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sábado, 9 de febrero de 2008

Benedicto XVI: La formación del corazón en lo esencial

Encuentro del Papa con los párrocos y el clero de Roma (II)

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 12 febrero 2008 (ZENIT.org).- Como es tradicional a inicios de Cuaresma, Benedicto XVI se reunió con los párrocos y el clero de la diócesis de Roma el pasado jueves. El encuentro se desarrolló en forma de diálogo, entre el Santo Padre y los participantes. Proseguimos con la publicación de las preguntas y de las respuestas que brindó espontáneamente el Papa.

Se procura ofrecer las diez intervenciones agrupadas temáticamente, pues no siguieron un orden determinado. La parte I (Dimensión y visibilidad del diaconado) de este encuentro está disponible en Zenit, 11 de febrero de 2008.

* * *

[Padre Graziano Bonfitto, vicario parroquial de la parroquia de Ognissanti:]


Santo Padre: soy originario de un pueblo de la provincia de Foggia, San Marco in Lamis. Soy un religioso de Don Orione y sacerdote desde hace año y medio, actualmente vice-párroco en la parroquia de Ognissanti, en el barrio Appio. No le oculto mi emoción, y también la increíble alegría que tengo en este momento, para mí tan privilegiado. Usted es el obispo y el pastor de nuestra Iglesia diocesana, pero es siempre el Papa y por lo tanto el pastor de la Iglesia universal. Por ello la emoción se multiplica irremediablemente. Desearía en primer lugar expresarle mi agradecimiento por todo lo que, día tras día, hace no sólo por nuestra diócesis de Roma, sino por la Iglesia entera. Sus palabras y sus gestos, sus atenciones hacia nosotros, pueblo de Dios, son signo del amor y de la cercanía que usted alimenta por todos y cada uno. Mi apostolado sacerdotal se ejerce en particular entre los jóvenes. Es precisamente en nombre de ellos que desearía darle hoy las gracias. Mi santo fundador, san Luigi Orione, decía que los jóvenes son el sol o la tempestad del mañana. Creo que en este momento histórico en que nos encontramos los jóvenes son tanto el sol como la tempestad, no del mañana, sino de ahora. Los jóvenes sentimos actualmente, más que nunca, la fuerte necesidad de tener certezas. Deseamos sinceridad, libertad, justicia, paz. Deseamos contar con personas que caminen con nosotros, que nos escuchen. Exactamente como Jesús con los discípulos de Emaús. La juventud desea personas capaces de indicar el camino de la libertad, de la responsabilidad, del amor, de la verdad. O sea, los jóvenes hoy tienen una inagotable se de Cristo. Una sed de testigos gozosos que hayan encontrado a Jesús y hayan apostado por Él toda su existencia. Los jóvenes quieren una Iglesia siempre en el terreno y cada vez más próxima a sus exigencias. La quieren presente en sus opciones de vida, aunque persista en ellos cierta sensación de indiferencia respecto a la Iglesia misma. El joven busca una esperanza fidedigna -como usted escribió en la última carta que nos dirigió a los fieles de Roma-- para evitar vivir sin Dios. Santo Padre -permítame llamarle «papá»--, qué difícil es vivir en Dios, con Dios y por Dios. La juventud se siente insidiada por muchos frentes. Son tantos los falsos profetas, los vendedores de ilusiones. Demasiados los insinuadores de falsas verdades e ideales innobles. Con todo, la juventud que cree hoy, aún sintiéndose acorralada, está convencida de que Dios es la esperanza que resiste a todas las desilusiones, que sólo su amor no puede ser destruido por la muerte, aunque la mayor parte de las veces no es fácil encontrar espacio y valor para ser testigos. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo comportarse? ¿Vale efectivamente la pena seguir apostando la propia vida por Cristo? La vida, la familia, el amor, el gozo, la justicia, el respeto de las opiniones ajenas, la libertad, la oración y la caridad, ¿son todavía valores que hay que defender? La vida de los santos, que se mide por las bienaventuranzas, ¿es una vida idónea para el hombre, el joven del tercer milenio? Mil gracias por su atención, por su afecto y su premura por los jóvenes. La juventud está con usted: le estima, le quiere y le escucha. Siga siempre cerca, indíquenos cada vez con más fuerza la vía que lleva a Cristo, camino, verdad y vida. Ayúdenos a volar alto. Cada vez más alto. Y ruegue siempre por nosotros. Gracias.

[Benedicto XVI:]

Gracias por este bello testimonio de un joven sacerdote que está con los jóvenes, les acompaña y, como ha dicho, les ayuda a caminar con Cristo, con Jesús. ¿Qué decir? Todos sabemos lo difícil que es para un joven de hoy vivir como cristiano. El contexto cultural, el contexto mediático, aporta todo lo contrario del camino hacia Cristo. Parece precisamente que hace imposible ver a Cristo como centro de la vida y vivir la vida como Jesús la muestra. Sin embargo, me parece también que muchos sienten cada vez más la insuficiencia de todas estas ofertas, de este estilo de vida que al final deja vacío.

En este sentido me parece que justamente las lecturas de la liturgia de hoy, la del Deuteronomio (30, 15-20) y el pasaje evangélico de Lucas (9, 22-25), responden a cuanto, en sustancia, deberíamos decir a los jóvenes y siempre a nosotros mismos. Como usted ha mencionado, la sinceridad es fundamental. Los jóvenes deben percibir que no decimos palabras que no vivamos nosotros mismos, sino que hablamos porque hemos encontrado y buscamos encontrar cada día la verdad como verdad para mi vida. Sólo si estamos en este camino, si procuramos asimilar nosotros mismos esta vida y asociar nuestra vida a la del Señor, entonces también las palabras pueden ser creíbles y tener una lógica visible y convincente. Insisto: hoy ésta es la gran regla fundamental no sólo para la Cuaresma, sino para toda la vida cristiana: elige la vida. Ante ti tienes muerte y vida: elige la vida. Y me parece que la respuesta es natural. Son sólo pocos los que alimentan en lo profundo una voluntad de destrucción, de muerte, de no querer ya la existencia, la vida, porque todo es contradictorio para ellos. Lamentablemente, en cambio, se trata de un fenómeno que se amplía. Con todas las contradicciones, las falsas promesas, al final la vida parece contradictoria, ya no es un don, sino una condena y así hay quien desea más la muerte que la vida. Pero normalmente el hombre responde: sí, quiero la vida.

La cuestión sigue siendo cómo encontrar la vida, qué elegir, cómo elegir la vida. Y las ofertas que normalmente se hacen las conocemos: ir a la discoteca, conseguir todo lo posible, considerar la libertad como hacer todo lo que se quiera, todo lo que se ocurra en un momento determinado. Pero sabemos en cambio -y podemos mostrarlo-- que éste es un camino de falsedad, porque al final no se encuentra la vida, sino realmente el abismo de la nada. Elige la vida. La misma lectura dice: Dios es tu vida, has elegido la vida y has hecho la elección: Dios. Esto me parece fundamental. Sólo así nuestro horizonte es lo suficientemente amplio y sólo así permanecemos en la fuente de la vida, que es más fuerte que la muerte, que todas las amenazas de la muerte. Así que la elección fundamental es ésta que se indica: elige a Dios. Es necesario entender que quien emprende el camino sin Dios al final se encuentra en la oscuridad, aunque pueda haber momentos en los que parezca que se ha hallado la vida.

Un paso más es cómo encontrar a Dios, como elegir a Dios. Aquí llegamos al Evangelio: Dios no es un desconocido, una hipótesis del primer inicio del cosmos. Dios tiene carne y hueso. Es uno de nosotros. Le conocemos con su rostro, con su nombre. Es Jesucristo, quien nos habla en el Evangelio. Es hombre y es Dios. Y siendo Dios, eligió al hombre para hacernos posible la elección de Dios. Así que es necesario entrar en el conocimiento y después en la amistad de Jesús para caminar con Él.

Considero que éste es el punto fundamental de nuestra atención pastoral de los jóvenes, para todos, pero sobre todo para los jóvenes: atraer la atención sobre la elección de Dios, que es la vida. Sobre el hecho de que Dios existe. Y existe de modo muy concreto. Y enseñar la amistad con Jesucristo.

Hay también un tercer paso. Esta amistad con Jesús no es una amistad con una persona irreal, con alguien que pertenece al pasado o que está lejos de los hombres, a la diestra de Dios. Él está presente en su cuerpo, que sigue siendo un cuerpo de carne y hueso: es la Iglesia, la comunión de la Iglesia. Debemos construir y hacer comunidades más accesibles que reflejen la gran comunidad de la Iglesia vital. Es un todo: la experiencia vital de la comunidad, con todas las debilidades humanas, pero sin embargo real, con un camino claro y una vida sacramental sólida en la que podemos tocar también lo que puede parecernos tan lejano, la presencia del Señor. De esta manera podemos igualmente aprender los mandamientos -por volver al Deuteronomio, del que partí. Porque la lectura dice: elegir a Dios quiere decir elegir según su Palabra, vivir según la Palabra. Por un momento esto parece casi positivista: son imperativos. Pero lo primero es el don: su amistad. Después podemos entender que los indicadores del camino son explicaciones de la realidad de esta amistad nuestra.

Podemos decir que ésta es una visión general, que brota del contacto con la Sagrada Escritura y la vida de la Iglesia de cada día. Después se traduce paso a paso en los encuentros concretos con los jóvenes: guiarles al diálogo con Jesús en la oración, en la lectura de la Sagrada Escritura -la lectura común, sobre todo, pero también personal-- y en la vida sacramental. Son todos pasos para hacer presentes estas experiencias en la vida profesional, aunque el contexto esté marcado frecuentemente por la plena ausencia de Dios y por la aparente imposibilidad de verle presente. Pero justamente entonces, a través de nuestra vida y de nuestra experiencia de Dios, debemos intentar que entre en este mundo lejano de Dios la presencia de Cristo.

La sed de Dios existe. Hace poco recibió la visita ad limina de obispos de un país en el que más del cincuenta por ciento se declara ateo o agnóstico. Pero me dijeron: en realidad todos tienen sed de Dios. Escondidamente existe esta sed. Por ello empecemos antes nosotros, con los jóvenes que podamos encontrar. Formemos comunidades en las que se refleje la Iglesia, aprendamos la amistad con Jesús. Y así, llenos de esta alegría y de esta experiencia, podemos también hoy hacer presente a Dios en este mundo nuestro.

* * *

[Don Paolo Tammi, párroco de San Pío X; profesor de religión:]


Deseo expresarle sólo uno de los muchos agradecimientos por el esfuerzo y la pasión con que ha escrito su libro sobre Jesús de Nazaret, un texto que, como usted mismo ha dicho, no es un acto de magisterio, sino fruto de su búsqueda personal del rostro de Dios. Ha contribuido a poner en el centro del cristianismo la persona de Jesucristo y con seguridad está contribuyendo y seguirá haciéndolo en una paciente justicia de las visiones parciales del acontecimiento cristiano, como la visión política en la que se desarrolló la mayor parte de mi adolescencia y la de mis coetáneos, o la moralista, demasiado insistente -en mi opinión-- en la predicación católica, o finalmente la que ama definirse desmitificadora de la figura de Jesucristo, como la ciertos maestros del pensamiento laico que, con poca sorpresa, la verdad, de golpe se ocupan hoy del Fundador del cristianismo y de su aventura humana para negar su historicidad o para atribuir su divinidad a una fantasía de la Iglesia apostólica. Usted en cambio no deja de enseñarnos, Santidad, que Jesús es verdaderamente todo; que de Él, hombre y Dios, sólo es posible enamorarse, que no es precisamente lo mismo que tener carné de partido, suponiendo que existiera, o llenarse de él la boca sólo para salvar una identidad cultural. Me limito a añadir que en un ambiente laico como la escuela, donde las motivaciones históricas y filosóficas a favor o en contra de la religión obviamente tienen su legítimo espacio, veo cada día a los chavales mantener una gran distancia emotiva, mientras que he visto a otros conmoverse en Asís, donde les llevé hace algunos días, al escuchar un apasionado testimonio de un joven fraile menor. Le pregunto: ¿cómo puede la vida de un sacerdote apasionarse cada vez más en lo esencial, que es el esposo Jesús? Y también: ¿en qué se ve que un sacerdote está enamorado de Jesús? Sé que ha respondido varias veces, pero es cierto que la respuesta puede ayudarnos a corregirnos, a retomar esperanza. Le ruego que lo haga otra vez con sus sacerdotes.

