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Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

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miércoles, 3 de octubre de 2007

La Iglesia del siglo XXI: ¿Es carismática? / Autor: Hº Jaime Ruiz Castro CM

1.INTRODUCCIÓN:

En la década de los 60 del siglo pasado, el Espíritu Santo suscita a la Iglesia que vuelva a sus orígenes, en el ámbito institucional sería el Concilio Vaticano II (1962-1965) que definió a la Iglesia como Pueblo de Dios y reconfiguró a la Iglesia con las características esenciales de las Comunidades Cristianas primitivas y una vez finalizado el Concilio, surgió en 1967 cuando unos pocos estudiantes de la Universidad de Duquesne (Pittsburgh, Pennsylvania – Estados Unidos), durante un retiro meditaron sobre la experiencia de Pentecostés en los Hechos de los Apóstoles. Entonces oraron para ocurra lo mismo entre ellos. Experimentaron la efusión del Espíritu Santo y la manifestación de dones carismáticos. La experiencia pronto se propagó por el mundo entero. Más de cien millones de católicos participan de la espiritualidad de la Renovación Carismática Católica (RCC) actualmente.

La RCC junto con la reciente recuperación del catecumenado de adultos, hace que la Iglesia en el siglo XXI se asemeje más a sus orígenes.

La RCC cuenta con los servicios del (ICCRS) – International Catholic Charismatic Renewal Services - [Servicios de la Renovación Carismática Católica Internacional –SRCCI-] y es reconocido por el Consejo Pontificio para los Laicos.

En mayo de 1975, la Renovación Carismática celebró su conferencia en Roma. S.S. Pablo VI, y el 19 de mayo de este mismo año –Lunes de Pentecostés, en la cual se celebró la Misa votiva del Espíritu Santo-, exhortó a los participantes a continuar sus esfuerzos de renovación y a continuar fieles a la Iglesia: “"Este deseo auténtico de situaros en la Iglesia es un signo auténtico de la acción del Espíritu Santo... ¿Como no va a ser esta "renovación espiritual" una oportunidad para la Iglesia y el mundo? Y como, en ese caso no tomar todos los medios para asegurar que permanezca de este modo...”

El Papa Pablo VI permitió al Cardenal Suennens celebrar la Santa Misa en el altar mayor de San Pedro en el Vaticano, sobre los restos mortales de San Pedro y San Pablo, para la conferencia de la Renovación Carismática. Al final de la misa, concurrida por unos 10000 miembros de la Renovación, se impartió esta profecía que debemos hoy recordar: “Porque yo los amo, quiero mostrarles lo que estoy haciendo en el mundo hoy. Quiero prepararles para lo que ha de venir. Días de oscuridad vendrán sobre el mundo, días de tribulación... Edificios que hoy están en pie, no lo estarán más. Seguridades que están allí para mi pueblo, ya no lo estarán más. Quiero que estén preparados, pueblo mío, para conocerme solo a MÍ, para llenarse solo de Mí y tenerme de una forma más profunda que nunca.

Yo los guiaré hacia el desierto... Yo los despojaré de todo de lo que hoy dependen, para que dependan solamente de Mí. Viene un tiempo de oscuridad sobre el mundo, pero un tiempo de gloria viene para mi Iglesia, un tiempo de Gloria viene para mi pueblo. Yo derramaré sobre ustedes todos los dones de mi Espíritu, Yo los prepararé para el combate espiritual; Yo los preparare para un tiempo de evangelización como el mundo nunca ha visto antes ... Y cuando no tengan nada sino a Mi, lo tendrán todo: Tierra, campos, hogares y hermano y hermanas, amor, felicidad y paz como nunca antes. Estén alertas pueblo mío, Yo quiero prepararlos...

Les hablo a ustedes del amanecer de una nueva era para mí Iglesia. Les hablo de un día como nunca antes se ha visto... Prepárense para la acción que hoy empieza, porque las cosas que hoy ven alrededor suyo cambiarán; la batalla que hoy deben comenzar es diferente, es nueva. Necesitan de mi sabiduría que todavía no la tienen. Necesitan el poder de mi Santo Espíritu, en una forma que hasta ahora no han poseído, necesitan comprender Mi voluntad y las maneras cómo yo actúo, que ustedes todavía no comprenden. Abran sus ojos, abran sus corazones para prepararse para Mí y para el día que hoy he comenzado.

Mi Iglesia será diferente; mi pueblo será diferente; dificultades y tribulaciones vendrán sobre ustedes. Las comodidades que hoy conocen estarán lejos de ustedes, pero la comodidad que ustedes tendrán es el consuelo de mi Santo Espíritu. Enviarán por ustedes para quitarles la vida, pero Yo les sostendré. Vengan a Mí. Júntense, únanse a mí alrededor, Prepárense, porque yo proclamo un nuevo día de victoria y de triunfo para su Dios. Miren, ya ha comenzado.

Yo renovaré mi Iglesia. Yo renovaré a mi pueblo; Yo haré de mi pueblo uno. Les llamo a alejarse de los placeres del mundo. Les llamo a alejarse de los deseos del mundo. Les llamo a alejarse de buscar la aprobación del mundo en sus vidas. Quiero transformar sus vidas... Tengo una palabra para mi Iglesia. Estoy haciendo resonar mi llamado. Estoy formando un poderoso ejército... Mi poder está sobre ellos. Ellos seguirán a mis pastores escogidos... Sean los pastores como yo los he mandado ser... Estoy renovando a mi pueblo. Renovaré mi Iglesia. Liberaré el mundo.

Sepan que Yo, soy su Dios; traje a Pedro y a Pablo a Roma para testimoniar mi gloria. Yo los he escogido a ustedes también y los he traído a Roma para ser testigos de mi gloria, confirmada hoy por su Pastor. Id a sanar las naciones. Sabed que yo estoy con ustedes; y aunque tengan que pasar tribulaciones y pruebas, Yo estaré con ustedes, hasta el final. Les estoy preparando un lugar en la gloria. Mírenme a Mí., Yo les liberaré del poder del maligno. Yo estoy con ustedes hoy, todos los, días, hasta la consumación de los tiempos.

Han conocido la verdad estos días. Han experimentado la verdad estos días. Está claro para ustedes en este momento lo que es la verdad. Es la verdad de mi Reino, mi Reino que prevalecerá... Quiero que tomen esa verdad, que descansen en esa verdad, que crean en esa verdad, que no la comprometan, que no la pierdan en confusión, que no sean tímidos acerca de ella, sino que la sostengan simplemente, en amor, pero que se mantengan firmemente enraizados en la verdad como piedras fundamentales sobre las cuales mi Iglesia pueda tener nueva vida y nuevo poder.”


El Papa Juan Pablo II, hablándole a un grupo de líderes internacionales de la renovación, el 11 de diciembre de 1979, les dijo: "Estoy convencido que este movimiento es un componente muy importante en toda la renovación de la Iglesia.” El les dijo que desde sus once años hace una oración diaria al Espíritu Santo y añadió: “Esta fue mi propia iniciación espiritual, así que entiendo todos estos carismas. Son todos parte de la riqueza del Señor. Estoy convencido que este movimiento es una señal de su acción”

A nadie le puede quedar duda sobre el lugar que tiene en la Iglesia a la Renovación Carismática después del Congreso mundial de Movimientos Eclesiales celebrado del 27 al 29 de mayo de 1998. Dicho congreso fue promovido oficialmente por el Pontificio Consejo para los Laicos quien formalmente invitó a la Renovación Carismática Católica. Fue un representante de la renovación carismática quién presentó al Santo Padre en nombre de todos los movimientos, los votos de fidelidad a Su Santidad y a la Iglesia.

El Papa Juan Pablo II dijo sobre la RCC el 29 Mayo, 2004: “Gracias al movimiento carismático, muchos cristianos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, han redescubierto Pentecostés como realidad viva y presente en su existencia cotidiana” y “deseo que la espiritualidad de Pentecostés se difunda en la Iglesia, como empuje renovado de oración, de santidad, de comunión y de anuncio”

El Papa alentó la iniciativa denominada «Zarza ardiente», promovida por la Renovación en el Espíritu, que como él ilustró, es “una adoración incesante, día y noche, ante el santísimo Sacramento; una invitación a los fieles a ‘regresar al Cenáculo’”.

Su objetivo, según el Papa, es que los bautizados, “unidos en la contemplación del Misterio eucarístico, intercedan por la unidad plena de los cristianos y por la conversión de los pecadores”. “Deseo de corazón que esta iniciativa les lleve a muchos a redescubrir los dones del Espíritu, que en Pentecostés tienen su manantial”

“Entre nosotros, con las manos elevadas, está orando la Virgen, Madre de Cristo y de la Iglesia. Imploremos junto a ella y acojamos el don del Espíritu Santo, luz de verdad, fuerza de auténtica paz”

El Cardenal José Ratzinger, Prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe, en su presentación del libro del Cardenal Suennens sobre la RCC, reconoció el bien que ocurre en la RCC y presentó algunas cautelas: “En el corazón de un mundo inmerso en un escepticismo racionalista, de repente surge una nueva experiencia del Espíritu Santo. Y desde entonces ha asumido una la expansión de un movimiento mundial de renovación. Lo que el Nuevo Testamento nos dice sobre los carismas -que fueron vistos como signos visibles del advenimiento del Espíritu- no es solo historia antigua, ya terminada, sino que una vez mas se esta siendo extremadamente actual”.

Hablando del tema del libro, Renovación y el Poder de las Tinieblas, dice: “¿Cual es la relación entre experiencia personal y la fe común de la Iglesia? Ambos factores son importantes: la fe dogmática sin el apoyo de la experiencia personal permanece vacía; la sola experiencia, sin relación a la fe de la Iglesia permanece ciega”.

Finalmente, el exhorta a quienes lean el libro, a poner atención a la doble petición del autor “... a los responsables del ministerio eclesiástico - desde el sacerdote parroquial hasta los obispos- no dejar que la Renovación les pase sino que le den una completa bienvenida; y por la otra parte... a los miembros de la Renovación que atesoren y mantengan su vínculo con toda la Iglesia y con los carismas de sus pastores”. -Renovación y Poder de las Tinieblas, León Cardenal Suennens.

Dicho esto, podemos afirmar que la RCC no es un grupo más de la Iglesia Universal, o de la Diócesis o de la Parroquia y hay que resituarla en su sitio y redescubrir su función vital vocación y misión que tiene dentro de la Comunidad Cristiana como uno de los fundamentos de ella (Cf. Ef. 2,19-22).

El Cristiano es carismático por naturaleza , recibe el don de profecía en el sacramento del bautismo y reforzado en la Confirmación al recibir los 6 dones restantes. En un grupo carismático se le abre la ocasión de vivirlo con autenticidad, porque la RCC contribuye a la vida de la Iglesia, a través de del testimonio fiel de la presencia y la acción del Espíritu Santo ha ayudado a muchas personas a redescubrir la belleza de la gracia que se les dio en el Bautismo, entrada a la vida en el Espíritu., según afirma Juan Pablo II en el 35 aniversario de la RCC en Roma el 10 de Noviembre del 2002.

Juan Pablo II indica la necesidad de abrir los corazones y las mentes a las necesidades de la humanidad afligida por una “crisis de sentido”. Ante esta situación, subraya la urgencia de una “evangelización de la cultura para hacer que la vida esté marcada por la esperanza y no por el miedo o el escepticismo”

Por este motivo, el sucesor de Pedro alienta a los “carismáticos” a ser “signos vivientes de esperanza, faros de la Buena Noticia de Cristo para los hombres y las mujeres de nuestro tiempo”. Lo que significa, añade, ser “auténticos testigos” en “cordial unión con los sucesores de los apóstoles”, los obispos, y de esa verdad que tanto necesita hoy el mundo. Las comunidades carismáticas, concluye el Papa, tienen también el gran desafío que el nuevo milenio plantea a la Iglesia: ser “la casa y la escuela de la comunión”

2. La función de la RCC en la Comunidad Cristiana:

Canalizar la gracia en el Seno de la Comunidad Cristiana para la edificación de dicha Comunidad, poniendo los dones recibidos al servicio de la Comunidad.

3. Las cinco notas de la RCC:

Trinitaria: Alabamos al Padre por medio del Hijo en el Espíritu Santo.

Cristológica: Como miembro del Cuerpo Místico de Cristo es uno de los brazos junto con la jerarquía donde Cristo derrama su gracia al Pueblo de Dios.

Mariana: Tiene algunas actitudes de la Virgen Maria que las imita. La tradición eclesial de los Padres de la Iglesia que la Iglesia Luterana también heredó y así lo recoge el apóstol Juan en Apocalipsis 12 ha visto a María como modelo de la Iglesia y el mismo Apóstol Pablo nos dice: “Sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo” (1Co 11,1) y el autor de los Hebreos nos dice: “Acordaos de vuestros guías, que os anunciaron la palabra de Dios y, considerando el desenlace de su vida, imitad su fe. Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y por los siglos. No os dejéis seducir por doctrinas diversas y extrañas” (Heb 13,7-9). Por lo tanto lo que vamos a ver aquellas actitudes de Maria de Nazaret que debemos de imitar o que la RCC la imita. Para comprender la Renovación en el Espíritu, hay que asomarse a la experiencia de los Apóstoles en Pentecostés. El Cenáculo es el lugar donde los cristianos se dejan transformar por la oración, en torno a María, para acoger al Espíritu. Y es también el lugar de donde salen para llevar "hasta los confines de la tierra" el fuego de Pentecostés. La misión de la Renovación Carismática es hacer presente hoy en el mundo la experiencia de Pentecostés. Confirma así su vocación de servicio a la Iglesia, que fue enriquecida con los carismas del Espíritu desde su nacimiento en el Cenáculo.

A) La RCC como María es “la llena de gracia” (Lc 1,28): En términos paulinos es Santa e Inmaculada (Ef. 5,26) Dios ha colmado y continúa colmando a la RCC de sus dones, de la gracia del Espíritu para edificar la Iglesia.

