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miércoles, 3 de octubre de 2007

Una Oración / Enviado por Viviana Baigorria

Al regresar de un viaje misionero a su Iglesia local en Michigan, EU. Testificaba este misionero lo que Dios había hecho con él:

Mientras servía como misionero en un pequeño hospital en el área rural de Africa, cada dos semanas viajaba a la ciudad en bicicleta para comprar provisiones y medicamentos. El viaje era de dos días, y debería atravesar la jungla. Debido a lo largo del viaje debía acampar en el punto medio, pasar la noche y reanudar mi viaje temprano al dia siguiente.

En uno de estos viajes, llegué a la ciudad donde planeaba retirar dinero del banco, comprar las medicinas, los viveres y reanudar mi viaje de dos días de regreso al hospital. Cuando llegué a la ciudad, observé a dos hombres peleándose, uno de ellos estaba bastante herido. Le curé sus heridas y al mismo tiempo le hable de Nuestro Señor Jesucristo.

Después de esto, reanudé mi viaje de regreso al hospital. Esa noche acampé en el punto medio y a la mañana siguiente reanudé mi viaje y llegue al hospital sin ningún incidente.

Dos semanas más tarde repetí mi viaje. Cuando llegué a la ciudad, se me acercó el hombre al cual yo había atendido en mi anterior viaje y me dijo que la vez pasada, cuando lo curaba, el se dió cuenta que yo traía dinero y medicinas.

El agrego: "Unos amigos y yo te seguimos en tu viaje mientras te adentrabas en la jungla, pues sabíamos que habrías de acampar. Planeabamos matarte y tomar tu dinero y medicinas pero en el momento que nos acercamos a tu campamento, pudimos ver que estabas protegido por 26 guardias bien armados".

Ante esto no pude más que sonreir a carcajadas y le asegure que yo siempre viajaba solo. El hombre insistió y agrego: "no señor, yo no fui la única persona que vió a los guardias armados, todos mis amigos también los vieron, y no solo eso sino que entre todos los contamos, eran 26".

En ese momento, uno de los hermanos de la iglesia se puso en pie, interrumpió al misionero y le pregunto la fecha y hora del suceso, al misionero responderle, el hermano contó la siguiente historia:

"A la hora de su incidente en Africa era de mañana aquí. Yo me preparaba para salir cuando sentí una imperiosa necesidad de orar por usted, de hecho el llamado era tan fuerte que comencé a llamar a los hermanos de la congregación para reunirnos en el Templo a orar por usted. Hoy quisiera que los Caballeros que vinieron ese día a orar por usted, se pusieran de pie". El misionero no estaba tan preocupado por saber quienes eran ellos, más bien se dedicó a contarlos, un total de 26 hombres.

¿Alguna vez has sentido la imperiosa necesidad de orar por alguien?, pero has decidido ponerlo en tu lista de "cosas por hacer" y te has dicho: "Oraré más tarde". ¿Te ha llamado alguien alguna vez que te ha dicho?, necesito que ores por mí.

Si en alguna ocasión sientes la inquietud de orar por alguien, no vaciles en hacerlo, no lo dejes para luego. Nadie seria lastimado por una oración.

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