[Benedicto XVI:]

¡Cómo puedo corregir a los párrocos, que trabajan tan bien! Podemos sólo ayudarnos recíprocamente. Así que usted conoce este ambiente laico con distancia no sólo intelectual, sino sobre todo emotiva de la fe. Y debemos, según las circunstancias, buscar la forma de crear puentes. Me parece que las situaciones son difíciles, pero usted tiene razón. Debemos pensar siempre: qué es lo esencial, si bien después puede ser distinto el punto en el que es posible enlazar el kerigma, el contexto, el modo de actuar. Pero la cuestión debe ser siempre: ¿qué es esencial? ¿Qué es necesario descubrir? ¿Qué desearía dar? Y aquí repito siempre: lo esencial es Dios. Si no hablamos de Dios, si no se descubre a Dios, nos quedamos siempre en las cosas secundarias. Por lo tanto me parecería fundamental que al menos naciera la pregunta: ¿existe Dios? Y ¿cómo podría vivir sin Dios? ¿Es Dios verdaderamente una realidad importante para mí?

Me sigue pareciendo impresionante que el [Concilio] Vaticano I quisiera precisamente entablar este diálogo, entender con la razón a Dios -si bien en la situación histórica en la que nos encontramos necesitamos que Dios nos ayude y purifique nuestra razón. Me parece que ya se está buscando responder a este desafío del ambiente laico respecto a Dios como la cuestión fundamental, y después respecto a Jesucristo como la respuesta de Dios. Naturalmente diría que existen los preambula fidei, que tal vez constituyen el primer paso para dejar abierto el corazón y la mente hacia Dios: las virtudes naturales. Estos días he recibido la visita de un jefe de Estado, quien me dijo: no soy religioso, el fundamento de mi vida es la ética aristotélica. Es ya algo muy bueno, y nos sitúa junto a santo Tomás, en camino hacia la síntesis de Tomás. Y por lo tanto puede ser éste un punto de contacto: aprender y hacer compresible la importancia para la convivencia humana de esta ética racional, que después se abre interiormente -si se vive consecuentemente-- a la cuestión de Dios, a la responsabilidad ante Dios.

Así que me parece que, por un lado, debemos tener claro ante nosotros qué es lo esencial que queremos y debemos transmitir a los demás y cuáles son los preambula en las situaciones en las que podemos dar los primeros pasos: en verdad precisamente hoy una primera educación ética es un paso fundamental. Es lo que hizo también el cristianismo antiguo. Cipriano, por ejemplo, nos dice que antes su vida era totalmente disoluta; después, viviendo en la comunidad catecumenal, aprendió una ética fundamental y de tal modo se abrió el camino hacia Dios. También san Ambrosio en la vigilia pascual dice: hasta ahora hemos hablado de la moral, ahora vayamos a los misterios. Habían hecho el camino de los preambula fidei con una educación ética fundamental, que creaba la disponibilidad para comprender el misterio de Dios. Por lo tanto diría que tal vez debemos realizar una interacción entre educación ética -hoy tan importante-- por un lado, también con su evidencia pragmática, y al mismo tiempo no omitir la cuestión de Dios. Y en este entrelazamiento de dos caminos me parece que tal vez un poco conseguimos abrirnos a ese Dios que sólo puede dar la luz.

* * *

[Don Daniele Salera, vicario parroquial en Santa María Madre del Redentor en Tor Bella Monaca; profesor de religión:]

Santidad:
soy don Daniele Salera, sacerdote desde hace 6 años, vicario parroquial en Tor Bella Monaca; allí enseño religión. Al leer su carta sobre la tarea urgente de la educación he tomado nota de algunos aspectos para mí significativos y de los que me gustaría dialogar con usted. Ante todo encuentro importante su orientación para la diócesis y la ciudad. Esta distinción da razón de las distintas identidades que la componen e interpela, en la libertad a la que usted, Santidad, alude, también a los no creyentes. Desearía transmitirle es estos pocos instantes la belleza de trabajar en la escuela con colegas que por diversos motivos ya no tienen una fe viva o no se reconocen en la Iglesia; sin embargo, me dan ejemplo en la pasión educativa y en la recuperación de adolescentes que tienen una vida marcada por el crimen y la degradación. Percibo en muchas personas con las que trabajo en Tor Bella Monaca una auténtica ansia misionera. Por caminos distintos, pero convergentes, luchamos contra esa crisis de esperanza que siempre se agazapa cuando, a diario, se tiene relación con chavales que parecen interiormente muertos, sin deseos de futuro o tan profundamente envueltos por el mal que no logran percibir el bien que se les desea o las ocasiones de libertad y de redención que en cualquier caso existen en su camino. Frente a tal emergencia humana no hay espacio para las divisiones; me repito frecuentemente una frase del Papa Roncalli, quien decía: «Buscaré siempre lo que une, más que lo que separa». Santidad, esta experiencia me permite vivir cotidianamente con jóvenes y adultos que jamás habría encontrado si me hubiera concentrado sólo en las actividades internas de la parroquia, y observo que es cierto: muchos educadores están renunciando a la ética en nombre de una afectividad que no da certezas y crea dependencia. Otros temen defender las reglas de la convivencia civil porque piensan que aquellas no dan razón de las necesidades, de las dificultades y de la identidad de los jóvenes. Con un eslogan, diría que, a nivel educativo, vivimos en una cultura del «sí, siempre» y del «no, jamás». Pero es el «no» pronunciado con amorosa pasión por el hombre y su futuro el que a menudo traza la línea entre el bien y el mal; límite que en la edad evolutiva es fundamental para la construcción de una identidad personal sólida. Por una parte estoy convencido de que, ante la emergencia las diversidades se atenúan, y por lo tanto en el plano educativo podemos verdaderamente encontrar una mesa común con quien libremente no se declara creyente en sentido propio; por otra, me pregunto, ¿por qué nosotros, Iglesia, que tanto hemos escrito, pensado y vivido acerca de la educación como formación en el recto uso de la libertad -como usted dice--, no logramos transmitir este objetivo educativo? ¿Por qué parecemos, en término medio, tan poco liberados y liberadores?

* * *

[Benedicto XVI:]

Gracias por este reflejo de sus experiencias en la escuela actual, de los jóvenes de hoy, también por estas preguntas de autocrítica para nosotros. En este momento sólo puedo confirmar que me parece muy importante que la Iglesia esté presente también en la escuela, porque una educación que no es a la vez educación con Dios y presencia de Dios, una educación que no transmite los grandes valores éticos que han aparecido en la luz de Cristo, no es educación. Jamás basta una formación profesional sin formación del corazón. Y el corazón no puede formarse sin, al menos, el desafío de la presencia de Dios. Sabemos que muchos jóvenes viven en ambientes, en situaciones que les hacen inaccesibles la luz y la Palabra de Dios; están en situaciones de vida que representan una verdadera esclavitud, no sólo exterior, sino que provoca una esclavitud intelectual que oscurece en verdad el corazón y la mente. Intentemos con cuanto está al alcance de la Iglesia ofrecerles también a ellos una posibilidad de salida. Pero, en cualquier caso, hagamos que en este variado ambiente de la escuela -donde se va desde los creyentes hasta las situaciones más tristes-- esté presente la Palabra de Dios. Es lo que hemos dicho de san Pablo, que quería hacer llegar el Evangelio a todos. Este imperativo del Señor -el Evangelio debe ser anunciado a todos-- no es un imperativo diacrónico, no es un imperativo continental, de que en todas las culturas se anuncie en primera línea; sino un imperativo interior, en el sentido de entrar en los distintos matices y dimensiones de una sociedad para hacer más accesible, al menos un poco, la luz del Evangelio; que se anuncie realmente a todos el Evangelio.

Y me parece también un aspecto de la formación cultural hoy. Conocer qué es la fe cristiana que ha formado este continente y que es una luz para todos los continentes. Los modos en que se puede hacer presente y accesible al máximo esta luz son diversos y soy consciente de que no tengo una receta para esto; pero la necesidad de ofrecerse a esta aventura, bella y difícil, es realmente un elemento del imperativo del Evangelio mismo. Roguemos para que el Señor nos ayude a responder a este imperativo de hacer que llegue a todas las dimensiones de nuestra sociedad su conocimiento, el conocimiento de su rostro.

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Traducción del original italiano por Marta Lago

viernes, 11 de enero de 2008

Respuesta vaticana al drama de los niños del Sida: «El Buen Samaritano» / Autora: Marta Lago


Entrevista al presidente de la Fundación, el cardenal Lozano Barragán

ROMA, enero 2008 (ZENIT.org).- En el mundo dos millones y medio de niños afectados de Sida (el 90% se concentran en África subsahariana) esperan una respuesta que les permita vivir; la Fundación «El Buen Samaritano», con sede en el Vaticano, trabaja como promotor y puente de ayudas que necesitan con carácter permanente y urgente. Los fármacos que les dan esperanza de vida cuestan 12,5 euros al mes.

Así lo confirma su presidente, el cardenal Javier Lozano Barragán, en esta entrevista concedida a Zenit, en la que recuerda el origen de «El Buen Samaritano», constituida por el Papa Karol Wojtyla en 2004 --y confirmada por Benedicto XVI-- con personalidad jurídica pública, canónica y civil.

Su finalidad es el sostenimiento económico de los enfermos más necesitados, con particular atención a los de Sida [en todo el mundo la cifra estimada se aproxima a los 36 millones de casos]. La Fundación está confiada al Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud -la gobierna un Consejo de Administración según sus respectivos estatutos--. Preside ambas realidades el cardenal Lozano Barragán.

Alienta la labor de la Fundación el llamamiento que lanzó Benedicto XVI en vísperas de la Jornada Mundial --del pasado 1 de diciembre-- contra el Sida.

Exhortó «a todas las personas de buena voluntad a multiplicar los esfuerzos para detener la difusión del virus HIV, para contrarrestar el despacio que frecuentemente golpea a los que los afectados y para atender a los enfermos, especialmente cuando aún son niños».

--¿Cómo se gestó «El Buen Samaritano»?


--Cardenal Javier Lozano Barragán: Preguntaron hace bastante tiempo a Juan Pablo II: «¿Qué está haciendo la Iglesia por los enfermos de Sida?». Entonces Juan Pablo II me dijo: «Encárguese usted de responder a ese interrogante». Existe un fondo mundial, el Fondo Global para combatir las enfermedades del Sida, la tuberculosis, la malaria; en aquella época su presidente era un católico, Thomas Thompson. Me dijo que promovían una campaña en todo el mundo, que contaban con unos 15 mil millones de dólares para resolver estos problemas, y propuso que nos ayudáramos recíprocamente. Me pareció adecuado. Dos años después -incluso se había cambiado ya de presidente-- me di cuenta de que el Fondo Global quería todo menos ayudar a la Iglesia católica.

Comprobé que el 27% de las instituciones que se dedican en todo el mundo a atender a los enfermos de Sida son católicas -con el dinero de la caridad--; el 44% pertenece a los gobiernos -instituciones financiadas con los impuestos--, el 11% a Organizaciones No Gubernamentales y un 8% a otras confesiones religiosas.

Las instituciones católicas forman, digamos, el principal «socio», pero no se quiere reconocer, entre otras cosas porque se dice que la Iglesia católica es «promotora» del Sida -una acusación banal- porque no permite el preservativo. Perdí el tiempo dos años detrás del Fondo Global. No conseguía absolutamente nada, a pesar de la buena voluntad de Thomson.

Después recibí otra propuesta: del «Leadership Fund», de parte de los EE. UU., que también se presentaba con unos 15 mil millones de dólares para ayudar a los enfermos de Sida en el mundo. Cuando acudí a Nueva York a ultimar las cosas constaté que se pretendía subordinar en cierta forma la Santa Sede a tal Fondo, no tanto para ayudar a los enfermos como para tener cierto control sobre ese 27% integrado por instituciones católicas. Fue una tergiversación de lo que se me había propuesto anteriormente. Ahí terminó todo.

