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Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

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jueves, 29 de noviembre de 2007

Senadora socialista se convierte y deja política por leyes que "chocan con ética cristiana"

BARCELONA, 29 Nov. 07 / 06:32 pm (ACI/Europa Press).- La senadora socialista por Barcelona Mercedes Aroz ha comunicado su retirada de la política al finalizar la legislatura por discrepancias con la dirección del PSOE a raíz de la aprobación de leyes como el matrimonio homosexual, que a su juicio "chocan frontalmente con la ética cristiana".

En declaraciones a Europa Press, Aroz explicó que ha comunicado su decisión al Partido Socialista de Cataluña (PSC), en el que seguirá militando. Aun así, dejará su escaño, que ocupa con el mayor número de votos de la historia del Senado (1.602.225 en la última legislatura, el 53,67 por ciento).

Aroz –que fue cofundadora del PSC– anunció su "conversión" al cristianismo, tras varias décadas de ideología marxista, en un proceso de transformación personal que ha durado "varios años" y que ha culminado en su "plena integración como miembro de la Iglesia Católica".

"Mi actual compromiso cristiano me ha llevado a discrepar con determinadas leyes del Gobierno que chocan frontalmente con la ética cristiana, como la regulación dada a la unión homosexual o la investigación con embriones, y que en conciencia no he podido apoyar. En consecuencia se imponía la decisión que he tomado", afirmó.

"He querido hacer pública mi conversión para subrayar la convicción de la Iglesia Católica de que el cristianismo tiene mucho que decir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, porque hay algo más que la razón y la ciencia. A través de la fe cristiana se alcanza a comprender plenamente la propia identidad como ser humano y el sentido de la vida", indicó.

Según Aroz, "la libertad religiosa reclama el respeto y un reconocimiento positivo del hecho religioso, frente a un intento de imponer el laicismo" por parte del Estado, a la vez que reclama a éste que ponga las bases para facilitar "la educación religiosa en la escuela".

Aroz pone fin así a una larga etapa de militancia activa a lo largo de 32 años en el partido socialista, en el que ha ejercido numerosas responsabilidades orgánicas y públicas, entre ellas y durante 21 años, la de diputada y senadora en el Parlamento español.

La aún senadora fue cofundadora del PSC en el año 1978, desde la Federación Catalana del PSOE y como miembro de la comisión que elaboró las bases de la unidad de los tres partidos socialistas catalanes existentes en aquel momento: PSOE, PSC (C) y PSC (R).

Se afilió al PSOE en 1976, proveniente de la Liga Comunista Revolucionaria, y en el PSC formó parte de su dirección política durante 18 años, así como del Comité Federal del PSOE. En 1986 fue elegida diputada por Barcelona a las Cortes.

Diputada en el Congreso durante cuatro legislaturas, fue portavoz de Economía del Grupo Socialista, y adjunta a la Secretaría General en la Dirección presidida por Felipe González y Joaquín Almunia como portavoz, y posteriormente como presidente.

Senadora electa por Barcelona en las dos últimas legislaturas por la coalición Entesa Catalana de Progrés (PSC, ERC, ICV-EUiA), obtuvo 1.602.225 votos en la última legislatura, el 53,67 por ciento. En la actualidad es la portavoz de Economía y Presupuestos de su grupo parlamentario.

Pareja rusa salvó a sus quintillizas de aborto forzoso

LONDRES,(ACI).- Vavara Artamkin y su esposo Dimitri nunca pensaron que ocuparían las primeras planas de los principales medios del mundo. Esta humilde pareja de maestros rusos cruzó medio continente para salvar a sus cinco hijas de un aborto inminente. Hoy todos sonríen en un hospital inglés.

Vavara se sometió a un tratamiento de fertilidad y resultó embarazada de quintillizas. Los médicos que la trataron en Rusia pretendieron obligarla a abortar al menos a dos de las niñas para recibir a cambio el debido cuidado en su embarazo.

Los médicos le dijeron que "los abortos selectivos" eran esenciales para dar a los demás bebés la posibilidad de sobrevivir.

Los esposos no deseaban "terminar" con alguna de sus bebés, recibieron ayuda económica de benefactores rusos para viajar a Inglaterra y dar a luz prematuramente. Las niñas nacieron 14 semanas antes de que el embarazo llegara a término en un hospital de Oxford y a pesar de su frágil condición, evolucionan muy bien.

La bisabuela de las quintillizas, Irina Artamkin, declaró al diario Daily Mail desde Rusia que la pareja visitó varios hospitales de maternidad en Rusia pero nadie quiso ayudarlos a menos que aceptaran el aborto.

"Nuestra familia es muy religiosa y la Iglesia (ortodoxa) enseña que el aborto es un asesinato. Varvara y Dimitri querían todas sus hijas y no aceptaban tal condición", indicó la abuela.

Hace algunos años, la pareja ya había visto morir a su primer hijo, un varón, que nació prematuro.

Para la hermana de Dimitri, Maria, que las niñas hayan nacido bien "es un milagro. Todo estuvo en manos de Dios. Iremos a la iglesia y encenderemos un cirio por cada bebé".

¡Dispara al corazón! / Autor: Óscar Schmidt

Cuando le hablas a ese hombre que no conoce a Dios, que no sabe de Su Amor, mientras cavilas y temes no ser digno de semejante tarea, no dudes, tensa tu arco y con mano firme ¡dispara al corazón!

Cuando la vida te enfrenta a momentos de gran confusión, donde los caminos se abren frente a ti y se multiplican como en un salón de espejos, no temas, abre tu mirada a la distancia, mira a tu interior, y con sereno pulso ¡dispara al corazón!

Cuando los que más quieres te fallan, te hunden en tu silla como si fueras un ser imposibilitado de ver más allá de las puertas que se cierran frente a ti, no te pierdas en la desesperación y el abandono de ti mismo, levanta la mirada y ¡dispara al corazón!

Cuando el amor no llega a tu vida, cuando la luz del cariño se escurre por pasillos donde no la puedes buscar, torna tu mirada a las sombras y con gran decisión, ¡dispara al corazón!

Cuando quieras hablar con Jesús sobre tus más profundas necesidades, sobre aquello que vibra en tu pecho y clama por un instante de sosiego, haz un alto en tu vida, alza la voz y con grito firme ¡dispara al corazón!

Cuando no sabes qué es lo que Dios espera de ti, y El se esconde y hace de tu vida un barco sin rumbo, pon tu mirada en Su Mirada y elevando tus brazos al cielo, ¡dispara al corazón!

Porque cuando nuestro rostro se ilumina con una mirada de niño, nuestros labios derraman palabras de amor que alcanzan el Corazón de Jesús y lo hacen quebrarse de ternura, lo derrumban a pesar de Su Divinidad y Realeza.

Y es porque en el Corazón de Dios están todas las soluciones, las promesas, los consuelos y la esperanza. Allí se esconde un tesoro tan extraordinario que ni siquiera en nuestros sueños más profundos lo podríamos imaginar.

Nuestros gestos de amor son disparos al Corazón de Jesús, porque lo hacen detenerse y mirarnos como un Dios derrotado. Dulce derrota, donde El se refugia para admirar las maravillas de las que un corazón amante es capaz. Su derrota es el triunfo de la Criatura que El mismo imaginó, que vencedora en su propia naturaleza, se hace semejante a su Creador. Nuestro Dios, vencido por amor, se hace Niño y nos entrega aquello que guarda como un Preciado Tesoro, Su Corazón.

Si, dispara al Corazón de Jesús, y dispara al corazón de tus hermanos, hazlos caer vencidos por el amor que todo lo vence. Que tus palabras certeras se dirijan a aquel punto que nadie puede resistir, centro y motor de nuestra semejanza con Quien nos creó, el corazón del hombre.

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Fuente: Catholic.net

El amor platónico / Autor: Rogelio Villegas, LC

Cuando era niño me gustaba escuchar hablar a mis hermanos sobres sus amores platónicos. Apenas podía comprender al mayor de todos: con sólo 16 años ya tenía 10 amores platónicos y en la lista 3 cantantes, 4 actrices de moda y tres de sus profesoras.


- ¿Cómo puedes amar a las diez al mismo tiempo?

- No te preocupes, enano –respondía con aire de don Juan- cuando seas grande comprenderás.
Años más tarde comprendí. El amor platónico es aquel que se va tan rápido como viene, el amor sin interlocutor y del cual te avergüenzas cuando llegas a la edad madura. El amor idealista.

Peno no sólo aprendí eso. Supe que hay amores ideales, amores platónicos que llegaron a ser realidad.

Bruno, el protagonista de esta historia lo cuenta así a sus amigos:


- Hoy, hace 27 años, en una tarde de verano, Isabel pasó por primera vez delante de mis ojos, para quedarse por siempre en mi corazón. Ella, joven bien educada, de familia burguesa, rostro angelical. Yo, muchacho loco en servicio militar…

Recuerdo –continua Bruno- que aquella misma noche fui con Nuestra Señora, para decirle: “Madre, esta joven será mi mujer”. Y así fue. Una primera palabra, un primer encuentro, dos años de noviazgo, un matrimonio de ensueño.
¿Cuál es la diferencia entre Bruno y tantos otros hombres y mujeres que juegan al amor platónico?, ¿qué le falta al amor?, ¿qué nos falta a nosotros?

Yo sé lo que falta. Le falta determinación, le falta ese acto de voluntad por el que yo escojo a alguien como objeto de mi amor. Le falta identificación con la persona amada hasta el don de sí mismo. Es este el verdadero amor conyugal. Para los romanos el amor conyugal era ese lazo de amistad creado por la semejanza de costumbres. El cristianismo lleva este amor más lejos, hasta la identificación en una sola carne de una mujer y de un hombre. Sólo quien está dispuesto a perderse en el amado, a hacerse uno con lo que se ama, está listo para iniciar el combate del amor.

Si tienes un novio o una novia, pregúntale: ¿serías capaz de morir por mí? Si me muero en este instante, ¿me guardarías en tu corazón eternamente, sin buscar a nadie más, esperando con ansiedad el día de tu muerte para encontrarme de nuevo? Son preguntas radicales, pero cuando se trata de amar no hay extremos. Los amores epidérmicos, las promesas de amor eterno bajo la luna, son amores idealistas si sólo buscan aprovecharse del otro. Si la luna hablara, cuántas verdades nos diría a cerca de tantas mentiras.

La nueva realidad de este amor de dos hecho uno, exige un paso de compromiso. El que ama busca los medios más propicios, el ambiente donde el amor continuará creciendo. Propio del amor conyugal es el estar protegido por un pacto. La alianza es la culminación de mi elección y el paso natural para quien ama verdaderamente.
Quienes ven el matrimonio un enemigo de la libertad, niegan al mismo tiempo la sinceridad de sus sentimientos. En pocas palabras, quien dice: “Quiero una relación libre” está diciendo: “Tú has tomado una parte de mi libertad, no quiero que vayas a manipularme completamente”.

