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martes, 4 de diciembre de 2007

Plegaria de S.S. Juan Pablo II a la Inmaculada Concepción

"Establezco hostilidades entre ti y la mujer... ella te herirá en la cabeza" (Gen 3, 15).

Estas palabras pronunciadas por el Creador en el jardín del Edén, están presentes en la liturgia de la fiesta de hoy. Están presentes en la teología de la Inmaculada Concepción. Con ellas Dios ha abrazado la historia del hombre en la tierra después del pecado original:

"hostilidad": lucha entre el bien y el mal, entre la gracia y el pecado.

Esta lucha colma la historia del hombre en la tierra, crece en la historia de los pueblos, de las naciones, de los sistemas y, finalmente de toda la humanidad.

Esta lucha alcanza, en nuestra época, un nuevo nivel de tensión.

La Inmaculada Concepción no te ha excluido de ella, sino que te ha enraizado aún más en ella.

Tú, Madre de Dios, estás en medio de nuestra historia. Estás en medio de esta tensión.

Venimos hoy, como todos los años, a Ti, Virgen de la Plaza de España, conscientes más que nunca de esa lucha y del combate que se desarrolla en las almas de los hombres, entre la gracia y el pecado , entre la fe y la indiferencia e incluso el rechazo de Dios.

Somos conscientes de estas luchas que perturban el mundo contemporáneo. Conscientes de esta "hostilidad" que desde los orígenes te contrapone al tentador, a aquel que engaña al hombre desde el principio y es el "padre de la mentira", el "príncipe de las tinieblas" y, a la vez, el "príncipe de este mundo" (Jn 12, 31).

Tú, que "aplastas la cabeza de la serpiente", no permitas que cedamos.
No permitas que nos dejemos vencer por el mal, sino que haz que nosotros mismos venzamos al mal con el bien.
Oh, , Tú, victoriosa en tu Innmaculada Concepción, victoriosa con la fuerza de Dios mismo, con la fuerza de la gracia.
Mira que se inclina ante Ti Dios Padre Eterno.
Mira que se inclina ante Ti el Hijo, de la mima naturaleza que el Padre, tu Hijo crucificado y resucitado.
Mira que te abraza la potencia del Altísimo: el Espíritu Santo, el autor de la Santidad.
La heredad del pecado es extraña a Ti.
Eres "llena de gracia".
Se abre en Ti el reino de Dios mismo.
Se abre en Ti el nuevo porvenir del hombre, del hombre redimido, liberado del pecado.
Que este porvenir penetre, como la luz del Adviento, las tinieblas que se extienden sobre la tierra, que caen sobre los corazones humanos y sobre las consciencias.
¡Oh Inmaculada!
"Madre que nos conoces, permanece con tus hijos".
Amén.

«Bienaventurados los que trabajan por la paz porque serán llamados hijos de Dios» / Autor: Raniero Cantalamessa, ofmcap.

1. El mensaje para la Jornada Mundial de la Paz

Las bienaventuranzas no están dispuestas según una sucesión lógica. Excepto la primera, que da el tono a todas las demás, se pueden considerar cada una por separado, sin que su sentido se vea comprometido lo más mínimo. El mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Paz me ha impulsado a dejar para otra ocasión la reflexión sobre la tercera bienaventuranza, la de los mansos, a fin de dedicar este encuentro a la bienaventuranza de los que trabajan por la paz. Es bueno, de hecho, que el mensaje de la paz destinado a todo el mundo sea ante todo acogido, meditado y de frutos aquí, entre nosotros, en el centro de la Iglesia.

El de este año es un mensaje para la paz a todo campo; abarca desde el ámbito más personal a los más amplios de la política, de la economía, de la ecología, de los organismos internacionales. Ámbitos diferentes, pero unificados por el hecho de tener todos como objeto primario a la persona humana, como indica el título del mensaje: «La persona humana, corazón de la paz» [íntegramente disponible en el enlace
www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/messages/peace/documents/hf_ben-xvi_mes_20061208_xl-world-day-peace_sp.html. Ndt].

Hay en el mensaje una afirmación fundamental que es como la clave de lectura de todo; dice:

«La paz es al mismo tiempo un don y una tarea. Si bien es verdad que la paz entre los individuos y los pueblos -la capacidad de vivir unos con otros, estableciendo relaciones de justicia y solidaridad- supone un compromiso permanente, también es verdad, y lo es más aún, que la paz es un don de Dios. En efecto, la paz es una característica del obrar divino, que se manifiesta tanto en la creación de un universo ordenado y armonioso como en la redención de la humanidad, que necesita ser rescatada del desorden del pecado. Creación y Redención muestran, pues, la clave de lectura que introduce a la comprensión del sentido de nuestra existencia sobre la tierra» [1].

Estas palabras ayudan a comprender la bienaventuranza de los que trabajan por la paz, y ésta, a su vez, arroja una luz singular sobre estas palabras. La inminencia de la Navidad da un tono especial, litúrgico, a nuestra meditación. En la noche de Navidad escucharemos las palabras del himno angélico: «Paz en la tierra a los hombres que ama el Señor», cuyo sentido no es: haya paz, sino hay paz; no un deseo, sino una noticia. «La Navidad del Señor -decía San León Magno- es la natividad de la paz»: Natalis Domini natalis est pacis [2].

2. Quiénes son los que trabajan por la paz

La séptima bienaventuranza dice: «Bienaventurados los que trabajan por la paz porque serán llamados hijos de Dios». Junto con la de los misericordiosos, ésta es la única bienaventuranza que no dice tanto cómo hay que «ser» (pobres, afligidos, mansos, puros de corazón), sino también qué se debe «hacer». El término eirenopoioi significa aquellos que trabajan por la paz, que «hacen paz». No tanto, sin embargo, en el sentido de que se reconcilian con los propios enemigos, cuanto en el sentido de que ayudan a los enemigos a reconciliarse. «Se trata de personas que aman mucho la paz, tanto como para no temer comprometer la propia paz personal interviniendo en los conflictos a fin de procurar la paz entre cuantos están divididos» [3].

Los que trabajan por la paz no implican, por lo tanto, un sinónimo de pacíficos, esto es, de personas tranquilas y calmadas que evitan lo más posible los choques (estos son proclamados bienaventurados en otra bienaventuranza, la de los mansos); no son tampoco sinónimo de pacifistas, si por ello se entiende aquellos que se alinean contra la guerra (con mayor frecuencia, ¡con uno de los contendientes en guerra!), sin hacer nada para reconciliar entre sí a los adversarios. El término más justo es pacificadores.

En tiempos del Nuevo Testamento pacificadores eran llamados los soberanos, sobre todo el emperador romano. Augusto situaba en la cumbre de sus propias empresas la de haber establecido en el mundo la paz, mediante sus victorias militares (parta victoriis pax), y en Roma hizo levantar el famoso Ara pacis, el altar de la paz.

Hay quien ha pensado que la bienaventuranza evangélica intenta oponerse a esta pretensión, diciendo quiénes son los que verdaderamente trabajan por la paz y de qué manera ésta se promueve: mediante victorias, sí, pero victorias sobre ellos mismos, no sobre los enemigos, no destruyendo al enemigo, sino destruyendo la enemistad, como hizo Jesús en la cruz (Ef 2, 16).

En cambio hoy prevalece la opinión de que la bienaventuranza se lea teniendo en cuenta la Biblia y las fuentes judaicas, en las que ayudar a las personas en discordia a reconciliarse y a vivir en paz se ve como una de las principales obras de misericordia. En boca de Cristo la bienaventuranza de los que trabajan por la paz desciende del mandamiento nuevo del amor fraterno; es una forma en la que se expresa el amor al prójimo.

En tal sentido se diría que ésta es por excelencia la bienaventuranza de la Iglesia de Roma y de su obispo. Uno de los más preciosos servicios brindados a la cristiandad por el papado ha sido siempre el de promover la paz entre las diversas Iglesias y, en ciertas épocas, también entre los príncipes cristianos. La primera carta apostólica de un Papa, la de San Clemente I, escrita en torno al año 96 (antes aún, tal vez, que el cuarto Evangelio), se redactó para devolver la paz a la Iglesia en Corintio, desgarrada por discordias. Es un servicio que no se puede prestar sin una cierta potestad real de jurisdicción. Para darse cuenta de su valor basta con ver las dificultades que surgen allí donde aquél está ausente.

La historia de la Iglesia está llena de episodios en los que Iglesias locales, obispos o abades, en disputa entre sí o con la propia grey, han recurrido al Papa como árbitro de paz. También hoy, estoy seguro, éste es uno de los servicios más frecuentes, si bien de los menos conocidos, que se dan a la Iglesia universal. Igualmente la diplomacia vaticana y los nuncios apostólicos encuentran su justificación en ser instrumentos al servicio de la paz.

3. La paz como don

Pero Dios mismo, no un hombre, es el verdadero y supremo «agente de paz». Precisamente por esto, los que se afanan por la paz son llamados «hijos de Dios»: porque se asemejan a Él, le imitan, hacen lo que hace Él. El mensaje pontificio dice que la paz es característica del obrar divino en la creación y en la redención, esto es, tanto en el obrar de Dios como en el de Cristo.

La Escritura habla de la «paz de Dios» (Flp 4, 7) y aún con más frecuencia del «Dios de la paz» (Rm 15, 32). Paz no indica sólo lo que Dios hace o da, sino también lo que Dios es. Paz es lo que reina en Dios. Casi todas las religiones que brotaron en torno a la Biblia conocen mundos divinos en guerra en su interior. Los mitos cosmogónicos babilónicos y griegos hablan de divinidades que luchan y se despedazan entre sí. En la propia gnosis herética cristiana no existe unidad y paz entre los Eones celestes, y la existencia del mundo material sería precisamente fruto de un incidente y de una desarmonía ocurrida en el mundo superior.

Con este fondo religioso se puede comprender mejor la novedad y la alteridad absoluta de la doctrina de la Trinidad como perfecta unidad de amor en la pluralidad de las personas. En un himno suyo, la Iglesia llama a la Trinidad «océano de paz», y no se trata sólo de una frase poética. Lo que más impresiona contemplando el icono de la Trinidad de Rublev (reproducido en esta capilla en el muro frontal, sobre la Virgen en el trono) es la sensación de paz sobrehumana que de él emana. El pintor logró traducir en una imagen el lema de San Sergio de Radonez, para cuyo monasterio se pintó el icono: «Contemplando a la Santísima Trinidad, vencer la odiosa discordia de este mundo».

Quien mejor ha celebrado esta Paz divina, que llega de más allá de la historia, fue Pseudo-Dionisio Areopagita. Paz es para él uno de los «nombres de Dios», con el mismo título que «amor» [4]. También de Cristo se dice que «es» Él mismo nuestra paz (Ef 2, 14-17). Cuando dice: «Mi paz os doy», Él nos transmite aquello que es.