Junto al cardenal Angelo Sodano, entonces secretario de Estado, me pregunté: si somos unos mil doscientos millones de católicos en el mundo, ¿por qué vamos mendigando ayudas donde no nos las quieren dar? ¿Por qué no fundamos una institución precisamente para ayudar a los enfermos de Sida más necesitados? Planteamos la idea a Juan Pablo II y la aprobó; surgió así «El Buen Samaritano» como Fundación. Y elegimos el nombre «El Buen Samaritano» porque es el que ayuda al enfermo más desprotegido, que es Cristo mismo en último término.

--¿La Fundación «El Buen Samaritano» canaliza toda la ayuda de la Iglesia por los enfermos del Sida?

--Cardenal Javier Lozano Barragán: En absoluto. La Fundación «El Buen Samaritano» promueve, orienta y coordina -hasta cierto punto-- las ayudas que se dan en toda la Iglesia y que brindan diversas organizaciones. Pensemos en el caso de Mozambique, donde está trabajando la Comunidad de San Egidio; allí no entramos. Actuamos donde nadie lo hace. Por eso animamos a las organizaciones de ayuda a los enfermos de Sida; les pedimos que se activen, incluso hasta hacer inoperante «El Buen Samaritano». Y si las organizaciones cubrieran todo, sería magnífico. Nuestra función es subsidiaria. Donde las instituciones no llegan, entonces sí entra la Santa Sede con la Fundación «El Buen Samaritano».

--¿Cómo concreta la Fundación sus objetivos? ¿Cómo detecta las necesidades más apremiantes?

--Cardenal Javier Lozano Barragán: Tenemos una forma peculiar para detectar las necesidades que existen en el mundo. Por un lado contamos con las estadísticas y conocemos los países que registran más enfermos de Sida y sus recursos, también de tipo gubernamental. Y así podemos dirigirnos a los países más pobres. En estos, nuestros interlocutores son los obispos, la Conferencia Episcopal. Les ofrecemos nuestra ayuda y nos confirman cuáles son las necesidades más apremiantes.

Puesto que tenemos pocos fondos, se deben administrar con mucha cautela. Cuando un obispo, por ejemplo, nos propone un caso concreto, le pedimos que se dirija al nuncio: éste debe aprobar la petición y ponerse en contacto con nosotros. Ello facilita mucho el proceso de ayuda; carecemos de burocracia. Los fondos los ingresamos en el «Instituto para las Obras de Religión», el I.O.R. [de la Santa Sede. NdR]. Los nuncios a su vez tienen sus fondos en el I.O.R. Si llega de Ghana la petición de una suma determinada, simplemente hacemos la transferencia de la cuenta de «El Buen Samaritano» a la del nuncio de Ghana. Basta con avisarle por teléfono de que se le ha enviado la suma para utilizarla en la necesidad que indicamos.

De igual forma, al carecer de una cantidad sustancial de fondos, nos dedicamos a suministrar antirretrovirales, o sea, medicinas. En alguna ocasión me han criticado diciendo que lo más importante es la prevención. Y estoy de acuerdo. Pero si, por ejemplo, encuentro a alguien muriéndose en la carretera, no le voy a leer el Código de la Circulación; lo que tengo que hacer es llevarle al hospital inmediatamente. Es lo que procuramos: atender al que está muriéndose; es la máxima prioridad. En el orden lógico, es prioritaria la prevención. En el orden real, es ayudar al que está en situación urgente. Y por eso nos centramos en los antirretrovirales. Si llegado un punto tenemos tales fondos que podemos hasta construir centros para enfermos de Sida, para los huérfanos, será estupendo; pero en este momento nuestros fondos no nos permiten llegar a esas necesidades.

--¿Qué aportaciones integran los fondos de «El Buen Samaritano»?

--Cardenal Javier Lozano Barragán: La fuente es toda la Iglesia católica; solicitamos a todos los países, a todos los episcopados, a todos los fieles, que nos ayuden. Y damos los datos necesarios para hacer llegar sus donativos.

Nosotros somos un puente. De acuerdo con el precio inferior que hemos podido conseguir de un laboratorio -cuyo nombre evito, por razones comerciales--, 217 dólares estadounidenses [unos 150 euros. NdR] por paciente al año, una persona nos hace llegar determinada suma a nuestra cuenta del I.O.R. o la transferimos ahí. Cuando recibimos una petición de determinado lugar --especialmente de África--, esa cantidad la enviamos para cubrir la necesidad específica a través del nuncio; la ayuda se convierte inmediatamente en medicina. El laboratorio del que hablé tienen filiales en muchísimas partes del mundo y el compromiso de darnos el tratamiento por paciente y año. En el lugar de que se trate enviamos a la persona que lo requiere al laboratorio designado o al punto farmacéutico correspondiente. Pedimos a los beneficiados el recibo y comprobamos el uso adecuado de los fondos.

--En líneas generales, ¿en qué se traducen los antirretrovirales para el enfermo?

--Cardenal Javier Lozano Barragán: En la prolongación de la vida. El nuncio en Ghana nos hablaba hace unos meses de un pequeño hospital donde había cincuenta muertos al mes; después de la ayuda de «El Buen Samaritano» con los antirretrovirales se registran solamente dos decesos al mes. Se potencian las defensas del organismo y se gana vida hasta donde el avance de la medicina lo permite.

--En lugar de una Jornada o de una Campaña especial de recogida de donativos, «El Buen Samaritano» sencillamente aprovecha el tiempo de Adviento y de Navidad para una sensibilización. Este año ha alertado especialmente del caso de los niños: ¿son los grandes olvidados del drama del Sida?

--Cardenal Javier Lozano Barragán: Nos estamos fijando en los enfermos de Sida más necesitados, y los más necesitados son los niños. Es tremenda la tragedia de los pequeños huérfanos o ya afectados por el Sida. Recientemente en Uganda, en Kilongo, en la frontera con Sudán, me reuní con una cantidad enorme de personas enfermas de Sida. El superior de la misión del hospital de Kilongo me presentó a cincuenta niños --todos de menos de diez años de edad, todos huérfanos del Sida-- para que les hablara, para infundirles confianza, para enviarles nosotros los medicamentos y que así puedan ir a la escuela y llevar una vida más o menos normal.

El problema de los huérfanos es horrible: los jóvenes padres de estas nuevas generaciones han muerto; ahora los niños pasan a la casa de los abuelos, y estos no tienen capacidad física ni emocional para mantenerlos en todas sus necesidades. No es raro encontrar en una familia diez o quince niños por lo menos. Y los abuelos renuncian a ocuparse más que de dos o tres. «¿Y los demás qué hacen?», pregunté; «¿a la selva?». Pues sí: como los animalitos, y ya se verá qué les sucede.

Estamos ante una tragedia inminente: hay cerca de dos millones y medio de niños huérfanos y afectados de Sida en África en este momento.

Los donativos que recibimos proceden de católicos; también se suman personas de buena voluntad. Tampoco nosotros preguntamos a un enfermo cuál es su credo para ayudarle.

No se trata de campañas con un plazo determinado. Igual que, desgraciadamente, no hay una fecha para contagiarse de Sida, tampoco hay una fecha para recibir ayudas. El contagio es crónico, permanente. Así que la ayuda también debería ser crónica, permanente.

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Formas de envío de donativos a la Fundación «El Buen Samaritano» en cualquier momento del año:

-- Cheque Bancario Internacional a nombre de: «Cardenal Javier Lozano Barragán, presidente de la Fundación El Buen Samaritano, Ciudad del Vaticano».

-- Transferencia bancaria a la cuenta corriente del «Instituto per le Opere di Religione - I.O.R.» de la Santa Sede a nombre de la «Fundación El Buen Samaritano, Ciudad del Vaticano»: cuenta nº 14825.008 (para donativos en euros); cuenta nº 14825.007 (para donativos en dólares estadounidenses).

La recepción, estudio y aprobación de proyectos de ayuda en este campo competen al Consejo de Administración de la Fundación «El Buen Samaritano», cuya sede está en el

Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud (http://www.healthpastoral.org/)

Palazzo S. Paolo

00120 Ciudad del Vaticano

Teléfono: +39.06.69883138

Fax: +39.06.6988.3139

E-mail: goodsamaritan@hlthwork.va ;
opersanit@hlthwork.va

Las oficinas está situadas en:

Via della Conciliazione, 3

00193 Roma

sábado, 5 de enero de 2008

El escándalo del aborto llama a despertar conciencias / Autora: Marta Lago

Entrevista con el presidente del Instituto de Política Familiar en España

MADRID/BRUSELAS, (ZENIT.org).- Europa, un aborto cada treinta segundos; España, un aborto cada cinco minutos. El reciente estallido de la magnitud del aborto en suelo español al menos está movilizando la conciencia ciudadana y se puede emprender el camino «del principio del fin» de esta tragedia, confía el presidente del Instituto de Política Familiar (IPF) en el país, Eduardo Hertfelder.

De su mano nació esta institución civil (http://www.ipfe.org) hace siete años en España. Su implantación es internacional. Está presente en Francia, Noruega, Suiza, Bélgica --con delegación propia en Bruselas--, y en parte de Latinoamérica. Está en el Intergrupo de Familia e Infancia del Parlamento Europeo y goza de estatus consultivo en las Naciones Unidas.

El IPF busca el apoyo y la promoción de la institución familiar a través de la sensibilización de la sociedad haciendo visible la problemática que sufre la familia.

Para ello realiza informes, estudios y encuestas --que analizan la realidad con ayuda de un equipo multidisciplinar de expertos, partiendo rigurosamente de estadísticas oficiales-- y genera propuestas y soluciones que presenta a la sociedad y a las Administraciones Públicas y partidos políticos para implementar una verdadera política integral de la familia.

«Queremos que la familia sea considerada como patrimonio de la humanidad por parte de las legislaciones nacionales y supranacionales», declara Hertfelder a Zenit; «que se desarrollen normas y políticas públicas con perspectiva de familia» porque «no basta con considerarla en el plano teórico».

«Hay que pasar al terreno práctico tratando a la familia como célula básica de la sociedad»,
una demanda que Hertfelder desarrolla en esta entrevista concedida a Zenit a raíz de la evidencia de la magnitud del aborto en España, un drama que no conoce fronteras.

--Ha estallado el escándalo del aborto en España. El IPF tuvo que dar la voz de alarma porque el Ministerio de Sanidad estaba ocultando las cifras de abortos...

--Eduardo Hertfelder: Así es. El proceso es el siguiente: las clínicas abortivas, cuando practican abortos quirúrgicos, envían esos datos a las distintas Consejerías de las Comunidades Autónomas y éstas a su vez los transmiten al Ministerio de Sanidad, el cual, con todo ello, elabora un informe que tiene que estar preparado al final de cada año respecto al anterior, esto es, en diciembre de 2007 --como muy tarde-- se tienen que publicar los datos correspondientes a 2006.

Pero el Ministerio de Sanidad --en las distintas Administraciones y más en la actual-- está promocionando el aborto en varios niveles: ante todo con la falta de visibilidad del número de abortos. Pero también digamos que se engaña a la gente con la terminología, porque ya no se habla de aborto, sino de «interrupción voluntaria del embarazo», y ni siquiera de ello, sino de sus siglas, «IVE». Tampoco se habla ya de número de abortos, sino de tasa de abortos, y cuando se transmite a la sociedad, por ejemplo, que la tasa de abortos se ha elevado del 9,60 al 10,62 (en un año), pasa inadvertido este drama; la gente es insensible a lo que sucede. Si además la publicación de estos datos se realiza a finales de año -cumpliendo la ley--, pero en plenas vacaciones [de Navidad. NdR], pasa absolutamente desapercibido.

Consideramos que sido deliberado, por parte de la Administración, el intento de que esta realidad pasara desapercibida. Hemos demandado que los datos se vayan publicando a medida que se conozcan, primero por parte de las Comunidades Autónomas, y que luego la Administración Central no espere al último día.

Esta vez se llegó al extremo de que, habiendo comenzado el año 2008, todavía no se habían publicado las cifras de 2006, y nos consta que ello obedecía a que el número anual de abortos había cruzado el umbral de los 100 mil.

Publicamos desde el IPF una nota el 2 de enero denunciando esta ocultación; enseguida los medios de comunicación empezaron a difundirla y a llamar al Ministerio de Sanidad; éste cita la presión de los medios y de los distintos agentes sociales para haber hecho públicos los datos al poco tiempo.

--¿Opina que existe alguna relación con el hecho de que se destapara, también recientemente, la actuación ilegal de clínicas abortistas?

