Era un 2 de octubre. El año 1928. La Providencia de Dios había ido preparando concienzudamente a san Josemaría Escrivá de Balaguer. Andaba inquieto. Sabía que el Señor quería algo de él. Se entregó al sacerdocio para estar mejor dispuesto. Iba recibiendo mociones interiores, pero no acababa de entender. Y rezaba más, y se mortificaba más. Su vida de piedad y su apostolado se intensificaban. Domine, ut videam!, ¡Señor que vea!, era una jaculatoría que repetía mucho por entonces.
Y ese día, el 2 de octubre de 1928, durante unos ejercicios espirituales en Madrid, y mientras repasaba algunas notas de esas inspiraciones que iba teniendo, Dios le hizo ver el Opus Dei. Desde ese día se puso a trabajar sin descanso, buscando vocaciones para sacar adelante aquella aventura divina. Rezando y haciendo rezar.
El espíritu del Opus Dei se cimenta en la filiación divina, en ese trato confiado y habitual con el Señor. Haciendo de cada momento un encuentro con Él. Con optimismo y buen humor, siendo el trabajo cotidiano verdadera oración, camino de santidad en la vida ordinaria. Sin desfallecer en la adversidad, con competencia profesional, luchando siempre, comenzando y recomenzando. “Una vez y siempre”. De esa tensión interior brota la verdadera alegría, la necesidad de hablar de Dios a los demás, amando la libertad de todos y viviendo la caridad.
Hoy el Opus Dei está presente en más de 60 países.
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