B) La RCC como María es orante: Adora al Padre en espíritu y en verdad, con sencillez de corazón y con su Magnificat alaba y celebra ese Dios que nos salva dándole gracias y bendiciéndolo por todo lo que ha hecho a favor de su Pueblo.

C) La RCC como Maria guarda la Palabra de Dios poniéndola en práctica (Lc 2,19.51; 11,28), no se la queda para si misma, ya que se nutre de ella, verifica el signo que le ha sido dado y sale anunciarla, entonces resuena en nuestros corazones aquella bienaventuranza de Isabel: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1,45)

D) La RCC como Maria es oferente: Ofrecemos a Jesucristo que es nuestro aval de Salvación.

E) La RCC como Maria es Medianera de todas las gracias: El Apóstol Pablo nos dice que el único mediador entre Dios y los hombres es Cristo (1Tim 2,5). Pero uno de los canales de mediación que tiene Cristo es a través de la Comunidad Cristiana y de sus miembros, tal como afirma el Apóstol: “Para mí, mi vida es Cristo” (Flp 1,21), de tal manera que “Ya no soy el que vive, es Cristo que vive en mí” (Gal 2,20). El cristiano sigue a Cristo en Comunidad y es la Iglesia, como cuerpo de Cristo, que media por él y lo vincula a Cristo y como carismáticos somos los mediadores de la Gracia de Dios para el bien y la edificación de la Iglesia, es Cristo que nos utiliza como canal y derrama su santo Espíritu.

Eclesial: la Renovación como grupo eclesial es la Iglesia en movimiento, donde Cristo mediante su Espíritu derrocha gracias en abundancia a favor de su Pueblo, cumpliéndose lo que dijo el profeta Joel: “Derramaré mi Espíritu sobre todo mortal y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. Y también sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu. Haré prodigios arriba en el cielo y signos abajo en la tierra. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes de que llegue el Día grande del Señor. Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Hch 2,17-21).

Ecuménica: Por motivos de conflictos internos y alguno de ellos era promovidos por problemas estructurales que agobian a la Iglesia en avanzar en una reforma, la Iglesia de Cristo se fue fracturando y en el seno del protestantismo, también se llegó a fracturar a causa de los intereses propios de los pastores y su línea de interpretar las Escrituras, de tal manera que un Evangélico Bautista se diferencia de un Evangélico Pentecostal, en que los Bautistas creen los dones del Espíritu se dieron en el siglo I y dejó Dios de darlos a la Iglesia y el Pentecostal afirma que se ha dado en todo tiempo de la Cristiandad y sobretodo en estos últimos días.

En el Siglo XIX aparece lo que se llama el movimiento ecuménico: Los protestantes se dan cuenta que les une en la Fe en el Dios Trinitario y Cristo que es el único mediador entre Dios y los hombres es el Salvador. La Iglesia Católica con Pío XII se suma al carro ecuménico para trabajar por dos objetivos que los presenta el Apóstol Pablo y el mismo Cristo: “lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la plena madurez de Cristo” (Ef 4,13) y “Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros.” (Jn 17,11)

Hemos dicho que la RCC es la Iglesia Católica en movimiento y participa de este ecumenismo al poder convocar o participar en encuentros de oración interconfesionales cristianas carismáticas, respectando la identidad de origen de cada uno y sin ánimos de hacer proselitismo, o que un carismático que viva en un sitio que no hay Iglesia Católica pueda participar en un grupo carismático de otra confesión cristiana ya que lo que prima es alimentarse de la Oración, de alimentarse de su Palabra y de poder alabar al Señor según establece los acuerdos ecuménicos.

4. Algunas objeciones para no tener un grupo carismático:

La gente suele creer realidades metahistóricas, son capaces de creer que una persona difunta haya hecho un milagro y la Iglesia la reconozca como Santa, que está en la presencia de Dios y sin embargo no pueden admitir que el milagro lo haga un cristiano, por su naturaleza pecadora. En realidad no son ni el Santo y ni el Carismático que han hecho el milagro, tal como dijimos en el apartado de las mediaciones, es Cristo que canaliza su gracia en aquella persona.

Basándonos en esta objeción sería discutible toda la teología sacramental, ya que el ministro es un pecador y por eso no se van a confesar, también les costaría en creer que un sacerdote que esté en pecado mortal pueda consagrar con el poder del Espíritu el pan y el vino para que se convierta en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Ponemos en cuestión la idoneidad de la persona, cuando la gracia está por encima de que la persona sea digna o no.

Algunos tienden a equiparar la liturgia carismática con otras liturgias “sanadoras” con ritos similares y que no son reconocidos por la Iglesia, tratando al que ora de brujo, hechicero, estas son unas palabras suaves comparadas con las que le dijeron a Jesús (Mc 3, 20-30) o de tratar como dioses a los oradores (Hch 14,11)

Otros atribuyen que la sanación es un efecto psicológico de la persona, que se encuentra bien y luego se encuentra mal o peor que antes. Todo esto es el enemigo que pretende destruir y dividir a la Iglesia y para el carismático le debe fortalecer.

Tal como pasa en otros grupos que hay laicos que contribuyen a la edificación de la Comunidad Cristiana, para algunos sacerdotes llega a ser un estorbo que un catequista y en el caso de los carismáticos un profeta contribuya a ello, siendo una gran ayuda para el presbítero trabajando y cooperando en Comunión y en caridad fraterna. Quizás sea, y esto hay que evitarlo para no romper la comunión, que el laico coja posturas que se clericalize anulando la autoridad del presbítero responsable.

5. Todo cristiano es carismático:

Tal como hemos visto en la parte bíblica que en las comunidades Cristianas primitivas el neófito tiene algunos poderes o dones que el Espíritu Santo le ha concedido y los dones son para la edificación de la Comunidad Cristiana, muchos afirman que es una cosa pasajera, que solamente se dio en aquel tiempo y nada más. Pero hay algún detalle en los Sacramentos de Iniciación Cristiana que confirma que no es una cosa pasajera y lo vemos cuando el cristiano es Confirmado:
El Concilio Vaticano II dice: "por el sacramento de la Confirmación se vinculan (los cristianos) más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las obras" (LG 11)

Lo primero que conviene reafirmar es que el sacramento por el cual recibimos el Espíritu Santo, el Sacramento del Espíritu, es el Bautismo. Con él nacemos espiritualmente y nos hacemos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad y comenzamos a vivir una vida sobrenatural, la vida en el Espíritu. La Confirmación es el robustecimiento de la Gracia Bautismal. Es un crecimiento espiritual, en este sacramento se van a renovar las promesas del Bautismo que otros hicieron por nosotros si es que se recibió al poco tiempo de nacer. Su fin es perfeccionar lo que el Bautismo comenzó en nosotros.

Lo que caracteriza el símbolo de la Confirmación es la imposición de manos y la unción con el crisma. Esta unción ilustra el nombre de cristiano que significa "ungido" y que tiene origen en el nombre de Cristo, al que Dios ungió con el Espíritu Santo.

En una de las moniciones explicativas a la oración de imposición de manos hay una alusión a elementos propios de los carismáticos en el confirmando, esta monición reza así: “El día de Pentecostés, los Apóstoles recibieron una presencia muy especial del Espíritu Santo. Los Obispos, sus continuadores, transmite desde entonces el Espíritu Santo como un don personal por medio del sacramento de la Confirmación, que ahora va a comenzar con la imposición de manos del Obispo. La imposición de manos es uno de los gestos que aparecen habitualmente en la historia de la salvación y en la liturgia para indicar la transmisión de un poder o de una fuerza o unos derechos”

Imposición de manos:

En este sentido se puede decir que en la Confirmación el obispo, en nombre de la Iglesia, bendice a los bautizados para que el Espíritu Santo los fortalezca y lleve a plenitud la gracia del Bautismo, los haga testigos de Cristo en el mundo extendiendo y defendiendo la fe con sus palabras y sus obras. Con la imposición de manos se hace la inserción plena de las personas bautizadas en la comunidad apostólica, esta inserción es una verdadera participación en el profetismo de Cristo, que los cristianos tendrán que realizar asumiendo, anunciando y confesando la fe en Cristo, testimoniando con palabras y obras, la verdad evangélica, a través del espacio y del tiempo y siendo fermento de santidad en el mundo.

Unción con el Crisma:

En el Antiguo Testamento tiene una significación importante el gesto de ungir a los reyes (1Sam 10,1; 16,13; 1 Re 1,39). Mediante la unción, se otorgaba al rey el poder para ejercer su función que estaba estrechamente relacionada con la defensa de la justicia. Que consistía especialmente en la defensa de los pobres y desvalidos, los huérfanos y las viudas, es decir, de los que por si mismos no podían defenderse.
Para el Nuevo Testamento. Jesús es el Ungido por excelencia. Así lo manifiesta el evangelio de Lucas al narrar el suceso acaecido en la sinagoga de Nazaret, donde se lee el texto del profeta Isaías haciendo referencia a Jesús.

"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación de los cautivos a dar vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor" (Lc 4, 18-19)

El cristiano, al recibir la Confirmación, queda ungido y enviado para la misión de anunciar la fe, testimoniar la verdad, comprometerse en la implantación en el mundo de la justicia, la libertad y la paz, para ser fermento de santidad y edificar la iglesia por medio de sus carismas y servicios de caridad.

La Confirmación, como el Bautismo, se da una sola vez en la vida, porque imprime en el alma una marca indeleble, el carácter que es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano con el sello de su Espíritu, revistiéndolo de la fuerza de lo alto para que sea su testigo. Cristo mismo se declara marcado con el sello de su Padre (Jn 6,27). El cristiano también está marcado con un sello, este sello marca la pertenencia total a Cristo, la puesta a su servicio para siempre.

Efectos de la Confirmación

El mayor efecto del sacramento de la Confirmación es la efusión plena del Espíritu Santo, y sus siete dones: Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Ciencia, Piedad, Fortaleza y Temor de Dios, como fue concedida a los apóstoles el día de Pentecostés.

Si el Bautismo hace al cristiano Hijo de Dios, la Confirmación le enriquece con una fuerza nueva y singular del Espíritu Santo, que le hace capaz de dar testimonio de su existencia y de irradiar la fe que la presencia y acción de Dios ha creado y mantiene en él.

Si el Bautismo une al cristiano con Jesucristo, la Confirmación le hace testigo del Señor en plenitud, activando y profundizando continuamente la nueva vida que reside en él.

Si el Bautismo llena al cristiano con los dones del Espíritu Santo y le ha incorporado a la Iglesia, la Confirmación, le estimula para hacer fructificar en el servicio esos dones recibidos y para estar plenamente unido a toda la Iglesia en su consagración y misión.

Dones del Espíritu Santo

Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete dones, que son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu, estos dones son:

Sabiduría: Nos da la capacidad especial para juzgar las cosas humanas según la medida de Dios. Iluminado por este don, el cristiano sabe ver interiormente las realidades de este mundo; nadie mejor que él es capaz de apreciar los valores auténticos de la creación, mirándolos con los mismos ojos de Dios.

Ciencia: El hombre iluminado por el don de la ciencia, conoce el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador. Y no estima las criaturas más de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida.

Consejo: Este don actúa como un soplo nuevo en la conciencia, sugiriéndole lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma. El cristiano ayudado con este don, penetra en el verdadero sentido de los valores evangélicos, en especial de los que manifiesta el sermón de la montaña

Piedad: Mediante éste don, el Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos. El don de la piedad orienta y alimenta la necesidad de recurrir a Dios para obtener gracia ayuda y perdón. Además extingue en el corazón aquellos focos de tensión y de división como son la amargura, la cólera, la impaciencia, y lo alimenta con sentimientos de comprensión, de tolerancia, de perdón.

Temor de Dios: Con este don, el Espíritu Santo infunde en el alma sobre todo el temor filial, que es el amor a Dios, el alma se preocupa entonces de no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de permanecer y de crecer en la caridad.

Entendimiento: Mediante este don el Espíritu Santo, que "escruta las profundidades de Dios" (1 Cor 2,10), comunica al creyente una chispa de esa capacidad penetrante que le abre el corazón a la gozosa percepción del designio amoroso de Dios, al mismo tiempo hace también más límpida y penetrante la mirada sobre las cosas humanas. Gracias a ella se ven mejor los numerosos signos de Dios que están inscritos en la creación.

Fortaleza: el don de la fortaleza es un impulso sobrenatural, que da vigor al alma en las habituales condiciones de dificultad: en la lucha por permanecer coherentes con los propios principios, en el soportar ofensas y ataques injustos; en la perseverancia valiente, incluso entre incomprensiones y hostilidades, en el camino de la verdad y de la honradez. Es decir, tenemos que invocar del Espíritu Santo el don de la fortaleza para permanecer firmes y decididos en el camino del bien. Entonces podremos repetir con San Pablo: "Me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte" (2Cor 12,10).

Si con la Imposición de manos hemos recibido los 7 dones, el cristiano tiene que estar en un lugar propicio para activarlos en función de su propia edificación y la de la Comunidad Cristiana. Una Comunidad Cristiana abierta al Espíritu Santo, reaviva, redimensiona y vive con más autenticidad los otros carismas u opciones de vida Cristiana que están al servicio de la Iglesia y de la Evangelización.

Si la Comunidad Cristiana tiene su opción preferencial por los pobres y el Papa Juan Pablo II en su exhortación apostólica “Ecclesia in Europa” del 28 de Junio del 2003 en su apartado: “Dar esperanza a los Pobres” (Cf. EiE 86-89), sitúa a los enfermos como pobres, la enfermedad es una clase de pobreza, la RCC tiene su campo de misión en este sector y tiene que ser estimulada para que continúe su misión entre los enfermos y podría dar una gran vitalidad a la Pastoral de Enfermos en su equipo de visitadores de enfermos.

