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martes, 2 de octubre de 2007

A propósito de deportes extremos / Autora: Beatriz Cruz

«¿No te gusta lo convencional? ¿Buscas emociones intensas? ¿Te gusta vivir al límite? ¿Quieres enfrentarte a un gran desafío donde pongas a prueba tu valor y tu fortaleza? ¡Entra y únete a nosotros!». Así decía el cartel que me encontré pegado en una puerta.

Nada hubiera tenido de extraordinario si el cartel hubiera estado pegado en la puerta de un club de escalada en roca o de paracaidismo; sin embargo lo que realmente llamó mi atención, era que estaba colocado en la entrada de una Iglesia. Por unos segundos pensé que posiblemente por hacer una travesura, alguien lo había cambiado de su lugar original; sin embargo y leyendo con más cuidado el anuncio, me di cuenta que lo había hecho un grupo de jóvenes católicos.

Estos jóvenes estaban invitando a nuevos miembros a unirse a su grupo, como si se tratara de un club de deporte extremo. Al principio pensé que era una comparación algo exagerada, pero investigando más a fondo, entendí que tenían razón, que en estos tiempos ser católico es como practicar un deporte extremo, y podría añadir... el más extremo de todos los deportes.

El practicar nuestra religión, es muy parecido a practicar un deporte extremo y requiere constancia y disciplina; porque así como un atleta que deja de correr por 2 meses pierde condición, un católico que deja de orar, no asiste a misa, ni cumple con los mandamientos, pierde su vida de gracia y le cuesta más trabajo volver a comenzar.

Los deportistas extremos del catolicismo también nos enfrentamos a las condiciones adversas y extremas del medio, luchamos contra las fuertes corrientes del consumismo, el individualismo y la cultura de la muerte y realizamos nuestro mayor esfuerzo para quedarnos a bordo de la balsa de nuestras creencias.

Desafiamos cada una de nuestras capacidades para combatirnos a nosotros mismos, para impedir que la ira, la envidia y la avaricia, nos dominen, para conservar la fe ante cualquier circunstancia y entrenamos duramente nuestro corazón, para amar a quienes nos aborrecen y perdonar a quienes nos hacen daño.

¿Que si es riesgoso el deporte que practicamos? Pongámoslo de esta manera, un deportista extremo que no cumple con las normas está arriesgando su integridad física, si nosotros hacemos caso omiso o únicamente cumplimos a medias lo que Dios nos pide, estamos poniendo en riesgo nuestra salvación, y eso es más peligroso que bucear con tiburones.

La única gran diferencia que he encontrado entre los deportistas extremo comunes y los deportistas extremos del catolicismo, estriba en la causa fundamental que nos lleva a vivir la vida de esta manera tan poco convencional; los primeros encuentran en su práctica una manera de demostrarse algo a si mismos, nosotros (los católicos) vivimos así, porque amamos a Cristo y porque vemos nuestro esfuerzo como el mejor medio para demostrarle a Dios que aún con moretones, después de cientos de caídas o en medio de una tempestad, seremos siempre fieles a Él.

¿Verdad que amar a Cristo, es un deporte extremo?

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