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Bienvenido a Escuchar y a Dar

Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

La evangelización debe estar centrada en impulsar a las personas a tener una experiencia real del Amor de Dios. Por eso pedimos a cualquiera que visite esta página haga propuestas de textos, testimonios, actos, webs, blogs... Mientras todo esté hecho en el respeto del Amor del Evangelio y la comunión que siempre suscita el Espíritu Santo, todo será públicado. Podéís usar los comentarios pero para aparecer como texto central enviad vuestras propuestas al correo electrónico:

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miércoles, 19 de septiembre de 2007

“Llamados por Jesús con otros.La comunidad. El corazón de la comunidad: Las personas con una discapacidad" (I) / Autor: Jean Vanier


Publicamos una de las reflexiones de Jean Vanier impartidas a una de las comunidades de Fe y Luz durante un retiro sobre el mismo tema. La primera de ellas está publicada en nuestro blog el día 5 de septiembre y la segunda el 14 de septiembre.

Quería comenzar contándoos una historia que me conmovió profundamente, sobre una mujer joven de 17 años que me escribió en su última carta: “siempre he tenido la sensación de que mis padres no me querían y de que yo era un estorbo y mi familia siempre ha hablado bien de mis hermanos y hermanas, pero nunca de mí; y fui al colegio pero nunca tuve amigos; y tuve la sensación de que nunca, ningún hombre podía elegirme a mí...” Así que, nos encontramos con una mujer joven con tendencias depresivas, nadie puede amarme, nadie puede quererme, no soy buena. Y en su carta continúa: “Un día estaba paseando, caminando por un bosque cercano y me senté bajo un árbol y de repente sentí la conciencia de que era amado por Dios; algo en cierto modo manó de mi interior” y para una mujer así, con una actitud depresiva, yo lo entiendo muy bien, una experiencia de este tipo es una experiencia muy fuerte.
Ella tiene su historia, todos nosotros tenemos nuestra historia. Hoy somos nosotros todo el fruto existente desde nuestra concepción, esta es nuestra historia. Parte de nuestra historia es solos, la mía tiene 73 años, otras historias son más jóvenes, pero todos nosotros tenemos una historia.

Dentro del vientre materno algo sucede. Sabéis que entre la madre y el niño en el vientre materno hay una forma de comunicación y que un feto a los seis meses dentro del vientre materno puede oír, el bebé puede ser muy sensible a la música, el niño nace, el parto puede ser una experiencia bonita o dolorosa; en algunos casos puede ser muy doloroso porque el bebé no respira bien al principio por una serie de razones, o en algunas ocasiones en el vientre el niño tiende a estrangularse; en algunas ocasiones el niño es separado de la madre porque ha nacido muy débil. Así que hay muchas experiencias, experiencias de ser realmente querido y ser una alegría o incluso, experiencias tristes, en que la familia estaba esperando un niño y es una niña o al revés; o el niño tiene una deficiencia. Todos hemos vivido estas experiencias y todo aquello que hemos vivido está inscrito en nuestros cuerpos; ninguno de vosotros puede acordarse del día de su nacimiento, vuestras primeras memorias no sé de cuándo son, ¿cuando teníais cuatro o cinco años...? Pero existe lo que llamamos la “memoria del cuerpo” y la memoria del cuerpo puede aflorar en alguna ocasión, en algunas terapias y ... ¿fuimos amados o sentimos que no lo éramos?

Hace no mucho un asistente me hablaba sobre su hija. Una mañana su hija de cuatro años le miró y le dijo: “te odio, te odio, te odio”. Y cuando miré a mi hija a la cara me di cuenta de que era verdad. ¿Cuál era el problema? Era que su hermano pequeño acababa de nacer, así que ella había perdido su lugar de ser la hija única. Así que, todos los niños dicen cosas, vivimos emociones, vivimos miedos, vivimos éxitos y fracasos, vivimos grandes iras a nuestros padres o sumisiones a nuestros padres y necesitamos tiempo para descubrir quiénes somos, qué decisiones quiero tomar por mí mismo. Esa es nuestra vida, todos vivimos nuestra historia; en nuestra historia, quizás tenemos un hermano o una hermana con una deficiencia. Un hermano un día me contó: “yo siempre quise ser deficiente”, porque en esa familia lo que sucedió es que la madre únicamente arropó a la persona con deficiencia y olvidó al otro hermano ¡esa es nuestra historia!

Tenemos sentimientos de angustia, de depresión..., ¡eso es lo que somos nosotros! Y hoy somos el fruto de todo lo que ha sucedido, y esa historia no puede ser cambiada; lo único que Dios no puede hacer es cambiar la historia, nuestra historia es nuestra historia; y yo soy hoy el fruto de todo lo que ha sucedido desde mi concepción. Lo que sucede cuando una mujer como esta tiene una experiencia de Dios, es que acepta y dice: “de acuerdo, acepto lo que soy yo hoy”; soy amado tal y como soy, con todo lo que soy y con toda mi historia; una historia de rotura, una historia de rechazo de Dios o de aceptación de Dios, una historia de pecado..., sea lo que sea, pero está bien. Mi historia es mi historia, no la puedo cambiar; pero soy amado hoy, tal y como soy; no tengo que ser lo que otros quieren que sea, no tengo que ser lo que mis padres hubieran deseado que yo fuera, ni siquiera tengo que ser lo que yo hubiera querido ser; soy quien soy, hoy... ¡y está bien!

Soy amado por Dios tal y como soy hoy. Porque cuando descubrimos que somos amados, los sentimientos de culpabilidad desaparecen. Mi experiencia es que muchas personas viven con culpa, no puedo amar a la gente, la gente no me ama; montones de historias... no acepto a las personas con deficiencia, mis padres no me quieren, etc. Y todos estamos llenos de sentimientos de culpa y hay una cierta tristeza sobre lo que nosotros somos hoy y estamos paralizados por la culpa. Y cuando escucho a la gente, encuentro a pocas personas llenos de orgullo, y me encuentro con mucha gente que no se gustan a sí mismos, y no se gustan a sí mismos tal y como son, y no creen en sí mismos; ni siquiera pueden creer que son amados por Dios, no pueden creer que realmente son importantes. Pienso que esa es la situación para la mayoría de la gente, no creen en sí mismos, y porque no creen en sí mismos... ¡tienen miedo a amar!

Ayer os hablé del miedo a Jesús. Pero pueden tener miedo a cualquier modo de amor, porque el amor destruye mi libertad, y puede pararme y pedirme ser lo que soy. A veces la gente, los niños tienen miedo del amor de sus padres, porque pueden sentir un amor que les está controlando, poseyendo. Por eso a veces pueden estar muy enfadados hacia sus padres, por sentir un amor que les manipula. El amor puede manipular mucho. Es como si los padres quisieran que los niños estuvieran de una determinada manera, entonces les manipulan. La pregunta es ¿existe un amor que nos da la libertad? Esta es una gran pregunta. ¿El amor controla y posee o el amor puede dar la libertad? Dar la libertad para cometer errores, dar la libertad para ser tú mismo.

En aquella historia tan bonita del “Hijo pródigo”, el hijo le pide al padre parte de su herencia, y se la da, “bien eso es lo que quieres”. El padre se lo da, no trata de pararlo, no trata de controlarlo, confía en él. Así que... ¡te lo daré!. Debió ser una herida profunda para el padre, porque en la tradición judía cuando un hijo pide su herencia, realmente lo que está diciendo es “deseo que te mueras”. Pero el padre no discute, porque el amor sólo puede provenir de la libertad, no podemos imponer el amor, no podemos controlar a la gente.

Lo importante es que la gente descubra quiénes son y qué es lo quieren y cómo quieren crecer. El peligro de todas nuestra sociedades, que también sucede en la Iglesia, es el deseo de controlar a las personas, en lugar de llevarlas a la libertad y ayudar a la gente a caminar hacia la libertad. Quizás en otro momento hablaremos de las condiciones necesarias para caminar hacia la libertad, de manera que pueda tomar mis decisiones de acuerdo con mi conciencia, y no simplemente obedecer. La obediencia puede ser buena, pero la obediencia puede ser también mala. Si simplemente haces lo que te digo que hagas; es mucho más importante decir qué piensas qué debo hacer, qué dice tu conciencia y hablar de ello. Porque tú eres una persona y Jesús reside en ti y lo que tú tienes que decir es importante. Lo peligroso es que la gente no crea que tiene una conciencia, que crean que Dios no reside en ellos...

No sé si entendí la canción sobre el teléfono, pero si realmente es lo que yo imaginé, es realmente algo muy bueno; tenemos una comunicación directa con Dios y eso es importante, que uséis vuestro teléfono móvil divino. Pero para eso tenemos que estar preparados y escuchar realmente y no apagar el teléfono móvil cuando Jesús empieza a hablarnos. El problema de Jesús es que no dice mucho, excepto “confío en ti” y “escucha tu corazón más profundo”, entra en ti mismo, no escuches solamente tus deseos superficiales, profundiza más”. Para eso necesitas tiempo, necesitas silencio. A veces quizás deberíais sentaros debajo de un árbol y allí encontramos dificultades; cuando hay angustia siempre queremos hablar, o queremos ver la tele... sea lo que sea. Nos cuesta ir a un lugar de silencio, y entonces, allí es donde suena el teléfono, en ese lugar secreto de nuestro ser. Mucha gente no conoce ese lugar secreto, mucha gente no cree que tenga una comunicación directa con Dios, o quizás creen que Dios va a obligarles a hacer cosas que no quieren hacer. Y la visión completa de Dios es conseguir hacer hombres y mujeres llenos de alegría.

Esa es la última frase del Evangelio de ayer: “os digo esto para que estéis completamente llenos de mi gozo”; eso es lo que quiere Dios, que seamos gente de alegría, llenos de vida, no llenos de ira y paralizados por la angustia y la tristeza. La pregunta es ¿cómo crecer hacia esta libertad? Mi experiencia es que he encontrado la máxima libertad en mi relación con personas discapacitadas; de una manera misteriosa ellos me han llevado hacia la libertad. En cierto modo ellos han despertado mi necesidad y quiero que entremos poco a poco hacia la realidad completa de la compasión, hablaros de un amor que realmente nos libera y nos trae la liberación.

Sabéis la historia del Buen Samaritano. Ayer os hablé de una mujer de Samaria y hablamos un poco de la relación entre samaritanos y judíos; ellos se excluían unos a otros, se evitaban, podemos decir incluso que se odiaban, había un grueso muro que les separaba; no había contacto entre ellos, si tú veías a un samaritano acercarse, tú te ibas hacia la otra dirección... ¿sabéis la historia, no?
Un hombre asaltado en el camino de Jerusalén a Jericó, tirado en el suelo en un estado de coma. Y una de las autoridades religiosas, que era judío, pasa, le ve y continúa su camino; el levita, una autoridad religiosa, hace lo mismo, continúa su camino... ¿por qué no se pararon? Es importante ver porqué. Porque esa es la misma razón por la que yo no paro... ¿cómo nos comportamos ante una persona tirada en el suelo?

