miércoles, 30 de enero de 2008
Joven misionero en Burundi: “Debemos conseguir llevar a Cristo a nuestra vida, no sólo dejarlo en la iglesia”
(VERITAS) Ha dejado su trabajo en una empresa de organización de eventos, entre ellos la boda de los príncipes Felipe y Letizia, para pasar un año en Burundi, donde está participando en diversos proyectos. A sus 25 años, Joaquín Zuazo, ha pasado de proyectar sus ideales marxistas en la atención a enfermos en Madrid a una “acción social desde la fe, mucho más próxima y afectiva”.
Zuazo afirma que en Burundi “ve que hay mucha gente que cuando sale de la iglesia, deja a Dios ahí; no de una manera tan exagerada como nos pasa en España, pero aquí también pasa; por eso, en parte, nuestra misión como cristianos es conseguir llevar a Cristo a nuestra vida, no sólo dejarlo en la iglesia”.
Una primera experiencia de dos meses en el país africano, llevó al joven madrileño a profundizar su relación con Dios. “No es fácil dejar todo lo que uno deja en su tierra: familia, amigos... pero todo el esfuerzo vale la pena”, afirma en la siguiente entrevista concedida a Veritas. Aunque no se siente “la persona más preparada y válida para este trabajo, espero que Dios jamás me abandone, que siempre le sienta cerca de mí, aunque el camino sea difícil”.
“Lo que más me ha conducido a Dios, ha sido María, desde su Santuario de Schoenstatt –afirma-. Pero la acción social ha cobrado un sentido mucho más amplio, capaz de superar muchas barreras personales, además de ser una ayuda para mucha gente necesitada de cariño y alegría”.
Sobre su presente y su futuro, Zuazo afirma que “éste es un año de reflexión, también, para intentar ver el camino que Dios me marca; los planes los tiene Él, yo solo espero poder seguirlos”.
Zuazo afirma que en Burundi “ve que hay mucha gente que cuando sale de la iglesia, deja a Dios ahí; no de una manera tan exagerada como nos pasa en España, pero aquí también pasa; por eso, en parte, nuestra misión como cristianos es conseguir llevar a Cristo a nuestra vida, no sólo dejarlo en la iglesia”.
Una primera experiencia de dos meses en el país africano, llevó al joven madrileño a profundizar su relación con Dios. “No es fácil dejar todo lo que uno deja en su tierra: familia, amigos... pero todo el esfuerzo vale la pena”, afirma en la siguiente entrevista concedida a Veritas. Aunque no se siente “la persona más preparada y válida para este trabajo, espero que Dios jamás me abandone, que siempre le sienta cerca de mí, aunque el camino sea difícil”.
“Lo que más me ha conducido a Dios, ha sido María, desde su Santuario de Schoenstatt –afirma-. Pero la acción social ha cobrado un sentido mucho más amplio, capaz de superar muchas barreras personales, además de ser una ayuda para mucha gente necesitada de cariño y alegría”.
Sobre su presente y su futuro, Zuazo afirma que “éste es un año de reflexión, también, para intentar ver el camino que Dios me marca; los planes los tiene Él, yo solo espero poder seguirlos”.
martes, 29 de enero de 2008
domingo, 27 de enero de 2008
Vida de Juan XXIII / La pelicula
PARTE 1
PARTE 2
PARTE 3
PARTE 4
PARTE 5
PARTE 6
PARTE 7
PARTE 8
PARTE 9
PARTE 10
PARTE 11
PARTE 12
PARTE 13
PARTE 14
PARTE 15
PARTE 16
PARTE 17
PARTE 18
PARTE 19
PARTE 20
PARTE 21
PARTE 2
PARTE 3
PARTE 4
PARTE 5
PARTE 6
PARTE 7
PARTE 8
PARTE 9
PARTE 10
PARTE 11
PARTE 12
PARTE 13
PARTE 14
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El trabajo de Madre Teresa en Calcuta
PARTE 1
PARTE 2
PARTE 3
PARTE 4
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La revista «The Lancet» no es científica en su propuesta sobre anticonceptivos orales / Autor: Jesús Colina
Según explica el presidente de los médicos católicos
(ZENIT.org).- La reivindicación de la revista «The Lancet» para pedir que la Iglesia reconozca los anticonceptivos orales no tiene carácter científico, explica el presidente de la Federación de Asociaciones de Médicos Católicos (FIAMC).
En el año del cuadragésimo aniversario de la encíclica «Humanae vitae», la publicación científica pide la distribución de anticonceptivos orales entre las mujeres como respuesta a un estudio en el que se muestra que estos fármacos protegen del cáncer de ovarios.
Un comunicado emitido por el doctor Josep María Simón Castellví, presidente de la FIAMC, recuerda que la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer («International Agency for Research on Cancer») --con sede en Lyon--, agencia de la Organización Mundial de la Salud, en su comunicado de prensa del 29 de julio de 2005, constató la posible carcinogenicidad de contraceptivos orales combinados estrógeno-progestógeno y terapia combinada estrógeno-progestógeno para la menopausia, basado en las conclusiones de un grupo internacional «ad hoc» de trabajo formado por 21 científicos de 8 países.
Los contraceptivos orales estrógeno-progestógeno fueron clasificados en el Grupo 1 de los agentes carcinogénicos. Esta categoría se utiliza cuando hay evidencia suficiente de carcenogenicidad en humanos.
El doctor Castellví envía la aclaración porque la FIAMC «está comprometida con la verdad y la ciencia desde sus orígenes».
«Como resultado de los efectos secundarios, incluido el cáncer, de estos fármacos, tenemos que decir que en este caso "The Lancet" y los medios de comunicación ha reproducir su llamamiento han sido claramente irresponsables», afirma.
(ZENIT.org).- La reivindicación de la revista «The Lancet» para pedir que la Iglesia reconozca los anticonceptivos orales no tiene carácter científico, explica el presidente de la Federación de Asociaciones de Médicos Católicos (FIAMC).
En el año del cuadragésimo aniversario de la encíclica «Humanae vitae», la publicación científica pide la distribución de anticonceptivos orales entre las mujeres como respuesta a un estudio en el que se muestra que estos fármacos protegen del cáncer de ovarios.
Un comunicado emitido por el doctor Josep María Simón Castellví, presidente de la FIAMC, recuerda que la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer («International Agency for Research on Cancer») --con sede en Lyon--, agencia de la Organización Mundial de la Salud, en su comunicado de prensa del 29 de julio de 2005, constató la posible carcinogenicidad de contraceptivos orales combinados estrógeno-progestógeno y terapia combinada estrógeno-progestógeno para la menopausia, basado en las conclusiones de un grupo internacional «ad hoc» de trabajo formado por 21 científicos de 8 países.
Los contraceptivos orales estrógeno-progestógeno fueron clasificados en el Grupo 1 de los agentes carcinogénicos. Esta categoría se utiliza cuando hay evidencia suficiente de carcenogenicidad en humanos.
El doctor Castellví envía la aclaración porque la FIAMC «está comprometida con la verdad y la ciencia desde sus orígenes».
«Como resultado de los efectos secundarios, incluido el cáncer, de estos fármacos, tenemos que decir que en este caso "The Lancet" y los medios de comunicación ha reproducir su llamamiento han sido claramente irresponsables», afirma.
Mensaje del Papa para la Cuaresma 2008 / Autor: Benedicto XVI
«Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, por vosotros se hizo pobre» (2 Corintios 8,9)
Publicamos el mensaje que ha enviado Benedicto XVI con motivo de la Cuaresma 2008 con el tema: «Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, por vosotros se hizo pobre» (2 Corintios 8,9).
* * *
¡Queridos hermanos y hermanas!
1. Cada año, la Cuaresma nos ofrece una ocasión providencial para profundizar en el sentido y el valor de ser cristianos, y nos estimula a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos. En el tiempo cuaresmal la Iglesia se preocupa de proponer algunos compromisos específicos que acompañen concretamente a los fieles en este proceso de renovación interior: son la oración, el ayuno y la limosna. Este año, en mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, deseo detenerme a reflexionar sobre la práctica de la limosna, que representa una manera concreta de ayudar a los necesitados y, al mismo tiempo, un ejercicio ascético para liberarse del apego a los bienes terrenales. Cuán fuerte es la seducción de las riquezas materiales y cuán tajante tiene que ser nuestra decisión de no idolatrarlas, lo afirma Jesús de manera perentoria: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13).
La limosna nos ayuda a vencer esta constante tentación, educándonos a socorrer al prójimo en sus necesidades y a compartir con los demás lo que poseemos por bondad divina. Las colectas especiales en favor de los pobres, que en Cuaresma se realizan en muchas partes del mundo, tienen esta finalidad. De este modo, a la purificación interior se añade un gesto de comunión eclesial, al igual que sucedía en la Iglesia primitiva. San Pablo habla de ello en sus cartas acerca de la colecta en favor de la comunidad de Jerusalén (cf. 2Cor 8,9; Rm 15,25-27 ).
