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Bienvenido a Escuchar y a Dar

Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

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martes, 4 de diciembre de 2007

El clamor del Adviento / Autor: Padre Luis María Etcheverry Boneo

Si todo fin y todo comienzo de año debe ser siempre, para las personas serias, responsables, un momento de balance: de mirar al pasado y a la vez al futuro, de sacar experiencia de lo ocurrido para asegurar un mejor rendimiento del porvenir, esto debe ocurrir de un modo mucho más particular y más exigente cuando se trata del fin y del comienzo del año eclesiástico y, por lo tanto, en relación con lo que más importa que es nuestra vida espiritual.

El año eclesiástico comienza con el Adviento, es decir, con la preparación para el nuevo nacimiento de Jesucristo en la Iglesia y en nuestras almas.

El Adviento, en la liturgia de la Iglesia, no sólo es una preparación para la conmemoración y para el nacimiento místico de Jesucristo en Navidad; no sólo mira a ese fin práctico, sino que -en esa actitud de la Iglesia de renovar cada año los misterios relativos al ciclo humano de la vida de Jesús- quiere comenzar con un signo de la larga expectación de la humanidad con respecto a la venida del Mesías anunciado.

Textos del Antiguo Testamento

Durante un mes vamos a renovar místicamente ese período de la historia de la humanidad que transcurre desde el pecado del primer hombre hasta la llegada visible del Redentor a este mundo.

Por eso es comprensible que la Iglesia asuma, en su liturgia de este tiempo, abundantes textos del Antiguo Testamento y sobre todo un espíritu tomado de la imagen de la tierra, por una parte seca, árida, sedienta de lluvia, y por otra, bien preparada para recibir en su seno la buena semilla en el momento de la siembra que espera le ha de llegar. Así como todo el tiempo del trabajo de la tierra previo a la siembra, está destinado a asegurar que cuando venga la semilla no encuentre ningún obstáculo a su supervivencia y a su desarrollo: a su germinación, al producir la planta, las flores, los frutos (es decir, una expansión total de esa vida latente que traía la semilla), así también todo el Antiguo Testamento, y el Adviento para nosotros, debe ser un trabajo de arada, de rastreo, de preparación de la tierra.

¿Para qué se ara? Primero para matar todos los yuyos, es decir, todas las plantas, todas las vidas que puedan entrar en competencia con la vida de la semilla y llevarse para ellas los frutos, las sales, las riquezas de la tierra; se requiere que cuando venga la semilla, nada en el seno de la tierra pueda disputarle la posesión de los alimentos.

Y se rastrea, en segundo lugar, para romper todos los cascotes y sacar todas las piedras y consecuentemente todos los huecos que haya entre cascote y cascote, lo cual, de no hacerse, haría que la semilla quede sin entrar en la tierra o al lanzar una raíz no pueda ella expandirla y se vea impedida de germinar o, en todo caso, limitada en su crecimiento.

¿Y para qué se riega, cuando se puede, la tierra? O ¿por qué clama la tierra que venga el agua del cielo, si el hombre no puede proporcionársela? Para que esa agua, además de incorporarse a la semilla y enriquecerla por sí misma, se convierta en el vehículo por el cual las sales y los elementos vitales que la tierra contiene se pongan al alcance y puedan entrar en contacto con la planta e introducirse dentro de ella y así enriquecerla, fortificarla, hacerla desarrollar y alcanzar todo lo apetecido.

El agua de la gracia

La literatura del Antiguo Testamento está embebida en esta semejanza de la tierra que se trabaja y de la tierra que clama por la lluvia para que venga esa semilla a traer su vida. Y la liturgia de este Tiempo nos trae, con esta misma comparación, toda la fuerza de su sugerencia y de su sacramentalidad para que trabajemos nuestra alma, de tal manera que, en el Adviento quitemos todo lo que en nosotros pueda oponerse al nacimiento o a la futura expansión de Jesús con su vida, cuando llegue una vez más, en Navidad.

Que no quede ningún sector de nuestra persona: ni la inteligencia, ni la voluntad, ni el corazón, ni la sensibilidad, invadido por cualquier semilla que impida la entrada de Jesucristo con su vida, en ese sector.

Y que no haya en nosotros ningún cascote, ninguna costra, nada que, aunque no sea usufructuado por alguna otra vida, u otra semilla, o por algún otro organismo, sin embargo esté cerrado como un caparazón, a la penetración de Jesucristo cuando venga a nuestra alma místicamente el día de Navidad.

Y que, por otra parte, no falte el agua de la gracia que consigamos a fuerza de pedirla, a fuerza de clamar como clama la tierra -simbólicamente- cuando está seca; la gracia que merezcamos con nuestras oraciones y nuestras buenas obras, y que dentro de nosotros disponga todo lo necesario para que la vida de Jesús, el mundo de sus sugerencias mentales, de sus ilustraciones a la inteligencia, de sus mociones a la voluntad, de sus sentimientos para nuestro corazón, todo eso encuentre el vehículo apropiado, la tierra blanda, permeable, para que la haga llegar hasta todos los límites y dimensiones de nuestra persona.

Tengámoslo, entonces, muy en cuenta: se trata de quitar lo que pueda disputarle al Señor la posesión de nuestra persona; se trata de romper cualquier caparazón que nos cierre, que impida, que encallezca nuestra alma a la acción del Señor; se trata de ablandarla y de vehiculizarla toda, con la lluvia de la gracia que merezcamos y obtengamos por medio de la oración, y de las buenas obras ofrecidas con ese objeto.

Por otra parte, en el Adviento, la Iglesia nos pone la figura de san Juan Bautista, y con él otra nueva imagen. Ya no se trata de preparar una tierra capaz de acoger adecuadamente la buena semilla: se trata de preparar un camino para que pueda, por él, llegar a nuestra alma la Persona adorable del Señor.

Los consejos de San Juan Bautista

Son cuatro las órdenes, los consejos o las consignas que san Juan Bautista -y la Iglesia con él- nos da.

La primera consigna de san Juan el Bautista es bajar los montes: todo monte y toda colina sea humillada, sea volteada, bajada, desmoronada. Y cada uno tiene que tomar esto con mucha seriedad y ver de qué manera y en qué forma ese orgullo -que todos tenemos- está en la propia alma y está con mayor prestancia, para tratar en el Adviento -con la ayuda de la gracia que hemos de pedir-, de reducirlo, moderarlo, vencerlo, ojalá suprimirlo en cuanto sea posible, a ese orgullo que obstaculizaría el descenso fructífero del Señor a nosotros.

En segundo lugar, Juan el Bautista nos habla de enderezar los senderos. Es la consigna más importante: Yo soy una voz que grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos 3. Y aquí tenemos, entonces, el llamado también obligatorio a la rectitud, es decir, a querer sincera y prácticamente sólo el bien, sólo lo que está bien, lo que es bueno, lo que quiere Dios, lo que es conforme con la ley de Dios o con la voluntad de Dios según nos conste de cualquier manera, lo que significa imitarlo a Jesús y darle gusto a El, aquello que se hace escuchando la voz interior del Espíritu Santo y de nuestra conciencia manejada por Él.

A cada uno corresponde en este momento ver qué es lo que hay que enderezar en la propia conducta, pero sobre todo en la propia actitud interior para que Jesucristo Nuestro Señor, viendo claramente nuestra buena voluntad y viéndonos humildes, esté dispuesto a venir a nuestro interior con plenitud, o por lo menos con abundancia de gracias.

El tercer aspecto del mensaje de san Juan el Bautista se refiere a hacer planos los caminos abruptos, los que tienen piedras o espinas, los que punzan los pies de los caminantes, los que impiden el camino tranquilo, sin dificultad. Y ese llamado hace referencia a la necesidad de ser para nuestro prójimo, precisamente, camino fácil y no obstáculo para su virtud y para su progreso espiritual: quitar de nosotros todo aquello que molesta al prójimo, que lo escandaliza, que lo irrita o que le dificulta de cualquier manera el poder marchar, directa o indirectamente, hacia el cielo.

El cuarto elemento del mensaje de san Juan Bautista es el de llenar toda hondonada, todo abismo, todo vacío. Los caminos no sólo se construyen bajando los montes excesivos, ni sólo enderezando los senderos torcidos, o allanando los caminos que tengan piedras: también llenando las hondonadas o cubriendo las ausencias. Este mensaje se refiere a la necesidad de llenar nuestras manos y nuestra conciencia con méritos, con oraciones, con obras buenas -como hicieron los Reyes Magos y los pastores- para poder acoger a Jesucristo con algo que le dé gusto; no sólo con la ausencia de obstáculos o de cosas que lo molesten, no sólo con ausencia de orgullo o con ausencia de falta de rectitud o de dificultades en nuestra conducta para con el prójimo, sino también positivamente con la construcción: con nuestras oraciones y con nuestras buenas obras y un pequeño -al menos- caudal, capital de méritos, que dé gusto al Señor cuando venga y que podamos depositar a sus pies.

La Inmaculada Concepción

Finalmente el Adviento, además de la conmemoración y el sentido del Antiguo Testamento -de la tierra que espera la buena semilla-, además de la figura límite entre el Antiguo Testamento y el Nuevo -san Juan Bautista-, este Tiempo nos acerca más al Señor por aquélla que, en definitiva, fue quien nos entregó a Jesucristo: la Virgen. No sólo en el hemisferio sur entramos al Adviento por la puerta del Mes de María, sino que en toda la Iglesia se entra al Adviento por la novena de la Inmaculada Concepción.

Y la Inmaculada Concepción significa dos cosas: por una parte, ausencia de pecado original y, por otra, ausencia de pecado para y por la plenitud de la gracia. La Virgen fue eximida del pecado original y de las consecuencias del pecado original que en el orden moral fundamentalmente es la concupiscencia, es decir, la rebelión de las pasiones, la falta de orden dentro de nuestra persona, el rechazo que nuestra materia y nuestros apetitos indómitos oponen a la reyecía de la voluntad y de la razón iluminadas por la fe, por la esperanza y por la caridad; iluminadas y encendidas y sostenidas por la gracia. La Virgen, preservada del pecado original en el momento mismo de su concepción y liberada de todo obstáculo, tuvo el alma plenamente capacitada desde el primer instante para recibir la plenitud de la gracia de Jesucristo. Por lo tanto su fiesta de la Inmaculada Concepción, con ese carácter sacramental que tienen todas las fiestas de la Iglesia, ese carácter de signo que enseña y de signo eficaz que produce lo que enseña, nos trae la gracia de liberarnos del pecado y de vencer, de moderar, de sujetar en nosotros las pasiones sueltas por la concupiscencia, a los efectos de que nos pueda llegar plenamente la gracia; y naturalmente, si estamos en Adviento, para que pueda venir la gracia del nacimiento de Jesucristo místicamente a nuestra alma, el día de Navidad.

Por lo tanto, unamos a toda la ayuda que nos pueden prestar los patriarcas del Antiguo Testamento que desde el cielo ruegan por nosotros (ellos que tanto pidieron la venida del Mesías), unamos a la intercesión y a la figura sacramental de san Juan Bautista, unamos por encima de ellos la presencia de la Santísima Virgen en la novena que precede a su fiesta y en todo este tiempo, pidiendo bien concretamente el poder liberarnos del pecado, de todo lo que en nosotros haya de orgullo, de falta de rectitud, de falta de caridad con el prójimo, de ausencia de virtud; liberarnos de todo ello para que, cuando venga Jesucristo el día de Navidad, no encuentre en nosotros ningún obstáculo a sus intenciones de llenar nuestra alma con su gracia.

