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Bienvenido a Escuchar y a Dar

Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

La evangelización debe estar centrada en impulsar a las personas a tener una experiencia real del Amor de Dios. Por eso pedimos a cualquiera que visite esta página haga propuestas de textos, testimonios, actos, webs, blogs... Mientras todo esté hecho en el respeto del Amor del Evangelio y la comunión que siempre suscita el Espíritu Santo, todo será públicado. Podéís usar los comentarios pero para aparecer como texto central enviad vuestras propuestas al correo electrónico:

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domingo, 25 de noviembre de 2007

Carta a Santa Teresa de Ávila / Autor: Albino Luciani

Teresa, un maravedí y Dios

Querida Santa Teresa,

Octubre es el mes de vuestra fiesta: pensé que me permitirías que me entretuviera con vos por escrito.

El que mira al famoso grupo marmóreo, en el cual Bernini os pesenta traspasada por la flecha del Serafín, piensa en vuestras visiones y éxtasis. Y hace bien: la Teresa mística de los raptus en Dios es también una verdadera Teresa.

Pero es también verdadera la otra Teresa que me gusta más: la más cercana a nosotros, la que resulta de la autobiografía y de las cartas. Es la Teresa de la vida práctica ; que prueba nuestras mismas dificultades y las sabe superar con destreza; que sabe sonreír, reír y hacer reír; que se mueve con desenvoltura en medio del mundo y de las situaciones más diversas y todo ello gracias a las abundantes dotes naturales pero, más todavía, a su constante unión con Dios.

Estalla la Reforma protestante, la situación de la Iglesia en Alemania y en Francia es crítica. Vos os dáis cruenta y escribís: "Con tal de salvar un alma sola de las muchas que se pierden allá, habría sacrificado mil veces la vida. ¡Pero yo era mujer!”

¡Mujer! Pero que vale por veinte hombres, que no deja algún medio sin intentar y que logra realizar una magnífica reforma interna y con la obra y los escritos influye en toda la Iglesia; ¡la primera y la única mujer que, con Santa Catalina, haya sido proclamada Doctora de la Iglesia!

Mujer de lengua sincera y de pluma elegante y cortante. Teníais un altísimo concepto de la misión de las monjas, pero habéis escrito al padre Gracián: "Por amor de Dios, ¡fíjese bien lo que hace! No crea nunca en las monjas, porque si ellas quieren una cosa, intentan por todos los medios posibles". Y al padre Ambrosio, al rechazar a una postulante, decís: "Usted me hace reír, diciéndome de haber comprendido a aquella alma sólo con verla. ¡No es tan fácil conocer a las mujeres!"

Es vuestra la lapidaria definición del diablo: "Aquel pobre desgraciado, que no puede amar". A don Sancho Dávila : "Distracciones en el rezo del Officio Divino también yo las tengo… me he confesado de ellas con el padre Domingo (Báñez, teólogo famoso, n.d.a.), que me ha dicho que no les hiciera caso. Lo mismo le digo a usted, porque el mal es incurable". Es un consejo espiritual, este, pero consejos los habéis esparcido a manos llenas y de todos los géneros; al padre Gracián, hasta le habéis dado el consejo de montar un asno más dulce en sus viajes, que no tuviera la costumbre de arrojar a los frailes por tierra, ¡o de hacerse atar al asno mismo para no caer!

Insuperabile, aún, aparecéis en el momento de la batalla. El Nuncio, nada menos, os hace encerrar en el convento de Toledo, declarándoos “fémina inquieta, vagabunda, desobediente y contumaz…”. Pero desde el convento vuestros mensajes a Felipe II, a príncipes y prelados, deshacen todo ovillo.

Vuestra conclusión: “Teresa sola no vale nada; Teresa y un maravedí valen menos que nada; ¡Teresa, un maravedí y Dios todo lo pueden!”


***

Para mí, vos sóis un caso notable de un fenómeno que se repite regularmente en la vida de la Iglesia Católica.

Las mujeres, o sea, de por sí, no gobiernan. Esto pertenece a la Jerarquía. Pero, muy a menudo, inspiran, promueven y, tal vez, dirijen.

Por una parte, en efecto, el Espíritu “sopla donde quiere”; por otra, la mujer es más sensibile a la religión y más capaz de darse generosamente a las grandes causas. De aquí el grandísimo grupo de santas, de místicas y de fundadoras aparecidas en la Iglesia Católica.

Junto a ellas habría que incluir a las mujeres que han impulsado movimientos ascético-teológicos, los cuales influyeron en un radio muy vasto.

La noble Marcela, que dirigió en el Aventino una specie de convento compuesto por patricias ricas y cultas, colaboró con San Jerónimo en la traducción de la Biblia.

Madame Acarie influyó en personajes ilustres como el gesuita Coton, el capuchino de Canfelt, el mismo Francisco de Sales y muchos otros, influyendo en toda la espiritualidad francesa de principios del Seiscientos.

La princesa Amalia de Gallitzin, desde su “Círculo de Münster”, apreciado hasta por Goethe, difundió en toda Alemania septentrional una corriente de vida intensamente espiritual. Sofía Swetchine, rusa convertida, a principios del Ochocientos, apareció en Francia la “directora espiritual” de los laicos y sacerdotes más representativos.

Podría citar otros casos, pero vuelvo a vos que, más que hija, habéis sido madre espiritual de San Juan de la Cruz y de los primeros Carmelitas reformados. Hoy es todo claro y parejo al respecto, pero en vuestros tiempos ocurrió el choque arriba mencionado.

De un lado, estábais vos, rica de carismas, fuerzas ardientes y luminosas concedidas a vos para la Iglesia de Dios; del otro, estaba el Nuncio, o sea, la Jerarquía que debía juzgar la autenticidad de vuestros carismas. En un primer momento, presentadas las informaciones erradas, el juicio del Nuncio fue negativo. Una vez dadas las necesarias explicaciones y examinadas mejor las cosas, estas se aclararon: la Jerarquía aprobó todo y vuestros dones pudieron expanderse en favor de la Iglesia.