2. Según las enseñanzas evangélicas, no somos propietarios de los bienes que poseemos, sino administradores: por tanto, no debemos considerarlos una propiedad exclusiva, sino medios a través de los cuales el Señor nos llama, a cada uno de nosotros, a ser un medio de su providencia hacia el prójimo. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, los bienes materiales tienen un valor social, según el principio de su destino universal (cf. nº 2404).
En el Evangelio es clara la amonestación de Jesús hacia los que poseen las riquezas terrenas y las utilizan solo para sí mismos. Frente a la muchedumbre que, carente de todo, sufre el hambre, adquieren el tono de un fuerte reproche las palabras de San Juan: «Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?» (1Jn 3,17). La llamada a compartir los bienes resuena con mayor elocuencia en los países en los que la mayoría de la población es cristiana, puesto que su responsabilidad frente a la multitud que sufre en la indigencia y en el abandono es aún más grave. Socorrer a los necesitados es un deber de justicia aun antes que un acto de caridad.
3. El Evangelio indica una característica típica de la limosna cristiana: tiene que ser en secreto. «Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha», dice Jesús, «así tu limosna quedará en secreto» (Mt 6,3-4). Y poco antes había afirmado que no hay que alardear de las propias buenas acciones, para no correr el riesgo de quedarse sin la recompensa de los cielos (cf. Mt 6,1-2). La preocupación del discípulo es que todo vaya a mayor gloria de Dios. Jesús nos enseña: «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestra buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16). Por tanto, hay que hacerlo todo para la gloria de Dios y no para la nuestra. Queridos hermanos y hermanas, que esta conciencia acompañe cada gesto de ayuda al prójimo, evitando que se transforme en una manera de llamar la atención. Si al cumplir una buena acción no tenemos como finalidad la gloria de Dios y el verdadero bien de nuestros hermanos, sino que más bien aspiramos a satisfacer un interés personal o simplemente a obtener la aprobación de los demás, nos situamos fuera de la óptica evangélica. En la sociedad moderna de la imagen hay que estar muy atentos, ya que esta tentación se plantea continuamente. La limosna evangélica no es simple filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad, la virtud teologal que exige la conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a imitación de Jesucristo, que muriendo en la cruz se entregó a sí mismo por nosotros. ¿Cómo no dar gracias a Dios por tantas personas que en el silencio, lejos de los reflectores de la sociedad mediática, llevan a cabo con este espíritu acciones generosas de sostén al prójimo necesitado? Sirve de bien poco dar los propios bienes a los demás si el corazón se hincha de vanagloria por ello. Por este motivo, quien sabe que «Dios ve en el secreto» y en el secreto recompensará no busca un reconocimiento humano por las obras de misericordia que realiza.
4. Invitándonos a considerar la limosna con una mirada más profunda, que trascienda la dimensión puramente material, la Escritura nos enseña que hay mayor felicidad en dar que en recibir (Hch 20,35). Cuando actuamos con amor expresamos la verdad de nuestro ser: en efecto, no hemos sido creados para nosotros mismos, sino para Dios y para los hermanos (cf. 2Cor 5,15). Cada vez que por amor de Dios compartimos nuestros bienes con el prójimo necesitado experimentamos que la plenitud de vida viene del amor y lo recuperamos todo como bendición en forma de paz, de satisfacción interior y de alegría. El Padre celestial recompensa nuestras limosnas con su alegría. Y hay más: San Pedro cita entre los frutos espirituales de la limosna el perdón de los pecados. «La caridad -escribe- cubre multitud de pecados» (1P 4,8). Como a menudo repite la liturgia cuaresmal, Dios nos ofrece, a los pecadores, la posibilidad de ser perdonados. El hecho de compartir con los pobres lo que poseemos nos dispone a recibir ese don. En este momento pienso en los que sienten el peso del mal que han hecho y, precisamente por eso, se sienten lejos de Dios, temerosos y casi incapaces de recurrir a él. La limosna, acercándonos a los demás, nos acerca a Dios y puede convertirse en un instrumento de auténtica conversión y reconciliación con él y con los hermanos.
5. La limosna educa a la generosidad del amor. San José Benito Cottolengo solía recomendar: «Nunca contéis las monedas que dais, porque yo digo siempre: si cuando damos limosna la mano izquierda no tiene que saber lo que hace la derecha, tampoco la derecha tiene que saberlo» (Detti e pensieri, Edilibri, n. 201). Al respecto es significativo el episodio evangélico de la viuda que, en su miseria, echa en el tesoro del templo «todo lo que tenía para vivir» (Mc 12,44). Su pequeña e insignificante moneda se convierte en un símbolo elocuente: esta viuda no da a Dios lo que le sobra, no da lo que posee sino lo que es. Toda su persona.
Este episodio conmovedor se encuentra dentro de la descripción de los días inmediatamente precedentes a la pasión y muerte de Jesús, el cual, como señala San Pablo, se ha hecho pobre a fin de enriquecernos con su pobreza (cf. 2Cor 8,9); se ha entregado a sí mismo por nosotros. La Cuaresma nos empuja a seguir su ejemplo, también a través de la práctica de la limosna. Siguiendo sus enseñanzas podemos aprender a hacer de nuestra vida un don total; imitándole conseguimos estar dispuestos a dar, no tanto algo de lo que poseemos, sino a darnos a nosotros mismos. ¿Acaso no se resume todo el Evangelio en el único mandamiento de la caridad? Por tanto, la práctica cuaresmal de la limosna se convierte en un medio para profundizar nuestra vocación cristiana. El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor. Por tanto, lo que da valor a la limosna es el amor, que inspira formas distintas de don, según las posibilidades y las condiciones de cada uno.
6. Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma nos invita a «entrenarnos» espiritualmente, también mediante la práctica de la limosna, para crecer en la caridad y reconocer en los pobres a Cristo mismo. Los Hechos de los Apóstoles cuentan que el Apóstol San Pedro dijo al hombre tullido que le pidió una limosna en la entrada del templo: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, echa a andar» (Hch 3,6). Con la limosna regalamos algo material, signo del don más grande que podemos ofrecer a los demás con el anuncio y el testimonio de Cristo, en cuyo nombre está la vida verdadera. Por tanto, que este tiempo esté caracterizado por un esfuerzo personal y comunitario de adhesión a Cristo para ser testigos de su amor. María, Madre y Sierva fiel del Señor, ayude a los creyentes a llevar adelante la «batalla espiritual» de la Cuaresma armados con la oración, el ayuno y la práctica de la limosna, para llegar a las celebraciones de las fiestas de Pascua renovados en el espíritu. Con este deseo, os imparto a todos una especial Bendición Apostólica.
Vaticano, 30 de octubre de 2007
BENEDICTUS PP. XVI
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[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]
Publicamos el mensaje que ha enviado Benedicto XVI con motivo de la Cuaresma 2008 con el tema: «Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, por vosotros se hizo pobre» (2 Corintios 8,9).
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¡Queridos hermanos y hermanas!
1. Cada año, la Cuaresma nos ofrece una ocasión providencial para profundizar en el sentido y el valor de ser cristianos, y nos estimula a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos. En el tiempo cuaresmal la Iglesia se preocupa de proponer algunos compromisos específicos que acompañen concretamente a los fieles en este proceso de renovación interior: son la oración, el ayuno y la limosna. Este año, en mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, deseo detenerme a reflexionar sobre la práctica de la limosna, que representa una manera concreta de ayudar a los necesitados y, al mismo tiempo, un ejercicio ascético para liberarse del apego a los bienes terrenales. Cuán fuerte es la seducción de las riquezas materiales y cuán tajante tiene que ser nuestra decisión de no idolatrarlas, lo afirma Jesús de manera perentoria: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13).
La limosna nos ayuda a vencer esta constante tentación, educándonos a socorrer al prójimo en sus necesidades y a compartir con los demás lo que poseemos por bondad divina. Las colectas especiales en favor de los pobres, que en Cuaresma se realizan en muchas partes del mundo, tienen esta finalidad. De este modo, a la purificación interior se añade un gesto de comunión eclesial, al igual que sucedía en la Iglesia primitiva. San Pablo habla de ello en sus cartas acerca de la colecta en favor de la comunidad de Jerusalén (cf. 2Cor 8,9; Rm 15,25-27 ).
2. Según las enseñanzas evangélicas, no somos propietarios de los bienes que poseemos, sino administradores: por tanto, no debemos considerarlos una propiedad exclusiva, sino medios a través de los cuales el Señor nos llama, a cada uno de nosotros, a ser un medio de su providencia hacia el prójimo. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, los bienes materiales tienen un valor social, según el principio de su destino universal (cf. nº 2404).
En el Evangelio es clara la amonestación de Jesús hacia los que poseen las riquezas terrenas y las utilizan solo para sí mismos. Frente a la muchedumbre que, carente de todo, sufre el hambre, adquieren el tono de un fuerte reproche las palabras de San Juan: «Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?» (1Jn 3,17). La llamada a compartir los bienes resuena con mayor elocuencia en los países en los que la mayoría de la población es cristiana, puesto que su responsabilidad frente a la multitud que sufre en la indigencia y en el abandono es aún más grave. Socorrer a los necesitados es un deber de justicia aun antes que un acto de caridad.