Hace algún tiempo estaba en París y una persona que parecía muy pálida, muy disgustada se acercó hacia mí y me dijo “dame diez francos” bueno, en este lugar, dame dos euros; y yo me detuve y le pregunté porqué; “porque no he comido” me dijo; y le pregunté porqué, me dijo: “acabo de salir del hospital psiquiátrico”. Así que, comencé a preguntarla; de repente sentí un gran miedo que salía de mí y sabía que si me encontraba un poco más con ella, me atraparía, y tendría que decirle: “ven, vamos a tomar algo al Mc Donals...” bueno, no me gusta el Mc Donals, es un signo americano, permaneced españoles, bueno, eso es otro problema. Así que, yo sentía miedo; así que le di el dinero y me fui. ¿Dónde estaba mi miedo? Yo tenía una cita, pero siempre podemos cancelar una cita, pero no estaba preparado para aceptar algo nuevo, fatiga... ¡no lo sé!

¿Sabéis? A veces no estamos preparados para aceptar una nueva situación, incluso más quizás... no sabemos qué hacer. En una situación como esta estamos ante una mujer perturbada, que necesita mucho más que diez francos; posiblemente necesita un lugar que la acoja, necesita alguien que la aconseje, necesita amigos y no puedes hacer todo por todos, no puede ser todo; así que le di el dinero y continué mi camino. Y creo que esto es un sentimiento que todos tenemos... ¡no sabemos qué hacer!

En París hoy en día hay muchos, muchos mendigos. Cada vez que cojo el metro, hay montón de gente que pide dinero, así que... ¿qué hacemos? Poco a poco podemos cerrar nuestro corazón al dolor, hay tantas cosas ante las que no sabemos qué hacer; si queríamos resolver el problema, ven entonces; si se tratara de dar diez francos y que la mujer consiguiera la felicidad, pues no hay problema, si lo podemos solucionar, sería fácil; pero sabemos que hay muchas situaciones en las que no podemos resolver el problema. Como aquella mujer de la que os hablaba ayer embarazada de ocho meses y ella sabía que el niño tenía una deficiencia profunda. Estamos confundidos porque no sabemos qué hacer; incluso, si supiéramos qué hacer, estamos ya muy ocupados. Quizás todos mis amigos me critiquen si hago algo, así que, rechazamos el dolor. El dolor es algo que no queremos; si el dolor puede ser resuelto..., pero ¿cómo estar al lado de personas que están continuamente con dolor?

Por eso hay dos modos de COMPASIÓN , hay compasión – competencia. Como os comentaba ayer, si alguien tiene un dolor de muelas, no le digáis simplemente “estaré a tu lado y rezaré por ti”; llevad a la persona al dentista y a un buen dentista y rápidamente..., resolveremos el dolor. Pero cuando nos enfrentamos a situaciones que no tienen solución, no sabemos qué hacer, porque no nos gusta el dolor.

El hogar en el que vivo, hay un hombre que tiene una condición psicótica, le conocemos desde que tenía 15 años y de vez en cuando entra en periodos de angustia y dolor... ¿qué necesita un hombre como este? Necesita medicación, necesita una casa en la que vivir, necesita un trabajo, y muchas cosas. Pero lo que necesita por encima de todo, una vez que tiene buena medicación, una casa..., es un amigo, que le acepte tal y como es, con su condición psicótica; no cambiará. Su padre es ahora anciano y posiblemente morirá en unos dos años, así que, lo que él necesita ahora es un amigo, que sencillamente le acepte tal y como es, con su angustia y con su dolor. No podemos cambiar su dolor; su dolor viene de hace mucho tiempo, es un desorden psicótico; tiene la mejor medicación posible, tiene un trabajo, pero no es suficiente... lo que necesita es un amigo, ¡eso es la compasión: permanecer !

Ese es el misterio más importante de María permaneciendo al pie de la cruz, por eso María es una mujer de compasión. Ella permanece de pie a los pies de la cruz, no se enfada, no grita a las personas, no critica a los apóstoles que huyen...

En los últimos años he acompañado a un número de mujeres cuyos maridos las habían abandonado. Algunas de ellas entraron en una forma de depresión clínica... ¿qué podemos hacer? Su marido se ha ido, pero lo que todos podemos hacer es decir es: “estoy contigo y te comprendo”; pero no nos gusta estar con gente dolida y no poder solucionarlo, y no queremos vivir nuestro propio dolor; así que, encontramos todo tipo de excusas para no estar cerca de los que tienen dolor. Y el mayor sufrimiento de las personas con dolor, es que se sienten solos, que no se sienten buenos, se sienten apartados. Esta es la realidad que viven muchas personas con deficiencia, sienten que nadie les quiere.

Así que, los dos hermanos en religión pasaron de largo. Y ¿quién fue el que se detuvo? Fue el enemigo. Y él se paró; y se nos dice que fue conmovido por la compasión. Es muy conmovedor ser conmovido por la compasión. Me imagino que muchos de vosotros cuando veáis a alguien que sufre, podéis ser conmovidos por la compasión. Pero hay dos momentos, uno en el que somos realmente conmovidos y nos afecta, y el segundo momento es comprometerse. A mucha gente le conmueve, sienten compasión, les duele..., pero entonces no hacen nada. Así que hay dos momentos, uno en el que nos sentimos afectados, movidos por la compasión y otro en el que el buen samaritano realmente toca el cuerpo herido de la persona. Y sabéis que este samaritano sabía lo que tenía que hacer; le puso vino en las heridas para curarlas, puso aceite en las heridas para facilitar la cicatrización y le vendó, y le puso encima de un borrico. Esto no es sencillo. No es fácil cargarse a un hombre que está en el suelo y ponerlo encima de un burro. Muchas veces no sabemos cómo sujetar un cuerpo, estamos un poco perdidos y podemos sujetar mal el cuerpo, así que se puede caer.

Sí sentimos que este Samaritano sabía lo que sentía. Así que le llevó a la posada local y pasó la noche con él... ¡eso es muy bonito! Se sentó junto a él y quizá hubo un momento precioso donde posiblemente el hombre judío abrió sus ojos y vio que había sido salvado por un samaritano `¡Ah! ¿eres tú?, ¿tú me has salvado? Nunca, nunca volveré a criticar a un samaritano`. Así que no es solamente el cuerpo del judío el que cambia, sino también su corazón cambia. Porque descubre que todos somos parte de una humanidad común. Porque ¿qué es lo que sucede? Que el samaritano ha roto su cultura, una cultura que se encierra en su propia cultura.

Durante la guerra de Kósovo, cuando las tropas serbias estaban entrando en Kósovo, había un sacerdote ortodoxo que escondía a kosovares y los protegía. Así que las tropas serbias tuvieron que salir y entonces el sacerdote ortodoxo comenzó a esconder a serbios. Él salió de su cultura, era sencillamente un cristiano, un sacerdote, delante de personas que sufrían. Fuera cual fuera su cultura, su religión..., vio a los kosovares como personas y vio a los serbios como gente. Él rompió, pasó por encima de su cultura para descubrir una humanidad común, que todos somos hermanos y hermanas; sea cual sea nuestra cultura, nuestra clase, nuestra religión, sean cual sean nuestras capacidades... ¡tú eres mi hermano, tú eres mi hermana... sean cuales sean tus capacidades o tus incapacidades!

Así que el corazón del hombre judío cambió y también me imagino que el hombre samaritano cambió cuando los dos hombres se encontraron, en un encuentro verdadero, y se miraron el uno al otro, y sintieron en la presencia del otro la presencia de Dios. Fue como si en ese momento se encontraran unidos; unidos, juntos en Dios y ambos fueron cambiados, porque cayeron los prejuicios.

La Madre Teresa dice algo muy bonito; dice que al principio cuando ves a gente muriendo en las calles de Calcuta, puedes sentir repulsión. Pero dice: “si te acercas a las personas que mueren en la calle, y empiezas a tocar su cuerpo, descubres compasión y si vas más allá en la compasión, puedes encontrar la sanación..., puedes maravillarte” y ese maravillarse significa encontrar que alguien es una persona, descubrir que estamos unidos y que hay una presencia de Dios en ti. Es la experiencia de Jesús cuando dice “tuve hambre y me distéis de comer, estaba en la cárcel y me visitasteis, estaba desnudo y me vestisteis, era un extranjero -alguien diferente- y me acogisteis...” Esa es una experiencia de la presencia de Dios. Lo que sucede es que algo me cambia. Es el misterio del sacramento con la persona herida. Me imagino que esto es lo que sucedió en el encuentro del judío con el samaritano. Y este samaritano amaba a aquél hombre con un amor excesivo. Él hizo lo que yo no hice con la mujer francesa, darle diez francos. Esto nos revela cómo nos ama Dios. Este samaritano amaba al judío con un amor excesivo; pasó la noche con él y cuando se fue dejó dos días de salario y le dijo al posadero: “y si te gastas más, cuando yo vuelva te lo pago”.

Así que, hay algo realmente excesivo; probablemente estaréis pensando “bueno, esto es imposible... ¿cómo alguien puede hacer lo que hizo aquél hombre?” Yo no sé lo que es posible y lo que no es posible, lo que sé, es que Jesús está contando esta parábola como la respuesta a una pregunta, una pregunta de un joven de leyes que le pregunta ¿cómo puedo conseguir la vida eterna? Yo creo que no estaba preguntando ¿qué puedo hacer para conseguir la vida después de la muerte? Creo que está buscando algo nuevo, una fuente de vida, algo que le de fuerza, algo que le renueve, que le libere de la presión de su propio ser, algo que esté más allá del tiempo... porque ¿sabéis? Todos nosotros estamos encerrados en el tiempo, nosotros siempre estamos encerrados en el límite y en lo finito, pero en cierto modo, siempre queremos romper esa prisión, queremos algo que sea más vida. Esa es la historia de todos nosotros, ¡queremos más vida!, no queremos ser contenidos por una pequeña caja. Así que creo que este hombre pregunta sobre algo más, salir de su caja de hábitos, de leyes. Y Jesús sencillamente dice: “tienes que amar a Dios con toda tu cabeza, con todo tu corazón, con todo tu ser, con todo tu espíritu” y le dice “amar a tu prójimo como te amas a ti mismo” Así que, eso le pone en una situación embarazosa a esta persona de leyes porque le ha preguntado algo a Jesús pero él ya sabía la respuesta; así que intenta escaparse del tema y le pregunta: ¿y quién es mi prójimo, mi vecino? Si se os pregunta quién es vuestro prójimo, vuestro vecino, no sé lo que diríais, pero si no hubierais leído el evangelio no sé si hubierais dicho lo mismo que la parábola. Dice: el vecino es el que está cerca de mí, el que pertenece a mi comunidad de Fe y Luz, y si no en la mía en otra comunidad, o quizá parte de mi familia, etc. Esta es la reacción normal hacia la pregunta de ¿quién es mi prójimo? Y la respuesta de Jesús es una respuesta muy conmovedora: “cualquier persona que sufre, es tu hermano o tu hermana y son importantes para ti”.

Y la historia nos dice que si nos acercamos a alguien que es diferente, serás cambiado, si abres tu corazón al que es diferente, cambiarás, y pasarás de una repulsión inicial, miedo, angustia..., hacia la compasión y de la compasión pasarás al maravillarte. Y descubrirás allí la presencia de Dios. Lo que yo he descubierto es que esta forma de compasión, me ayuda a ser compasivo conmigo mismo. Sabéis que todos somos personas heridas, todos llevamos con nosotros muchas roturas, todos tenemos deficiencias. Mis deficiencias no son las mismas que las de otra persona de mi comunidad, yo puedo hablar, andar, muchas cosas... Y vivo con personas como Patrick con una condición psicótica, o con Bernard que no sabe hablar, u otros que tienen incontinencia.