Tiempo de Oración

La perspectiva de un nuevo nacimiento del Señor, en nosotros y en el mundo tan necesitado de Él, tiene que ser objeto de una preocupación, de todo un conjunto de sentimientos y de actos de voluntad que estén polarizados por el deseo de poner de nuestra parte todo lo que podamos, para que el Señor venga lo más plenamente posible sobre cada uno y sobre el mundo.

Y si esto vale siempre, se hace más exigente en las circunstancias del mundo presente que desvirtúa precisamente lo que Jesucristo trajo con su nacimiento. ¡Qué necesario es que pongamos todo de nuestra parte para que Jesús venga a nosotros con renovada fuerza el día de Navidad y, a través nuestro, sobre las personas que están cerca, sobre la Iglesia y sobre el mundo!

Quedémonos en espíritu de oración, fomentando en nuestro interior el deseo de que las cosas ocurran según las intenciones y los deseos del mismo Señor.

El Adviento es una época muy linda del año. Después de las fiestas de Navidad y de Pascua, quizá es la más linda, porque es una época de total esperanza, de seguridad alegre y confiada. En ese sentido nuestro Adviento es más lindo que el del Antiguo Testamento: se esperaba lo que todavía no había venido, en cambio nosotros sabemos que el Señor ya ha venido sobre el mundo, sobre la Iglesia, sobre cada uno y entonces tenemos mucho más apoyo para nuestra seguridad de que ha de venir nuevamente, a perfeccionar lo ya iniciado.

Por otra parte, esa presencia del Señor en la Iglesia y en nosotros nos ha hecho ir conociendo a Jesús, amándolo y tratándolo con confianza; por tanto, este esperar su nuevo nacimiento tiene que ser mucho más dulce, mucho más suave, mucho más seguro, mucho más esperanzado (con el doble elemento de seguridad y alegría de la esperanza) que lo que fue la espera de los hombres y mujeres del Antiguo Testamento.

Quedémonos, pues, unidos con Jesús, conversemos sobre estos temas, preguntémosle qué nos sugiere a cada uno en particular para que podamos, desde el comienzo, vivir el Adviento del modo más conducente para obtener la plenitud de Navidad que Él sin duda quiere darnos.

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Fuente: Catholic.net

lunes, 3 de diciembre de 2007

La verdadera madurez: vivir los mandamientos / Autor: P. Fernando Pascual

Sus amigos, sus padres, el párroco: todos le decían que no se casara con aquel señor divorciado. Pero ella insistió, cerró los oídos a todo consejo y se casó por lo civil. A los pocos meses ya estaban separados.

Sus compañeros de parroquia le habían avisado que con esos amigos iba a tener problemas. Pero aquel joven no hizo caso. Quería llevar “su” vida sin que nadie le estorbase. Acabó en un hospital, a punto de morir, por una sobredosis de droga.

Sus padres le habían aconsejado que no leyese aquel libro lleno de mentiras. Pero como todos hablaban de esa obra, aquella universitaria decidió comprarla y darle un vistazo. Perdió la fe.

Las tres escenas anteriores, en miles de formatos que varían de persona a persona, se repiten continuamente. Desde luego, la historia no acaba allí: quienes han llegado a una situación de fracaso, de derrota, de engaño, de desorientación moral, de pérdida de fe, de pecado, pueden recuperarse, pueden convertirse, pueden volver al buen camino.

Pero surge la pregunta: ¿es posible recorrer el camino de la vida sin pasar por esos malos momentos? ¿Son capaces los adolescentes, los jóvenes, los adultos, de prevenir un mal paso para mantenerse en el camino del bien?

Algunos consideran que es imposible evitar las caídas, los pecados, las desgracias provocadas por uno mismo. El hombre es libre, tiene una ambición profunda de autonomía, quiere vivir sin ataduras ni mandamientos.

Sólo después, más tarde o más temprano, uno descubre el engaño del pecado. Tal descubrimiento es acompañado por una profunda pena interior. Muchas veces quedan dolorosas secuelas en uno mismo y en los demás. El pasado no perdona: hay heridas que duran años y años.

Existen, sin embargo, adolescentes, jóvenes y adultos que saben evitar las ocasiones de pecado, que vigilan y que rezan para no caer en la tentación, que piden consejo y lo acogen seriamente, que dicen “no” a las ocasiones de peligro.

La actitud de estas personas, según algunos, podría originarse de un miedo infantil al fracaso. Otros añaden que la grandeza del ser humano radica en la libertad que sabe decir “no” a las normas externas y que acepta el riesgo y las derrotas como parte necesaria del camino para madurar.

Pero lo anterior es sumamente falso. Porque no es un camino necesario para madurar el secundar los propios caprichos, egoísmos e injusticias. Porque cada fracaso deja siempre heridas dolorosas. Porque la verdadera madurez consiste precisamente en vivir según los buenos principios, en percibirlos como válidos, en cerrar las puertas al egoísmo para vivir con el deseo profundo de amar y servir a los hermanos.

Hemos de desenmascarar la mentira y no creer que hace falta pecar para ser más maduros. El pecado, por sí mismo, nunca nos puede llevar a ser buenos. Optar por el propio capricho destruye. Buscarse a uno mismo como el centro de la propia vida engendra la frustración y el fracaso. Vivir según las ocasiones, con ansias por aprovechar placeres fugaces (a pesar de que duren meses) como si fuesen nuestra meta es abrazarse a un río que escapa y nos deja áridos y sin amor.

Es cierto que algunos llegan a descubrir la grandeza de la vida honesta después de pasar por el triste llanto del fracaso y la caída. Pero otros interiorizan la belleza de los Mandamientos y de la vida cristiana sin haber vivido el trago de malas experiencias.

Todos podemos comprender, a cualquier edad, que las normas éticas, los mandamientos de Dios, la fidelidad a los buenos principios, no son una limitación, sino una luz que indica un horizonte de bien y de alegría, para uno mismo y para los demás.

Las familias, los catequistas, las escuelas, tienen como parte de su misión hacen ver esto a los hijos y a los jóvenes. La enseñanza de la fe católica no puede limitarse a dar prohibiciones sin mostrar, al mismo tiempo, la belleza del cristianismo. De lo contrario, los adolescentes se cansarán y buscarán aventuras fuera de las normas recibidas.

Pero si la enseñanza cristiana es ofrecida en toda su riqueza, como cauce que nos orienta al encuentro con Dios y al compromiso por la justicia y la caridad, entonces llega a lo profundo de los corazones y desencadena, en quienes están bien dispuestos, ese deseo de bien que es propio de las almas grandes y buenas.

El Papa Benedicto XVI lo explicaba así a los jóvenes: (Los mandamientos) “conducen a la vida, lo que equivale a decir que ellos nos garantizan autenticidad. Son los grandes indicadores que nos señalan el camino cierto. Quien observa los mandamientos está en el camino de Dios (...) No nos son impuestos de fuera, ni disminuyen nuestra libertad. Por el contrario: constituyen impulsos internos vigorosos, que nos llevan a actuar en esta dirección. En su base está la gracia y la naturaleza, que no nos dejan inmóviles. Necesitamos caminar. Somos lanzados a hacer algo para realizarnos nosotros mismos. Realizarse, a través de la acción, en verdad, es volverse real. Nosotros somos, en gran parte, a partir de nuestra juventud, lo que nosotros queremos ser. Somos, por así decir, obra de nuestras manos” (a los jóvenes durante su visita a Brasil, 10 de mayo de 2007).

La enseñanza de Cristo nos invita a mirar hacia la meta verdadera: el cielo. Y si el cielo es amor, nos pide que vivamos cada mandamiento, aquí en la tierra, como parte de nuestra vocación auténtica y plena: amar sin medida.

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Fuente: Catholic.net

La noche oscura / Autor: Alfonso Aguiló

La noche oscura
La verdad padece,
pero no perece.

Santa Teresa de Ávila

La Madre Teresa de Calcuta nació en 1910 en una pequeña ciudad albanesa llamada Skopje. "No había cumplido aún doce años cuando sentí el deseo de ser misionera", contó más tarde ella misma. "Seguir mi vocación fue un sacrificio que Cristo nos pidió a mi familia y a mí, pues éramos una familia muy unida y muy feliz.

"Durante cerca de veinte años, en tanto permanecí en las Hermanas de Nuestra Señora de Loreto, mi misión fue la de enseñar en el Colegio St. Mary's, frecuentado en su mayoría por chicas de clase media. Era el único colegio católico de Secundaria que había por entonces en Calcuta. La enseñanza me gustaba mucho. Enseñar es algo que, hecho por Dios, constituye una hermosa forma de apostolado. Entre las Hermanas de Nuestra Señora de Loreto, yo era la monja más feliz del mundo."

La llamada dentro de la llamada

El momento crucial para su vida se produjo de improviso: "Ocurrió el 10 de septiembre de 1946, durante el viaje en tren que me llevaba al convento de Darjeeling para hacer los ejercicios espirituales. Mientras rezaba en silencio a nuestro Señor, advertí una "llamada dentro de la llamada". El mensaje era muy claro: debía dejar el convento de Loreto y entregarme al servicio de los pobres, viviendo entre ellos." Dios le pedía que saliese de la comodidad de su congregación para ir en busca de los más pobres de entre los pobres.

Recibió el permiso desde la Santa Sede y empezó por llevar a los moribundos de las calles a un hogar donde pudieran morir en paz y dignidad. También abrió un orfanato. Gradualmente, otras mujeres se le unieron. En 1950, recibió la aprobación oficial para fundar una congregación de religiosas, las Misioneras de la Caridad, que se dedicarían a servir a los más pobres entre los pobres. Hoy, son casi cuatro mil, repartidas en quinientas casas establecidas en cerca de cien países.

Todos los pontífices han expresado una especial admiración hacia esta valiente misionera. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 1979. Y aunque no faltaron las calumnias, algunas especialmente malintencionadas e insidiosas, lo cierto es que cuando la Madre Teresa falleció, en 1997, todo el mundo se volcó en su despedida. Su proceso de beatificación ha sido el más rápido de la historia reciente de la Iglesia, lo que testimonia su fama mundial de santidad.

La experiencia de la "noche oscura"

Sin embargo, un dato de especial interés es que una santidad tan deslumbrante no estuvo exenta de crisis interiores. Dios quiso que pasara, como sucedió también a Santa Teresa de Ávila o a San Juan de la Cruz, por la dolorosa experiencia de la "noche oscura del alma". En 1956, confiaba al Arzobispo de Calcuta: "Quiero ser apóstol de la alegría". Pero, por una misteriosa disposición de la Providencia, tenía que llevar a cabo ese apostolado de la alegría en medio de una ausencia de Dios que le resultaba insoportable: "En ocasiones la agonía de la ausencia de Dios es tan grande, y es a la vez tan profundo el vivo deseo del Ausente, que la única oración que aún consigo recitar es "Sagrado Corazón de Jesús, confío en ti. Saciaré tu sed de almas.""

Todavía cuatro años más tarde, aquella prueba le atormentaba, pero ella seguía buscando a Dios obstinadamente, confiadamente, segura de que obtendría respuesta: "He comenzado a amar la oscuridad. Porque ahora creo que es una parte, una pequeñísima parte, de la oscuridad y del dolor que Jesús conoció en la tierra". Pasó largas etapas sin notar el amor de Dios en el corazón, sin escuchar sus respuestas. Las miles de personas que ella atendía, sentían consuelo, amor y acogida, mientras que ella continuaba en la oscuridad. Pero siguió adelante.

Seguir adelante en la oscuridad

— Pues menos mal que superó esa noche oscura, pues, de lo contrario, la humanidad se habría visto privada de una aportación extraordinaria.