3. El Evangelio indica una característica típica de la limosna cristiana: tiene que ser en secreto. «Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha», dice Jesús, «así tu limosna quedará en secreto» (Mt 6,3-4). Y poco antes había afirmado que no hay que alardear de las propias buenas acciones, para no correr el riesgo de quedarse sin la recompensa de los cielos (cf. Mt 6,1-2). La preocupación del discípulo es que todo vaya a mayor gloria de Dios. Jesús nos enseña: «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestra buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16). Por tanto, hay que hacerlo todo para la gloria de Dios y no para la nuestra. Queridos hermanos y hermanas, que esta conciencia acompañe cada gesto de ayuda al prójimo, evitando que se transforme en una manera de llamar la atención. Si al cumplir una buena acción no tenemos como finalidad la gloria de Dios y el verdadero bien de nuestros hermanos, sino que más bien aspiramos a satisfacer un interés personal o simplemente a obtener la aprobación de los demás, nos situamos fuera de la óptica evangélica. En la sociedad moderna de la imagen hay que estar muy atentos, ya que esta tentación se plantea continuamente. La limosna evangélica no es simple filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad, la virtud teologal que exige la conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a imitación de Jesucristo, que muriendo en la cruz se entregó a sí mismo por nosotros. ¿Cómo no dar gracias a Dios por tantas personas que en el silencio, lejos de los reflectores de la sociedad mediática, llevan a cabo con este espíritu acciones generosas de sostén al prójimo necesitado? Sirve de bien poco dar los propios bienes a los demás si el corazón se hincha de vanagloria por ello. Por este motivo, quien sabe que «Dios ve en el secreto» y en el secreto recompensará no busca un reconocimiento humano por las obras de misericordia que realiza.
4. Invitándonos a considerar la limosna con una mirada más profunda, que trascienda la dimensión puramente material, la Escritura nos enseña que hay mayor felicidad en dar que en recibir (Hch 20,35). Cuando actuamos con amor expresamos la verdad de nuestro ser: en efecto, no hemos sido creados para nosotros mismos, sino para Dios y para los hermanos (cf. 2Cor 5,15). Cada vez que por amor de Dios compartimos nuestros bienes con el prójimo necesitado experimentamos que la plenitud de vida viene del amor y lo recuperamos todo como bendición en forma de paz, de satisfacción interior y de alegría. El Padre celestial recompensa nuestras limosnas con su alegría. Y hay más: San Pedro cita entre los frutos espirituales de la limosna el perdón de los pecados. «La caridad -escribe- cubre multitud de pecados» (1P 4,8). Como a menudo repite la liturgia cuaresmal, Dios nos ofrece, a los pecadores, la posibilidad de ser perdonados. El hecho de compartir con los pobres lo que poseemos nos dispone a recibir ese don. En este momento pienso en los que sienten el peso del mal que han hecho y, precisamente por eso, se sienten lejos de Dios, temerosos y casi incapaces de recurrir a él. La limosna, acercándonos a los demás, nos acerca a Dios y puede convertirse en un instrumento de auténtica conversión y reconciliación con él y con los hermanos.
5. La limosna educa a la generosidad del amor. San José Benito Cottolengo solía recomendar: «Nunca contéis las monedas que dais, porque yo digo siempre: si cuando damos limosna la mano izquierda no tiene que saber lo que hace la derecha, tampoco la derecha tiene que saberlo» (Detti e pensieri, Edilibri, n. 201). Al respecto es significativo el episodio evangélico de la viuda que, en su miseria, echa en el tesoro del templo «todo lo que tenía para vivir» (Mc 12,44). Su pequeña e insignificante moneda se convierte en un símbolo elocuente: esta viuda no da a Dios lo que le sobra, no da lo que posee sino lo que es. Toda su persona.
Este episodio conmovedor se encuentra dentro de la descripción de los días inmediatamente precedentes a la pasión y muerte de Jesús, el cual, como señala San Pablo, se ha hecho pobre a fin de enriquecernos con su pobreza (cf. 2Cor 8,9); se ha entregado a sí mismo por nosotros. La Cuaresma nos empuja a seguir su ejemplo, también a través de la práctica de la limosna. Siguiendo sus enseñanzas podemos aprender a hacer de nuestra vida un don total; imitándole conseguimos estar dispuestos a dar, no tanto algo de lo que poseemos, sino a darnos a nosotros mismos. ¿Acaso no se resume todo el Evangelio en el único mandamiento de la caridad? Por tanto, la práctica cuaresmal de la limosna se convierte en un medio para profundizar nuestra vocación cristiana. El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor. Por tanto, lo que da valor a la limosna es el amor, que inspira formas distintas de don, según las posibilidades y las condiciones de cada uno.
6. Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma nos invita a «entrenarnos» espiritualmente, también mediante la práctica de la limosna, para crecer en la caridad y reconocer en los pobres a Cristo mismo. Los Hechos de los Apóstoles cuentan que el Apóstol San Pedro dijo al hombre tullido que le pidió una limosna en la entrada del templo: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, echa a andar» (Hch 3,6). Con la limosna regalamos algo material, signo del don más grande que podemos ofrecer a los demás con el anuncio y el testimonio de Cristo, en cuyo nombre está la vida verdadera. Por tanto, que este tiempo esté caracterizado por un esfuerzo personal y comunitario de adhesión a Cristo para ser testigos de su amor. María, Madre y Sierva fiel del Señor, ayude a los creyentes a llevar adelante la «batalla espiritual» de la Cuaresma armados con la oración, el ayuno y la práctica de la limosna, para llegar a las celebraciones de las fiestas de Pascua renovados en el espíritu. Con este deseo, os imparto a todos una especial Bendición Apostólica.
Vaticano, 30 de octubre de 2007
BENEDICTUS PP. XVI
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© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]
Una incomprensión inicial / Autor: Alfonso Aguiló
El que tiene la verdad en el corazón
no debe temer jamás que a su lengua
le falte fuerza de persuasión.
John Ruskin
— Entiendo que muchas veces es natural que haya una inicial resistencia por parte de los padres. El hijo debe convencerlos con la madurez de su comportamiento y con la perseverancia en su determinación.
Es verdad que también los padres necesitan a veces un poco tiempo para asimilar la vocación de sus hijos. Pero la madurez y la rectitud en el comportamiento debe estar presente por parte de todos.
Así sucedió, por ejemplo, con San Francisco de Sales. Había decidido entregarse a Dios, pero su padre, Francisco de Boisy, le tenía preparado un magnífico partido a su hijo: una joven llamada Francisca de Veigy, hija del consejero del Duque de Saboya. Al pequeño Francisco le costaba mucho contrariar a su padre, pero un día del año 1593 finalmente le hizo saber sus propósitos y estalló la tormenta: "Pero, ¿quién te ha metido esa idea en la cabeza?", gritaba su padre. "¡Una elección de ese tipo de vida exige más tiempo que el que tú te tomas!", tronaba furioso. Francisco contestaba que había tenido ese deseo desde la niñez. Y así una vez y otra. De vez en cuando, su madre intentaba ayudarle, sin que se notase que estaba de su parte, y sugería tímidamente: "Ay, será mejor permitirle a este hijo que siga la voz de Dios...". Finalmente, el Señor de Sales, después de un tiempo, cedió: "Pues adelante, hijo mío, haz por Dios lo que dices que Él te inspira."
Los padres se pueden tomar con más o menos entusiasmo la llamada
Aunque no todos los padres que ponen dificultades tienen ese carácter ardoroso y rompedor. Los señores Beltrán, una de las mejores familias de Valencia, no querían en absoluto interferir en la vocación de su hijo Luis. Solo querían "orientarla". Estaban acostumbrados a que su hijo les obedeciera en todo, y por eso, se quedaron desconcertados cuando les dijo que tenía unos planes diferentes a los que habían previsto: quería irse de casa y entregarse a Dios como fraile dominico. ¡Qué locura! No tenía salud suficiente, no sabía lo que hacía. Y empezaron su batalla. Aceptaban que se fuera, pero ahora no. Quizá en un futuro. No pasaba nada por esperar. Debía comprenderlo, su postura era razonable. Pero el joven Luis obró con la misma libertad que hubiese pedido en el caso de elegir una mujer que no hubiera agradado a sus padres. Escuchó sus consejos, y luego actuó con la libertad que sus padres decididamente le denegaban. Así que, un buen día del año 1544, en vista de la rotunda negativa paterna, decidió no volver a casa. Tenía dieciocho años. Estalló el escándalo familiar, una pequeña tragedia que se repite con frecuencia, con rasgos parecidos, siglo tras siglo, en algunos hogares en los que un alma decide dejarlo todo por Dios. Ni lo podían ni lo querían entender. Si hubieran vivido en nuestra época, habrían dicho que a su hijo "le habían comido el coco". Afortunadamente, la historia acabó como la gran mayoría de estas pequeñas tragedias familiares: con la aceptación de la vocación por parte de sus padres, que finalmente comprendieron que Dios quería ese camino para su hijo, que acabó siendo un gran santo de la Iglesia, San Luis Beltrán. Aquel hijo suyo, de cuya salud se preocupaban tanto, evangelizó durante bastantes años las regiones selváticas más difíciles, aprendió a hablar en los idiomas de los indígenas y convirtió miles de indios desde Panamá hasta el Golfo de Urabá. Aseguran las crónicas que bautizó a más de quince mil, que hizo numerosos milagros y que sirvió eficazmente y sin desfallecer a la Iglesia. Cuando su padre estaba en el lecho de muerte, sus últimas palabras fueron: "Hijo mío, una de las cosas que en esta vida me han dado más pena ha sido verte fraile, y lo que hoy más me consuela es que lo seas."