***


Pero de carismas y de Jerarquía se siente hablar tanto también hoy. Especialista cual fuísteis en la materia, me permito extraer de vuestras obras los siguientes principios:

1. Por encima de todo está el Espíritu Santo. De Él vienen sea los carismas sea los poderes de los Pastores; al Espíritu Santo corresponde realizar el acuerdo armónico entre Jerarquía y carismas y promover la unidad de la Iglesia.

2. Carismas y Jerarquía son ambos necesarios para la Iglesia, pero en modo diverso. Los carismas actúan como acelerador, favoreciendo el progresso y la renovación. La Jerarquía debe hacer más bien de freno, a favor de la estabilidad y la prudencia.

3. A veces, carismas y Jerarquía se entrecruzan y superponen. Ciertos carismas, en efecto, son dados sobre todo a los Pastores como los "dones de gobernar” recordados por San Pablo en la primera carta a los Corintios. Viceversa, debiendo la Jerarquía regular todas las etapas principales de la vida eclesial, los carismáticos no pueden sustraerse a su guía con el pretexto de tener carismas.

4. Los carismas no son caza reservada de nadie: pueden ser dados a todos: curas y laicos, hombres y mujeres. Pero otra cosa es poder tener, otra tener de hecho los carismas.

Encuentro escrito en vuestro libro de las Fundaciones (c. VIII, n. 7): “Una penitente afirmaba al confesor que la Virgen iba a visitarla a menudo y se entretenía hablándole más de una hora, revelándole el futuro y muchas otras cosas. Y como entre tantas extravagancias salía alguna verdadera, se consideraba todo como verdadero. Intuí enseguida de qué se trataba… pero me conformé con decirle al confesor que esperara el éxito de las profecías, que se informara del género de vida de la penitente y exigiera otros signos de santidad. En fin… se vio que eran todas extravagancias”.

***

Querida Santa Teresa, ¡si vinieras hoy! El nombre “carisma” se desperdicia; se distribuyen patentes de “profeta” a más no poder, atribuyendo este título también a los estudiantes que se enfrentan con la policía en las plazas o a los guerrilleros de America Latina. Se pretende oponer los carismáticos a los Pastores. ¿Qué diríais vos de ello, que obedecíais a los confesores aun cuando sus consejos resultaban opuestos a aquellos dados por Dios en la oración?

Y no creáis que yo sea pessimista. Aquello de ver carismas por todos lados espero que sea sólo una moda pasajera. Por otra parte, sé bien que los dones auténticos del Espíritu han sido siempre acompañados de abusos y falsos dones; no obstante ello, la Iglesia ha ido lo mismo hacia adelante.

En la joven Iglesia de Corinto, por ejemplo, había un gran florecimiento de carismas, pero San Pablo se preocupó por algún abuso encontrado. El fenómeno se repitió a continuación en formas aberrantes más vistosas.

Dos mujeres, Priscilla y Maximilla, sostenedoras y financiadoras del Montanismo en Asia, comenzaron predicando “carismáticamente” un despertar moral hecho de grandes austeridades, de renuncia total al matrimonio, de prontitud absoluta al martirio. Terminaron contraponiendo a los obispos los “nuevos profetas”, hombres y mujeres, que “investidos por el Espíritu”, predicaban, administraban los sacramentos, esperaban al Cristo que, de un momento a otro, habría venido a inaugurar el reino millenario.

En tiempos de San Agustín estaba Lucilla de Cartago, rica señora, a quien el obispo Ceciliano había regañado porque, antes de la Comunión, acostumbraba estrechar contra el pecho un pequeño hueso de no se sabe qué mártir. Irritada y resentida, Lucilla indujo a un grupo de obispos a oponerse a su obispo: perdido un proceso ante el episcopato africano, el grupo protestó, sin éxito ante el Papa, luego ante el Concilio de Arles, luego ante el mismo emperador e inició una nueva iglesia. En casi todas las ciudades africanas se vieron así dos obispos, dos catedrales frecuentadas por dos categorías opuestas de fieles que, encontrándose, se daban golpes: de acá los católicos, de allá los donatistas, secuaces de Donato y Lucilla.

Los donatistas se llamaban los “puros”; no se sentaban en el lugar ocupado antes por un católico sin haberlo limpiado con la manga; evitaban como a apestados a los obispos católicos; se apelaban al Evangelio contra la Iglesia, que decían sostenida por la autoridad imperial; instituyeron escuadras de asalto. El mansísimo San Agustín debió una vez apostrofarlos: “Os importa tanto el martirio, ¿por qué no tomáis una cuerda para colgaros?”

En el siglo XVII fueron la monjas de Port Royal. Una de sus Abadesas, la Madre Angélica, había empezado bien: se había “carismáticamente” reformado a sí misma y al monasterio, rechazando de la clausura hasta a los padres. Provista de grandes dotes, nacida para gobernar, se convirtió todavía en el alma de la resistencia jansenista, intransigente hasta el fin ante la autoridad eclesiástica. De ella y de sus monjas se decía : "Puras como ángeles, soberbias como demonios".

¡Cuán lejano es todo esto de vuestro espíritu! ¡Cuál abismo entre estas mujeres y vos! "Hija de la Iglesia" era el nombre que os gustaba más. Lo murmurásteis en el lecho de muerte, mientras, durante la vida, para la Iglesia y con la Iglesia habíais trabajado tanto, ¡aceptando hasta sufrir algo desde la Iglesia!

¡¿Si enseñárais un poco vuestro método a las “profetizas” de hoy?!

Octubre de 1974

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* S. TERESA DE ÁVILA, al siglo Teresa de Cepeda y Ahumada (1515 -1582). De rica y noble familia de Ávila, en España, carmelita a los 21 años, se dedicó a una vigorosa actividad de reforma de su Orden que quiso retrotraer a la primitiva austeridad. A la obra de reforma agregó la experiencia ascética y mística, testimoniada en maravillosos escritos: Camino de perfección, una Autobiografía y numerosas Cartas.