Una Oración / Enviado por Viviana Baigorria

Al regresar de un viaje misionero a su Iglesia local en Michigan, EU. Testificaba este misionero lo que Dios había hecho con él:

Mientras servía como misionero en un pequeño hospital en el área rural de Africa, cada dos semanas viajaba a la ciudad en bicicleta para comprar provisiones y medicamentos. El viaje era de dos días, y debería atravesar la jungla. Debido a lo largo del viaje debía acampar en el punto medio, pasar la noche y reanudar mi viaje temprano al dia siguiente.

En uno de estos viajes, llegué a la ciudad donde planeaba retirar dinero del banco, comprar las medicinas, los viveres y reanudar mi viaje de dos días de regreso al hospital. Cuando llegué a la ciudad, observé a dos hombres peleándose, uno de ellos estaba bastante herido. Le curé sus heridas y al mismo tiempo le hable de Nuestro Señor Jesucristo.

Después de esto, reanudé mi viaje de regreso al hospital. Esa noche acampé en el punto medio y a la mañana siguiente reanudé mi viaje y llegue al hospital sin ningún incidente.

Dos semanas más tarde repetí mi viaje. Cuando llegué a la ciudad, se me acercó el hombre al cual yo había atendido en mi anterior viaje y me dijo que la vez pasada, cuando lo curaba, el se dió cuenta que yo traía dinero y medicinas.

El agrego: "Unos amigos y yo te seguimos en tu viaje mientras te adentrabas en la jungla, pues sabíamos que habrías de acampar. Planeabamos matarte y tomar tu dinero y medicinas pero en el momento que nos acercamos a tu campamento, pudimos ver que estabas protegido por 26 guardias bien armados".

Ante esto no pude más que sonreir a carcajadas y le asegure que yo siempre viajaba solo. El hombre insistió y agrego: "no señor, yo no fui la única persona que vió a los guardias armados, todos mis amigos también los vieron, y no solo eso sino que entre todos los contamos, eran 26".

En ese momento, uno de los hermanos de la iglesia se puso en pie, interrumpió al misionero y le pregunto la fecha y hora del suceso, al misionero responderle, el hermano contó la siguiente historia:

"A la hora de su incidente en Africa era de mañana aquí. Yo me preparaba para salir cuando sentí una imperiosa necesidad de orar por usted, de hecho el llamado era tan fuerte que comencé a llamar a los hermanos de la congregación para reunirnos en el Templo a orar por usted. Hoy quisiera que los Caballeros que vinieron ese día a orar por usted, se pusieran de pie". El misionero no estaba tan preocupado por saber quienes eran ellos, más bien se dedicó a contarlos, un total de 26 hombres.

¿Alguna vez has sentido la imperiosa necesidad de orar por alguien?, pero has decidido ponerlo en tu lista de "cosas por hacer" y te has dicho: "Oraré más tarde". ¿Te ha llamado alguien alguna vez que te ha dicho?, necesito que ores por mí.

Si en alguna ocasión sientes la inquietud de orar por alguien, no vaciles en hacerlo, no lo dejes para luego. Nadie seria lastimado por una oración.

San Francisco de Asís: ¿Señor, qué quieres que haga?

¿Señor, qué quieres que haga?

. Luego de emprender el viaje y de haber llegado a Espoleto para continuar hasta la Pulla, Francisco se sintió enfermo. Empeñado, con todo, en llegar hasta la Pulla, se echó a descansar, y, semidormido, oyó a alguien que le preguntaba a dónde se proponía caminar. Y como Francisco le detallara todo lo que intentaba, aquél añadió: «¿Quién te puede ayudar más, el señor o el siervo?» Y como respondiera que el señor, de nuevo le dijo: «¿Por qué, pues, dejas al señor por el siervo, y al príncipe por el criado?» Y Francisco contestó: «Señor, ¿qué quieres que haga?»... (TC 6).

No es cosa fácil ni sencilla saber qué quiere Dios de nosotros o qué quiere que hagamos, y ni siquiera lo fue para Francisco de Asís. No consta que él tuviese hilo directo con el Espíritu Santo a través del cual le fuese revelado lo que tenía que hacer. Tampoco Francisco supo de buenas a primeras cuál era su vocación y, mucho menos, la misión a que Dios lo destinaba. Todo esto lo fue descubriendo gradualmente, con fases alternas frecuentemente dolorosas y nunca definitivas. Por lo demás, forma parte de la naturaleza del hombre no saber al punto lo que Dios quiere de él, porque con frecuencia el hombre lo busca todo menos a Dios, y los pensamientos humanos son muy otros que los de Dios.

El descubrimiento de la propia vocación por parte de Francisco fue fruto de un proceso de larga y difícil maduración. Francisco vivió siempre en el filo de la incertidumbre, lo que demuestra cuán libre es el hombre en su respuesta al Dios que lo interpela. Y Dios acepta de buen grado que el hombre repiense sus decisiones y las revise.

¿Qué camino no hizo Francisco hasta llegar a pasar de la aplicación material de las palabras que le dirigió el crucifijo de San Damián: «Vete y repara mi iglesia», al descubrimiento de una verdadera misión profética?

San Buenaventura, reflexionando sobre este «parto difícil», sobre este movimiento dinámico que se desarrolla como un «éxodo de la carne al espíritu», como un paso de las cosas exteriores a su significado interior y profundo, afirma: «Ignoraba todavía Francisco los designios de Dios sobre su persona..., no estaba familiarizado su espíritu en descubrir el secreto de los misterios divinos e ignoraba el modo de remontarse de las apariencias visibles a la contemplación de las realidades invisibles» (LM 1,2-3).

Henos, pues, aquí ante un Francisco cuyas dudas e incertidumbres sobre el verdadero sentido que dar a lo que intuía son semejantes a las nuestras. Esto debería hacer reflexionar a todos aquellos que creen tener el «monopolio del Espíritu Santo» y, por consiguiente, de la «Inspiración», y que se creen dispensados de contar también con las mediaciones humanas.

La «inspiración» jamás pone al hombre al amparo de posibles errores de interpretación. Y en Francisco nosotros tenemos no una inspiración sino una interpretación privilegiada de la Inspiración evangélica que anima continuamente al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia y también al corazón de la humanidad. No existen, pues, modelos «prefabricados», sino que es necesario remontarse a las fuentes de la Inspiración.

Cada uno de nosotros es un ser muy definido, inserto en una realidad histórica con sus límites y sus riquezas: tiene su propia sensibilidad, su propia inteligencia, sus cualidades naturales, sus lagunas, su propio «hábitat» social, su propio universo cultural, y precisamente en esta realidad tan concreta es donde resuena la llamada de Dios.

Una de las primeras cosas que tengo que comprender y aceptar es que yo soy aquel ser humano que soy, que me ha sido dado y que tal cual me asumo, y que nunca seré el personaje que sueño y proyecto ser en un mundo imaginario. Dios se me manifestará y me mostrará su voluntad a través de las posibilidades y los límites de mi cuerpo y de mi espíritu, tal cual Él me los ha dado.

Por consiguiente, la primera etapa de toda conversión es «convertirse» a uno mismo. Celano, primer biógrafo de Francisco, dice que el Santo llamaba a esta especie de intuición o discernimiento «sal de la sabiduría o de la discreción». He aquí un testimonio de las fuentes: «Que cada uno sepa medir sus fuerzas en su entrega a Dios»; «Hermanos míos, entendedlo bien: cada uno ha de tener en cuenta su propia constitución física» (cf. 2 Cel 22; LM 5,7; LP 50). Aunque hemos de reconocer que la experiencia en el cuidado de los hermanos, más que el propio temperamento impetuoso y extremista de Francisco, fue lo que le hizo ejercitar el «discernimiento». Quizá pueda afirmarse que Francisco tuvo más discernimiento para con sus hermanos que para consigo mismo.

Uno de los «lugares privilegiados» de la revelación es la conciencia del hombre, donde las llamadas e interpelaciones de Dios son más o menos percibidas. Para Francisco, el «artífice principal» de esta iniciativa divina fue el Espíritu Santo. Francisco inculcó siempre una gran apertura, una máxima disponibilidad al Espíritu del Señor: «... al Espíritu del Señor... a las visitas del Espíritu», porque lo había experimentado personalmente de manera positiva, decisiva.

Obedecer es principalmente «escuchar», según el sentido bíblico de la palabra tanto en hebreo como en latín. Puesto que el Espíritu es la fuente de todo discernimiento, sólo Él puede permitirnos ver y creer en los signos y por medio de los signos humanos. Y toda intuición en este caso es un verdadero nacimiento.

Todos los biógrafos de Francisco subrayan esta actitud interior de escucha como lugar privilegiado de discernimiento de la voluntad de Dios. Francisco «fue impulsado por el Espíritu» a los leprosos, a la soledad, a San Damián... Y jamás se tratará de una actitud de devoción, «una fórmula piadosa», sino que indicará una realidad tan profunda que llegará hasta inducirlo a proclamar que «el Espíritu Santo es el Ministro General de la Fraternidad», es decir, la instancia suprema de toda forma de mediación humana.

Francisco nunca desatiende las mediaciones, las acepta todas, pero, al mismo tiempo, defiende con fervor cuanto creía haber recibido del Señor como «inspiración del Espíritu». Afirma: «Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me mostraba qué debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio» (Test 14). También la Regla, tanto la primera como la segunda, muestra cuán profundamente respetaba él la «inspiración». Más aún, podría decirse que es su nota dominante. A menudo encontramos expresiones como éstas: «Si alguno, por divina inspiración...», «como el Señor o el Espíritu les inspire», u otras semejantes. Poder obrar espiritualmente, «como hombre de espíritu», en lugar de vivir «según la carne», es la oposición que Francisco encuentra entre lo carnal y lo espiritual.

Para Francisco no existe la autoridad absoluta. Siempre hay un límite y éste es «la conciencia del hombre y el Evangelio». En su primera Admonición comenta estas palabras del Evangelio: «Dice el Señor Jesús a sus discípulos: "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie llega al Padre sino por mí"» (Adm 1,1). El Padre es el último fin, la meta definitiva de todo hombre. Y el lugar central y definitivo de su querer es ciertamente el Evangelio y Cristo, que para Francisco son una misma cosa. Cristo es al mismo tiempo «Palabra y Rostro de Dios, enseñanza y acción, llamada y comportamiento práctico». Francisco ve la voluntad de Dios en el conjunto del misterio de Cristo, anterior a la misma creación histórica, encarnada y glorificada. Dirá a Bernardo: «Si quieres probar con los hechos lo que dices, entremos mañana de madrugada en la iglesia y pidamos consejo a Cristo, con el Evangelio en las manos» (2 Cel 15). Evidentemente, tanto Francisco como sus hermanos vivieron con modalidades diversas esta escucha atenta del Verbo hecho Carne: prolongadas soledades, oraciones y adoraciones silenciosas que purifican la mirada, el corazón y las motivaciones de la acción.

Hay que recordar de modo especial su mirada de fe puesta «en el Cristo que se ofreció y fue crucificado» que, para Francisco y sus hermanos, fue un lugar de discernimiento especialmente en los momentos de duda y de angustia, más que una visión especulativa, cuando se trataba de hacer opciones.

Para Francisco, «los leprosos... los mendigos... los pobrecillos sacerdotes...» eran lugares privilegiados en los que encontrar más fácilmente «la voluntad de Dios». Eran para él «sacramento» de la presencia de Cristo en medio de nosotros. Francisco se convirtió al Evangelio precisamente a través del contacto con los pobres, la oración y la soledad. Y su conversión no se quedó en algo a nivel intimista, sino que caló en la realidad de la pobreza, de la miseria, de la enfermedad más repelente: éstos son para Francisco los «lugares privilegiados» de discernimiento.

Francisco ve clara la voluntad de Dios el día en que sale de su ambiente y entra a formar parte de los hermanos marginados de su tiempo. Él mismo nos lo cuenta: «El Señor me dio de esta manera, a mí el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia; en efecto, cuando estaba en pecados me era muy amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de los mismos, aquello que me había parecido amargo, se me tornó en dulzura de alma y cuerpo; y, después de esto, permanecí un poco de tiempo y salí del siglo» (Test 1-3). Este primer paso, este inicio le volverá espontáneamente a la memoria al final de su vida cuando escriba su Testamento a los hermanos.

Ciertamente, este «lugar» fue tan determinante para su vocación que lo impondrá o sugerirá también a los otros hermanos: «Desde el principio de la Religión, después que los hermanos empezaron a multiplicarse, quiso que viviesen en los hospitales de los leprosos para servir a éstos. En aquella época, cuando se presentaban postulantes, nobles y plebeyos, se les prevenía, entre otras cosas, que habrían de servir a los leprosos y residir en sus casas» (LP 9). Y si el biógrafo recuerda esta práctica es porque lamenta que se haya perdido. De hecho, en la Regla no se habla de ella.

Francisco conocía bien la naturaleza humana, de la que desconfiaba; conocía los peligros de la «propia voluntad», los enredos del egoísmo, la tendencia a tomar por «inspiración divina» lo que no es más que simple efecto de la psique o resultado del prisma socio-cultural en que se vive inmerso y que siempre es un poco deformante; todo esto, sin embargo, no le impedía tener una gran confianza en la «inspiración».

De ahí nace en él la preocupación por hacer verificar, confirmar, autenticar sus propias «inspiraciones» por medio de otras mediaciones que no sean las suyas propias. Sabe perfectamente que el receptor humano está con frecuencia ofuscado y a veces bloqueado por su infinita capacidad de autojustificación incluso espiritual. Y uno de los mejores «lugares» es la fraternidad, es decir, el conjunto de los hermanos o, como suele llamarse, «el capítulo». Leemos, en efecto, que los hermanos, al regresar de Roma, discutían para averiguar cómo observar mejor el Evangelio, cómo actuar, cómo vivir (cf. 1 Cel 34; LM 4,1-2). Y sabemos que Francisco mismo recurrió con frecuencia a los hermanos y también a las hermanas para conseguir mayor claridad en lo referente a su vocación y misión.