El valor de entregar los hijos
San Bernardo de Claraval consolaba en una de sus cartas a los padres de un joven del siglo XII, Godofredo, que había decidido entregarse a Dios en Claraval, y les decía: "Si a vuestro hijo, Dios se lo hace suyo, ¿qué perdéis vosotros en ello y qué pierde él mismo? Si le amáis, habéis de alegraros de que vaya al Padre, y a tal Padre. Cierto, se va a Dios; mas no por eso creáis perderlo; antes bien, por él adquirís muchos otros hijos. Cuantos somos aquí en Claraval, y cuantos somos de Claraval, al recibirle a él como hermano, os tomamos a vosotros como padres. Pero quizá teméis que le perjudique el rigor de nuestra vida. Confiad, consolaos: yo le serviré de padre y le tendré por hijo, hasta que de mis manos lo reciba el Padre de las misericordias y el Dios de toda consolación."
Es un lamento que se repite de siglo en siglo. En el siglo XIX, Bernardette, la vidente de Lourdes, escribió una carta al padre de una amiga suya, M. Mouret, que no entendía la vocación de su hija. Bernardette le pedía que la dejase ir con ella: "Sea generoso con Dios –le decía– que nunca se deja vencer en generosidad. Algún día estará usted contento de haberle dado su hija, a quien no puede dejar en mejores manos que las del Señor. Quizás haría usted grandes sacrificios para confiarla a un hombre al que no conoce y que puede hacerla desgraciada, y, no obstante, ¿quiere negarla al que es el rey del cielo y de la tierra? ¡Oh, no, señor! Tiene usted muy buenos sentimientos para obrar de esa manera. En cambio yo creo que debe dar gracias a Dios por el beneficio que le concede...".
Oposiciones de todos los colores
Por aquella misma época, un joven ecuatoriano llamado Miguel Febres desea ingresar en el noviciado de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Le encanta la enseñanza y desea dedicar a ella su vida. Sus padres se oponen frontalmente, pues pertenecen a la alta sociedad y en cambio aquellos religiosos viven muy austeramente y se dedican a la educación de niños pobres. Para disuadirle lo envían a otro instituto, pero allí enferma y tiene que volver a casa. Finalmente, cuando el chico tiene catorce años, en 1868, su madre accede a que sea religioso. Su padre cede inicialmente, pero no deja de presionar para que abandone ese camino y, por ejemplo, no escribe a su hijo ni una sola línea en cinco años. Aquel chico pronto destaca como un profesor muy querido y valorado. Posee una gran cultura, domina cinco idiomas y escribe numerosos textos escolares que pronto se difunden por todo el país. Demuestra una enorme capacidad de querer y de hacerse querer, adquiere una gran confianza con sus alumnos y logra grandes mejoras en las personas. Cuando muere, en 1910, su fama de santidad se extiende por numerosos países de Europa y América. Sin su constancia para superar la oposición familiar inicial, no tendríamos hoy a San Miguel Febres, que la Iglesia propone como modelo de hombre culto, pero sencillo y humilde, totalmente entregado a la obra de la evangelización a través de la enseñanza.
En abril de 1949, pidió la admisión en el Opus Dei un estudiante latinomericano llamado Juan Larrea. Su familia no veía con agrado su decisión, tal vez por desconocimiento de lo que realmente era el Opus Dei, o acaso porque tal decisión desbarataba planes e ilusiones familiares. "Por entonces –contaba el propio Juan Larrea– mi padre era embajador de Ecuador ante la Santa Sede y me dijo que consultase el caso con Mons. Montini, Sustituto de la Secretaría de Estado. Hablé con Mons. Montini, contándole mi historia, y después de larga y cariñosa conversación, Mons. Montini me dijo: tendré una palabra de paz para su padre. Días después recibió a mi padre diciéndole que había hablado con Pío XII y que le había dicho: "Diga Vd. al embajador que en ningún sitio estará mejor su hijo que en el Opus Dei". Veinte años más tarde, siendo yo obispo, visité a Mons. Montini, que era entonces el Papa Pablo VI, y me recordó con amabilidad la audiencia antes descrita".
Pero alegría posterior
Son testimonios diversos que confirman el gozo de tantos padres que inicialmente se opusieron tenazmente a la vocación de sus hijos, pero que, al final, comprendieron su decisión. El gozo de los padres que han sido generosos con la vocación de sus hijos no acabará aquí en la tierra. Los padres de las almas entregadas a Dios los querrán aún más en la otra vida, y contemplarán, con toda su grandeza, el influjo espiritual de la vida de sus hijos en miles y miles de almas.
Podemos imaginar el gozo de Luis Martín, al ver desde el cielo los grandes frutos que ha supuesto la entrega de su hija Santa Teresa de Lisieux. O la alegría de la madre de San Juan Bosco al contemplar el crecimiento de aquel hogar espiritual que nació gracias a su esfuerzo. O la satisfacción de Juan Bautista Sarto al comprobar cómo él, un pobre alguacil, contribuyó sin saberlo a enriquecer la Iglesia contemporánea de un modo profundísimo con la aportación de San Pío X.
También podemos imaginarnos a Teodora Theate, a Monna Lapa, a Juan Luis Beltrán, a Ferrante Gonzaga, a la madre de Juan Crisóstomo, a Pietro Bernardone y a tantos y tantos otros. También ellos gozarán al ver las maravillas que ha hecho Dios por medio de sus hijos. Y darán gracias porque, pese a sus lamentos, sus amenazas y "pruebas", sus hijos no les hicieron demasiado caso. Si hubieran llegado a hacerlo, la Iglesia y la humanidad no contarían ni con Santo Tomás de Aquino, ni con Santa Catalina de Siena, ni con San Luis Beltrán, ni con San Luis Gonzaga, ni con San Juan Crisóstomo, ni con San Francisco de Asís. La Iglesia habría sufrido enormes pérdidas, en el ámbito de la teología, del papado, de la evangelización, de la espiritualidad, de la doctrina.
La vocación de la familia
Gracias a Dios, sus hijos fueron fieles a su vocación, y las palabras de Jesús adolescente en el Templo resonaron en sus oídos con más fuerza que las de sus padres: "¿No sabíais que yo debo ocuparme en las cosas de mi Padre?". Con esas palabras, Jesús Niño quiso dejar su propio testimonio para dar fortaleza a quienes debían seguirle en el futuro. Y dejó también una referencia para los padres, pues María y José no protestaron, sino que supieron buscar, aun en lo inicialmente incomprensible y doloroso, la voluntad de Dios.
"Este episodio evangélico –comentaba Benedicto XVI– revela la más auténtica y profunda vocación de la familia: la de acompañar a cada uno de sus miembros en el camino del descubrimiento de Dios y del proyecto que Él ha dispuesto para ellos. María y José educaron a Jesús ante todo con su ejemplo: en sus padres, Él conoció toda la belleza de la fe, del amor por Dios y por su Ley, así como las exigencias de la justicia, que halla pleno cumplimiento en el amor. De ellos aprendió que en primer lugar hay que hacer la voluntad de Dios, y que el vínculo espiritual vale más que el de la sangre. La Sagrada Familia de Nazaret es verdaderamente el prototipo de cada familia cristiana, que está llamada a llevar a cabo la estupenda vocación y misión de ser célula viva no solo de la sociedad, sino de la Iglesia, signo e instrumento de unidad para todo el género humano."
Pero a veces no entienden
Porque no todas las cosas son siempre fáciles de entender. Dice el Evangelio que María guardaba todas estas cosas, ponderándolas en su corazón. Y a la Virgen no le faltaba inteligencia, ni buena disposición, ni cercanía a Dios. Pero recibía contestaciones que le resultaban un tanto misteriosas, no fácilmente comprensibles, y que, sin embargo, aceptaba y meditaba en su corazón. "María y José –explicaba Juan Pablo II– le habían buscado con angustia, y en aquel momento no comprendieron la respuesta que Jesús les dio (...) ¡Qué dolor tan profundo en el corazón de los padres! ¡Cuántas madres conocen dolores semejantes! A veces porque no se entiende que un hijo joven siga la llamada de Dios (...); una llamada que los mismos padres, con su generosidad y espíritu de sacrificio, seguramente contribuyeron a suscitar. Ese dolor, ofrecido a Dios por medio de María, será después fuente de un gozo incomparable para los padres y para los hijos."