Esta misma realidad se aplica a los hombres y mujeres unidos por un matrimonio donde no hay verdadero amor. Tan falso es el amor sin compromiso como el compromiso sin amor.

El matrimonio es sólo una etapa. El compromiso ratifica el amor, al mismo tiempo que lo abre a la realidad de la comunión. El amor conyugal se convierte en caridad conyugal por el ejercicio cotidiano de la entrega. Las palabras, los gestos, las actitudes, todo cuenta en esta nueva realidad entre dos. Una llamada durante una gira de trabajo, una confidencia, una sonrisa… todos los detalles encienden el fuego de la caridad conyugal. Y por supuesto, el matrimonio abre el amor a los hijos.

He aquí el camino recorrido por Bruno: elección, identificación, compromiso y don de sí. Gracias Bruno por tu ejemplo. Gracias a todos los hombres y mujeres casados que nos edifican con su fidelidad en la entrega de todos los días.

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Fuente: Catholic.net

miércoles, 28 de noviembre de 2007

La criba / Autor: Oscar Schmidt

Tuve que ir a mi diccionario para encontrar el significado de la palabra cribar. Significa filtrar, clasificar, purificar, depurar, separar lo bueno de lo malo, lo útil de lo inútil. Y es realmente una criba lo que Dios hace en Sus Viñas de cuando en cuando, para asegurar que la Obra avance sólo con aquello que está adherido del modo correcto; con aquello que está fuerte y sinceramente prendido del tronco del que brota la Gracia verdadera. Y también para forzar a que se desprendan las plantas parásitas que solo intentan robar de aquello que no les corresponde, de lo ajeno.

Dejen que trate de explicarme con un pasaje ocurrido en las cercanías del Mar de Genezaret, dos mil años atrás. Cuando Jesús alimentó milagrosamente a la multitud en Galilea, y les habló con Palabras de amor y consuelo, todos se sintieron protegidos y seguros. Jesús bajó entonces a predicar a la sinagoga de Cafarnaún, mientras la multitud lo siguió, esperando más comida gratuita y palabras consoladoras para el alma, más caricias. En Su Prédica, Jesús fue duro. Presentó Su mirada profunda de lo que abrigaban los corazones de muchos, la intención de recibir, no de dar. Les puso una carga en sus espaldas: la de trabajar, la de ser buenos, la de amar, la de ser humildes y aceptar el último lugar, la de servir y no ser servidos. Puso en carne viva las miserias que había que extirpar de los corazones, para que surja el nuevo y definitivo Pueblo de Dios, la nueva iglesia que debía nacer.

Casi todos se la tomaron a mal con Jesús, El tuvo que huir prácticamente bajo una lluvia de insultos y acusaciones, de gritos y amenazas. Los Doce, frustrados y enojados, le dijeron: ¿por qué los espantaste, si costó tanto trabajo juntarlos? Jesús les dijo entonces: ¿es que ustedes también me van a dejar? Los Apóstoles comprendieron que no importaba la multitud para Jesús, o que los que lo sigan sean muchos o pocos, sino que sean aquellos que estén dispuestos a hacer la Voluntad del Padre, y no simplemente estar para recibir algo, material o espiritual. Comprendieron la necesidad de poner a prueba a los seguidores, de someter a la criba, a la purificación, a los que se acercaban a Dios hecho Hombre.

Como ocurrió en aquellos tiempos, Dios nos atrae en algún momento de nuestra vida de un modo impactante, relevador. Se puede decir que en ese momento El nos golpea con un llamado de Amor, con una alegría interior incontenible que nos produce un deseo de trabajar para El, de hacer algo por los demás, de hacer brillar nuestro carácter de cristianos con una alegría chispeante, contagiosa. ¡Un deseo de seguirlo! Puede ocurrir durante nuestra niñez, adolescencia, o en cualquier momento de nuestra vida. La decisión de cuando es el momento indicado va por cuenta de El, exclusivamente. Incluso, Jesús puede hacerlo más de una vez en nuestra vida, si es que eso hace sentido a Su Plan de Salvación. En esos momentos nos sentimos felices, llenos de la alegría de ser hijos de Dios ¿Qué más podemos pedir?

Sin embargo, siempre Dios nos pone en el camino la hora de la prueba, para asegurarse de que comprendimos sinceramente el sentido del llamado. En la criba, aquellos que se acercaron a Su obra por interés material, se encuentran expuestos ante los demás en esa miseria insostenible que es la de mezclar el dinero con el espíritu. Aquellos otros que llegaron por vanidad y deseo de protagonismo y figurar bajo el halo de los reflectores, no soportan el ser enviados al último lugar y estallan de envidia y celos. Los que buscan dar lástima y ser siempre consolados por los demás, sin deseo alguno de dar, muestran su descontento y enojo cuando fallan a la hora de trabajar desinteresadamente por amor a los hermanos. Los que se aproximaron arrastrándose falsamente dando imagen de amigos, con la sola intención de destruir, son expuestos a su miserable verdad cuando no resisten su falsa actitud y sale a la luz su verdadero rostro.

Estas y muchas otras miserias son expuestas en la hora de la criba. Duele y mucho, porque quienes conducen las obras del Señor y Su Madre los vieron acercarse con enorme esperanza, alegría y deseo de que su intento de conversión sea duradero, sincero. Sin embargo, es inevitable que una cantidad de ellos caigan pesadamente en la hora de la prueba. Duele, pero así debe ser. Lo más triste es que casi nunca se van en silencio, sino que se alejan con una actitud de destrucción, de negación de la Presencia del Amor de Dios allí. Y suelen entonces unirse en un grupo, donde se alimentan mutuamente de palabras de critica y juicios del todo humanos. Lo hacen así para justificarse, ya que su conciencia les grita por el pecado cometido. Quieren que quede claro ante los demás que ellos hacen lo correcto, pero olvidan que para Dios nada puede ocultarse, no hay lugar para el engaño. Pueden engañar a algunos hombres, o a muchos, pero no a Dios ¡Qué El se apiade de sus almas!

Como en Cafarnaún, en la hora de la criba Jesús se queda rodeado de unos pocos. Pero son los que siguen adelante con humildad y sinceridad, y terminan pasando las muchas pruebas que Dios pone en su camino, alimentando a la Iglesia con su sangre, sangre de mártires. En aquella época eran mártires carnales, reales, porque eran muertos por el testimonio que daban. En esta época son mártires sociales, porque son asesinados socialmente ante los demás. Mártires en los dos casos, pocos pero valiosos, son quienes siguen inflamando las venas de la iglesia, son la sangre espiritual del Cuerpo Místico de Jesús.

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Fuente: www.reinadelcielo.org

San Efrén de Siria / Autor: Benedicto XVI

Intervención durante la audiencia general

Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI este miércoles durante la audiencia general, en la que meditó sobre la figura de San Efrén, considerado como el más grande de los padres de la Iglesia en Siria.

* * *

Queridos hermanos:

Según una opinión común hoy, el cristianismo sería una religión europea, que habría exportado la cultura de este continente a otros países. Pero la realidad es mucho más compleja, pues la raíz de la religión cristiana se encuentra en el Antiguo Testamento y, por tanto, en Jerusalén y en el mundo semítico. El cristianismo se alimenta siempre de esta raíz del Antiguo Testamento. Su expansión en los primeros siglos tuvo lugar tanto hacia occidente, hacia el mundo greco-latino, donde después inspiró la cultura Europa, como hacia oriente, hasta Persia, la India, ayudando de este modo a suscitar una cultura específica, con lenguas semíticas, y con una propia identidad.

Para mostrar esta multiformidad cultural de la única fe cristiana de los inicios, en la catequesis del miércoles pasado hablé de un representante de este otro cristianismo, Afraates el sabio persa, para nosotros casi desconocido. En esta misma línea quisiera hablar hoy de san Efrén el sirio, nacido en Nísibis en torno al año 306 en el seno de una familia cristiana.

Fue el representante más importante del cristianismo en el idioma siríaco y logró conciliar de manera única la vocación de teólogo con la de poeta. Se formó y creció junto a Santiago, obispo de Nísibis (303-338), y junto a él fundó la escuela teológica de su ciudad. Ordenado diácono, vivió intensamente la vida de la comunidad local hasta el año 363, en el que Nísibis cayó en manos de los persas. Entonces Efrén emigró a Edesa, donde continuó predicando. Murió en esta ciudad en el año 373, al quedar contagiado en su obra de atención a los enfermos de peste.

No se sabe a ciencia cierta si era monje, pero en todo caso es seguro que decidió seguir siendo diácono durante toda su vida, abrazando la virginidad y la pobreza. De este modo, en el carácter específico de su cultura, se puede ver la común y fundamental identidad cristiana: la fe, la esperanza --esa esperanza que permite vivir pobre y casto en este mundo, poniendo toda expectativa en el Señor-- y por último la caridad, hasta ofrecer el don de sí mismo en el cuidado de los enfermos de peste.

San Efrén nos ha dejando una gran herencia teológica: su considerable producción puede reagruparse en cuatro categorías: obras escritas en prosa (sus obras polémicas y los comentarios bíblicos); obras en prosa poética; homilías en verso; y por último los himnos, sin duda la obra más amplia de Efrén. Es un autor prolífico e interesante en muchos aspectos, pero sobre todo desde el punto de vista teológico.

El carácter específico de su trabajo consiste en unir teología y poesía. Al acercarnos a su doctrina, tenemos que insistir desde el inicio en esto: hace teología de forma poética. La poesía le permite profundizar en la reflexión teológica a través de paradojas e imágenes. Al mismo tiempo, su teología se hace liturgia, se hace música: de hecho, era un gran compositor, un músico. Teología, reflexión sobre la fe, poesía, canto, alabanza a Dios, van juntos; y, precisamente por este carácter litúrgico, aparece con nitidez en la teología de Efrén la verdad divina. En la búsqueda de Dios, al hacer teología, sigue el camino de la paradoja y del símbolo. Privilegia las imágenes contrapuestas, pues le sirven para subrayar el misterio de Dios.

Ahora no puedo hablar mucho de él, en parte porque es difícil de traducir la poesía, pero para dar al menos una idea de su teología poética quisiera citar pasajes de dos himnos. Ante todo, y de cara también al próximo Adviento, os propongo unas espléndidas imágenes tomadas de los himnos «Sobre la natividad de Cristo». Ante la Virgen, Efrén manifiesta con inspiración su maravilla:

«El Señor vino a ella
para hacerse siervo.
El Verbo vino a ella
para callar en su seno.
El rayo vino a ella
para no hacer ruido.
El pastor vino a ella,
y nació el Cordero, que llora dulcemente.
El seno de María
ha trastocado los papeles:
Quien creó todo
se ha apoderado de él, pero en la pobreza.
El Altísimo vino a ella (María),
pero entró humildemente.
El esplendor vino a ella,
pero vestido con ropas humildes.
Quien todo lo da
experimentó el hambre.
Quien da de beber a todos
Sufrió la sed.
Desnudo salió de ella,
quien todo lo reviste (de belleza)»
(Himno «De Nativitate» 11, 6-8).
Para expresar el misterio de Cristo, Efrén utiliza una gran variedad de temas, de expresiones, de imágenes. En uno de sus himnos pone en relación a Adán (en el paraíso) con Cristo (en la Eucaristía).