¿Dónde están nuestras deficiencias? Nuestras deficiencias suelen estar relacionadas con deficiencias para la relación, no sabemos relacionarnos con las personas, nos dan miedo las personas, ¿buscamos a gente que sean parecidos a nosotros?, ¿encontramos la seguridad en los amigos?, ¿encontramos iras dentro de nosotros, incapacidad para perdonar...? Descubrimos muchas cosas dentro de nosotros y siempre en torno a elementos de la relación. Yo sé que tengo un sistema que me protege, todos tenemos un sistema de protección porque nos sentimos vulnerables, hay culpa en nosotros, así que nos protegemos, nos escondemos detrás de muros, o nos escondemos detrás de máscaras... nos cerramos. Según vamos siendo mayores descubrimos nuestras deficiencias, descubrimos nuestros sistemas de protección, descubrimos que algunas personas nos gustan o queremos, descubrimos que intentamos evitar a otros, descubrimos que hay otras personas hacia las que sentimos que hay mucha ira, podemos descubrir muchos miedos en nosotros mismos; es realmente importante descubrir... ¿dónde están nuestros miedos?, ¿miedo de no ser amado, de la soledad, de la angustia, miedo a sufrir, de la muerte, miedo a la muerte de los seres queridos...? Puede haber mucho miedo en nosotros y ¿cómo vivir con ese miedo?

Freud dice que alguien para vivir realmente tiene que mirar a la muerte cara a cara. Él utiliza un proverbio que ha dicho en latín: “aquél que quiera vivir, debe mirar a la muerte cara a cara”, pero nos da miedo... No nos damos cuenta de que la muerte está inscrita en mis genes, todos vamos a morir... ¿por qué preocuparnos entonces?, ¿cuál es el problema?

El otro día, murió un hombre maravilloso en nuestra comunidad; tenía leucemia. Hace tres años le diagnosticaron la leucemia y fue tratado con quimioterapia y la leucemia reapareció en diciembre y muy rápidamente nos dimos cuenta de que iba a morir, una muerte muy bella y muy sencilla. Él dijo que no quería ir al hospital y permaneció en casa y le preguntamos al resto de personas de la casa si aceptaban y todo el mundo dijo que sí. Yo estaba un día cenando en otra de las casas y una de las personas con deficiencia, una joven mujer bastante problemática, siempre intenta ponerte en situaciones embarazosas. Una mujer muy bella, pero a veces una patada.... en el culo diríamos. Me dijo: “me he enterado de que Jean Pierre no está bien” yo le dije: “no se trata de que no está bien, sino que probablemente morirá de aquí a diez días y esto será maravilloso para él; porque ¿sabéis? fue un hombre que sufrió mucho y por fin Jesús va a acogerle en sus brazos y es un anuncio maravilloso que él vaya a morir...” Entonces ella me miró con los ojos abiertos, y le dije: “el único problema somos nosotros, los que no vamos a morir, ese es el problema; el problema no es él, es bueno para él; el problema lo tenemos nosotros porque le queremos; la muerte no es difícil para aquellos que mueren, sino para lo que no mueren, porque le vamos a echar de menos”. El día antes de su muerte, estaba tumbado en su cama. Yo estaba al lado de su cama y él abrió los ojos y dijo: “tengo sed”. Son las últimas palabras de Jesús; y le dije: “¿qué puedo hacer por ti?” él me dice: ¡coca-cola! Así que vamos de lo sublime a lo prosaico. Al día siguiente murió.

¿Qué nos asusta realmente de la muerte?, ¿realmente creemos que esa es la realización de nuestra vida? Yo ya sé, tengo 73 años, en pocos años estaré muerto, pero esa será la realización.... ¿nos asusta la muerte porque nos sentimos culpables y sentimos que no hemos completado nuestras vidas? Es importante que veamos esto. Y en cierto modo, la experiencia de Jesús que tuvo aquella mujer, aquella que estaba sentada a los pies de un árbol, la liberó del miedo, porque ella sabe que es amada. Lo que os digo, es que si tenemos compasión hacia la gente que sufre, también podemos sentir compasión hacia nosotros; incluso compasión de nuestros miedos, que son problemas. Realmente... ¿podemos sentir compasión hacia las personas con discapacidad, si no soy compasivo hacia mi propia debilidad y rotura, mis propias dificultades...?

La compasión es la aceptación de mí mismo y de ti mismo tal como eres. Pero también es un deseo de no ser dominado por el miedo, de crecer hacia una paz y un amor más grandes. Cuando Jesús termina esta parábola, cuando ha contado la historia del Buen Samaritano, hace una pregunta: “¿quién de todos los personajes actuó como si él fuera su prójimo?” y este hombre responde: “el tercero de todos”. ¿Sabéis lo que Jesús le dice? “Haz tú lo mismo”. Jesús nos está pidiendo hacer algo imposible.

Cuando estuve en Malasia, hace unos dos meses, me encontré con unos cien padres. Me conmovió la cantidad de chicos y chicas con deficiencias graves, brotes psicóticos, autistas, etc. y me dije “esto es escandaloso, es realmente un escándalo”. Tanta gente con deficiencia son un escándalo, sobre todo aquellos que no pueden relacionarse, no es posible. Cuando te encuentras con familias jóvenes con algún chico con deficiencia, no hay médicos, no hay escuelas... ¡es un escándalo, algo está mal, no es justo! Y cuando ves la soledad de los padres, el dolor de los padres, la angustia de los padres... ¿cuál es la respuesta? La única respuesta es que Jesús nos da el poder del Espíritu para que nos convirtamos en hombres y mujeres de compasión y que amemos a la gente. Y amar a la gente con compasión es amarlos como Dios les ama, es tener el corazón de Dios en nosotros. Y amar a la gente de una manera competente, amar a la gente no es solamente una cuestión emocional, no es sólo atrapar a la gente, sino también ayudarlas a entender, y para eso necesitamos ayuda.

Fe y Luz está fundada sobre el dolor de los padres y sobre el dolor de las personas con deficiencia. Estamos ahí para responder al dolor. Esa es la razón por la que El Arca y Fe y Luz siempre serán complejos y difíciles. A veces habrá muy pocos amigos, esto no me sorprende, lo que me sorprende aquí es que hay muchos amigos, porque nadie quiere estar con gente que tiene dolor.

Perdona y serás perdonado. Y perdonar significa acoger al otro que es diferente y romper las barreras para que seamos todos uno. Y que descubramos la presencia de Dios en ti, en la persona que está herida, pero también la presencia de Dios en mis propias heridas.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

“Jesús te ama de forma especial y quiere sanar tus heridas” (I) / Autor: Jean Vanier


Publicamos una de las reflexiones de Jean Vanier impartidas a una de las comunidades de Fe y Luz;

Estoy contento de que Peluso esté aquí, porque todo tiene que ver con la comunicación, y... ¿desde dónde comunicamos?, ¿comunicamos desde nuestra cabeza?, ¿comunicamos desde nuestras heridas, nuestra ira, nuestro dolor o comunicamos desde el corazón?, o... ¿llevamos una máscara puesta? Pretendemos ser alguien. Y lo más importante en la comunicación con Jesús está muy profundamente en nuestro ser. Espero que estos días podáis encontrar una manera de comunicaros con Jesús.

Fe y Luz no es solamente pasarlo bien, sino que tiene que ver con encontrarnos con personas. Pero la pregunta siempre es: ¿quién soy yo?, ¿quién soy yo en lo más profundo de mi ser? y ¿qué me llama Dios a ser? Así que, la pregunta es: ¿cómo puedo crecer para ser cada vez más yo mismo? Yo no tengo que ser lo que vosotros queráis que sea; las personas con una deficiencia no deben que ser lo que sus padres quieren que sean, se les permite ser ellos mismos, eso es bueno. Nuestra tendencia es querer que las personas sean lo que queremos que sean; ¿cómo podemos ayudar a las personas a ser libres para que sean ellos mismos?, ¿cómo volverme yo mismo libre?, ¿libre del miedo?, ¿libre de no querer ser lo que los demás quieren que sea?, ¿libre de prejuicios?, ¿libre del impulso de tener siempre éxito? Estamos en una sociedad que empuja a las personas a tener siempre éxito, ¿tenemos que ser así?, ¿tenemos que tener siempre éxito?, ¿estamos siempre juzgados por la sociedad?, ¿hay verdad en mí? Las personas con una deficiencia son de las personas más oprimidas de este mundo y no lo digo de una manera ligera, he visto muchas cosas, he visto muchas instituciones. He visto muchas instituciones que son muy malas y he visto mucho sufrimiento, donde las personas con una deficiencia no son libres para ser ellas mismas, no son respetadas, no son vistas como personas importantes, y que tienen un don para ofrecer a la sociedad y a la Iglesia.

Conocéis un par de textos de san Pablo a los Corintios, unos textos muy fuertes. Un primer capitulo en el que dice: “Dios ha escogido a los débiles para confundir y avergonzar a los que tienen el poder y se creen inteligentes”. Es importante descubrir qué significa eso, cuáles son sus consecuencias, que Dios haya elegido a los débiles y a los necios para confundir a los que tienen poder y éxito. Y un poco después, Pablo en el capítulo tercero dice esto, hace una comparación entre la Iglesia y el cuerpo, dice: todas las partes del cuerpo son importantes, los ojos son importantes, los oídos son importantes, los pies son importantes... Estamos hechos de muchas partes; hoy podríamos hablar de cuántas células tenemos en el cuerpo, muchas, muchas, muchas... Pero cada una


de ellas, como parte del cuerpo, es importantes; y Pablo va más allá diciendo “esas partes del cuerpo que son más débiles y menos presentables, aquellas que escondemos, a veces en la familia, a veces en instituciones, aquellas que no queremos ver por las calles, aquellas partes que son más débiles y menos presentables, son importantes para el cuerpo y deben ser lavadas, honoradas.

Son necesarias para el cuerpo y deben ser honoradas. Esto es muy fuerte, ¿qué es lo que ha hecho nuestra sociedad? esconderlas. La Iglesia en concreto ¿ha estado lo suficientemente atenta de que son necesarias? no sé. A veces la Iglesia puede convertirse en una Iglesia para los ricos y los poderosos..., ¡muchas preguntas!

Y si Fe y Luz nació hace 30 años es porque Dios, Jesús tiene un mensaje para la Iglesia. Así que, Fe y Luz no es solamente un sitio donde nos juntamos y lo pasamos bien; Fe y Luz es un mensaje para la Iglesia y para el mundo, pero también un mensaje para cada uno de nosotros, para que crezcamos en la misión de los evangelios. Sabéis que siempre creamos sociedades bajo el modelo de una pirámide; cualquier sociedad está construida sobre este modelo; arriba del todo, la salud, el privilegio, el poder...; y según bajamos ¿quién está abajo del todo?, ¿inmigrantes, personas de Marruecos, musulmanes, personas con una discapacidad, personas sin trabajo...? Así es la sociedad, cualquier sociedad es así.
¿Qué es lo que quiere Jesús? Crear un cuerpo en el que cada cuerpo es importante, en el que cada uno tiene una misión que es diferente, el sacerdote, el obispo tiene una misión, los laicos tienen una misión, las personas casadas ¡todos tenemos una misión! porque todos pertenecemos al mismo cuerpo, todos somos partes del cuerpo. Así que, Jesús quiere esto. Siempre las Iglesias están muy influidas por la cultura. Y Fe y Luz, con las personas con deficiencia nos están enseñando algo, las personas con una deficiencia me están diciendo algo a mí.