Sin duda es así. Y es una referencia interesante a la hora de pensar en la perseverancia en los momentos de oscuridad o de tribulación. Muchas veces, el secreto de la fecundidad de los santos está simplemente en que son capaces de perseverar en esos momentos difíciles, en los que otros se rinden. Y la dificultad, muchas veces, no está tanto en resistir ataques, sino en superar esos momentos de oscuridad o de penumbra por los que todos pasamos en algún momento.

También los Reyes Magos de Oriente tuvieron sus momentos oscuridad, según cuentan los Evangelios. Cuando llegaron a Jerusalén, habían abandonado sus tierras y sus reinos, guiados solamente por el signo confuso de una estrella. Habían asumido la aventura de lanzarse a buscar lo desconocido, arrastrados por algo que tampoco era una llamada llena de evidencias. Y probablemente tuvieron que soportar alguna que otra incomprensión por lanzarse a hacer semejante viaje solo por haber visto una estrella. Y al acercarse a la gran ciudad, se encuentran con que la ciudad dormía. Y ven que los mismos sacerdotes a quienes los Magos consultaron, que sabían que el Salvador podía ya haber nacido a poquísimos kilómetros de allí, ni se han molestado en ir a comprobarlo. Incluso después de conocer la historia de la estrella, se limitaron a encaminar hacia Belén a los Magos, pero ellos siguieron durmiendo.

Preguntar a quién sabe

A pesar de todo, los Magos tuvieron la humildad de preguntar, mantuvieron su apuesta y su fe sin escandalizarse por la actitud de esos sacerdotes, llegaron hasta Belén y cumplieron su misión. Y traigo aquí este ejemplo, pensando en que quizá algunas personas que buscan el camino de su vocación pasan a veces por esto mismo. Han descubierto, tal vez entre oscuridades, el resplandor de una estrella. Han comenzado a caminar hacia ella, renunciando probablemente a la tierra firme de muchas certezas fáciles de este mundo. Han soportado los comentarios, simples o ingeniosos, de quienes consideran su entrega a Dios como algo disparatado. Y han tenido que sufrir, por último, el desconcierto de encontrar a su llegada, dentro de la Iglesia, algunos ejemplos que no resultan muy edificantes, de ciudad dormida, de desconfianza y de recelo, quizá precisamente en aquellos de quienes debían esperar ánimo y apoyo.

La tentación de los Magos es quizá una de las más difíciles de vencer en nuestro tiempo. Pero no por eso debemos dejar de seguir nuestra estrella, como ellos hicieron. Y eso aunque a veces nos sintamos rodeados del frío del ambiente, y aunque tengamos que dejar atrás la ciudad de Jerusalén y a sus dormidos habitantes.

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Fuente:Interrogantes.net

El dios que no puede negar nada / Autor: Louis de Wohl

Parece increíble, pero es así: un gran número de personas con una inteligencia aceptable en otros terrenos, cree, sin embargo, en el Dios que no puede negar nada. Se dirigen a Él con oraciones, y exigen que no sólo escuche sus oraciones, sino que las atienda. Es su obligación y su deber, y pobre de Él si no lo cumple. Porque entonces o bien se le insulta violentamente o se le deja de lado y se le ignora en el futuro, a veces hasta se llega a negar su existencia. Esas buenas gentes no se dan cuenta de que al obrar así han colocado lo más inferior por encima de todo en el sentido literal de la palabra, al haberse instituido a sí mismos en tribunal supremo, convirtiendo a Dios en su recadero, en su criado, que ha de realizar sus encargos transmitidos en forma de oración, si no quiere ser amonestado, amenazado con el despido y finalmente expulsado.

Tampoco se dan cuenta de que se comportan como el más primitivo de los fetichistas, que destruye o quema su fetiche si no «sirve». Y además proceden con su Dios con mucho mayor rigor que el que osarían emplear con un dignatario humano.

El médico que prohíbe fumar más de quince cigarrillos al día, puede por lo menos continuar con vida, no se reniega sin más de su existencia. Que el médico se empeñe en un máximo de quince cigarrillos es sin duda una decisión dura, pero hay que admitir que lo hace con buena intención. Piensa en lo mejor para uno. El alcalde, el concejal, el tío rico, cualquier funcionario, todos los jefes militares, el marido, la mujer, e incluso los subordinados, todos pueden decir que no sin que por ello sean despedidos bruscamente. Pero Dios no puede permitírselo; a Dios no se le conceden circunstancias atenuantes. Tiene que hacer lo que nosotros queremos, según el principio de los hidalgos campesinos prusianos: «Nuestro rey absoluto será, si hace nuestra voluntad».

¿Acaso no alumbra en estas cabezas, ni siquiera algunas veces, la idea de que el Omnisapiente sabe también muy bien por qué nos niega nuestro deseo? ¿Que lo sabe incluso en aquellas ocasiones en que no somos capaces de imaginarnos en absoluto por qué?

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Traducción: Carmen Shàd de Caneda
ConoZe.com

Descansar / Autor: Enrique Monasterio

— ¿Qué vas a hacer este verano?

Elena y Sofía, sentadas en el suelo del pasillo, hacen planes, entre examen y examen agarradas a sendas latas de cocacola light. Sofía pone cara de mártir antes de responder:

— Descansar.

Por supuesto, ninguna de las dos presenta síntomas alarmantes de agotamiento. Si acaso unas leves ojeras, mínima secuela del estudio o del botellón nocturno. A los veinte años, el verbo descansar es pura exageración, una metáfora de significado impreciso.

Aparece Ramón y dice que él se va a Noruega quince días ("a ver los fiordos; ya le mandaré una postal"). Luego, viajará a Toronto con el Papa, y a la vuelta a lo mejor va a Jerez con unos amigos. O a Santander, aunque tampoco está muy seguro.

— No vives mal –le digo tratando de disimular la envidia que me corroe–.

— Bueno, todo el año currando..., hay que descansar un poco.

Cansarse para descansar

Para descansar es preciso estar cansado, y uno piensa que a estos chavales no hay forma humana de agotarlos. Por eso, su descanso suele ser de lo más fatigoso, y cuando regresen en octubre necesitarán una pausa de inactividad absoluta para superar el inevitable síndrome post vacacional.

Sin embargo tienen razón: todos necesitamos descansar, pero no sólo del trabajo. Hay mil cosas en la vida que agotan bastante más. Me revienta hablar del estrés, pero existe aunque se abuse del término hasta el colmo de la cursilería. Por eso no está mal mirar hacia el verano con la esperanza de recuperar algunas energías.

Otros sanos descansos

¿Qué plan os propongo? Éste es el mío:

— Descansar del Ayuntamiento, de sus zanjas, y del estrépito de los martillos neumáticos que ya han trepanado suficientemente nuestros urbanos tímpanos. (Yo, de paso, descansaré de los perritos madrileños y de los aromáticos restos orgánicos que depositan en las aceras.)

— Descansar de las tertulias radiofónicas y televisivas. Por favor, señores contertulios, tómense unas largas y reparadoras vacaciones; olvídense de interrumpirse los unos a los otros con el ingenio que les caracteriza; renuncien por unos meses a agitar las madrugadas de los automovilistas solitarios. (En todo caso, aunque sigan ahí, conmigo no cuenten: yo descanso).

Hay mucho de qué descansar

— Descansar de los insultos que propinan unos políticos a otros; de las invectivas contra los árbitros, contra el gobierno o contra la oposición; contra los futbolistas del equipo contrario o del propio. (Si alguna vez he insultado a alguien, aunque sea en voz baja, hago ahora el propósito de no volverlo a hacer. Más que nada porque cansa una barbaridad).

— Descansar de las disputas sobre meras palabras. Ya se lo dijo San Pablo a Timoteo: "no sirven para nada, y son catastróficas para los oyentes". ¿No tenéis la impresión de que la mayor parte de los debates políticos son pura y agotadora verborrea?

— Descansar de la revistas y de los programas del corazón y otras vísceras. Es cierto que en verano suelen estar más activos que nunca y hacen su agosto en agosto explotando la estupidez estival. Pero hay que defenderse: si es necesario, tiremos la tele al mar para descansar un poco.

— Si nos dejan, descansar también de los atascos y del tráfico; del lenguaje de los cláxones –impacientes, gruñones, acusadores, camorristas o simplemente bullangueros–, que ponen incandescente mi vieja y entrañable úlcera de duodeno.

— Pero, sobre todo, hay que descansar de lo que más agota: de la soberbia, la envidia, la codicia, la lujuria…, es decir, de los siete pecados capitales y de la reata de pecados provinciales que uno, por desgracia, va acumulando con los años. El egoísmo, que los resume todos, puede fatigar hasta la extenuación.

Lo que más descansa

Gracias a Dios, el remedio está al alcance de cualquier fortuna: el Sacramento de la Penitencia. Una confesión personal, sincera, serena y profunda, puede ser más saludable que el primer baño del verano. No hay mejor forma de ponerse a tono, de preparar el alma para descubrir que lo que realmente descansa no es la huida del trabajo, ni las caravanas hacia la costa, ni el tostadero de la playa, ni las siestas eternas, sino el cariño de la familia, el encuentro con los amigos, el diálogo con Dios y la generosidad con todos.

Jesús nos lo explicó muy bien en el Evangelio: "venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros, y encontraréis descanso para vuestras almas"

Como casi siempre, enseño el artículo al que tengo más cerca.

— Usted lo que quiere es el descanso eterno –me dice Luis–.

— Por supuesto; pero sin prisas.

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Fuente: Fluvium.org

jueves, 29 de noviembre de 2007

¿Qué guardas en tu corazón? / Autores: Conchi y Arturo


"Se presentaron donde él su madre y sus hermanos, pero no podían llegar hasta èl a causa de la gente, le anunciaron: Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte. Pero él les respondió: Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen." (Lc. 8, 19-21)

En artículos anteriores hemos hablado de buscar y vivir la voluntad de Dios como único camino hacia la salvación y medio de tener una vida plena en éste mundo. Esto comporta cada día dar un pequeño paso en el abandono a la Divina Providencia y en crecer en la humildad. O sea, crecer hacia el Padre haciéndome más y más pequeñito, pasando más y más desapercibido como YO, el SER egoísta que la vida y la sociedad nos ayuda tanto a alimentar. Nuestro EGO nos convierte en un monstruo enorme que somos incapaces de dominar y que acaba con nuestra vida como hijos de Dios, como Templos del Espíritu Santo y como madre y hermanos de Jesús que escuchan su palabra y la ponen en práctica.

Damos pie a que nuestro corazón se convierta en aquel Templo sagrado en el que Jesús enseñaba y del que los vendedores hicieron una cueva de ladrones, de engaño, de manipulación. El Hijo de Dios hecho hombre no pudo soportar tanto desprecio hacia su Padre y cogiendo un látigo los echó a todos de allí: "Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de que está escrito: El celo por tu Casa me devorará". (Jn. 2, 13-17)

Comportandonos como vendedores

¿Nos devora el celo por la Casa de nuestro Padre?. ¿Por mantener puro e inmaculado nuestro Templo?. ¿Por procurar que ningún otro "dios" habite en él?. ¿Hemos dejado paso a los vendedores o comerciales que todos llevamos dentro?. ¿Vendemos palomas o vendemos ya bueyes y no somos conscientes?. Verdaderamente nadie es o puede hacerse santo por sus propios méritos, sino por gracia de Dios, pero tenemos tendencia a caer en la monotonía y acostumbrarnos a ver ciertas conductas y acontecimientos como normales o como que ya no puedo hacer nada por cambiarlos, porque están instaurados en mí y yo soy así.