Dios, siempre actual / Autor: Pedro García, Misionero Claretiano

Una de las cosas que más nos deben importar en nuestra vida es que Dios sea siempre en nosotros Alguien y actual, vamos a hablar así. Que siempre sea de interés. Que nos preocupe siempre. Que nunca lo releguemos al olvido. Que Dios lo llene todo: nuestra oración, nuestro trabajo, nuestro amor, nuestro gozar, nuestras penas y nuestras preocupaciones. Que en todo, absolutamente en todo, esté presente Dios, porque Dios es para nosotros es interés sumo.

Se cuenta de un gran escritor católico que presentó un artículo sobre Dios a una revista francesa para su publicación. Lo lee el director, y dice visiblemente contrariado:

Hubiéramos preferido un artículo de actualidad.

O sea, que Dios era un ser algo pasado de moda, algo que había que arrinconar, algo que ya no interesaba. Afortunadamente, nosotros somos unas personas que decimos todo lo contrario:

¿Dios?... ¡Bienvenido sea su recuerdo! Que no se oscurezca nunca de la mente, ni se escape del corazón...

Esos que así se desinteresan de Dios no reflexionan sobre el mal que se echan encima. Nada más abrir la magna carta de San Pablo a los fieles de Roma, se encuentran con unas palabras que podrían hacerles temblar, y que podemos expresar de este modo:

¿No se dan cuenta de que ni los mismos paganos van a tener excusa en el tribunal de Dios? ¿Es que no ven a Dios en todas sus obras? ¿Tan ciegos están? ¿No saben leer el nombre de Dios en las estrellas, ni adivinarlo en una flor, ni encontrarlo en la sonrisa de una madre feliz, ni descubrirlo en el propio corazón, ni percibirlo en el grito de la conciencia?...

Al revés de esos que se cierran para no descubrir a Dios, vemos cómo los pensadores más grandes han sido creyentes. Los sabios, ordinariamente, son los primeros convencidos de que hay un Dios, y lo respetan, lo veneran, y esperan en Él.

Y nosotros, con muchas o pocas luces en nuestra inteligencia, pero con una fe inmensa recibida de Dios, cultivada por nosotros con esmero, gozamos cuando oímos y leemos algo de Dios, porque así avanzamos en el conocimiento de un Dios inmenso, incomprensible, pero que se esconde entero en nuestro corazón.

A los niños de la catequesis les enseñábamos un canto muy de niños: No hay reloj sin relojero, ni mundo sin Creador. Era un canto para niños, pero lo interesante es que un gran filósofo tenía bastante con este pensar de los niños, y se extasiaba ante un reloj precisamente, mientras se iba diciendo durante mucho rato:
El relojero es anterior al reloj, esto es evidente. Sin un relojero, no existiría el reloj. Y se decía a sí mismo entonces: Por lo mismo, el que ha hecho el mundo es anterior al mundo. Entonces, Dios es eterno.

Este sabio, de la obra del hombre, como es un reloj, ascendía con gran naturalidad a la obra de Dios y a Dios mismo.

Otro de los sabios más grandes, observador del firmamento, y el que determinó la ley de la gravitación universal, se descubría reverente la cabeza cuando oía el nombre de Dios.

La obra de Dios le hacía llegar al mismo Autor del Universo.

Un investigador moderno de la vida de los animales, y cuyos libros son una delicia, decía después de tanto estudio:

Yo no puedo decir que creo en Dios. Yo no puedo creer, porque yo veo a Dios.

Este observador de la Naturaleza, en los animalitos más pequeños encontraba la existencia de Dios de tal modo que casi se le hacía evidente.

Y es que toda la creación no es más que una moneda de oro en la que Dios el Creador acuñó su imagen, para que lo reconozca cualquiera que sepa leer y tenga ganas de interpretarla.

¿Ha pasado de moda esta manera de presentar la prueba de la fe? No; ni mucho menos. Por desgracia, hay todavía ateos en el mundo, y conviene ayudarles a abrir los ojos.

Pero no es esto precisamente lo que ahora nos interesa a nosotros. Nosotros, creyentes, lamentamos otra cosa, como es el disfrutar de la creación y no ayudarnos a tener a Dios mucho más presente en nuestra vida.

Hoy no vivimos estables en un rincón de nuestra tierra, sin más horizonte que unos kilómetros a nuestro alrededor. Hoy nos movemos mucho. Cada día descubrimos nuevos rincones cargados de belleza. La televisión nos ofrece programas estupendos sobre las maravillas del mundo. ¿Somos capaces de elevarnos a Dios aprovechando todos esos medios?

San Ignacio de Loyola acaba sus Ejercicios Espirituales con una magnífica meditación, llamada Contemplación para alcanzar amor.

Cuando se mira una planta, un gusanillo, el cielo tachonado de estrellas, todas las criaturas y todos los acontecimientos, se debe descubrir a Dios, para subir más hacia Él y crecer intensamente en su amor.

Así lo entendió un gran discípulo de San Ignacio, astrónomo de fama mundial, que escribió para su lápida sepulcral:

De la visión del cielo es corto el camino para llegar a Dios.

Volvemos a lo del principio: ¿Queremos que Dios nos interese a lo largo de todo el día? ¿Queremos que su luz se acreciente más en nuestra mente y que su amor encienda cada vez más nuestro corazón?... ¿Por qué no nos empeñamos en descubrirlo en todo, si en todo lo vamos a encontrar?....

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Fuente: Catholic.net

La “CHRISTIFIDELIS LAICI” de Juan Pablo II / Autor: Hº Jaime Ruiz Castro CM


La exhortación Apostólica del 30 de Diciembre de 1988 nace como fruto del Sínodo de 1987 sobre los laicos, sitúa a los laicos como trabajadores de la Viña del Señor y su misión en este mundo secularizado trabajando en comunión y con corresponsabilidad con los clérigos para anunciar a Cristo en todos los ámbitos de la sociedad.

La exhortación especial a los movimientos laicales que se congregan a modo de comunidad para desarrollar su misión como laicos en esta sociedad.