Hay un nexo inseparable entre la paz don de lo alto y el Espíritu Santo; no sin razón se representan con el mismo símbolo de la paloma. La tarde de Pascua Jesús dio, prácticamente en un mismo instante, a los discípulos la paz y el Espíritu Santo: «”¡La paz esté con vosotros!”... Sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (Jn 20, 21-22). La paz, dice Pablo, es un «fruto del Espíritu» (Gal 5, 22).

Se comprende entonces qué significa ser los que trabajan por la paz. No se trata de inventar o de crear la paz, sino de transmitirla, de dejar pasar la paz de Dios y la paz de Cristo «que supera toda inteligencia». «Gracia y paz de parte de Dios, Nuestro Padre, y de Jesucristo el Señor» (Rm 1, 7): ésta es la paz que el Apóstol transmite a los cristianos de Roma.

Nosotros no debemos ni podemos ser fuentes, sino sólo canales de la paz. Lo expresa a la perfección la oración atribuida a Francisco de Asís: «Señor, haz de mí un instrumento de tu paz». En inglés traducen justamente: Haz de mí un canal de tu paz, make me a channel of your peace.

¿Pero cuál es la paz de la que hablamos? Es clásica la definición que da San Agustín: «La paz es la tranquilidad en el orden» [5]. Basándose en ella, Santo Tomás dice que en el hombre existen tres tipos de orden: consigo mismo, con Dios y con el prójimo, y existen, en consecuencia, tres formas de paz: la paz interior, con la que el hombre está en paz consigo mismo; la paz por la que el hombre lo está con Dios, sometiéndose plenamente a sus disposiciones; y la paz relativa al prójimo, por la que se vive en paz con todos [6].

En la Biblia, sin embargo, shalom, paz, dice más que la sencilla tranquilidad en el orden. Indica también bienestar, reposo, seguridad, éxito, gloria. A veces designa, incluso, la totalidad de los bienes mesiánicos y es sinónimo de salvación y de bien: «Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva y proclama la salvación» (Is 52, 7). La nueva alianza es llamada una «alianza de paz» (Ez 37, 26), el Evangelio «evangelio de la paz» (Ef 6, 15), como si en la palabra se resumiera todo el contenido de la alianza y del evangelio.

En el Antiguo Testamento, paz se acerca frecuentemente a justicia (Salmo 85, 11: «La justicia y la paz se besan») y en el Nuevo Testamento a gracia. Cuanto San Pablo escribe: «Justificados por medio de la fe, estamos en paz con Dios» (Rm 5, 1), está claro que «en paz con Dios» tiene el mismo significado expresivo que «en gracia de Dios».

4. La paz como tarea

El mensaje del Papa dice que la paz, además de don, es también tarea. Y es de la paz como tarea de lo que nos habla en primer lugar la bienaventuranza de los que trabajan por la paz.

La condición para poder ser canales de paz es permanecer unidos a su fuente que es la voluntad de Dios: «En su voluntad está nuestra paz», le hace decir Dante a un alma del purgatorio. El secreto de la paz interior es el abandono total y siempre renovado a la voluntad de Dios. Ayuda a conservar o a reencontrar esta paz del corazón repetir frecuentemente uno mismo, con Santa Teresa de Ávila: «Nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta».

La parénesis apostólica es rica en indicaciones prácticas sobre lo que favorece u obstaculiza la paz. Uno de los pasajes más conocidos es el de la Carta de Santiago: «Donde hay envidia y ambición, allí reina el desorden y toda clase de maldad. En cambio, la sabiduría de arriba es en primer lugar intachable, pero además es pacífica, tolerante, conciliadora, compasiva, fecunda, imparcial y sincera. En resumen, los que promueven la paz van sembrando en paz el fruto que conduce a la salvación» (St 3, 16-18).

De este ámbito personalísimo debe partir todo esfuerzo de construir la paz. La paz es como la estela de un navío, que va ensanchándose hasta el infinito, pero comienza por una punta, y la punta es, en este caso, el corazón del hombre. Uno de los mensajes de Juan Pablo II para la Jornada de la Paz, el de 1984, llevaba por título: «La paz nace de un corazón nuevo».

En este ámbito personal no es donde desearía insistir. Hoy se abre ante los que trabajan por la paz un campo de trabajo nuevo, difícil y urgente: promover la paz entre las religiones y con las religiones, esto es, tanto de las religiones entre sí como de los creyentes de las distintas religiones con el mundo laico no creyente. El mensaje del Papa dedica un párrafo a las dificultades que se encuentran en este campo. Dice:

«Respecto a la libre expresión de la propia fe, hay un síntoma preocupante de falta de paz en el mundo, que se manifiesta en las dificultades que tanto los cristianos como los seguidores de otras religiones encuentran a menudo para profesar pública y libremente sus propias convicciones religiosas... Hay regímenes que imponen a todos una única religión, mientras que otros regímenes indiferentes alimentan no tanto una persecución violenta, sino un escarnio cultural sistemático respecto a las creencias religiosas. En todo caso, no se respeta un derecho humano fundamental, con graves repercusiones para la convivencia pacífica. Esto promueve necesariamente una mentalidad y una cultura negativa para la paz» (n. 5).

De este escarnio cultural, o al menos intento de marginación, de las creencias religiosas, estamos teniendo ejemplo precisamente estos días, con la campaña puesta en marcha en varios países y ciudades de Europa contra los símbolos religiosos de la Navidad. Se aduce frecuentemente como motivo la voluntad de no ofender a las personas de otras religiones que están entre nosotros, especialmente a los musulmanes. Pero es un pretexto, una excusa. En realidad es un determinado mundo laicista el que no quiere estos símbolos, no los musulmanes. Ellos no tienen nada contra la Navidad cristiana, que incluso honran.

Hemos llegado al absurdo de que muchos musulmanes celebran el nacimiento de Jesús, desean el belén en casa y llegan a decir que «no es musulmán quien no cree en el nacimiento milagroso de Jesús» [7], mientras otros que se dicen cristianos quieren hacer de la Navidad una fiesta invernal, poblada sólo de renos y ositos.

En el Corán hay una Sura dedicada al nacimiento de Jesús que vale la pena conocer, también para favorecer el diálogo y la amistad entre las religiones. Dice:

«Los ángeles dijeron: Oh María, Dios te da la feliz noticia de un Verbo de Él. Su nombre será Jesús (‘Isà) hijo de María. Será ilustre en este mundo y en el otro... Hablará a los hombres desde la cuna y como hombre maduro, y será de los Santos. Dijo María: “Señor mío, ¿cómo podré tener un hijo, cuando ningún hombre me ha tocado?”. Respondió: “De esta forma: Dios crea lo que Él quiere, y cuando ha decidido algo, dice sólo: sé, y ello es”» [8].

En el programa sobre el evangelio dominical «A sua immagine», que se emite en «Rai Uno» mañana por la tarde, pedí a un hermano musulmán que leyera este pasaje y lo hizo con gran alegría, mostrándose feliz de contribuir a aclarar un equívoco que perjudica, decía, a los propios creyentes islámicos, con el pretexto de favorecer su causa.

El motivo que permite un diálogo entre las religiones -fundado no sólo en las razones de oportunidad que conocemos bien, sino sobre un sólido fundamento teológico-es que «tenemos todos un único Dios», como recordaba el Santo Padre con ocasión de su visita a la mezquita Azul de Estambul. Es la verdad de la que también San Pablo partió en su discurso en el areópago de Atenas (Hch 17, 28).

Tenemos, subjetivamente, ideas diferentes sobre Él. Para nosotros, los cristianos, Dios es «el Padre del Nuestro Señor Jesucristo», y a Aquél no se le conoce plenamente sino «a través de éste»; pero objetivamente bien sabemos que Dios no puede ser más que uno. Hay «un solo Dios que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos» (Ef 4, 6).

Fundamento teológico del diálogo es también nuestra fe en el Espíritu Santo. Como Espíritu de la redención y Espíritu de la gracia, Él es el vínculo de la paz entre los bautizados de las distintas confesiones cristianas; como Espíritu de la creación, Spiritus creator, Él es un vínculo de paz entre los creyentes de todas las religiones y, más aún, entre los hombres de buena voluntad. «Toda verdad, de donde quiera que venga dicha –escribió Santo Tomás de Aquino-, viene del Espíritu Santo» [9].

Pero como este Espíritu creador tendía a Cristo en los profetas del Antiguo Testamento (1 P 1, 11), así creemos que, de un modo conocido sólo por Dios, tiende ahora a Cristo y a su misterio pascual en su acción fuera de la Iglesia. Como el Hijo no hace nada sin el Padre, así el Espíritu Santo no hace nada sin el Hijo.

Todo el reciente viaje del Santo Padre a Turquía ha sido un obrar por la paz religiosa, rico de frutos como todas las cosas nacidas en el signo de la cruz: paz entre la Iglesia cristiana de Oriente y la de Occidente, paz entre el cristianismo y el islam. «Esta visita nos ayudará a encontrar juntos los modos y los caminos de la paz por el bien de la humanidad», fue el comentario del Santo Padre con ocasión de la oración silenciosa en la mezquita Azul.

5. ¿Una paz sin religiones?

El Occidente secularizado, desea, a decir verdad, un tipo distinto de paz religiosa: el que resulta de la desaparición de toda religión.

«Imagina que no existe el paraíso, / es fácil si lo intentas. / Ningún infierno bajo nosotros / y sólo el cielo encima de nosotros.
Imagina a toda la gente / viviendo para hoy,/ imagina que no hay países / no es difícil hacerlo. / Nada por lo que matar o morir / y tampoco religión alguna...
Imagina a toda la gente / viviendo la vida en paz. / Puede que digas que soy un soñador. / Pero no soy el único. / Espero que un día te unas a nosotros / y que el mundo viva como una sola cosa» [10].

Esta canción, compuesta por uno de los grandes ídolos de la música ligera moderna, con una melodía persuasiva, se ha convertido en una especie de manifiesto secular de pacifismo. Si se llevara a cabo, lo que aquí se desea sería el mundo más pobre y triste que se pudiera imaginar; un mundo chato, en el que son abolidas todas las diferencias, donde la gente está destinada a despedazarse, no a vivir en paz, porque como aclaró René Girard, allí donde todos quieren las mismas cosas, el «deseo mimético» se desencadena y con él la rivalidad y la guerra.

Los creyentes no podemos, sin embargo, dejarnos llevar por resentimientos ni polémicas, tampoco contra el mundo secularizado. Junto al diálogo y la paz entre las religiones, se sitúa otra meta para los que trabajan por la paz: la meta de la paz entre los creyentes y los no creyentes, entre las personas religiosas y el mundo secularizado, indiferente u hostil a la religión.