Para quienes están en el proceso de discernimiento de su propia vocación, o para sus padres, meditar la vida de la Virgen siempre resultará enriquecedor. Todos obtendremos nueva luz si ponderamos en nuestro corazón esas escenas, contemplando, por ejemplo, el momento del Nacimiento, con su esperanza alegre y su calor humano; o la huída a Egipto, en los momentos duros de la fe o de la vocación; o su vida en Nazaret, para que lo cotidiano de nuestra vida no se tiña de rutina mala. La Virgen es siempre un modelo de la disposición con que debemos escuchar a Dios, de confianza para preguntar lo que no entendemos, de generosidad y de diligencia en la respuesta, de humildad, de perseverancia en las horas malas, de fidelidad a la misión recibida.
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Fuente: Interrogantes.net
no debe temer jamás que a su lengua
le falte fuerza de persuasión.
John Ruskin
— Entiendo que muchas veces es natural que haya una inicial resistencia por parte de los padres. El hijo debe convencerlos con la madurez de su comportamiento y con la perseverancia en su determinación.
Es verdad que también los padres necesitan a veces un poco tiempo para asimilar la vocación de sus hijos. Pero la madurez y la rectitud en el comportamiento debe estar presente por parte de todos.
Así sucedió, por ejemplo, con San Francisco de Sales. Había decidido entregarse a Dios, pero su padre, Francisco de Boisy, le tenía preparado un magnífico partido a su hijo: una joven llamada Francisca de Veigy, hija del consejero del Duque de Saboya. Al pequeño Francisco le costaba mucho contrariar a su padre, pero un día del año 1593 finalmente le hizo saber sus propósitos y estalló la tormenta: "Pero, ¿quién te ha metido esa idea en la cabeza?", gritaba su padre. "¡Una elección de ese tipo de vida exige más tiempo que el que tú te tomas!", tronaba furioso. Francisco contestaba que había tenido ese deseo desde la niñez. Y así una vez y otra. De vez en cuando, su madre intentaba ayudarle, sin que se notase que estaba de su parte, y sugería tímidamente: "Ay, será mejor permitirle a este hijo que siga la voz de Dios...". Finalmente, el Señor de Sales, después de un tiempo, cedió: "Pues adelante, hijo mío, haz por Dios lo que dices que Él te inspira."
Los padres se pueden tomar con más o menos entusiasmo la llamada
Aunque no todos los padres que ponen dificultades tienen ese carácter ardoroso y rompedor. Los señores Beltrán, una de las mejores familias de Valencia, no querían en absoluto interferir en la vocación de su hijo Luis. Solo querían "orientarla". Estaban acostumbrados a que su hijo les obedeciera en todo, y por eso, se quedaron desconcertados cuando les dijo que tenía unos planes diferentes a los que habían previsto: quería irse de casa y entregarse a Dios como fraile dominico. ¡Qué locura! No tenía salud suficiente, no sabía lo que hacía. Y empezaron su batalla. Aceptaban que se fuera, pero ahora no. Quizá en un futuro. No pasaba nada por esperar. Debía comprenderlo, su postura era razonable. Pero el joven Luis obró con la misma libertad que hubiese pedido en el caso de elegir una mujer que no hubiera agradado a sus padres. Escuchó sus consejos, y luego actuó con la libertad que sus padres decididamente le denegaban. Así que, un buen día del año 1544, en vista de la rotunda negativa paterna, decidió no volver a casa. Tenía dieciocho años. Estalló el escándalo familiar, una pequeña tragedia que se repite con frecuencia, con rasgos parecidos, siglo tras siglo, en algunos hogares en los que un alma decide dejarlo todo por Dios. Ni lo podían ni lo querían entender. Si hubieran vivido en nuestra época, habrían dicho que a su hijo "le habían comido el coco". Afortunadamente, la historia acabó como la gran mayoría de estas pequeñas tragedias familiares: con la aceptación de la vocación por parte de sus padres, que finalmente comprendieron que Dios quería ese camino para su hijo, que acabó siendo un gran santo de la Iglesia, San Luis Beltrán. Aquel hijo suyo, de cuya salud se preocupaban tanto, evangelizó durante bastantes años las regiones selváticas más difíciles, aprendió a hablar en los idiomas de los indígenas y convirtió miles de indios desde Panamá hasta el Golfo de Urabá. Aseguran las crónicas que bautizó a más de quince mil, que hizo numerosos milagros y que sirvió eficazmente y sin desfallecer a la Iglesia. Cuando su padre estaba en el lecho de muerte, sus últimas palabras fueron: "Hijo mío, una de las cosas que en esta vida me han dado más pena ha sido verte fraile, y lo que hoy más me consuela es que lo seas."
El valor de entregar los hijos
San Bernardo de Claraval consolaba en una de sus cartas a los padres de un joven del siglo XII, Godofredo, que había decidido entregarse a Dios en Claraval, y les decía: "Si a vuestro hijo, Dios se lo hace suyo, ¿qué perdéis vosotros en ello y qué pierde él mismo? Si le amáis, habéis de alegraros de que vaya al Padre, y a tal Padre. Cierto, se va a Dios; mas no por eso creáis perderlo; antes bien, por él adquirís muchos otros hijos. Cuantos somos aquí en Claraval, y cuantos somos de Claraval, al recibirle a él como hermano, os tomamos a vosotros como padres. Pero quizá teméis que le perjudique el rigor de nuestra vida. Confiad, consolaos: yo le serviré de padre y le tendré por hijo, hasta que de mis manos lo reciba el Padre de las misericordias y el Dios de toda consolación."
Es un lamento que se repite de siglo en siglo. En el siglo XIX, Bernardette, la vidente de Lourdes, escribió una carta al padre de una amiga suya, M. Mouret, que no entendía la vocación de su hija. Bernardette le pedía que la dejase ir con ella: "Sea generoso con Dios –le decía– que nunca se deja vencer en generosidad. Algún día estará usted contento de haberle dado su hija, a quien no puede dejar en mejores manos que las del Señor. Quizás haría usted grandes sacrificios para confiarla a un hombre al que no conoce y que puede hacerla desgraciada, y, no obstante, ¿quiere negarla al que es el rey del cielo y de la tierra? ¡Oh, no, señor! Tiene usted muy buenos sentimientos para obrar de esa manera. En cambio yo creo que debe dar gracias a Dios por el beneficio que le concede...".
Oposiciones de todos los colores
Por aquella misma época, un joven ecuatoriano llamado Miguel Febres desea ingresar en el noviciado de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Le encanta la enseñanza y desea dedicar a ella su vida. Sus padres se oponen frontalmente, pues pertenecen a la alta sociedad y en cambio aquellos religiosos viven muy austeramente y se dedican a la educación de niños pobres. Para disuadirle lo envían a otro instituto, pero allí enferma y tiene que volver a casa. Finalmente, cuando el chico tiene catorce años, en 1868, su madre accede a que sea religioso. Su padre cede inicialmente, pero no deja de presionar para que abandone ese camino y, por ejemplo, no escribe a su hijo ni una sola línea en cinco años. Aquel chico pronto destaca como un profesor muy querido y valorado. Posee una gran cultura, domina cinco idiomas y escribe numerosos textos escolares que pronto se difunden por todo el país. Demuestra una enorme capacidad de querer y de hacerse querer, adquiere una gran confianza con sus alumnos y logra grandes mejoras en las personas. Cuando muere, en 1910, su fama de santidad se extiende por numerosos países de Europa y América. Sin su constancia para superar la oposición familiar inicial, no tendríamos hoy a San Miguel Febres, que la Iglesia propone como modelo de hombre culto, pero sencillo y humilde, totalmente entregado a la obra de la evangelización a través de la enseñanza.
En abril de 1949, pidió la admisión en el Opus Dei un estudiante latinomericano llamado Juan Larrea. Su familia no veía con agrado su decisión, tal vez por desconocimiento de lo que realmente era el Opus Dei, o acaso porque tal decisión desbarataba planes e ilusiones familiares. "Por entonces –contaba el propio Juan Larrea– mi padre era embajador de Ecuador ante la Santa Sede y me dijo que consultase el caso con Mons. Montini, Sustituto de la Secretaría de Estado. Hablé con Mons. Montini, contándole mi historia, y después de larga y cariñosa conversación, Mons. Montini me dijo: tendré una palabra de paz para su padre. Días después recibió a mi padre diciéndole que había hablado con Pío XII y que le había dicho: "Diga Vd. al embajador que en ningún sitio estará mejor su hijo que en el Opus Dei". Veinte años más tarde, siendo yo obispo, visité a Mons. Montini, que era entonces el Papa Pablo VI, y me recordó con amabilidad la audiencia antes descrita".
Pero alegría posterior
Son testimonios diversos que confirman el gozo de tantos padres que inicialmente se opusieron tenazmente a la vocación de sus hijos, pero que, al final, comprendieron su decisión. El gozo de los padres que han sido generosos con la vocación de sus hijos no acabará aquí en la tierra. Los padres de las almas entregadas a Dios los querrán aún más en la otra vida, y contemplarán, con toda su grandeza, el influjo espiritual de la vida de sus hijos en miles y miles de almas.