«Fue cerrando
con la espada del querubín,
hasta dejar cerrado
el camino del árbol de la vida.
Pero para los pueblos,
el Señor de este árbol
se ha entregado él mismo como alimento,
como oblación (eucarística).
Los árboles del Edén
fueron dados como alimento
al primer Adán.
Por nosotros el jardinero
del Jardín en persona
se hizo alimento
para nuestras almas.
De hecho, todos nosotros habíamos salido
del Paraíso junto con Adán,
que lo dejó a sus espaldas.
Ahora que ha sido retirada la espada,
abajo (en la cruz) por la lanza
podemos regresar»
(Himno 49, 9-11).

Para hablar de la Eucaristía, Efrén utiliza dos imágenes: las brasas o el carbón ardiente, y la perla. El tema de las brasas está tomado del profeta Isaías (Cf. 6, 6). Es la imagen del serafín, que toma las brasas con las tenazas y roza simplemente los labios del profeta para purificarlos; el cristiano, por el contrario, toca y digiere las mismas Brasas, al mismo Cristo:

«En tu pan se esconde el Espíritu,
que no puede digerirse;
en tu vino está el fuego, que no puede beberse.
El Espíritu en tu pan, el fuego en tu vino:
ésta es la maravilla acogida por nuestros labios.
El serafín no podía acercar sus dedos a las brasas,
a las que sólo pudieron acercarse los labios de Isaías;
ni los dedos las tomaron, ni los labios las digirieron;
pero el Señor nos ha concedido a nosotros ambas cosas.
El fuego descendió con ira para destruir a los pecadores,
pero el fuego de la gracia desciende sobre el pan y allí permanece.
En vez del fuego que destruyó al hombre,
hemos comido el fuego en el pan
y hemos sido salvados»
(Himno «De Fide», 10, 8-10).

Un ejemplo más de los himnos de san Efrén, donde habla de la perla como símbolo de la riqueza y de la belleza de la fe:

«Coloqué (la perla), hermanos, en la palma de mi mano
para poder examinarla.
La observé por todos los lados:
tenía el mismo aspecto desde todos los lados.
Así es la búsqueda del Hijo, inescrutable,
pues es totalmente luminosa.
En su limpidez, vi al Límpido,
que no se opaca;
en su pureza,
vi al símbolo del cuerpo de nuestro Señor,
que es puro.
En su carácter indivisible, vi la verdad,
que es indivisible»
>(Himno sobre la Perla 1, 2-3).

La figura de Efrén sigue siendo plenamente actual para la vida de varias Iglesias cristianas. Lo descubrimos en primer lugar como teólogo, que a partir de la Sagrada Escritura reflexiona poéticamente en el misterio de la redención del hombre realizada por Cristo, Verbo de Dios encarando. Hace una reflexión teológica expresada con imágenes y símbolos tomados de la naturaleza, de la vida cotidiana y de la Biblia. Efrén confiere a la poesía y a los himnos para la Liturgia un carácter didáctico y catequético; se trata de himnos teológicos y, al mismo tiempo, adecuados para ser recitados en el canto litúrgico. Efrén se sirve de estos himnos para difundir, con motivo de las fiestas litúrgicas, la doctrina de la Iglesia. Con el pasar del tiempo, se han convertido en un instrumento catequético sumamente eficaz para la comunidad cristiana.

Es importante la reflexión de Efrén sobre el tema de Dios creador: en la creación no hay nada aislado, y el mundo es, junto a la Sagrada Escritura, una Biblia de Dios. Al utilizar de manera equivocada su libertad, el hombre trastoca el orden del cosmos. Para Efrén, dado que no hay Redención sin Jesús, tampoco hay Encarnación sin María. Las dimensiones divinas y humanas del misterio de nuestra redención se encuentran en los escritos de Efrén; de manera poética y con imágenes tomadas fundamentalmente de las Escrituras, anticipa el trasfondo teológico y en cierto sentido el mismo lenguaje de las grandes definiciones cristológicas de los Concilios del siglo V.

Efrén, honrado por la tradición cristiana con el título de «cítara del Espíritu Santo», decidió seguir siendo diácono de su Iglesia durante toda la vida. Fue una decisión decisiva y emblemática: fue diácono, es decir servidor, ya sea en el ministerio litúrgico, ya sea de manera más radical en el amor a Cristo, cantado por él de manera sin par, ya sea por último en la caridad a los hermanos, a quienes introdujo con maestría excepcional en el conocimiento de la Revelación divina.


[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:
San Efrén puede ser considerado el más grande de los Padres siríacos, así como el poeta más renombrado de toda la época patrística. Permaneció como diácono hasta su muerte en Edesa, a causa de la peste contraída mientras curaba a los enfermos. En sus muchas obras consiguió armonizar su vocación de teólogo con la de poeta, sirviéndose de imágenes, símbolos y paradojas, para expresar y profundizar sus reflexiones teológicas. En efecto, Efrén compuso muchas poesías e himnos litúrgicos para difundir entre los fieles la doctrina de la Iglesia. Destaca ante todo su reflexión sobre Dios creador; para él la creación, junto con la Sagrada Escritura, es como una Biblia de Dios. La presencia de Jesús en el seno de María le lleva a considerar la altísima dignidad y el papel fundamental de la mujer, hablando siempre de ella con sensibilidad y respeto. Además, en los textos de Efrén se encuentran ya las dimensiones humana y divina del misterio de la redención, anticipando así el trasfondo teológico y hasta el mismo lenguaje de las grandes definiciones cristológicas de los Concilios del siglo V.

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a los distintos grupos venidos de Argentina, España, México, y de otros países latinoamericanos. Siguiendo la enseñanza y el ejemplo de san Efrén, os invito a dejaros guiar en vuestras vidas por el amor de Cristo, para servir a Dios y a los hermanos con generosa y alegre dedicación. Muchas gracias.

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Fuente: Zenit.org

El nuevo cardenal de Barcelona aboga por la corresponsabilidad de los laicos / Autora: Miriam Díez i Bosch

Primeras declaraciones a Zenit después de ser creado cardenal

(ZENIT.org).- «Todos participamos de la única misión de la Iglesia que se realiza de distintas maneras». Lo explica el cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona (www.arqbcn.org), que recuerda cómo «la Iglesia sin el pueblo de Dios no sería la Iglesia».

En esta entrevista concedida a Zenit en la Iglesia Nacional de Santiago y Montserrat en Roma después de la misa de acción de gracias por haber sido creado cardenal, el nuevo purpurado constata que «en estos momentos de secularización fuerte, intensa, de descristianización que hay sobre todo en Europa occidental, los laicos cristianos tienen que anunciar a Jesucristo donde se encuentran, normalmente en la frontera».

--¿Cómo ha reaccionado ante este don y responsabilidad que significa ser parte del Colegio Cardenalicio?

--Cardenal Martínez Sistach: Es un nombramiento importante para la diócesis de Barcelona y también para su pastor. Es una deferencia del Papa que agradecemos muchísimo, es un don de Dios.

Un don de Dios en el sentido de que aumenta la responsabilidad y realmente el Señor nos confía misiones, quiere que demos fruto, y confiamos en su ayuda.

La Iglesia de Barcelona tiene también que responder con agradecimiento, como un servidor, al Santo Padre. Es aumentar --intensificar si cabe-- la comunión afectiva y efectiva con el sucesor de Pedro, con la sede de Pedro que es parte integrante de la Iglesia y que es un servicio del Papa a cada una de las Iglesias diocesanas.

Le tenemos que agradecer que él me haya querido vincular más a su ministerio, porqué de alguna manera toda la diócesis de Barcelona y con ella Cataluña está más íntimamente vinculada al ministerio de Pedro.

--Usted siempre ha abogado por la corresponsabilidad de los laicos.

--Cardenal Martínez Sistach: La Iglesia sin el pueblo de Dios no sería la Iglesia. Hay ministerios distintos, hay servicios distintos, hay dones y carismas distintos...pero nosotros, la jerarquía, tenemos una misión importante, pero no es toda la Iglesia.

Todos los otros miembros, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, laicos, laicas, forman parte de la Iglesia y han de colaborar muy activamente porque por el bautismo todos participamos de la única misión de la Iglesia que se realiza de distintas maneras.

La aportación de los laicos con el Concilio Vaticano II es activa y responsable, aportando cada uno los dones que recibió de Dios nuestro Señor. Y también aquellas tareas que nacen de los Sacramentos. Del sacramento del orden ciertamente, pero los laicos con el sacramento del bautismo, de la confirmación, de la Eucaristía y del matrimonio aportan muchísimo.

Pienso también que en estos momentos de secularización fuerte, intensa, de descristianización que hay sobre todo en Europa Occidental, los laicos cristianos tienen que anunciar a Jesucristo donde se encuentran, normalmente en la frontera.

En medio de los bloques donde viven pueden hacer Iglesia y comentar muchas cosas y también leer la Palabra de Dios, rezar, porque siempre hay sufrimientos, siempre hay enfermedad en la vida de las personas, de las familias y eso ya es hacer Iglesia.

--¿Me confiesa su sueño?

--Cardenal Martínez Sistach: Mi sueño es que sepa hacer lo que el Santo Padre quiere confiándome este servicio. Que yo lo pueda realizar, ayudarle plenamente --ya le he dicho al Santo Padre que estoy plenamente a disposición--, de acuerdo con mis posibilidades y mis capacidades, pero todo lo que yo pueda he intentado darlo siempre a la Iglesia y lo estoy dando.

Ahora me ha pedido este gozoso servicio que realmente me honra muchísimo y le he dicho «Santo Padre disponga de mí con todo lo que yo pueda para servirle en lo que yo pueda». Esto juntamente con el Colegio Cardenalicio, lógicamente que hay muchos más, y con toda la Iglesia que también ayuda, y con la diócesis de Barcelona.

Este es mi sueño, hacer lo máximo para que él pueda realizar su misión, yo aportando mi pequeño grano de arena para su misión tan delicada, tan importante al servicio de la Iglesia extendida de Oriente a Occidente como sucesor de san Pedro. Y que lo pueda realizar con afecto, con comprensión, con eficacia. No le faltará nunca mi oración, no le faltará nunca mi afecto, como lo he tenido también con los anteriores santos padres.

Adviento: camino y pórtico / Autor: Fernando Pascual LC

El Adviento es como un camino. Inicia en un momento del año, avanza por etapas progresivas, se dirige a una meta.

Llega la invitación a ponernos en marcha. ¿Quién invita? ¿Desde dónde iniciamos a caminar? ¿Hacia qué meta hemos de dirigir nuestros pasos?

La invitación llega desde muy lejos. La historia humana comenzó a partir de un acto de amor divino: «Hagamos al hombre». El amor daba inicio a la vida.