Al igual que cada poco tiempo limpiamos nuestras casas, quitamos el polvo de los muebles, lavamos la ropa, etc... Así debemos tomar conciencia con la oración de aquellos tics, defectos, impulsos de carácter, vocabulario, gestos, acomodamientos, omisiones..., que caracterizan mi forma de ser. Nuestras emociones y mecanismos de defensa me hacen ser manipulador, egoísta, tener mal genio, impaciente, interesado, despiadado, mentiroso, vago...Jesús jamás tendría estas actitudes con los demás. Los vendedores del espíritu del mundo ocupan nuestro corazón y nos impulsan a ser comerciantes y comerciales compulsivos que buscan su propio interés y satisfacción inmediata.

Hoy! Este mensaje, articulo o enseñanza es para mí o para ti, no para aplicárselo a los demás. Soy yo quien necesita cambiar. No me hace bien lavarme las manos como Pilatos y exigir que mejoren únicamente los otros.Yo soy quien necesita sencillez para aceptar errores, y mucha dedicación para corregir defectos. Soy yo el llamado a seguir al Señor y dar lo mejor de mí mismo. Hoy es el día para convertirme. Me engaño al prometer un cambio para un mañana que nunca llega. "Hoy quiero perdonar, hoy quiero amar, hoy quiero renacer. hoy quiero dejar de ser parte del problema y ser parte de la solución, en mi hogar y en mi trabajo. Este mensaje no es sólo para este familiar o aquel amigo, es para mi, como debieran ser todos. El cambio debe empezar por mí, ¿Cuándo? ¡Hoy mismo!.

A lo largo de la Biblia, desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo, encontramos testimonios de como ha ido cambiando la vida de personas que vivían en situaciones difíciles y extremas y para las cuales sólo ha existido un hilo conductor: buscar y vivir la voluntad de Dios.

* ABRAHAM

Abraham es el ejemplo de fe por excelencia. Un hombre sencillo, de su tierra al que Yaveh había bendecido en bienes y al que había llamado a dejar su tierra, a su padre y toda la seguridad que tenía. Un buen día escucha la voz de Dios y le dice que le dará otra tierra para establecerse con todos los suyos. Además, ya era mayor y no tenía descendencia. El Altísimo le anuncia que será padre de un hijo.

¿Qué tenia de especial Abraham?, ¿Era un modelo de hombre bueno y justo?. No tenemos muchos datos sobre él. Uno es que estuvo a punto de ofrecer a su hijo Isaac a Dios en sacrificio cuando éste se lo pidió. Era lo más grande que tenía, lo que había deseado y esperado toda su vida. Sin embargo, hasta llegar a ese punto de entrega también había sido un hombre con sus debilidades y sus miedos, con dudas y momentos de falta de fe.

Cuando sale de su país se dirige a Egipto. Allí tiene miedo de que por la hermosura de su mujer alguien pueda matarlo para quitársela. Así es como decide que ella se haga pasar por su hermana y Sara es llevada ante el faraón, quien la toma junto a él. Cuando Dios castiga al faraón y su familia, éste le pregunta a Abraham porque lo ha engañado y tienen que marcharse.

También, cuando Dios hace con él la Alianza y le promete un hijo propio, Abraham y Sara, no creen. Sara le da a su esclava para que sea ella quien conciba ese hijo y Abraham acepta. Esto no era exactamente lo que Yaveh le había anunciado. A pesar de ello Dios mantiene su promesa, bendice al hijo que tiene con la esclava y les sigue protegiendo. Abraham escucha y espera la voluntad de Dios en sus pecados y limitaciones.

Sus descendientes siguieron esperando y guiándose por la promesa de Dios hecha a Abraham, renovada en Isaac y posteriormente en Jacob, José, Moisés...

* JOSÉ

José es el hijo predilecto de Jacob, es su debilidad, es un muchacho inteligente, educado y espiritual; muy diferente de sus hermanos mayores, bastante más toscos y brutos que él, acostumbrados al trabajo duro y a las adversidades de la vida.

José es muy joven y hasta ahora ha estado muy protegido por sus padres. Sus hermanos le envidian por ser el favorito de su padre y por cómo Dios se manifiesta a través de él, dándole sabiduría y discernimiento, ellos piensan que José se cree superior y cuando tienen oportunidad lo venden como esclavo, aunque algunos de ellos estaban dispuestos a matarle.

Pongámonos primero en la piel de los hermanos que acaban de cometer una gran traición hacia Dios, hacia su hermano, hacia su padre, a quien engañan haciendo creer que su hijo ha sido devorado por una fiera salvaje, y hacia ellos mismos. ¿Qué vendedores había en el corazón de estos hombres que no se mostraron temerosos de Dios?. Les "iluminó" el odio, la envidia, el deseo de venganza, la mentira, creyeron que sin José sus problemas desaparecerían. Sucedió todo lo contrario, sólo consiguieron aumentarlos pues ahora tenían que luchar contra sus conciencias que denunciaban sus actos continuamente.

Ahora miremos a José. Él ama a su familia, venera a Dios y se encuentra, primero en un pozo encerrado y luego en manos de unos extraños entregado por sus hermanos. Es una situación que podría trastornar psicológica y emocionalmente a cualquiera. No entiende nada, está asustado, piensa que nunca volverá a ver a sus seres más queridos, está roto de dolor por lo que han hecho sus propios hermanos, ¿qué va a ser de mí ahora?

¿Qué le queda a José para seguir adelante?. Dios, su Dios en medio de extranjeros, con costumbres y dioses diferentes. José entrega su confusión y su miedo a Yaveh en todos los acontecimientos que le tocan vivir, en los buenos y en los malos. Cuando es bendecido y digno de confianza de los jefes egipcios y cuando es difamado y encarcelado. Cuando es nombrado primer ministro del faraón y se convierte en el hombre más poderoso de todo el país; y a la hora de acoger, ayudar y perdonar a sus hermanos, incluso en esos momentos, José siempre es el mismo. Su corazón mira a Dios y lo bendice y alaba porque entiende que todo ha entrado dentro de sus planes de salvación. Incluso el arrepentimiento de sus hermanos, estos hijos de Jacob, los doce, son las cabezas de las doce tribus de Israel. ¡Cuánto debieron meditar estos hechos en sus corazones durante los años que vivieron!

* MOISÉS

Escogido y protegido por Dios desde el momento de su nacimiento en el que se vive un preludio de lo que será después la matanza de los inocentes por parte de Herodes queriendo acabar con Jesús. También el faraón decide que deben morir todos los niños judíos. Moisés, dejado en el río en una canastilla por su hermana, es encontrado y educado por la hermana del faraón como un príncipe de Egipto. Criado en un ambiente de seguridad y superioridad, va tomando conciencia de su origen, de la situación de su pueblo. En su corazón nace rechazo por el comportamiento de los egipcios hacia los judíos, hasta el punto de que se llena las manos de sangre matando a un egipcio que maltrataba a un judío. Sabiendo lo que había hecho y cual era el castigo, huye y empieza una nueva vida.

Al cabo de los años, Yaveh le llama y deja a su mujer e hijos para emprender una misión humanamente imposible, de locos. ¿Qué sabía Moisés del Dios de los judíos?. ¿Qué podía pensar, y más importante aún, sentir su corazón ante este acontecimiento?. "¿Por qué me voy a complicar la Vida?. Me matarán si vuelvo, el faraón se va a reír de mí, incluso los judíos ¿qué dirán?. ¿Quién soy yo para decir que me ha enviado Dios?," etc. No sabemos, pero pongámonos cada uno en su lugar.

Fue fiel en la desconfianza inicial de los judíos en Egipto, en la cerrazón del faraón, en la huida y paso del Mar Rojo, en 40 años de desierto, en tierra de nadie, llena de incomodidades, inhóspita y acompañado de gente rebelde, infiel, caprichosos. Nunca están contentos, no acaban de volverse y abrir su corazón a Dios, le niegan una y otra vez. Pero él siguió adelante, porque escuchó su voz y la puso en práctica y con él, su hermano Aarón y su hermana Miriam y otras personas realmente temerosas de Dios.

Aarón y su descendencia fueron nombrados por Dios pueblo sacerdotal, ejemplos de entrega, tanto él como su hijo Eleazar fueron muy respetados en Israel.

* PINJÁS

Era nieto de Aarón e hijo de Eleazar, también fué un sacerdote reconocido por su celo hacia Dios y su Ley. En uno de los momentos en que el pueblo era infiel a Dios, dejándose seducir y uniéndose a pueblos extranjeros, adorando a sus dioses y ofreciendo sacrificios, sufrieron una epidemia que costó la vida a muchos judíos. Moisés y los sacerdotes trataban el tema y un judío desafiando a todos tomó a una extranjera y la llevó a su tienda. Pinjás, cogió una lanza y los atravesó a los dos, no pudiendo soportar esa afrenta hacia su Dios. En ese momento paró la epidemia, porque hubo un hombre que escuchó la palabra de Dios y la puso en práctica.

* MATATIAS

Fue un sacerdote respetado en su época, padre de los llamados Macabeos. Le tocó ver cómo Israel era invadido por reyes extranjeros que destruyeron y saquearon todo el país. Profanaron el Templo de Jerusalén y se llevaron todas las cosas de valor. Hubo judíos que se aliaron con los invasores, que renegaron de Dios y de su Ley Sagrada, se convirtieron a sus costumbres y adoraron a sus dioses, les ofrecieron sacrificios abominables.

También hubo una gran multitud que permanecieron fieles a su fe y que se jugaron la vida, e incluso la perdieron, por desafiar los edictos reales: quemar lo Libros de la Ley, no circuncidar a los hijos, comer cosas impuras, ofrecer en holocausto animales considerados impuros como el cerdo.

Muchos se unieron y lucharon contra los opresores, liderados primero por Matatías y posteriormente por sus hijos, defendieron la Alianza con Dios. Matatías antes de morir les bendijo y les dejó como testamento lo que había guardado como Tesoro Sagrado en su corazón:

"Cuando se acercó su muerte, Matatías dijo a sus hijos: «Ahora mandan los insolentes y los violentos; es un tiempo de crisis en que Dios descarga su enojo. Por eso, hijos míos, tengan celo por la Ley y arriesguen su vida para defender la Alianza de nuestros padres. Acuérdense de las hazañas que nuestros padres cumplieron en su tiempo, y alcancen también ustedes la gloria y la fama que no perecen.
Acuérdense de Abraham, que se mostró fiel en la hora de la prueba y, por eso, Dios lo consideró justo. José, en el tiempo de su desgracia, observó el mandamiento de Dios y pasó a ser el señor de Egipto. Finjas, nuestro padre, por su gran celo, recibió el sacerdocio para él y sus hijos para siempre. Josué llegó a ser jefe de Israel porque había sido cumplidor. Caleb obtuvo su herencia en esta tierra porque había proclamado la verdad frente al pueblo reunido. A David, por su piedad, le fue concedido el trono de un reino que no tendrá fin. Elías, por su ardiente celo por la Ley, fue arrebatado hasta el cielo. Ananías, Azarías y Misael fueron salvados de las llamas por haber tenido fe. Daniel, por su rectitud, fue liberado de la boca de los leones. Recorran, pues, todos los siglos y verán que quienes confían en Dios jamás serán defraudados.
No se acobarden ante las amenazas de un hombre impío, porque su gloria terminará en estiércol y en gusanos. Hoy es ensalzado y mañana desaparecerá; habrá vuelto al polvo de donde vino y no quedará nada de sus proyectos. Ustedes, hijos míos, cobren ánimo, y manténganse firmes en la Ley, que de ella recibirán la gloria."