Podemos imaginar el gozo de Luis Martín, al ver desde el cielo los grandes frutos que ha supuesto la entrega de su hija Santa Teresa de Lisieux. O la alegría de la madre de San Juan Bosco al contemplar el crecimiento de aquel hogar espiritual que nació gracias a su esfuerzo. O la satisfacción de Juan Bautista Sarto al comprobar cómo él, un pobre alguacil, contribuyó sin saberlo a enriquecer la Iglesia contemporánea de un modo profundísimo con la aportación de San Pío X.
También podemos imaginarnos a Teodora Theate, a Monna Lapa, a Juan Luis Beltrán, a Ferrante Gonzaga, a la madre de Juan Crisóstomo, a Pietro Bernardone y a tantos y tantos otros. También ellos gozarán al ver las maravillas que ha hecho Dios por medio de sus hijos. Y darán gracias porque, pese a sus lamentos, sus amenazas y "pruebas", sus hijos no les hicieron demasiado caso. Si hubieran llegado a hacerlo, la Iglesia y la humanidad no contarían ni con Santo Tomás de Aquino, ni con Santa Catalina de Siena, ni con San Luis Beltrán, ni con San Luis Gonzaga, ni con San Juan Crisóstomo, ni con San Francisco de Asís. La Iglesia habría sufrido enormes pérdidas, en el ámbito de la teología, del papado, de la evangelización, de la espiritualidad, de la doctrina.
La vocación de la familia
Gracias a Dios, sus hijos fueron fieles a su vocación, y las palabras de Jesús adolescente en el Templo resonaron en sus oídos con más fuerza que las de sus padres: "¿No sabíais que yo debo ocuparme en las cosas de mi Padre?". Con esas palabras, Jesús Niño quiso dejar su propio testimonio para dar fortaleza a quienes debían seguirle en el futuro. Y dejó también una referencia para los padres, pues María y José no protestaron, sino que supieron buscar, aun en lo inicialmente incomprensible y doloroso, la voluntad de Dios.
"Este episodio evangélico –comentaba Benedicto XVI– revela la más auténtica y profunda vocación de la familia: la de acompañar a cada uno de sus miembros en el camino del descubrimiento de Dios y del proyecto que Él ha dispuesto para ellos. María y José educaron a Jesús ante todo con su ejemplo: en sus padres, Él conoció toda la belleza de la fe, del amor por Dios y por su Ley, así como las exigencias de la justicia, que halla pleno cumplimiento en el amor. De ellos aprendió que en primer lugar hay que hacer la voluntad de Dios, y que el vínculo espiritual vale más que el de la sangre. La Sagrada Familia de Nazaret es verdaderamente el prototipo de cada familia cristiana, que está llamada a llevar a cabo la estupenda vocación y misión de ser célula viva no solo de la sociedad, sino de la Iglesia, signo e instrumento de unidad para todo el género humano."
Pero a veces no entienden
Porque no todas las cosas son siempre fáciles de entender. Dice el Evangelio que María guardaba todas estas cosas, ponderándolas en su corazón. Y a la Virgen no le faltaba inteligencia, ni buena disposición, ni cercanía a Dios. Pero recibía contestaciones que le resultaban un tanto misteriosas, no fácilmente comprensibles, y que, sin embargo, aceptaba y meditaba en su corazón. "María y José –explicaba Juan Pablo II– le habían buscado con angustia, y en aquel momento no comprendieron la respuesta que Jesús les dio (...) ¡Qué dolor tan profundo en el corazón de los padres! ¡Cuántas madres conocen dolores semejantes! A veces porque no se entiende que un hijo joven siga la llamada de Dios (...); una llamada que los mismos padres, con su generosidad y espíritu de sacrificio, seguramente contribuyeron a suscitar. Ese dolor, ofrecido a Dios por medio de María, será después fuente de un gozo incomparable para los padres y para los hijos."
Para quienes están en el proceso de discernimiento de su propia vocación, o para sus padres, meditar la vida de la Virgen siempre resultará enriquecedor. Todos obtendremos nueva luz si ponderamos en nuestro corazón esas escenas, contemplando, por ejemplo, el momento del Nacimiento, con su esperanza alegre y su calor humano; o la huída a Egipto, en los momentos duros de la fe o de la vocación; o su vida en Nazaret, para que lo cotidiano de nuestra vida no se tiña de rutina mala. La Virgen es siempre un modelo de la disposición con que debemos escuchar a Dios, de confianza para preguntar lo que no entendemos, de generosidad y de diligencia en la respuesta, de humildad, de perseverancia en las horas malas, de fidelidad a la misión recibida.
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Fuente: Interrogantes.net
El infierno esta cerrado por dentro / Autor: Louis de Wohl
Durante mucho tiempo me ha resultado difícil creer en la existencia del infierno. Dios es la bondad misma. Dios es el Amor. ¿Cómo podía compaginarse con esto la existencia del infierno, la existencia de un lugar de castigo eterno? Incluso la justicia humana, a la que no puede atribuirse precisamente clemencia, libera a un condenado a cadena perpetua a los quince o veinte años por su buena conducta. Por lo menos así se viene haciendo en muchos países. ¿Y hemos de creer que Dios nos guarda rencor eterno, que no nos perdona jamás, a pesar de habernos ordenado por boca de Cristo perdonar setenta veces siete? ¿No existe ya una injusticia de base en el hecho de que un delito limitado en el tiempo reciba un castigo eterno?
Me dirigí a un teólogo anciano y sabio. «No puedo ayudarle», me dijo. «El propio Cristo habla del infierno constantemente –entre otras varias veces en el Sermón de la Montaña–. Existe, pues, la posibilidad de la condenación absoluta. Pero no tenemos derecho a suponer de nadie que se halla en el infierno, ni siquiera de Judas. Sería incluso posible que el infierno estuviese vacío».
Pero, por lo menos en teoría, es muy posible que un hombre no se arrepienta jamás ni por un momento de una vida llena de maldades, que hasta el final cause a sus semejantes todo el daño de que es capaz y encima se burle de ellos, que hasta el final blasfeme y maldiga a Dios. ¿Acaso un hombre así debe llegar a la «contemplación» de Dios? Dios es el Amor. El amor no puede forzarse ni ser forzado. El rechazo del Amor debe respetar el amor, y quien no quiere llegar hasta Dios, no llegará hasta Dios. Se queda «fuera», encerrado en su propio odio, su propio dios diminuto, rígido, petrificado; es juzgado por ser como él mismo quiere ser. Su voluntad está petrificada, él mismo la ha dejado petrificarse. Ya no puede arrepentirse, ya no puede volverse «atrás» y tampoco puede ya «salirse». Se ha quedado dentro de su propia barricada. El infierno está cerrado por dentro.
No tiene sentido la objeción de que los delitos «temporales» no pueden ser castigados eternamente. Quien no quiere a Dios tendrá que arreglárselas sin El. Eso es el infierno, y sus ramificaciones alcanzan a nuestra vida terrena, lo mismo que las del cielo. Pueden percibirse. La elección es asunto nuestro.
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Traducción: Carmen Shàd de Caneda
ConoZe.com
Me dirigí a un teólogo anciano y sabio. «No puedo ayudarle», me dijo. «El propio Cristo habla del infierno constantemente –entre otras varias veces en el Sermón de la Montaña–. Existe, pues, la posibilidad de la condenación absoluta. Pero no tenemos derecho a suponer de nadie que se halla en el infierno, ni siquiera de Judas. Sería incluso posible que el infierno estuviese vacío».
Pero, por lo menos en teoría, es muy posible que un hombre no se arrepienta jamás ni por un momento de una vida llena de maldades, que hasta el final cause a sus semejantes todo el daño de que es capaz y encima se burle de ellos, que hasta el final blasfeme y maldiga a Dios. ¿Acaso un hombre así debe llegar a la «contemplación» de Dios? Dios es el Amor. El amor no puede forzarse ni ser forzado. El rechazo del Amor debe respetar el amor, y quien no quiere llegar hasta Dios, no llegará hasta Dios. Se queda «fuera», encerrado en su propio odio, su propio dios diminuto, rígido, petrificado; es juzgado por ser como él mismo quiere ser. Su voluntad está petrificada, él mismo la ha dejado petrificarse. Ya no puede arrepentirse, ya no puede volverse «atrás» y tampoco puede ya «salirse». Se ha quedado dentro de su propia barricada. El infierno está cerrado por dentro.
No tiene sentido la objeción de que los delitos «temporales» no pueden ser castigados eternamente. Quien no quiere a Dios tendrá que arreglárselas sin El. Eso es el infierno, y sus ramificaciones alcanzan a nuestra vida terrena, lo mismo que las del cielo. Pueden percibirse. La elección es asunto nuestro.
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Traducción: Carmen Shàd de Caneda
ConoZe.com
La senadora más votada de España, Mercedes Aroz, se convierte y deja el escaño
La senadora socialista Mercedes Aroz deja su escaño y anuncia su conversión al cristianismo
Divorciada, antigua militante comunista, cofundadora del PSC, 21 años de parlamentaria... la senadora más votada dice que "hay algo más que razón y ciencia".
En un país como España de listas cerradas y bloqueadas sólo hay un sistema donde la gente pueda elegir nombres propios: las elecciones al Senado. Y el senador más votado de la historia del Senado es Mercedes Aroz (1.602.225 votos en la última legislatura, el 53,67%), senadora socialista por Barcelona.