Francisco debió comprender, sin duda, un punto fundamental del misterio de la salvación, a saber, que «el hombre establece la relación con Dios no como individuo sino como miembro de un pueblo, de una comunidad» (cf. Lumen Gentium 9). Dios habla a los hombres por medio de los hombres. De ahí que, al asaltarle una angustiosa duda, Francisco la propusiera repetidamente a sus compañeros: «Por más que durante muchos días anduvo dando vueltas al asunto con sus hermanos, Francisco no acertaba a ver con claridad... Él, que en virtud del espíritu de profecía llegaba a conocer cosas maravillosas, no era capaz en absoluto de resolver por sí mismo esta cuestión». Aunque había aprendido sublimes lecciones del divino Maestro, no se avergonzaba, como verdadero menor, de consultar incluso a los más insignificantes; su mayor preocupación era averiguar el camino y modo de servir más perfectamente a Dios conforme a su beneplácito y, para ello, «éste fue su más vivo deseo mientras vivió: preguntar a sabios y sencillos, a perfectos e imperfectos, a pequeños y grandes...» (cf. LM 12,1-2).

Convencido de que Dios habla a los hombres por medio de otros hombres, fue un asertor intransigente de la relación interpersonal que excluye del modo más absoluto y decidido la relación «dominante-dominado» o también amo-siervo. Para Francisco, la obediencia es especial y principalmente un servicio de amor fraterno, mientras la autoridad es un servicio de crecimiento y de unidad. Decía: «Igualmente..., ninguno de los hermanos tenga potestad o dominio, y menos entre ellos...; sino, más bien, por la caridad del espíritu, sírvanse y obedézcanse unos a otros de buen grado. Y ésta es la verdadera y santa obediencia de nuestro Señor Jesucristo» (1 R 5,9-15).

Para Francisco, todos y cada uno de los hermanos, la fraternidad misma, podían ser camino o ruta hacia el Padre. Para él, la Comunión de los Santos no era únicamente solidaridad en la oración, sino también en la búsqueda de Dios y de su voluntad. La fraternidad, por tanto, es «lugar privilegiado» para comprender mejor la voluntad de Dios, incluso porque nosotros leemos los acontecimientos y analizamos el dinamismo del mundo con nuestros propios ojos, cuya mirada está frecuentemente ofuscada; de aquí, la necesidad de liberarnos de ella para mirar con los ojos de nuestros hermanos, de nuestro prójimo; de aquí, la consecuencia de que la experiencia franciscana no propone un ejemplar único que sirve de «ejemplo», sino un modelo que junto con los hermanos ha buscado, preguntado, dudado, inventado, realizado.

Francisco nunca fue un defensor fanático de la «Iglesia», pero tampoco separó nunca a Cristo y al Evangelio de su cuerpo vivo que es la Iglesia. Tomó siempre todas sus grandes decisiones «in sinu Ecclesiae», en el seno de la Iglesia, se tratase del obispo de Asís o del pobrecillo sacerdote que atendía la capilla de San Damián, o del papa Inocencio III.

Su continuo recurso a los «clérigos» no hace de Francisco un ser rastrero o tímido, siempre dispuesto a someterse al primero que habla o que dice la última palabra. Si alguna vez sabe renunciar, la mayoría de las veces permanece firme en su «inspiración».

Finalmente, «la Regla», a la que Francisco llama «nuestra vida» (cf. 1 R 1,1; 2 R 1,1) y que, como la vida misma, cambia y evoluciona casi día tras día, constituye también otro lugar de «inspiración» y de búsqueda de la voluntad de Dios. La Regla aceptaba y reflejaba la vida concreta de un determinado momento del movimiento franciscano, por lo que no es un texto jurídico que es impuesto desde el exterior con el riesgo de matar al Espíritu, sino un «lugar» de coherencia y de unidad para los hermanos que han elegido un género de vida evangélica inspirada por el Espíritu. Dice Francisco: «Y mientras perseveren en los mandatos del Señor, que prometieron por el santo Evangelio y por su forma de vida, sepan que se mantienen en la verdadera obediencia, y sean benditos del Señor» (1 R 5,17). De este modo, el «discernimiento» se convierte en una forma de obediencia que se mueve en un conjunto de mediaciones y que «desapropia» de una voluntad naturalmente encerrada en sí misma. Abandonarse completamente a la obediencia significa asumir el riesgo de confrontarse con los hermanos y con los acontecimientos.

Ciertamente, la interpretación que Francisco da a sus inspiraciones o al Evangelio refleja su mundo socio-cultural, su época que busca una nueva identidad. Él, para expresar sus inspiraciones, usa modelos de aquel tiempo: caballeros, trovadores, comerciantes, ambulantes e itinerantes, predicadores laicos, fraternidad de penitencia, y otros semejantes.

También hoy existen, para el movimiento franciscano, mediaciones particulares y privilegiadas para traducir a los hombres de nuestro tiempo el ideal de Francisco. Para un discernimiento auténtico, válido también para nuestros días, Francisco ofrece tres condiciones fundamentales: disponibilidad, rectitud de intención y de voluntad, y pureza de corazón que es simplicidad.

En su Carta a los clérigos, Francisco reprocha a los sacerdotes de modo particular la falta de «discernimiento» respecto a la Eucaristía que es llevada, administrada y abandonada sin respeto alguno. En este caso, el «discernimiento», para Francisco, lo constituye la mirada de fe que percibe la Presencia de Cristo a través de la materialidad de los signos.


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Señor, ¿qué quieres que haga?, en Selecciones de Franciscanismo, vol. XII, n. 34 (1983) 3-8

El Cántico de las Criaturas / Autor: San Francisco de Asís

Altísimo y omnipotente buen Señor,
tuyas son las alabanzas,
la gloria y el honor y toda bendición.

A ti solo, Altísimo, te convienen
y ningún hombre es digno de nombrarte.

Alabado seas, mi Señor,
en todas tus criaturas,
especialmente en el Señor hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.

Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.

Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas.

Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.

Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello y alegre y vigoroso y fuerte.

Alabado seas, mi Señor,
por la hermana nuestra madre tierra,
la cual nos sostiene y gobierna
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.

Alabado seas, mi Señor,
por aquellos que perdonan por tu amor,
y sufren enfermedad y tribulación;
bienaventurados los que las sufran en paz,

porque de ti, Altísimo, coronados serán.
Alabado seas, mi Señor,
por nuestra hermana muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.

Ay de aquellos que mueran
en pecado mortal.

Bienaventurados a los que encontrará
en tu santísima voluntad
porque la muerte segunda no les hará mal.

Alaben y bendigan a mi Señor
y denle gracias y sírvanle con gran humildad.


Explicación

Esta bella oración de San Francisco es conocida por varios nombres: Cántico de las Criaturas, Alabanzas de las Criaturas e Himno de la Hermana Muerte. Fue escrito en romance umbro (la tierra del santo) y se lo considera el primer poema en la lengua italiana. Se lo celebró como "el más bello trozo de poesía religiosa después de los Evangelios" y "la expresión más completa y lírica del alma y de la espiritualidad de Francisco". La fecha de su composición es el otoño de 1225, posiblemente en San Damián. La estrofa sobre el perdón la redactó con ocasión de una controversia entre el Podestá de Asís, primera autoridad de la ciudad, y el Obispo, reconciliándolos. Y la última, sobre la hermana muerte, la compuso en octubre de 1226.

Las circunstancias físicas en que se hallaba el Pequeñuelo obvian los comentarios y provocan las conclusiones: desangrado por los estigmas, casi ciego, enfermo del hígado, desnutrido y afiebrado. Por el contrario, su vida interior estaba en la mejor salud. Dios había querido recordar a los hombres la pasión de su Hijo a través del cuerpo del Pequeñuelo y, como sólo desde la cruz se preludia la alegría de la Pascua, a la hora de cantar el "aleluya". Ninguno mejor que Francisco.

Lo cantó por todos, por ti y por mi; por los hombres y los astros; por las criaturas y las plantas; por toda esta naturaleza que Cristo reconcilió y pacificó en su cruz. Francisco interpretó el silencioso canto que toda la creación le tributa a Dios, y la silenciosa melodía que Dios canta en la creación. Y lo hizo porque ocupaba el último lugar, y así pudo ser el primero. Porque era el más humilde de los siervos, y esto le permitió comprender como nadie la grandeza de su Señor.

Carta dirigida a todos los fieles / Autor: San Francisco de Asis

De la carta de san Francisco de Asís, dirigida a todos los fieles
(Opúsculos, edición Quaracchi [Florencia] 1949, 87-94)


Debemos ser sencillos, humildes y puros.

La venida al mundo del Verbo del Padre, tan digno, tan santo y tan glorioso, fue anunciada por el Padre altísimo, por boca de su santo arcángel Gabriel, a la santa y gloriosa Virgen María, de cuyo seno recibió una auténtica naturaleza humana, frágil como la nuestra. El, siendo rico sobre toda ponderación, quiso elegir la pobreza, junto con su santísima madre. Y, al acercarse su pasión, celebró la Pascua con sus discípulos. Luego oró al Padre, diciendo: Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mi ese cáliz.

Sin embargo, sometió su voluntad a la del Padre. Y la voluntad del Padre fue que su Hijo bendito y glorioso, a quien entregó por nosotros y que nació por nosotros, se ofreciese a sí mismo como sacrificio y víctima en el ara de la cruz, con su propia sangre, no por sí mismo, por quien han sido hechas todas las cosas, sino por nuestros pecados, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Y quiere que todos nos salvemos por él y lo recibamos con puro corazón y cuerpo casto.

¡Qué dichosos y benditos son los que aman al Señor y cumplen lo que dice el mismo Señor en el Evangelio: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, y al prójimo como a ti mismo! Amemos, pues, a Dios y adorémoslo con puro corazón y con mente pura, ya que él nos hace saber cuál es su mayor deseo, cuando dice: Los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad. Porque todos los que adoran deben adorarlo en espíritu y verdad. Y dirijámosle día y noche, nuestra alabanza y oración, diciendo: Padre nuestro, que estás en los cielos; porque debemos orar siempre sin desanimarnos.

Procuremos, además, dar frutos de verdadero arrepentimiento. Y amemos al prójimo como a nosotros mismos. Tengamos caridad y humildad y demos limosna, ésta lava las almas de la inmundicia del pecado. En efecto, los hombres pierden todo lo que dejan en este mundo; tan sólo se llevan consigo el premio de su caridad y las limosnas que practicaron, por las cuales recibirán del Señor la recompensa y una digna remuneración.

No debemos ser sabios y prudentes según la carne, más bien sencillos, humildes y puros. Nunca debemos desear estar por encima de los demás, sino, al contrario debemos, a ejemplo del Señor, vivir como servidores, y sumisos a toda humana criatura, movidos por, el amor de Dios. El Espíritu del Señor reposará sobre los que así obren y perseveren hasta el fin, y los convertirá en el lugar de su estancia y su morada, y serán hijos del Padre celestial, cuyas obras imitan; ellos son los los hermanos y las madres de nuestro Señor Jesucristo.

Cf. Mt 5: 3-6

4 de octubre: Vida de San Francisco de Asis

San Francisco de Asís
(1182-1226 )
Fiesta: 4 de octubre.

FUNDADOR DE LA ORDEN DE LOS FRAILES MENORES (OFM),
conocidos como los franciscanos.

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«el hombre de hoy necesita la fe, la esperanza y la caridad de Francisco; necesita la alegría de brota de la pobreza de espíritu, esto es, de una libertad interior». -Juan Pablo II, 11-II-03

Vida de San Francisco

Nació en Asís (Italia), el año 1182. Después de una juventud disipada en diversiones, se convirtió, renunció a los bienes paternos y se entregó de lleno a Dios. Abrazó la pobreza y vivió una vida evangélica, predicando a todos el amor de Dios. Dio a sus seguidores unas sabias normas, que luego fueron aprobadas por la Santa Sede. Inició también una Orden de religiosas y un grupo de penitentes que vivían en el mundo, así como la predicación entre los infieles. Murió el año 1226.

Un santo para todos

Ciertamente no existe ningún santo que sea tan popular como él tanto entre católicos como entre los protestantes y aun entre los no cristianos. San Francisco de Asís cautivó la imaginación de sus contemporáneos presentándoles la pobreza, la castidad y la obediencia con la pureza y fuerza de un testimonio radical.

Llegó a ser conocido como el Pobre de Asís por su matrimonio con la Pobreza, su amor por los pajarillos y toda la naturaleza. Todo ello refleja un alma en la que Dios lo era todo sin división, un alma que se nutría de las verdades de la fe católica y que se había entregado enteramente, no sólo a Cristo, sino a Cristo crucificado.

Nacimiento y vida familiar de un caballero

Francisco nació en Asís, ciudad de Umbría, en el año 1182. Su padre, Pedro Bernardone, era comerciante. El nombre de su madre era Pica y algunos autores afirman que pertenecía a una noble familia de la Provenza. Tanto el padre como la madre de Francisco eran personas acomodadas. Pedro Bernardone comerciaba especialmente en Francia. Como se hallase en dicho país cuando nació su hijo, las gentes le apodaron "Francesco" (el francés), por más que en el bautismo recibió el nombre de Juan. En su juventud, Francisco era muy dado a las románticas tradiciones caballerescas que propagaban los trovadores. Disponía de dinero en abundancia y lo gastaba pródigamente, con ostentación. Ni los negocios de su padre, ni los estudios le interesaban mucho, sino el divertirse en cosas vanas que comúnmente se les llama "gozar de la vida". Sin embargo, no era de costumbres licenciosas y acostumbraba a ser muy generoso con los pobres que le pedían por amor de Dios.

Hallazgo de un tesoro

Cuando Francisco tenía unos veinte años, estalló la discordia entre las ciudades de Perugia y Asís y en la guerra, el joven cayó prisionero de los peruginos. La prisión duró un año, y Francisco la soportó alegremente. Sin embargo, cuando recobró la libertad, cayó gravemente enfermo. La enfermedad, en la que el joven probó una vez más su paciencia, fortaleció y maduró su espíritu. Cuando se sintió con fuerzas suficientes, determinó ir a combatir en el ejército de Galterío y Briena en el sur de Italia. Con ese fin, se compró una costosa armadura y un hermoso manto. Pero un día en que paseaba ataviado con su nuevo atuendo, se topó con un caballero mal vestido que había caído en la pobreza; movido a compasión ante aquel infortunio, Francisco cambió sus ricos vestidos por los del caballero pobre. Esa noche vio en sueños un espléndido palacio con salas colmadas de armas, sobre las cuales se hallaba grabado el signo de la cruz y le pareció oír una voz que le decía que esas armas le pertenecían a él y a sus soldados.