Características de las nuevas asociaciones y criterios de eclesialidad

– Laicales: La pertenencia al movimiento no se da en virtud de un estado religioso propio (como se da en las órdenes) o por medio de un sacramento (como el presbiterado) sino que sus miembros son laicos, partícipes de la misión de Cristo por el bautismo. De allí la índole secular, propia de estas nuevas comunidades.

– Comunitarias: También los cristianos consagrados y ordenados pueden ser miembros de estas nuevas realidades eclesiales porque, aunque la nota secular es propia de los laicos, no lo es exclusivamente; se trata de una dimensión de toda la Iglesia. Esto enriquece y promueve la comunión eclesial recreando los vínculos y las relaciones entre sus miembros.

– Misioneras: Como carismas al servicio de la Iglesia, los nuevos movimientos participan del llamado a la evangelización (Christifideles laici, 29).

– Ecuménicas: Trabajan por la unidad, sobretodo desde la oración común interconfesional y el ecumenismo de la vida, implicándose en acciones en favor del hombre y la sociedad. Algunas asociaciones explicitan su preocupación ecuménica en los programas y estatutos.

Al hablar de criterios de eclesialidad nos referimos al reconocimiento por parte de la autoridad eclesiástica. No entraremos en el debate sobre la necesidad de una "autentificación oficial" y sobre quién deba ejercer ese derecho; simplemente recogemos aportes y opiniones de teólogos y representantes jerárquicos al respecto. M. González Muñana entiende que el discernimiento corresponde hacerlo a toda la Iglesia, por ser templo del Espíritu, pero reconoce que es tarea propia del ministerio apostólico, que debe emitir un juicio decisorio, tanto sobre la autenticidad como sobre el ejercicio de los carismas. Para el cardenal C. Martini, este discernimiento significa no sólo "evaluación y juicio, sino también acompañamiento con miras a una inserción cordial y orgánica en el conjunto de la actividad formativa y misionera de la Iglesia, y requiere un cierto tiempo y buena voluntad recíproca".

La exhortación apostólica Christifideles laici, en el contexto del capítulo II titulado "La participación de los fieles laicos en la vida de la Iglesia-Comunión", da una serie de criterios fundamentales para el reconocimiento y discernimiento de todo tipo de asociaciones laicales de fieles: el primado que se da a la vocación de cada cristiano a la santidad; la responsabilidad de confesar la fe católica; el testimonio de una comunión firme y convencida con el papa y el obispo, y las demás formas de apostolado en la Iglesia; la conformidad y la participación en el fin apostólico de la Iglesia; el comprometerse en una presencia en la sociedad humana al servicio de la dignidad integral del hombre (Christifideles laici, 30).
Los movimientos en el decir magisterial

El magisterio referido a los nuevos movimientos está casi exclusivamente ligado a la figura de Juan Pablo II. Sólo últimamente (1999) el tema fue tratado por algunos obispos, respondiendo a una invitación del Consejo Pontificio para los Laicos.

En 1981 se realizó un primer congreso internacional de movimientos en Roma, donde el Papa señaló que "la Iglesia misma es un movimiento". Un segundo encuentro se desarrolló en el "87; en esta ocasión Juan Pablo II afirmó que: "El gran florecimiento de estos movimientos y las manifestaciones de energía y de vitalidad eclesial que los caracterizan han de considerarse ciertamente como uno de los frutos más bellos de la amplia y profunda renovación espiritual, promovida por el último concilio".

En la exhortación apostólica Christifideles Laici sigue esta línea de reconocimiento al decir que "en estos últimos años, el fenómeno asociativo laical se ha caracterizado por una particular variedad y vivacidad" (29). Tras reconocer que el asociacionismo laical es una constante en la historia de la Iglesia señalará que, sin embargo, hoy se observa un nuevo impulso haciendo surgir y difundirse múltiples formas nuevas.

En la Vigilia de Pentecostés de 1996 confirma esta línea de reconocimiento de la realidad asociativa en surgimiento, y solicita la organización de un encuentro de todos los movimientos con el Papa durante la vigilia de Pentecostés de 1998, en el marco de la celebración del Jubileo en el año dedicado al Espíritu Santo. Este acontecimiento, de connotaciones profundas y sugerentes, ha supuesto una especie de reconocimiento por parte del pontífice.

En los años siguientes los movimientos se reunieron para dar continuidad a lo vivido en el 98. Tales encuentros fueron: en Speyer en 1999, en Madrid en el 2000 y en el 2001 para pensar la programación pastoral en los inicios del nuevo milenio a la luz de la Carta Apostólica Novo Milennio Ineunte.

Los movimientos han sido acompañados y alentados llamativamente por Juan Pablo II. Como la realidad misma de estas nuevos grupos, también la posición del Papa frente a esta realidad ha generado actitudes diversas. Hay quienes entienden con él que son los protagonistas de la nueva evangelización a la que el Papa impulsa. Otros, en cambio, los han señalado, tomando una imagen medieval, como los "ejércitos del Papa", de los que se sirve para instaurar un "proceso de restauración" de clara línea "conservadora" en la Iglesia.

Riesgos y límites

No podemos negar las tensiones y conflictos que el surgimiento de los nuevos movimientos ha ocasionado en la Iglesia. Estos son apasionadamente defendidos por unos, y criticados por otros. Todos son conscientes de las incomprensiones. Aún se está ensayando un diálogo de encuentro y clarificación. M. González Muñana señala que "hay que dar tiempo al tiempo, ante un fenómeno que por su muy corta historia no es fácil adoptar posicionamientos definitivos e inalterables". Los mismos fundadores de los movimientos han leído esta realidad como un proceso de crecimiento y madurez. En expresión de L. Giussani –fundador de Comunión y Liberación–, sucede "como cuando en una casa nace un niño no esperado, no previsto, que forzosamente es un desbarajuste para toda la organización familiar", o como la presencia de un adolescente en casa, que crea problemas porque aporta la novedad de una nueva personalidad en la familia, en el decir de Andrea Riccardi –iniciador de la Comunidad de San Egidio.