--Eduardo Hertfelder: Efectivamente. Es que no sólo las cifras de abortos eran muy significativas, sino que por primera vez en España, después de mucho tiempo, se había reavivado el debate del aborto al difundirse un vídeo, hace un año, en la televisión pública danesa sobre casos de práctica ilegal del aborto en nuestro país. Eso provocó la movilización legal de una plataforma ciudadana, «E-cristians», que fue tenida en cuenta y provocó que recientemente se desencadenara en Madrid y en Barcelona el cierre judicial de algunas clínicas que estaban realizando abortos ilegales.

Se pudo contemplar qué significa realmente el aborto; se pudo saber de médicos -si se les puede llamar así- sin escrúpulos que sólo buscan aumentar su negocio a costa de madre e hijo. Se produjo una sensibilización de la sociedad al ver estas imágenes espeluznantes. Intentando frenar el debate, la Administración por su parte retenía las cifras. La sociedad reclamó esos datos y no ha habido más remedio que publicarlos.

--¿Qué realidad reflejan las estadísticas oficiales?

--Eduardo Hertfelder: Que en España se han practicado 101.592 abortos en 2006.

Para captar la magnitud de lo que estamos hablando esto se traduce en que se practica un aborto cada cinco minutos en nuestro país. Cada día, 278 abortos; en una hora, 12 abortos. Esto debería hacer reflexionar a las Administraciones.

Además tengamos en cuenta que el aborto se ha duplicado en España en los últimos diez años, que el ritmo de crecimiento de esta práctica en nuestro país es el mayor de los 27 países de la Unión Europea, que la legislación española al respecto es muy débil [el Código Penal despenaliza el aborto en caso de malformación del feto (hasta las 22 semanas de gestación), en caso de violación (hasta las 12 semanas); en tercer lugar, se puede abortar sin límite de tiempo en caso de riesgo físico o psíquico para la salud de la madre, pero tal riesgo ha de ser grave. NdR].

El «riesgo físico y psicológico» implica que el 97% de los abortos se practican bajo esta previsión. Dentro de ese 97% --según nuestras estimaciones, porque faltan datos oficiales-- más del 90% de los abortos se acogen al riesgo psicológico, que se ha convertido en el gran coladero del aborto, dado que incluso ese riesgo psicológico no contempla límites de plazo: se puede abortar en cualquier momento de la gestación. Por eso, aunque no «de derecho», sí se produce «de hecho» el aborto libre en España.

--Aparte de esta permisividad legal, ¿qué otros motivos están llevando al aborto, a su incremento, a decidirse por esa dramática opción?

--Eduardo Hertfelder: En primer lugar insistamos en que el aborto es un negocio para muchísimas personas a costa de la vida de los niños y del drama y del daño psicológico que produce a las madres.

En segundo lugar existe una campaña errónea: se ha transmitido a la sociedad la «educación» -por llamarla así- sexual del «haz lo que quieras, como quieras y con quien quieras, porque se trata de un juego sin consecuencias». Se transmite una visión de la sexualidad centrada en la genitalidad, desgajada del amor y de la entrega a otra persona; se inculca, por ejemplo, que el preservativo es 100% «seguro», cuando científicamente no es así; y si hay algún «problema» se «soluciona» con la «píldora del día después». Todo esto además supone un gran negocio en España para clínicas, médicos y empresas farmacéuticas. Y está llevando a un aumento de los embarazos no deseados, por lo que se recurre al aborto quirúrgico.

--La divulgación científica y una información al alcance de todos hace difícil pensar que quien practica, colabora o recurre al aborto no sepa que se trata de la eliminación de una persona...

--Eduardo Hertfelder: El ser humano cae muchas veces en la negación, en todos los sentidos, y no quiere ver la problemática, porque de ser así hay que comprometerse. Además reiteradamente se ha transmitido que el aborto no tiene trascendencia, que es un «derecho», y que se gesta «algo» --no «alguien»-- que se puede extirpar en cualquier momento, y que no produce daños psicológicos a la madre ni para el niño -porque se difunde que no es tal--.

Ante esta visión ha faltado una reacción clara y una transmisión veraz de qué es el aborto. Cargamos ahora con las consecuencias de que se haya impregnado «con éxito» a la sociedad de una «cultura» contraria a la persona y a la vida.

--Todo este escándalo ha suscitado al menos perplejidad en la opinión pública. Podría ser un momento adecuado para despertar la conciencia personal y social de la gravedad del aborto y de sus repercusiones. ¿Qué sugiere para frenar esta tendencia del aborto e incluso ponerle punto final?

--Eduardo Hertfelder: No sólo «podría», sino que éste tiene que ser el momento que marque un punto de inflexión para que la gente se sensibilice sobre que realmente se están eliminando personas, y psicológicamente también se está destruyendo la vida de la madre, abocada al aborto.

Paradójicamente, ante estas cifras de abortos, la tendencia es incrementar la píldora del día después y el preservativo, por ejemplo. En lugar de admitir que se ha transmitido una visión errónea e irresponsable de la sexualidad, y que esto lleva al aborto y a su incremento, se incide en los medios contraceptivos. Por lo menos la sociedad se está dando cuenta de que esto no da resultado.

Es el momento, subrayo, de que haya un giro, y ello dependerá de la movilización de la sociedad civil y de la exigencia que se transmita a los partidos políticos y a las Administraciones. Si se prosigue con esta sensibilización que está produciéndose en muchos sectores y niveles de la sociedad española, será el comienzo del fin del aborto en España. Pero aún queda camino.

--El IPF tiene experiencia en el análisis de problemáticas familiares y en la aportación de soluciones. Goza de estatus consultivo especial con el Consejo Económico y Social de la ONU. ¿Podría apuntar algunos pasos en este camino que opta por la vida, o algunas medidas para que la sociedad prosiga en su movilización?

--Eduardo Hertfelder: Sí. Se trata de actuaciones a varios niveles. En primer lugar, se requiere seguir sensibilizando a la sociedad a través de los medios de comunicación, de dar visibilidad a esta problemática, pero también hay que llegar a las Administraciones. Por ejemplo, dado que en España emprendemos ahora el itinerario electoral, desde el IPF y otras instituciones estamos teniendo contactos con los partidos políticos para que incluyan medidas ante todo de apoyo a la mujer embarazada, para que ésta no sufra obstáculos para tener los hijos que quiera; hay que implementar los mecanismos de apoyo a la natalidad, se necesita voluntad política de ayuda a la mujer embarazada. Pensemos, por ejemplo, en la población inmigrante, cuyos recursos económicos son muy limitados: estamos hablando del 10% de nuestro país.

Por otro lado, está la propia ley del aborto en España. Ante todo, se necesita un compromiso para evitar el «coladero» del que hablábamos antes. En segundo lugar es necesario llegar a eliminar ese supuesto normativo del «riesgo psicológico», porque cuando una persona tiene un problema psicológico hay que ayudarle a resolverlo, no a crear otro aún mayor. Como primera etapa, eliminando ese «riesgo psicológico» de la ley, se evitaría ya el 90% de los abortos. Si se logra esto, y se sigue concienciando a la sociedad, se pueden emprender otras etapas hasta que verdaderamente la vida sea totalmente defendida en España.

--Desde que se «legalizó» el aborto en España, en 1985, se ha superado la cifra de 1.100.000 abortos registrados hasta el año 2006...

--Y por esos niños a los que se les ha impedido nacer también ha quedado afectada la vida de los padres por la decisión del aborto, por no mencionar a otros familiares. La cifra de personas digamos destruidas se multiplica...

--¿El IPF ha pulsado la reacción internacional al escándalo del aborto?

--Eduardo Hertfelder: Así es. En nuestra publicación del «Informe de la evolución de la Familia en Europa 2006» [NdR: disponible en el enlace http://www.ipfe.org/Informe_Evolucion_Familia_Europa_2006_Espanol.pdf ] advertimos hace unos meses de que en Europa se practican un millón de abortos al año, o sea, un aborto cada treinta segundos.

Presentamos este informe en el Parlamento Europeo, convocando una reunión abierta, y muchos europarlamentarios y representantes de medios de comunicación admitieron que hasta entonces no tenían conciencia de la gravedad de lo que se está viviendo. Por unas u otras razones, era un tema que no se había abordado y constataron que debía entrar en la agenda política y mediática. Han empezado a sensibilizarse y se está creando una corriente de apoyo a la vida y a la mujer embarazada en el Parlamento Europeo, si bien aún incipiente.

Confirmo que se está produciendo un surgimiento de distintas iniciativas en esta línea en muchos lugares. Se ha creado -y el IPF lo ha apoyado- un frente parlamentario mundial por la vida, es decir, distintos parlamentarios se han comprometido a luchar por la vida en sus respectivos parlamentos. De hecho, nació en Chile esa experiencia, y allí se logró frenar, por mayoría, una ley pro-aborto de Bachelet. Esa iniciativa local se está extendiendo: dentro de la sociedad también se están sensibilizando los parlamentarios, y es el comienzo para que se cree una cultura a favor de la vida y una legislación a favor de la vida.

El siguiente paso será en la ONU. En su seno el IPF, con distintos grupos también con estatus consultivo, tuvo una actuación muy importante denunciando el infanticidio femenino en China a través del aborto. Hemos logrado que la ONU lo empiece a abordar a través de sus documentos. Es un primer paso que tanto en ese nivel como en el Parlamento Europeo y en los nacionales se empiece a contemplar el tema de la vida como tema de agenda de debate y legislativa.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Descubrir la paternidad de Dios, propuesta a e-peregrinos de la JMJ’08 / Autora: Marta Lago






La gran cita del Papa con los jóvenes del mundo en Sydney

SYDNEY, diciembre 2007 (ZENIT.org).- Descubrir, conocer y tratar a Dios como Padre amoroso y misericordioso: es la invitación a los jóvenes que ya peregrinan «virtualmente» hacia Sydney (Australia), diócesis anfitriona de la Jornada Mundial de la Juventud 2008 (JMJ).

La propuesta se lanza en la edición de diciembre de e-PEREGRINACIÓN («e-PILGRIMAGE>»), un instrumento nuevo en las JMJ para llegar a los jóvenes y prepararles al gran encuentro de fe y fiesta con el Papa del próximo verano.

«En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt 28,19)» es el versículo evangélico que recorre el boletín. Con él inicia su «Mensaje de esperanza» el obispo Anthony Fisher --coordinador de la JMJ'08--, empezando por la primera persona de la Santísima Trinidad.

Consciente de que «todos ansiamos el amor de un padre, que siempre esté allí para nosotros, para darnos la fortaleza y la seguridad que todos necesitamos», el prelado exhorta a los jóvenes a contar con Dios.

Y ello contemplando a Jesús, que «es también Hijo de Alguien, es Hijo del Padre, de Dios Padre, que también es nuestro Padre», explica.

Además «Jesús nos muestra la paternidad de Dios en todo su esplendor», por ejemplo en la parábola del hijo pródigo, en la que «Dios se da a conocer como Padre amoroso y misericordioso, manifestando un amor sin medida como un rasgo fundamental de la paternidad por encima de cualquier otra característica», subraya el obispo Fisher.

Es evidencia de «la opción de Dios por el hombre, el compromiso total de Dios hacia nosotros como Nuestro Padre, aún cuando nos hayamos extraviado del camino», confirma.

La misericordiosa paternidad de Dios es el eje de la revelación de Cristo; de ahí que «la confianza filial y amorosa, y la obediencia», sean «las actitudes básicas que Cristo nos invita a vivir», y «Él nos ayuda con la presencia del Espíritu a alcanzar su propia plenitud, el modelo del Hijo», sintetiza el prelado.

Y como «en Cristo hemos sido adoptados como hijos de Dios», «nuestra identidad es vivir la confianza filial en Dios Padre», aclara a los jóvenes peregrinos.

También de la mano de Jesús aprendemos cómo debe ser nuestra relación con el Padre: con confianza e intimidad, porque Cristo dijo: «Abbà, Padre».

«El Señor Jesús revela plenamente que Dios es "Abbà" ("papá") y anima a los hombres a hablarle a Dios Padre de esa manera», subraya el obispo Fisher, citando posteriormente a San Pablo, quien dice: «No habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor, sino el Espíritu de hijos adoptivos que nos permite clamar: Abbà, Padre».