Francisco partió a Apulia con el alma ligera y la seguridad de triunfar, pero nunca llegó al frente de batalla. En Espoleto, ciudad del camino de Asís a Roma, cayó nuevamente enfermo y, durante la enfermedad, oyó una voz celestial que le exhortaba a "servir al amo y no al siervo". El joven obedeció. Al principio volvió a su antigua vida, aunque tomándola menos a la ligera. Las gentes, al verle ensimismado, le decían que estaba enamorado. "Sí", replicaba Francisco, "voy a casarme con una joven más bella y más noble que todas las que conocéis". Poco a poco, con la mucha oración, fue concibiendo el deseo de vender todos sus bienes y comprar la perla preciosa de la que habla el Evangelio.

Aunque ignoraba lo que tenía que hacer para ello, una serie de claras inspiraciones sobrenaturales le hizo comprender que la batalla espiritual empieza por la mortificación y la victoria sobre los instintos. Paseándose en cierta ocasión a caballo por la llanura de Asís, encontró a un leproso. Las llagas del mendigo aterrorizaron a Francisco; pero, en vez de huir, se acercó al leproso, que le tendía la mano para recibir una limosna. Francisco comprendió que había llegado el momento de dar el paso al amor radical de Dios. A pesar de su repulsa natural a los leproso, venció su voluntad, se le acercó y le dio un beso. Aquello cambió su vida. Fue un gesto movido por el Espíritu Santo, pidiéndole a Francisco una calidad de entrega, un "sí" que distingue a los santos de los mediocres. A partir de entonces, comenzó a visitar y servir a los enfermos en los hospitales. Algunas veces regalaba a los pobres sus vestidos, otras, el dinero que llevaba.

"Francisco, repara mi Iglesia, pues ya ves que está en ruinas"

En cierta ocasión, mientras oraba en la iglesia de San Damián en las afueras de Asís, el crucifijo, (hoy llamado Crucifijo de San Damián) le repitió tres veces: "Francisco, repara mi casa, pues ya ves que está en ruinas". El santo, viendo que la iglesia se hallaba en muy mal estado, creyó que el Señor quería que la reparase; así pues, partió inmediatamente, tomó una buena cantidad de vestidos de la tienda de su padre y los vendió junto con su caballo. En seguida llevó el dinero al pobre sacerdote que se encargaba de la iglesia de San Damián, y le pidió permiso de quedarse a vivir con él. El buen sacerdote consintió en que Francisco se quedase con él, pero se negó a aceptar el dinero. El joven lo depositó en el alféizar de la ventana. Pedro Bernardone, al enterarse de lo que había hecho su hijo, se dirigió indignado a San Damián. Pero Francisco había tenido buen cuidado de ocultarse.

Renuncia a la herencia de su padre

Al cabo de algunos días pasados en oración y ayuno, Francisco volvió a entrar en la población, pero estaba tan desfigurado y mal vestido, que las gentes se burlaban de él, tomándolo por loco. Pedro Bernardone, muy desconcertado por la conducta de su hijo, le condujo a su casa, le golpeó furiosamente (Francisco tenía entonces veinticinco años), le puso grillos en los pies y le encerró en una habitación. La madre de Francisco se encargó de ponerle en libertad cuando su marido se hallaba ausente y el joven retornó a San Damián. Su padre fue de nuevo a buscarle ahí, le golpeó en la cabeza y le conminó a volver inmediatamente a su casa o a renunciar a su herencia y pagarle el precio de los vestidos que le había tomado.

Su padre le obligó a comparecer ante el obispo Guido de Asís, quien exhortó al joven a devolver el dinero y a tener confianza en Dios: "Dios no desea que su Iglesia goce de bienes injustamente adquiridos." Francisco obedeció a la letra la orden del obispo y añadió: "Los vestidos que llevo puestos pertenecen también a mi padre, de suerte que tengo que devolvérselos." Acto seguido se desnudó y entregó sus vestidos a su padre, diciéndole alegremente: "Hasta ahora tú has sido mi padre en la tierra. Pero en adelante podré decir: Padre nuestro, que estás en los cielos."' Pedro Bernardone abandonó el palacio episcopal "temblando de indignación y profundamente lastimado." El obispo regaló a Francisco un viejo vestido de labrador, que pertenecía a uno de sus siervos. Francisco recibió la primera limosna de su vida con gran agradecimiento, trazó la señal de la cruz sobre el vestido con un trozo de tiza y se lo puso.

Llamado a la renuncia y a la negación

En seguida, partió en busca de un sitio conveniente para establecerse. Iba cantando alegremente las alabanzas divinas por el camino real, cuando se topó con unos bandoleros que le preguntaron quién era. El respondió: "Soy el heraldo del Gran Rey." Los bandoleros le golpearon y le arrojaron en un foso cubierto de nieve. Francisco prosiguió su camino cantando las divinas alabanzas. En un monasterio obtuvo limosna y trabajo como si fuese un mendigo. Cuando llegó a Gubbio, una persona que le conocía, le llevó a su casa y le regaló una túnica, un cinturón y unas sandalias de peregrino. El atuendo era muy pobre pero decente. Francisco lo usó dos años, al cabo de los cuales volvió a San Damián.

Para reparar la iglesia, fue a pedir limosna en Asís, donde todos le habían conocido rico y, naturalmente, hubo de soportar las burlas y el desprecio de más de un mal intencionado. El mismo se encargó de transportar las piedras que hacían falta para reparar la iglesia y ayudó en el trabajo a los albañiles. Una vez terminadas las reparaciones en la iglesia de San Damián, Francisco emprendió un trabajo semejante en la antigua iglesia de San Pedro. Después, se trasladó a una capillita llamada Porciúncula, que pertenecía a la abadía benedictina de Monte Subasio. Probablemente el nombre de la capillita aludía al hecho de que estaba construida en una reducida parcela de tierra.

La Porciúncula se hallaba en una llanura, a unos cuatro kilómetros de Asís y, en aquella época, estaba abandonada y casi en ruinas. La tranquilidad del sitio agradó a Francisco tanto como el título de Nuestra Señora de los Ángeles, en cuyo honor había sido erigida la capilla. Francisco la reparó y fijó en ella su residencia. Ahí le mostró finalmente el cielo lo que esperaba de él, el día de la fiesta de San Matías del año 1209.

En aquella época, el evangelio de la misa de la fiesta decía: "Id a predicar, diciendo: El Reino de Dios ha llegado.. . Dad gratuitamente lo que habéis recibido gratuitamente . . . No poseáis oro ... ni dos túnicas, ni sandalias, ni báculo ... He aquí que os envío como corderos en medio de los lobos. . ." (Mat.10 , 7-19). Estas palabras penetraron hasta lo más profundo en el corazón de Francisco y éste, aplicándolas literalmente, regaló sus sandalias, su báculo y su cinturón y se quedó solamente con la pobre túnica ceñida con un cordón. Tal fue el hábito que dio a sus hermanos un año más tarde: la túnica de lana burda de los pastores y campesinos de la región. Vestido en esa forma, empezó a exhortar a la penitencia con tal energía, que sus palabras hendían los corazones de sus oyentes. Cuando se topaba con alguien en el camino, le saludaba con estas palabras: "La paz del Señor sea contigo."

Dones extraordinarios

Dios le había concedido ya el don de profecía y el don de milagros. Cuando pedía limosna para reparar la iglesia de San Damián, acostumbraba decir: "Ayudadme a terminar esta iglesia. Un día habrá ahí un convento de religiosas en cuyo buen nombre se glorificarán el Señor y la universal Iglesia." La profecía se verificó cinco años más tarde en Santa Clara y sus religiosas. Un habitante de Espoleto sufría de un cáncer que le había desfigurado horriblemente el rostro. En cierta ocasión, al cruzarse con San Francisco, el hombre intentó arrojarse a sus pies, pero el santo se lo impidió y le besó en el rostro. El enfermo quedó instantáneamente curado. San Buenaventura comentaba a este propósito: "No sé si hay, que admirar más el beso o el milagro".

Nueva orden religiosa y visita al Papa.

Francisco tuvo pronto numerosos seguidores y algunos querían hacerse discípulos suyos. El primer discípulo fue Bernardo de Quintavalle, un rico comerciante de Asís. Al principio Bernardo veía con curiosidad la evolución de Francisco y con frecuencia le invitaba a su casa, donde le tenía siempre preparado un lecho próximo al suyo. Bernardo se fingía dormido para observar cómo el siervo de Dios se levantaba calladamente y pasaba largo tiempo en oración, repitiendo estas palabras: "Deus meus et omnia" (Mi Dios y mi todo). Al fin, comprendió que Francisco era "verdaderamente un hombre de Dios" y en seguida le suplicó que le admitiese corno discípulo. Desde entonces, juntos asistían a misa y estudiaban la Sagrada Escritura para conocer la voluntad de Dios. Como las indicaciones de la Biblia concordaban con sus propósitos, Bernardo vendió cuanto tenía y repartió el producto entre los pobres.

Pedro de Cattaneo, canónigo de la catedral de Asís, pidió también a Francisco que le admitiese como discípulo y el santo les "concedió el hábito" a los dos juntos, el 16 de abril de 1209. El tercer compañero de San Francisco fue el hermano Gil, famoso por su gran sencillez y sabiduría espiritual.

En 1210, cuando el grupo contaba ya con doce miembros, Francisco redactó una regla breve e informal que consistía principalmente en los consejos evangélicos para alcanzar la perfección. Con ella se fueron a Roma a presentarla para aprobación del Sumo Pontífice. Viajaron a pie, cantando y rezando, llenos de felicidad, y viviendo de las limosnas que la gente les daba.

En Roma no querían aprobar esta comunidad porque les parecía demasiado rígida en cuanto a pobreza, pero al fin un cardenal dijo: "No les podemos prohibir que vivan como lo mandó Cristo en el evangelio". Recibieron la aprobación, y se volvieron a Asís a vivir en pobreza, en oración, en santa alegría y gran fraternidad, junto a la iglesia de la Porciúncula.

Inocencio III se mostró adverso al principio. Por otra parte, muchos cardenales opinaban que las órdenes religiosas ya existentes necesitaban de reforma, no de multiplicación y que la nueva manera de concebir la pobreza era impracticable.

El cardenal Juan Colonna alegó en favor de Francisco que su regla expresaba los mismos consejos con que el Evangelio exhortaba a la perfección. Más tarde, el Papa relató a su sobrino, quien a su vez lo comunicó a San Buenaventura, que había visto en sueños una palmera que crecía rápidamente y después, había visto a Francisco sosteniendo con su cuerpo la basílica de Letrán que estaba a punto de derrumbarse. Cinco años después, el mismo Pontífice tendría un sueño semejante a propósito de Santo Domingo. Inocencio III mandó, pues, llamar a Francisco y aprobó verbalmente su regla; en seguida le impuso la tonsura, así corno a sus compañeros y les dio por misión predicar la penitencia.

La Porciúncula

San Francisco y sus compañeros se trasladaron provisionalmente a una cabaña de Rivo Torto, en las afueras de Asís, de donde salían a predicar por toda la región. Poco después, tuvieron dificultades con un campesino que reclamaba la cabaña para emplearla como establo de su asno. Francisco respondió: "Dios no nos ha llamado a preparar establos para los asnos", y acto seguido abandonó el lugar y partió a ver al abad de Monte Subasio. En 1212, el abad regaló a Francisco la capilla de la Porciúncula, a condición de que la conservase siempre como la iglesia principal de la nueva orden. El santo se negó a aceptar la propiedad de la capillita y sólo la admitió prestada. En prueba de que la Porciúncula continuaba como propiedad de los benedictinos, Francisco les enviaba cada año, a manera de recompensa por el préstamo, una cesta de pescados cogidos en el riachuelo vecino. Por su parte, los benedictinos correspondían enviándole un tonel de aceite. Tal costumbre existe todavía entre los franciscanos de Santa María de los Ángeles y los benedictinos de San Pedro de Asís.

Alrededor de la Porciúncula, los frailes construyeron varias cabañas primitivas, porque San Francisco no permitía que la orden en general y los conventos en particular, poseyesen bienes temporales. Había hecho de la pobreza el fundamento de su orden y su amor a la pobreza se manifestaba en su manera de vestirse, en los utensilios que empleaba y en cada uno de sus actos. Acostumbraba llamar a su cuerpo "el hermano asno", porque lo consideraba como hecho para transportar carga, para recibir golpes y para comer poco y mal. Cuando veía ocioso a algún fraile, le llamaba "hermano mosca" porque en vez de cooperar con los demás echaba a perder el trabajo de los otros y les resultaba molesto. Poco antes de morir, considerando que el hombre está obligado a tratar con caridad a su cuerpo, Francisco pidió perdón al suyo por haberlo tratado tal vez con demasiado rigor. El santo se había opuesto siempre a las austeridades indiscretas y exageradas. En cierta ocasión, viendo que un fraile había perdido el sueño a causa del excesivo ayuno, Francisco le llevó alimento y comió con él para que se sintiese menos mortificado.

Somete la carne a las espinas; Dios le otorga sabiduría.

Al principio de su conversión, viéndose atacado de violentas tentaciones de impureza, solía revolcarse desnudo sobre la nieve. Cierta vez en que la tentación fue todavía más violenta que de ordinario, el santo se disciplinó furiosamente; como ello no bastase para alejarla, acabó por revolcarse sobre las zarzas y los abrojos.