Yo nací y fui criado en un mundo de guerra. Hitler llegó al poder en 1932. Estaba claro que Europa iba encaminada a la guerra, vosotros también vivisteis la guerra en vuestro país, y fue el preludio de algo mucho mas grave. Vosotros conocéis vuestra historia, vuestra situación; fue en el año 1933-1937, se fue preparando una guerra civil. Yo estaba en Francia cuando las tropas francesas invadieron el país. Mi familia fuimos capaces de escapar a principios de junio, en 1940. En 1942 me enrolé en la marina de guerra. No directamente en un barco, primero estuve en una academia naval.

Así que, esencialmente me crié en una visión de lo bueno y lo malo, que las personas en España vivieron muy profundamente entre el 1936 y 1939. Donde había los buenos y los malos. Posiblemente nuestras mentes son criadas, enseñadas de esa manera. Todos creemos que estamos en el grupo de los buenos. Podéis ir a un lugar como Jerusalén para sentir eso; los judíos saben que ellos son las personas de Dios, los musulmanes también saben que ellos son los hijos de Dios, los cristianos también se saben los hijos de Dios...; pero no es tan sencillo como eso, porque por ejemplo en los judíos tenéis a los ortodoxos y a los liberales; entre los musulmanes tenéis a los chinitas y a los unitas; entre los cristianos, tenéis un menú bien grande, ortodoxos, protestantes, anglicanos, católicos...; pero todos sabemos que tenemos razón y que los demás están equivocados, es obvio. Pero nunca nos tomamos el tiempo para escuchar a la gente y dividimos el mundo entre lo bueno y lo malo, aquellos que tienen razón y aquellos que están equivocados.

Dejé la marina, porque me di cuenta que estar en el ejército no era un camino hacia la paz, por lo menos para mí. Así que dejé la marina para seguir a Jesús e intentar entrar en una misión, en el mensaje del Evangelio. El mensaje del Evangelio es extraordinario, en todos los sentidos, desde el punto de vista antropológico, sociológico, filosófico, político y teológico. Es una visión del mundo, una visión del mundo de quién es cada persona; es una visión que rompe todas las divisiones, es una visión para unir a todas las personas; pero como os dije antes, mi educación consistió en lo bueno y lo malo.

Entonces estudié filosofía, estudié sobre Aristóteles. Cuando estudias filosofía, para estudiar algo, tienes que estudiar qué no es algo, ¿entendéis qué quiero decir? Aristóteles no es Platón y así. Nuestra mente muchas veces funciona no contemplando algo para ver lo que es, sino confrontándolo con algo para saber lo que no es. Por eso, muchas veces las personas discapacitadas son llamadas “discapacitadas” (sin capacidad), no son en primer lugar una persona, con un don particular, son definidas de una manera negativa; ellos no son capaces de ir a la universidad, los definimos por lo que no son. Es la manera de decir que son deficientes. Pero así es como funciona la raza humana, y tenemos una visión de lo normal y lo anormal. Pero todos sabemos que no existe eso que llamamos “normal”, todos somos “anormales”, somos todos únicos, somos todos diferentes, algunos son buenos en matemáticas, otros no, algunos son buenos en esto, otros en otro..., ¡y cada uno tenemos dones diferentes!

Así que yo me crié realmente en esta visión de lo bueno y lo malo, de lo normal y lo anormal. Y toda mi visión era ir ascendiendo en la escala y promocionándome en la marina, en estudios ser el mejor, tener un buen doctorado y ser alabado, y al final, enseñar. Toda mi visión era la sociedad como una pirámide, tenía la necesidad de subir, incluso subir para hacer el bien; no es malo subir en la escalera, pero tienes que saber lo que estás haciendo y porqué lo estás haciendo; pero esa es la visión de nuestro mundo. La visión de Jesús es una visión del cuerpo.

Me animaron a visitar una institución de personas con una deficiencia; fue el Padre Thomas Philippe mi consejero espiritual el que me animó a visitarlo. Fui a visitar la institución que me dijeron. Me encontré con unos 30 hombres con una deficiencia; estaba un poco nervioso... ¿Cómo comunicarme con alguien que no habla? y si habla... ¿de qué podemos hablar? Sabía mucho sobre cómo manejar un portaviones, sabía algo sobre Aristóteles, pero pensaba que las personas con una deficiencia no tenían ningún interés en ninguna de esas cosas, pensaba ¿de qué podemos hablar? Me conmovió mucho, porque todos venían a mí con una pregunta, una pregunta que algunos verbalizaban y otros mostraban a través de su cara, sus manos, su cuerpo... ¿me quieres?, ¿realmente me quieres?, ¿quieres ser mi amigo? Posiblemente esta es una cuestión que

existe en nuestros corazones, pero la escondemos. Mis estudiantes, mis alumnos nunca me preguntaban si los quería, querían utilizar mi cabeza y luego salir de allí y ganar dinero; pero esta gente quería mi corazón.

Encontré a personas realmente hambrientas de relación, y eso me conmovió, pero hay otro tema, algo más complejo que ellos no me dijeron, pero que era muy claro, muy visible en su cuerpo: “¿por qué?, ¿por qué soy así?, ¿por qué la gente se ríe de mí?, ¿por qué me caigo al suelo?, ¿por qué no puedo estar con mis padres?, ¿por qué me han traído aquí, a una institución?, ¿por qué?...” Y no hay respuestas, y es una gran pregunta. Yo no lo hice y ninguno de vosotros eligió nacer, fuimos concebidos por nuestros padres, no pedimos ser hombre o mujer, y ni siquiera elegimos nuestro nombre, no elegimos nuestra nacionalidad, simplemente llegamos a esta tierra, tenemos los padres que tenemos. Las personas con deficiencia no eligieron tener una encefalitis o una parálisis cerebral o una meningitis, no lo eligieron, simplemente sucedió y no pueden entenderlo.

Por qué nació así, por qué la sociedad no los quiere, esa pregunta: “¿por qué?” es una pregunta muy fuerte, es una gran pregunta para los padres, por qué mi hijo ha nacido con una deficiencia. A veces eso conlleva ciertas connotaciones... “¿qué le he hecho yo a Dios para que suceda esto?” y vosotros sabéis, no hay ninguna respuesta. Lo único que sé, es que ellos no hacen más esa pregunta si se sienten queridos y apreciados. Esa pregunta siempre surge de un lugar de dolor. Me conmovió mucho encontrarme con estas personas; y animado por el Padre Thomas sentí que Dios me estaba llamando a bajar hacia ellos y vivir aprendiendo. Por eso dejé la enseñanza y empecé a visitar hospitales psiquiátricos y diferentes instituciones y me encontré con un mundo lleno de dolor del que no sabía nada. Visité esa pequeña institución de 30 hombres, pero luego me encontré con cientos y cientos de personas. Encontré hospitales psiquiátricos que tenían hasta 4.200 personas enfermas, de los cuales la mitad, unos 2.000 eran considerados casos crónicos, estarían ahí siempre, durante toda su vida. Y la otra mitad, otros 2.000, eran considerados “mentales”, lo que la gente entonces normalmente denominaba “esquizofrenia crónica”. Me conmovió mucho por ejemplo, visitar lugares donde encontraba cientos de mujeres con esquizofrenia. Se habían vuelto feas, mal vestidas, andando de acá para allá , sin trabajar...; eso me creó muchas preguntas, tenía muchas preguntas sobre las enfermedades mentales. Las otras 2.000 eran hombres y mujeres con deficiencias mentales, y muchas de ellas estaban agrupadas en dormitorios donde había 40 ó 60 camas; cada cama al lado de la otra, sin trabajar, todo el día yendo de acá para allá, caminando y me preguntaba: “¿cuál es el sentido de todo esto?”

Intenté hablar con familias, con padres, para entender lo que los padres estaban viviendo y eso me conmovió mucho también. Era un momento en que las personas con deficiencia no podían hacer la Comunión y los padres se preguntaban: “¿por qué mi hijo no puede hacer la Comunión?”

Recuerdo haberme encontrado con un doctor, era el padre de una chica joven con una deficiencia y él me contó: “cuando mi hija nació, yo estaba presente, mi reacción inmediata fue pensar “¿qué he hecho yo a Dios para tener una reacción como esta?”

He conocido muchas familias que sentían que tener un hijo, una hija con deficiencia era un castigo de Dios. Esta reacción no solo la he encontrado en una sociedad cristiana, sino también en China, en Malasia..., en todo el mundo. Y una conjunción de la inconsciencia de la humanidad y eso me conmovió, me turbó.

Hace poco me encontré con una mujer embarazada de ocho meses; me pidieron que hablara con ella porque estaba herida; me encontré a una mujer muy deprimida, muy enfadada, un poco histérica. Rápidamente me di cuenta de que no podía decirle nada, porque no puedes discutir con alguien que está viviendo ese dolor; lo único que supe decir fue: “señora, yo he elegido vivir con personas con deficiencia, usted no, y es muy diferente, esto se le ha impuesto a usted, yo lo he elegido y para mí ha sido un gran don, un gran regalo de Dios”.

Quien tiene un hijo, una hija con discapacidad, sufre una gran decepción ¡y eso es normal, es una decepción! Cualquier pareja quiere un bebé normal, precioso, es obvio; pero... ¿qué es lo que sucede al chico, que siente que él o ella es una decepción? Así que, necesariamente vivimos en un mundo de dolor, y no escondamos el dolor, existe mucho dolor. Es muy difícil para las personas con discapacidad que saben que nunca serán las personas que los demás quieren que sean, que tienen dificultades para comunicarse, dificultades con su cuerpo, un montón de cosas que no pueden entender, muchos dolores físicos, dolores mentales..., ¡hay mucho dolor!

A veces los padres van a la iglesia, con su hijo o su hija, y son incapaces de volver al domingo siguiente porque su hijo está corriendo o gritando. En una de nuestras comunidades hemos acogido a tres niños; la comunidad fue a la parroquia local, pero los niños hicieron demasiado ruido y el párroco nos pidió que no lo trajéramos otra vez. Nosotros podíamos soportarlo, porque tenemos un coche y podíamos ir a otra parroquia...

(Una persona se pone enferma en la sala, pierde el conocimiento durante la charla y debemos interrumpir unos minutos...)
“Vamos a tomarnos un minuto de silencio para rezar por Concha...”

Os estaba contando una historia de estos tres niños y la familia en nuestra parroquia que se nos dijo que nos fuéramos porque armábamos mucho ruido. Nosotros como comunidad podemos soportar esto porque tenemos coche y podemos ir a otra parroquia; pero ¿qué puede hacer su madre, su padre, a los que les piden que se vayan? Así que podemos hablar sobre el gran dolor que existe en el corazón de los padres y podemos entenderlo.

