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martes, 4 de diciembre de 2007

¡Animo, no temáis! Nuestro Dios viene a salvarnos / Autor: Juan Pablo II

¡Que todos los hombres lo acojan!

En este tiempo de Adviento nos acompaña la invitación del profeta Isaías: «Decid a los de corazón intranquilo: ¡Animo, no temáis! Nuestro Dios viene a salvarnos» (35, 4). Se hace más apremiante al acercarse la Navidad, enriqueciéndose con la exhortación a preparar el corazón a la acogida del Mesías. El esperado por la gente vendrá y su salvación será para todos los hombres.

En la Nochebuena volveremos a evocar su nacimiento en Belén, volveremos a vivir en cierto sentido las emociones de los pastores, su alegría y estupor. Contemplaremos con María y José la gloria del Verbo que se ha hecho carne por nuestra redención. Rezaremos para que todos los hombres acojan la vida nueva que el Hijo de Dios ha traído al mundo al asumir nuestra naturaleza humana.

La Liturgia del Adviento, empapada de constantes alusiones a la espera gozosa del Mesías, nos ayuda a comprender en plenitud el valor y el significado del misterio de la Navidad. No se trata sólo de conmemorar el acontecimiento histórico, que hace más de dos mil años tuvo lugar en una pequeña aldea de Judea. Es necesario comprender más bien que toda nuestra vida debe ser un «adviento», una espera vigilante de la venida definitiva de Cristo. Para predisponer nuestro espíritu a acoger al Señor que, como decimos en el Credo, vendrá un día para juzgar a vivos y muertos, tenemos que aprender a reconocerlo en los acontecimientos de la existencia cotidiana.

El Adviento es, por tanto, por así decir un intenso entrenamiento que nos orienta con decisión hacia Aquél que ya vino, que vendrá y que viene continuamente.

Con estos sentimientos, la Iglesia se prepara a contemplar extasiada el misterio de la Encarnación. El evangelio narra la concepción y el nacimiento de Jesús, y refiere las muchas circunstancias providenciales que precedieron y rodearon un acontecimiento tan prodigioso: el anuncio del ángel a María, el nacimiento del Bautista, el coro de los ángeles en Belén, la venida de los Magos de Oriente, las visiones de san José. Son todos signos y testimonios que subrayan la divinidad de este Niño. En Belén nace el Emmanuel, el Dios con nosotros.

La Iglesia nos ofrece, en la liturgia de estos días, tres singulares «guías», que nos indican las actitudes que hay que asumir para salir al encuentro de este divino «huésped» de la humanidad.

1. Ante todo, Isaías, el profeta de la consolación y de la esperanza, proclama un auténtico evangelio para el pueblo de Israel, esclavo en Babilonia, y exhorta a mantenerse vigilantes en la oración para reconocer los «signos» de la venida del Mesías.

2. Después aparece Juan el Bautista, precursor del Mesías, que se presenta como «voz del que clama en el desierto», proclamando «un bautismo de conversión para perdón de los pecados» (Cf. Marcos 1, 4). Es la única condición para reconocer al Mesías ya presente en el mundo.

3. Por último, está María que, en este tiempo de preparación a la Navidad, nos guía hacia Belén. María es la mujer del «sí» que, a diferencia de Eva, hace propio y sin reservas el proyecto de Dios. Se convierte de este modo en una luz clara para nuestros pasos y el modelo más elevado de inspiración.

Queridos hermanos y hermanas, dejémonos acompañar por la Virgen hacia al Señor que viene, permaneciendo «vigilantes en la oración y exultando en la alabanza».

A todos les deseo una buena preparación para las próximas fiestas navideñas.

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Intervención de Juan Pablo II en la audiencia general del 18 de diciembre 2002, dedicada a la preparación espiritual de la Navidad.

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