Ese acto magnífico se vio turbado por la respuesta del hombre, por un pecado que significó una tragedia cósmica. Dios, a pesar de todo, no interrumpió su Amor apasionado y fiel. Prometió que vendría el Mesías.

La humanidad entera fue invitada a la espera. El Pueblo escogido, el Israel de Dios, recibió nuevos avisos, oteó que el Mesías llegaría en algún momento de la historia. El pasar de los siglos no apagó la esperanza. El Señor iba a cumplir, pronto, su promesa.

Esa invitación llega ahora a mi vida. También yo espero salir de mi pecado. También yo necesito sentir el Amor divino que me acompaña en la hora de la prueba. También yo escucho una voz profunda que me pide dejar el egoísmo para dedicarme a servir a mis hermanos.

¿Desde dónde comienzo este camino? Quizá desde la tibieza de un cristianismo apagado y pobre. Quizá desde odios profundos hacia quien me hizo daño. Quizá desde pasiones innobles que me llevan a caer continuamente en el pecado. Quizá desde la tristeza por ver tan poco amor y tantas promesas fracasadas.

La voz vuelve a llamar. En el desierto del mundo, en la soledad de la multitud urbana, en el silencio de la noche invadida por los ruidos, en las risas de una fiesta sin sentido... La voz pide, suplica, espera que dé un primer paso, que abra el Evangelio, que escuche la voz de Juan el Bautista, que abandone injusticias y perezas, que mira hacia delante.

El Salvador llega. Juan lo anuncia. La voz que suena en el desierto llega hasta nosotros: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15-16).

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Fuente: Conoze.com

martes, 27 de noviembre de 2007

Los grandes temas de la Fe según San Pablo (II) / Autor: Hº Jaime Ruiz Castro CM

La Iglesia (Ef 2,19-22; Ef 4,1-16; 1Co 12; Hch 13):

 La Comunidad Cristiana de Efeso (Ef. 2,19-22): está llamada a ser Santa (Ef. 4,1) y fundamentada en los Apóstoles y en el grupo de profetas- Es el Espíritu Santo que derrama sus dones y el amor de Dios a toda la Comunidad que está configurada a imitación de Cristo (Ef. 4,17-24) y de María como Santa e Inmaculada (Ef. 5,21-32)

 El grupo de los profetas: No son de ningún clan familiar, han recibido este don en el Bautismo, al encontrase el bautizado abierto al don de Dios (Ef. 4,8; Hch. 19,1-6)

Los dones son concedidos por Cristo mediante su Espíritu a la Iglesia para su organización y santificación y el don de profecía consiste en hablar bajo la inspiración de Dios, sobre cosas pasadas, presentes o futuras, no consiste en dar visiones de catrástofes, de finales del mundo, sino consolidar, edificar a la Comunidad Cristiana, para que sea fiel a Cristo. El Apóstol Pablo prefiere que todo cristiano tenga el don de Profecía para que al Iglesia sea verdaderamente fiel al Señor. Canalizan la gracia de Cristo por medio de la Oración (Sacramentales).

En el grupo, cada uno tiene su función

En un grupo humano bien conjuntado, cada miembro tiene una función propia en relación con los otros. No es un número más. Todos necesitan de todos. Cada uno tiene su papel y en él sirve a los demás. Sin embargo, cuando cada cual se busca a sí mismo y no pone sus cualidades al servicio de los otros, sino que prescinde de ellos, el grupo se divide, se deteriora o desaparece.

En la comunidad de fe cada miembro tiene su función: Cristo es la cabeza y nosotros somos su cuerpo y cada miembro tiene su función dentro de la Iglesia de cara la Misión.

La Iglesia vive su fe en forma comunitaria, a veces en comunidades humanas pequeñas y siempre en comunión con la Iglesia universal. En la comunidad eclesial, como en un cuerpo, cada miembro tiene una función particular y propia, necesaria para el conjunto: "El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo. Si el pie dijera: no soy mano, luego no formo parte del cuerpo, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: no soy ojo, luego no formo parte del cuerpo, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso. Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: no te necesito, y la cabeza no puede decir a los pies: no os necesito" (1 Co 12, 14-21).

Comunidad y carismas

En la comunidad de Corinto, la acción del Espíritu, Don de Dios por excelencia, había suscitado una abundante profusión de dones (carismas), que manifestaban la vitalidad de la Iglesia. Sin embargo, la actitud individual y exhibicionista de algunos miembros traía el peligro de sembrar la anarquía en la comunidad. Esto motiva la intervención de San Pablo en su primera carta a los Corintios (12-14).

Todo carisma procede del Espíritu

Ante este problema, San Pablo da unos criterios que tienen valor permanente. En primer lugar, recuerda que todo carisma procede del Espíritu, como de su fuente: "Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu: hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien por el mismo Espíritu recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A éste le han concedido hacer milagros; a aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas. El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece." (1 Co 12, 4-11.)

Para el bien de la comunidad

Los carismas no se dan para poder etiquetarlos, catalogarlos, evaluarlos como un haber del que se tiene asegurada la posesión celosa. No se dan para uno mismo, sino para los demás: "En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común" (1 Co 12, 7; cfr. 14, 12).

La importancia del carisma en relación con el servicio que presta

La importancia del carisma se establece según el servicio que presta a la comunidad. Así, por ejemplo, Pablo, supuesta la caridad, muestra especial preferencia por la profecía, proclamación de la Palabra de Dios: "Esmeraos en el amor mutuo; ambicionad también los dones del Espíritu, sobre todo el de profetizar. Mirad, el que habla en lenguas extrañas no habla a los hombres, sino a Dios, ya que nadie lo entiende; llevado del Espíritu dice cosas misteriosas. En cambio, el que profetiza habla a los hombres, construyendo, exhortando y animando. El que habla en lenguaje extraño se construye él solo, mientras que el que profetiza, construye la iglesia" (1 Co 14, 1-4)

La caridad supera a todos los carismas

El más alto de los dones comunicados por el Espíritu es el amor cristiano, la caridad. No se trata de una primacía relativa entre distintos dones que tienen todos ellos un determinado valor. Es la primacía de lo absoluto. Ese amor es el que hace que cualquier otro don, carisma, vocación, actividad o compromiso, tenga valor o sea nada: "Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no' soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca. ¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará" (1 Co 13, 1-8).

El carisma es fruto de la vida de fe

El carisma es fruto de la vida de fe: nace cuando un miembro determinado de la Iglesia acoge la acción del Espíritu. "El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (Cfr. 1 Co 3, 16; 6, 19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (Cfr. Ga 4, 6; Rin 8, 15-16.26). Guía la Iglesia a toda la verdad (Cfr. In 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (Cfr. Ef 4, 11-12; 1 Co 12, 4; Ga 5, 22). Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su esposo" (LG 4). Los carismas, "tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia" (LG 12).

Acción carismática del Espíritu en la Iglesia

Los Santos Padres recogen, de muchas maneras, la acción carismática del Espíritu Santo en la Iglesia. Así San Ireneo, que relaciona la presencia eficaz del Espíritu con la maternidad de la Iglesia, comunidad de gracia: "Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios y donde está el Espíritu de Dios allí está la Iglesia y la Comunidad de gracia. El Espíritu es la verdad. Por eso no participan de El quienes no son alimentados al pecho de la madre ni reciben nada de la pura fuente que mana del Cuerpo de Cristo" (S. Ireneo).

Diversidad de carismas

La vitalidad de la Iglesia se manifiesta en la plenitud de sus carismas. Donde el Espíritu actúa, brota la vida de fe en una constante actividad creadora. La Escritura no pretende darnos ,una enumeración exhaustiva de los carismas, aunque se refiere a ellos repetidamente (1 Co 12, 8 ss, 28 ss; Rm 12, 6 ss; Ef 4, 11; cfr. 1 P 4, 11). Sin embargo, es posible reconocer su diversidad a través de los diferentes servicios surgidos en el seno de la comunidad. Así ciertos carismas se refieren a distintos ministerios: apóstoles, profetas, doctores, evangelistas, pastores (1 Co 12, 28; Ef 4, 11). Otros se refieren a diversas actividades útiles a la comunidad: servicio, exhortación, obras de misericordia... Existen también carismas extraordinarios. El Nuevo Testamento atestigua su presencia llamativa en los comienzos de la Iglesia: expulsiones de demonios, curaciones, hablar en lenguas...

¿Por qué confesarse? / Autor: Eduardo Volpacchio

Un hecho innegable: la necesidad del perdón de mis pecados

Todos tenemos muchas cosas buenas…, pero al mismo tiempo, la presencia del mal en nuestra vida es un hecho: somos limitados, tenemos una cierta inclinación al mal y defectos; y como consecuencia de esto nos equivocamos, cometemos errores y pecados. Esto es evidente y Dios lo sabe. De nuestra parte, tonto sería negarlo. En realidad… sería peor que tonto… San Juan dice que "si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros" (1 Jn 1, 9-10).

De aquí que una de las cuestiones más importantes de nuestra vida sea ¿cómo conseguir "deshacernos" de lo malo que hay en nosotros? ¿de las cosas malas que hemos dicho o de las que hemos hecho mal? Esta es una de las principales tareas que tenemos entre manos: purificar nuestra vida de lo que no es bueno, sacar lo que está podrido, limpiar lo que está sucio, etc.: librarnos de todo lo que no queremos de nuestro pasado. ¿Pero cómo hacerlo?

No se puede volver al pasado, para vivirlo de manera diferente… Sólo Dios puede renovar nuestra vida con su perdón. Y El quiere hacerlo… hasta el punto que el perdón de los pecados ocupa un lugar muy importante en nuestras relaciones con Dios.

Como respetó nuestra libertad, el único requisito que exige es que nosotros queramos ser perdonados: es decir, rechacemos el pecado cometido (esto es el arrepentimiento) y queramos no volver a cometerlo. ¿Cómo nos pide que mostremos nuestra buena voluntad? A través de un gran regalo que Dios nos ha hecho.

En su misericordia infinita nos dio un instrumento que no falla en reparar todo lo malo que podamos haber hecho. Se trata del sacramento de la penitencia. Sacramento al que un gran santo llamaba el sacramento de la alegría, porque en él se revive la parábola del hijo prodigo, y termina en una gran fiesta en los corazones de quienes lo reciben.

Así nuestra vida se va renovando, siempre para mejor, ya que Dios es un Padre bueno, siempre dispuesto a perdonarnos, sin guardar rencores, sin enojos, etc. Premia lo bueno y valioso que hay en nosotros; lo malo y ofensivo, lo perdona. Es uno de los más grandes motivos de optimismo y alegría: en nuestra vida todo tiene arreglo, incluso las peores cosas pueden terminar bien (como la del hijo pródigo) porque Dios tiene la última palabra: y esa palabra es de amor misericordioso.

La confesión no es algo meramente humano: es un misterio sobrenatural. Consiste en un encuentro personal con la misericordia de Dios en la persona de un sacerdote.