En una época de "cuotas" en listas electorales, donde hay mujeres "políticas" de curriculum brevísimo, la senadora Aroz aparece como una veterana de primera línea: marxista ortodoxa durante décadas, se afilió al PSOE en 1976, proveniente de la rojísima Liga Comunista Revolucionaria. En el PSC formó parte de su dirección política durante 18 años, así como del Comité Federal del PSOE. En 1986 fue elegida diputada por Barcelona a las Cortes.
Fue una de las fundadoras del PSC en 1978: desde la Federación Catalana del PSOE, ella participaba en la comisión que consiguió unir a los tres partidos socialistas que había entonces en Cataluña (eran el PSOE, PSC-C y PSC-R).
Esta es la mujer que ahora ha anunciado con una nota difundida por Europa Press que deja el escaño y que la razón es su conversión al cristianismo, un proceso que le ha llevado varios años. Aroz anuncia con alegría su "plena integración como miembro de la Iglesia Católica".
Y no es un cristianismo del "todo vale, nada cambia". Al contrario: todo cambia. Y por eso deja el escaño y los cargos en el partido, aunque seguirá siendo militante de a pie del PSC. ¿Es, quizá, una forma de decir "otro socialismo es posible"?
Compromiso cristiano y coherencia
"Mi actual compromiso cristiano me ha llevado a discrepar con determinadas leyes del Gobierno que chocan frontalmente con la ética cristiana, como la regulación dada a la unión homosexual o la investigación con embriones, y que en conciencia no he podido apoyar. En consecuencia se imponía la decisión que he tomado", afirma en su comunicado.
Ya en junio de 2005 Mercedes Aroz anunció su oposición a la ley socialista del matrimonio homosexual (como publicaba ForumLibertas aquí) y cuando se debatió en el Senado.
Los senadores socialistas Mercedes Aroz y Francisco Vázquez (ex-alcalde de La Coruña, hoy embajador ante la Santa Sede y terciario carmelita) se ausentaron durante la votación en el Senado y ambos hablaron contra la ley. Mercedes Aroz insistió esos días en que ella se alineaba con las tesis del líder socialista francés Lionel Jospin -y de casi todo el socialismo europeo- de que reconocer derechos ligados a la convivencia no justificaba cambiar la definición y el sentido del matrimonio, que era un bien a proteger.
El Senado votó. Los senadores del PP (126), 4 de CiU y 1 regionalista aragonés votaron contra la ley del matrimonio gay; sólo 119 parlamentarios apoyaron esta ley. El Senado vetó, por lo tanto el matrimonio homosexual. El peculiar sistema bicameral español, sin embargo, permitió que el Congreso de los Diputados, con mayoría socialista, ignorase el veto de los senadores y así se aprobó una ley criticada por el Consejo de Estado (dictamen 2628/2004), la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia, el Consejo General del Poder Judicial, 700.000 firmas avaladas por la Junta Electoral Central y una manifestación de 700.000 personas en Madrid (si usamos las cifras de la prensa italiana, por ejemplo).
La fe, para "comprender la propia identidad y el sentido de la vida"
En su comunicado Mercedes Aroz es de una claridad y una sinceridad casi escandalosa. Y más después de las declaraciones de Tony Blair, el ex-premier británico laborista, que no acaba de dar el paso al catolicismo y no tiene del todo claros los temas de bioética, derechos del ser humano en estado embrionario o el matrimonio natural. Con todo, Blair ha hablado con franqueza del significado de tener fe, de la fuerza que da. Y también de la persecución que inevitablemente implica. Decía el 25 de noviembre en la BBC “Si hablas de tu fe religiosa, la gente te toma por un pirado”.
¿Cuántos pensarán que Mercedes Aroz es una "pirada"? ¿Dejar un puesto de poder y sueldo en un partido que gobierna Barcelona, Cataluña, España? ¿A cambio de qué?
"He querido hacer pública mi conversión para subrayar la convicción de la Iglesia Católica de que el cristianismo tiene mucho que decir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, porque hay algo más que la razón y la ciencia. A través de la fe cristiana se alcanza a comprender plenamente la propia identidad como ser humano y el sentido de la vida", recoge en declaraciones Europa Press.
Esta antigua marxista no sólo deja la política no sólo anunciando su fe íntima... sino que proclama con descaro el papel positivo de la institución más denigrada en la prensa española y en los medios políticos de izquierda: la Iglesia Católica.
Aroz además denuncia la ideología laicista: "la libertad religiosa reclama el respeto y un reconocimiento positivo del hecho religioso, frente a un intento de imponer el laicismo". Y pide al Estado que facilite "la educación religiosa en la escuela".
Un proceso paulatino y reflexivo
Hace ya unos años que Mercedes Aroz se fue acercando a la fe, a través de testimonios muy cercanos en su misma familia. Con la llegada de Zapatero a la Moncloa, la senadora hizo esfuerzos por tender puentes entre el "zapaterismo" y la Iglesia; escribía cartas al Presidente con sugerencias, propuestas de cooperación con la Iglesia. Casi agotada la legislatura con leyes radicalmente incompatibles con una visión cristiana coherente, Mercedes Aroz ha decidido "salir del armario" de cristiana oculta en el que ha macerado su fe durante los últimos años. con la
En la inmensa mayoría de países, Mercedes Aroz habría podido seguir siendo senadora socialista y defender la vida, el matrimonio y la libertad de los padres para elegir la educación de sus hijos. En España, pese a su esfuerzo por conciliar su fe y el trabajo en un partido, parece que no ha sido posible posible.
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Fuente: ForumLibertas.com
Divorciada, antigua militante comunista, cofundadora del PSC, 21 años de parlamentaria... la senadora más votada dice que "hay algo más que razón y ciencia".
En un país como España de listas cerradas y bloqueadas sólo hay un sistema donde la gente pueda elegir nombres propios: las elecciones al Senado. Y el senador más votado de la historia del Senado es Mercedes Aroz (1.602.225 votos en la última legislatura, el 53,67%), senadora socialista por Barcelona.
En una época de "cuotas" en listas electorales, donde hay mujeres "políticas" de curriculum brevísimo, la senadora Aroz aparece como una veterana de primera línea: marxista ortodoxa durante décadas, se afilió al PSOE en 1976, proveniente de la rojísima Liga Comunista Revolucionaria. En el PSC formó parte de su dirección política durante 18 años, así como del Comité Federal del PSOE. En 1986 fue elegida diputada por Barcelona a las Cortes.
Fue una de las fundadoras del PSC en 1978: desde la Federación Catalana del PSOE, ella participaba en la comisión que consiguió unir a los tres partidos socialistas que había entonces en Cataluña (eran el PSOE, PSC-C y PSC-R).
Esta es la mujer que ahora ha anunciado con una nota difundida por Europa Press que deja el escaño y que la razón es su conversión al cristianismo, un proceso que le ha llevado varios años. Aroz anuncia con alegría su "plena integración como miembro de la Iglesia Católica".
Y no es un cristianismo del "todo vale, nada cambia". Al contrario: todo cambia. Y por eso deja el escaño y los cargos en el partido, aunque seguirá siendo militante de a pie del PSC. ¿Es, quizá, una forma de decir "otro socialismo es posible"?
Compromiso cristiano y coherencia
"Mi actual compromiso cristiano me ha llevado a discrepar con determinadas leyes del Gobierno que chocan frontalmente con la ética cristiana, como la regulación dada a la unión homosexual o la investigación con embriones, y que en conciencia no he podido apoyar. En consecuencia se imponía la decisión que he tomado", afirma en su comunicado.
Ya en junio de 2005 Mercedes Aroz anunció su oposición a la ley socialista del matrimonio homosexual (como publicaba ForumLibertas aquí) y cuando se debatió en el Senado.
Los senadores socialistas Mercedes Aroz y Francisco Vázquez (ex-alcalde de La Coruña, hoy embajador ante la Santa Sede y terciario carmelita) se ausentaron durante la votación en el Senado y ambos hablaron contra la ley. Mercedes Aroz insistió esos días en que ella se alineaba con las tesis del líder socialista francés Lionel Jospin -y de casi todo el socialismo europeo- de que reconocer derechos ligados a la convivencia no justificaba cambiar la definición y el sentido del matrimonio, que era un bien a proteger.
El Senado votó. Los senadores del PP (126), 4 de CiU y 1 regionalista aragonés votaron contra la ley del matrimonio gay; sólo 119 parlamentarios apoyaron esta ley. El Senado vetó, por lo tanto el matrimonio homosexual. El peculiar sistema bicameral español, sin embargo, permitió que el Congreso de los Diputados, con mayoría socialista, ignorase el veto de los senadores y así se aprobó una ley criticada por el Consejo de Estado (dictamen 2628/2004), la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia, el Consejo General del Poder Judicial, 700.000 firmas avaladas por la Junta Electoral Central y una manifestación de 700.000 personas en Madrid (si usamos las cifras de la prensa italiana, por ejemplo).