Hace unos días estuve en Serbia, hablando con familias y había una misa para una de las comunidades, y entre las personas con una discapacidad, había una chica llamada Lora; era una chica de unos 40 años que era autista, una chica muy guapa, pero no podía estar sentada dos minutos, así que se movía entre silla y silla, acercándose cada vez más al sacerdote. Era muy divertido porque a veces hablaba y reía, y cada vez que se acercaba, se acercaba un poquito más. Al final encontró el micrófono y decidió que era importante hacer algunos ruidos en el micrófono. Pero me di cuenta de que la comunidad era excelente, nadie la paró y no molestó a nadie y fue muy bonito eso que ella estaba haciendo; y el sacerdote llevó realmente el tema con una gran paz, como es en una Comunidad de Fe y Luz. Pero para la madre de Lora, en una parroquia normal, no lo sé.

Así que podemos hablar mucho del dolor de los padres; así que descubrí todo este mundo de dolor. Y me sentí llamado a acoger a dos hombres e intentar aliviarles el dolor; eran dos personas que vivían en una institución. Raphaël había tenido una meningitis, había perdido parte del habla, su cuerpo era inestable. Philippe había tenido una encefalitis, con un brazo y una pierna paralizados, hablaba demasiado y ambos tenían reales problemas intelectuales. Fui capaz de comprar una pequeña casa en ruinas, en un pueblecito. Les pregunté si querían venirse a vivir conmigo; por supuesto, para salir de la institución dijeron que sí; así que empezamos a vivir juntos. Yo me encargaba de la cocina y lo hacía muy mal. Vosotros sabéis que cuando se juntan tres hombres se sabe mucho de cómo ensuciar pero poco de cómo limpiar; no quiero meterme mucho en el tema de las diferencias entre hombre y mujer, nos puede llevar a un camino un poco dificultoso en la Iglesia este tema; en cualquier caso, empecé a descubrir una serie de cosas, el dolor y aprender a escucharles. No sólo escuchar su lenguaje verbal, que estaba muy reducido en el caso de Raphaël y en el otro caso demasiado aumentado, sino que aprendí sobre todo a escuchar su lenguaje corporal, porque a veces sabemos hablar con nuestra boca, pero también hablamos con nuestros ojos, con nuestras lágrimas, con nuestras sombras, con nuestra ira, nuestra violencia..., nuestro cuerpo es un lenguaje. Así como os dije ayer, en Fe y Luz somos expertos en lenguaje, para entender a las personas. Este fue un gran cambio para mí, porque yo provenía de lo bueno y lo malo, hacia la gente, hacia ti, sin etiquetas; etiquetas de capaz, incapaz, católico, no católico. ¿Dónde está tu dolor?, ¿dónde está tu esperanza?, ¿dónde está tu deseo?, ¿cómo puedes hacer para ser más completamente lo que quieres ser?

Una de las cosas que más he aprendido en El Arca es olvidarme de un grupo con etiquetas e ir más a las personas; entender realmente quién eres tú, quizá con tu religión, con tu cultura..., pero ¿quién eres tú?, ¿y dónde está tu dolor? En el Evangelio de San Juan, las primeras palabras de Jesús, se dirigen hacia dos personas que dejan todo para seguirle, una de ellas es Andrés y el otro probablemente es Juan, aunque no lo sabemos. Estos dos hombres comienzan a seguirle y Jesús se da la vuelta y les dice: “¿qué estáis buscando?” les lanza la pelota a su tejado y les está preguntado: “¿por qué habéis venido aquí?, ¿qué estáis buscando?” Es muy importante saber lo que están buscando. Quizás habéis venido porque queréis estar cuatro días lejos de vuestro entorno habitual y piensan que lo que hicimos ayer en ese papelito fue poner “¿qué es lo que quieres?” Esas son las primeras palabras de Jesús; lanza ese mensaje a nuestro deseo ¿qué es lo que yo quiero, lo que tú quieres, lo que nosotros queremos? No para que yo me adapte a lo que los demás quieren que yo sea, yo quiero ser yo; eso no quiere decir que no deba tomarme en serio lo que los demás me digan, pero esencialmente, yo quiero ser yo mismo, quiero desarrollar mi propia conciencia personal en relación con Dios.

Empecé a tocar el dolor de esta gente... ¿qué significa para un hombre o una mujer que siempre ha sentido la decepción? Cuando sus padres mueren ser arrinconados en una institución también una gran tristeza ¿qué significa eso para Dios?, ¿qué significa para su situación personal?, ¿qué significa eso para la conciencia que tienen de ellos mismos? Porque la pregunta para vosotros, la pregunta para mí es ¿cuál es el sentido de mi vida?, ¿cuál es el sentido de sus vidas?, ¿qué conciencia tienen del sentido de sus vidas?

Así que, empecé a escuchar su dolor. Cuando acogí a Philippe, el director de la institución me dijo: “su madre ha muerto, pero no hemos querido decírselo porque le haríamos mucho daño” me costó entenderlo. Así que, cuando Philippe comenzó a vivir conmigo, encontré a un tío suyo y le dije: tienes que venir y decirle a tu sobrino que su madre ha muerto, y él me dijo: no, le voy a herir demasiado, pero... “ella ha muerto y debe saberlo”; en cualquier caso, el tío habló con Philippe, se lo contó y se deprimió. Llevé al día siguiente a Philippe a la tumba, porque quería que él tocara la realidad y no seguir viviendo en la sombra. Todavía recuerdo a Philippe tirándose a la tumba, con los brazos en cruz llorando, llorando, llorando... Yo creo que lloraba no porque su madre hubiera muerto, sino porque nadie le había tratado como una persona. Así que comencé a descubrir todo el dolor que había en él. También empecé a descubrir lo que le gustaba la celebración y ellos despertaron el niño que había en mí. Vosotros sabéis, todos tenemos un niño dentro de nosotros.

Cuando dejé la marina era una persona muy seria. Quizás un poco asustado por las relaciones. Estaba más cómodo cuando estaba por encima o por debajo. Tiene sentido porque por encima mandas, y por debajo obedeces. Pero el mismo nivel en las relaciones es más complicado. Probablemente tenía problemas para integrar mi sexualidad, así que, me sentía un tanto cerrado a las relaciones, era capaz de hacer cosas por las personas, y era capaz de ser enseñado por otros. Pero la relación se me hacía más difícil. Lo que empecé a descubrir con personas con deficiencia era que lo importante era la relación y entrar en relación significa hacerse vulnerable, no controlar siempre las relaciones; porque cuando verdaderamente amas a alguien, puedes controlar y estar con ellos; ellos van a controlar y estar contigo; así es el misterio de la amistad y del amor. No estamos ahí para poseer a las personas, para controlarlas, sino entrar en una confianza mutua en la relación.

Así que ellos despertaron el niño que había en mí. En El Arca también nos gusta mucho celebrar y en muchos lugares, el corazón de Fe y Luz es celebrar; lo vimos ayer con el Padre Fernando, ¡es un gran actor! ¡Eso es muy bueno! La risa, la celebración, la comunicación, bailar, estar juntos, pasárselo bien juntos, crear cuerpo juntos... Así que, pienso que personas como Raphaël despertaron algo muy profundo en mí, que probablemente yo había escondido.

Pero también descubrí algo sobre el mensaje del Evangelio. Hay un texto muy bello que descubrí, porque Jesús es una persona increíble. Jesús no te impone, no te dice lo que debes hacer..., Él te invita; siempre es una cuestión de invitar, y es muy bello cuando Jesús invita y dice: “cuando des una comida, no invites a los miembros de tu familia”; es extraño, creía que Jesús era muy pro familia, “no invites a los ricos, no invites a tus amigos, porque cuando des realmente una buena comida, un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos y así recibirás la bendición de Dios, serás bendecido”.
Y estar sentados a la misma mesa con los pobres, los paralíticos, los ciegos, los lisiados..., no significa sentarse a comer espagueti con ellos. En lenguaje bíblico, eso significa “hacerse amigo de ellos”. Si te haces amigo de alguien que ha sido excluido, recibirás la bendición de Dios.

Nuestro Dios está muy herido por la división. La visión completa de Dios y de la Encarnación es conseguir la unidad, que estemos unos junto a otros, traer, conseguir la unidad. Así que, la misión principal de Jesús es traer la paz, y la paz no es la coexistencia sin más. La paz no es sólo la ausencia de guerra, la paz es juntarnos unos con otros y encontrarnos. El deseo de Dios es juntarnos con personas con una deficiencia y crear Comunidades, de eso trata El Arca, de eso es de lo que trata Fe y Luz. Así que, he aprendido mucho, todavía tengo mucho que aprender, todavía hay muchas cosas dentro de mí que deben cambiar, pero estoy en camino ¡todos estamos en camino!

Ahora os invito a hacer un rato de silencio, tiempo de oración y de reflexión. Tiempo para que os pongáis en Su presencia, y escuchar a Jesús que nos pregunta: “¿qué es lo que quieres?, ¿qué es lo que quieres realmente?, ¿qué quieres hacer con tu vida?”

domingo, 21 de octubre de 2007

“Así como nosotros perdonamos": Partos, medos y elamitas / Autor: P. Juan Manuel Martín-Moreno, s.j.













Uno de los signos de los tiempos en la Iglesia hoy es el despertar comunitario. La palabra comunidad pertenecía antiguamente al lenguaje espiritual de la vida religiosa. Era algo específico que diferenciaba al religioso de los laicos y de los sacerdotes diocesanos.

Hoy día, en cambio, las fronteras entre las diversas vocaciones cristianas se han desdibujado mucho. Hay una nostalgia generalizada por la vida de comunidad. Los laicos se sienten también llamados a ella y se asocian no sólo ya para <>, sino para <>, para <>. A medidas que los lazos familiares se han ido debilitando y empobreciendo, surge la necesidad de un marco cristiano de convivencia mucho más amplio del que puede dar la familia <> burguesa, tan pequeña y tan pobre para cubrir ella sola todas las necesidades espirituales de relación que tiene el hombre cristian1o.

En mi apostolado sacerdotal, aparte de mi propia experiencia comunitaria como religioso, he dedicado mucho de mi tiempo, energía e ilusiones a crear y consolidar este tipo nuevo de comunidades de laicos, en las que creo profundamente y en las que no veo el futuro de la Iglesia en medio de una sociedad secularizada.

Dentro de la inmensa producción literaria de hoy, he constatado que los manuales y revistas especializadas de moral dedican muchísimas páginas a problemas muy actuales, pero muy minoritarios: inseminación artificial, madres de alquiler, manipulación genética. En cambio, ¡qué poco se escribe sobre los problemas de ética comunitaria, tales como acogida mutua, comprensión, tolerancia y perdón en la vida ordinaria! En algunos manuales de moral no hay ni siquiera una sección dedicada a estos temas.

Son contados los títulos aparecidos últimamente sobre el perdón en las relaciones de familia y comunidad. Esto es lo que me ha impulsado a publicar estas reflexiones, nacidas de una experiencia comunitaria y dedicadas a todos aquellos que de una manera u otra viven en comunidad.

La comunidad cristiana comienza a latir en la sala alta de una casa de Jerusalén un domingo de Pentecostés. Ese día se han reunido en la ciudad partos, medos, elamitas y habitantes de todas las regiones del mundo conocido entonces, en una abigarrada mezcla de razas, lenguas y culturas.