Dejando de lado otros aspectos, aquí vamos sencillamente a mostrar que confesarse es razonable, que no es un invento absurdo y que incluso humanamente tiene muchísimos beneficios. Te recomiendo pensar los argumentos… pero más allá de lo que la razón nos pueda decir, vale la pena acudir a Dios pidiéndole su gracia: eso es lo más importante, ya que en la confesión no se realiza un diálogo humano, sino un diálogo divino: nos introduce dentro del misterio de la misericordia de Dios.


Algunas razones por las que tenemos que confesarnos

- En primer lugar porque Jesús dio a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados. Esto es un dato y es la razón definitiva: la más importante. En efecto, recién resucitado, es lo primero que hace: "Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados, a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar " (Jn 20, 22-23). Los únicos que han recibido este poder son los Apóstoles y sus sucesores. Les dio este poder precisamente para que nos perdonen los pecados a vos y a mí. Por tanto, cuando quieres que Dios te borre los pecados, sabes a quien acudir, sabes quienes han recibido de Dios ese poder.

Es interesante notar que Jesús vinculó la confesión con la resurrección (su victoria sobre la muerte y el pecado), con el Espíritu Santo (necesario para actuar con poder) y con los apóstoles (los primeros sacerdotes): el Espíritu Santo actúa a través de los Apóstoles para realizar en las almas la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte.

- Porque la Sagrada Escritura lo manda explícitamente: "Confiesen mutuamente sus pecados" (Sant 5, 16). Esto es consecuencia de la razón anterior: te darás cuenta que perdonar o retener presupone conocer los pecados y disposiciones del penitente. Las condiciones del perdón las pone el ofendido, no el ofensor. Es Dios quién perdona y tiene poder para establecer los medios para otorgar ese perdón. De manera que no soy yo quien decide cómo conseguir el perdón, sino Dios el que decidió (hace dos mil años de esto…) a quién tengo que acudir y qué tengo que hacer para que me perdone. Entonces nos confesamos con un sacerdote por obediencia a Cristo.

- Porque en la confesión te encuentras con Cristo. Esto debido a que es uno de los siete Sacramentos instituidos por El mismo para darnos la gracia. Te confiesas con Jesús, el sacerdote no es más que su representante. De hecho, la formula de la absolución dice: "Yo te absuelvo de tus pecados" ¿Quien es ese «yo»? No es el Padre Fulano -quien no tiene nada que perdonarte porque no le has hecho nada-, sino Cristo. El sacerdote actúa en nombre y en la persona de Cristo. Como sucede en la Misa cuando el sacerdote para consagrar el pan dice "Esto es mi cuerpo", y ese pan se convierte en el cuerpo de Cristo (ese «mi» lo dice Cristo), cuando te confiesas, el que está ahí escuchándote, es Jesús. El sacerdote, no hace más que «prestarle» al Señor sus oídos, su voz y sus gestos.

- Porque en la confesión te reconcilias con la Iglesia. Resulta que el pecado no sólo ofende a Dios, sino también a la comunidad de la Iglesia: tiene una dimensión vertical (ofensa a Dios) y otra horizontal (ofensa a los hermanos). La reconciliación para ser completa debe alcanzar esas dos dimensiones. Precisamente el sacerdote está ahí también en representación de la Iglesia, con quien también te reconcilias por su intermedio. El aspecto comunitario del perdón exige la presencia del sacerdote, sin él la reconciliación no sería «completa».

- El perdón es algo que «se recibe». Yo no soy el artífice del perdón de mis pecados: es Dios quien los perdona. Como todo sacramento hay que recibirlo del ministro que lo administra válidamente. A nadie se le ocurriría decir que se bautiza sólo ante Dios… sino que acude a la iglesia a recibir el Bautismo. A nadie se le ocurre decir que consagra el pan en su casa y se da de comulgar a sí mismo… Cuando se trata de sacramentos, hay que recibirlos de quien corresponde: quien los puede administrar válidamente.

- Necesitamos vivir en estado de gracia. Sabemos que el pecado mortal destruye la vida de la gracia. Y la recuperamos en la confesión. Y tenemos que recuperarla rápido, básicamente por tres motivos:

a) porque nos podemos morir… y no creo que queramos morir en estado de pecado mortal… y acabar en el infierno.

b) porque cuando estamos en estado de pecado ninguna obra buena que hacemos es meritoria cara a la vida eterna. Esto se debe a que el principio del mérito es la gracia: hacer obras buenas en pecado mortal, es como hacer goles en "off-side": no valen, carecen de valor sobrenatural. Este aspecto hace relativamente urgente el recuperar la gracia: si no queremos que nuestra vida esté vacía de mérito y que lo bueno que hacemos sea inútil.

c) porque necesitamos comulgar: Jesús nos dice que quien lo come tiene vida eterna y quien no lo come, no la tiene. Pero, no te olvides que para comulgar dignamente, debemos estar libres de pecado mortal. La advertencia de San Pablo es para temblar: "quien coma el pan o beba el cáliz indignamente, será reo del cuerpo y sangre del Señor. (…) Quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11, 27-28). Comulgar en pecado mortal es un terrible sacrilegio: equivale a profanar la Sagrada Eucaristía, a Cristo mismo.

- Necesitamos dejar el mal que hemos hecho. El reconocimiento de nuestros errores es el primer paso de la conversión. Sólo quien reconoce que obró mal y pide perdón, puede cambiar.

- La confesión es vital en la luchar para mejorar. Es un hecho que habitualmente una persona después de confesarse se esfuerza por mejorar y no cometer pecados. A medida que pasa el tiempo, va aflojando… se «acostumbra» a las cosas que hace mal, o que no hace, y lucha menos por crecer. Una persona en estado de gracia -esta es una experiencia universal- evita el pecado. La misma persona en pecado mortal tiende a pecar más fácilmente.


Otros motivos que hacen muy conveniente la confesión

- Necesitamos paz interior. El reconocimiento de nuestras culpas es el primer paso para recuperar la paz interior. Negar la culpa no la elimina: sólo la esconde, haciendo más penosa la angustia. Sólo quien reconoce su culpa está en condiciones de liberarse de ella.

- Necesitamos aclararnos a nosotros mismos. La confesión nos "obliga" a hacer un examen profundo de nuestra conciencia. Saber qué hay «adentro», qué nos pasa, qué hemos hecho, cómo vamos… De esta manera la confesión ayuda a conocerse y entenderse a uno mismo.

- Todos necesitamos que nos escuchen. ¿En qué consiste el primer paso de la terapia de los psiquiatras y psicólogos sino en hacer hablar al "paciente"? Y te cobran para escucharte… y al "paciente" le hace muy bien. Estas dos profesiones han descubierto en el siglo XX algo que la Iglesia descubrió hace muchos siglos (en realidad se lo enseñó Dios). El decir lo que nos pasa, es una primera liberación.

- Necesitamos una protección contra el auto-engaño. Es fácil engañarse a uno mismo, pensando que eso malo que hicimos, en realidad no está tan mal; o justificándolo llegando a la conclusión de que es bueno, etc. Cuando tenemos que contar los hechos a otra persona, sin excusas, con sinceridad, se nos caen todas las caretas… y nos encontramos con nosotros mismos, con la realidad que somos.

- Todos necesitamos perspectiva. Una de las cosas más difíciles de esta vida es conocerse uno mismo. Cuando "salimos" de nosotros por la sinceridad, ganamos la perspectiva necesaria para juzgarnos con equidad.

- Necesitamos objetividad. Y nadie es buen juez en causa propia. Por eso los sacerdotes pueden perdonar los pecados a todas las personas del mundo… menos a una: la única persona a la que un sacerdote no puede perdonar los pecados es él mismo: siempre tiene que acudir a otros sacerdote para confesarse. Dios es sabio y no podía privar a los sacerdotes de este gran medio de santificación.

- Necesitamos saber si estamos en condiciones de ser perdonados: si tenemos las disposiciones necesarias para el perdón o no. De otra manera correríamos un peligro enorme: pensar que estamos perdonados cuando ni siquiera podemos estarlo.

- Necesitamos saber que hemos sido perdonados. Una cosa es pedir perdón y otra distinta ser perdonado. Necesitamos una confirmación exterior, sensible, de que Dios ha aceptado nuestro arrepentimiento. Esto sucede en la confesión: cuando recibimos la absolución, sabemos que el sacramento ha sido administrado, y como todo sacramento recibe la eficacia de Cristo.

- Tenemos derecho a que nos escuchen. La confesión personal más que una obligación es un derecho: en la Iglesia tenemos derecho a la atención personal, a que nos atiendan uno a uno, y podamos abrir el corazón, contar nuestros problemas y pecados.

- Hay momentos en que necesitamos que nos animen y fortalezcan. Todos pasamos por momentos de pesimismo, desánimo… y necesitamos que se nos escuche y anime. Encerrarse en sí mismo solo empeora las cosas…

- Necesitamos recibir consejo. Mediante la confesión recibimos dirección espiritual. Para luchar por mejorar en las cosas de las que nos confesamos, necesitamos que nos ayuden.

- Necesitamos que nos aclaren dudas, conocer la gravedad de ciertos pecados, en fin… mediante la confesión recibimos formación.


Algunos "motivos" para no confesarse

- ¿Quién es el cura para perdonar los pecados…? Sólo Dios puede perdonarlos

Hemos visto que el Señor dio ese poder a los Apóstoles. Además, permíteme decirte que ese argumento lo he leído antes… precisamente en el Evangelio… Es lo que decían los fariseos indignados cuando Jesús perdonaba los pecados… (puedes mirar Mt 9, 1-8).

- Yo me confieso directamente con Dios, sin intermediarios

Genial. Me parece bárbaro… pero hay algunos "peros"…
Pero… ¿cómo sabes que Dios acepta tu arrepentimiento y te perdona? ¿Escuchas alguna voz celestial que te lo confirma?
Pero… ¿cómo sabes que estás en condiciones de ser perdonado? Te darás cuenta que no es tan fácil… Una persona que robara un banco y no quisiera devolver el dinero… por más que se confesara directamente con Dios… o con un cura… si no quisiera reparar el daño hecho -en este caso, devolver el dinero-, no puede ser perdonada… porque ella misma no quiere "deshacerse" del pecado.

Este argumento no es nuevo… Hace casi mil seiscientos años, San Agustín replicaba a quien argumentaba como vos: "Nadie piense: yo obro privadamente, de cara a Dios… ¿Es que sin motivo el Señor dijo: «lo que atareis en la tierra, será atado en el cielo»? ¿Acaso les fueron dadas a la Iglesia las llaves del Reino de los cielos sin necesidad? Frustramos el Evangelio de Dios, hacemos inútil la palabra de Cristo."

- ¿Porque le voy a decir los pecados a un hombre como yo?

Porque ese hombre no un hombre cualquiera: tiene el poder especial para perdonar los pecados (el sacramento del orden). Esa es la razón por la que vas a él.