«Que la preparación de la JMJ'08 te acerque cada vez más a casa, al corazón de Tu Padre», desea a los jóvenes.

La sección «Fundamentos de Fe» de esta edición de e-PEREGRINACIÓN> profundiza en la paternidad de Dios, y en «Escritos inspirados» ofrece un extracto del libro «Cruzando el umbral de la esperanza», en el que Juan Pablo II apuntó la «actitud padre-hijo» como «una actitud permanente» que «pertenece al misterio trinitario de Dios mismo, que se irradia desde Él hacia el hombre y hacia su historia».

Este mes, el boletín publica además la Letanía de la Jornada Mundial de la Juventud 2008, adaptada de una tradicional Letanía al Espíritu Santo. La ofrecemos íntegramente:

Señor ten piedad.
Cristo ten piedad.
Señor ten piedad.

Dios Padre Todopoderoso - ten piedad de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo - sálvanos.
Dios Espíritu Santo, amor infinito del Padre y del Hijo - santifícanos.
Santísima Trinidad, un solo Dios - escúchanos.

Padre Amantísimo - te consagramos la Jornada Mundial de la Juventud.
Padre Amantísimo - guía al Papa Benedicto y a todos los líderes de tu Iglesia.
Padre Amantísimo - inspira a todos los organizadores de la Jornada Mundial de la Juventud.
Padre Amantísimo - únelos y protégelos con tu amor paternal.
Padre Amantísimo - envíanos el Espíritu Santo.

Señor Jesucristo - haznos Tus testigos.
Señor Jesucristo - multiplica los esfuerzos de todos los que trabajan para la Jornada Mundial de la Juventud.
Señor Jesucristo - ayúdanos a llevar tu cruz y a seguirte.
Señor Jesucristo - dirígenos bajo el signo celestial de la Cruz del Sur.
Señor Jesucristo - envíanos el Espíritu Santo.

Espíritu Santo, que procedes del Padre y del Hijo - ten piedad de nosotros.
Espíritu Santo, co-substancial con el Padre y con el Hijo - ten piedad de nosotros.
Promesa del Padre - ten piedad de nosotros.
Consolador y Santificador - ten piedad de nosotros.
Rayo de luz celestial - ten piedad de nosotros.
Creador de todo lo que es bueno - ten piedad de nosotros.
Fuente de agua celestial - ten piedad de nosotros.
Fuego ardiente - ten piedad de nosotros.
Caridad ardiente - ten piedad de nosotros.
Unción Espiritual -ten piedad de nosotros.
Soberano de la Iglesia y del Universo - ten piedad de nosotros.
Los Siete Dones de Dios - ten piedad de nosotros.
Espíritu de sabiduría y entendimiento - entra en nuestros corazones.
Espíritu de consejo y fortaleza - entra en nuestros corazones.
Espíritu de ciencia y piedad -entra en nuestros corazones.
Espíritu de reverencia y maravilla - entra en nuestros corazones.
Espíritu de gracia y oración - entra en nuestros corazones.
Espíritu de paz y mansedumbre - entra en nuestros corazones.
Espíritu de modestia e inocencia - entra en nuestros corazones.
Espíritu de amor y piedad -entra en nuestros corazones.
Espíritu de verdad, belleza y bondad - entra en nuestros corazones.

Nuestra Señora de la Cruz del Sur, Auxilio de los Cristianos - ruega por nosotros.

San Pedro Chanel, testigo del Pacífico de la fe hasta la muerte - ruega por nosotros.
Santa Teresa de Lisieux, testigo de confianza y sencillez - ruega por nosotros.
Santa María Goretti, testigo de castidad y de perdón - ruega por nosotros.
Santa Faustina, testigo de la misericordia y de la compasión de Dios - ruega por nosotros.

Beata Maria MacKillop, testigo para los jóvenes y los que están alejados - ruega por nosotros.
Beato Pier Giorgio Frassati, testigo de justicia y caridad - ruega por nosotros.
Beata Teresa de Calcuta, testigo de los pobres y de los moribundos - ruega por nosotros.
Beato Pedro To Rot, testigo de la fe y de la familia - ruega por nosotros.

Siervo de Dios, Juan Pablo II, padre de la Jornada Mundial de la Juventud - ruega por nosotros.

Santos y santas de Dios - rogad por nosotros.

Ven Espíritu Santo, ilumina los corazones de Tus fieles - enciende en ellos el fuego de Tu amor.
Envía Tu Espíritu y serán creados - y renovarás la faz de la tierra.

Oremos:

Espíritu Santo, derrama Tu gracia
sobre la Gran Tierra del Sur del Espíritu Santo
y concédenos un nuevo Pentecostés.
Haz de esta tierra un verdadero lugar de bienvenida
para los jóvenes del mundo.
Concédeles a todos los jóvenes que participarán
la conversión de sus vidas, una fe más profunda y amor por todos.
Permíteles que construyan una nueva civilización de vida, amor y verdad.
Hazles verdaderos testigos de Tu gracia y poder. Amén

En el enlace http://www.wyd2008.org/index.php/es/pilgrims_registration/epilgrimage se puede descargar íntegramente el boletín en formato pdf.

Del 15 al 20 de julio de 2008 la JMJ reunirá a jóvenes de todo el mundo junto al Papa. Las palabras de Jesús «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos» (Hechos 1, 8) es el lema elegido para la convocatoria.

Más información e inscripciones en la web oficial plurilingüe www.wyd2008.org.

viernes, 21 de diciembre de 2007

«Alegres en la esperanza» / Autor: Raniero Cantalamessa OFM Cap

Tercera predicación de Adviento del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 21 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la tercera y última predicación de Adviento que, en presencia de Benedicto XVI, ha pronunciado el padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap., predicador de la Casa Pontificia.

Eje de estas meditaciones es el tema «Nos ha hablado por medio del Hijo» (Hebreos 1, 2); han asistido también a este camino de preparación de la Navidad, en la capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico del Vaticano, colaboradores del Santo Padre.

Las predicaciones anteriores se publicaron íntegramente el 7 y el 14 de diciembre.

* * *

P. Raniero Cantalamessa


Tercera Predicación de Adviento
a la Casa Pontificia

Spe gaudentes, alegres en la esperanza


1. Jesús, el Hijo

En esta tercera y última meditación, dejando ya a los profetas y a Juan el Bautista, nos concentramos exclusivamente en el punto de llegada de todo: el «Hijo». Desde esta perspectiva, el texto de Hebreos evoca de cerca la parábola de los viñadores infieles. También ahí, Dios envía primero a siervos; después, «por último», envía al Hijo diciendo: «A mi Hijo le respetarán» (Mt 21, 33-41).

En un capítulo del libro sobre Jesús de Nazaret, el Papa ilustra la diferencia fundamental entre el título «Hijo de Dios» y el de «Hijo» sin más añadidos. El sencillo título de «Hijo», al contrario de cuanto se podría pensar, es mucho más rico de significado que «Hijo de Dios». Este último llega a Jesús tras una larga hilera de atribuciones: así había sido definido el pueblo de Israel y, singularmente, su rey; así se hacían llamar los faraones y los soberanos orientales, y de tal forma se proclamará el emperador romano. De por sí, no habría sido suficiente por eso para distinguir a la persona de Cristo de cualquier otro «hijo de Dios»

Es distinto el caso del título de «Hijo», sin otro añadido. Aparece en los evangelios como exclusivo de Cristo y es con él que Jesús expresará su identidad profunda. Después de los evangelios es precisamente la Carta a los Hebreos la que testimonia con más fuerza este uso absoluto del título «el Hijo»; está presente allí cinco veces.

El texto más significativo en el que Jesús se define a sí mismo «el Hijo» es Mateo 11, 27: «Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». La frase, explican los exégetas, tiene un claro origen arameo y demuestra que los desarrollos posteriores que se leen, al respecto, en el evangelio de Juan tienen su origen remoto en la conciencia misma de Cristo.

Una comunión de conocimiento tan total y absoluta entre Padre e Hijo, observa el Papa en su libro, no se explica sin una comunión ontológica o del ser. Las formulaciones posteriores culminantes en la definición de Nicea, del Hijo como «engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre», son por lo tanto desarrollos osados, pero coherentes con el dato evangélico.

La prueba más fuerte del conocimiento que Jesús tenía de su identidad de Hijo es su oración. En ella la filiación no está sólo declarada, sino vivida. Por el modo y la frecuencia con que recurre en la oración de Cristo, la exclamación Abbà da testimonio de una intimidad y familiaridad con Dios sin igual en la tradición de Israel. Si la expresión se ha conservado en su lengua originaria y se ha convertido en la característica de la oración cristiana (Ga 4,6; Rm 8,15) es porque hubo el convencimiento de que se trató de la forma típica de la oración de Jesús [1].

2. ¿Un Jesús de los ateos?

Este dato evangélico proyecta una luz singular sobre el debate actual en torno a la persona de Jesús. En la introducción de su libro, el Papa cita la afirmación de R. Schnackenburg según el cual «sin el arraigo en Dios la persona de Jesús es fugaz, irreal e inexplicable». «Éste -declara el Papa-- es también el punto de apoyo en que se basa mi libro: considera a Jesús a partir de su comunión con el Padre. Éste es el verdadero centro de su personalidad» [2].

Ello evidencia, en mi opinión, la problemática de una investigación histórica sobre Jesús que no sólo prescinda, sino que excluya de partida la fe; en otras palabras, la plausibilidad histórica de aquello que se ha definido a veces «el Jesús de los ateos». No hablo, en este momento, de la fe en Cristo y en su divinidad, sino de fe en la acepción más común del término, de fe en la existencia de Dios.

Lejos de mí la idea de que los no creyentes no tengan derecho a ocuparse de Jesús. Lo que desearía poner de manifiesto, partiendo de las afirmaciones del Papa citadas, son las consecuencias que se derivan de un punto de partida tal, esto es, cómo la «precomprensión» de quien no cree incide en la investigación histórica enormemente más que la del creyente. Lo contrario de lo que los estudiosos no creyentes piensan.

Si se niega o se prescinde de la fe en Dios, no se elimina sólo la divinidad, o el llamado Cristo de la fe, son también al Jesús histórico tout court; no se salva ni el hombre Jesús. Nadie puede contestar históricamente que el Jesús de los evangelios vive y actúa en continua referencia al Padre celestial, que ora y enseña a orar, que funda todo sobre la fe en Dios. Si se elimina esta dimensión del Jesús de los evangelios no queda de Él absolutamente nada.

Así que si se parte del presupuesto, tácito o declarado, de que Dios no existe, Jesús no es más que uno de tantos ilusos que oró, adoró, habló con su propia sombra, o con la proyección de la propia esencia, en términos de Feuerbach. Jesús sería la víctima más ilustre de lo que el ateo militante Dawkins define «la ilusión de Dios» [3]. Pero ¿cómo se explica entonces que la vida de este hombre "haya cambiado el mundo" y que, a dos mil años de distancia, siga interpelando a los espíritus como ningún otro? Si la ilusión es capaz de obrar lo que hizo Jesús en la historia, entonces Dawkins y los demás tal vez deben revisar su concepto de ilusión.

Existe una sola vía de salida para esta dificultad, la que se abrió camino en el ámbito del «Jesus Seminar» de Berkeley, en los Estados Unidos. Jesús no era un creyente judío; en el fondo era un filósofo itinerante, al estilo de los cínicos [4]; no predicó un reino de Dios, ni un cercano final del mundo; sólo pronunció máximas sapienciales al estilo de un maestro Zen. Su objetivo era reavivar en los hombres la conciencia de sí, convencerles de que no tenían necesidad ni de él ni de otro dios, porque ellos mismos llevaban en sí una chispa divina [5]. ¡Se trata de las cosas -mira por dónde- que lleva décadas predicando la Nueva Era! Una enésima imagen de Jesús producto de la moda del momento. Es verdad: sin el arraigo en Dios, la figura de Jesús es «fugaz, irreal e inexplicable».

3. Preexistencia de Cristo y Trinidad

También en este punto, igual que en la reducción de Jesús a un profeta, el problema no se plantea sólo en la discusión con la crítica no creyente; se suscita, de manera y con espíritu distinto, incluso en el debate teológico dentro de la Iglesia. Veamos en qué sentido.