Desciende sobre ellos el Espíritu y se produce el milagro. Los hombres comienzan a comprenderse. Las lenguas dejan de ser una barrera para la comunicación humana. No es que se produzca una lengua común, uniformada, sino que cada uno sigue hablando su propia lengua, y sin embargo es capaz de comprender las lenguas de los demás. La lección es bien clara: no son las lenguas, ni las razas, ni las culturas las que nos dividen, sino la falta de amor. Dondequiera que desciende el Espíritu y está presente el amor, las diversidades dejan de separar a los hombres.

Todo el pasaje de Pentecostés lo ha escrito Lucas en paralelismo con la escena de la torre de Babel. En Jerusalén se va a producir el fenómeno inverso al que sucedió en Babilonia. Allí hubo un intento humano por construir la unidad de los hombres simbolizada en aquella torre y en aquella ciudad.

Efectivamente, Babilonia como después Alejandro Magno, como después Roma o cualquier imperio de turno, han intentado construir una comunidad humana unificada, un gran imperio que abarcara a todas las razas, imponiendo una lengua común, destruyendo las culturas, uniformando las costumbres. Son imperios humanos, impuestos desde la bota militar, la <> (Is. 9,4). La unidad impuesta con violencia, la eliminación de las diversidades, el miedo enfermizo a los que son <> de nosotros.

El episodio de la torre de Babel tiene un desenlace trágico: los hombres, que en su orgullo han tratado de construir una ciudad, reciben un castigo de Dios: <> (Gén. 11,7).

No se puede alcanzar la unidad y la comunión de los hombres de esa manera. Sólo el Espíritu de Jesús congrega una comunidad cristiana de partos, medos y elamitas, respetando la lengua de cada uno, pero creando una comunión de amor que supera todas las diversidades, conservando <> (Ef. 4,3) donde <> (Gál. 3,28).

Éste es el gran desafío que la Iglesia lanza al mundo. ¿Es posible la convivencia? ¿Es posible la comunión? Pensadores pesimistas de todos tiempos han analizado la tragedia del hombre, creado para entrar en comunión con los demás, pero radicalmente incapacitado para conseguir esa comunión. Schopenhauer compara a los hombres erizos llenos de púas, que en una noche de invierno tienen frío y se acercan unos a otros para conseguir algo de calor. Pero al acercarse se lastiman y se hieren
profundamente hasta el punto de tenerse que separar. Nuevamente se les impone el frío y vuelven a buscarse, para herirse y alejarse una vez más. La historia se repite interminablemente. El hombre es un ser sin sentido, creado para una comunión inalcanzable. Sartre hablará de una <>. Para él, <>, pues estamos condenados a convivir con los demás como unos hombres atrapados en un ascensor.

Para Trotsky el hombre no era sino un <>, y Hobbes repetía <>, el hombre es un lobo para los otros hombres. Mauriac llamaba a la comunidad <>. ¿Para qué seguir citando?
No seamos demasiado fáciles en descalificar esta filosofía pesimista. ¿A quién no le ha tocado experimentar lo difícil que es la convivencia? Pensemos en la convivencia entre marido y mujer, a pesar de la atracción del amor físico; de padres e hijos, a pesar de lo espeso de la sangre; no digamos nada ya de la convivencia entre dos hermanas solteras que se han quedado a vivir juntas, o entre la suegra y la nuera…
Tenemos que ser conscientes de tantos fracasos como hay en la convivencia; tantas comunas empezadas de manera ilusionada y utópica, que han terminado a los pocos meses como el <>.

En su película <> nos presenta Buñuel a una chica idealista que sueña con formar una comunidad con los pobres, e invita a su mesa a toda una tropa de mendigos. Al final acaban destrozando la casa y los muebles, violándola a ella y arruinando la bonita utopía y los sueños de la muchacha. ¿A quién se le ocurre formar una comunidad de pobres? Y pobres somos todos, con nuestros tics, nuestras carencias afectivas, nuestra posesividad, nuestras miradas ansiosas, nuestras expectativas abrumadoras. Pobres erizos encerrados en nuestra armadura de púas, ¿podremos entrar en comunión con los demás?

Pues bien, es nada menos que Jesús quien tuvo este sueño, esta utopía: formar una comunidad de pobres. El Señor creyó en esta posibilidad, apostó por ella. Para eso murió, resucitó y envió su Espíritu en Pentecostés. (…). Si ya era difícil la convivencia entre marido y mujer, padres e hijos, hermanos de sangre, el Señor llamó a convivir a gentes entre quienes no se dan lazos de sangre ni parentesco; personas de distintas generaciones, que votan a distintos partidos políticos, con niveles culturales bien diversos, partos, medos y elamitas. ¿Locura, utopía, realismo?
En la comunidad de discípulos de Jesús estaban a la vez Simón el Zelote (versión palestina-bíblica de los etarras de hoy), fanáticos violentos que acuchillaban a la guarnición romana, y Mateo el publicano, colaboracionista con los romanos, explotador del pueblo, comprometido hasta las cejas en la sucia economía de su época. ¿Podrán habitar juntos el lobo y el cordero, el leopardo y el cabrito, la vaca y la osa? (Is. 11,6).

El cóctel fantástico, exótico y variopinto de nuestras comunidades, ‘no acabará convirtiéndose en un cóctel Molotov que estalle en mil pedazos? ¿Será el sueño de la comunidad cristiana un sueño loco e imposible? Ciertamente que es imposible para los hombres, pero <> (Mc. 10,27).

Éste es el gran reto de la comunidad cristiana, el mayor milagro que pondrá en evidencia el poder de la resurrección de Jesús. <<¡Alegría, hermanos, que si hoy nos queremos es que resucitó!>>. Una comunidad de amor en un mundo donde es tan difícil la convivencia es la credencial de Cristo resucitado. <> (Jn. 17,21). Está en juego el que el mundo crea. La posibilidad de la comunión es en nuestro mundo de hoy un milagro no menos persuasivo que el dar vista a los ciegos o limpiar leprosos. Está en juego nada menos que la credibilidad del evangelio.

El Señor nos dice: <>. El amor mutuo es el signo más preciado de que es posible una vida nueva, una vida resucitada. Es el signo de Jesús. <> (Jn. 13,35).

<> (Eclo 25,1). Esta comunión y concordia entre hermanos es el adorno de Jesús, el vestido radiante que refleja toda su hermosura, su blanca túnica sin costuras (Jn. 19,24). ¿Qué puede haber tan importante o tan urgente como el contribuir a la credibilidad del testimonio de Jesús, a la hermosura de su presencia entre los hombres?

Vivir en comunidad es ya un fin en sí mismo; nunca un mero medio para conseguir una mayor eficacia en nuestra evangelización, o para potenciar nuestros esfuerzos individuales. Es verdad que toda comunidad debe estar abierta a la misión, pero la comunidad no es un mero instrumento al servicio de la misión. Vivimos en comunidad para reflejar la vida trinitaria de Dios, que es comunidad, para celebrar la presencia total de Cristo, que lo es <> (Col. 3,11). Vivimos en comunidad para tener la oportunidad de vivir la misericordia del Padre en el continuo perdón y acogida mutuos.

Y ¿qué hay tan evangelizador como el amor? San Agustín dice que el amor entre los cristianos es <> .

Para esto se nos concede el Espíritu, y esto se puede vivir en el Espíritu. Descorazonados ante la dificultad de la convivencia, algunas congregaciones religiosas han tratado de facilitar las cosas y crear comunidades homogéneas, pisitos para jóvenes y conventos clásicos para mayores. En definitiva, han intentado crear unas comunidades para partos, otras para medos y otras para elamitas. Pero ni siquiera eso ha funcionado. Aun en esas comunidades homogéneas las personas siguen teniendo dificultad para comprenderse entre sí. La solución no es rasgar la túnica de Cristo, ni eliminar la riqueza de nuestras diferencias. La única solución es vivir auténticamente en el Espíritu. Donde está presente el Espíritu de Jesús, ni las mayores diferencias serán capaces de desunir. Donde no está el Espíritu de Jesús, ni las mayores uniformidades serán capaces de producir comunión.

Para eso se nos concede el Espíritu: para crear comunidad. Desgraciadamente hay quienes identifican personalidad carismática con hombre extravagante, bohemio, individualista, con caminos propios. Nada más lejos de la verdad. El hombre carismático, el hombre del Espíritu es un hombre de unidad.

La primera carta de los Corintios tiene por finalidad precisamente probar que el Espíritu no se concede para fomentar experiencias personales más o menos psicodélicas, ni para aventuras extravagantes, sino para crear hombres verdaderamente espirituales, es decir, hombres de comunión. <> (1 Cor. 3,3). San Pablo se ríe de todos los carismas que puedan tener los corintios, mientras no haya en ellos unidad y amor, que son la manifestación más inequívoca de la presencia del Espíritu de Jesús.

El centro del mensaje está en el capítulo 13. <> (1 Cor. 13,1-3): es decir, mientras no seáis hombres de comunión, no sois espirituales, sino carnales, por sabiduría que tengáis. Permanecéis en la carne por muchos carismas que creáis poseer, por más activos que seáis, por más milagros que hagáis o por más comprometidos con los pobres que estéis.

Uno de los libros más hermosos que se han escrito sobre la comunidad cristiana es el libro de Jean Vanier titulado La comunidad: lugar de perdón y fiesta . En este libro se subraya que en el corazón de toda comunidad se sitúa el perdón. Si el Espíritu Santo es capaz de crear comunidad es precisamente haciendo posible el perdón, la reconciliación continua entre marido y mujer, padres e hijos, hermanos de comunidad, amigos, compañeros de trabajo.

He querido comenzar este libro sobre el perdón con unas consideraciones generales acerca de la comunidad cristiana, porque es sólo en este marco donde el perdón puede hacerse inteligible.


Lectura complementaria:
El Sacramento del perdón en el Catecismo de la Iglesia


Segunda Parte: La celebración del misterio cristiano
CAPITULO SEGUNDO: LOS SACRAMENTOS DE CURACION
Artículo 4: EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACION


1422 "Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (LG 11).

I. EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO

1423 Se le denomina sacramento de conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión (cf Mc 1,15), la vuelta al Padre (cf Lc 15,18) del que el hombre se había alejado por el pecado.

Se denomina sacramento de la Penitencia porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador.

1424 Es llamado sacramento de la confesión porque la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. En un sentido profundo este sacramento es también una "confesión", reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia para con el hombre pecador.

Se le llama sacramento del perdón porque, por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente "el perdón y la paz" (OP, fórmula de la absolución).

Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20). El que vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del Señor: "Ve primero a reconciliarte con tu hermano" (Mt 5,24).

II. POR QUÉ UN SACRAMENTO DE LA RECONCILIACION DESPUES DEL BAUTISMO

1425 "Habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11). Es preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se nos hace en los sacramentos de la iniciación cristiana para comprender hasta qué punto el pecado es algo que no cabe en aquél que "se ha revestido de Cristo" (Ga 3,27). Pero el apóstol S. Juan dice también: "Si decimos: `no tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1,8). Y el Señor mismo nos enseñó a orar: "Perdona nuestras ofensas" (Lc 11,4) uniendo el perdón mutuo de nuestras ofensas al perdón que Dios concederá a nuestros pecados.