- ¿Porque le voy a decir mis pecados a un hombre que es tan pecador como yo?

El problema no radica en la «cantidad» de pecados: si es menos, igual o más pecador que vos…. No vas a confesarte porque sea santo e inmaculado, sino porque te puede dar al absolución, poder que tiene por el sacramento del orden, y no por su bondad. Es una suerte -en realidad una disposición de la sabiduría divina- que el poder de perdonar los pecados no dependa de la calidad personal del sacerdote, cosa que sería terrible ya que uno nunca sabría quién sería suficientemente santo como para perdonar… Además, el hecho de que sea un hombre y que como tal tenga pecados, facilita la confesión: precisamente porque sabe en carne propia lo que es ser débil, te puede entender mejor.

- Me da vergüenza...

Es lógico, pero hay que superarla. Hay un hecho comprobado universalmente: cuanto más te cueste decir algo, tanto mayor será la paz interior que consigas después de decirlo. Además te cuesta, precisamente porque te confiesas poco…, en cuanto lo hagas con frecuencia, verás como superarás esa vergüenza.

Además, no creas que eres tan original…. Lo que vas a decir, el cura ya lo escuchó trescientas mil veces… A esta altura de la historia… no creo que puedas inventar pecados nuevos…

Por último, no te olvides de lo que nos enseñó un gran santo: el diablo quita la vergüenza para pecar… y la devuelve aumentada para pedir perdón… No caigas en su trampa.

- Siempre me confieso de lo mismo...

Eso no es problema. Hay que confesar los pecados que uno ha cometido… y es bastante lógico que nuestros defectos sean siempre más o menos los mismos… Sería terrible ir cambiando constantemente de defectos… Además cuando te bañas o lavas la ropa, no esperas que aparezcan machas nuevas, que nunca antes habías tenido; la suciedad es más o menos siempre del mismo tipo… Para querer estar limpio basta querer remover la mugre… independientemente de cuán original u ordinaria sea.

- Siempre confieso los mismos pecados...

No es verdad que sean siempre los mismos pecados: son pecados diferentes, aunque sean de la misma especie… Si yo insulto a mi madre diez veces… no es el mismo insulto… cada vez es uno distinto… No es lo mismo matar una persona que diez… si maté diez no es el mismo pecado… son diez asesinatos distintos. Los pecados anteriores ya me han sido perdonados, ahora necesito el perdón de los "nuevos", es decir los cometidos desde la última confesión.

- Confesarme no sirve de nada, sigo cometiendo los pecados que confieso...

El desánimo, puede hacer que pienses: "es lo mismo si me confieso o no, total, nada cambia, todo sigue igual". No es verdad. El hecho de que uno se ensucie, no hace concluir que es inútil bañarse. Uno que se baña todos los días… se ensucia igual… Pero gracias a que se baña, no va acumulando mugre… y está bastante limpio. Lo mismo pasa con la confesión. Si hay lucha, aunque uno caiga, el hecho de ir sacándose de encima los pecados… hace que sea mejor. Es mejor pedir perdón, que no pedirlo. Pedirlo nos hace mejores.

- Sé que voy a volver a pecar... lo que muestra que no estoy arrepentido

Depende… Lo único que Dios me pide es que esté arrepentido del pecado cometido y que ahora, en este momento quiera luchar por no volver a cometerlo. Nadie pide que empeñemos el futuro que ignoramos… ¿Qué va a pasar en quince días? No lo sé… Se me pide que tenga la decisión sincera, de verdad, ahora, de rechazar el pecado. El futuro déjalo en las manos de Dios…

- Y si el cura piensa mal de mi...

El sacerdote está para perdonar… Si pensara mal, sería un problema suyo del que tendría que confesarse. De hecho siempre piensa bien: valora tu fe (sabe que si estás ahí contando tus pecados, no es por él… sino porque vos crees que representa a Dios), tu sinceridad, tus ganas de mejorar, etc. Supongo que te darás cuenta de que sentarse a escuchar pecados, gratis -sin ganar un peso-, durante horas, … si no se hace por amor a las almas… no se hace. De ahí que, si te dedica tiempo, te escucha con atención… es porque quiere ayudarte y le importas… aunque no te conozca te valora lo suficiente como para querer ayudarte a ir al cielo.

- Y si el cura después le cuenta a alguien mis pecados...

No te preocupes por eso. La Iglesia cuida tanto este asunto que aplica la pena más grande que existe en el Derecho Canónico -la ex-comunión- al sacerdote que dijese algo que conoce por la confesión. De hecho hay mártires por el sigilo sacramental: sacerdotes que han muerto por no revelar el contenido de la confesión.

- Me da pereza...

Puede ser toda la verdad que quieras, pero no creo que sea un obstáculo verdadero ya que es bastante fácil de superar… Es como si uno dijese que hace un año que no se baña porque le da pereza…

- No tengo tiempo...

No creo que te creas que en los últimos ___ meses… no hayas tenidos los diez minutos que te puede llevar una confesión… ¿Te animas a comparar cuántas horas de TV has visto en ese tiempo… (multiplica el número de horas diarias que ves por el número de días…)?

- No encuentro un cura...

No es una raza en extinción, hay varios miles. Toma la guía de teléfono (o llama a información). Busca el teléfono de tu parroquia. Si ignoras el nombre, busca por el obispado, ahí te dirán… Así podrás saber en tres minutos el nombre de un cura con el que te puedes confesar… e incluso pedirle una hora… para no tener que esperar.

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Fuente: Fluvium.org

¿Enseñar a hacer apostolado o formar apóstoles? / Autor: Germán Sánchez Griese

En algunos lugares de Occidente, como en Italia, asistimos a un florecimiento de iniciativas de voluntariado tremendo. Las ganas de trabajar y de hacer algo por los demás, especialmente por los más necesitados ha suscitado en todos, especialmente en los jóvenes, iniciativas de diverso género. Pero existe una diferencia fundamental entre voluntariado y apostolado. En el voluntariado, el joven o el adulto se compromete en una acción buena, de ayuda al prójimo, pero que parte del hombre para llegar al hombre mismo. No es, si lo podemos llamar de este modo trascendental, es decir no inicia más allá del hombre, no llega más allá del hombre y utiliza medios humanos.

Ha sido éste quizás uno de los errores que con más frecuencia han cometido los agentes de la pastoral de la caridad. Se han quedado quizás en el hombre, pero no han pasado a la humanidad del hombre, es decir a su parte espiritual, que forma parte integrante de la humanidad del hombre. “Por lo que se refiere al servicio que se ofrece a los que sufren, es preciso que sean competentes profesionalmente: quienes prestan ayuda han de ser formados de manera que sepan hacer lo más apropiado y de la manera más adecuada, asumiendo el compromiso de que se continúe después las atenciones necesarias.

Un primer requisito fundamental es la competencia profesional, pero por sí sola no basta. En efecto, se trata de seres humanos, y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial. Cuantos trabajan en las instituciones caritativas de la Iglesia deben distinguirse por no limitarse a realizar con destreza lo más conveniente en cada momento, sino por su dedicación al otro con una atención que sale del corazón, para que el otro experimente su riqueza de humanidad. Por eso, dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una « formación del corazón »: se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad. El verdadero apostolado se presenta como un movimiento del corazón del hombre hacia el corazón de Dios, para desde ahí amar a los hombres.

No se trata por tanto de enseñar a hacer apostolado. Si bien es cierto que las necesidades son muchas y que siempre urgirá la posibilidad de hacer el bien, la obra de apostolado no se reduce a una acción. Podemos afirmar que el apostolado es el reflejo, la manifestación concreta de toda una experiencia espiritual, suscitada por Dios en la persona y de la que se desprende, de una forma casi natural y obligada, diversas manifestaciones concretas, entre las que sobresalen las obras de apostolado. Se trata por lo tanto no de hacer apostolado, sino de ser apóstoles. No se trata de dar una solución humana a una necesidad apremiante. Esto podría hacerlo cualquier persona desde diversos puntos de vista. Se trata más bien de salir al encuentro del Cristo que sufre en la necesidad apremiante. Sigue siendo una necesidad real, encarnada en hombres, mujeres, niños o adolescentes, pero la transformación que opera la experiencia del Espíritu en esa necesidad apremiante, permite penetrar espiritualmente dicha necesidad, dicha realidad, y ver a Cristo en esa misma necesidad apremiante de la Iglesia.

Esta relación personal con Cristo, permite establecer una escuela de apostolado muy específica en la que sus métodos, sus directivas, sus indicaciones no deberán ser considerados como emanados de la inventiva o genio humano, sino que serán producto de la experiencia espiritual personal, y de la comprensión específica del evangelio o del misterio de Dios. De esta manera, se logra abstraerse de la dimensión del tiempo y del lugar en la que ha nacido la necesidad apremiante, para pasar a la dimensión sobrenatural de dicha necesidad apremiante, dando origen a la misión. Las personas con sus necesidades humanas o espirituales pasan a ser partes del Cristo que sufre, ya sea en el cuerpo o en el alma, a lo largo del tiempo y en diversas circunstancias.

Para formar estos apóstoles, se deberá cultivar en los laicos un celo ardiente por la salvación de las almas, alimentado incesantemente en el trato íntimo y personal con Cristo, de forma que los laicos puedan preguntarse en su interior lo que harán por Cristo y las almas. No se trata de una labor de convicción para que los laicos ayuden en un determinado apostolado o ayuden en una determinada acción. Si el laico no siente que su corazón se hace pedazos al contemplar la necesidad de los hombres, podemos decir que no se habrá formado aún al apóstol. Se trata de llevar al laico para que se ponga delante de Jesucristo y pueda formularse en el interior de su alma la pregunta sobre la que hará por Cristo y por sus hermanos.

Si no se logra que el laico se formule esta pregunta y la responda de cara a Cristo, no estará formando al verdadero apóstol y se deberá contentar tan sólo con el triste y muy humano espectáculo de ver un grupo de almas piadosas que realizan obras buenas, pero no un grupo de verdaderos apóstoles que trabajan por Cristo comprometidos dentro de su estado laical en la construcción de la Iglesia.

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Fuente: Catholic.net

lunes, 26 de noviembre de 2007

Sólo tengo el día y la noche / Autor: Jaume Boada i Rafí O.P.


Dice María: "Porque ha mirado mi alma pobre de esclava". Y Jesús, en el Evangelio: "Felices los que tienen el alma pobre".

Ramón era un mendigo amigo que pedía limosna a la puerta de nuestra iglesia. La comunidad le ayudaba como sabía y podía. Frecuentemente se podía conversar con él, que tenía una filosofía de la vida muy especial. Era un mendigo con vocación de mendigo.

Un día me dijo las palabras que encabezan esta meditación de hoy: "Sólo tengo el día y la noche".

Me hicieron pensar mucho y me ayudaron a descubrir la auténtica dimensión de la pobreza de alma.

Yo no sabría decirte si la pobreza de alma es consecuencia o es raíz del abandono. Me inclinaría a decir que es el primer fruto del abandono. En todo caso, es una actitud esencial en el camino de la búsqueda de Dios.