Acerca del título de Hijo de Dios se asiste a una especie de vuelta al origen en el Nuevo Testamento: al principio se pone en relación con la resurrección de Cristo (Rm 1, 4); Marcos da un paso atrás y lo sitúa en relación con su bautismo en el Jordán (Mc 1, 11); Mateo y Lucas lo remontan a su nacimiento de María (Lc 1, 35). La Carta a los Hebreos obra el salto decisivo, afirmando que el Hijo no empezó a existir en el momento de su venida entre nosotros, sino que existe desde siempre. «Por medio de Él --dice-- [Dios] hizo también el mundo», Él es «resplandor de su gloria e impronta de su sustancia». Una treintena de años después Juan consagrará esta conquista iniciando su evangelio con las palabras: «En el principio era el Verbo...».

Pero sobre la preexistencia de Cristo como Hijo eterno del Padre se han planteado, en el ámbito de algunas de las llamadas «nuevas cristologías», tesis bastante problemáticas. En ellas se afirma que la preexistencia de Cristo como Hijo eterno del Padre es un concepto mítico derivado del helenismo. En términos modernos, esto significaría sencillamente que «la relación entre Dios y Jesús no se desarrolló sólo en un segundo tiempo y por así decirlo casualmente, sino que existe a priori y está fundada en Dios mismo».

En otras palabras, Jesús preexistía en sentido intencional, no real; esto es, en el sentido de que el Padre, desde siempre, había previsto, elegido y amado como hijo al Jesús que un día nacería de María. Preexistía, por lo tanto, no de manera distinta a la de cada uno de nosotros, dado que todo hombre, dice la Escritura, ha sido «elegido de antemano» por Dios como su hijo, ¡antes de la creación del mundo! (Ef 1,4).

Junto a la preexistencia de Cristo entra, en esta perspectiva, también la fe en la Trinidad. Ésta se reduce a algo heterogéneo (una persona eterna, el Padre, más una persona histórica, Jesús, más una energía divina, el Espíritu Santo); algo, además, que no existe ab aeterno, sino que se hace en el tiempo.

Me limito a observar que tampoco esta tesis es nueva. La idea de una preexistencia sólo intencional y no real del Hijo fue planteada, debatida y rechazada por el pensamiento cristiano antiguo. Así que no es verdad que venga impuesta por concepciones nuevas, ya no míticas, que tenemos de Dios, igual que no es cierto que la idea contraria, de una preexistencia eterna, era la única solución concebible en el contexto cultural antiguo y que los Padres no tenían, entonces, posibilidad de elección.

Fotino, en el siglo IV, ya conocía la idea de una preexistencia de Jesús «a modo de previsión» (kata prôgnosin) o «a modo de anticipación» (prochrestikôs). Contra él decretó un sínodo: «Si alguien dice que el Hijo, antes de María, existía sólo según previsión y que no es generado por el Padre antes de los siglos para ser Dios y por medio suyo hacer llegar a la existencia toda las cosas, que sea anatema» [6]. La intención de estos teólogos era elogiable: traducir a un lenguaje comprensible para el hombre de hoy el dato antiguo. Pero lamentablemente, una vez más, lo que se traduce en lenguaje moderno no es el dato definido por los concilios, sino el condenado por los concilios.

Ya san Atanasio observaba que la idea de una Trinidad formada de realidades heterogéneas compromete precisamente la unidad divina que con aquella se quiere asegurar. Si además se admite que Dios «se hace» en el tiempo, nadie nos asegura que su crecimiento y su transformación hayan terminado. Quien deviene, devendrá todavía [7]. ¡Cuánto tiempo y esfuerzo nos ahorraría un conocimiento menos superficial del pensamiento de los Padres!

Desearía concluir esta parte doctrinal de nuestra meditación con una nota positiva, a mi entender de extraordinaria importancia. Durante casi un siglo, desde que Wilhelm Bousset, en 1913, escribió su famoso libro sobre el Kyrios Christos [8], en el ámbito de los estudios críticos ha dominado la idea de que el origen del culto de Cristo como ser divino habría que buscarlo en el contexto helenístico, por lo tanto mucho después de la muerte de Cristo.

En el ámbito de la llamada «tercera investigación» sobre el Jesús histórico, recientemente ha retomado la cuestión desde sus fundamentos Larry Hurtado, profesor de lengua, literatura y teología del Nuevo Testamente en Edimburgo. He aquí la conclusión a la que llega, al término de una investigación de más de 700 páginas:

«La veneración de Jesús como figura divina irrumpió de improviso y rápidamente, no poco a poco y tardíamente, entre círculos de seguidores del siglo I. Más específicamente, los orígenes están en los círculos cristianos judaicos de los primerísimos años. Sólo un modo de pensar iluso sigue atribuyendo la veneración de Jesús como figura divina decisivamente a la influencia de la religión pagana y a la influencia de los gentiles conversos, presentándola como un desarrollo tardío y gradual. Más aún, la veneración de Jesús como "Señor", que encontraba expresión adecuada en la veneración cultual y en la obediencia total, era además general, no limitada ni atribuible a círculos particulares, por ejemplo los "helenistas" o los cristianos gentiles de un hipotético "culto de Cristo sirio". Con toda la diversidad del primer cristianismo, la fe en la condición divina de Jesús era sorprendentemente común» [9].

Esta rigurosa conclusión histórica debería poner fin a la opinión, aún dominante en una cierta divulgación, según la cual el culto divino de Cristo sería un fruto posterior de la fe (impuesto por ley por Constantino en Nicea, en el año 325, ¡según Dan Brown y su Código da Vinci!)

4. La «niña Esperanza»

Además del libro sobre Jesús de Nazaret, el Santo Padre este año nos ha hecho regalo igualmente de la encíclica sobre la esperanza. La utilidad de un documento pontificio, además de su altísimo contenido, está también en el hecho de que concentra en un punto la atención de todos los creyentes, estimulando sobre él la reflexión. En esta línea, querría hacer aquí una pequeña aplicación espiritual y práctica del contenido teológico de la encíclica, mostrando cómo el texto que hemos meditado de la Carta a los Hebreos puede contribuir a alimentar nuestra esperanza.

En la esperanza -escribe el autor de la Carta con una bellísima imagen destinada a hacerse clásica en la iconografía cristiana-- «tenemos como segura y sólida un ancla de nuestra alma, que penetra hasta más allá del velo del santuario, donde entró por nosotros como precursor Jesús» (Hb 6, 17-20). El fundamento de esta esperanza es precisamente el hecho de que «en estos últimos tiempos Dios nos ha hablado por medio del Hijo». Si nos ha dado al Hijo, dice san Pablo, «¿cómo no nos dará con Él todas las cosas?» (Rm 8,32). He aquí por qué «la esperanza no falla» (Rm 5,5): el don del Hijo es prenda y garantía de todo lo demás y, en primer lugar, de la vida eterna. Si el Hijo es «heredero de todo» (heredem universorum) (Hb 1,2), nosotros somos sus «coherederos» (Rm 8,17).

Los viñadores inicuos de la parábola, viendo llegar al hijo, se dicen: «Éste es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia» (Mt 21,38). En su omnipotencia misericordiosa, Dios Padre ha transformado en un bien este proyecto criminal. ¡Los hombres han matado al Hijo y han alcanzado de verdad la herencia! Gracias a esa muerte, se han convertido en «herederos de Dios y coherederos de Cristo».

Nosotros, criaturas humanas, necesitamos de la esperanza para vivir como del oxígeno para respirar. Se dice que mientras hay vida hay esperanza, pero también es cierto al revés: mientras hay esperanza hay vida. La esperanza ha sido durante mucho tiempo, y lo es aún, de las tres virtudes teologales, la hermana menor, la pariente pobre. Se habla con frecuencia de la fe, aún más a menudo de la caridad, pero bastante poco de la esperanza.

El poeta Charles Péguy tiene razón cuando compara las tres virtudes teologales con tres hermanas: dos adultas y una niña pequeña. Van caminando de la mano (¡las tres virtudes teologales son inseparables!), las mayores a los lados, la niña en medio. Todos, viéndolas, están convencidos de que son las mayores -la fe y la caridad-- las que llevan a la niña esperanza. Se equivocan: es la niña esperanza la que tira de las otras dos; si ella se detiene, todo se para [10] .

Lo vemos también en el plano humano y social. En Italia se ha frenado la esperaza y con ella la confianza, el impulso, el crecimiento, también económico. El «declive» del que se habla nace de aquí. El miedo al futuro ha ocupado el lugar de la esperanza. La falta de nacimientos es su reflejo más claro. Ningún país necesita meditar la encíclica del Papa como Italia.

La esperanza teologal es el «hilo de lo alto» que sostiene desde el centro todas las esperanzas humanas. «El hilo de lo alto» es el título de una parábola del escritor danés Johannes Joergensen. Habla de la araña que se descuelga de la rama de un árbol a lo largo del hilo que ella misma produce. Posándose en un cercado teje su red, obra maestra de simetría y funcionalidad. Tensa por los lados por otros tantos hilos, todo se sostiene en el centro por ese hilo del que ha bajado. Si se truca uno de los filamentos laterales, la araña interviene, lo repara; pero si se rompe el hilo de arriba (una vez pude comprobarlo con mis propios ojos) todo se distiende y la araña desaparece porque ya no hay nada que hacer. Es una imagen de lo que sucede cuando se truca el hilo de lo alto que es la esperanza teologal. Sólo ésta puede «anclar» las esperanzas humanas a la esperanza «que no falla».

En la Biblia asistimos a verdaderos estremecimientos y sobresaltos de esperanza. Uno de ellos se encuentra en la tercera Lamentación: «Yo -dice el profeta-- soy el hombre que ha visto la miseria... Digo: "¡Ha fenecido mi vigor, y la esperanza que me venía de Yahveh!"».

Pero he aquí el impulso de esperanza que vuelca todo. En cierto momento, el orante se dice: «Pero las misericordias del Señor no se han acabado, ni se ha agotado su ternura; por ello esperaré»; desde el instante en que el profeta decide volver a esperar, el tono del discurso cambia por completo: la lamentación se transforma en súplica confiada. «Porque no desecha para siempre a los humanos el Señor: si llega a afligir, se apiada luego según su inmenso amor» (Cf. Lm 3, 1-32).

Nosotros contamos con un motivo mucho más fuerte para tener este sobresalto de esperanza. Dios nos ha dado a su Hijo: ¿cómo no nos dará todo junto a Él? A veces es necesario gritarse: «¡Dios existe y eso basta!». El servicio más precioso que la Iglesia en Italia puede hacer en este momento al país es ayudarle a tener un impulso de esperanza. Contribuye a este fin quien (como ha hecho Benigni en su reciente espectáculo en televisión) no teme contrarrestar el derrotismo, recordando a los italianos los muchos y extraordinarios motivos, espirituales y culturales, que poseen para tener confianza en sus propios recursos.

La vez pasada hablaba de una aromaterapia basada en el óleo de alegría que es el Espíritu Santo. Necesitamos esta terapia para curar la enfermedad más perniciosa de todas: la desesperación, el desaliento, la pérdida de confianza en sí, en la vida y hasta en la Iglesia. «El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rm 15,13): así escribía el Apóstol a los Romanos de su tiempo y lo repite a los de hoy.

No se abunda en la esperanza sin la virtud del Espíritu Santo. En un canto espiritual afro-americano no se hace más que repetir continuamente estas pocas palabras: «Hay un bálsamo en Gilead que cura las almas heridas» (There is a balm in Gilead / to make the wounded whole...). Gilead, o Galaad, es una localidad famosa en el Antiguo Testamento por sus perfumes y ungüentos (Jr 8,22). El canto prosigue: «A veces me siento desalentado y pienso que todo es inútil, pero llega el Espíritu Santo y devuelve la vida al alma mía». Gilead es para nosotros la Iglesia, y el bálsamo que sana es el Espíritu Santo. Él es la estela de perfume que Jesús ha dejado tras de sí, al pasar por esta tierra.

La esperanza es milagrosa: cuando renace en un corazón, todo es diferente, aunque nada haya cambiado. «Los jóvenes se cansan, se fatigan -se lee en Isaías--, los valientes tropiezan y vacilan, mientras que a los que esperan en Yahveh él les renueva el vigor, subirán con alas como de águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse» (Is 40, 30-31).