1426 La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han hecho "santos e inmaculados ante él" (Ef 1,4), como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es "santa e inmaculada ante él" (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios (cf DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (cf DS 1545; LG 40).

III. LA CONVERSION DE LOS BAUTIZADOS

1427 Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.

1428 Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que "recibe en su propio seno a los pecadores" y que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación" (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10).

1429 De ello da testimonio la conversión de S. Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (Lc 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él (cf Jn 21,15-17). La según da conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia: "¡Arrepiéntete!" (Ap 2,5.16).

S. Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, en la Iglesia, "existen el agua y las lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia" (Ep. 41,12).

IV. LA PENITENCIA INTERIOR

1430 Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores "el saco y la ceniza", los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia (cf Jl 2,12-13; Is 1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18).

1431 La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron "animi cruciatus" (aflicción del espíritu), "compunctio cordis" (arrepentimiento del corazón) (cf Cc. de Trento: DS 1676-1678; 1705; Catech. R. 2, 5, 4).

1432 El corazón del hombre es rudo y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a él nuestros corazones: "Conviértenos, Señor, y nos convertiremos" (Lc 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf Jn 19,37; Za 12,10).

Tengamos los ojos fijos en la sangre de Cristo y comprendamos cuán preciosa es a su Padre, porque, habiendo sido derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el mundo entero la gracia del arrepentimiento (S. Clem. Rom. Cor 7,4).

1433 Después de Pascua, el Espíritu Santo "convence al mundo en lo referente al pecado" (Jn 16, 8-9), a saber, que el mundo no ha creído en el que el Padre ha enviado. Pero este mismo Espíritu, que desvela el pecado, es el Consolador (cf Jn 15,26) que da al corazón del hombre la gracia del arrepentimiento y de la conversión (cf Hch 2,36-38; Juan Pablo II, DeV 27-48).


V. DIVERSAS FORMAS DE PENITENCIA EN LA VIDA CRISTIANA

1434 La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna (cf. Tb 12,8; Mt 6,1-18), que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo (cf St 5,20), la intercesión de los santos y la práctica de la caridad "que cubre multitud de pecados" (1 P 4,8).

1435 La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (Am 5,24; Is 1,17), por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia (cf Lc 9,23).

1436 Eucaristía y Penitencia. La conversión y la penitencia diarias encuentran su fuente y su alimento en la Eucaristía, pues en ella se hace presente el sacrificio de Cristo que nos reconcilió con Dios; por ella son alimentados y fortificados los que viven de la vida de Cristo; "es el antídoto que nos libera de nuestras faltas cotidianas y nos preserva de pecados mortales" (Cc. de Trento: DS 1638).

1437 La lectura de la Sagrada Escritura, la oración de la Liturgia de las Horas y del Padre Nuestro, todo acto sincero de culto o de piedad reaviva en nosotros el espíritu de conversión y de penitencia y contribuye al perdón de nuestros pecados.

1438 Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia (cf SC 109-110; CIC can. 1249-1253; CCEO 880-883). Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras).

1439 El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada "del hijo pródigo", cuyo centro es "el Padre misericordioso" (Lc 15,11-24): la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos; el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino del retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos estos son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Sólo el corazón de Cristo que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza.

VI. EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACION

1440 El pecado es, ante todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con él. Al mismo tiempo, atenta contra la comunión con la Iglesia. Por eso la conversión implica a la vez el perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia, que es lo que expresa y realiza litúrgicamente el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación (cf LG 11).

Sólo Dios perdona el pecado

1441 Sólo Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo: "El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra" (Mc 2,10) y ejerce ese poder divino: "Tus pecados están perdonados" (Mc 2,5; Lc 7,48). Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres (cf Jn 20,21-23) para que lo ejerzan en su nombre.

1442 Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre. Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico, que está encargado del "ministerio de la reconciliación" (2 Cor 5,18). El apóstol es enviado "en nombre de Cristo", y "es Dios mismo" quien, a través de él, exhorta y suplica: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20).


Reconciliación con la Iglesia

1443 Durante su vida pública, Jesús no sólo perdonó los pecados, también manifestó el efecto de este perdón: a los pecadores que son perdonados los vuelve a integrar en la comunidad del pueblo de Dios, de donde el pecado los había alejado o incluso excluido. Un signo manifiesto de ello es el hecho de que Jesús admite a los pecadores a su mesa, más aún, él mismo se sienta a su mesa, gesto que expresa de manera conmovedora, a la vez, el perdón de Dios (cf Lc 15) y el retorno al seno del pueblo de Dios (cf Lc 19,9).

1444 Al hacer partícipes a los apóstoles de su propio poder de perdonar los pecados, el Señor les da también la autoridad de reconciliar a los pecadores con la Iglesia. Esta dimensión eclesial de su tarea se expresa particularmente en las palabras solemnes de Cristo a Simón Pedro: "A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16,19). "Está claro que también el Colegio de los Apóstoles, unido a su Cabeza (cf Mt 18,18; 28,16-20), recibió la función de atar y desatar dada a Pedro (cf Mt 16,19)" LG 22).

1445 Las palabras atar y desatar significan: aquel a quien excluyáis de vuestra comunión, será excluido de la comunión con Dios; aquel a quien que recibáis de nuevo en vuestra comunión, Dios lo acogerá también en la suya. La reconciliación con la Iglesia es inseparable de la reconciliación con Dios.

El sacramento del perdón

1446 Cristo instituyó el sacramento de la Penitencia en favor de todos los miembros pecadores de su Iglesia, ante todo para los que, después del Bautismo, hayan caído en el pecado grave y así hayan perdido la gracia bautismal y lesionado la comunión eclesial. El sacramento de la Penitencia ofrece a éstos una nueva posibilidad de convertirse y de recuperar la gracia de la justificación. Los Padres de la Iglesia presentan este sacramento como "la segunda tabla (de salvación) después del naufragio que es la pérdida de la gracia" (Tertuliano, paen. 4,2; cf Cc. de Trento: DS 1542).

1447 A lo largo de los siglos la forma concreta, según la cual la Iglesia ha ejercido este poder recibido del Señor ha variado mucho. Durante los primeros siglos, la reconciliación de los cristianos que habían cometido pecados particularmente graves después de su Bautismo (por ejemplo, idolatría, homicidio o adulterio), estaba vinculada a una disciplina muy rigurosa, según la cual los penitentes debían hacer penitencia pública por sus pecados, a menudo, durante largos años, antes de recibir la reconciliación. A este "orden de los penitentes" (que sólo concernía a ciertos pecados graves) sólo se era admitido raramente y, en ciertas regiones, una sola vez en la vida. Durante el siglo VII, los misioneros irlandeses, inspirados en la tradición monástica de Oriente, trajeron a Europa continental la práctica "privada" de la Penitencia, que no exigía la realización pública y prolongada de obras de penitencia antes de recibir la reconciliación con la Iglesia. El sacramento se realiza desde entonces de una manera más secreta entre el penitente y el sacerdote. Esta nueva práctica preveía la posibilidad de la reiteración del sacramento y abría así el camino a una recepción regular del mismo. Permitía integrar en una sola celebración sacramental el perdón de los pecados graves y de los pecados veniales. A grandes líneas, esta es la forma de penitencia que la Iglesia practica hasta nuestros días.

1448 A través de los cambios que la disciplina y la celebración de este sacramento han experimentado a lo largo de los siglos, se descubre una misma estructura fundamental. Comprende dos elementos igualmente esenciales: por una parte, los actos del hombre que se convierte bajo la acción del Espíritu Santo, a saber, la contrición, la confesión de los pecados y la satisfacción; y por otra parte, la acción de Dios por ministerio de la Iglesia. Por medio del obispo y de sus presbíteros, la Iglesia en nombre de Jesucristo concede el perdón de los pecados, determina la modalidad de la satisfacción, ora también por el pecador y hace penitencia con él. Así el pecador es curado y restablecido en la comunión eclesial.

1449 La fórmula de absolución en uso en la Iglesia latina expresa el elemento esencial de este sacramento: el Padre de la misericordia es la fuente de todo perdón. Realiza la reconciliación de los pecadores por la Pascua de su Hijo y el don de su Espíritu, a través de la oración y el ministerio de la Iglesia:

Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (OP 102).

VII. LOS ACTOS DEL PENITENTE

1450 "La penitencia mueve al pecador a sufrir todo voluntariamente; en su corazón, contrición; en la boca, confesión; en la obra toda humildad y fructífera satisfacción" (Catech. R. 2,5,21; cf Cc de Trento: DS 1673) .

La contrición

1451 Entre los actos del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es "un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar" (Cc. de Trento: DS 1676).

1452 Cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se llama "contrición perfecta"(contrición de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental (cf Cc. de Trento: DS 1677).

1453 La contrición llamada "imperfecta" (o "atrición") es también un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado el pecador. Tal conmoción de la conciencia puede ser el comienzo de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental. Sin embargo, por sí misma la contrición imperfecta no alcanza el perdón de los pecados graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia (cf Cc. de Trento: DS 1678, 1705).

1454 Conviene preparar la recepción de este sacramento mediante un examen de conciencia hecho a la luz de la Palabra de Dios. Para esto, los textos más aptos a este respecto se encuentran en el Decálogo y en la catequesis moral de los evangelios y de las cartas de los apóstoles: Sermón de la montaña y enseñanzas apostólicas (Rm 12-15; 1 Co 12-13; Ga 5; Ef 4-6, etc.).

La confesión de los pecados

1455 La confesión de los pecados, incluso desde un punto de vista simplemente humano, nos libera y facilita nuestra reconciliación con los demás. Por la confesión, el hombre se enfrenta a los pecados de que se siente culpable; asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro.

1456 La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye una parte esencial del sacramento de la penitencia: "En la confesión, los penitentes deben enumerar todos los pecados mortales de que tienen conciencia tras haberse examinado seriamente, incluso si estos pecados son muy secretos y si han sido cometidos solamente contra los dos últimos mandamientos del Decálogo (cf Ex 20,17; Mt 5,28), pues, a veces, estos pecados hieren más gravemente el alma y son más peligrosos que los que han sido cometidos a la vista de todos" (Cc. de Trento: DS 1680):

Cuando los fieles de Cristo se esfuerzan por confesar todos los pecados que recuerdan, no se puede dudar que están presentando ante la misericordia divina para su perdón todos los pecados que han cometido. Quienes actúan de otro modo y callan conscientemente algunos pecados, no están presentando ante la bondad divina nada que pueda ser perdonado por mediación del sacerdote. Porque `si el enfermo se avergüenza de descubrir su llaga al médico, la medicina no cura lo que ignora' (S. Jerónimo, Eccl. 10,11) (Cc. de Trento: DS 1680).

1457 Según el mandamiento de la Iglesia "todo fiel llegado a la edad del uso de razón debe confesar al menos una vez la año, los pecados graves de que tiene conciencia" (CIC can. 989; cf. DS 1683; 1708). "Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave que no celebre la misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental a no ser que concurra un motivo grave y no haya posibilidad de confesarse; y, en este caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes" (CIC, can. 916; cf Cc. de Trento: DS 1647; 1661; CCEO can. 711). Los niños deben acceder al sacramento de la penitencia antes de recibir por primera vez la sagrada comunión (CIC can.914).