Su humildad no consistía simplemente en un desprecio sentimental de sí mismo, sino en la convicción de que "ante los ojos de Dios el hombre vale por lo que es y no más". Considerándose indigno del sacerdocio, Francisco sólo llegó a recibir el diaconado. Detestaba de todo corazón las singularidades. Así cuando le contaron que uno de los frailes era tan amante del silencio que sólo se confesaba por señas, respondió disgustado: "Eso no procede del espíritu de Dios sino del demonio; es una tentación y no un acto de virtud." Dios iluminaba la inteligencia de su siervo con una luz de sabiduría que no se encuentra en los libros. Cuando cierto fraile le pidió permiso de estudiar, Francisco le contestó que, si repetía con devoción el "Gloria Patri", llegaría a ser sabio a los ojos de Dios y él mismo era el mejor ejemplo de la sabiduría adquirida en esa forma.

La Naturaleza

Sus contemporáneos hablan con frecuencia del cariño de Francisco por los animales y del poder que tenía sobre ellos. Por ejemplo, es famosa la reprensión que dirigió a las golondrinas cuando iba a predicar en Alviano: 'Hermanas golondrinas: ahora me toca hablar a mí; vosotras ya habéis parloteado bastante." Famosas también son las anécdotas le los pajarillos que venían a escucharle cuando cantaba las grandezas del Creador, del conejillo que no quería separarse de él en el Lago Trasimeno y del lobo de Gubbio amansado por el santo. Algunos autores consideran tales anécdotas como simples alegorías, en tanto que otros les atribuyen valor histórico.

Aventura de amor con Dios

Los primeros años de la orden en Santa María de los Ángeles fueron un período de entrenamiento en la pobreza y la caridad fraternas. Los frailes trabajaban en sus oficios y en los campos vecinos para ganarse el pan de cada día. Cuando no había trabajó suficiente, solían pedir limosna de puerta en puerta; pero el fundador les había prohibido que aceptasen dinero. Estaban siempre prontos a servir a todo el mundo, particularmente a los leprosos y menesterosos.

San Francisco insistía en que llamasen a los leprosos "mis hermanos cristianos" y los enfermos no dejaban de apreciar esta profunda delicadeza. El número de los compañeros del santo continuaba en aumento, entre ellos se contaba el famoso "juglar de Dios", fray Junípero; a causa de la sencillez del hermanito Francisco solía repetir: "Quisiera tener todo un bosque de tales juníperos." En cierta ocasión en que el pueblo de Roma se había reunido para recibir a fray Junípero, sus compañeros le hallaron jugando apaciblemente con los niños fuera de las murallas de la ciudad. Santa Clara acostumbraba llamarle "el juguete de Dios".

Santa Clara

Clara había partido de Asís para seguir a Francisco, en la primavera de 1212, después de oírle predicar. El santo consiguió establecer a Clara y sus compañeras en San Damián, y la comunidad de religiosas llegó pronto a ser, para los franciscanos, lo que las monjas de Prouille habían de ser para los dominicos: una muralla de fuerza femenina, un vergel escondido de oración que hacía fecundo el trabajo de los frailes.

Evangeliza a los mahometanos

En el otoño de ese año, Francisco, no contento con todo lo que había sufrido y trabajado por las almas en Italia, resolvió ir a evangelizar a los mahometanos. Así pues, se embarcó en Ancona con un compañero rumbo a Siria; pero una tempestad hizo naufragar la nave en la costa de Dalmacia. Como los frailes no tenían dinero para proseguir el viaje se vieron obligados a esconderse furtivamente en un navío para volver a Ancona. Después de predicar un año en el centro de Italia (el señor de Chiusi puso entonces a la disposición de los frailes un sitio de retiro en Monte Alvernia, en los Apeninos de Toscana), San Francisco decidió partir nuevamente a predicar a los mahometanos en Marruecos. Pero Dios tenía dispuesto que no llegase nunca a su destino: el santo cayó enfermo en España y, después, tuvo que retornar a Italia. Ahí se consagró apasionadamente a predicar el Evangelio a los cristianos.

La humildad y obediencia

San Francisco dio a su orden el nombre de "Frailes Menores" por humildad, pues quería que sus hermanos fuesen los siervos de todos y buscasen siempre los sitios más humildes. Con frecuencia exhortaba a sus compañeros al trabajo manual y, si bien les permitía pedir limosna, les tenía prohibido que aceptasen dinero. Pedir limosna no constituía para él una vergüenza, ya que era una manera de imitar la pobreza de Cristo. El santo no permitía que sus hermanos predicasen en una diócesis sin permiso expreso del obispo. Entre otras cosas, dispuso que "si alguno de los frailes se apartaba de la fe católica en obras o palabras y no se corregía, debería ser expulsado de la hermandad". Todas las ciudades querían tener el privilegio de albergar a los nuevos frailes, y las comunidades se multiplicaron en Umbría, Toscana, Lombardia y Ancona.

Crece la orden

Se cuenta que en 1216, Francisco solicitó del Papa Honorio III la indulgencia de la Porciúncula o "perdón de Asís". El año siguiente, conoció en Roma a Santo Domingo, quien había predicado la fe y la penitencia en el sur de Francia en la época en que Francisco era "un gentilhombre de Asís". San Francisco tenía también la intención de ir a predicar en Francia. Pero, como el cardenal Ugolino (quien fue más tarde Papa con el nombre de Gregorio IX) le disuadiese de ello, envió en su lugar a los hermanos Pacífico y Agnelo. Este último había de introducir más tarde la orden de los frailes menores en Inglaterra. El sabio y bondadoso cardenal Ugolino ejerció una gran influencia en el desarrollo de la orden. Los compañeros de San Francisco eran ya tan numerosos, que se imponía forzosamente cierta forma de organización sistemática y de disciplina común. Así pues, se procedió a dividir a la orden en provincias, al frente de cada una de las cuales se puso a un ministro, "encargado del bien espiritual de los hermanos; si alguno de ellos llegaba a perderse por el mal ejemplo del ministro, éste tendría que responder de él ante Jesucristo." Los frailes habían cruzado ya los Alpes y tenían misiones en España, Alemania y Hungría.

El primer capítulo general se reunió, en la Porciúncula, en Pentecostés del año de 1217. En 1219, tuvo lugar el capítulo "de las esteras", así llamado por las cabañas que debieron construirse precipitadamente con esteras para albergar a los delegados. Se cuenta que se reunieron entonces cinco mil frailes. Nada tiene de extraño que en una comunidad tan numerosa, el espíritu del fundador se hubiese diluido un tanto. Los delegados encontraban que San Francisco se entregaba excesivamente a la aventura y exigían un espíritu más práctico. Es que así les parecía lo que en realidad era una gran confianza en Dios. El santo se indignó profundamente y replicó: "Hermanos míos, el Señor me llamó por el camino de la sencillez y la humildad y por ese camino persiste en conducirme, no sólo a mí sino a todos los que estén dispuestos a seguirme ... El Señor me dijo que deberíamos ser pobres y locos en este mundo y que ése y no otro sería el camino por el que nos llevaría. Quiera Dios confundir vuestra sabiduría y vuestra ciencia y haceros volver a vuestra primitiva vocación, aunque sea contra vuestra voluntad y aunque la encontréis tan defectuosa."

Francisco les insistía en que amaran muchísimo a Jesucristo y a la Santa Iglesia Católica, y que vivieran con el mayor desprendimiento posible hacia los bienes materiales, y no se cansaba de recomendarles que cumplieran lo mas exactamente posible todo lo que manda el Santo Evangelio.

El mayor privilegio: no gozar de privilegio alguno

Recorría campos y pueblos invitando a la gente a amar más a Jesucristo, y repetía siempre: 'El Amor no es amado". Las gentes le escuchaban con especial cariño y se admiraban de lo mucho que sus palabras influían en los corazones para entusiasmarlos por Cristo y su Verdad.

A quienes le propusieron que pidiese al Papa permiso para que los frailes pudiesen predicar en todas partes sin autorización del obispo, Francisco repuso: "Cuando los obispos vean que vivís santamente y que no tenéis intenciones de atentar contra su autoridad, serán los primeros en rogaros que trabajéis por el bien de las almas que les han sido confiadas. Considerad como el mayor de los privilegios el no gozar de privilegio alguno. . ." Al terminar el capítulo, San Francisco envió a algunos frailes a la primera misión entre los infieles de Túnez y Marruecos y se reservó para sí la misión entre los sarracenos de Egipto y Siria. En 1215, durante el Concilio de Letrán, el Papa Inocencio III había predicado una nueva cruzada, pero tal cruzada se había reducido simplemente a reforzar el Reino Latino de oriente. Francisco quería blandir la espada de Dios.

San Francisco, se fue a Tierra Santa a visitar en devota peregrinación los Santos Lugares donde Jesús nació, vivió y murió: Belén, Nazaret, Jerusalén, etc. En recuerdo de esta piadosa visita suya, los franciscanos están encargados desde hace siglos de custodiar los Santos Lugares de Tierra Santa.

Misionero ante el Sultán

En junio de 1219, se embarcó en Ancona con doce frailes. La nave los condujo a Damieta, en la desembocadura del Nilo. Los cruzados habían puesto sitio a la ciudad, y Francisco sufrió mucho al ver el egoísmo y las costumbres disolutas de los soldados de la cruz. Consumido por el celo de la salvación de los sarracenos, decidió pasar al campo del enemigo, por más que los cruzados le dijeron que la cabeza de los cristianos estaba puesta a precio. Habiendo conseguido la autorización del legado pontificio, Francisco y el hermano Iluminado se aproximaron al campo enemigo, gritando: "¡Sultán, sultán!" Cuando los condujeron a la presencia de Malek-al-Kamil, Francisco declaró osadamente: "No son los hombres quienes me han enviado, sino Dios todopoderoso. Vengo a mostrarles, a ti y a tu pueblo, el camino de la salvación; vengo a anunciarles las verdades del Evangelio." El sultán quedó impresionado y rogó a Francisco que permaneciese con él. El santo replicó: "Si tú y tu pueblo estáis dispuestos a oír la palabra de Dios, con gusto me quedaré con vosotros. Y si todavía vaciláis entre Cristo y Mahoma, manda encender una hoguera; yo entraré en ella con vuestros sacerdotes y así veréis cuál es la verdadera fe." El sultán contestó que probablemente ninguno de los sacerdotes querría meterse en la hoguera y que no podía someterlos a esa prueba para no soliviantar al pueblo.

Cuentan que el Sultan llegó a decir: ¨si todos los cristianos fueran como él, entonces valdría la pena ser cristiano¨. Pero el Sultán, Malek-al-Kamil, mandó a Francisco que volviese al campo de los cristianos.

Desalentado al ver el reducido éxito de su predicación entre los sarracenos y entre los cristianos, el santo pasó a visitar los Santos Lugares. Ahí recibió una carta en la que sus hermanos le pedían urgentemente que retornase a Italia.

La crisis del acomodamiento lleva a clarificar la regla

Durante la ausencia de Francisco, sus dos vicarios, Mateo de Narni y Gregorio de Nápoles, habían introducido ciertas innovaciones que tendían a uniformar a los frailes menores con las otras órdenes religiosas y a encuadrar el espíritu franciscano en el rígido esquema de la observancia monástica y de las reglas ascéticas. Las religiosas de San Damián tenían ya una constitución propia, redactada por el cardenal Ugolino sobre la base de la regla de San Benito. Al llegar a Bolonia, Francisco tuvo la desagradable sorpresa de encontrar a sus hermanos hospedados en un espléndido convento. El santo se negó a poner los pies en él y vivió con los frailes predicadores. En seguida mandó llamar al guardián del convento franciscano, le reprendió severamente y le ordenó que los frailes abandonasen la casa. Tales acontecimientos tenían a los ojos del santo las proporciones de una verdadera traición: se trataba de una crisis de la que tendría que salir la orden sublimada o destruida.

San Francisco se trasladó a Roma donde consiguió que Honorio III nombrase al cardenal Ugolino protector y consejero de los franciscanos, ya que el purpurado había depositado una fe ciega en el fundador y poseía una gran experiencia en los asuntos de la Iglesia. Al mismo tiempo, Francisco se entregó ardientemente a la tarea de revisar la regla, para lo que convocó a un nuevo capítulo general que se reunió en la Porciúncula en 1221. El santo presentó a los delegados la regla revisada. Lo que se refería a la pobreza, la humildad y la libertad evangélica, características de la orden, quedaba intacto. Ello constituía una especie de reto del fundador a los disidentes y legalistas que, por debajo del agua, tramaban una verdadera revolución del espíritu franciscano. El jefe de la oposición era el hermano Elías de Cortona. El fundador había renunciado a la dirección de la orden, de suerte que su vicario, fray Elías, era prácticamente el ministro general. Sin embargo, no se atrevió a oponerse al fundador, a quien respetaba sinceramente. En realidad, la orden era ya demasiado grande, como lo dijo el propio San Francisco: "Si hubiese menos frailes menores, el mundo los vería menos y desearía que fuesen más."

Al cabo de dos años, durante los cuales hubo de luchar contra la corriente cada vez más fuerte que tendía a desarrollar la orden en una dirección que él no había previsto y que le parecía comprometer el espíritu franciscano, el santo emprendió una nueva revisión de la regla. Después la comunicó al hermano Elías para que éste la pasase a los ministros, pero el documento se extravió y el santo hubo de dictar nuevamente la revisión al hermano León, en medio del clamor de los frailes que afirmaban que la prohibición de poseer bienes en común era impracticable. La regla, tal como fue aprobada por Honorio III en 1223, representaba sustancialmente el espíritu y el modo de vida por el que había luchado San Francisco desde el momento en que se despojó de sus ricos vestidos ante el obispo de Asís.

La tercera orden

Unos dos años antes San Francisco y el cardenal Ugolino habían redactado una regla para la cofradía de laicos que se habían asociado a los frailes menores y que correspondía a lo que actualmente llamamos tercera orden, fincada en el espíritu de la "Carta a todos los cristianos", que Francisco había escrito en los primeros años de su conversión. La cofradía, formada por laicos entregados a la penitencia, que llevaban una vida muy diferente de la que se acostumbraba entonces, llegó a ser una gran fuerza religiosa en la Edad Media. En el derecho canónico actual, los terciarios de las diversas órdenes gozan todavía de un estatuto específicamente diferente del de los miembros de las cofradías y congregaciones marianas.