Donde renace la esperanza renace sobre todo la alegría. El Apóstol dice que los creyentes son spe salvi, «salvados en esperanza» (Rm 8, 24) y que por ello deben ser spe gaudentes, «alegres en la esperanza» (Rm 12, 12). No gente que espera ser feliz, sino gente que es feliz de esperar; feliz ya, ahora, por el simple hecho de esperar.

Que esta Navidad, Santo Padre, venerables padres, hermanos y hermanas, el Dios de la esperanza, por virtud del Espíritu Santo y por intercesión de María «Madre de la esperanza», nos conceda estar alegres en la esperanza y abundar en ella.

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[1] J. D.G. Dunn, Christianity in the Making, I. Jesus remembered, Grand Rapids. Mich. 2003, parte III, cap. 12, trad. ital. Gli albori del Cristianesimo, I, 2, Paideia, Brescia 2006, p. 746 ss.

[2] Benedetto XVI, Gesú di Nazaret, Rizzoli 2007, p.10.

[3] R. Dawkins, God Delusion, Bantam Books, 2006.

[4] Sobre la teoría de Jesús cínico, v. B. Griffin, Was Jesus a Philosophical Cynic? [http://www-oxford.op.org/allen/html/acts.htm].

[5] V. el ensayo de Harold Bloom, "Whoever discovers the interpretation of these sayings...", publicado en apéndice a la edición del Evangelio copto de Tomás a cargo de Marvin Meyer: The Gospel of Thomas. The Hidden Sayings of Jesus, Harper Collins Publishers, San Francisco 1992.

[6] Fórmula del sínodo di Sirmio de 351, en A. Hahn, Bibliotek der Symbole und Glaubensregeln in der alten Kirche, Hildesheim 1962, p.197.

[7] Cf. S. Atanasio cf. Contro gli ariani, I, 17-18 (PG 26, 48).

[8] Wilhelm Bousset, Kyrios Christos, 1913.

[9] L. Hurtado, Lord Jesus Christ. Devotion to Jesus in Earliest Christianity, Grand Rapids, Mich. 2003, cit. en la edición italiana Signore Gesù Cristo, 2 vol. Paideia, Brescia 2007, p. 643.

[10] Ch. Péguy, Il portico del mistero della seconda virtù, Oeuvres poétiques complètes, Gallimard, París 1975, pp. 531 ss.

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Traducción del original italiano por Marta Lago

martes, 18 de diciembre de 2007

«Juan el Bautista, "más que un profeta"» / Autor: Raniero Cantalamessa OFM Cap.

Segunda predicación de Adviento del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 14 diciembre 2007 (Zenit).- Publicamos la segunda predicación de Adviento que, en presencia de Benedicto XVI, ha pronunciado el padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap., predicador de la Casa Pontificia.

Eje de estas meditaciones es el tema «Nos ha hablado por medio del Hijo» (Hebreos 1, 2); asisten también a este camino de preparación de la Navidad, en la capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico del Vaticano, colaboradores del Santo Padre. La primera predicación se publicó el pasado 7 de diciembre.


* * *

P. Raniero Cantalamessa
Adviento 2007 en la Casa Pontificia

Segunda Predicación
Juan el Bautista, «más que un profeta»


La vez pasada, partiendo del texto de Hebreos, 1,1-3, intenté trazar la imagen de Jesús según resulta de su comparación con los profetas. Pero entre el tiempo de los profetas y el de Jesús existe una figura especial que hace de gozne entre los primeros y el segundo: Juan el Bautista. Nada mejor, en el Nuevo Testamento, para evidenciar la novedad de Cristo que la comparación con el Bautista.

El tema del cumplimiento, del cambio histórico, emerge nítido de los textos en los que Jesús mismo se expresa sobre su relación con el Precursor. Actualmente los estudiosos reconocen que los dichos que se leen al respecto en los evangelios no son invenciones o adaptaciones apologéticas de la comunidad posteriores a la Pascua, sino que se remontan en la sustancia al Jesús histórico. Algunos de ellos se vuelven, de hecho, inexplicables si se atribuyen a la comunidad cristiana posterior [1] .

Una reflexión sobre Jesús y el Bautista es también la mejor forma de estar en sintonía con la liturgia de Adviento. Las lecturas del Evangelio del segundo y del tercer domingo de Adviento tienen, de hecho, en el centro la figura y el mensaje del Precursor. Hay una progresión en Adviento: en la primera semana la voz sobresaliente es la del profeta Isaías, que anuncia al Mesías de lejos; en la segunda y tercera semana es la del Bautista, quien anuncia al Cristo presente; en la última semana el profeta y el Precursor dejan el sitio a la Madre, quien lo lleva en su seno.

En esta capilla tenemos ante nuestros ojos al Precursor en dos momentos. En el muro lateral le vemos en el acto de bautizar a Jesús, combado hacia él en señal de reconocimiento de su superioridad; en el muro del fondo, en la actitud de la Déesis típica de la iconografía bizantina.

1. El gran cambio

En texto más completo en el que Jesús se expresa sobre su relación con Juan el Bautista es el pasaje del Evangelio que la liturgia nos hará leer el próximo domingo en la Misa. Juan, desde la prisión, envía a sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» (Mt 11,2-6; Lc 7,19-23).

La predicación del Maestro de Nazaret, a quien él mismo había bautizado y presentado a Israel, parece a Juan que va en una dirección distinta de la flamante que él se esperaba. Más que el juicio inminente de Dios, Él predica la misericordia presente, ofrecida a todos, justos y pecadores.

Lo más significativo de todo el texto es el elogio que Jesús hace del Bautista, tras haber respondido a su pregunta: «¿Qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta [...]. En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es ese Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga» (Mt 11,11-15).

Una cosa se ve clara de estas palabras: entre la misión de Juan el Bautista y la de Jesús ha ocurrido algo decisivo, tal que constituye una divisoria entre dos épocas. El centro de gravedad de la historia se ha desplazado: lo más importante ya no está en un futuro más o menos inminente, sino que está «aquí y ahora», en el reino que está ya operante en la persona de Cristo. Entre las dos predicaciones ha sucedido un salto de calidad: el más pequeño del nuevo orden es superior al mayor del orden precedente.

Este tema del cumplimiento y del cambio de época encuentra confirmación en muchos otros contextos del Evangelio. Basta recordar algunas palabras de Jesús como: «¡Aquí hay algo más que Jonás! [...]. ¡Aquí hay algo más que Salomón!» (Mt 12, 41-42). «¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver o que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron» (Mt 13,16-17). Todas las llamadas «parábolas del Reino» --como la del tesoro escondido y la de la perla preciosa-- expresan, de manera cada vez distinta y nueva, la misma idea de fondo: con Jesús ha sonado la hora decisiva de la historia; ante Él se impone la decisión de la que depende la salvación.

Fue ésta la constatación que impulsó a los discípulos de Bultmann a separarse del maestro. Bultmann situaba a Jesús en el judaísmo, haciendo de Él una premisa del cristianismo, no un cristiano todavía; sin embargo el gran cambio lo atribuía a la fe de la comunidad post-pascual. Bornkamm y Conzelmann se dieron cuenta de la imposibilidad de esta tesis: «el cambio histórico» ocurre ya en la predicación de Jesús. Juan pertenece a las «premisas» y a la preparación, pero con Jesús estamos ya en el tiempo del cumplimiento.

En su libro «Jesús de Nazaret», el Santo Padre confirma esta conquista de la exégesis más seria y actualizada. Escribe: «Para que se llegara a ese choque radical, para que se recurriera a ese gesto extremo -la entrega a los romanos--, tenía que haber ocurrido o haberse dicho algo dramático. El elemento importante y estremecedor se sitúa precisamente al inicio; la Iglesia naciente tuvo que reconocerlo lentamente en toda su grandeza, aferrarlo poco a poco, acompañando y penetrando el recuerdo con la reflexión [...]. El elemento grande, nuevo y excitante proviene precisamente de Jesús; en la fe y en la vida de la comunidad es desplegado, pero no creado. Es más, la comunidad ni siquiera se habría formado ni habría sobrevivido si no hubiera estado precedida por una realidad extraordinaria» [2].

En la teología de Lucas es evidente que Jesús ocupa «el centro del tiempo». Con su venida Él dividió la historia en dos partes, creando un «antes» y un «después» absolutos. Hoy se está convirtiendo en práctica común, especialmente en la prensa laica, abandonar el modo tradicional de fechar los acontecimientos «antes de Cristo» o «después de Cristo» (ante Christum natum y post Christum natum) a favor de la fórmula más neutral «antes de la era común» y «de la era común». Es una opción motivada por el deseo de no irritar la sensibilidad de pueblos de otras religiones que utilizan la cronología cristiana. En tal sentido hay que respetarla, pero para los cristianos permanece indiscutible el papel «discriminante» de la venida de Cristo para la historia religiosa de la humanidad.

2. Él os bautizará en Espíritu Santo

Ahora, como siempre, partamos de la certeza exegética y teológica evidenciada para llegar al hoy de nuestra vida.

La comparación entre el Bautista y Jesús se cristaliza en el Nuevo Testamento en la comparación entre el bautismo de agua y el bautismo de Espíritu. «Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo» (Mc 1,8; Mt 3,11; Lc 3,16). «Yo no le conocía -dice el Bautista en el Evangelio de Juan--, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: "Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautizará con Espíritu Santo"» (Jn 1,33). Y Pedro, en la casa de Cornelio: «Me acordé de aquellas palabras que dijo el Señor: "Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo"» (Hch 11,16).

¿Qué quiere decir que Jesús es el que bautiza en Espíritu Santo? La expresión no sólo sirve para distinguir el bautismo de Jesús del de Juan; sirve para distinguir toda la persona y obra de Cristo respecto a la del Precursor. En otras palabras, en toda su obra Jesús es el que bautiza en Espíritu Santo. Bautizar aquí tiene un significado metafórico; quiere decir inundar, envolver por todas partes, como hace el agua con los cuerpos sumergidos en ella.

Jesús «bautiza en Espíritu Santo» en el sentido de que recibe y da el Espíritu «sin medida» (Jn 3, 34), «efunde» su Espíritu (Hch 2, 33) sobre toda la humanidad redimida. La expresión se refiere más al acontecimiento de Pentecostés que al sacramento del bautismo. «Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días» (Hch 1,5), dice Jesús a los apóstoles refiriéndose evidentemente a Pentecostés, que tendría lugar en breve plazo.

La expresión «bautizar en el Espíritu» define por lo tanto la obra esencial del Mesías, que ya en los profetas del Antiguo Testamento aparece orientada a regenerar a la humanidad mediante una gran y universal efusión del Espíritu de Dios (Jl 3,1 ss.). Aplicando todo ello a la vida y al tiempo de la Iglesia debemos concluir que Jesús resucitado no bautiza en Espíritu Santo únicamente en el sacramento del bautismo, sino, de manera distinta, también en otros momentos: en la Eucaristía, en la escucha de la Palabra y, en general, en todos los medios de gracia.

Santo Tomás de Aquino escribe: «Existe una misión invisible del Espíritu cada vez que se realiza un progreso en la virtud o un aumento de gracia...; cuando alguno pasa a una nueva actividad o a un nuevo estado de gracia» [3]. La propia liturgia de la Iglesia lo inculca. Todas sus oraciones y sus himnos al Espíritu Santo comienzan con el grito: «¡Ven!»: «Ven, Espíritu Creador», «Ven, Espíritu Santo». Con todo, quien así reza ya ha recibió una vez el Espíritu. Quiere decir que el Espíritu es algo que hemos recibido y que debemos recibir siempre de nuevo.

3. El bautismo en el Espíritu

En este contexto hay que aludir al llamado «bautismo en el Espíritu» que desde hace un siglo se ha convertido en experiencia viva para millones de creyentes de casi todas las denominaciones cristianas. Se trata de un rito hecho de gestos de gran sencillez, acompañados de disposiciones de arrepentimiento y de fe en la promesa de Cristo: «El Padre dará el Espíritu Santo a quien se lo pida».

Es una renovación y una reactivación, no sólo del bautismo y de la confirmación, sino de todos los eventos de gracia del propio estado: ordenación sacerdotal, profesión religiosa, matrimonio. El interesado se prepara a ello --además de hacerlo con una buena confesión-- a través de encuentros de catequesis en los que se pone de nuevo en contacto vivo y gozoso con las principales verdades y realidades de la fe: el amor de Dios, el pecado, la salvación, la vida nueva, la transformación en Cristo, los carismas, los frutos del Espíritu Santo. Todo en un clima caracterizado de profunda comunión fraterna.