Sobre todo en el contexto europeo la mayoría de los nuevos miembros de estas asociaciones no tienen vinculación previa al cuerpo eclesial. De aquí la fascinación de estas realidades que se abren al encuentro con personas que quizá nunca hubiesen tomado contacto con la Iglesia si no es por el modo nuevo que les ofrecen los movimientos. Pero de aquí mismo también su límite, pues para ellos el movimiento se convierte en su única experiencia eclesial. Esto puede resultar en la absolutización del modo propio de ser y considerarse Iglesia y convertirse en riesgo de sectarismo y narcisismo.

El resurgir de la experiencia comunitaria puede degenerar en comunitarismo; esto es, desequilibrio en la relación entre personalización y comunitariedad. En algunos casos se advierte el peligro de llegar a la dictadura del grupo o la del líder, y con ella la consiguiente anulación de los individuos, lo que sucede cuando estos quedan limitados en su libertad por el exceso de control, o cuando es suplantada su personalidad por la del grupo.

Por tratarse de experiencias trasladadas de lugar a lugar, el arraigo local y el diálogo con la cultura se observa deficiente. Muchas veces la sensibilidad popular se resiste a una forma "importada" que parece imponerse, más que iluminar la realidad del propio lugar. Al mismo tiempo este límite, en su carga positiva y bien planteado, puede leerse como desafío a integrar experiencias diversas, convirtiéndose así en riqueza para todos.

A las dificultades señaladas, se suma el conflicto de la vinculación con la Iglesia local y las parroquias. Este es, quizás, uno de los puntos neurálgicos en el tema de los movimientos porque refiere a la tensión Iglesia universal-Iglesia local, y conlleva entonces una determinada visión eclesiológica. No nos es posible desarrollar aquí el tema, pero daremos brevemente algunas pistas sobre el estado de la cuestión.

Algunos han señalado que los movimientos podrían tener la tentación de saltar sobre la Iglesia local, dada su dimensión internacional y su visión universalista. Aquí la pregunta es: ¿qué significa una dimensión internacional? ¿qué visión universalista eclesial es válida, si ignora la realidad local? ¿dónde está la Iglesia universal si no en la Iglesia de cada lugar? Hay quienes entienden estas nuevas formas eclesiales como realidades supradiocesanas y legitiman la apelación directa al Papa, en cuanto impulsor de los movimientos. Una posición más dialogal invita a considerar los nuevos movimientos como instancias transdiocesanas en la organización eclesial, que si bien no dependen directamente de la realidad local, han de actuarse en íntima vinculación con la Iglesia en tal lugar. Podemos considerar los nuevos movimientos como un signo de profecía en la Iglesia y para las iglesias. Pero no basta que se integren genéricamente a la misión de la Iglesia, pues sería una abstracción pasar al nivel de la Iglesia universal si no es desde y en la iglesia local.

La pregunta sobre la relación de los movimientos con la Iglesia local deriva enseguida en la cuestión parroquial. Para algunos la parroquia carece, en estos últimos tiempos, de la dinámica vital para expresar con nitidez y transparencia la pertenencia eclesial. Descreídos de la capacidad para ser una auténtica comunidad, estiman que debería ser suplantada o complementada por estructuras alternativas (movimientos y asociaciones). Sin embargo, sin negar la crisis por la que atraviesan las parroquias, otros afirman que es el lugar fundamental de pertenencia e inserción eclesial. Señalan entonces que el ámbito parroquial es insustituible, pero no excluyente; y que debe co-existir con otras realidades eclesiales.

Estamos de acuerdo y confirmamos la importancia y necesidad de todas las formas de vida eclesial, pero señalamos aún la dificultad de armonizarlas en comunión. Hoy todavía no queda claro el modo como estas vinculaciones se desarrollan y realizan en la Iglesia. Es preciso ensayar propuestas de solución en la articulación de los movimientos en la Iglesia local y señalar actitudes y comportamientos a poner en práctica en la convivencia de las asociaciones con las parroquias en la comunidad diocesana.

Esta nueva realidad eclesial, como son los movimientos, nos remite y sitúa en la etapa post-conciliar. Y nos confirma que aún estamos transitando las líneas eclesiológicas inicialmente. El surgimiento de grupos y comunidades laicales concreta en cierto sentido la nueva orientación teológica sobre el lugar del laico en la Iglesia, la conciencia de su vocación y misión y el reconocimiento de la universal llamada a la santidad. Habrá que verificar también con el Concilio la recuperación de la importancia de la Iglesia local y su valor, para que la universalidad no signifique centralización sino verdaderamente catolicidad, es decir, comunión de todos.

La inautenticidad / Autor: Caesar Atuire

La inautenticidad es una nota desafinada en la sinfonía del hombre auténtico, o como una grieta en la pared del hombre maduro. Se da por muchas causas.

a. El "respeto humano"

La inautenticidad causada por el "qué dirán" consiste en adecuar el comportamiento a lo que los demás esperan de uno y no a lo que dictan las convicciones y opciones personales. No cabe duda de que está bien y es un acto de caridad pensar en el efecto que el propio obrar tiene sobre los demás. El peligro está en absorber o incorporar comportamientos falsos, como si se tratara de ponerse una máscara para representar un papel.

El "respeto humano" es una de las formas más comunes de inautenticidad. Su causa se encuentra en una falta de valor personal, por la cual las convicciones se quebrantan ante la presencia de los demás. Cuando esto ocurre, el comportamiento ya no sale de lo profundo, sino del "qué dirán" de los demás. Como aquellos cristianos que rehuyen profesar su fe en público por miedo al "que dirán" o al simple hecho de ser ridiculizados.

