro, pero me lo imagino como un fogonazo de mirada constante a la divinidad resplandeciente, donde no vamos a necesitar ni a nuestro marido ni a nuestros padres, que los vamos a tener, que nos va a dar alegría encontrárnoslos por ahí, sólo que la visión constante de Dios será la que nos llene»   

Camino Católico.-  Lucía Capapé se quedó viuda con 38 años y cinco hijos. Su marido Miguel falleció por ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) con 40 años, una enfermedad temida y para la que no hay cura. Lejos de rebelarse ante un sufrimiento terrible, esta familia ha dado en todo momento un testimonio de fe que muestra cómo con Dios de la mano se puede vivir y morir con la mirada puesta en el Cielo. 

Marzo de 2021. Miguel Pérez fallecía en Sevilla a los 40 años. Su caso se había viralizado en redes y había aparecido en medios de comunicación nacionales. Sufría ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica), una enfermedad neurodegenerativa que afecta a las células nerviosas encargadas del control de los músculos.

Miguel y su esposa Lucía Capapé vivían felizmente junto a sus hijos Pelayo, Nicolás, Elías, Lucas y Miguel cuando llegó el diagnóstico de la ELA. Meses de fatiga y de movimientos torpes les llevaron al médico, pero nunca imaginaron que saldrían de la consulta con una “condena a muerte”. Aun así, decidieron vivir la vida en plenitud con una confianza total en Dios y preparándose para el momento culmen de su vida: el tránsito hacia la vida eterna. No habían pasado dos años cuando Miguel partió de este mundo y, a pesar del gran dolor por la pérdida, lo que abundó en su familia fue paz y una esperanza clara en la Resurrección.

El pater familias era un ingeniero que había decidido dejar un buen trabajo como consultor para dedicarse a algo que llenase su vida de sentido. Fue así como se convirtió en director de un colegio. Lucía, filóloga y docente, lo acompañaba en esta vocación de servicio. Y con este espíritu de entrega vivieron la enfermedad. Miguel decía habitualmente  –comenta su viuda– que creía que Dios lo llamaba para algo grande, y que vio con la ELA esa grandeza a la que era llamado.

Lucía recibe a Javier Lozano, que la entrevista en Misión. Lo hace en su casa de Madrid, ciudad a la que regresó tras la muerte de su marido, quien, confiesa, sigue presente diariamente en el hogar. Apoyada en una fe asentada en el Opus Dei, saca adelante una casa y a sus cinco hijos con la certeza clara de que sólo Dios sana los corazones. Por ello, no extraña verla tan alegre y llena de una vitalidad sobrenatural que transmite a sus hijos, a su entorno y a sus alumnos del centro de Bachillerato Fomento-Fundación de Madrid, del que es su directora. Porque, como destaca ella, “mi objetivo es llegar al Cielo”.

- Su amor por Miguel comenzó en la adolescencia.

- Efectivamente. Yo tenía 14 años y él 16 cuando empezamos a salir. Nos conocimos por mi hermano, que era amigo de Miguel. Nueve años después nos casamos. Yo sólo tenía 23 años.

- Y llegaron cinco hijos, todos varones.

- Tuvimos cinco niños, pero con mucha pena de no haber podido tener más porque soñábamos con una familia muy numerosa. Una limitación física nos impidió que llegaran más. Nos costó entenderlo. Yo le decía al Señor: “Tú necesitas soldados y yo te hubiera dado todos los que hubieras querido para recristianizar este mundo”. Pero con el paso de los años miras atrás y ves que Dios tenía sus planes. Igual si me hubiera quedado viuda con 10 hijos habría sido una locura.

- Su familia cambió Madrid por Sevilla, y su marido, la consultoría por la educación. ¿Demasiados cambios?

- Sí, pero tuvimos una vida muy feliz. Para mí los años de Sevilla con Miguel y los niños fueron los más felices de mi vida. Yo ya era docente, pero Miguel era ingeniero industrial, trabajaba en consultoría y cuando ya teníamos tres hijos, se dio cuenta de que su profesión le dificultaba mucho la vida familiar y que no le llenaba. Decía que la pasión que veía en los docentes era contagiosa. Eso le cautivó y Dios le cambió la vida. Él ya era una persona muy de Dios, pero yo gané un padre superimplicado y fue un hombre muy metido en la formación de los jóvenes.