Jesús, en el Sermón del Monte, síntesis y programa de su Buena Noticia, quiere empezar sus palabras con las que hacen referencia a la pobreza de alma: "Bienaventurados los pobres de alma".

María tuvo un alma pobre de esclava, el Señor la miró en su pequeñez, y fue escogida para realizar en ella «cosas grandes».

«Sólo tengo el día y la noche... » Y yo me decía a mí mismo: «Escogí ser pobre como Jesús y, sinceramente, yo, seguidor de Jesús, no puedo decir que sólo tengo el día y la noche. Y no es problema de «cosas», de tener más o menos, es cuestión de actitudes interiores, consecuencia de mi abandono en las manos del Padre y condición imprescindible para buscar a Dios en verdad.»

¿No lo crees tú así, hermano? ¿Tú puedes decir que sólo tienes el día y la noche?

Yo te invito a recorrer, en actitud orante, los rasgos que configuran la pobreza de alma.

Al pobre de alma se le conoce por su paz. Su paz de alma, su paz de dentro. Y tiene paz porque no tiene nada que perder:

- No se tiene a sí mismo y ni siquiera desea «tenerse».

- No se aferra a la voluntad de querer tener la razón, y menos cuando para ello debe faltar al amor.

- No da ni un paso por «poseer» y aún menos por «poseerse».

- Vive con sencillez, sin decirlo, el mandato de Jesús: «Si quieres seguirme, niégate, olvídate de ti mismo.»

- Renuncia al comparativo, a comparar y a compararse. Descubrirás que comparar te quita la paz.

- Acepta con sencillez las limitaciones propias. El pobre sabe reconocer que son suyas. No cae en la fácil excusa de echar la culpa a los demás por ellas. Será capaz hasta de sonreir cuando los demás se las descubren o hablan de ellas, y será capaz de sonreir porque las asume con paz.

Por todo ello la pobreza de alma da una gran paz interior. ¡Es tan grande, tan necesaria esta libertad para poder buscar a Dios sin nada que se interponga!.

A partir de estas actitudes ya podrías empezar a decir que sólo tienes el día y la noche.

Pero es bueno que profundicemos en esta descripción.

El pobre vive intensamente el presente como un regalo de Dios. Y lo vive con paz de alma, pues sabe que el futuro es cuestión de confianza.

El pobre de alma es generoso al dar y amplio al recibir.

Porque la paz de la pobreza de alma le da un corazón nuevo se puede decir que el pobre tiene un corazón simple como de niño, un corazón grande y fuerte como de madre. Tiene un corazón bondadoso como el cielo que a todos acoge, y un corazón cálido como el sol del invierno.

Una de las consecuencias más palpables de la pobreza de alma es la sensibilidad espiritual que lleva al pobre que vive su búsqueda de Dios a dar valor a las pequeñas cosas como una sonrisa, una mirada amable, un pequeño gesto de servicio, una palabra sincera y oportuna. Esta sensibilidad le lleva también a descubrir y reconocer con gratitud todos los gestos de generosidad de Dios y de los hermanos.

El pobre de alma tiene una especial capacidad para la alabanza y la acción de gracias.

Te decía que el pobre de alma no se tiene a sí mismo, y es cierto. Esto le lleva a entregar la propia voluntad y a vivir en una disponibilidad de servicio y de amor, sin límite alguno, sin cálculos egoístas, en una actitud sencilla de gratuidad. Lo da y lo recibe todo con la libertad y amplitud de quien está convencido de que nadie le debe nada.

El pobre de alma tiene la alegría de poder decir al Señor con toda la sinceridad de su corazón: "Tú eres Señor, mi único bien". Y vive la paz interior de quien se apoya en Dios de verdad, y sabe que sin Él no es nada. Y esto, en lugar de inquietarle, le alegra, pues le permite depender de aquel a quien ama.

Quien vive la pobreza de alma siente la necesidad de ser de todos y de multiplicarse para llegar a todos sin mirar, por supuesto, lo que queda para él. No se contenta con dar un pedazo de pan a quien lo pide: si pudiera, hasta se haría él mismo pan. Sabe ser corazón cuando el hermano precisa amor; sabe ser sonrisa cuando hay tristeza en el hermano, y sabe ser oído cuando el hermano precisa hablar, decir o decirse, desahogarse. En este caso se olvida, incluso, del tiempo.

La oración es una semilla que encuentra la tierra más apropiada en el pobre de alma, pues la pobreza le lleva a confiar en la bondad de Dios y en su providencia. Y esta confianza, es tan grande y tan arraigada en su vida, que confía también en la bondad de los hermanos, sí, en la bondad escondida, en el corazón de todo hermano, incluso del hermano a quien conoce tanto que le es difícil descubrir su rostro de bondad.

El pobre de alma sabe ser abierto. Busca y ama la sencillez, la simplicidad y la transparencia. El pobre no se permite el lujo de tener, ni siquiera, dobles intenciones. Tiene la mirada limpia, no oculta nada. Por ello mira siempre a los ojos.

El pobre de alma es buen oyente de la Palabra; como María, sabe que todo canto de alabanza y acción de gracias nace de la contemplación silenciosa. El Magnificat nació en el alma pobre de esclava de María.

La pobreza de alma da a quien la vive la "lengua de discípulo". La humildad en el hablar no tiene necesidad de levantar la voz; no quiere imponer, porque prefiere escuchar.

Sí, el pobre es interiormente libre, no se ata a respetos humanos porque no tiene nada que temer.

Te he hablado mucho, hermano, de la paz de alma que tiene el pobre. La razón última de esta paz está en que la única riqueza que tiene es Cristo y, ¿quién será capaz de arrebatarle el amor de Cristo?.

Por otra parte, la paz es consecuencia del amor que siempre ahuyenta al miedo y al temor.

El pobre de alma siente la necesidad ineludible de orar, porque descubre a Dios como sentido de todo lo que dice y hace. Y algo muy importante: está convencido de que la eficacia de todo lo que hace no viene de sus manos de alfarero, sino de la bondad de Dios, que quiere dar vida al barro. Por ello, remite toda muestra de gratitud al Señor, dador de todo bien. Y no lo hace por compromiso, sino por convicción sincera.

Se da una profunda relación entre pobreza y súplica, entre alma pobre y contemplación: cuanto más pobre, más orante; cuanto más orante, más pobre.

El pobre vive feliz en su pobreza, vive su vida en alegría y serenidad de alma, porque tiene como única seguridad el saberse en las manos del Padre, el recordar que su rostro está grabado en ellas y es mirado constantemente con amor.

El pobre de alma suplica y reza con una gran confianza. Sabe esperar. Sólo los pobres, sólo los que se sienten inseguros de sí mismos, sólo quienes se saben ante Dios sin derecho a nada, saben esperar cuando suplican, pues recuerdan que Dios es siempre gratuito, y tan gratuito como generoso en sus dones.

Quien está en camino de vivir la pobreza de alma aprende a borrarse y a desaparecer para valorar a los demás porque, es cierto, no valoramos a los demás, incluso se llega a prescindir de Dios porque nos creemos más y cuando nos creemos más.

El pobre de alma es feliz tanto cuando ha de asumir papeles protagónicos, como cuando está en un papel secundario, es tan feliz cuando puede ser rama con flores y frutos, como cuando ha de ser raíz. Entonces descubre que no pierde el tiempo: en su vida oculta, da vida a la planta.

El pobre de alma se apoya en Dios en todo momento, en toda circunstancia y en todo lugar y lo expresa espontáneamente, invocándolo con amor y esperanza, con la sencillez y la naturalidad más claras.

María es el testigo fundamental del pobre de alma. Ella vivió su pobreza como disponibilidad y como docilidad. El ser dócil a los deseos o a las sugerencias de los demás, manifestados o no, es una manera de ser pobres.

El pobre entiende que "pobreza de alma" equivale a sentido de servicio, como María, la de la visitación. María - Camino. Es de pobres ir a servir y no esperar a que el servicio nos sea exigido.

El pobre vive todo con alegría y paz de alma. Aprendió a dar y a recibir sonriendo. Comprendió que detrás de todo lo bueno y lo malo que vive hay una sola y gran verdad: se sabe amado por Dios con ternura.

Enrique, "el caminante", es un pequeño hermano de Jesús, amigo. Desde el año 1950, al acabar su noviciado, fue enviado por sus superiores a integrarse en el mundo de los mendigos. Vivir como uno de ellos, vestir como ellos y dormir donde duermen los mendigos. Tiene una mirada limpia, se le ve feliz. Un día le dije: «Hermano Enrique, con este aspecto, aunque seas religioso, en algunos lugares te recibirán bien y en otros te cerrarán la puerta". Su respuesta fue muy de pobre de alma: «Si me reciben bien, está bien; si me reciben mal, está bien. Solo soy un pobre».

Hermano, que en tu camino de búsqueda de Dios, que en tu deseo de ser fiel al Señor, puedas decir también que tú eres pobre.

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Fuente: Abandono.com

Jesucristo, Rey del hogar / Autor: Pedro García, Misionero Claretiano


Jesucristo es el Rey del hogar.

Y comenzamos con una anécdota de hace ya muchos años, pues se remonta a Septiembre de 1907, cuando un sacerdote peruano, el santo misionero Padre Mateo, se presentaba ante el Papa San Pío X, que estaba ante la mesa de su escritorio, entretenido en cortar las hojas de un libro nuevo que acababa de llegarle.

- ¿Qué te ha pasado, hijo mío? Me han dicho que vienes de Francia...

- Sí, Santo Padre. Vengo de la capilla de las apariciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María. Contraje la tuberculosis, y, desahuciado de los médicos, fui a la Capilla a pedir al Sagrado Corazón la gracia de una santa muerte. Nada más me arrodillé, sentí un estremecimiento en todo mi cuerpo. Me sentí curado de repente. Vi que el Sagrado Corazón quería algo de mí. Y he trazado mi plan.

El Papa San Pío X aparentaba escuchar distraído, sin prestar mucha atención a lo que le decía el joven sacerdote, que parecía un poco soñador.

- Santo Padre, vengo a pedir su autorización y su bendición para la empresa que quiero iniciar.

- ¿De qué se trata, pues?

- Quiero lanzarme por todo el mundo predicando una cruzada de amor. Quiero conquistar hogar por hogar para el Sagrado Corazón de Jesús.

Entronizar su imagen en todos los hogares, para que delante de ella se consagren a Él, para que ante ella le recen y le desagravien, para que Jesucristo sea el Rey de la familia. ¿Me lo permite, Santo Padre?

San Pío X era bastante bromista, y seguía cortando las hojas del libro, en aparente distracción. Ahora, sin decir palabra, mueve la cabeza con signo negativo. El Padre Mateo se extraña, y empieza a acongojarse:

- Santo Padre, pero si se trata de... ¿No me lo permite?