La inautenticidad es un escollo muy sutil, por eso el esfuerzo de superación tiene que ser constante. Ésta se puede dar en personas consagradas que hacen mucho en nombre de Dios, pero realmente actúan movidas sólo por la estima de los demás, para no ser menos que los demás, o para sentirse realmente entregados o realizados en su misión, capaces, sobre todo cuando hay alguien que les observe. La manera real de superar este defecto es la autoconvicción arraigada en la opción por amar a Dios sobre todas las cosas. Se trata de un esfuerzo continuo y consciente de amar a Dios en la vida cotidiana de tal manera que él sea el criterio habitual del obrar.

b. El conformismo

El segundo tipo de inautenticidad brota del conformismo: cuando el cristiano, al margen de la propia opción por Cristo, se conforma con valores, actitudes y comportamientos del medio ambiente y de las pasiones. Podemos distinguir entre el conformismo de las costumbres y el conformismo de las ideas aunque en la realidad los dos se entremezclan. En el primer caso, tenemos las personas que siguen la moda: vestidos, comportamientos, coches, hábitos, etc. En el caso de un cristiano este conformismo puede darse en la adaptación a una conducta inspirada en modelos mundanos, en su comportamiento, en su manera de juzgar la realidad, etc.

El otro tipo de conformismo es todavía más insidioso. Se da entre jóvenes y adultos inmaduros. En el joven hay un afán de autoafirmarse; querría inventar todo de nuevo; quiere ser diferente, lo cual es muy bueno en sí. Ahora bien, el conformismo ocurre cuando este afán viene aprovechado por intereses y fuerzas ajenas al joven mismo. Se convierte así en un conformista ideológico de tipo político, social o simplemente en un rebelde.

Dicho esto, es preciso añadir que el esfuerzo por evitar el conformismo y por actuar según principios personales e íntimos no significa caer en una rigidez cerrada. Se trata de tener una base de convicciones que servirán como plataforma para relacionarme con el mundo y no para romper el contacto con los demás.

c. La falta de identidad de vida

Hay personas que no se entregan plenamente a lo que son y a lo que profesan. Por eso crean en sí mismos un vacío que tienen que llenar, puesto que carecen de una identidad; esto les conduce a adoptar papeles falsos o a buscar notoriedad de diversas maneras.

En el primer caso, se encuentra el tipo literato, el tipo culto, el tipo artístico, el tipo músico, el tipo social, el tipo filósofo, el tipo intelectual, el tipo práctico, el tipo incomprendido, el tipo piadoso, aun el tipo místico. Sí, claro que estos tipos se dan o se pueden dar en personas auténticas como una característica fundamental bien identificada con su vocación. La inautenticidad aparece cuando se adoptan estos papeles como compensaciones inmediatas, pero falsas, que crean la inautenticidad de vida. Sólo pueden acabar en el fracaso ya que no llenan un vacío sino que sólo consiguen taparlo.

El segundo tipo se da en personas que buscan llamar la atención de los demás hasta llegar a un comportamiento que contradice su propio credo íntimo. Es siempre una obra del "yo" que busca afirmarse y ser tenido en cuenta por los demás. Los caminos son innumerables: el hábito sistemático de opinar diversamente de los demás, un comportamiento social muy obsequioso, la ubicación dentro de un grupo selecto de personas cerrado a los demás, la búsqueda constante de modos de destacar dentro del grupo, etc. Una persona que vive de una manera habitual en desacuerdo con su opción no puede ser auténtica.

Habiendo visto ya qué es la autenticidad y cuáles son sus principales enemigos, podemos resumir todo lo dicho en esta frase "ser tú mismo y no una máscara".

Ciertamente hay que precisar, porque puede interpretarse como una invitación a dar curso libre a todo lo que se siente, tesis que rechazamos. Se trata de conocer al hombre, su fin, y actuar coherentemente según eso. Por supuesto, no es una tarea que se pueda llevar a cabo sin actitudes de sinceridad vital, de coherencia lógica en el comportamiento, de introspección profunda, de autosuperación. Esto no se adquiere en un día, sino a través del esfuerzo diario y sereno. Hay que ir poco o poco conociéndose y obrando con veracidad, sabiendo bien que "la verdad os hará libres".

El que de veras quiere formarse percibirá la necesidad de conocerse bien a sí mismo. No se puede comenzar a trabajar en forma alocada y ciega. Se requiere, para conseguirlo, un conocimiento del fin y de la base donde se parte. El fin está marcado por la identidad del cristiano maduro. El punto de partida y la base sobre la cual se ha de construir la personalidad madura son propios de cada uno y para llegar a conocerlos se requiere una seria labor de introspección. Entran en juego aquí los elementos de la conocida tríada: conócete, acéptate, supérate.

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Fuente: Toma la vida en tus manos

sábado, 24 de noviembre de 2007

27 de Noviembre: La Virgen de la Medalla Milagrosa

El 27 de noviembre de 1830 la Virgen Santísima se apareció a Santa Catalina Labouré, humilde religiosa vicentina, y se le apareció de esta manera: La Virgen venía vestida de blanco. Junto a Ella había un globo luciente sobre el cual estaba la cruz. Nuestra Señora abrió sus manos y de sus dedos fulgentes salieron rayos luminosos que descendieron hacia la tierra. María Santísima dijo entonces a Sor Catalina:
"Este globo que has visto es el mundo entero donde viven mis hijos. Estos rayos luminosos son las gracias y bendiciones que yo expando sobre todos aquellos que me invocan como Madre. Me siento tan contenta al poder ayudar a los hijos que me imploran protección. ¡Pero hay tantos que no me invocan jamás! Y muchos de estos rayos preciosos quedan perdidos, porque pocas veces me rezan".

Entonces alrededor de la cabeza de la Virgen se formó un círculo o una aureola con estas palabras: "Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti". Y una voz dijo a Catalina: "Hay que hacer una medalla semejante a esto que estas viendo. Todas las personas que la lleven, sentirán la protección de la Virgen", y apareció una M, sobre la M una cruz, y debajo los corazones de Jesús y María. Es lo que hoy está en la Medalla Milagrosa.

El Arzobispo de París permitió fabricar la medalla tal cual había aparecido en la visión, y al poco tiempo empezaron los milagros. (lo que consigue favores de Dios no es la medalla, que es un metal muerto, sino nuestra fe y la demostración de cariño que le hacemos a la Virgen Santa, llevando su sagrada imagen).

