Nuestro vivir cotidiano para disfrutar de una vida plena en abundancia debería ser esencialmente mantener una relación personal con Dios constante -Padre, Hijo y Espíritu Santo-. Si crecemos diariamente en el conocimiento de Dios, que nos ha revelado su amor en Jesucristo por el don del Espíritu Santo, vamos a desear tener una visión del mundo y de cada persona con la mirada única que el Padre del cielo tiene por cada hijo suyo. Leemos en Juan 6, 28-29 como interrogan a Jesús:
"Le preguntaron:
–¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?
Jesús les contestó:
–La obra de Dios es que creáis en aquel que Él ha enviado." Creer a Cristo es hacer lo que Él realizaría ante cada situación. Pero eso no podemos llevarlo a la práctica sin mantener una relación profunda con Dios en la oración, para discernir cual es la actitud que espera de nosotros y testimoniar su amor persona a persona con la que nos encontremos en la vida. Si en la pobreza de nuestro espíritu deseamos conocer a Jesucristo como Salvador y Señor, lograremos penetrar en la mirada que Él tiene para cada hijo de Dios. Sólo con los ojos de Cristo que nos muestra la voluntad del Padre, alimentándonos con su Palabra podremos ver el corazón herido de la humanidad y ser misericordiosos por gracia de Dios.
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