(1 Mac. 2,49-64)

* DANIEL

Vivió durante la deportación de Israel en país extranjero. Desde bien joven sobresalió por su entrega a Dios y éste le bendijo con una sabiduría y discernimiento sin igual, superando a los ancianos más venerados. Sólo él supo interpretar los sueños, según los designios de Dios, de los diferentes reyes que gobernaron aquel país. No temió por su vida cuando tuvo que decir cosas desagradables para ellos, ni cuando en dos ocasiones le pusieron en el foso de los leones por dar testimonio del Dios verdadero y negarse a adorar a dioses falsos y transgredir las Leyes Santas. Yaveh siempre le protegió cómo prueba de su divinidad y de que su poder está al lado de aquellos que le adoran en espíritu y en verdad.

Siendo Daniel un muchacho, se produjo un gran escándalo. Cuando dos jueces ancianos, escogidos por el pueblo, acusaron falsamente de adulterio a Susana, una mujer muy bella y de gran fe de la que se habían enamorado y que se negó a sus deseos por temer a Dios más que a los hombres. Ante el Tribunal, los dos ancianos declararon contra ella. Susana puso la defensa de su inocencia en manos de Dios, y sin juicio ni prueba, sólo el testimonio de los jueces, todos decidieron que debía morir.

Cuando la llevaban a matar, entre la muchedumbre, gritó Daniel: "¡Soy inocente de la sangre de esta mujer!". La gente se volvió y le preguntaron que quería decir, él les hizo volver al Tribunal y allí, con la sabiduría del Espíritu Santo, demostró que los dos ancianos mentían y que Susana no había hecho nada de lo que era acusada; así que los mentirosos recibieron el castigo que preparaban para ella.

Hay muchos más testimonios en el Antiguo Testamento de cómo los hijos de Israel fueron reconociendo la voz de Dios, hasta convencerse de que era el único Dios verdadero en un mundo lleno de ídolos muertos.

Ellos que no conocían al Padre, tal y como Jesús nos lo reveló muchísimos años después, escucharon su Voz y vivieron su Palabra, todos ellos forman la família de madres y hermanos de Jesús, porque creyeron, aunque aun no entendieran su profundidad, la promesa de Salvación de Dios, hecha vida en Jesucristo y a pesar de sus pecados, errores y debilidades se pusieron en sus manos y se dejaron moldear.

"No hagan nada por rivalidad o vanagloria. Que cada uno tenga la humildad de creer que los otros son mejores que él mismo. No busque nadie sus propios intereses, sino más bien preocúpese cada uno por los demás. Tengan unos con otros las mismas disposiciones que estuvieron en Cristo Jesús: El, siendo de condición divina, no se apegó a su igualdad con Dios, sino que se redujo a nada, tomando la condición de servidor, y se hizo semejante a los hombres. Y encontrándose en la condición humana, se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte en una cruz. Por eso Dios lo engrandeció y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al Nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y entre los muertos, y toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre."
[(Flp.2,3-11)

Bendigamos a Dios alabándole con el canto de Ananías, Azarías y Misael, cantando en el horno encendido en medio de las llamas totalmente ilesos, protegidos por el ángel del Señor. Dándole gracias por haber puesto sus ojos en nuestras pobres personas, por pronunciar nuestros nombres y darnos la gracia de escuchar su voz, que ha dado sentido a nuestras vidas. Pese a las dificultades que pasemos y caidas que tengamos, pidamos la gracia de volver siempre nuestra mirada a Él que siempre es fiel a su promesa de Salvación:

"Entonces los tres, a coro, se pusieron a cantar, glorificando y bendiciendo a Dios dentro del horno, y diciendo:
Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres, alabado y exaltado eternamente.
Bendito sea tu santo y glorioso Nombre, cantado y exaltado eternamente.
Bendito seas en el templo de tu santa gloria, cantado y alabado eternamente.
Bendito seas en el trono de tu reino, cantado y glorificado eternamente.
Bendito seas tú, que sondeas los abismos, que te sientas sobre querubines, alabado y ensalzado enternamente.
Bendito seas en el firmamento del cielo, alabado y glorificado eternamente.
Obras todas del Señor, bendíganlo, alábenlo, ensálcenlo eternamente.
Angeles del Señor, bendíganlo, alábenlo y glorifíquenlo eternamente.
Cielos, bendigan al Señor, alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Aguas todas del cielo, bendigan al Señor, alábenlo y exáltenlo eternamente.
Potencias todas del Señor, bendigan al Señor, alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Sol y luna,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Astros del cielo,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Lluvia y rocío,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Vientos todos,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Fuego y calor,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Frío y ardor,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Rocíos y escarchas,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Hielos y frío,
alábenlo y ensálcenlo enternamente.
Heladas y nieves,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Noches y días,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Luz y tinieblas,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Rayos y nubes,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Tierra,
alábalo y ensálzalo eternamente.
Montes y cerros,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Todo lo que brota en la tierra,
alábelo y ensálcelo eternamente.
Vertientes,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Mares y ríos,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Ballenas y peces,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Aves todas del cielo,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Fieras y animales,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Hijos de los hombres,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Israel, alábalo y ensálzalo eternamente.
Sacerdotes del Señor,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Servidores del Señor,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Espíritus y almas de los justos,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Santos y humildes de corazón,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Ananías, Azarías, Misael,
bendigan al Señor,
alábenlo y ensálcenlo eternamente.
Porque él nos ha arrancado del infierno, nos ha salvado de manos de la muerte, nos ha librado del horno de ardientes llamas y nos ha sacado de en medio de ellas.
Den gracias al Señor, porque es bueno, porque su misericordia es eterna.
Todos los que adoran al Señor, bendigan al Dios de los dioses, alábenlo y reconózcanlo porque su misericordia es eterna."

(Dn. 3, 51-90)

Ahora reza desde el corazón:

Señor,
en el silencio de este día,
vengo a pedirte la paz,
la prudencia, la fuerza.
Hoy quiero mirar el mundo
con ojos llenos de amor,
ser paciente, comprensivo,
dulce y prudente.
Ver por encima de las apariencias,
a tus hijos como Tú mismo los ves,
y así no ver más que el bien
en cada uno de ellos.
Cierra mis oídos a toda calumnia,
guarda mi lengua de toda maldad,
que sólo los pensamientos caritativos
permanezcan en mi espíritu,
que sea benévolo y alegre,
que todos los que se acerquen a mí
sientan tu presencia.
Revísteme de Ti, Señor,
y que a lo largo de este día yo te irradie.
Amén.

«¡Bienaventurados Los Que Ahora lloráis!» - La bienaventuranza de los afligidos / Autor: Raniero Cantalamessa, OFM Cap.


Las bienaventuranzas han conocido, dentro del propio Nuevo Testamento, un desarrollo y aplicaciones diferentes, según la teología de cada evangelista o las necesidades nuevas de la comunidad. A ellas se aplica lo que San Gregorio Magno dice de toda la Escritura, que ella «cum legentibus crescit» [1], crece con quienes la leen, revela siempre nuevas implicaciones y contenidos más ricos, de acuerdo con las instancias y los interrogantes nuevos con los que se lee.

Mantener la fe en este principio significa que también hoy nosotros debemos leer las bienaventuranzas a la luz de las situaciones nuevas en las que nos encontramos viviendo, con la diferencia, se entiende, de que las interpretaciones de los evangelistas están inspiradas, y por ello normativas para todos y para siempre, mientras que las de hoy no comparten tal prerrogativa.

1. Una nueva relación entre placer y dolor

Omitiendo la bienaventuranza de los pobres que hemos meditado en un Adviento precedente, concentrémonos en la segunda bienaventuranza: «Bienaventurados los afligidos porque serán consolados» (Mt 5, 4). En el evangelio de Lucas, donde las bienaventuranzas, que son cuatro, están en forma de discurso directo y reforzadas por una advertencia, la misma bienaventuranza suena así: «Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis». «¡Ay de vosotros, los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis!» (Lc 6, 21.25).

El mensaje más formidable está contenido precisamente en la estructura de esta bienaventuranza. Ésta se permite recoger la revolución que el evangelio obró respecto al problema del placer y dolor. El punto de partida –común tanto al pensamiento religioso como al profano- es la constatación de que en esta vida placer y dolor son inseparables; se suceden el uno al otro con la misma regularidad con la que a la elevación de una ola en el mar le sigue un hundimiento y un vacío que succiona al náufrago mar adentro.

El hombre busca desesperadamente separar a estos dos hermanos siameses, aislar el placer del dolor. Pero es inútil. Es el mismo placer desordenado el que se vuelve contra él y se transforma en sufrimiento, o de improviso y trágicamente, o un poco a la vez, en cuanto es por su naturaleza transitorio y genera cansancio y náusea. Es una lección que nos llega de la crónica diaria y que el hombre ha expresado de mil maneras en su arte y en su literatura. «Un no sé qué de amargo –escribió el poeta pagano Lucrecio- brota de lo íntimo de cada placer y nos angustia ya en medio de nuestras delicias» [2].

La Biblia tiene una respuesta que dar a esto, que es el verdadero drama de la existencia humana. Hubo desde el inicio una elección del hombre, hecha posible desde su libertad, que le llevó a orientar exclusivamente hacia las cosas visibles la capacidad de gozo de la que estaba dotado para que aspirara a gozar del Bien infinito que es Dios.

Al placer, elegido contra la ley de Dios y simbolizado por Adán y Eva que saborean el fruto prohibido, Dios permitió que le siguieran el dolor y la muerte, más como remedio que como castigo. A fin de que no ocurriera que, siguiendo a rienda suelta su egoísmo y su instinto, el hombre se destruyera del todo y destruyera cada uno a su prójimo. Así, al placer vemos como se le adhiere, como su sombra, el sufrimiento.

Cristo rompió por fin esta cadena. Él, «a cambio de la gloria que se le proponía, soportó la cruz» (Hebreos 12, 2). Hizo, en resumen, lo contrario de lo que hizo Adán y de lo que hace cada hombre. «La muerte del Señor –escribió San Máximo el Confesor-, a diferencia de la de los demás hombres, no era una deuda pagada por el placer, sino más bien algo que era arrojado contra el placer mismo. Y así, a través de esta muerte, cambió el destino merecido por el hombre» [3]. Resucitando de la muerte, Él inauguró un nuevo género de placer: el que no precede al dolor, como su causa, sino que le sigue, como su fruto.

Todo esto es maravillosamente proclamado por nuestra bienaventuranza, que a la secuencia risa-llanto le opone la secuencia llanto-risa. No se trata de una sencilla inversión de los tiempos. La diferencia, infinita, está en el hecho de que en el orden propuesto por Jesús es el placer, no el sufrimiento, el que tiene la última palabra y, lo que importa más, una última palabra que dura eternamente.

2. «¿Dónde está tu Dios?»

Procuremos ahora entender quiénes son exactamente los afligidos y los que lloran, proclamados bienaventurados por Cristo. Los exégetas excluyen hoy, casi unánimemente, que se trate de afligidos sólo en sentido objetivo y sociológico, gente a la que Jesús proclamaría bienaventurada por el solo hecho de sufrir y de llorar. El elemento subjetivo, esto es, el motivo del llanto, es determinante.

¿Y cuál es este motivo? La vía más segura para descubrir qué llanto y qué aflicción son proclamados bienaventurados por Cristo es ver por qué se llora en la Biblia y por qué lloró Jesús. Descubrimos así que existe un llanto de arrepentimiento, como el de Pedro tras la traición, un «llorar con quien llora» (Rm 12, 15), de compasión por el dolor ajeno, como lloró Jesús con la viuda de Naím y con las hermanas de Lázaro; el llanto de exiliados que anhelan la patria, como el de los judíos en los ríos de Babilonia... Y muchos otros.

Desearía sacar a la luz dos de los motivos por los que se llora en la Biblia y por los que lloró Jesús que me parece que merecen particular meditación en el momento histórico que estamos viviendo.