Bienaventuranzas de los deportistas (1) / Autor: Equipo de pastoral juvenil del Obispado de San Isidro

“Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a Él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:” (Mt. 5, 1-2)

Felices ustedes, los limpios y honestos en la competencia, porque el deporte los ayudará a ser mejores personas.

Felices ustedes, los que hacen del deporte un camino hacia el interior del corazón porque encontrarán en él la humildad para respetar las diferencias.

Felices ustedes, los que se mantengan fieles a sus principios, amistades y compañeros porque serán fuente de confianza.

Felices los que respeten al árbitro y colaboren con él, porque la paz de Jesús inundará sus corazones y ayudarán a construir la civilización del amor.

Felices ustedes, los que saben ganar y perder porque disfrutarán con alegría el juego.

Felices ustedes, los que hacen del deporte un lugar de encuentro, amistad y solidaridad porque en él verán a Jesús.

Felices los que hagan del deporte un medio de conversión porque vivirán en él valores cristianos.

Felices los que sepan perdonar cuando sean ofendidos porque amarán como Jesús.

Felices los que integran a los excluidos en su equipo porque Dios los buscará para ser parte del suyo.

Felices los que aprendan a jugar como niños porque gozarán de alegría.

“Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo...” (Mt. 5, 12)

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Fuente: fragmentos.net

A contraola / Autor: Alfonso Aguiló

Vivir con los grandes hombres en sus biografías
y ser inspirados por su ejemplo
es vivir con cuanto hay de mejor en la humanidad.

Samuel Smiles

John Henry Newman sintió desde muy joven una pasión por Dios y por las cosas del espíritu, que le llevaron a ordenarse sacerdote en 1825 en el seno de la Iglesia anglicana. Desempeñó durante catorce años su labor como vicario de la Iglesia de Santa María, junto a la Universidad de Oxford, punto de encuentro de los mejores intelectuales ingleses de la época.

Al tratar de hacer su propia interpretación de los 39 artículos de la doctrina anglicana, comenzó a descubrir la verdad en la Iglesia católica, ganándose las críticas de la comunidad universitaria de Oxford y de la misma Iglesia de Inglaterra. Tras retirarse en el silencio de la oración y el estudio durante tres años, en 1845 abrazó el catolicismo, en cuyo seno fue ordenado sacerdote.

El doloroso acceso a la verdad

Por aquella época, en que las antiguas certidumbres se tambaleaban, los creyentes se encontraban con la amenaza del racionalismo, por una parte, y del fideísmo por otra. El racionalismo rechazaba la autoridad y la trascendencia, mientras el fideísmo resolvía los desafíos de la historia y las tareas de este mundo con una dependencia mal entendida de la autoridad y del gobierno. En un mundo así, Newman estableció una síntesis memorable entre fe y razón.

Pero todo ese proceso supuso para él una etapa de mucho sufrimiento. La lucha por la verdad siempre es difícil. Y Newman tuvo que padecer todas las contradicciones que suelen acompañar a quienes emprenden con seriedad la búsqueda de la verdad. El apasionado amor al anglicanismo de sus primeros años y su casi instintiva repugnancia hacia los planteamientos de la doctrina católica, le costaron un verdadero despellejamiento cuando, a través, sobre todo, de la lectura de los antiguos padres de la Iglesia, fue descubriendo que la verdad estaba en la Iglesia Católica y que, al tiempo, no todos sus miembros más destacados la servían con rectitud y brillantez.

Entre brillos y sombras

— Pienso que ese sentimiento es bastante habitual en el proceso de conversión de una persona, e incluso en el de la vocación.

Ciertamente. Es frecuente que, al plantearse la incorporación a la Iglesia, o al considerar la incorporación a un seminario diocesano concreto, o la entrega a Dios en una determinada institución católica, a esa persona le vengan a la mente algunas imágenes que no le resultan gratas. Newman sentía un rechazo natural por todo lo católico, pues había sido educado en ese sentimiento. Tuvo que pasar por todo un proceso de purificación, en el que fue descubriendo cuánto había de leyenda y de desconocimiento en esas impresiones suyas. Pero también tuvo que aprender a deslindar lo que era sustancial en la Iglesia de lo que eran los defectos de quienes pertenecían a ella, incluso de quienes la gobernaban. Comprendió que los defectos de quienes servían a la Iglesia no debían ocultarle el verdadero rostro de ella.

— ¿No ves inconveniente entonces en entregarse a Dios en un entorno en el que no todo nos resulta grato o convincente?

Me parece que es natural que haya siempre algunas sombras. Cuando una persona se enamora y piensa en el noviazgo, o en casarse, es natural que haya detalles de la persona amada que no le gusten. Y si no los ve, es porque está cegada por el enamoramiento, pues siempre los hay. Pero enamorarse, y casarse, supone entregarse globalmente a esa persona en su conjunto, con todo lo que nos gusta más y con todo lo que nos gusta menos.

Es natural, por otra parte, que nos propongamos ayudar a esa persona a superar esos defectos que observamos, pero contamos con que siempre tendrá defectos, como los tenemos nosotros, y sabemos que sería un egoísmo impresentable enamorarse solo de las cualidades positivas de una persona y rechazarla en lo demás, o escandalizarse de que no sea perfecta.

Buscando mayor mejora

— ¿No ves problema entonces en iniciar el camino de una vocación con el propósito de hacer cambiar esa institución?

Si por cambiar se entiende mejorarla, no solo no veo problema, sino que es nuestra natural obligación. Lo que no se debe querer cambiar es un espíritu o un carisma fundacional, que se puede tomar o no tomar, pero que no sería lícito ni leal querer alterar.