La representación del Nacimiento de Jesús

San Francisco pasó la Navidad de 1223 en Grecehio, en el valle de Rieti. Con tal ocasión, había dicho a su amigo, Juan da Vellita- "Quisiera hacer una especie de representación viviente del nacimiento de Jesús en Belén, para presenciar, por decirlo así, con los ojos del cuerpo la humildad de la Encarnación y verle recostado en el pesebre entre el buey y el asno." En efecto, el santo construyó entonces en la ermita una especie de cueva y los campesinos de los alrededores asistieron a la misa de media noche, en la que Francisco actuó corno diácono y predicó sobre el misterio de la Natividad.

Se le atribuye haber comenzado en aquella ocasión la tradición del "belén" o "nacimiento". Nos dice Tomas Celano en su biografía del santo: "La Encarnación era un componente clave en la espiritualidad de Francisco. Quería celebrar la Encarnación en forma especial. Quería hacer algo que ayudase a la gente a recordar al Cristo Niño y como nació en Belén."

San Francisco permaneció varios meses en el retiro de Grecehio, consagrado a la oración, pero ocultó celosamente a los ojos de los hombres las gracias especialísimas que Dios le comunicó en la contemplación. El hermano León, que era su secretario y confesor, afirmó que le había visto varias veces durante la oración elevarse tan alto sobre el suelo, que apenas podía alcanzarle los pies y, en ciertas ocasiones, ni siquiera eso.

Las Estigmas

Alrededor de la fiesta de la Asunción de 1224, el santo se retiró a Monte Alvernia y se construyó ahí una pequeña celda. Llevó consigo al hermano León, pero prohibió que fuese alguien a visitarle hasta después de la fiesta de San Miguel. Ahí fue donde tuvo lugar, alrededor del día de la Santa Cruz de 1224, el milagro de los estigmas, del que hablamos el 17 de septiembre. Francisco trató de ocultar a los ojos de los hombres las señales de la Pasión del Señor que tenía impresas en el cuerpo; por ello, a partir de entonces llevaba siempre las manos dentro de las mangas del hábito y usaba medias y zapatos. Sin embargo, deseando el consejo de sus hermanos, comunicó lo sucedido al hermano Iluminado y algunos otros, pero añadió que le habían sido reveladas ciertas cosas que jamás descubriría a hombre alguno sobre la tierra.

En cierta ocasión en que se hallaba enfermo, alguien propuso que se le leyese un libro para distraerle. El santo respondió: "Nada me consuela tanto como la contemplación de la vida y Pasión del Señor. Aunque hubiese de vivir hasta el fin del mundo, con ese solo libro me bastaría." Francisco se había enamorado de la santa pobreza mientras contemplaba a Cristo crucificado y meditaba en la nueva crucifixión que sufría en la persona de los pobres.

El santo no despreciaba la ciencia, pero no la deseaba para sus discípulos. Los estudios sólo tenían razón de ser como medios para un fin y sólo podían aprovechar a los frailes menores, si no les impedían consagrar a la oración un tiempo todavía más largo y si les enseñaban más bien, a predicarse a sí mismos que a hablar a otros. Francisco aborrecía los estudios que alimentaban más la vanidad que la piedad, porque entibiaban la caridad y secaban el corazón. Sobre todo, temía que la señora Ciencia se convirtiese en rival de la dama Pobreza. Viendo con cuánta ansiedad acudían a las escuelas y buscaban los libros sus hermanos, Francisco exclamó en cierta ocasión: "Impulsados por el mal espíritu, mis pobres hermanos acabarán por abandonar el camino de la sencillez y de la pobreza."

Antes de salir de Monte Alvernia, el santo compuso el "Himno de alabanza al Altísimo". Poco después de la fiesta de San Miguel bajó finalmente al valle, marcado por los estigmas de la Pasión y curó a los enfermos que le salieron al paso.

La hermana muerte

Las calientísimas arenas del desierto de Egipto afectaron la vista de Francisco hasta el punto de estar casi completamente ciego. Los dos últimos años de la vida de Francisco fueron de grandes sufrimientos que parecía que la copa se había llenado y rebalsado. Fuertes dolores debido al deterioro de muchos de sus órganos (estómago, hígado y el bazo), consecuencias de la malaria contraida en Egipto. En los más terribles dolores, Francisco ofrecía a Dios todo como penitencia, pues se consideraba gran pecador y para la salvación de las almas. Era durante su enfermedad y dolor donde sentía la mayor necesidad de cantar.

Su salud iba empeorando, los estigmas le hacían sufrir y le debilitaban y casi había perdido la vista. En el verano de 1225 estuvo tan enfermo, que el cardenal Ugolino y el hermano Elías le obligaron a ponerse en manos del médico del Papa en Rieti. El santo obedeció con sencillez. De camino a Rieti fue a visitar a Santa Clara en el convento de San Damián. Ahí, en medio de los más agudos sufrimientos físicos, escribió el "Cántico del hermano Sol" y lo adaptó a una tonada popular para que sus hermanos pudiesen cantarlo.

Después se trasladó a Monte Rainerio, donde se sometió al tratamiento brutal que el médico le había prescrito, pero la mejoría que ello le produjo fue sólo momentánea. Sus hermanos le llevaron entonces a Siena a consultar a otros médicos, pero para entonces el santo estaba moribundo. En el testamento que dictó para sus frailes, les recomendaba la caridad fraterna, los exhortaba a amar y observar la santa pobreza y a amar y honrar a la Iglesia. Poco antes de su muerte, dictó un nuevo testamento para recomendar a sus hermanos que observasen fielmente la regla y trabajasen manualmente, no por el deseo de lucro, sino para evitar la ociosidad y dar buen ejemplo. "Si no nos pagan nuestro trabajo, acudamos a la mesa del Señor, pidiendo limosna de puerta en puerta". Cuando Francisco volvió a Asís, el obispo le hospedó en su propia casa. Francisco rogó a los médicos que le dijesen la verdad, y éstos confesaron que sólo le quedaban unas cuantas semanas de vida. "¡Bienvenida, hermana Muerte!", exclamó el santo y acto seguido, pidió que le trasportasen a la Porciúncula. Por el camino, cuando la comitiva se hallaba en la cumbre de una colina, desde la que se dominaba el panorama de Asís, pidió a los que portaban la camilla que se detuviesen un momento y entonces volvió sus ojos ciegos en dirección a la ciudad e imploró las bendiciones de Dios para ella y sus habitantes. Después mandó a los camilleros que se apresurasen a llevarle a la Porciúncula. Cuando sintió que la muerte se aproximaba, Francisco envió a un mensajero a Roma para llamar a la noble dama Giacoma di Settesoli, que había sido su protectora, para rogarle que trajese consigo algunos cirios y un sayal para amortajarle, así como una porción de un pastel que le gustaba mucho. Felizmente, la dama llegó a la Porciúncula antes de que el mensajero partiese. Francisco exclamó: "¡Bendito sea Dios que nos ha enviado a nuestra hermana Giacoma! La regla que prohibe la entrada a las mujeres no afecta a nuestra hermana Giacoma. Decidle que entre".

El santo envió un último mensaje a Santa Clara y a sus religiosas y pidió a sus hermanos que entonasen los versos del "Cántico del Sol" en los que alaba a la muerte. En seguida rogó que le trajesen un pan y lo repartió entre los presentes en señal de paz y de amor fraternal diciendo: "Yo he hecho cuanto estaba de mi parte, que Cristo os enseñe a hacer lo que está de la vuestra." Sus hermanos le tendieron por tierra y le cubrieron con un viejo hábito. Francisco exhortó a sus hermanos al amor de Dios, de la pobreza y del Evangelio, "por encima de todas las reglas", y bendijo a todos sus discípulos, tanto a los presentes como a los ausentes.

Murió el 3 de octubre de 1226, después de escuchar la lectura de la Pasión del Señor según San Juan. Francisco había pedido que le sepultasen en el cementerio de los criminales de Colle d'lnferno. En vez de hacerlo así, sus hermanos llevaron al día siguiente el cadáver en solemne procesión a la iglesia de San Jorge, en Asís. Ahí estuvo depositado hasta dos años después de la canonización. En 1230, fue secretamente trasladado a la gran basílica construida por el hermano Elías.

El cadáver desapareció de la vista de los hombres durante seis siglos, hasta que en 1818, tras cincuenta y dos días de búsqueda, fue descubierto bajo el altar mayor, a varios metros de profundidad. El santo no tenía más que cuarenta y cuatro o cuarenta y cinco años al morir. No podemos relatar aquí. ni siquiera en resumen, la azarosa y brillante historia de la orden que fundó, Digamos simplemente que sus tres ramas: la de los frailes menores, la de los frailes menores capuchinos y la de los frailes menores conventuales forman el instituto religioso más numeroso que existe actualmente en la Iglesia. Y, según la opinión del historiador David Knowles, al fundar ese instituto, San Francisco "contribuyó más que nadie a salvar a la Iglesia de la decadencia y el desorden en que había caído durante la Edad Media."

¡San Francisco de Asís: pídele a Jesús que lo amemos tan intensamente como lo lograste amar tú.!

Fuente Bibliográfica:
Breve Síntesis tomada del Divino Oficio. El resto: VIDAS DE LOS SANTOS DE BUTLER - TOMO IV.

martes, 2 de octubre de 2007

Todo es Gracia / Autora: Catalina de Jesús

Todo es DON.
Todo es GRACIA.
Si nuestro corazón fuese capaz de entender esto,
seríamos cómo los niños que se acercaron a Jesús,
dispuestos a recibir,
con las puertas abiertas de par en par.
Todo es DON.
Todo es GRACIA.
Si supiesemos Quién es el que nos pide de beber...
Si fuesemos capaces de entender,
que nosotros apenas sacamos unas gotas de agua de la fuente,
y que de Él brota el manantial de AGUA VIVA...
Todo es DON.
Todo es GRACIA.
Si nuestro corazón fuese capaz de entender esto...
Si fuesemos capaces de ver y de sentir
cómo se derrama su Gracia sobre nuestras vidas cada instante,
cada pequeño acontecimiento,cada minuto, cada segundo,
entonces seríamos capaces de saborear la vida,
de vivir ya aquí, la felicidad que no tiene medida,
la felicidad que no se acaba, que no tiene límites.
Seríamos capaces de descansar en sus brazos,
confiados cómo niños,
sabiendo que sus brazos son firmes y seguros,
comprendiendo al fin lo que significa:
"Descansar en la Verdad".
Todo es DON.
Todo es GRACIA.
No necesito saber nada más.
Ahora comprendo porque dices que tu carga es ligera.
Ahora comprendo porqué me pides que te acompañe.
Si soy débil, si soy pequeña,
si no tengo nada que ofrecerte.
Pero tu GRACIA me inunda...y entonces
¡Qué fácil es ser cristiano!
Todo es DON.
Todo es GRACIA.
Dame Señor un corazón de niño,
un corazón con las puertas abiertas de par en par.

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En el dia en el que el Carmelo Teresiano celebra, junto a toda la Iglesia, la fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús, he querido compartir con vosotros esta oración que escribí hace tiempo, en una de esas servilletas....Teresita nos enseñó a ver toda la vida de esta manera, de una forma tan sencilla y tan llena de agradecimiento.
También aprovecho para daros las gracias por vuestros e-mails de ánimo.No dudeis en escribirme, me gusta mucho recibir vuestras cartas.Un abrazo en Cristo,Catalina de Jesús.

A propósito de deportes extremos / Autora: Beatriz Cruz

«¿No te gusta lo convencional? ¿Buscas emociones intensas? ¿Te gusta vivir al límite? ¿Quieres enfrentarte a un gran desafío donde pongas a prueba tu valor y tu fortaleza? ¡Entra y únete a nosotros!». Así decía el cartel que me encontré pegado en una puerta.

Nada hubiera tenido de extraordinario si el cartel hubiera estado pegado en la puerta de un club de escalada en roca o de paracaidismo; sin embargo lo que realmente llamó mi atención, era que estaba colocado en la entrada de una Iglesia. Por unos segundos pensé que posiblemente por hacer una travesura, alguien lo había cambiado de su lugar original; sin embargo y leyendo con más cuidado el anuncio, me di cuenta que lo había hecho un grupo de jóvenes católicos.

Estos jóvenes estaban invitando a nuevos miembros a unirse a su grupo, como si se tratara de un club de deporte extremo. Al principio pensé que era una comparación algo exagerada, pero investigando más a fondo, entendí que tenían razón, que en estos tiempos ser católico es como practicar un deporte extremo, y podría añadir... el más extremo de todos los deportes.

El practicar nuestra religión, es muy parecido a practicar un deporte extremo y requiere constancia y disciplina; porque así como un atleta que deja de correr por 2 meses pierde condición, un católico que deja de orar, no asiste a misa, ni cumple con los mandamientos, pierde su vida de gracia y le cuesta más trabajo volver a comenzar.

Los deportistas extremos del catolicismo también nos enfrentamos a las condiciones adversas y extremas del medio, luchamos contra las fuertes corrientes del consumismo, el individualismo y la cultura de la muerte y realizamos nuestro mayor esfuerzo para quedarnos a bordo de la balsa de nuestras creencias.

Desafiamos cada una de nuestras capacidades para combatirnos a nosotros mismos, para impedir que la ira, la envidia y la avaricia, nos dominen, para conservar la fe ante cualquier circunstancia y entrenamos duramente nuestro corazón, para amar a quienes nos aborrecen y perdonar a quienes nos hacen daño.

¿Que si es riesgoso el deporte que practicamos? Pongámoslo de esta manera, un deportista extremo que no cumple con las normas está arriesgando su integridad física, si nosotros hacemos caso omiso o únicamente cumplimos a medias lo que Dios nos pide, estamos poniendo en riesgo nuestra salvación, y eso es más peligroso que bucear con tiburones.