- ¿Sintió una vocación de servicio?

- Totalmente. Además, toda su vida. Miguel me decía: “Dios me quiere para algo grande, tengo que descubrirlo”. Y cuando le diagnosticaron la enfermedad, me comentaba: “Creo que esto es para lo que Dios me ha elegido”. 

Lucía Capapé muestra una foto de su familia | Foto: Dani García - Misión

- ¿Cómo fue ese momento? 

- Muy duro. Recuerdo estar en la consulta con un médico que nos explicó con mucha claridad el tipo de enfermedad y la esperanza nula de curación. Sentí un dolor enorme en la boca del estómago, una falta de aire, pero a la vez mucha paz. Salimos de la consulta, los dos nos pusimos a llorar y nos abrazamos.

- ¿Cómo reaccionó Miguel? 

- Hasta con sentido del humor, que es lo que lo caracterizaba. Mandó un audio a la familia contando lo que le había dicho el médico, pero avisando de que todavía le quedaba dar mucha guerra.

- ¿Y usted cómo se lo tomó?

- Me pasé esos días en el trabajo en la capilla del colegio para estar en brazos del Señor. Lloraba y lloraba, pero lo vivimos con mucha confianza en la Providencia de Dios.

- ¿Cómo se lo dijeron a los niños?

- Con mucha veracidad. Preguntaban: “¿Se va a curar?”.  Y yo les decía: “No, no se va a curar.  Vamos a rezar todos los días para que si Dios quiere papá se cure, pero es una enfermedad que humanamente no tiene cura”. Hacerles vivir con la realidad muy presente creo que fue positivo, porque se les fue preparando desde el principio para un golpe muy duro.

Lucía Capapé y su familia vivieron con mucha confianza en la Providencia de Dios el momento en que le diagnosticaron ELA a su esposo  | Foto: Dani García - Misión

- ¿Miguel y usted le pidieron cuentas a Dios?

- No. Cuando has trabajado mucho la confianza en Dios, el ir confiándole las cosas, cuando vienen golpes duros, lógicamente duelen y se llora mucho, pero te hace sentirte en Sus manos.

- ¿Llegaron a sacar algo bueno?

- Estos momentos también fueron para ambos de muchísimo crecimiento en el trato con Dios, que ya lo teníamos muy entrenado por nuestra vocación al Opus Dei. Por eso no sentimos el abandono por parte de Dios, teníamos la garantía de que Su plan era mejor. 

- Y mientras tanto, la enfermedad avanzaba rápidamente.

- Fue durísimo porque Miguel en casa tenía un papel de una presencia brutal. Al tener cinco hijos varones hacía falta ahí un capitán general para gestionar la vitalidad de los niños. Ver cómo fue perdiendo esas cualidades, esos adornos de su vida: su voz, su andar, su presencia, esos adornos más exteriores de su personalidad, fue duro. Pero a la vez, como el amor que teníamos era muy profundo y muy asentado en lo importante, para mí fue delicioso poder cuidarlo.

- ¿Fue difícil de sobrellevar?

- A mí esta situación me fue haciendo crecer en una fortaleza y en un -aprender a llevar las riendas que nunca habría imaginado. A todo el mundo que pasa por algo doloroso siempre les recomiendo que pongan a la gente a rezar, porque yo notaba mucho los rezos de tanta gente que conocía o que ni he llegado a conocer.

- ¿Notó algún cambio en su interior?

- Sí, vi cómo en la enfermedad Dios le mimó para prepararlo para la muerte. Miguel  era una persona muy virtuosa y rezadora, pero en los últimos meses lo noté purificar muchas cosas, vivir de forma heroica tanto dolor, tantas angustias, tanto miedo. Él lloraba mucho, por ejemplo, pensando en los niños. Ese dolor purifica el alma y creo que se identificó muchísimo durante esos meses con el Señor.


Lucía Capapé recomienda en momentos dolorosos pedir a personas que oren e intercedan por la situación que se vive | Foto: Dani García - Misión

- ¿Destacaría algún momento?

- El último viaje que hicimos fue a Medjugorje. Ya estaba muy malito, iba en silla de ruedas, pero lo disfrutó muchísimo. No se soltaba de ese crucifijo que llevaba siempre. Los chicos de la comunidad del Cenáculo lo subieron a hombros hasta la Virgen y lo vivió todo como un gran regalo.