Será éste otro banco de pruebas: dar razón, también con firmeza, de la esperanza que está en nosotros, pero hacerlo -como exhorta la Carta de Pedro y como da ejemplo de ello su actual sucesor- «con dulzura y respeto» (1 P 2, 15-16). Respeto no significa en este caso «respeto humano», tener escondido a Jesús para no suscitar reacciones. Es respeto de una interioridad que le es conocida sólo a Dios y que nadie puede violar u obligar a cambiar. No es poner entre paréntesis a Jesús, sino mostrar a Jesús y el evangelio con la vida. Esperamos sólo que un respeto igual sea mostrado por los demás respecto a los cristianos, algo que hasta ahora frecuentemente ha faltado.

Terminamos volviendo con el pensamiento a la Navidad. Un antiguo responsorio de maitines en Navidad decía: Hodie nobis de caelo pax vera descendit. Hodie per totum mundum melliflui facti sunt caeli: «Hoy ha bajado del cielo para nosotros la paz verdadera. Hoy los cielos destilan miel sobre el mundo».

¿Cómo corresponder el don infinito que el Padre hace al mundo, dando por éste a su Hijo Unigénito? Si existe una metedura de pata que no hay que cometer en Navidad es reciclar un regalo ofreciéndoselo, por error, a la misma persona de la que se recibió. Pues bien, ¡con Dios no podemos más que hacer esto todo el tiempo! La única acción de gracias posible es la Eucaristía: volver a ofrecerle a Jesús, su Hijo, hecho hermano nuestro.

¿Y a Jesús qué regalo le haremos? Un texto de la liturgia oriental de Navidad dice: «¿Qué podemos ofrecerte, Oh Cristo, por haberte hecho hombre en la tierra? Toda criatura te da el signo de su reconocimiento: los ángeles sus cantos, los cielos su estrella, la tierra una gruta, el desierto un pesebre. ¡Pero nosotros te ofrecemos una Madre virgen!» [11].

Santo Padre, venerables padres, hermanos y hermanas: gracias por la benévola escucha y ¡feliz Navidad!

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[1] Benedicto XVI, «La persona humana, corazón de la paz». Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2007.
[2] San León Magno, Trattati 26 (CC 138, linea 130)
[3] J. Dupont, Le beatitudini, III, p.1001.
[4] Pseudo Dionisio Areopagita, Nomi divini, XI, 1 s (PG 3, 948 s).
[5] San Agustín, La città di Dio, XIX, 13 (CC 48, p. 679).
[6] Santo Tomás de Aquino, Commento al vangelo di Giovanni, XIV, lez.VII, n.1962.
[7] Magdi Allan, «Noi musulmani diciamo sì al presepe» [«Los musulmanes decimos sí al belén»], Il Corriere della sera, 18 diciembre 2006, p. 18.
[8] Corán, Sura III, traducción [al italiano] de M.M. Moreno, Turín, UTET, 1971, p. 65.
[9] Santo Tomás de Aquino, Somma teologica, I-IIae q. 109, a. 1 ad 1; Ambrosiaster, Sulla prima lettera ai Corinti, 12, 3 (CSEL 81, p.132).
[10] John Lennon, «Imagine there’s no heaven / it’s easy if you try. / No hell below us / above us only sky. Imagine all the people / living for today./ Imagine there’s no countries / it isn’t hard to do. / Nothing to kill or die for / and no religion too. /Imagine all the people / living for today./ Imagine there’s no countries / it isn’t hard to do./ Nothing to kill or die for /and no religion too...Imagine all the people / living life in peace. / You may say I’m a dreamer / But I’m not the only one./ I hope someday you’ll join us / and the world will live as one».
[11] Idiomelon ai Grandi Vespri di Natale.

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Enseñanza de Adviento de 10-12-2006 a la Casa Pontificia

La Inmaculada Concepción / Autor: Juan Pablo II

1. En la reflexión doctrinal de la Iglesia de oriente, la expresión llena de gracia, como hemos visto en las anteriores catequesis, fue interpretada, ya desde el siglo VI, en el sentido de una santidad singular que reina en María durante toda su existencia. Ella inaugura así la nueva creación.

Además del relato lucano de la Anunciación, la Tradición y el Magisterio han considerado el así llamado Protoevangelio (Gn 3, 15) como una fuente escriturística de la verdad de la Inmaculada Concepción de María. Ese texto, a partir de la antigua versión latina: «Ella te aplastara la cabeza», ha inspirado muchas representaciones de la Inmaculada que aplasta la serpiente bajo sus pies.

Ya hemos recordado con anterioridad que esta traducción no corresponde al texto hebraico, en el que quien pisa la cabeza de la serpiente no es la mujer, sino su linaje, su descendiente. Ese texto por consiguiente, no atribuye a María sino a su Hijo la victoria sobre Satanás. Sin embargo, dado que la concepción bíblica establece una profunda solidaridad entre el progenitor y la descendencia, es coherente con el sentido original del pasaje la representación de la Inmaculada que aplasta a la serpiente, no por virtud propia sino de la gracia del Hijo.

2. En el mismo texto bíblico, además se proclama la enemistad entre la mujer y su linaje, por una parte, y la serpiente y su descendencia, por otra. Se trata de una hostilidad expresamente establecida por Dios, que cobra un relieve singular si consideramos la cuestión de la santidad personal de la Virgen. Para ser la enemiga irreconciliable de la serpiente y de su linaje, María debía estar exenta de todo dominio del pecado. Y esto desde el primer momento de su existencia.

A este respecto, la encíclica Fulgens corona, publicada por el Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre» (MS 45 [1953], 579).

La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige, por tanto, en María la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de pecado, ya desde el inicio de su vida. El Hijo de María obtuvo la victoria definitiva sobre Satanás e hizo beneficiaria anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado. Como consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demonio, realizando así en el misterio de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra redentora.

3. El apelativo llena de gracia y el Protoevangelio, al atraer nuestra atención hacia la santidad especial de María y hacia el hecho de que fue completamente librada del influjo de Satanás, nos hacen intuir en el privilegio único concedido a María por el Señor el inicio de un nuevo orden, que es fruto de la amistad con Dios y que implica, en consecuencia, una enemistad profunda entre la serpiente y los hombres.

Como testimonio bíblico en favor de la Inmaculada Concepción de María, se suele citar también el capitulo 12 del Apocalipsis, en el que se habla de la «mujer vestida de sol» (Ap 12, 1). La exégesis actual concuerda en ver en esa mujer a la comunidad del pueblo de Dios, que da a luz con dolor al Mesías resucitado. Pero, además de la interpretación colectiva, el texto sugiere también una individual cuando afirma: «La mujer dio a luz un hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro» (Ap 12, 5). Así, haciendo referencia al parto, se admite cierta identificación de la mujer vestida de sol con María, la mujer que dio a luz al Mesías. La mujer­comunidad esta descrita con los rasgos de la mujer­Madre de Jesús.

Caracterizada por su maternidad, la mujer «está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 12, 2). Esta observación remite a la Madre de Jesús al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25), donde participa, con el alma traspasada por la espada (cf. Lc 2, 35), en los dolores del parto de la comunidad de los discípulos. A pesar de sus sufrimientos, está vestida de sol, es decir, lleva el reflejo del esplendor divino, y aparece como signo grandioso de la relación esponsal de Dios con su pueblo.

Estas imágenes, aunque no indican directamente el privilegio de la Inmaculada Concepción, pueden interpretarse como expresión de la solicitud amorosa del Padre que llena a María con la gracia de Cristo y el esplendor del Espíritu.

Por ultimo, el Apocalipsis invita a reconocer mas particularmente la dimensión eclesial de la personalidad de María: la mujer vestida de sol representa la santidad de la Iglesia, que se realiza plenamente en la santísima Virgen, en virtud de una gracia singular.

4. A esas afirmaciones escriturísticas, en las que se basan la Tradición y el Magisterio para fundamentar la doctrina de la Inmaculada Concepción, parecerían oponerse los textos bíblicos que afirman la universalidad del pecado.

El Antiguo Testamento habla de un contagio del pecado que afecta a «todo nacido de mujer» (Sal 50, 7; Jb 14, 2). En el Nuevo Testamento, san Pablo declara que, como consecuencia de la culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación» (Rm 5, 12. 18). Por consiguiente, como recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, el pecado original «afecta a la naturaleza humana», que se encuentra así «en un estado caído». Por eso, el pecado se transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales» (n. 404). San Pablo admite una excepción de esa ley universal: Cristo, que «no conoció pecado» (2 Co 5, 21) y así pudo hacer que sobreabundara la gracia «donde abundo el pecado» (Rm 5, 20).

Estas afirmaciones no llevan necesariamente a concluir que María forma parte de la humanidad pecadora. El paralelismo que san Pablo establece entre Adán y Cristo se completa con el que establece entre Eva y María: el papel de la mujer, notable en el drama del pecado, lo es también en la redención de la humanidad.

San Ireneo presenta a María como la nueva Eva que, con su fe y su obediencia, contrapesa la incredulidad y la desobediencia de Eva. Ese papel en la economía de la salvación exige la ausencia de pecado. Era conveniente que, al igual que Cristo, nuevo Adán, también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera así más apta para cooperar en la redención.

El pecado, que como torrente arrastra a la humanidad, se detiene ante el Redentor y su fiel colaboradora. Con una diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es totalmente santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador.

Publicado el programa del Encuentro de Jóvenes de Taizé en Ginebra / Autora: Miriam Díez i Bosch

Se esperan miles de muchachos de varias confesiones cristianas a final de año

(ZENIT.org) .- La ciudad suiza de Ginebra acogerá a decenas de miles de jóvenes del 28 de diciembre al 1 de enero con motivo del Encuentro Europeo de Taizé (www.taize.fr), una cita ecuménica para jóvenes de todo el Viejo Continente.

En la página web en decenas de lenguas de la comunidad de Taizé ya se puede ver el programa con los detalles para las inscripciones y la acogida.

Familias, parroquias, grupos y movimientos se están preparando para recibir a los jóvenes en la ciudad del lago Léman. El programa prevé momentos de oración, de canto, silencio, encuentros, ocasiones de testimonio al estilo de la comunidad ecuménica de Taizé fundada en Francia en 1940 por el Hermano Roger.

La Comunidad de Taizé prepara este encuentro europeo para «redescubrir la Iglesia como fermento de reconciliación en la familia humana» y para «preparar un porvenir de paz más allá de los muros que nos separan».

Los encuentros de Taizé pretenden ayudar a los jóvenes a «ser portadores de esperanza allí donde viven».

