1 de noviembre de 2010.- Todos los años, con motivo de la fiesta de Todos los Santos, organizamos en la parroquia una experiencia muy bonita con los padres de los niños de primer año de catequesis. Además de preparar la habitual castañada, proponemos y discutimos un tema de actualidad que ponemos en relación con esta fiesta.
Este año era evidente que teníamos que hacernos eco de la visita del Santo Padre que, como apuntábamos hace un momento, viene a hablarnos de la familia y del respeto por la vida de todo ser humano desde el momento de su concepción hasta su final. Algunas madres
también manifestaban su preocupación por el maltrato de los niños, que tiene consecuencias devastadoras para su desarrollo.
Y hablando de estos temas, yo les decía que la postura de la Iglesia que el Santo Padre nos viene a recordar ha sido la misma a lo largo de sus 2000 años de historia. Podríamos sintetizar esta postura en dos principios básicos:
1) El matrimonio es una institución sagrada e indisoluble porque participa de la alianza eterna e incondicional entre Jesucristo y su Iglesia. Es típico de los enamorados preguntarse una y otra vez: «¿me amarás siempre?». Y es que ellos tienen la profunda intuición de que el verdadero amor es para toda la vida.
2) La dignidad del ser humano no procede de su mayor o menor grado de desarrollo o de sus capacidades físicas o psíquicas sino del hecho de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por ello el ser humano es un fin en sí mismo que no puede subordinarse a ningún otro fin por muy razonable y deseable que parezca. Y de ahí se sigue el rechazo absoluto al aborto, a la eutanasia y al maltrato físico o psíquico.
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