- ¿Tenían presente la eternidad?

- Teníamos muy presente la otra vida. Él me decía: “Qué pena que no te vaya a poder ayudar en esto”. Y yo le decía: “Miguel, desde el Cielo me vas a ayudar más”. Pero él luego me decía: “Voy a estar ahí, no os voy a dejar”. Y a día de hoy sentimos su presencia y apoyo constante. Siempre está en boca de todos en casa. Todos le pedimos cosas. Por ejemplo, el otro día uno de mis hijos me dijo que había perdido en el autobús el rosario de dedo de su padre. Y tres días después, tras habérselo pedido a él, subió al autobús y allí estaba el rosario. 

- ¿De dónde sacó la fuerza tras la partida de Miguel?

- Me sostuvieron las oraciones de tanta gente a mí alrededor. La comunión  de los santos en estas situaciones se hace muy palpable. Tienes que tirar para adelante por los niños, pero en cuanto se acostaban quería meterme en la cama a llorar. El apoyo de mi familia y también de la familia de la Obra fue para mí un bastón que me mantuvo en pie. 

- ¿Sus hijos cómo lo vivieron?

- Como estaba ya tan malito, el desprendimiento fue progresivo. No pasaron de estar jugando al fútbol con su padre a no tenerlo, sino a estar cuidándolo. Cuando falleció ya estaban muy preparados. A la vez, yo encontré muchísimo apoyo en los profesores del colegio, en los amigos… He intentado ejercer de madre y padre, pero con unas limitaciones evidentes, y más educando varones. Sus abuelos, sus tíos varones y los amigos de su padre han sido un referente para ellos. Lo fomento un montón porque creo que es el canal por el que su padre también les habla desde el punto de vista masculino.

- ¿Es muy duro vivir sin su marido? 

- Sí, muy duro. Es verdad que el matrimonio implica la elección de otro que te ayuda en tu camino hacia el Cielo. Me siento muy feliz de haber acompañado a Miguel en ese camino de santidad que él ya ha culminado, pero yo me he quedado a medias en ese proyecto. Ya no tengo a esa persona que me ayuda a salir de mí, a renunciar a mis comodidades… Lógicamente, mi camino de santidad no se ha difuminado ni esfumado. Tengo otras circunstancias que me toca santificar. Dios quiere para mí un poquito más de sacrificio. 

- ¿Qué hace para tirar hacia adelante?

- Dios es el que da la fuerza. Lo hablo mucho con los niños, ¡qué pena la gente que vive palos tan duros y no tiene fe para coger aire! Porque sin Dios esto es un dolor que no se aguanta. Mi objetivo es llegar al Cielo y, como decía san Josemaría, cada vez tengo más claro que la santidad en el Cielo es para los que saben vivir muy felices en la tierra.

Lucía Capapé dice que su objetivo es llegar al cielo | Foto: Dani García - Misión

- Y tiene motivos para ello.

- Muchos motivos. Tengo una familia estupenda, unos hijos maravillosos. Tengo unos amigos que me hacen vivir momentos de total alegría. Tengo un trabajo que me apasiona, en el que estoy relacionándome con niños y con gente joven todo el día, y puedo influir muchísimo en sus vidas. 

- Además de pedir intercesión a Miguel, ¿acude a algún santo especial?

- San Josemaría, que es el santo con el que he crecido desde muy pequeña y que compartía con Miguel y que me ha sacado de muchos atolladeros. Pero un santo que he descubierto en mi viudedad es san José. Es ahora mismo mi fortaleza, el que hace de marido, el que hace de padre de mis hijos. Lo he tomado de aliado y lo tengo en todas partes en mi casa y me ayuda un montón.

- ¿Piensa alguna vez en el Cielo? 

- Muchísimo. Pienso que en el Cielo nos vamos a encontrar con la gente que queremos, pero nos van a sobrar. Sé que puede sonar duro, pero me lo imagino como un fogonazo de mirada constante a la divinidad resplandeciente, donde no vamos a necesitar ni a nuestro marido ni a nuestros padres, que los vamos a tener, que nos va a dar alegría encontrárnoslos por ahí, sólo que la visión constante de Dios será la que nos llene.