La única gran diferencia que he encontrado entre los deportistas extremo comunes y los deportistas extremos del catolicismo, estriba en la causa fundamental que nos lleva a vivir la vida de esta manera tan poco convencional; los primeros encuentran en su práctica una manera de demostrarse algo a si mismos, nosotros (los católicos) vivimos así, porque amamos a Cristo y porque vemos nuestro esfuerzo como el mejor medio para demostrarle a Dios que aún con moretones, después de cientos de caídas o en medio de una tempestad, seremos siempre fieles a Él.

¿Verdad que amar a Cristo, es un deporte extremo?

Octubre: Mes del Rosario / Autora: Tere Fernández

Origen e historia de esta devoción:

En la antigüedad, los romanos y los griegos solían coronar con rosas a las estatuas que representaban a sus dioses como símbolo del ofrecimiento de sus corazones. La palabra “rosario” significa "corona de rosas".

Siguiendo esta tradición, las mujeres cristianas que eran llevadas al martirio por los romanos, marchaban por el Coliseo vestidas con sus ropas más vistosas y con sus cabezas adornadas de coronas de rosas, como símbolo de alegría y de la entrega de sus corazones al ir al encuentro de Dios. Por la noche, los cristianos recogían sus coronas y por cada rosa, recitaban una oración o un salmo por el eterno descanso del alma de las mártires.

La Iglesia recomendó rezar el rosario, el cual consistía en recitar los 150 salmos de David, pues era considerada una oración sumamente agradable a Dios y fuente de innumerables gracias para aquellos que la rezaran. Sin embargo, esta recomendación sólo la seguían las personas cultas y letradas, pero no la mayoría de los cristianos. Por esto, la Iglesia sugirió que aquellos que no supieran leer, suplantaran los 150 salmos por 150 Avemarías, divididas en quince decenas. A este “rosario corto” se le llamó “el salterio de la Virgen”.

A finales del siglo XII, Santo Domingo de Guzmán sufría al ver que la gravedad de los pecados de la gente estaba impidiendo la conversión de los albigenses y decidió ir al bosque a rezar. Estuvo en oración tres días y tres noches haciendo penitencia y flagelándose hasta perder el sentido. En este momento, se le apareció la Virgen con tres ángeles y le dijo que la mejor arma para convertir a las almas duras no era la flagelación, sino el rezo de su salterio.

Santo Domingo se dirigió en ese mismo momento a la catedral de Toulouse, sonaron las campanas y la gente se reunió para escucharlo. Cuando iba a empezar a hablar, se soltó una tormenta con rayos y viento muy fuerte que hizo que la gente se asustara. Todos los presentes pudieron ver que la imagen de la Virgen que estaba en la catedral, alzaba tres veces los brazos hacia el Cielo. Santo Domingo empezó a rezar el salterio de la Virgen y la tormenta se terminó.

En otra ocasión, Santo Domingo tenía que dar un sermón en la Iglesia de Notre Dame en París con motivo de la fiesta de San Juan y, antes de hacerlo, rezó el Rosario. La Virgen se le apareció y le dijo que su sermón estaba bien, pero que mejor lo cambiara y le entregó un libro con imágenes, en el cual le explicaba lo mucho que gustaba a Dios el rosario de Avemarías porque le recordaba ciento cincuenta veces el momento en que la humanidad, representada por María, había aceptado a su Hijo como Salvador.

Santo Domingo cambió su homilía y habló de la devoción del Rosario y la gente comenzó a rezarlo con devoción, a vivir cristianamente y a dejar atrás sus malos hábitos.

Santo Domingo murió en 1221, después de una vida en la que se dedicó a predicar y hacer popular la devoción del Rosario entre las gentes de todas las clases sociales para el sufragio de las almas del Purgatorio, para el triunfo sobre el mal y prosperidad de la Santa Madre de la Iglesia.

El rezo del Rosario mantuvo su fervor por cien años después de la muerte de Santo Domingo y empezó a ser olvidado.

En 1349, hubo en Europa una terrible epidemia de peste a la que se le llamó ¨la muerte negra” en la que murieron muchísimas personas. Fue entonces cuando el fraile Alan de la Roche, superior de los dominicos en la misma provincia de Francia donde había comenzado la devoción al Rosario, tuvo una aparición, en la cual Jesús, la Virgen y Santo Domingo le pidieron que reviviera la antigua costumbre del rezo del Santo Rosario. El Padre Alan comenzó esta labor de propagación junto con todos los frailes dominicos en 1460. Ellos le dieron la forma que tiene actualmente, con la aprobación eclesiástica. A partir de entonces, esta devoción se extendió en toda la Iglesia.

¿Cuándo se instituyó formalmente esta fiesta?

El 7 de octubre de 1571 se llevó a cabo la batalla naval de Lepanto, en la cual los cristianos vencieron a los turcos. Los cristianos sabían que si perdían esta batalla, su religión podía peligrar y por esta razón confiaron en la ayuda de Dios a través de la intercesión de la Santísima Virgen. El Papa San Pío V pidió a los cristianos rezar el rosario por la flota. En Roma estaba el Papa despachando asuntos cuando de repente se levantó y anunció que la flota cristiana había sido victoriosa. Ordena el toque de campanas y una procesión. Días más tarde llegaron los mensajeros con la noticia oficial del triunfo cristiano. Posteriormente, instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias el 7 de octubre.

Un año más tarde, Gregorio XIII cambió el nombre de la fiesta por el de Nuestra Señora del Rosario y determinó que se celebrase el primer domingo de Octubre (día en que se había ganado la batalla). Actualmente se celebra la fiesta del Rosario el 7 de Octubre y algunos dominicos siguen celebrándola el primer domingo del mes.

La fuerza del Rosario

A lo largo de la historia, se ha visto como el rezo del Santo Rosario pone al demonio fuera de la ruta del hombre y de la Iglesia. Llena de bendiciones a quienes lo rezan con devoción. Nuestra Madre del Cielo ha seguido promoviéndolo, principalmente en sus apariciones a los pastorcillos de Fátima.

El Rosario es una verdadera fuente de gracias. María es medianera de las gracias de Dios. Dios ha querido que muchas gracias nos lleguen por su conducto, ya que fue por ella que nos llegó la salvación.

Todo cristiano puede rezar el Rosario. Es una oración muy completa, ya que requiere del empleo simultáneo de tres potencias de la persona: física, vocal y espiritual. Las cuentas favorecen la concentración de la mente.

Rezar el Rosario es como llevar diez flores a María en cada misterio. Es una manera de repetirle muchas veces lo mucho que la queremos. El amor y la piedad no se cansan nunca de repetir con frecuencia las mismas palabras, porque siempre contienen algo nuevo. Si lo rezamos todos los días, la Virgen nos llenará de gracias y nos ayudará a llegar al Cielo. María intercede por nosotros sus hijos y no nos deja de premiar con su ayuda. Al rezarlo, recordamos con la mente y el corazón los misterios de la vida de Jesús y los misterios de la conducta admirable de María: los gozosos, los dolorosos y los gloriosos. Nos metemos en las escenas evangélicas: Belén, Nazaret, Jerusalén, el huerto de los Olivos, el Calvario, María al pie de la cruz, Cristo resucitado, el Cielo, todo esto pasa por nuestra mente mientras nuestros labios oran.

Las Letanías

El Rosario no es una oración litúrgica, sino ejercicio piadoso. Las Letanías forman una parte oficial de la liturgia en cuanto que las invocaciones reciben permiso de la Santa Sede. Se cree que su origen fue, probablemente, antes del siglo XII.
La forma actual en la que las rezamos se adoptó en el santuario mariano de Loreto, en Italia y se llama Letanía lauretana. En 1587, el Papa Sixto V la aprobó para que la rezaran todos los cristianos. Todos los cristianos hemos recurrido a la Virgen en momentos de alegría llamándola “Causa de nuestra alegría”, en momentos de dolor diciéndole “Consoladora de los afligidos”, etc.

Podemos rezar las Letanías con devoción, con amor filial, con gozo de tener una Madre con tantos títulos y perfecciones, recibidos de Dios por su Maternidad divina y por su absoluta fidelidad. Al rezarlas, tendremos la dicha de alabar a María, de invocar su protección y de ser ayudados siempre ya que la Virgen no nos deja desamparados.

Cómo rezar el Rosario

Como se trata de una oración, lo primero que hay que hacer es saludar persignarnos y ponernos en presencia de Dios y de la Santísima Virgen.

Luego, se enuncian los misterios del día que se van a rezar y comenzamos a meditar en el primero de estos cinco misterios. Durante la oración de cada misterio, trataremos de acompañar a Jesús y a María en aquellos momentos importantes de sus vidas. Aprovechamos de pedirles ayuda para imitar las virtudes y cualidades que ellos tuvieron en esos momentos. Al meditarlos frecuentemente, estas guías pasan a formar parte de nuestra conciencia, de nuestra vida. Podemos ofrecer cada misterio del rosario por una intención en particular y se puede leer una parte del Evangelio que nos hable acerca del misterio que estamos rezando.

Cada misterio consta de un Padrenuestro seguido de diez Avemarías y un Gloria. Usamos nuestro rosario pasando una cuenta en cada Avemaría. Así seguimos hasta terminar con los cinco misterios.

Al terminar de rezar los cinco misterios, se reza la Salve y se termina con las Letanías.

Los Misterios

Los quince misterios que se rezan nos recuerdan la vida de Jesús y, dependiendo del día, se rezan de la siguiente forma:

LUNES Y SÁBADO
MISTERIOS GOZOSOS VIRTUD (sugerida)

1. La Anunciación del ángel a la Virgen. La obediencia.
2. La Visita de la Virgen a su prima Isabel. Amor al prójimo.
3. El Nacimiento del Hijo de Dios. Desprendimiento
4. La Presentación del niño Jesús en el templo. Pureza de intención.
5. El Niño Jesús perdido y hallado en el templo Sabiduría en cosas de Dios.

MARTES Y VIERNES
MISTERIOS DOLOROSOS VIRTUD (sugerida)

1. La Oración de Jesús en el huerto. Verdadero arrepentimiento de los pecados.
2. La flagelación de nuestro Señor Jesucristo. Espíritu de sacrificio
3. La coronación de espinas. Desapego a lo material
4. Jesucristo es cargado con la Cruz. Paciencia por mi cruz.
5. La crucifixión de nuestro Señor Jesucristo. Generosidad

MIERCOLES Y DOMINGOS.
MISTERIOS GLORIOSOS VIRTUD (sugerida)

1. La Resurrección de Jesucristo. Fe, Esperanza y Caridad
2. La Ascensión del Señor a los Cielos. Deseo de ir al Cielo
3. La venida del Espíritu Santo. Deseo de vivir en Gracia
4. La Asunción de la Virgen a los Cielos. Amor a María
5. La Coronación de la Virgen en los Cielos. Perseverancia

JUEVES.
MISTERIOS LUMINOSOS

1. El Bautismo de Jesús en el Jordán 2 Co 5, 21; . Mt 3, 17.
2. Las bodas de Caná; Jn 2, 1-12.
3. El anuncio del Reino de Dios Mc 1, 15; Mc 2. 3-13; Lc 47-48.
4. La Transfiguración; Lc 9, 35.
5. La Institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual. Jn13, 1.

Aprender a equivocarse / Autor: José Luis Martín Descalzo

Una de las virtudes-defecto más cuestionables: el perfeccionismo. Virtud, porque evidentemente, lo es el tender a hacer todas las cosas perfectas. Y es un defecto porque no suele contar con la realidad: que lo perfecto no existe en este mundo, que los fracasos son parte de toda la vida, que todo el que se mueve se equivoca alguna vez.

He conocido en mi vida muchos perfeccionistas. Son, desde luego, gente estupenda. Creen en el trabajo bien hecho, se entregan apasionadamente a hacer bien las cosas e incluso llegan a hacer magníficamente la mayor parte de las tareas que emprenden.

Pero son también gente un poco neurótica. Viven tensos. Se vuelven cruelmente exigentes con quienes no son como ellos. Y sufren espectacularmente cuando llega la realidad con la rebaja y ven que muchas de sus obras -a pesar de todo su interés- se quedan a mitad de camino.

Por eso me parece que una de las primeras cosas que deberían enseñarnos de niños es a equivocarnos. El error, el fallo, es parte inevitable de la condición humana. Hagamos lo que hagamos habrá siempre un coeficiente de error en nuestras obras. No se puede ser sublime a todas horas. El genio más genial pone un borrón y hasta el buen Homero dormita de vez en cuando.

Así es como, según decía Maxwel Brand. "todo niño debería crecer con convicción de que no es una tragedia ni una catástrofe cometer un error". Por eso en las persona siempre me ha interesado más el saber cómo se reponen de los fallos que el número de fallos que cometen.

Ya que el arte más difícil no es el de no caerse nunca, sino el de saber levantarse y seguir el camino emprendido.

Temo por eso la educación perfeccionista. Los niños educados para arcángeles se pegan luego unos topetazos que les dejan hundidos por largo tiempo. Y un no pequeño porcentaje de amargados de este mundo surge del clan de los educados para la perfección.

Los pedagogos dicen que por eso es preferible permitir a un niño que rompa alguna vez un plato y enseñarle luego a recoger los pedazos, porque "es mejor un plato roto que un niño roto".

Es cierto. No existen hombres que nunca hayan roto un plato. No ha nacido el genio que nunca fracase en algo. Lo que sí existe es gente que sabe sacar fuerzas de sus errores y otra gente que de sus errores sólo casa amargura y pesimismo. Y sería estupendo educar a los jóvenes en la idea de que no hay una vida sin problemas, pero lo que hay en todo hombre es capacidad para superarlos.

No vale, realmente, la pena llorar por un plato roto. Se compra otro y ya está. Lo grave es cuando por un afán de perfección imposible se rompe un corazón. Porque de esto no hay repuesto en los mercados.