El programa se abre el día 28 de diciembre con la llegada en distintos centros de acogida. Por la noche se cenará en Palexpo con una primera oración al atardecer, y después los muchachos regresarán con las familias que durante estos días abren sus hogares para compartir su vida con ellos.

Los otros días empezarán con una oración común por la mañana. Seguirán encuentros en pequeños grupos y con personas comprometidas en la vida de la parroquia o del barrio. Por las tardes están previstos talleres y encuentros nacionales.

El día 31 la oración por la paz será seguida de una «Fiesta de naciones» y el martes 1 de enero terminará el encuentro con un llamado a seguir siendo «semillas de paz y confianza en los propios lugares».

Taizé organiza estos encuentros todos los años en una ciudad distinta. El acontecimiento une a personas que habitualmente han pasado por Taizé, en la Borgoña francesa, donde la comunidad está formada por un centenar de hermanos, católicos y de diversos orígenes evangélicos, de más de veinticinco nacionalidades, además de voluntarios de todo el mundo que pasan temporadas en este lugar que propicia la promoción de la unidad entre los cristianos.

Ginebra es la sede de varios organismos comprometidos en el diálogo ecuménico. Quienes trabajan en el Consejo Mundial de las Iglesias y en las demás organizaciones que tienen su sede en el Centro Ecuménico de Ginebra, como la federación Luterana Mundial, la Alianza Reformada Mundial, o la Conferencias de las Iglesias Europeas, comienzan su semana de trabajo con una oración los lunes por la mañana a las 8:30 para preparar este encuentro a final de diciembre.

“El amor es la plenitud de la ley” (Rom 13, 10) / Autora: Chiara Lubich


Con estas palabras concluye una amplia sección de la Carta a los Romanos, en la cual San Pablo nos presenta la vida cristiana como una vida de amor a nuestros hermanos y hermanas. Éste es, en efecto, el nuevo culto espiritual que el cristiano está llamado a ofrecer a Dios bajo la guía del Espíritu Santo1, el cual se anticipa a suscitarlo en nuestros corazones.

Resumiendo el contenido de esta sección, el apóstol afirma que el amor al prójimo nos hace realizar plena y perfectamente la voluntad de Dios contenida en la Ley (es decir, en los Mandamientos). El amor a nuestros hermanos y hermanas es el modo más hermoso, más auténtico, de demostrar nuestro amor a Dios.

“El amor es la plenitud de la ley”

Pero ¿en qué consiste concretamente esa plenitud y perfección? Se lo comprende al leer los versículos precedentes, en los cuales el apóstol nos describe las distintas expresiones y los efectos de este amor.

Por lo pronto, el verdadero amor al prójimo no hace ningún mal. Además, nos hace vivir todos los Mandamientos de Dios, sin excluir ninguno, dado que su primer objetivo es el de hacernos evitar todas las formas de mal, hacia nosotros mismos y hacia nuestros hermanos y hermanas, en las que podríamos caer.

Además de no hacer mal a nadie, este amor nos impulsa también a realizar todo el bien que nuestro prójimo necesita.

Esta Palabra nos impulsa a un amor solidario y sensible a las necesidades, expectativas, derechos legítimos de nuestros hermanos y hermanas; a un amor respetuoso de la dignidad humana y cristiana; a un amor puro, comprensivo, capaz de compartir, abierto a todos, como nos ha enseñado Jesús.

Este amor no es posible si no se está dispuesto a salir del individualismo y de nuestra autosuficiencia. Por eso es un amor que nos ayuda a superar todas esas tendencias egoístas (soberbia, avaricia, lujuria, ambición, vanidad, etc.), que llevamos dentro de nosotros y que constituyen nuestro principal obstáculo.

“El amor es la plenitud de la ley”

¿Cómo vivir, entonces, la Palabra de Vida en este mes de Navidad? Teniendo presentes las distintas exigencias del amor al prójimo que ella menciona: en primer lugar, evitaremos así hacer el mal al prójimo en todas sus formas. Prestaremos atención constante a los mandamientos de Dios referidos a nuestra vocación, a nuestra actividad profesional, al ambiente en el cual vivimos. La primera condición para actuar el amor cristiano es la de no ir nunca contra los Mandamientos de Dios.

Por otra parte, prestaremos atención a lo que constituye el alma, el motivo, el objetivo de todos los Mandamientos. Cada uno de ellos nos quiere llevar, como hemos visto, a un amor cada vez más atento, cada vez más delicado y respetuoso, cada vez más concreto.

Al mismo tiempo, desarrollaremos en nosotros el espíritu de desapego de nosotros mismos, de superación de nuestros egoísmos, consecuentes con la práctica del amor cristiano. Así realizaremos “plenamente” la voluntad de Dios; le demostraremos nuestro amor del modo que a El más le agrada.

“El amor es la plenitud de la ley”

Ésta fue la experiencia de un abogado que se desempeña en el Ministerio de Trabajo. “Un día –cuenta– le presento al propietario de una empresa la denuncia de que los obreros no habían cobrado de acuerdo a las normas vigentes. Después de catorce días de búsqueda incesante, encuentro los documentos que atestiguan la irregularidad. Le pido a Jesús la fuerza para ser fiel a sus palabras –que exigen atenerme a la verdad– y ser, al mismo tiempo, instrumento de su amor. Ante las pruebas, el empresario se defiende diciendo que ciertas leyes le parecen injustas. Le hago notar que nuestros errores no pueden ser justificados por la incoherencia de los demás. Durante la conversación que entablamos me doy cuenta de que tiene las mismas exigencias de justicia e igualdad que yo, pero que se ha dejado llevar por su entorno. Al fin me dice: ‘Usted habría podido humillarme y maltratarme, pero no lo hizo. Por eso me siento en el deber moral de comenzar de nuevo’. Como tiene un compromiso que atender de inmediato, no le queda tiempo para la redacción del acta de infracción. Entonces toma una hoja, la firma en blanco y me la entrega, como prueba de que está dispuesto a cambiar ya mismo”.

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Fuente Movimiento de los Focolares

Morir a uno mismo / Autora: Catalina de Jesús

"Si alguno quiere seguir mi camino, que se niegue a si mismo, tome su cruz y me siga"

Señor, tómanos.
Nada podemos ofrecerte.
Nada somos.
Nada tenemos.
Sólo nuestro ser,la vida que Tú nos has dado.
Tómala.
Es toda tuya.
No nos importa ya nada, sólo Tú.
Toma nuestra vida,
entera,
haz con ella lo que quieras.
Rómpela, tritúrala, desmenúzala,para que dé fruto,
aunque al final no quede nada.
No nos importa.
Somos ya tuyos.
Nada nos ata en esta Tierra,
Tú nos tienes atados a tí para siempre.
Tómanos, gastanos y desgastanos,
hasta la última gota.
Hasta caer rendidos,
hasta caer muertos.
Que probemos en nuestra carne la Nada,
para que Tú lo llenes todo, te hagas Todo.
Sólo eso te pedimos,
arrasa con tu fuego lo que aun quede de nosotros,
para que Sólo Tú seas Todo.
Nuestro Señor.
Nuestro Dueño.
Amén.


Queridos amigos: dice San Juan de la Cruz,cuán descaminados van muchos que creen que "basta con cualquier manera de retiramiento, ejercitarse en virtudes y continuar la oración y mortificación...más no llegan a la desnudez y pobreza que aquí nos aconseja el Señor".Es necesario darle más, darlo todo, morir a todo, entregarle todo.No hay más camino a Dios que el de la nada...ni felicidad que se pueda comparar con la de darse a Dios en esta vida.Un abrazo en Cristo.

Testimonio a un año de mi conversión / Autora: Paula Cardona

En este camino Señor, Tu me tienes un destino hermoso…solo te suplico que ese sea Tu infinito Amor…

Sabiendo que Dios nos ha destinado para ser lámparas e iluminar le pido al Señor que nos de sabiduría y entendimiento, a mi para enviarles un mensaje lleno de Amor y a ustedes para recibirlo y que sea del mayor provecho, para Gloria y Honra de nuestro Señor.

Herman@s, pensando en el infinito amor del Señor por nosotros, quiero hablarles de mi experiencia en el primer año del comienzo de mi conversión.

Tenía un dolor agudo que no era más que la culpa, la falta de Dios, un vacío total. Sentía una desesperación y angustia que me impedía ver mas allá de las cosas. Cada día que pasaba me dolía el alma y mi cuerpo reflejaba el momento espiritual por el estaba pasando (adelgace, no dormía). Esto les da una idea del momento que estaba pasando y creo que muchos se identifican conmigo.

Empecé a ver las cosas que habían en mi corazón, como llegue hasta el punto en el que me encontraba (el punto mas bajo de mi vida). Poco a poco descubrí que mi vida no había sido lo que el Señor quería de mi, siempre pensé en dar a los demás lo mejor de mi, pero lo mejor de mi no era lo que yo tenía sino que era el Amor de Dios.

Si mis hermanos, hacia mi mejor esfuerzo, lo que yo pensaba en mi altivez que era lo mejor para mi y los demás, siempre pensaba y justificaba mis acciones, pensamientos por que supuestamente era para el bien de los demás.

Nos aferramos a nuestros juicios y lo que pensamos es lo correcto en nuestro afan de demostrar nuestro punto. Lo único que les pregunto es: acaso Jesus se aferro desesperadamente a sus ideas cuando predicaba, en ningún evangelio he leído que Jesus se obstinaba, discutía o se enojaba si alguien no estaba de acuerdo con sus ideas, su mensaje era de paz y amor.

He pensado muchas veces que quiere Dios de mi, me amo tanto que permitio un pequeño mal para salvar mi alma y el alma de mi esposo. Ninguno de los dos fuimos victimas ni culpables…Fuimos seres humanos movidos por motivos.

Ahora como una persona de 31 años, joven, profesional, llena de vida y amor para dar, pienso es que me voy a quedar sola?, pero de nuevo el Señor se mueve en nosotros, he hablado a otros del amor de Dios..Cada vez que me voy de viaje, a mis hermanos, a mi papa, a mi familia, a mis amigos. El reino de nuestro Señor se ha expandido con almas que están multiplicando Su amor a través de lo poquito que he hecho (por esta crisis y conversión) y lo que me hace falta. Allí veo no estoy sola, el Señor ha movido mi corazón y mi mente para amar.

Nuestro Padre nos ama y nos quiere felices, llenos y satisfechos. Trato de vivir mi vida al 100%, transmitiendo amor, cambiando enojos y rabias por calma y paz. Muchas lágrimas se han convertido en risas y no les niego que lloro de vez en cuando pero no como antes. Veo las maravillas del Señor HOY..Aquí y Ahora!!!! No lo que me espera, no lo que deje atrás.. El Señor me lo da TODO..Hasta las dudas, la tristeza..parece que me dijera Todo procede de mi..TODO…me reconforta en mis momentos mas oscuros.

