La vida de Andrés la podemos ver en tres etapas sucesivas pero íntimamente interdependientes: Pescador, seguidor de Juan Bautista y discípulo de Jesús. Sin embargo existe una gran diferencia entre cuando fue seguidor del Bautista que cuando encontró a Jesús y se hizo discípulo suyo.
Veamos cada una de estas tres etapas
A. Pescador del Mar de Tiberíades
Andrés, más conocido por ser el hermano de Simón Pedro, fue primeramente pescador del lago de Galilea, lo cual definió su carácter y personalidad.
Andrés y Simón, hijos de Jonás, habían nacido en Betsaida pero trabajan en Cafarnaúm.
Eran dos hermanos inseparables que compartían barca, trabajo y muy posiblemente hasta la casa.
B. Discípulo de Juan Bautista
En la ribera occidental del rió Jordán brotó un lucero que muy pronto se convirtió en el astro más brillante del firmamento religioso de Israel. Su nombre era Juan y era más conocido como El Bautista, porque proclamaba un bautismo de conversión. Andrés se alistó en las filas del agreste predicador del desierto, lo cual moldeó una firme voluntad.
El predicador no vestía con los lujos de los poderosos de este mundo. Su apariencia era austera, su comida parca y su mensaje taladraba los corazones. El escenario de su predicación era poco acogedor: El candente desierto. Pero tenía una lengua de fuego, cosa extraña en una época en que el legalismo y formalismo habían sofocado las voces proféticas.
Su mensaje era muy esperanzador como comprometedor: El tiempo está cerca; ya está viniendo el Mesías. Prepárense para su llegada, que ya es inminente.
C. Discípulo de Jesús
Posteriormente Andrés fue llamado para ser discípulo del mensajero de buenas noticias de Nazaret. Pero en cuanto encontró al Mesías anunciado por los profetas y esperado por los siglos fue a buscar a su hermano Simón para llevarlo a Jesús.
Leamos el pasaje bíblico en primera persona, como si fuera narrado por el mismo Andrés:
Al día siguiente, mi maestro Juan (Bautista) se encontraba de nuevo en el mismo lugar conmigo y con otro discípulo. Mientras Jesús pasaba, Juan el Bautista fijó en él la vista y nos dijo: «Ese es el Cordero de Dios.»
Nosotros, en cuanto escuchamos esto seguimos a Jesús.
Jesús, al ver que lo seguíamos, se volvió y nos preguntó: « ¿Qué buscan?» Le contestamos: «Rabbí (que significa Maestro), ¿dónde vives?» Jesús nos dijo: «Vengan y lo verán.»
Fuimos, vimos dónde vivía y nos quedamos con él aquel día. Eran como las cuatro de la tarde.
Yo, Andrés, encontré primero a mi propio hermano Simón y le dije: «He encontrado al Mesías» (que significa el Cristo). Y se lo presenté a Jesús.
Jesús miró fijamente a mi hermano Simón y le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Juan, pero te llamarás Kefas» (que quiere decir Piedra):
Jn 1,35-42.
Cuenta el relato bíblico que en cuanto Andrés encontró a Jesús, regreso con su hermano Simón para invitarlo y traerlo a Jesús. No pudo permanecer pasivo y quiso compartir con él el tesoro largamente anhelado que acababa de encontrar.
Había compartido con él la sangre familias, la profesión. Ahora no podía perder la oportunidad de compartir el tesoro que acababa de encontrar.
Sin embargo, esto plantea una cuestión muy interesante: ¿Por qué no invitó a Simón antes, para que se hiciera discípulo de El Bautista; y si lo hubiera intentado, por qué no logró que su hermano siguiera al austero predicador del desierto de Judea? En ambos casos la causa es la misma. Analicemos cada una de estas posibilidades.
- Si no lo invitó seguramente se debió a que le faltaba un resorte para hacerlo: No estaba seducido por las palabras ni la vida del Bautista. Le faltaba estar obsesionado por aquel hombre que bautizaba en las riberas del río Jordán. Sin duda que Juan no llenaba plenamente el corazón, los anhelos y las expectativas del pescador de Galilea.
No tenía la motivación interna como para llamarlo a seguir al maestro del norte del Mar Muerto.
El que no está convencido ni siquiera intenta convencer, pues sabe que no puede convencer de lo que él mismo no esta fascinado.
- También existe el 50 por ciento de probabilidades que sí haya buscado a Simón para que se hiciera discípulo de Juan Bautista, pero no haya tenido éxito. La causa es exactamente la misma. No lo pudo convencer porque sus argumentos fueron insuficientes. Sus palabras tenían un acento hueco que no lograba penetrar el corazón de su hermano Simón. Andrés, discípulo de Juan, no contaba con esa fuerza que lo impulsara para tratar de persuadir a su hermano; o tal vez no tenia ese convencimiento seductor para que su hermano dejara redes y barca por un motivo superior.
Quien no está convencido no convence. Nuestros sermones y homilías inspiran en la proporción en que nosotros mismos estamos convencidos de aquello que predicamos. El cristianismo crece y se profundiza en la medida en que nosotros creemos firmemente lo que predicamos.
Con Jesús
Cuando Andrés encontró a Jesús sucedió lo contrario: fue a testificar a su hermano. Estaba seducido por las palabras del predicador de Nazaret y no podía dejar de hablar de su experiencia vital de aquel día a las cuatro de la tarde. Y logró que su hermano dejara todo para ser discípulo del maestro de Nazaret.
Andrés estaba tan convencido que fue capaz de atraer a Simón Pedro para que dejara redes y barca, y se alistara para ser pescador de hombres.... Su éxito, a diferencia de cuando era discípulo de El Bautista, radicaba en que ahora sí estaba convencido de Jesús, y sus palabras. Su estilo de vida le fascinaba y tenía esa convicción para que su hermano le creyera y fuera capaz de acompañarlo en su seguimiento de Jesús.
Tal vez lo que convenció a Andrés fue el diferente enfoque entre Juan y Jesús: El bautista proclamaba: Conviértanse porque el Mecías está cerca. Jesús en cambio anunciaba: ¡Porque el Mesías ha llegado, ahora sí son capaces de convertirse!
Si estamos convencidos de lo que hemos visto y oído, entonces basta que encontremos a alguien para que le compartamos el testimonio de nuestra experiencia vivida. Si lo pensamos o comenzamos un largo discernimiento sobre la oportunidad de testificar, si titubeamos o pensamos que no vamos a lograr nuestro objetivo, en realidad estamos dudando de la validez de nuestra experiencia.
Conclusión
Andrés nos cuestiona con agresividad: Cuando permanecemos pasivos y no logramos convencer, lo más seguro es que nosotros mismos no estamos convencidos ni seducidos.
El evangelio está lleno de casos de personas que habiendo encontrado a Jesús no necesitan ir a un curso o hacer un retiro para transformarse en testigos.
El que ha escuchado las palabras de Jesús inmediatamente va a buscar a su hermano y logra traerlo a Jesús.
Así pues, por los frutos de nuestro testimonio podríamos darnos cuenta qué tan convencidos estamos de aquello que anunciamos o enseñamos.
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