- ¡No, hijo mío, no!, sigue ahora el Papa, dirigiéndole una mirada escrutadora y cariñosa, y pronunciando lentamente cada palabra: ¡No te lo permito! Te lo mando, ¿entiendes?... Tienes mandato del Papa, no permiso. ¡Vete, con mi bendición!

A partir de este momento, empezaba la campaña de la Entronización del Corazón de Jesús en los hogares. Fue una llamarada que prendió en todo el mundo. Desde entonces, la imagen o el cuadro del Sagrado Corazón de Jesús ha presidido la vida de innumerables hogares cristianos. Jesucristo, el Rey de Amor, desde su imagen bendita ha acogido súplicas innumerables, ha enjugado torrentes de lágrimas y ha estimulado heroísmos sin cuento.

¿Habrá pasado a la historia esta práctica tan bella? Sobre todo, y aunque prescindamos de la imagen del Sagrado Corazón, ¿dejará de ser Jesucristo el Rey de cada familia?...

Hoy la familia constituye la preocupación mayor de la Iglesia y de toda la sociedad en general.

Porque vemos cómo el matrimonio se tambalea, muchas veces apenas contraído.

El divorcio está a las puertas de muchas parejas todavía jóvenes.

Los hijos no encuentran en la casa el ambiente en que desarrollarse sanamente, lo mismo en el orden físico que en el intelectual y el moral.

Partimos siempre del presupuesto de que la familia es la célula primera de la sociedad. Si esa célula se deteriora viene el temido cáncer, del que de dicen que no es otra cosa sino una célula del cuerpo mal desarrollada.

Esto que pasa en el orden físico, y de ahí tantas muertes producidas por el cáncer, pasa igual en el orden social. El día en que hayamos encontrado el remedio contra esa célula que ya nace mal o ha empezado a deformarse, ese día habremos acabado con la mayor plaga moral que está asolando al mundo.

Todos queremos poner remedio a las situaciones dolorosas de la familia.

Y todos nos empeñamos cada uno con nuestro esfuerzo y con nuestra mucha voluntad en hacer que cada casa llegue a ser un pedacito de cielo.

¿Podemos soñar, desde un principio, en algún medio para evitar los males que se han echado encima de las familias?
¿Podemos soñar en un medio para atraer sobre los hogares todos los bienes?..

¡Pues, claro que sí! Nosotros no nos cansaremos de repetirlo en nuestros mensajes sobre la familia. Este medio es Jesucristo.

Empecemos por meter a Jesucristo en el hogar.
Que Cristo se sienta invitado a él como en la boda de Caná.

Que se meta en la casa con la libertad con que entraba en la de los amigos de Betania.
Que viva en ella como en propia casa, igual que en la suya de Nazaret... Pronto en ese hogar se notará la presencia del divino Huésped y Rey de sus moradores. En el seno de esa familia habrá paz, habrá amor, habrá alegría, habrá honestidad, habrá trabajo, habrá ahorro, habrá esperanza, habrá resignación en la prueba, habrá prosperidad de toda clase.

Jesucristo, Rey universal, ¿no es Rey especialmente de la Familia?... Acogido amorosamente en el hogar, con Él entrarán en la casa todos los bienes....

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Fuente: Catholic.net

Callar es amar / Autor: Oscar Schmidt

¿Cuántas veces tenemos ganas de decir, de criticar, de negar, de oponernos, de resistirnos, de imponer nuestro particular punto de vista? Es como un fuego interior, irresistible, el que nos grita. ¡No puedes dejar las cosas así! ¡Es que te están tomando de tonto! En muchas ocasiones, estos impulsos están motivados por el amor propio, mejor dicho, el egoísmo que nos invita a no quedar jamás sin poner la última palabra o dejar en claro que no estamos de acuerdo.

Callar, eso si que es difícil. Callar cuando creemos comprender lo que ocurre, más difícil todavía. ¿Y en que medida conocemos realmente la motivación de aquellos a quienes queremos criticar, o aconsejar, o corregir? ¿En qué medida podemos juzgar a los demás? Las más de las veces tomamos posiciones que, con los años, juzgamos como equivocadas. ¡Que equivocado estaba entonces!, solemos exclamar. ¡Si hubiera sido capaz de guardar silencio!

Me refiero hoy a esa enorme llave del amor, que es el silencio, la humildad de callar y privarnos de pasar a la primera fila, de tomar el micrófono y decir todo lo que pensamos. El poder simplemente observar a los demás, escucharlos, e intervenir sólo cuando tenemos algo positivo para dar, seguros de no estar simplemente tratando de decir algo, de tener nuestro “papel protagónico” bien cubierto.

Callar es sacrificio, es amor. No hacer, privarnos de figurar, son gestos muy interiores, que sólo Dios ve y valora. ¿Quién más puede ver lo que está pasando en nuestro interior, si a nadie lo contamos? Ese silencio es una gigantesca muestra de fe, es entregar a Dios ese sacrificio, sabiendo que El lo ve y lo valora. Dios toma esas muestras de amor y las pone en su alhajero, a buen recaudo de los ojos de los hombres. ¿Que hombre, acaso, es testigo de esos actos de heroísmo interior? Nadie, sólo Dios los ve.

A veces pensamos que nuestro servicio a Dios incluye lo que los demás piensan de nosotros, el juicio que tienen de nuestros actos. No es así. Dios ve nuestro corazón y busca aquello que es sincero, profundo y puro. Si la gente, con juicios del todo humanos, ve en nosotros algo que no somos en realidad, no debemos preocuparnos por la opinión de Dios. El ve las cosas como realmente son, ya que las más de las veces es la hipocresía lo que impulsa los actos de las personas. El Señor, el Justo de los Justos, puro Amor y Misericordia, ve el mundo de modo muy distinto. El quiere que le demos sacrificios interiores, que vayan purificando nuestra alma de las necesidades de figuración y protagonismo, que llenan nuestro corazón de vanidad y egoísmo.

El verdadero heroísmo es el de aquellos que pueden callar, esperar, y privarse de las necesidades propias, en beneficio de los demás. Es una gran muestra de amor, que florece también en nuestra relación con quienes nos rodean. ¿Acaso nosotros mismos no nos sentimos incómodos con aquellos que opinan sobre todo, y nos critican, aconsejan, corrigen y enseñan sobre todo en todo momento?

Sin embargo, no siempre nos irá bien practicando el silencio y la humildad. Algunas veces podremos ser incomprendidos, o malentendidos. Pero es Dios el que conoce la motivación que anida en nuestro corazón en esos momentos. Y El se hará cargo de nuestras necesidades, como siempre, en el instante oportuno.

Señor, hazme manso, prudente y humilde. Dame la fortaleza para callar, esperar y confiar en Ti. Enséñame a hacer pequeños sacrificios interiores que agraden a Tu Corazón Amante, necesitado de pequeños gestos que te recuerden la humildad y el silencio de Tu Madre, en la pequeña casita de Nazaret. Ella, la más perfecta Criatura surgida del Amor de Tu Padre, guardó silencio desde el día en que el Ángel le anunció Tu venida, hasta aquella tarde en que te vio morir en la Cruz. Tú también guardaste silencio ese día. Ahora, Señor, enséñanos a callar, a esperar, a amar.

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Fuente: www.reinadelcielo.org

domingo, 25 de noviembre de 2007

Testimonio de Oreste Pesare: "Sólo por la fe en Cristo logré abandonar el mundo" /

Oreste Pesare, delegado de la Renovación Carismática en Roma, habla para LA RAZÓN

Ahora es un hombre feliz pero Oreste Pesare, el responsable de la oficina internacional de la Renovación Carismática Católica en el Vaticano anduvo rondando la muerte en su juventud debido al abuso del alcohol y el consumo de drogas. Pesare, italiano y padre de tres hijos, afirma que la oración del incrédulo ¬Señor, si tu existes, quiero conocerte¬ le salvó la vida y que los mayores milagros que ha presenciado se han producido gracias a la oración ante Jesús Sacramentado, ante el Sagrario. Oreste Pesare estima que el secreto del apostolado está en «convertirnos nosotros».

Mónica Vázquez - "La Razón" Madrid.-

Casado y con tres hijos, Oreste Pesare es un hombre rebosante de felicidad, aunque no siempre fue así. Estuvo mucho tiempo alejado del Señor; el alcohol y las drogas le distraían de su presencia. Finalmente, la oración que siempre repetía en su interior «Señor, si tú existes, yo quiero conocerte» fue contestada por Dios al salvarlo de una situación de la que tal vez no hubiera podido salir vivo.
- ¿Cómo ha conocido al Señor?
- El Señor me ha salvado de la muerte cuando ninguno me podía salvar y esto ha cambiado profundamente mi vida. Ahora he decidido entregar mi vida al Señor y él me ha llenado con su Espíritu Santo. Antes de conocer la Renovación estaba involucrado en el alcohol y en las drogas. Yo no creía en Dios pero recuerdo que siempre tenía esta oración en el corazón: «Señor, si tu existes yo quiero conocerte». Quizás por mis estudios de filosofía tenía esta inquietud. Creo que esta plegaria ha sido acogida por el Señor.
- ¿Cómo sucedió exactamente?
- Fue cuando estuve en la cárcel. Me arrestaron porque llevaba mucha droga en los bolsillos, entonces entendí que tendría que pasar mucho tiempo preso. En el calabozo tenía mucho miedo y supliqué: «Si tu existes, espero que me ayudes porque mañana no te necesitaré». En pocos minutos llegó el comandante y me dijo: «Hace más de 30 años que trabajo aquí como policía y esto nunca me había pasado: vete que no quiero verte más». Y al rato salí de la comisaría. Entonces ya no tenía miedo sino una gran alegría en el corazón. «Señor, tú existes, tú me has escuchado cuando nadie me podía ayudar», le agradecí. Y así cambió mi vida.
- ¿Sus padres son católicos?
- Sí, cuanto esto sucedió ellos llevaban meses en un grupo de oración carismática. Mi padre había comenzado a ayunar cada viernes para que sus hijos nos convirtiéramos. En 6 ó 7 meses los 3 hijos entramos en la Renovación, cada uno por su lado.
-¿Qué opina de la frase marxista «la religión es el opio de los pueblos»?
-(Ríe a carcajadas) Por tantos años yo he creído en esa frase... Creo que ha sido dicha por alguien que no ha conocido a Jesús. Seguro que un marxista puede conocer a Jesús, pero que haya mucha gente que no crea en Dios es un misterio, es fruto del pecado. Puedes tener amigos, mujeres, dinero, coches, motos, pero si tienes esa muerte en el corazón nada vale la pena.
- ¿Cuál es la oración que aconseja?
- La oración hecha a Jesús ante la Eucaristía. Los mayores milagros que he visto han sido ante Jesús-eucaristía.
-¿Qué hay que hacer para ayudar en la conversión de los demás? -Convertirnos nosotros. Si nosotros somos santos la luz de Dios llega a los demás. Si tú estás lleno de gozo los demás te preguntan porqué. Si tú has cambiado profundamente tu vida los demás se dan cuenta.