Leí un epitafio en una tumba que decía: “Señor quisiera tener otra vida para dedicártela a Ti” Así es como me siento después de un año de incertidumbre, alegría, darlo todo por mi Señor..Dar testimonio del amor de Dios, decirle a la gente que Dios es hermoso, bello, que nos ama profundamente, expandir su reino, que mi esposo y yo vivamos la vocación del matrimonio en santidad y amor para la Gloría y Honra de nuestro Señor.

Asi es como me siento ahora, creo en Fe que Dios esta salvando a mi esposo y a nuestro hogar pero no para que los cuerpos esten juntos fisicamente sino para que las almas en la tierra construyan el cielo y empecemos a gozar de las gracias de nuestro Señor. Para que muchos vean, crean y sean salvos en el Señor.

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Fuente: Comunidad Católica Jesús, Salva a mi Familia

Es agradable sentirse animados / Autor: Albino Luciani

El fenómeno de haber muchos catequistas no es nuevo, sino gozoso. Y será más gozoso si los catequistas tienen las dotes requeridas. Primera, la vida limpia y esplendorosa de bondad. Siempre me han impresionado San Pablo y Manzoni. Escribió el primero: "Tú enseñas a los otros pero, ¿te enseñas a ti mismo?" (cfr. Rm 2, 21). Escribe el segundo, luego de haber expuesto cosas bellísimas sobre la religión: "Pensando en el demasiado mal que he sido y en el poco bien que aún soy, me avergüenzo con frecuencia y tal vez me remuerde el arrogarme que yo sé celebrar la religión".

En religión se enseña, en efecto, sobre todo, lo que se es. Conocer bien es otra dote. Y no basta haber estudiado; hay que mantenerse actualizado: si no se estudia, las nociones se escapan, barridas por el viento, por ideas y preocupaciones extrañas. Decía San Bernardino de Siena: "... si yo no hubiera aprendido, vosotros no me oiríais la palabra que os predico: que sólo por estudiar ha venido". Pero lo mismo quería también que las cosas dichas fueran dichas con claridad. Y contó acerca de dos frailes: uno era un predicador bonísimo, que "hablaba tan sutilmente, que era una maravilla"; el otro "tan grueso". El primero hizo la prédica; el segundo la escuchó y la magnificó a los compañeros frailes. Y este: "Di sobre lo que él dijo". Y él: "Vosotros habéis perdido la más bella prédica que jamás habríais podido oír... Él habló tan alto que yo no entendí nada".

Pero no basta ni siquiera la claridad, si no la acompaña el amor, la pasión de las ideas transmitidas. Se trata en efecto de ideas que sirven para la vida y deben desembocar en buenas acciones. Ahora, entre las ideas y la acción, hay etapas obligatorias que recorrer: yo no realizo una acción, si antes no la quiero; no la quiero, si antes no la deseo; no la deseo, si antes alguien no me la ha presentado como deseable y simpática. Es necesario, entonces, cargar de simpatía las ideas transmitidas, para que enciendan fuertes deseos y pongan en movimiento la voluntad de los oyentes. Decía el Papa Juan: "La verdad de Cristo, presentada sin cordialidad, dulzura y humildad, se arriesga a ser rechazada".

Pío IX ha proclamado Doctor de la Iglesia a San Francisco de Sales sobre todo porque "supo adaptar la doctrina de los santos a todas las situaciones de los fieles sapienter et leniter, con sabiduría y levedad". Aquel santo ha enseñado y escrito mucho, diciendo en esencia: "El camino al paraíso es estrecho, el viajar hacia allí requiere fatiga, sí, pero el paisaje, los alrededores, son bellos, amenos y está Dios que da una mano".

Él presenta siempre las cosas del mejor lado, con un tono gracioso y seductor: muestra la devoción amable para hacerla accesible; no le saca siquiera una de las espinas, pero tampoco una sola rosa. "Aquellos que querían disuadir a los Ebreos - escribe - de ir a la Tierra Prometida, decían que había un país que devoraba a los habitantes... pero Josué y Caleb declaraban que la Tierra Prometida no era sólo buena y bella, sino tal que hacía dulce y agradable la posesión... Así el Espíritu Santo y Jesús... nos aseguran que la vida devota es una vida dulce, placentera, feliz". Él trataba de seguir el método del Espíritu Santo y de Jesús.

A Santa Juana de Chantal, un poco escrupulosa, escribe: "Quisiera que Usted tuviera la piel del corazón un poco más dura y que no dejara de dormir por cualquier pulga pequeña". Y a otra: "No se detenga a dar picotazos sobre su pobre conciencia". Y a una tercera: "Eh, Dios mío... empólvese también los cabellos... también los faisanes se lustran las plumas... por miedo a que aniden los piojos". De la misma pasta graciosamente catequística era el San Bernardino citado más arriba, que de los vanidosos decía: "Si tú ves a uno y a una con estos antojos o con las fresas o con las trampas (n. d. t. En italiano, se trata de un juego de palabras: fragole = fresas, trapole = trampas), piensa que así les brilla la cabeza... Y así como tú ves las locuras en la vestimenta de afuera, piensa que dentro del corazón está todo lleno de quiquiriquí".

Imitaba a estos santos el catequista que exponía la dura verdad del infierno como sigue: "¿El infierno? Sí, existe, pero debéis saber que Dios se pone en medio de nuestro camino para detenernos e impedir que caigamos dentro. Y si alguno llega, es signo de que él mismo ha querido ir allí contra los miles esfuerzos de Dios, que respeta su libertad, pero trata de todas las formas de llevarlo al Paraíso. El mismo Judas se hubiera salvado, si hubiera tenido confianza. Se equivocó de árbol aquel día. Hubiera ido al árbol de la cruz, hubiera echado los brazos al cuello de Jesús agonizante, sería hoy un santo del Paraíso".

Hacen, en cambio, el camino opuesto los que prefieren siempre el lado negativo al positivo. Vi una vez una ilustración que representaba, en un salón, a la dueña de casa con una amiga de visita. Allí figuraban muebles elegidos, pero, sobre ellos, había tantos carteles. "No tocar el servicio de porcelana", "No caminar por el piso lustrado sin los patines", "No tirar la ceniza al piso", "Cuidado con la alfombra". Bajo la ilustración, en la leyenda: "Sí, tengo un magnífico salón - decía la dueña - pero, no sé por qué, mi marido lo rehuye". Y la amiga: "Coloca nuevas inscripciones prohibitivas: garantizado, tu marido odiará este salón".

Estamos hechos así: los no multiplicados nos parecen camisas de fuerza; nos irrita que los demás supongan que somos malos o desganados. Nos agrada, en cambio, sentirnos animados y conducidos, como auténticos valientes, a nuevas conquistas de bien.

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Inédito de 1972
De "Humilitas", Noviembre de 1988

Los grandes temas de la Fe según San Pablo (III) / Autor: Hº Jaime Ruiz Castro CM

Discernimiento de espíritus, carisma importante

Ante la diversidad de carismas o dones del Espíritu, es necesario el carisma de discernimiento de espíritus (1 Co 12, 10) a fin de probarlo todo y quedarse con lo bueno (1 Ts 5, 12. 19-21). Deben los pastores de la Iglesia "reconocer los servicios y carismas de los fieles" (LG 30); "el juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen la autoridad en la Iglesia" (LG 12). Los criterios de discernimiento son fundamentalmente dos, como indica San Pablo: La fe en Jesucristo Resucitado, como Señor.. "Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, si no es bajo la acción del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3; 1 In 4, 2-3). Y también: El carácter de "servicio" que debe acompañar a todo carisma auténtico. Se trata de edificar la Iglesia, crear comunidad (1 Co 12, 7; 14, 1-33).

Carisma y vocación

Con frecuencia el don del Espíritu, o carisma, tiene todos los caracteres de una llamada. Es lo que dentro de la Iglesia entendemos por vocación: una llamada de Dios que invita al hombre a un género de vida especial, y de una manera permanente. La respuesta a la vocación exige una entrega total. Son ejemplos típicos de vocación, la vocación para la vida religiosa o para el ministerio sacerdotal. Pero no se debe restringir la realidad de la vocación a esos casos clásicos: "La vida de todo hombre es una vocación dada por Dios para una misión concreta" (Pablo VI, Populorum Progressio, n. 15). Nuestro Dios es esencialmente un Dios vivo que llama, que inicia el diálogo con el hombre, que escoge a personas para hacer avanzar la historia de la salvación con su actividad, su testimonio y su estilo de vida.

 Apóstoles: Como los grandes animadores y guardianes o centinelas de la Comunidad Cristiana, y son los administradores de la gracia de Cristo a través de los sacramentos.

 Sacramentos que se administran en la Comunidad de Efeso: Bautismo (Ef. 4,5; Ef. 5,26; Hch 19,1-6) – Confirmación (Ef. 1,13)– Eucaristía; Penitencia – Unción de enfermos (Ef. 1,7)

 Sacramentales o parasacramentos : Oración de Sanación y de liberación (perdón de pecados) (Ef. 1,7; Hch 19,11-20) y la bendición de los esposos (Ef. 5,21-32)

 Los cuatro fundamentos de la Comunidad Cristiana: Es una Comunidad que tiene cuatro elementos que constituye su propia identidad (Catequesis, Oración, Eucaristía y compartir los bienes), constituida como exigencia de la Misión, para hacer con eficacia el mandato de Jesús, con capacidad creativa y de adaptación a los nuevos retos de la Misión.

 Las cuatro notas de la Comunidad Cristiana: Las diferentes Comunidades Cristianas estaban impregnadas por las huellas y el estilo del Apóstol que la había fundado, entonces podría variar la forma de celebrar la liturgia y esto es una gran riqueza cultural.

San Pablo nos habla de la unidad de la fe en el conocimiento del Hijo de Dios (Ef. 4,13), por lo tanto estamos hablando de una sola Iglesia que es plural, que tiene vocación de ser universal (Católica), es Santa y fundamentada en la Fe de los Apóstoles que es la única Fe de la Iglesia (EF 4,6)

 Configuración interna de la Comunidad: La Comunidad Cristiana es una Fraternidad donde la autoridad está al servicio de la Comunidad y que confiesa la fe de Pedro que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios que celebra el día del Señor y tiene su origen en el grupo de los Doce [y que no tiene el monopolio del Espíritu Santo]

Generalmente, San Pablo cuando acaba la misión dejaba a un obispo al cargo de esta nueva Comunidad, y éste ordenaba a los sacerdotes y había diáconos para la atención de los pobres. La segunda carta a Timoteo se da recomendaciones para ellos.