La fe, para "comprender la propia identidad y el sentido de la vida"
En su comunicado Mercedes Aroz es de una claridad y una sinceridad casi escandalosa. Y más después de las declaraciones de Tony Blair, el ex-premier británico laborista, que no acaba de dar el paso al catolicismo y no tiene del todo claros los temas de bioética, derechos del ser humano en estado embrionario o el matrimonio natural. Con todo, Blair ha hablado con franqueza del significado de tener fe, de la fuerza que da. Y también de la persecución que inevitablemente implica. Decía el 25 de noviembre en la BBC “Si hablas de tu fe religiosa, la gente te toma por un pirado”.
¿Cuántos pensarán que Mercedes Aroz es una "pirada"? ¿Dejar un puesto de poder y sueldo en un partido que gobierna Barcelona, Cataluña, España? ¿A cambio de qué?
"He querido hacer pública mi conversión para subrayar la convicción de la Iglesia Católica de que el cristianismo tiene mucho que decir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, porque hay algo más que la razón y la ciencia. A través de la fe cristiana se alcanza a comprender plenamente la propia identidad como ser humano y el sentido de la vida", recoge en declaraciones Europa Press.
Esta antigua marxista no sólo deja la política no sólo anunciando su fe íntima... sino que proclama con descaro el papel positivo de la institución más denigrada en la prensa española y en los medios políticos de izquierda: la Iglesia Católica.
Aroz además denuncia la ideología laicista: "la libertad religiosa reclama el respeto y un reconocimiento positivo del hecho religioso, frente a un intento de imponer el laicismo". Y pide al Estado que facilite "la educación religiosa en la escuela".
Un proceso paulatino y reflexivo
Hace ya unos años que Mercedes Aroz se fue acercando a la fe, a través de testimonios muy cercanos en su misma familia. Con la llegada de Zapatero a la Moncloa, la senadora hizo esfuerzos por tender puentes entre el "zapaterismo" y la Iglesia; escribía cartas al Presidente con sugerencias, propuestas de cooperación con la Iglesia. Casi agotada la legislatura con leyes radicalmente incompatibles con una visión cristiana coherente, Mercedes Aroz ha decidido "salir del armario" de cristiana oculta en el que ha macerado su fe durante los últimos años. con la
En la inmensa mayoría de países, Mercedes Aroz habría podido seguir siendo senadora socialista y defender la vida, el matrimonio y la libertad de los padres para elegir la educación de sus hijos. En España, pese a su esfuerzo por conciliar su fe y el trabajo en un partido, parece que no ha sido posible posible.
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Fuente: ForumLibertas.com
Por una ciencia con conciencia / Autor: Benedicto XVI
Discurso a un congreso organizado, entre otros, por la Academia de las Ciencias de París
Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI este lunes a los participantes en el congreso interacadémico sobre el tema «La identidad cambiante del individuo», organizado, entre otras instituciones, por la Academia de las Ciencias de París y por la Academia Pontificia de las Ciencias.
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Señores cancilleres,
excelencias,
queridos amigos académicos,
Señoras y señores:
Con mucho gusto os doy la bienvenida al final de vuestro coloquio que se ha concluido aquí, en Roma, después de haberse desarrollado en el Instituto de Francia, en París, consagrado al tema «La identidad cambiante del individuo».
Doy las gracias ante todo al príncipe Gabriel de Broglie por las palabras de saludo con las que ha querido introducir este encuentro. Quisiera saludar al mismo tiempo a los miembros de todas las instituciones que organizan este encuentro: la Academia Pontificia de las Ciencias y la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales, la Academia de las Ciencias Morales y Políticas de Francia, la Academia de las Ciencias de Francia, el Instituto Católico de París. Me alegra el que por vez primera se haya podido instaurar una colaboración interacadémica de esta naturaleza, abriendo el camino a amplias investigaciones interdisciplinares cada vez más fecundas.
En el momento en el que las ciencias exactas, naturales y humanas han alcanzado prodigiosos avances en el conocimiento del ser humano y de su universo, la tentación consiste en querer circunscribir totalmente la identidad del ser humano y de encerrarle en el saber que podemos tener. Para evitar este peligro, es necesario dejar espacio a la investigación antropológica, a la filosofía y a la teología, que permiten mostrar y mantener el misterio propio del hombre, pues una ciencia no puede decir quién es el hombre, de dónde viene o adónde va. La ciencia del hombre se convierte, por tanto, en la más necesaria de todas las ciencias. Es lo que decía Juan Pablo II en la encíclica «Fides et ratio»: «Un gran reto que tenemos es el de saber realizar el paso, tan necesario como urgente, del fenómeno al fundamento. No es posible detenerse en la sola experiencia; incluso cuando ésta expresa y pone de manifiesto la interioridad del hombre y su espiritualidad, es necesario que la reflexión especulativa llegue hasta su naturaleza espiritual y el fundamento en que se apoya» (n. 83).
El hombre constituye algo que va más allá de lo que se puede ver o de lo que se puede percibir por la experiencia. Descuidar la cuestión sobre el ser humano lleva inevitablemente a negar la búsqueda de la verdad objetiva sobre el ser en su integridad y, de este modo, a la incapacidad para reconocer el fundamento sobre el que se apoya la dignidad del hombre, de todo hombre, desde su fase embrionaria hasta su muerte natural.
A lo largo de vuestro coloquio, habéis experimentado que las ciencias, la filosofía y la teología pueden ayudarse a percibir la identidad del hombre, que está en constante devenir. A partir de la cuestión sobre el nuevo ser surgido de la fusión celular, que lleva en sí un patrimonio genético nuevo y específico, habéis presentado elementos esenciales del misterio del hombre, caracterizado por la alteridad: ser creado por Dios, ser a imagen de Dios, ser amado hecho para amar. En cuanto ser humano, nunca está encerrado en sí mismo; siempre conlleva una alteridad y se encuentra desde su origen en interacción con otros seres humanos, como nos lo revelan cada vez más las ciencias humanas. No es posible dejar de evocar la maravillosa meditación del salmista sobre el ser humano, formado en lo secreto del seno de su madre y al mismo tiempo conocido en su identidad y misterio únicamente por Dios, que le ama y protege (Cf. Salmo 138 [139], 1-16).
El hombre no es fruto del azar, ni de un conjunto de circunstancias, ni de determinismos, ni de interacciones fisicoquímicas; es un ser que goza de una libertad que, teniendo en cuenta su naturaleza, la trasciende y es el signo del misterio de alteridad que lo habita. Desde esta perspectiva el gran pensador Pascal decía que «el hombre sobrepasa infinitamente al hombre». Esta libertad, propia del ser humano, hace que pueda orientar su vida hacia un fin, que por sus actos puede orientarse hacia la felicidad a la que está llamado para la eternidad. Esta libertad pone de manifiesto que la existencia del hombre tiene un sentido. En el ejercicio de su auténtica libertad, la persona realiza su vocación; se cumple; da forma a su identidad profunda. En el ejercicio de su libertad ejerce también su responsabilidad sobre sus actos. En este sentido, la dignidad particular del ser humano es al mismo tiempo un don de Dios y la promesa de un porvenir.
El hombre tiene una capacidad específica: discernir lo bueno y el bien. Impresa en él como un sello, la sindéresis le lleva a hacer el bien. Movido por ella, el hombre está llamado a desarrollar su conciencia por la formación y por el ejercicio para orientarse libremente en su existencia, fundándose en las leyes esenciales que son la ley natural y la ley moral. En nuestra época, cuando el desarrollo de las ciencias atrae y seduce por las posibilidades ofrecidas, es más importante que nunca educar las conciencias de nuestros contemporáneos para que la ciencia no se transforme en el criterio del bien, y el hombre sea respetado como centro de la creación y no se convierta en objeto de manipulaciones ideológicas, de decisiones arbitrarias, ni tampoco de abuso de los más fuertes sobre los más débiles. Se trata de peligros cuyas manifestaciones hemos podido conocer a lo largo de la historia humana, y en particular en el siglo XX.
Todo progreso científico debe ser también un progreso de amor, llamado a ponerse al servicio del hombre y de la humanidad y de ofrecer su contribución a la edificación de la identidad de las personas. En efecto, como subrayaba en la encíclica «Deus caritas est», «El amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo... El amor es "éxtasis", pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo» (n. 6).
El amor permite salir de sí mismo para descubrir y reconocer al otro; al abrirse a la alteridad, afirma también la identidad del sujeto, pues el otro me revela a mí mismo. Es la experiencia que han hecho numerosos creyentes a lo largo de la Biblia, a partir de Abraham. El modelo por excelencia del amor es Cristo. En el acto de entrega de su vida por los hermanos, al darse totalmente, se manifiesta su identidad profunda y la clave de lectura del misterio insondable de su ser y de su misión.
Encomendando vuestra investigación a la intercesión de santo Tomás de Aquino, a quien la Iglesia honra en este día, quien sigue siendo un «auténtico modelo para quienes buscan la verdad» («Fides et ratio», n. 78), os aseguro mi oración por vosotros, por vuestras familias, por vuestros colaboradores y os imparto con afecto la bendición apostólica.
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[Traducción del original en francés realizada por Zenit
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
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