En el Salmo 41 leemos:

«Mis lágrimas son mi pan de día y de noche,
Y a lo largo del día me repiten: “¿Dónde está tu Dios?”...
Mis huesos se quebrantan,
mis opresores me insultan,
y me repiten a lo largo del día: “¿Dónde está tu Dios?”».

Nunca esta tristeza del creyente por el rechazo presuntuoso de Dios a su alrededor ha tenido tanta razón de ser como hoy. Después del período de relativo silencio posterior al ateísmo marxista, estamos asistiendo a un resurgimiento de un ateísmo militante y agresivo, con marca de origen científico o cientista. Los títulos de algunos libros recientes son elocuentes: «Tratado de ateología», «La ilusión de Dios», «El fin de la fe», «Creación sin Dios», «Una ética sin Dios»... [4].

En uno de estos tratados se lee la siguiente declaración: «Las sociedades humanas han elaborado varios medios ordinarios de conocimiento, generalmente compartidos, a través de los cuales se puede comprobar algo. Quien afirma la existencia de un ser no cognoscible con esos instrumentos, debe asumir la carga de la prueba. Por esto me parece legítimo sostener que, mientras no se pruebe lo contrario, Dios no existe» [5].

Con los mismos argumentos se podría demostrar que tampoco existe el amor, dado que no es comprobable con los instrumentos de la ciencia. El hecho es que la prueba de la existencia de Dios no se encuentra en los libros ni en laboratorios de biología, sino en la vida. En la vida de Cristo ante todo, en la de los santos y en la de los innumerables testigos de la fe. Se encuentra también en la tan despreciada prueba de los signos y milagros que Jesús mismo daba como prueba de su verdad y que Dios sigue dando, pero que los ateos rechazan a priori, sin tomarse siquiera la molestia de examinarla.

Motivo de tristeza del creyente, como para el salmista, es la impotencia que experimenta frente al desafío: «¿Dónde está tu Dios?». Con su misterioso silencio, Dios llama al creyente a compartir su debilidad y derrota, prometiendo sólo en estas condiciones la victoria: «La debilidad de Dios es más fuerte que los hombres» (1 Co 1, 25).

3. «¡Se han llevado a mi Señor!»

No menos doloroso es hoy, para el creyente cristiano, el rechazo sistemático de Cristo en nombre de una investigación histórica objetiva que, en ciertas formas, se reduce a lo más subjetivo que se pueda imaginar: «fotografías de los autores y de sus ideales», como apunta el Santo Padre en las páginas introductorias de su próximo libro sobre Jesús. Asistimos a una carrera para ver quién logra presentar un Cristo más a la medida del hombre de hoy, despojándole de toda prerrogativa trascendente. A la pregunta de los ángeles: «Mujer, ¿por qué lloras?», María de Magdala, la mañana de Pascua, respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto» (Jn 21, 13). Un motivo de llanto que podríamos hacer nuestro.

Siempre ha existido la tendencia a revestir a Cristo de los ropajes de la propia época o de la propia ideología. En el pasado, en cambio, si bien discutibles, se trataba de causas serias y de gran suspiro: el Cristo idealista, romántico, liberal, socialista, revolucionario... Nuestra época, obsesionada por el sexo, no consigue pensar en él más que con problemas sentimentales: «Una vez más Jesús ha sido modernizado, o mejor dicho, postmodernizado» [6].

Es bueno saber de dónde viene esta corriente reciente que hace de Jesús de Nazaret el campo de pruebas de los ideales postmodernos de relativismo ético e individualismo absolutos (el llamado desconstruccionismo) y que, directa o indirectamente, está inspirando novelas, películas y espectáculos e influye también en las investigaciones históricas sobre Él. Se trata de un movimiento nacido en los Estados Unidos en las últimas décadas del siglo pasado, que tiene en el Jesus Seminar -Seminario sobre Jesús- su punto de agregación más activo.

Se le ha definido como «neoliberalismo», por su retorno al Jesús de la teología liberal decimonónica, sin vínculos ni con el judaísmo, por un lado, ni con el cristianismo y la Iglesia, por otro; un Jesús propagador de ideas morales, pero ya no de gran alcance, como en el liberalismo clásico (paternidad de Dios, valor infinito del alma humana), sino de sabiduría sencilla, de alcance sociológico más que teológico. El objetivo de estos estudiosos ya no es simplemente corregir, sino destruir, como dicen ellos, «ese error llamado cristianismo» .

Es muy significativo el discurso programático realizado por el fundador del movimiento en 1985: «Estamos a punto de embarcarnos en una empresa de gran alcance. Queremos sencilla y vigorosamente ponernos en busca de la voz de Jesús, de lo que Él dijo verdaderamente. En este proceso, plantearemos interrogantes en el límite de lo sagrado y hasta de la blasfemia para los oídos de muchos en nuestra sociedad. Como consecuencia, el camino que seguiremos podría revelarse arriesgado. Podría nacer hostilidad, pero avanzaremos a despecho de los peligros porque el problema de Jesús es lo que nos desafía, como el Everest desafía la cordada de escaladores» [7].

Jesús es liberado ya no sólo de los dogmas de la Iglesia, sino también de las Escrituras y de los Evangelios. ¿Qué fuentes quedan, en este punto, para hablar de Él, que no sea la pura y simple fantasía? Naturalmente, los apócrifos, y en primer lugar el Evangelio de Tomás, fechado incluso, según ellos, en los años 30-60 después de Cristo, antes que los Evangelios canónicos y que el propio Pablo; después, el análisis sociológico de las condiciones de vida en Galilea en tiempos de Cristo.

¿Qué imagen de Jesús se saca de ahí? Cito algunas de las definiciones que se han dado, no todas, naturalmente, compartidas por todos: «un excéntrico galileo», «el proverbial fiestero», «un sabio vagabundo o subversivo», el «maestro de una sabiduría aforística», «un campesino judío empapado de filosofía cínica» [8].

Queda por explicar el misterio de cómo es que un ser tan inocuo haya acabado en la cruz y haya podido convertirse en «el hombre que cambió el mundo». Lo que es verdaderamente para llorar no es que se escriban estas cosas (también hay que inventar algo nuevo si se quieren seguir escribiendo libros); sino que, una vez publicados, estos libros se vendan a centenares de miles, si no millones, de copias.

La incapacidad de la investigación histórico-filológica de empalmar el Jesús de la realidad con el Jesús de las fuentes evangélicas y de la Iglesia depende, a mi entender, del hecho de que aquella ignora y no se molesta en estudiar la dinámica de los fenómenos espirituales y sobrenaturales. Sería como querer oír un sonido con los ojos o ver un color con los oídos.

El estudio y la experiencia de los fenómenos místicos (¡también estos son una realidad!) muestra cómo todo un desarrollo posterior, en la vida de la propia persona o del movimiento nacido de ella, puede estar contenido en un evento, a veces en un instante (cuando se trata de un encuentro con lo divino), del cual sólo después, por los frutos, se revelan las potencialidades escondidas. Los sociólogos se acercan a esta verdad con el concepto del statu nascenti [9].

El niño o el hombre adulto se ven de una manera distinta al embrión del comienzo; sin embargo en éste todo estaba contenido. De igual manera el reino es al principio «la más pequeña de las semillas», pero está destinado a crecer y a convertirse en un gran árbol (Mt 13, 32).

El nacimiento del movimiento franciscano se presta para una comparación, naturalmente en un plano cualitativamente diferente. Las fuentes franciscanas presentan divergencias y contradicciones casi sobre cada punto de vista del Pobrecillo: sobre la visón y la palabra del crucificado de San Damián, sobre el episodio de los estigmas... De ninguna palabra del santo, excepto de los pocos escritos de su puño, se tiene la seguridad de que haya salido de su boca. Las Florecillas parecen toda una idealización de la historia.

Sin embargo, todo lo que floreció en torno y después de Francisco –el movimiento franciscano con sus reflejos en la espiritualidad, en el arte, en la literatura- depende de él; no es sino una manifestación –e incluso empobrecida- de las energías espirituales puestas en movimiento por su persona y por su vida; mejor, por lo que Dios había hecho en su vida.

Muchos, hasta entre los estudiosos creyentes, dan por descontado que el Jesús real fue, y pretendió ser, mucho menos de lo que está escrito de Él en los evangelios, que no se atribuyó tal o cual título. ¡La verdad es que Él es inmensamente más, no menos, que lo que está escrito de Él! Quién es el Hijo, sólo lo sabe el Padre y lo saben, en pequeña medida, también aquellos a quienes el Padre lo quiera revelar, en general no los doctos y los científicos, a menos que también ellos se hagan pequeños...

Pablo decía que experimentaba en el corazón «tristeza inmensa y un profundo y continuo dolor» por el rechazo de Cristo por parte de sus compatriotas (Rm 9, 1s.); ¿cómo no experimentar el mismo dolor por el rechazo de Él por parte de muchos contemporáneos nuestros, en los países de antigua fe cristiana? Por un motivo similar, por no haber reconocido en Él al propio amigo y salvador, Jesús lloró en Jerusalén...

Afortunadamente parece precisamente que se está cerrando ya un ciclo y se está pasando página en las investigaciones sobre Jesús. En una obra de tres volúmenes –de un millar de páginas cada uno- titulada «Los albores del cristianismo» («Christianity in the Making»), destinada a crear época como otros estudios suyos precedentes, uno de los máximos estudiosos vivos del Nuevo Testamento, James Dunn, tras un meticuloso análisis de los resultados de los últimos tres siglos de investigaciones, llegó a la conclusión de que no ha habido ninguna interrupción entre el Jesús que predica y el Jesús predicado, y por lo tanto, entre el Jesús de la historia y el de la fe. Ésta no nació después de la Pascua, sino con los primeros encuentros de los discípulos, quienes se hicieron discípulos justamente porque creyeron en Él, si bien al inicio con una fe frágil y aún ignorante de sus implicaciones.

El contraste entre el Cristo de la fe y el Jesús de la historia es el resultado de una «fuga de la historia», antes que de una «fuga de la fe», debidas, la una y la otra, al hecho de haber proyectado sobre Jesús intereses e ideales del momento. Se liberaba, sí, a Jesús de los ropajes de la dogmática eclesiástica, pero para ponerle encima vestidos de moda que cambiaban en cada estación. El inmenso esfuerzo de investigación en torno a la persona de Cristo no ha sido en cambio en vano, porque es precisamente gracias a él que ahora, exploradas todas las soluciones alternativas, estamos en grado de llegar críticamente a esta conclusión [10].

4. «Lloren los sacerdotes, ministros del Señor»

Existe también un segundo llanto en la Biblia sobre el que debemos reflexionar. Hablan de él los profetas. Ezequiel refiere la visión que tuvo un día. La voz poderosa de Dios grita a un misterioso personaje «vestido de lino, que llevaba a la cintura la cartera de escribir»: «Pasa por la ciudad, recorre Jerusalén y marca una tau en la frente de los hombres que gimen y lloran por todas las nefastas acciones que se cometen dentro de ella» (Ez 9, 4).

Esta visión tuvo resonancias profundas en la continuación de la revelación y de la Iglesia. Aquel signo, tau, última letra del alfabeto hebreo, por su forma de cruz se convierte en el Apocalipsis en el «sello del Dios vivo» impreso en la frente de los salvados (Ap 7, 2 s.).

La Iglesia ha «llorado y suspirado» en tiempos recientes por las abominaciones cometidas en su seno por algunos de sus propios ministros y pastores. Ha pagado un precio elevadísimo por esto. Ha corrido a poner remedio, se ha dado reglas férreas para impedir que los abusos se repitan. Ha llegado el momento, tras la emergencia, de hacer lo más importante de todo: llorar ante Dios, afligirse como se aflige Dios; por la ofensa al cuerpo de Cristo y el escándalo «a los más pequeños de sus hermanos», más que por el perjuicio y deshonor ocasionado a nosotros.