En la Comunidad Cristiana de Galacia, tenemos otro indicio de vitalidad: los tiempos presentes en Ga 3,5. Después de haber dicho (v. 2) que «recibieron» el Espíritu por haber "escuchado» la fe, les dice: “El que os está otorgando el Espíritu y está realizando milagros entre vosotros, ¿lo hace por causa de las obras de la Ley o por causa de la fe que habéis escuchado?”

Otro tiempo presente, en 4,6: “Porque sois hijos, Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo en vuestros corazones, el cual grita: «Abbá, Padre»”

Parece claro que los cristianos tenían sus propias reuniones, en las cuales experimentaban aquellos dones del Espíritu.

Llevadas por laicos en misión pastoral

Todo eso, si no queremos atribuirlo a un milagro continuado, nos hará pensar en la presencia de unos líderes, que instruían a aquellas comunidades (¡se les presuponen buenos conocimientos de historia sagrada!) y las acompañaban en su crecimiento.

En cuanto a la forma de aquella enseñanza, Gálatas usa dos términos que han pasado a la posteridad: «catequista» y «catecúmeno», dos derivados de la palabra griega êkhô) «eco»: el maestro pronuncia unas palabras y el discípulo las va repitiendo hasta que las aprende. Con todo, la relación entre uno y otro debió de ser más profunda: “Que el catequizado comparta toda clase de bienes con aquel que lo catequiza en la palabra” (Ga 6,6).

Es decir: que el catequizado no sólo tiene que preocuparse de la manutención de aquel que lo catequiza (recordemos que Pablo, personalmente, renunciaba a ello), sino que le tiene que contar sus alegrías y sus penas.

Monseñor Luís Martínez Sistach en su carta dirigida a toda la diócesis de Tarragona el 18 de Abril del 2001 titulada: “Reorganització de la Diòcesi davant de la disminució de preveres” escribió: “En referencia al don profético que se recibe en el bautismo, los laicos pueden realizar el servicio de la catequesis, puede recibir el nombramiento de enseñar ciencias sagradas, pueden ser llamados para cooperar con el obispo y los presbíteros en el ministerio de la Palabra, ser admitidos a predicar en una iglesia u oratorio, pueden ser enviados a una tarea misional […] Con relación al Don sacerdotal, los laicos pueden recibir los ministerios de lector y acolitado; puede administrar el bautismo un laico catequista [delegado de la Palabra] u otro designado por el obispo, si está ausente o impedido el ministro ordinario, pueden ser ministros extraordinarios de la Eucaristía, ser delegados para matrimonios, allá donde no haya ni presbíteros ni diáconos, previo el voto favorable de la Conferencia Episcopal y la licencia de la Santa Sede” . Estos ministerios que se desprende del don sacerdotal, son tareas de suplencia que realizan los laicos.

Mons. Luís prosigue: “En referencia a aquella primera categoría de las tareas intraeclesiales propias de los laicos, es necesario que el campo sea muy amplio para todos los ámbitos, pero especialmente en el parroquial y en el arciprestal. Será innumerable la lista de participación que está haciendo el laico en el Seno de la Iglesia colaborando con los sacerdotes y diáconos. Como afirma Pere Tena: ‘la capacidad de colaborar con el ministerio jerárquico viene de la misma condición sacramental del cristiano, será tan amplia como lo pidan las necesidades de la vida cristiana, en el marco de la comunión eclesial’ ‘El ejercicio de estas tareas no hace del laico un pastor: en realidad no es la tarea que constituye un ministerio, sino al orden sacerdotal’ . Así mismo es preciso evitar el peligro de clericalizar a los laicos asumiendo indebidamente tareas eclesiales que corresponden a los clérigos”

¿Cambian los dogmas de la Iglesia? / Autor: Fernando Pascual, LC

Existe un método bastante definido con que algunos atacan la doctrina de la Iglesia católica. Recogen citas de Papas y concilios para demostrar, según ellos, que la Iglesia ha cambiado planteamientos y dogmas a lo largo de la historia. A partir de lo anterior concluyen que no existirían verdades absolutas, y que lo que hoy defienden el Papa y los obispos, mañana puede cambiar.

Así, por ejemplo, nos dicen que en el siglo XIII el Papa Bonifacio VIII declaraba que era necesario, para conseguir la salvación, pertenecer a la Iglesia, lo cual implicaba estar bajo el Romano Pontífice. Luego recogen textos anteriores o posteriores que tocan la misma idea. Terminan con alusiones a lo que se afirma en el Vaticano II sobre el tema, y nos dicen que ya no siguen en pie las viejas afirmaciones de Bonifacio VIII.

Los ejemplos se podrían multiplicar. Algunos aplican un método parecido para interpretar la Patrística, o incluso la misma Escritura.

En el fondo de esta táctica se esconden varios presupuestos, a veces conscientes, otras veces medio ocultos. El primero consiste en pensar que los documentos de la Iglesia dependen del contexto en el que se elaboraron. No contendrían, según esta perspectiva, ni verdades ni formulaciones absolutas. Por lo mismo, no serían norma de la fe para tiempos como los que ahora viven los católicos.

Este presupuesto se basa en creer que el conocimiento humano es algo profundamente determinado por el espíritu de cada época histórica. Por ejemplo, en el siglo I nadie podía creer en la existencia de los protones y de los neutrones, como en el siglo XXI nos resultaría absurdo negar que existan partículas subatómicas. Quizá dentro de varios siglos la gente se reirá de nuestros escasos y confusos conocimientos sobre la materia, porque el contexto habrá cambiado y tendrán otra manera de tratar las cuestiones de la química.

Es verdad que las ciencias dependen mucho del instrumental usado en cada época y de otros elementos socioculturales. Pero, ¿es correcto aplicar este tipo de planteamientos a la hora de interpretar la doctrina católica? En otras palabras, ¿enseña la Iglesia lo que enseña de un modo variable según las épocas históricas?

De admitir lo anterior, caeríamos en una situación absurda: todas las formulaciones de todos los tiempos serían válidas sólo para su época y no para otras épocas. De este modo, tendríamos tantos dogmas como épocas históricas, y los de ayer no valdrían para hoy, y los de hoy no valdrían para mañana. Por lo tanto, sería absurdo contraponer a Bonifacio VIII con el Concilio Vaticano II: cada uno diría «su» verdad según «su» tiempo, y así no habría ninguna contradicción... ni ninguna «verdad».

Sabemos, sin embargo, que muchas verdades (si son verdades) no dependen de los contextos culturales en los que son formuladas. Verdades sobre todo del ámbito filosófico, pero también verdades de otros campos del saber. Vemos incluso que verdades científicas del pasado siguen en pie en el presente, y lo estarán en el futuro, dentro de los límites propios de la metodología empírica.

Respecto de las verdades cristianas, la situación es diversa. Porque tales verdades no se obtienen con instrumentos débiles y con razonamientos falibles, sino desde la asistencia del Espíritu Santo. Según la promesa de Cristo, el Espíritu Santo guía y acompaña a la Iglesia a la hora de acoger, conservar y explicar la Revelación de Dios. Si una afirmación es verdad, lo es en el siglo I como lo será en el siglo XXV (si la tierra llega a esas fechas).

Otra cosa distinta es el modo de formular las verdades o el nivel de comprensión de las mismas, que puede mejorar su precisión a lo largo del tiempo. Hay que recordar, además, que cada época histórica ha tenido sus modalidades comunicativas. El lenguaje de un documento papal del siglo XIII es muy distinto al lenguaje usado en las encíclicas de los papas del siglo XX. Pero la existencia de diferentes modos de comunicación, de estilos variados, no quita el que puedan darse «traducciones» de un estilo a otro, y que en todos los tiempos se formulen las mismas verdades con distintos términos.

Otras veces el cambio de una formulación no afecta sólo a las palabras, sino a contextos y problemas históricos diferentes. Cuando los Papas del siglo XIX condenaron el modo de concebir la democracia por parte del liberalismo de aquel tiempo, lo hicieron por motivos que en cierto modo han dejado de darse en el siglo XX. Es por eso que en los últimos 60 años la democracia (entendida en un nuevo contexto sociocultural) ha sido fácilmente aceptada por el magisterio católico.

Existe, además, un segundo presupuesto quizá más sutil y más peligroso. Hay quienes ven a la Iglesia como un grupo humano, organizado alrededor de ideas religiosas más o menos interesantes, con grupos de presión que buscan imponer sus ideas, y nada más.

Concebir así a la Iglesia es reducirla a una invención social como las muchas que se han dado en la historia, en la que todo lo que se enseña y se hace dependería simplemente del ingenio de las personas que son (o al menos declaran ser) católicas. Desde luego, algunos piensan que ellos tienen ideas mejores que los demás. Por eso piden, por ejemplo, que sean admitidas las mujeres al sacerdocio, o que el aborto deje de ser declarado pecado, o que el uso de anticonceptivos sea presentado por el Papa como algo totalmente lícito, o que los sacerdotes puedan casarse cuando lo deseen, o que se vuelva cuanto antes al uso obligatorio de las misas según el rito tridentino...

La lista podría alargarse según los gustos y las tendencias de cada uno. Los grupos de presión buscan, entonces, que el Papa y los obispos enseñen aquello que «ellos» ven como más conforme a su modo de pensar. Por lo mismo, organizan conferencias, recogidas de firmas, entrevistas en los medios de comunicación a teólogos disidentes (ultraconservadores o ultraprogresistas, mucho más presentes los segundos que los primeros) para promover sus ideas e imponerlas como aceptables para los demás católicos.

Es obvio que este modo de pensar deja prácticamente de lado el carácter sobrenatural de la Iglesia, la certeza de que Cristo prometió asistirla hasta el final de los tiempos, la iluminación del Espíritu Santo en los corazones de los Papas, los obispos y los fieles.

La Iglesia, sin embargo, sabe que ha recibido algo que no procede de los hombres, sino de Dios. Podrán cambiar, como vimos, algunos modos de expresarse. Pero las verdades de fe, los dogmas católicos, valen para ayer, para hoy, para los siglos futuros.

Hay que dejar posturas incorrectas y arbitrarias ante la Iglesia. Cabe siempre, para quien tiene dificultades en aceptar alguna doctrina de nuestra fe, la posibilidad de dialogar honestamente para encontrar luz.