1458 Sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la Iglesia (cf Cc. de Trento: DS 1680; CIC 988,2). En efecto, la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu. Cuando se recibe con frecuencia, mediante este sacramento, el don de la misericordia del Padre, el creyente se ve impulsado a ser él también misericordioso (cf Lc 6,36):

El que confiesa sus pecados actúa ya con Dios. Dios acusa tus pecados, si tú también te acusas, te unes a Dios. El hombre y el pecador, son por así decirlo, dos realidades: cuando oyes hablar del hombre, es Dios quien lo ha hecho; cuando oyes hablar del pecador, es el hombre mismo quien lo ha hecho. Destruye lo que tú has hecho para que Dios salve lo que él ha hecho...Cuando comienzas a detestar lo que has hecho, entonces tus obras buenas comienzan porque reconoces tus obras malas. El comienzo de las obras buenas es la confesión de las obras malas. Haces la verdad y vienes a la Luz (S. Agustín, ev. Ioa. 12,13).

La satisfacción

1459 Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas). La simple justicia exige esto. Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo. La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el pecado causó (cf Cc. de Trento: DS 1712). Liberado del pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados: debe "satisfacer" de manera apropiada o "expiar" sus pecados. Esta satisfacción se llama también "penitencia".

1460 La penitencia que el confesor impone debe tener en cuenta la situación personal del penitente y buscar su bien espiritual. Debe corresponder todo lo posible a la gravedad y a la naturaleza de los pecados cometidos. Puede consistir en la oración, en ofrendas, en obras de misericordia, servicios al prójimo, privaciones voluntarias, sacrificios, y sobre todo, la aceptación paciente de la cruz que debemos llevar. Tales penitencias ayudan a configurarnos con Cristo que, el Unico que expió nuestros pecados (Rm 3,25; 1 Jn 2,1-2) una vez por todas. Nos permiten llegar a ser coherederos de Cristo resucitado, "ya que sufrimos con él" (Rm 8,17; cf Cc. de Trento: DS 1690):

Pero nuestra satisfacción, la que realizamos por nuestros pecados, sólo es posible por medio de Jesucristo: nosotros que, por nosotros mismos, no podemos nada, con la ayuda "del que nos fortalece, lo podemos todo" (Flp 4,13). Así el hombre no tiene nada de que pueda gloriarse sino que toda "nuestra gloria" está en Cristo...en quien satisfacemos "dando frutos dignos de penitencia" (Lc 3,8) que reciben su fuerza de él, por él son ofrecidos al Padre y gracias a él son aceptados por el Padre (Cc. de Trento: DS 1691).

VIII. EL MINISTRO DE ESTE SACRAMENTO

1461 Puesto que Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación (cf Jn 20,23; 2 Co 5,18), los obispos, sus sucesores, y los presbíteros, colaboradores de los obispos, continúan ejerciendo este ministerio. En efecto, los obispos y los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, tienen el poder de perdonar todos los pecados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".

1462 El perdón de los pecados reconcilia con Dios y también con la Iglesia. El obispo, cabeza visible de la Iglesia particular, es considerado, por tanto, con justo título, desde los tiempos antiguos como el que tiene principalmente el poder y el ministerio de la reconciliación: es el moderador de la disciplina penitencial (LG 26). Los presbíteros, sus colaboradores, lo ejercen en la medida en que han recibido la tarea de administrarlo sea de su obispo (o de un superior religioso) sea del Papa, a través del derecho de la Iglesia (cf CIC can 844; 967-969, 972; CCEO can. 722,3-4).

1463 Ciertos pecados particularmente graves están sancionados con la excomunión, la pena eclesiástica más severa, que impide la recepción de los sacramentos y el ejercicio de ciertos actos eclesiásticos (cf CIC, can. 1331; CCEO, can. 1431. 1434), y cuya absolución, por consiguiente, sólo puede ser concedida, según el derecho de la Iglesia, al Papa, al obispo del lugar, o a sacerdotes autorizados por ellos (cf CIC can. 1354-1357; CCEO can. 1420). En caso de peligro de muerte, todo sacerdote, aun el que carece de la facultad de oír confesiones, puede absolver de cualquier pecado (cf CIC can. 976; para la absolución de los pecados, CCEO can. 725) y de toda excomunión.

1464 Los sacerdotes deben alentar a los fieles a acceder al sacramento de la penitencia y deben mostrarse disponibles a celebrar este sacramento cada vez que los cristianos lo pidan de manera razonable (cf CIC can. 986; CCEO, can 735; PO 13).

1465 Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al Hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador.

1466 El confesor no es dueño, sino el servidor del perdón de Dios. El ministro de este sacramento debe unirse a la intención y a la caridad de Cristo (cf PO 13). Debe tener un conocimiento probado del comportamiento cristiano, experiencia de las cosas humanas, respeto y delicadeza con el que ha caído; debe amar la verdad, ser fiel al magisterio de la Iglesia y conducir al penitente con paciencia hacia su curación y su plena madurez. Debe orar y hacer penitencia por él confiándolo a la misericordia del Señor.

1467 Dada la delicadeza y la grandeza de este ministerio y el respeto debido a las personas, la Iglesia declara que todo sacerdote que oye confesiones está obligado a guardar un secreto absoluto sobre los pecados que sus penitentes le han confesado, bajo penas muy severas (CIC can. 1388,1; CCEO can. 1456). Tampoco puede hacer uso de los conocimientos que la confesión le da sobre la vida de los penitentes. Este secreto, que no admite excepción, se llama "sigilo sacramental", porque lo que el penitente ha manifestado al sacerdote queda "sellado" por el sacramento.

IX. LOS EFECTOS DE ESTE SACRAMENTO

1468 "Toda la virtud de la penitencia reside en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une con él con profunda amistad" (Catech. R. 2, 5, 18). El fin y el efecto de este sacramento son, pues, la reconciliación con Dios. En los que reciben el sacramento de la Penitencia con un corazón contrito y con una disposición religiosa, "tiene como resultado la paz y la tranquilidad de la conciencia, a las que acompaña un profundo consuelo espiritual" (Cc. de Trento: DS 1674). En efecto, el sacramento de la reconciliación con Dios produce una verdadera "resurrección espiritual", una restitución de la dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la amistad de Dios (Lc 15,32).

1469 Este sacramento reconcilia con la Iglesia al penitente. El pecado menoscaba o rompe la comunión fraterna. El sacramento de la Penitencia la repara o la restaura. En este sentido, no cura solamente al que se reintegra en la comunión eclesial, tiene también un efecto vivificante sobre la vida de la Iglesia que ha sufrido por el pecado de uno de sus miembros (cf 1 Co 12,26). Restablecido o afirmado en la comunión de los santos, el pecador es fortalecido por el intercambio de los bienes espirituales entre todos los miembros vivos del Cuerpo de Cristo, estén todavía en situación de peregrinos o que se hallen ya en la patria celestial (cf LG 48-50):

Pero hay que añadir que tal reconciliación con Dios tiene como consecuencia, por así decir, otras reconciliaciones que reparan las rupturas causadas por el pecado: el penitente perdonado se reconcilia consigo mismo en el fondo más íntimo de su propio ser, en el que recupera la propia verdad interior; se reconcilia con los hermanos, agredidos y lesionados por él de algún modo; se reconcilia con la Iglesia, se reconcilia con toda la creación (RP 31).

1470 En este sacramento, el pecador, confiándose al juicio misericordioso de Dios, anticipa en cierta manera el juicio al que será sometido al fin de esta vida terrena. Porque es ahora, en esta vida, cuando nos es ofrecida la elección entre la vida y la muerte, y sólo por el camino de la conversión podemos entrar en el Reino del que el pecado grave nos aparta (cf 1 Co 5,11; Ga 5,19-21; Ap 22,15). Convirtiéndose a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador pasa de la muerte a la vida "y no incurre en juicio" (Jn 5,24)

XI. LA CELEBRACION DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA

1480 Como todos los sacramentos, la Penitencia es una acción litúrgica. Ordinariamente los elementos de su celebración son: saludo y bendición del sacerdote, lectura de la Palabra de Dios para iluminar la conciencia y suscitar la contrición, y exhortación al arrepentimiento; la confesión que reconoce los pecados y los manifiesta al sacerdote; la imposición y la aceptación de la penitencia; la absolución del sacerdote; alabanza de acción de gracias y despedida con la bendición del sacerdote.

1481 La liturgia bizantina posee expresiones diversas de absolución, en forma deprecativa, que expresan admirablemente el misterio del perdón: "Que el Dios que por el profeta Natán perdonó a David cuando confesó sus pecados, y a Pedro cuando lloró amargamente y a la pecadora cuando derramó lágrimas sobre sus pies, y al publicano, y al pródigo, que este mismo Dios, por medio de mí, pecador, os perdone en esta vida y en la otra y que os haga comparecer sin condenaros en su temible tribunal. El que es bendito por los siglos de los siglos. Amén."

1482 El sacramento de la penitencia puede también celebrarse en el marco de una celebración comunitaria, en la que los penitentes se preparan a la confesión y juntos dan gracias por el perdón recibido. Así la confesión personal de los pecados y la absolución individual están insertadas en una liturgia de la Palabra de Dios, con lecturas y homilía, examen de conciencia dirigido en común, petición comunitaria del perdón, rezo del Padrenuestro y acción de gracias en común. Esta celebración comunitaria expresa más claramente el carácter eclesial de la penitencia. En todo caso, cualquiera que sea la manera de su celebración, el sacramento de la Penitencia es siempre, por su naturaleza misma, una acción litúrgica, por tanto, eclesial y pública (cf SC 26-27).

1483 En casos de necesidad grave se puede recurrir a la celebración comunitaria de la reconciliación con confesión general y absolución general. Semejante necesidad grave puede presentarse cuando hay un peligro inminente de muerte sin que el sacerdote o los sacerdotes tengan tiempo suficiente para oír la confesión de cada penitente. La necesidad grave puede existir también cuando, teniendo en cuenta el número de penitentes, no hay bastantes confesores para oír debidamente las confesiones individuales en un tiempo razonable, de manera que los penitentes, sin culpa suya, se verían privados durante largo tiempo de la gracia sacramental o de la sagrada comunión. En este caso, los fieles deben tener, para la validez de la absolución, el propósito de confesar individualmente sus pecados graves en su debido tiempo (CIC can. 962,1). Al obispo diocesano corresponde juzgar si existen las condiciones requeridas para la absolución general (CIC can. 961,2). Una gran concurrencia de fieles con ocasión de grandes fiestas o de peregrinaciones no constituyen por su naturaleza ocasión de la referida necesidad grave.

1484 "La confesión individual e íntegra y la absolución continúan siendo el único modo ordinario para que los fieles se reconcilien con Dios y la Iglesia, a no ser que una imposibilidad física o moral excuse de este modo de confesión" (OP 31). Y esto se establece así por razones profundas. Cristo actúa en cada uno de los sacramentos. Se dirige personalmente a cada uno de los pecadores: "Hijo, tus pecados están perdonados" (Mc 2,5); es el médico que se inclina sobre cada uno de los enfermos que tienen necesidad de él (cf Mc 2,17) para curarlos; los restaura y los devuelve a la comunión fraterna. Por tanto, la confesión personal es la forma más significativa de la reconciliación con Dios y con la Iglesia.