Es la condición para que de todo este mal pueda verdaderamente llegar el bien y se obre una reconciliación del pueblo con Dios y con los propios sacerdotes.

«Tocad la trompeta en Sión,
proclamad un ayuno sagrado,
convocar una asamblea...
Que entre el vestíbulo y el altar
lloren los sacerdotes, ministros del Señor, y digan:
“Perdona a tu pueblo, Señor,
y no entregues a tu heredad al oprobio,
a la burla de las gentes”». (Jl 2, 15-17).

Estas palabras del profeta Joel contienen un llamamiento para nosotros. ¿No se podría hacer lo mismo también hoy: convocar un día de ayuno y de penitencia, al menos a nivel local y nacional, donde el problema haya sido más fuerte, para expresar públicamente arrepentimiento ante Dios y solidaridad con las víctimas, obrar, en resumen, una reconciliación de los ánimos y reanudar un camino de Iglesia, renovados en el corazón y en la memoria?

Me dan el valor de decir esto las palabras pronunciadas por el Santo Padre al episcopado de una nación católica en una reciente visita ad limina: «Las heridas causadas por estos actos son profundas, y es urgente la tarea de restablecer la esperanza y la confianza cuando éstas han quedado dañadas... De este modo la Iglesia se reforzará y será cada vez más capaz de dar testimonio de la fuerza redentora de la Cruz de Cristo» [11].

Pero no debemos dejar sin una palabra de esperanza también a los desventurados hermanos que han sido la causa del mal. Sobre el caso de incesto ocurrido en la comunidad de Corinto, el Apóstol sentenció: «Que este individuo sea entregado a Satanás, con el fin de que, aunque quede corporalmente destrozado, pueda salvarse en el día del Señor» (1 Co 5,5). (Hoy diríamos: que sea entregado a la justicia humana, para que su alma obtenga la salvación). La salvación del pecador, no su castigo, es lo que le importaba al Apóstol.

Un día que predicaba al clero de una diócesis que había sufrido mucho por esta razón, me impactó un pensamiento. Estos hermanos nuestros han sido despojados de todo, ministerio, honra, libertad, y sólo Dios sabe con cuánta responsabilidad moral efectiva, en cada caso; han pasado a ser los últimos, los rechazados... Si en esta situación, tocados por la gracia, se afligen por el mal causado, unen su llanto al de la Iglesia, la bienaventuranza de los afligidos y de los que lloran pasa a ser de golpe su bienaventuranza. Podrían estar cerca de Cristo, que es el amigo de los últimos, más que muchos otros –incluido yo-, ricos de la propia respetabilidad y tal vez llevados, como los fariseos, a juzgar a quien yerra.

Pero hay una cosa que estos hermanos deberían absolutamente evitar hacer y que alguno, lamentablemente, está intentando en cambio realizar: aprovechar el clamor para sacar beneficios hasta de la propia culpa, concediendo entrevistas, escribiendo memorias, en la tentativa de hacer recaer la culpa sobre los superiores y sobre la comunidad eclesial. Esto revelaría una dureza de corazón verdaderamente peligrosa.

5. Las lágrimas más bellas

Concluyo aludiendo a un tipo de lágrimas distintas. Se puede llorar de dolor, pero también de conmoción y de alegría. Las lágrimas más bellas son las que nos llenan los ojos cuando, iluminados por el Espíritu Santo, «gustamos y vemos cuán bueno es el Señor» (Sal 34, 9).

Cuando se está en este estado de gracia, sorprende que el mundo y nosotros mismos no caigamos de rodillas y no lloremos todo el tiempo de estupor y de conmoción. Lágrimas de este tipo debían correr por el rostro de Agustín cuando escribía en las Confesiones: «Cuánto nos has amado, oh Padre bueno, que no te has reservado a tu único Hijo, sino que lo has dado por todos nosotros. ¡Cuánto nos has amado!» [12].

Lágrimas como éstas vertió Pascal la noche en que tuvo la revelación del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob que se revela por las vías del evangelio, y en una hojita de papel (hallada cosida en el interior de su chaqueta tras su muerte) escribió: «¡Alegría, alegría, lágrimas de alegría!». Pienso que también las lágrimas con las que la pecadora empapó los pies de Jesús no eran lágrimas sólo de arrepentimiento, sino también de gratitud y de gozo.

Si en el cielo se puede llorar, es de este llanto del que está lleno el paraíso. En Estambul, la antigua Constantinopla, donde el Santo Padre viajó días atrás, vivió en torno al año 1.000 San Simeón el Nuevo Teólogo, el santo de las lágrimas. Es el ejemplo más brillante en la historia de la espiritualidad cristiana de las lágrimas de arrepentimiento que se transforman en lágrimas de estupor y de silencio. «Lloraba –cuenta en una obra suya- y estaba en un gozo inexpresable» [13]. Parafraseando la bienaventuranza de los afligidos, dice: «Bienaventurados los que siempre lloran amargamente sus pecados, porque les asirá la luz y transformará las lágrimas amargas en dulces» [14].

Que Dios nos conceda gustar, al menos una vez en la vida, estas lágrimas de conmoción y de alegría.

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[1] Gregorio Magno, Commento morale a Giobbe, 20,1 (CC 143 A, p. 1003).
[2] Lucrecio, De rerum natura, IV, 1129 s.
[3] Máximo el Confesor, Capitoli vari, IV cent. 39; en Filocalia, II, Torino 1983, p. 249.
[4] Respectivamente de Michel Onfray, de Richard Dawkins, Sam Harris, Telmo Pievani, Eugenio Lecaldano.
[5] Carlo Augusto Viano, Laici in ginocchio, Laterza, Bari.
[6] J. D.G. Dunn, Gli albori del cristianesimo, I,1, Brescia, Paideia 2006, p. 81.
[7] Robert Funk, Discurso inaugural de marzo de 1985 en Berkeley, California.
[8] Cfr. J. D.G. Dunn, Gli albori del cristianesimo, I, 1, Brescia 2006, pp. 75-82.
[9] Cf. F. Alberoni, Innamoramento e amore, Garzanti, Milán 1981.
[10] Cfr. Dunn, Christianity in the Making, Grand Rapids, Michigan 2003. Se han publicado en italiano los primeros dos volúmenes del primer tomo con el título Gli albori del cristianesimo, I, La memoria di Gesú, vol. 1: Fede e Gesú storico; I, 2: La missione di Gesú, Paideia, Brescia 2006.
[11] Benedicto XVI, Discurso a los obispos de la Conferencia Episcopal de Irlanda, sábado, 28 de octubre de 2006.
[12] Agustín, Confessioni, X, 43.
[13] Simeón, el Nuevo Teólogo, Ringraziamenti, 2 (SCh 113, p. 350).
[14] Simeón, el Nuevo Teólogo, Trattati etici, 10 (SCh 129, p. 318).

Te busco a tí / Autor: P. Jesús Higueras

"Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé.
En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Los mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.
De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado.
De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.
Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada."

Mt 24, 37-44

Estamos muy equivocados. Siempre hemos pensado que el hombre ha sido un buscador de Dios, que siempre ha ansiado el infinito, la plenitud, que siempre ha buscado la felicidad y por eso ha buscado a Dios, pero no es así. Es Dios mismo el que ha buscado al hombre. Es Dios mismo el que generación tras generación, ha puesto en los corazones de todas las personas de buena voluntad esa sed de Él, y así, al comenzar éste nuevo año litúrgico, debo salir al encuentro de un Dios que me busca, que viene a por mí, que me está diciendo constantemente: “Ten cuidado, no seas frívolo ni superficial, sé consciente. Porque no eres tanto tú el que me buscas a Mí, cuanto Yo el que te busco a ti”.

El grito de Jesús a su pueblo es: “Velad, estad pendientes, estad atentos, no os distraigáis, porque cuando menos lo penséis, Dios va a venir”. Dios viene, por supuesto, en cada acontecimiento y en cada persona, pero va a venir especialmente en la Pascua de la Navidad, a la cual ya miramos con cariño y con esperanza.

En estos días, en muchas calles se encienden miles de luces y bombillas, que anuncian una alegría especial. Y ya todos comenzamos a rezar por una Pascua nueva, un paso de Dios por nuestras vidas, que arroje una nueva luz a las realidades cotidianas. No tanto que cambie las cosas por fuera, sino por dentro, sin caer en el error de pretender tener un hogar idílico, un hijo idílico, una situación de ensueño que solo existe en los anuncios y en los cuentos, fruto de la fantasía de los hombres. Mi vida es la que es, con sus luces y sus sombras, y a esa vida quiere venir Jesús, y en esas sombras y dolores tuyos quiere nacer.

Que seas muy consciente que Dios sigue llamando a las puertas como en Belén, que la historia se vuelve a repetir, que la luz vino a las tinieblas y las tinieblas no la quisieron recibir. Que Jesús llegó a su pueblo y sus habitantes le cerraron las puertas, porque no tenían sitio ni tiempo para ocuparse de alguien tan sencillo como un peregrino y una pobre mujer. Es así generalmente como suele manifestarse Dios, en la sencillez, la discreción, en el acontecimiento menos importante o menos rimbombante, pero ahí está escondido Dios.

Hoy tendríamos que pedirle al Espíritu Santo una sensibilidad para no consentir que nuestras navidades, ya próximas, se conviertan en un asunto gastronómico y comercial, sino sobre todo, que la Navidad sea esa feliz Pascua, o felices pascuas, que siempre nos hemos deseado los cristianos. Luchemos contra ésta sociedad del consumo que quiere invertir el orden de los valores y quiere transformar la Navidad en una visión idealista y materialista del bienestar.

Jesús sigue llamando y viene a tu encuentro. ¿Serás tú de los pocos que le abran la puerta el día veinticuatro, o te encontrará tan ocupado en guisar, en vestirte, en reunirte con tu familia, - la de la tierra – que no tendrás tiempo de dedicarle ni un instante, ni un minuto? Por eso, prepárate bien para su venida. Prepara tu corazón. Arregla las cosas para cuando llegue el Rey, tu puedas escucharle, adorarle y agradecer a Dios esa solidaridad y esa delicadeza que ha tenido con la humanidad; venir a nuestra tierra, a nuestra pobreza, a nuestra indignidad, para elevarnos hasta Él.

Jesús nos muestra al Padre: en la cruz / Autor: José H. Prado Flores

El culmen de la vida de Jesús son las tres horas que pasa en el patíbulo de la cruz. Ya lo había previsto:

"Cuando yo sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí": Jn 12,32.
"Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre": Jn 3,14.

La cruz es el momento supremo de Jesús. Para esta hora había venido. No fue víctima de un complot o secuestro. Él mismo se entregó para mostrar y demostrar su amor por nosotros. La cruz es la consagración perfecta de Jesús.

Si el salario del pecado es la muerte y nosotros somos pecadores, éramos merecedores de muerte eterna. Sin embargo, Cristo Jesús toma nuestro puesto y muere en lugar nuestro para que podamos tener vida en su Nombre.

Dios se arriesga a enviar a su Hijo a los viñadores, sabiendo que anteriormente han despreciado a sus siervos, a otros los han apedreado e insultado. Dios no se guarda a su Hijo amado, sino que lo entrega a nosotros. En un exceso de confianza en los viñadores, envía a su Hijo, suponiendo que lo van a respetar. ¡Hasta dónde puede llegar la confianza divina!
Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a éste, el último, diciendo: "A mi hijo le respetarán": Mc 12,6.