Si uno no llega a comprender que Dios ha revelado una verdad católica, y que tal verdad es custodiada y explicada por el magisterio, podrá dejar la Iglesia y vivir según sus convicciones personales. Pero no es correcto querer que la Iglesia se niegue a sí misma para acomodarse a los modos de pensar de grupos más o menos organizados que ya no piensan ni sienten según la doctrina católica. Una doctrina que encontramos expuesta de modo bellísimo en tantos documentos del magisterio de todos los siglos; de modo especial, a través del Concilio Vaticano II, del Catecismo de la Iglesia Católica, de las encíclicas de los Papas Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Amar a Cristo, descubrir que fundó la Iglesia y que puso en ella, como Cabeza, a Pedro, nos permitirá acoger la belleza de su doctrina de caridad, de misericordia, de esperanza. Podremos así acoger la doctrina católica con la paz de quien sabe que pertenece al Pueblo de Dios, al Cuerpo místico de Cristo, al sueño de Amor del Padre que envió a su Hijo para salvar a los hombres de buena voluntad.

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Fuente: Conoze.com

Adviento nuevo que siembra / Autor: Eleuterio Fernández Guzmán

El 2 de diciembre ha comenzado un nuevo tiempo de Adviento, una nueva forma de decir que esperamos la Parusía, esa llegada, de nuevo, del Mesías, en gloria, para instaurar el Reino de Dios para toda la eternidad.

Es éste, por eso, un tiempo de siembra de mucha realidad espiritual, para el alma, para el hombre.

Como cada año, por más que pueda pensarse que es reiterativo este tiempo litúrgico, lo bien cierto es que resulta, de todo punto necesario reconocer cuáles son los bienes espirituales que tenemos que traer a nuestra presencia en estos días, en estos domingos, que desde el primero del último mes del año, nos llevarán al momento en el cual, por graciosa donación de Dios, nuestro Salvador vino al mundo.

¿Qué cabe, pues, sembrar en este tiempo, sobre todo, de esperanza para el cristiano?

Cuatro son los momentos que vivimos a lo largo del Adviento y cuatro las siembras que podemos hacer, en nuestra vida y en la vida del prójimo, para que no se trate de un tiempo repetitivo ni vacío.

En cuanto a la vigilancia, y siguiendo lo que el mismo Evangelio dice, hemos de velar y estar preparados porque no sabemos cuándo llegará el momento. Y el estar atentos a lo que pasa hoy día a nuestro alrededor supone, en primer lugar, no dejar pasar la ocasión en la que se ofenda a nuestra fe para defenderla. Por lo tanto, y en segundo lugar, hemos de hacerlo posible porque cuando esto suceda, quede en evidencia esa blasfemia contra la creencia en Dios, contra la supremacía de la Ley Natural sobre cualquier norma humana y, sobre todo, contra los valores que, como hijos del Padre defendemos como legítimos herederos de su Reino.

Por tanto, vigilar es sinónimo de perseverar. Pero perseverar lo es en el sentido de estar seguros de nuestro amor a Dios, de nuestro amor al prójimo y, también, de la Verdad que sabemos que, por eso mismo, es cierta y exacta demostración de la omnipotencia del Creador.

Por otra parte, si nos referimos a la conversión que, cada cual, ha de llevar en su vida particular, no hemos de olvidar que volverse a convertir, esa confesión de fe tan necesaria en un mundo tantas veces abyecto (que nos atrae con sus miserias revestidas de luz y color) es, más que nada, renunciar a los oropeles que, en muchas ocasiones, se nos brindan para que, al fin y al cabo, venzamos nuestra tendencia absolutamente natural de amar a Dios y de creer en Dios. Por eso, convertirnos, de nuevo, cada día, cada instante (incluso) es traer a nuestro corazón los ricos bienes espirituales que, a veces, abandonamos o dejamos aparcados por lo que creemos es un bien vivir, siendo esto último un error común en el hombre.

Pero si hablamos de testimonio, de lo que esto supone, de lo que ha de suponer, en nuestras vidas, el que damos y el que presentamos a los demás, no ha de ser cosa baladí que el que demos lo sea, ciertamente, esperanzado, libre de todo aquello que suponga olvido de la fe y sintiendo, esto es importante, que aquellas personas que vean lo que hacemos han de alcanzar al conocimiento de lo que hacemos porque será la forma, directa e importante, de que comprendan que creer sirve para algo más que para refugiarse en el espíritu cuando lo pasamos mal. Creer, en nuestro testimonio, ha de significar ser y no sólo estar.

También hablamos de anuncio. Sabiendo que anunciar es «Dar noticia o aviso de algo» lo cierto es que, también aquí, tenemos mucho que hacer.

Una cosa es estar vigilantes ante lo que pasa; otra que convirtamos nuestra vida, a paso de la vida misma, a Dios; también que demos testimonio de lo que somos. Sin embargo, también hemos de dar un paso más hacia delante. Este paso supone que hemos de gritar (esto es una forma de hablar, claro) a los cuatro vientos lo que nuestra fe es; también, lo que nuestra fe significa para nosotros y sin olvidar lo que puede suponer para aquellos que aún no la han descubierto o para los que la abandonaron sea por la razón que sea.

Anunciar, para nosotros, los discípulos de Cristo, ha de ser tarea gustosa, dedicación primordial; lo que se nos reclama como hijos; lo que se espera como herederos; lo que, a pesar de todos los pesares, tenemos que tener en cuenta para no caer en el desánimo y la desazón que puede producirnos el vivir en este valle de lágrimas, peregrinos, de paso hacia el Reino definitivo de Dios.

Ahora, por tanto, que comienza, de nuevo, el tiempo de Adviento; ahora que podemos revivir, con alegría, los acontecimientos que trajeron, a la humanidad, el recuerdo de la presencia de Dios en el mundo, hemos de tener bien presente que Cristo ya vino una vez y que, cuando venga de nuevo querrá encontrarnos preparados.

Por eso, estar vigilantes, convertirnos, testimoniar nuestra fe y anunciarla no es un requerimiento excesivo sino, al contrario, una forma de hacernos responsables de nuestra filiación divina, del ser hijos de Dios.

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Fuente: Conoze.com

¿Para qué son las vacaciones? / Autor: Antonio Rivero, LC

Hay una frase en los evangelios que nos demuestra que el descanso es una creatura de Dios buena, legítima y necesaria. Esta frase la pronunció el mismo Jesús, hombre verdadero, para quien las cosas humanas, nuestras cosas, no le eran indiferentes. Dice así: «Venid conmigo a un lugar retirado y tranquilo y descansad un poco» (Marcos 6, 31). Es un gesto de Jesús lleno de delicadeza, de amor, de humanismo. Cabe preguntarnos: ¿para qué sirven las vacaciones, el descanso corporal? En este artículo trataremos de dar alguna luz sobre esta experiencia humana que todos los años toca a nuestra puerta: el descanso veraniego, las vacaciones.

1. Las vacaciones para todo hombre son un medio óptimo para reponer y restaurar fuerzas físicas. El trabajo del año ha sido arduo y desgastante. «El descanso —dirá el papa Juan Pablo II— significa dejar las ocupaciones cotidianas, despegarse de las normales fatigas del día, de la semana y del año». El cuerpo no es un camión de carga, ni una máquina que funciona las veinticuatro horas del día, los doce meses del año. Necesita de su descanso y del sano esparcimiento. No podemos tenerlo siempre en tensión, pues se quebraría.

Se cuenta de un santo que acariciaba apaciblemente una perdiz. De pronto un cierto filósofo se aproxima con aparejo de cazador y se maravilla de que el santo varón, que gozaba de tanta reputación, se entretuviera y perdiera el tiempo en cosas tan insignificantes como el acariciar a una perdiz. Entre los dos personajes se entabló este diálogo.

— «¿Eres tú el santo insigne del que me hablaron? ¿Por qué te entretienes en diversiones tan ridículas?» - pregunta el filósofo.

— «¿Qué es esto que llevas en la mano?» - le preguntó a su vez el santo varón.

— «Un arco» -respondió en filósofo.

— «Y, ¿por qué no lo llevas siempre tenso?» -Dijo el santo.

— «No conviene - responde el filósofo-, pues si estuviese siempre tenso se echaría a perder el arco. Así, cuando fuera necesario lanzar un disparo más potente contra alguna fiera, por haber perdido su fuerza debido a la continua rigidez, el tiro no iría ya con la violencia necesaria».

— «Pues bien, -concluyó el santo- no te admire tampoco, joven, que yo conceda a mi espíritu este inocente y breve esparcimiento. Si de vez en cuando no le permitiese descansar de su tensión, concediéndole algún solaz, la misma continuidad del esfuerzo le ablandaría y aflojaría, y no podría obedecer a las órdenes y a las exigencias del espíritu».

Este ejemplo nos pone ante la vista la necesidad de concedernos al año una tregua de descanso, para reponer nuestras fuerzas y poder después trabajar por Dios, por la familia, por los demás...y de esta manera ir construyendo ya en vida nuestra eternidad. Y esta tregua se logra encontrándonos con la naturaleza, escalando montañas, contemplando el mar o la arboleda, nadando en la playa, jugando con los hijos, y mil diversiones más, que están a nuestro alcance y que hacen que nuestro arco - nuestro cuerpo- no se rompa.

2. Las vacaciones son, además, un medio maravilloso para alimentar un poco más el alma y el espíritu. Durante el año no tenemos tanto tiempo para la oración, para la lectura de la Biblia, para acudir a la misa diaria, para rezar el rosario en familia y para otras actividades que elevan el espíritu y el alma.

Ahora, en estos meses de verano, sin el trajín y el agobio del trabajo, podemos dedicar más tiempo a Dios y al alma. ¡Qué hermoso sería que durante las vacaciones la familia entera se reuniera varias veces a la semana para escuchar y participar de la misa! ¡Cómo se nutriría el alma si al final del día se sentaran padres e hijos para leer unas líneas de los santos evangelios y se comentasen entre todos! ¿Cuántos de nosotros durante las vacaciones visitamos un museo o un parque nacional, asistimos a un concierto de buena música o a una obra teatral? Todas estas actividades alegran el espíritu, lo elevan, lo dignifican, por ser creaciones del ingenio humano.

La Iglesia, experta en humanismo, nos dice: «El tiempo libre se debe emplear rectamente para el descanso del espíritu y para cuidar la salud de la mente y del cuerpo, por medio de ocupaciones y estudios libres, por medio de viajes a otras regiones, que enriquecen el espíritu y que, además, enriquecen a los hombres con un conocimiento mutuo; por medio también de ejercicios y manifestaciones deportivas, que son una ayuda para conservar el equilibrio psíquico, incluso colectivamente, así como para establecer relaciones fraternas ente los hombres de toda condición, de todas las naciones o de razas diferentes» (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes 61).

3. Finalmente, las vacaciones son excelente medio para darnos y entregarnos de lleno a los demás, sobre todo, a la propia familia. Durante el año, el papá y, a veces, la mamá trabajaban hasta altas horas de la tarde. Los niños cursaban por la mañana sus estudios en la escuela y en la tarde tenían sus actividades extraescolares (deporte, inglés, natación, etc...). Apenas se ven, apenas tienen un diálogo familiar, apenas se conocen, apenas comparten gozos y alegrías, preocupaciones, penas y proyectos.