A veces, en cambio, ocurre espontáneamente, fuera de todo esquema; es como si se fuera «sorprendido» por el Espíritu. Un hombre dio este testimonio: «Estaba en el avión leyendo el último capítulo de un libro sobre el Espíritu Santo. En cierto momento fue como si el Espíritu Santo saliera de las páginas del libro y entrara en mi cuerpo. Como arroyos, empezaron a brotar lágrimas de mis ojos. Comencé a orar. Estaba vencido por una fuerza muy por encima de mí» [4].

El efecto más común de esta gracia es que el Espíritu Santo, de ser un objeto de fe intelectual, más o menos abstracto, se convierte en un hecho de experiencia. Karl Rahner escribió: «No podemos contestar que el hombre tenga aquí [en la tierra. Ndr] experiencias de gracia que le dan un sentido de liberación, le abren horizontes completamente nuevos, se imprimen profundamente en él, le transforman, plasmando, hasta por largo tiempo, su actitud cristiana más íntima. Nada impide llamar a tales experiencias bautismo del Espíritu» [5].

A través de lo que se denomina, precisamente, «bautismo del Espíritu», se tiene experiencia de la unción del Espíritu Santo en la oración, de su poder en el ministerio pastoral, de su consolación en la prueba, de su guía en las elecciones. Antes aún que en la manifestación de los carismas, es así como se le percibe: como Espíritu que transforma interiormente, da el gusto de la alabanza de Dios, abre la mente a la compresión de las Escrituras, enseña a proclamar Jesús «Señor» y da el valor de asumir tareas nuevas y difíciles, en el servicio de Dios y del prójimo.

Este año se celebra el cuadragésimo aniversario del retiro a partir del cual empezó, en 1967, la Renovación carismática en la Iglesia católica, que se estima que llegó en pocos años a no menos de ochenta millones de católicos. He aquí como describía los efectos del bautismo del Espíritu sobre sí misma y sobre el grupo una de las personas que estaban presentes en aquel primer retiro:

«Nuestra fe se ha hecho más viva; nuestro creer se ha convertido en una especie de conocimiento. De repente, lo sobrenatural se ha hecho más real que lo natural. En una palabra, Jesús es un ser vivo para nosotros... La oración y los sacramentos han llegado a ser realmente nuestro pan de cada día, dejando de ser unas genéricas "prácticas piadosas". Un amor por las Escrituras que nunca me hubiera imaginado, una transformación de nuestras relaciones con los demás, una necesidad y una fuerza de dar testimonio más allá de toda expectativa: todo esto ha llegado a formar parte de nuestra vida. La experiencia inicial del bautismo del Espíritu no nos ha proporcionado una especial emoción externa, pero nuestra vida se ha llenado de serenidad, confianza, alegría y paz... Hemos cantado el Veni creator Spiritus antes de cada reunión, tomando en serio lo que decíamos, y no nos hemos visto defraudados... También hemos sido inundados de carismas, y todo esto nos sitúa en una perfecta atmósfera ecuménica» [6].

Todos vemos con claridad que éstas son precisamente las cosas que más necesita hoy la Iglesia para anunciar el Evangelio a un mundo reacio a la fe y a lo sobrenatural. No es que todos estén llamados a experimentar la gracia de un nuevo Pentecostés de esta forma. Pero todos estamos llamados a no permanecer fuera de esta «corriente de gracia» que atraviesa la Iglesia del post Concilio. Juan XXIII habló, en su tiempo, de un «nuevo Pentecostés»; Pablo VI fue más allá y habló de un «perenne Pentecostés», de un Pentecostés continuo. Vale la pena volver a oír las palabras que pronunció en una audiencia general:

«Nos hemos preguntado más de una vez... cuál es la necesidad, primera y última, que advertimos para esta nuestra bendita y amada Iglesia. Tenemos que decirlo casi temblando y suplicando, ya que, como sabéis, se trata de su misterio y de su vida: el Espíritu, el Espíritu Santo, el animador y santificador de la Iglesia, su respiración divina, el viento que sopla en sus velas, su principio unificador, su fuente interior de luz y fuerza, su apoyo y su consolador, su fuente de carismas y cantos, su paz y su gozo, su prenda y preludio de vida bienaventurada y eterna. La Iglesia necesita su perenne Pentecostés: necesita fuego en el corazón, palabra en los labios, profecía en la mirada... La Iglesia necesita recuperar el anhelo, el gusto y la certeza de su verdad» [7].

El filósofo Heidegger concluía su análisis de la sociedad con la voz de alarma: «Sólo un dios nos puede salvar». Este Dios que nos puede salvar, y que nos salvará, los cristianos lo conocemos: ¡es el Espíritu Santo! Actualmente se extiende la moda de la llamada aromaterapia. Consiste en la utilización de aceites esenciales que emanan perfume para mantener la salud o como terapia de algunos trastornos. Internet está lleno de reclamos de aromaterapia. No se contenta prometiendo con ellos bienestar físico como la cura del estrés; existen también «perfumes del alma», por ejemplo el perfume para obtener «la paz interior».

Los médicos invitan a desconfiar de esta práctica, que no está científicamente comprobada y, más aún, tiene en algunos casos contraindicaciones. Pero lo que quiero decir es que existe una aromaterapia segura, infalible, que carece de contraindicaciones: la que está hecha con el aroma especial, ¡con el «sagrado crisma del alma» que es el Espíritu Santo! San Ignacio de Antioquia escribió: «El Señor ha recibido sobre su cabeza una unción perfumada (myron) para exhalar sobre la Iglesia la incorruptibilidad» [8]. Sólo si recibimos este «aroma» podremos ser, a nuestra vez, «el buen olor de Cristo» en el mundo (2 Co 2, 15).

El Espíritu Santo es especialista sobre todo en las enfermedades del matrimonio y de la familia, que son los grandes enfermos de hoy. El matrimonio consiste en darse el uno al otro, es el sacramento de hacerse don. El Espíritu Santo es el don hecho persona; es la donación del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. Donde llega Él renace la capacidad de hacerse don y con ella la alegría y la belleza de los esposos de vivir juntos. El amor de Dios que Él «derrama en nuestros corazones» reaviva toda expresión de amor, y en primer lugar el amor conyugal. El Espíritu Santo puede hacer verdaderamente de la familia «la principal agencia de paz», como la define el Santo Padre en el Mensaje para la próxima Jornada Mundial de la Paz.

Son numerosos los ejemplos de matrimonios muertos que han resucitado a una vida nueva por la acción del Espíritu. He recogido justo en estos días el conmovedor testimonio de una pareja que tengo intención de dar a conocer en la cita de mi programa de televisión sobre el Evangelio por la fiesta del Bautismo de Jesús...

El Espíritu reaviva, naturalmente, también la vida de los consagrados, que consiste en hacer de la propia vida un don y una oblación «de suave aroma» a Dios por los hermanos (Ef 5,2).

4. La nueva profecía de Juan el Bautista

Volviendo a Juan el Bautista, él nos puede iluminar sobre cómo llevar a cabo nuestra tarea profética en el mundo de hoy. Jesús define a Juan el Bautista como «más que un profeta», pero ¿dónde está la profecía en su caso? Los profetas anunciaban una salvación futura; pero el Precursor no es alguien que anuncia una salvación futura; él indica a uno que está presente. Entonces, ¿en qué sentido se puede llamar profeta? Isaías, Jeremías, Ezequiel ayudaban al pueblo a superar la barrera del tiempo; Juan el Bautista ayuda al pueblo a superar la barrera, aún más gruesa, de las apariencias contrarias, del escándalo, de la banalidad y la pobreza con que la hora fatídica se manifiesta.

Es fácil creer en algo grandioso, divino, cuando se plantea en un futuro indefinido: «en aquellos días», «en los últimos días», en un marco cósmico, con los cielos destilando dulzura y la tierra abriéndose para que germine el Salvador. Es más difícil cuando se debe decir: «¡Helo aquí! ¡Está aquí! ¡Es Él!».

Con las palabras: «¡En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis!» (Jn 1,26), Juan el Bautista inauguró la nueva profecía, la del tiempo de la Iglesia, que no consiste en anunciar una salvación futura y lejana, sino en revelar la presencia escondida de Cristo en el mundo. En arrancar el velo de los ojos de la gente, sacudirle la indiferencia, repitiendo con Isaías: «Existe algo nuevo: ya está en marcha; ¿no lo reconocéis?» (Is 43,19).

Es verdad que han pasado veinte siglos y que sabemos, sobre Jesús, mucho más que Juan. Pero el escándalo no ha desaparecido. En tiempos de Juan el escándalo derivaba del cuerpo físico de Jesús, de su carne tan similar a la nuestra, excepto en el pecado. También hoy es su cuerpo, su carne, la que crea dificultades y escandaliza: su cuerpo místico, tan parecido al resto de la humanidad, sin excluir, lamentablemente, ni siquiera el pecado.

«El testimonio de Jesús -se lee en el Apocalipsis-- es el espíritu de profecía» (Ap 19,10), esto es, para dar testimonio de Jesús se requiere espíritu de profecía. ¿Existe este espíritu de profecía en la Iglesia? ¿Se cultiva? ¿Se alienta? ¿O se cree, tácitamente, que se puede prescindir de él, apuntando más hacia medios y recursos humanos?

Juan el Bautista nos enseña que para ser profetas no se necesita una gran doctrina o elocuencia. Él no es un gran teólogo; tiene una cristología bastante pobre y rudimentaria. No conoce todavía los títulos más elevados de Jesús: Hijo de Dios, Verbo, ni siquiera el de Hijo del hombre. Pero ¡cómo logra hacer oír la grandeza y unicidad de Cristo! Usa imágenes sencillísimas, de campesino: «No soy digno de desatar las correas de sus sandalias». El mundo y la humanidad aparecen, por sus palabras, dentro de un tamiz que Él, el Mesías, sostiene y agita con sus manos. Ante Él se decida quién permanece y quién cae, quién es grano bueno y quién paja que se lleva el viento.

En 1992 se celebró un retiro sacerdotal en Monterrey, México, con ocasión de los 500 años de la primera evangelización de América Latina. Estaban presentes 1.700 sacerdotes y unos sesenta obispos. Durante la homilía de la Misa conclusiva hablé de la necesidad urgente que la Iglesia tiene de profecía. Después de la comunión se oró por un nuevo Pentecostés en pequeños grupos distribuidos por la gran basílica. Me había quedado en el presbiterio. En cierto momento un joven sacerdote se acercó en silencio, se me arrodilló delante y con una mirada que jamás olvidaré dijo: «Bendígame, padre; ¡quiero ser profeta de Dios!». Me estremecí porque veía que evidentemente le movía la gracia.

Con humildad podríamos hacer nuestro el deseo de aquel sacerdote: «Quiero ser un profeta para Dios». Pequeño, desconocido de todos, no importa; pero uno que, como decía Pablo VI, tenga «fuego en el corazón, palabra en los labios, profecía en la mirada».

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[1] Cf. J. D.G. Dunn, Christianity in the Making, I. Jesus remembered, Grand Rapids. Mich. 2003, parte III, cap. 12, trad. ital. Gli albori del Cristianesimo, I, 2, Paideia, Brescia 2006, pp. 485-496.

[2] Benedetto XVI, Gesù di Nazaret, Rizzoli 2007, p. 372.

[3] S. Tommaso d'Aquino, Somma teologica, I,q.43, a. 6, ad 2.; cf. F. Sullivan, in Dict.Spir. 12, 1045.

[4] En "New Covenant"(Ann Arbor, Michigan), junio 1984, p.12.

[5] K. Rahner, Erfahrung des Geistes. Meditation auf Pfingsten, Herder, Friburgo i. Br. 1977.

[6] Testimonio de P. Gallagher Mansfield, As by a New Pentecost, Steubenville 1992, pp. 25 s.

[7] Discurso en la audiencia general del 29 de noviembre de 1972 (Insegnamenti di Paolo VI, Tipografia Poliglotta Vaticana, X, pp. 1210s.).

[8] S. Ignazio d'Antiochia, Agli Efesini 17.

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Traducción del original italiano por Marta Lago