Si alguno ha tenido la maravillosa experiencia de que otro lo ha amado tanto que ha dado su vida por él, podrá entender un poco mejor qué significa la entrega de Cristo Jesús hasta la muerte. O si al menos contamos con alguien que ha arriesgado la vida por nosotros, o ha metido la mano al fuego a nuestro favor, entonces seremos más sensibles a lo que Dios ha hecho por nosotros. El Padre arriesgó a su Hijo por nosotros.

Sin embargo, esto también tiene su dificultad. Para quienes somos padres de familia es sumamente difícil, diríamos imposible, exponer un hijo a la muerte para que otros desconocidos, o hasta enemigos que se han rebelado contra nosotros, se salven. Esto naturalmente no se entiende. Simplemente se acepta por la fe, se acoge y se agradece el don más inimaginable que Dios pudo hacer por nosotros.

Jesús murió el día de la preparación de la Pascua; es decir, a la hora que se preparaba el cordero que se habría de sacrificar la noche de Pascua, para conmemorar la liberación de la esclavitud.

Sin embargo, la muerte de Jesús no es un sacrificio sino un holocausto. En los sacrificios se compartía la víctima con los sacerdotes o con quienes la ofrecían. En los holocaustos era consumida completamente por el fuego y se consagraba plenamente a Dios. Jesús se da totalmente en la cruz. Ya el profeta lo había vislumbrado cuando dijo: "No había en él nada digno de ser estimado, varón de dolores y sabedor de dolencias...": Is 53,3.

Da hasta la última gota de su sangre. Le despojan de sus vestidos y muere desnudo, para cubrir nuestra desnudez. Ofrece el perdón a todos, comenzando con los verdugos. Entrega su Madre a todos nosotros, como un acto de donación suprema. Confía su espíritu en las manos de su Padre, en abandono de total confianza. No le quedó nada, absolutamente nada. Por eso cuando el soldado romano traspasa su corazón brota la última gota de su sangre, con un poco de agua.

Así es Dios: Se entrega todo. No da sólo algo a nosotros. Se dona totalmente. ¿Qué cosa hubo que Dios no hubiera hecho por nosotros? Lo cedió todo cuando entregó a su Hijo amado para que nosotros pudiéramos tener vida y vida en abundancia. La prueba del amor de Dios es una moneda de dos caras.

Por un lado en Juan encontramos esta declaración:
De tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna: Jn 3,16.

Este pasaje algunas veces se traduce: “Tanto amó Dios al mundo...”. Pero el texto griego no habla de cantidad, sino de calidad: “De tal manera amó Dios al mundo...”. Dios se ha desbordado en amor por nosotros al entregarnos lo que más amaba. La muestra más grande del amor de Dios es que nos entregó a su propio Hijo.

Por otro lado, Pablo declara:
La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros: Rm 5,8.
San Pablo centra la prueba del amor de Dios no en el envío, sino en su entrega total en la cruz, cuando Jesús ofrece su vida por nosotros. Lo sublime es que lo realiza cuando nosotros todavía éramos pecadores. No lo hace cuando nos hemos convertido, sino antes, para que seamos capaces de responderle entregando nuestra vida también.

Jesús fue crucificado al medio día y muere a las tres de la tarde. En ese lapso de tiempo fue ultrajado, humillado y burlado. Hasta los ladrones que estaban a su lado lo retaban para que se bajara de la cruz. Sus enemigos también hacían mofa de él: "Bájate de la cruz y creeremos en ti". Ciertamente él había venido para que creyeran y creyendo tuvieran vida. ¿Por qué no aprovechó el cheque en blanco que le estaban firmando? Si mostraba su poder en ese momento, las autoridades se rendirían y confesarían que era el enviado de Dios. Ya no era el momento de mostrar su autoridad. Eso ya lo había hecho en Galilea y Judea por tres años, sin muy buenos resultados. Al contrario, lo acusaron de estar endemoniado y curar en sábado.

Ahora había llegado el tiempo de mostrar su amor y estaba dispuesto hasta las últimas consecuencias. Por eso no se bajó de la cruz. No buscaba admiradores de su poder sino ami-gos que supieran que alguien los amaba hasta el punto de dar su vida por ellos.

Cuando ha sido despojado de sus vestidos, crucificado y ultrajado y sus adversarios están satisfechos porque han logrado la venganza, entonces Jesús responde de manera soberana. No los acusa ni pide castigo celestial para sus verdugos. Al contrario, levanta los ojos al cielo y pide una sola cosa para sus enemigos: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen": Lc 23,34.
"No tienen culpa. Son inocentes. Si comprendieran no habrían cometido este crimen. Por eso te pido, Padre amado, perdónales". Sin duda que Dios escuchó esta oración de su Hijo amado. Frente a la tumba de Lázaro, Jesús dio gracias al Padre porque siempre lo escuchaba. Ahora que está cumpliendo el plan de salvación, evidentemente que su súplica tiene la garantía de ser respondida favorablemente.

Así es Dios: Dios nos excusa, pues sabe de qué barro fuimos hechos. Sabe que pecamos porque en pecado nacimos y pecadores fuimos concebidos en el vientre materno (Sal 51,7). Dios no es quien nos acusa de nuestros pecados ni nos descubre nuestras faltas. Él es el primero en ayudarnos, comprendernos y defendernos de cualquier acusación en contra nuestra. Dios no lleva cuenta de nuestros pecados sino que tiene piedad de nosotros según la medida de su misericordia.

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Fuente: Escuelas de Evangelización San Andrés

La espera / Autor: P. Fernando Pascual LC

«Salvados por la esperanza» («Spe salvi»), la nueva encíclica de Benedicto XVI, se publicará el 30 de noviembre.

La segunda encíclica de este pontificado continúa meditando en la segunda de las virtudes teologales, después de haber reflexionado sobre el amor en «Deus caritas est» (firmada el 25 de diciembre de 2005)

Benedicto XVI reflexiona en la carta de san Pablo a los Romanos 8, 24, en la que dice: Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve?.


Meditemos hoy sobre esta virtud de la Esperanza para prepararnos a esta Encíclica del Papa:


En una esquina, junto al bar, a la entrada de un cine, en la estación: en muchos lugares hombres y mujeres esperan.

Esperan. ¿Qué esperan? Cada uno espera a alguien. Al novio, una chica enamorada. A la novia, un chico que necesita algo de esperanza. Al hijo, el padre que lo vio partir un día hacia una guerra inesperada. Al padre, ese hijo que lo quiere otra vez en casa, después de años sin poderse abrazar.

Esperan. ¿Cuándo llegará? El tiempo pasa, los minutos se hacen eternos. Los ojos giran y giran para descubrir si aquel bulto, a lo lejos, es ese ser querido, la persona esperada, la alegría que anhela el corazón.

Unos esperan y otros son esperados. Quien camina al lugar de la cita sólo desea una cosa: que le estén esperando. Es triste llegar al cine y no encontrarse con el amigo, o regresar al pueblo y no ver a nadie en la estación. Causa un dolor inmenso descubrir que quien debía esperarnos ya no se encuentra en el mundo de los vivos...

Esperar y ser esperado. Podemos preguntarnos ahora: ¿espera Dios? ¿Le esperamos? Más allá de las nubes y más acá de las flores, donde el horizonte se viste de colores y donde los niños juegan a canicas, donde una anciana busca sus gafas oxidadas y donde un nieto deja su “nintendo” para ayudar a preparar la cena.

Dios nos espera detrás de cada pensamiento, de una lágrima, de un diploma o de un choque en carretera. Dios nos espera también cuando pecamos, cuando probamos un poco el gusto de una libertad mal usada, lejos de sus brazos y lejos, a veces, de los brazos de quienes nos aman de veras. Dios nos espera cuando permite una enfermedad o esos ratos largos, eternos, de insomnio en una noche de verano.

Nosotros, ¿esperamos a Dios? ¿Lo buscamos en la oficina, en la fábrica, en los campos que se visten de amapolas, en los jilgueros que cantan la mañana?

Esperar a Dios. No hay que ir lejos para ir a su encuentro, aunque a veces no nos resulte fácil abrir el corazón a ese cariño que nos hace desear su abrazo, porque nos abruman los mil problemas de la vida, porque nos distraen pequeños juegos o programas informáticos.

Esperar a Dios y ser esperados por Dios. El encuentro definitivo llegará, para alguno, este día.

Una estrella se apaga y otra se enciende, mientras la luna acaricia, con suave luz, una tierra que llora a los que parten, mientras los ángeles del cielo inician la fiesta del banquete. Un hijo entra en casa y es abrazado por un Padre que lo esperaba con amor eterno...

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Fuente: Catholic.net

Senadora socialista se convierte y deja política por leyes que "chocan con ética cristiana"

BARCELONA, 29 Nov. 07 / 06:32 pm (ACI/Europa Press).- La senadora socialista por Barcelona Mercedes Aroz ha comunicado su retirada de la política al finalizar la legislatura por discrepancias con la dirección del PSOE a raíz de la aprobación de leyes como el matrimonio homosexual, que a su juicio "chocan frontalmente con la ética cristiana".

En declaraciones a Europa Press, Aroz explicó que ha comunicado su decisión al Partido Socialista de Cataluña (PSC), en el que seguirá militando. Aun así, dejará su escaño, que ocupa con el mayor número de votos de la historia del Senado (1.602.225 en la última legislatura, el 53,67 por ciento).

Aroz –que fue cofundadora del PSC– anunció su "conversión" al cristianismo, tras varias décadas de ideología marxista, en un proceso de transformación personal que ha durado "varios años" y que ha culminado en su "plena integración como miembro de la Iglesia Católica".

"Mi actual compromiso cristiano me ha llevado a discrepar con determinadas leyes del Gobierno que chocan frontalmente con la ética cristiana, como la regulación dada a la unión homosexual o la investigación con embriones, y que en conciencia no he podido apoyar. En consecuencia se imponía la decisión que he tomado", afirmó.

"He querido hacer pública mi conversión para subrayar la convicción de la Iglesia Católica de que el cristianismo tiene mucho que decir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, porque hay algo más que la razón y la ciencia. A través de la fe cristiana se alcanza a comprender plenamente la propia identidad como ser humano y el sentido de la vida", indicó.

Según Aroz, "la libertad religiosa reclama el respeto y un reconocimiento positivo del hecho religioso, frente a un intento de imponer el laicismo" por parte del Estado, a la vez que reclama a éste que ponga las bases para facilitar "la educación religiosa en la escuela".

Aroz pone fin así a una larga etapa de militancia activa a lo largo de 32 años en el partido socialista, en el que ha ejercido numerosas responsabilidades orgánicas y públicas, entre ellas y durante 21 años, la de diputada y senadora en el Parlamento español.

La aún senadora fue cofundadora del PSC en el año 1978, desde la Federación Catalana del PSOE y como miembro de la comisión que elaboró las bases de la unidad de los tres partidos socialistas catalanes existentes en aquel momento: PSOE, PSC (C) y PSC (R).

Se afilió al PSOE en 1976, proveniente de la Liga Comunista Revolucionaria, y en el PSC formó parte de su dirección política durante 18 años, así como del Comité Federal del PSOE. En 1986 fue elegida diputada por Barcelona a las Cortes.

Diputada en el Congreso durante cuatro legislaturas, fue portavoz de Economía del Grupo Socialista, y adjunta a la Secretaría General en la Dirección presidida por Felipe González y Joaquín Almunia como portavoz, y posteriormente como presidente.

Senadora electa por Barcelona en las dos últimas legislaturas por la coalición Entesa Catalana de Progrés (PSC, ERC, ICV-EUiA), obtuvo 1.602.225 votos en la última legislatura, el 53,67 por ciento. En la actualidad es la portavoz de Economía y Presupuestos de su grupo parlamentario.