En las vacaciones se pueden crear lazos de unión mucho más estrechos e íntimos entre padres e hijos, entre nietos y abuelos, entre tíos y primos. El hijo quiere estar a solas con su papá y la hija con su mamá, conocerlos más y más...y por eso el padre debería invitar a su hijo a pescar o a jugar y tener sus ratos de conversación serena con ese hijo; la madre, por su parte, debería hacerse un huequito al día para pasear con su hija, sentarse en la plaza y abrir su alma y su corazón a esa hija de sus entrañas, que tanta necesidad tiene del cariño materno; a ella le compete introducir a su hija en el hermoso misterio de la vida. También el abuelo quiere sentirse amado y querido. Ansía tener entre sus rodillas a ese nietecillo y acariciarlo y contarle experiencias vividas, pues todo anciano es portador de vivencias acumuladas durante los largos años de la vida. La abuela quiere sentirse útil. Quisiera peinar a su nietita, enseñarle a coser y a rezar. Quisiera ser amada, estimada, escuchada. Las vacaciones son momento privilegiado para lograr estos objetivos.

Ojalá que las vacaciones sean un momento de crecimiento interior, de armonía y conocimiento familiar y de descanso corporal, a fin de comenzar el nuevo año con nuevos bríos, alegría renovada y contagiante entusiasmo...y así seguir construyendo desde aquí abajo la eternidad tan deseada.

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Fuente Conoze.com

El Papa concede indulgencia plenaria en el 150 aniversario de Lourdes

Un decreto de la Santa Sede explica las condiciones

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 5 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Benedicto XVI concederá a los fieles la indulgencia plenaria con motivo del 150 aniversario de la aparición de la Bienaventurada Virgen María en Lourdes, según informa un decreto publicado este miércoles por la Santa Sede.

El documento está firmado por el cardenal James Francis Stafford y por el obispo Gianfranco Girotti, O.F.M. Conv., respectivamente penitenciario mayor y regente de la Penitenciaría Apostólica.

El decreto prevé que «para que de esta conmemoración se deriven frutos crecientes de santidad renovada el sumo pontífice Benedicto XVI ha establecido la concesión de la indulgencia plenaria» a los fieles según las condiciones habituales.

Estas condiciones implican el arrepentimiento y confesión de los pecados, comunión y oración por las intenciones del Papa.

Las modalidades para ganar la indulgencia plenaria en Lourdes son varias.

La primera prevé que «desde el 8 de diciembre de 2007 al 8 de diciembre de 2008 se visiten, siguiendo preferiblemente este orden: 1) el baptisterio parroquial donde se bautizó Bernadette; 2) la casa llamada "cachot" de la familia Soubirois; 3) la gruta de Massabielle; 4) la capilla del hospicio donde Bernadette recibió la Primera Comunión, pasando el tiempo recogidos en meditación y concluyendo con el rezo del Padrenuestro, la Profesión de fe de cualquier manera legítima, y la oración jubilar u otra invocación mariana».

La segunda modalidad establece que los fieles «desde el 2 de febrero de 2008, Presentación del Señor, hasta el 11 de febrero de 2008, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes y 150 aniversario de la aparición, visiten en cualquier templo, oratorio, gruta o lugar decoroso la imagen bendecida de la Virgen de Lourdes, expuesta solemnemente a la veneración pública y ante la misma participen en un acto de devoción mariana o al menos se recojan en meditación y concluyan con el rezo del Padrenuestro, , la Profesión de fe de cualquier manera legítima y la invocación de la Bienaventurada Virgen María».

Como tercera modalidad el documento establece que «los ancianos, los enfermos, o todos los que, por legítima causa, no puedan salir de casa, podrán alcanzar del mismo modo, en su propia casa o allí donde les retiene el impedimento, la indulgencia plenaria».

Lo lograrán si, «con ánimo alejado del pecado y con la intención de cumplir las tres condiciones necesarias apenas les sea posible, los días del 2 al 11 de febrero de 2008, cumplirán con el deseo del corazón una visita espiritual a los lugares antes indicados, rezando las oraciones citadas y ofreciendo a Dios con confianza, por medio de María, las enfermedades y dificultades de su vida».

El documento concluye indicando que «para que los fieles puedan participar más fácilmente en estos favores celestiales, los sacerdotes, aprobados para la escucha de las confesiones por la autoridad competente, deben prestarse con espíritu pronto y generoso a acogerles y guiar solemnemente el rezo de oraciones públicas a la Inmaculada Virgen Madre de Dios».

Las personas se rinden al cariño que se les da / Autora: Remedios Falaguera Silla

Dice Benedicto XVI al comienzo de su nueva Encíclica «Spe Salvi» que «el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino.»

Por ejemplo: ¿a quién no se le revuelve el estomago al leer los repugnantes testimonios que hemos leído en la prensa sobre las clínicas abortistas y sus procedimientos asesinos? ¿Cuanta gente de bien no se enfurece al ver las caras de los pedófilos cuyas redes desmantela la policía cada semana? ¿Quién no se entristece con las noticias de muertes de mujeres por eso a lo que nos hemos acostumbrado a llamar «violencia doméstica»?

Y todavía hay algo más: ¿cuántos de nosotros no nos sentimos abrumados al observar la degradación física, educativa y moral a la que abocamos — la mayoría de veces por omisión— a nuestros jóvenes?

Pues bien, a pesar de que el mundo está lleno de encrucijadas y dificultades que nos pueden llevar a la depresión o al pesimismo existencial, como lo llaman los entendidos, hoy me he levantado con la intención de buscar algo que me devuelva la ilusión perdida, de reconocer y aceptar al Único que puede recomponer mi corazón hecho trizas e, intentar descubrir a lo largo del día, esos acontecimientos, pensamientos y personas que llenen esa sensación de vacío en el que, desgraciadamente, muchos hombres nos encontramos y buscamos «lo que sea» para escondernos o , lo que es aun peor, huir de nuestras vidas.

Y no se cómo, al conectarme esta mañana al correo lo he encontrado!!!!

Si, la verdad es que era justo lo que necesitaba: una maravillosa declaración de confianza en Dios, confianza en nosotros mismos y confianza en los demás que me ha llenado de serenidad, optimismo y ganas de dar a los que me rodean de lo mucho que recibo.

Se trata de un powerpoint, que bajo el título «LAS PERSONAS SE RINDEN AL CARIÑO QUE SE LES DA» nos narra la anécdota deuna madre, que al preguntarle cuál de sus hijos era su preferido, respondió con una gran sonrisa:

«Nada es más voluble que un corazón de madre. Y, como madre, le respondo:
el hijo predilecto, aquel a quien me dedico de cuerpo y alma...
Es mi hijo enfermo, hasta que sane.
El que partió, hasta que vuelva.
El que está cansado, hasta que descanse.
El que está con hambre, hasta que se alimente.
El que está con sed, hasta que beba.
El que está estudiando, hasta que aprenda.
El que está desnudo, hasta que se vista.
El que no trabaja, hasta que se emplee.
El que se enamora, hasta que se case.
El que se casa, hasta que conviva.
El que es padre, hasta que los críe.
El que prometió, hasta que cumpla.
El que debe, hasta que pague.
El que llora, hasta que calle.
Y ya con el semblante bien distante de aquella sonrisa, completó:
El que ya me dejó...
...hasta que lo reencuentre... »


Vaya: quien quiera que haya escrito este texto ha dado en la diana. Las personas se rinden al cariño que se les da. Un cariño que brota desde lo más profundo del corazón, un amor tangible que nos convierte en especiales, en privilegiados, en predilectos. De tal manera, que «esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino» se convierte en la columna vertebral de nuestra vida.

Porque detrás de cada detalle de cariño, detrás de cada pincelada de confianza, detrás de cada muestra pequeña de ternura,... descubrimos el Amor, con mayúsculas. Un Amor, tan grande y tan asequible para todos, que puede pasar desapercibido sino te empeñas en descubrirlo.

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Fuente: Conoze.com

Él vino a Belén para quedarse con nosotros para siempre / Autor: Juan Pablo II

Un Adviento de esperanza

"El reino de Dios está cerca. Estad seguros: no tardará"

Estas palabras, expresan el clima, impregnado de ferviente esperanza y oración, de nuestra preparación para las fiestas navideñas, ya cercanas.

El Adviento mantiene viva la espera de Cristo, que vendrá a visitarnos con su salvación, realizando en plenitud su reino de justicia y paz. La conmemoración anual del nacimiento del Mesías en Belén renueva en el corazón de los creyentes la certeza de que Dios cumple sus promesas. Por tanto, el Adviento es un fuerte anuncio de esperanza, que toca en lo más hondo nuestra experiencia personal y comunitaria.

Todo hombre sueña un mundo más justo y solidario, donde unas condiciones de vida dignas y una convivencia pacífica hagan armoniosas las relaciones entre las personas y entre los pueblos. Sin embargo, con frecuencia no sucede así. Obstáculos, contrastes y dificultades de diversos tipos abruman nuestra existencia y a veces casi la oprimen. Las fuerzas y la valentía para comprometerse en favor del bien corren el riesgo de ceder ante el mal, que parece triunfar en ocasiones. Es especialmente en estos momentos cuando viene en nuestra ayuda la esperanza.

El misterio de la Navidad, que reviviremos dentro de pocos días, nos asegura que Dios es el Emmanuel, Dios con nosotros. Por eso, jamás debemos sentirnos solos. Dios está cerca de nosotros, se ha hecho uno de nosotros, naciendo de María. Ha compartido nuestra peregrinación en la tierra, garantizándonos la alegría y la paz a las que aspiramos en lo más íntimo de nuestro ser.

Al hombre, que busca la comunión con Dios, el Adviento, y sobre todo la Navidad, le recuerda que es Dios quien tomó la iniciativa de salir a su encuentro. Al hacerse niño, Dios asumió nuestra naturaleza y estableció para siempre su alianza con la humanidad entera.

Por consiguiente, podríamos concluir que el sentido de la esperanza cristiana, que el Adviento nos vuelve a proponer, es el de la espera confiada, la disponibilidad activa y la apertura gozosa al encuentro con el Señor. Él vino a Belén para quedarse con nosotros para siempre.

Alimentemos, por tanto, amadísimos hermanos y hermanas, estos días de preparación inmediata para la Navidad de Cristo con la luz y el calor de la esperanza.

¡Feliz Adviento! y ¡Feliz Navidad a todos!

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Fragmento tomado de la Audiencia general del miércoles. Diciembre de 2003.