Newman encontró dentro de la Iglesia Católica mucha santidad y también bastante conservadurismo, algunas tradiciones espurias que encubrían una cierta pereza mental, una excesiva resistencia al cambio. Pero desde el principio supo reconocer que la verdad, aunque a veces tan mal servida por algunos, estaba allí. Entró en la Iglesia Católica entre penumbras, como quien entra en la noche, sabiendo que la luz está allí pero viéndola solo en destellos. Newman fue un modelo de fe, un crítico obediente, un rebelde sumiso, un avanzado prudente, un hombre del mañana que soportaba pacientemente el lento ritmo del cambio.

Resultan incómodos siempre

— Siempre se ha dicho que los grandes hombres han sido un poco adelantados a su tiempo.

Sí. Lo describe muy bien Pilar Urbano, al hilo de su biografía de San Josemaría Escrivá, otro hombre adelantado a su tiempo. "Los grandes hombres –género muy distinto del de las meras "celebridades"– ofrecen una interesante dificultad al biógrafo y al historiador: por una parte, son contemporáneos de la mentalidad, de los usos y de los sucesos de su propia época; por otra, son hombres anticipativos, animados por una clarividencia del futuro. Van por delante de su tiempo vital, a contracorriente de las modas de pensamiento, a contrapelo de las masas gregarias, a contraola de las inercias de su generación. Avanzan afrontando el viento de cara. Derriban fronteras. Destripan tópicos. Hacen saltar por los aires el cartón-piedra de rancios prejuicios. Roturan caminos sin trillar... Ese ir más deprisa, con las manecillas del reloj adelantadas, y mirando más allá, les hace ser extemporáneos entre los de su propio siglo.

"Ante los problemas, ellos proponen soluciones audaces, imaginativas, atípicas. Saben ver en lo invisible. Por eso se atreven con lo imposible. Son, por anticipados, proféticos. Y, por desinstalados, rebeldes. A causa de todo ello, mientras atraviesan su tiempo, suelen ser mal comprendidos. Llevan en soledad el peso del liderazgo. Sus seguidores les van muy a la zaga. La opinión pública, o no les atiende, o no les entiende. Los que viven en la cómoda griseidad de lo vulgar y corriente se sienten perturbados, molestados, por esos trallazos de inquietud... En fin, si llegan a un conocimiento popular, se les negará el reconocimiento de su excelencia. Y si alguna fama les visita en vida, será la mala fama o esa fama de bolsillo que se llama "ser noticia".

Los célebres y los grandes

"Los personajes célebres, los famosos de cada temporada, pueden llevar una vida confortable y muelle. Los grandes hombres, no. Un hombre grande jamás se arrellana, jamás se instala, jamás se conforma, jamás se solaza en la autocomplacencia de la tarea realizada. Su actitud permanente es la de levantarse exultante, para recorrer el camino con prisa..."

— ¿Y te parece que toda esa incomprensión del ambiente es un riesgo para la perseverancia en la vocación?

La entrega a Dios siempre se enfrenta a una cierta incomprensión, siempre está enemistada con la mediocridad, siempre va un poco a contraola de su entorno. Los santos siempre han sido un poco incómodos para quienes estaban a su alrededor. Cuando el Santo Cura de Ars llegó a aquel pueblo, sus habitantes lo menospreciaban, porque se fijaban en la tosquedad de su porte, en lo burdo de su sotana de mal paño, de su calzado campesino, de sus pobres dotes oratorias. Solo con el paso de los años descubrirían el tesoro que tenían. Y eso fue posible porque él no se arredró. Se consideró siempre responsable de los feligreses que tenía encomendados y fue capaz de perseverar aunque pasó por todas las dificultades imaginables. "Dadme, Señor –clamaba a Dios– la conversión de mi parroquia. Consiento en sufrir cuanto queráis durante toda mi vida. Si es preciso, durante cien años dame los dolores más vivos, con tal que se conviertan." Fue esa perseverancia suya la que hizo brotar tanta fecundidad. Y esa perseverancia no estaba garantizada, ni podía estarlo, cuando decidió hacerse sacerdote. Porque la perseverancia se conquista día a día.

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Fuente: Interrogantes.net

Cómo salir del agujero (molestando lo menos posible) / Autor: Enrique Monasterio

No hablo de salir del armario para evitar equívocos; pero es cierto que hay demasiados cristianos voluntariamente escondidos en el ghetto; católicos apocados que ocultan su fe como si se tratara de una neurosis y viven en su gazapera, aconejados, sin atreverse a enseñar la oreja. Les han dicho que la fe es algo íntimo y personal; que han de ser respetuosos incluso con los que no lo son. De acuerdo; pero también el embarazo es íntimo y se luce con orgullo sin el menor recato.

Escribí hace meses que, tal como se están poniendo las cosas, los católicos tenemos obligación de dar la nota. Cuando el silencio se interpreta como aquiescencia, es un deber moral dar la cara, y, sin agredir a nadie, cantar las cuarenta al lucero del alba.

¿Y qué haremos para salir del agujero? ¿Cómo daremos la nota?

Los puntos de un manifiesto que habría que poner de moda sin miedo alguno y persuadidos de que tenemos todo el derecho

Mi amigo Kloster, que es hombre sabio y no tiene pelos en la pluma, me dictó estas sabias recetas que transcribo sin más preámbulos:

• Cuando vayas de turista a una catedral, saluda ante todo al Dueño y Señor de la casa, que vive en la Capilla del Santísimo. No te limites a admirar las vidrieras. No olvides que las iglesias son Sagrarios, no meros edificios de interés cultural.

• No te importe quedar con tus amigos "después de Misa". A lo mejor alguno se anima y queda contigo "antes".

• Limpia y enriquece tu lenguaje. Nada tengo contra el taco como interjección lírica, que, usado con moderación, sosiega el ánimo; pero la mugre sobra. ¿Para qué tantas referencias glandulares, tanta alusión al presunto oficio de la madre de un tercero, tanta basura sexual? No sé si la cara es el espejo del alma (espero que no), pero el idioma sí que lo es.

• Y hablando de lenguaje, no es preciso que digas "Jesús" cada vez que oigas un estornudo, pero habrá que poner de moda algunas viejas y entrañables expresiones: "si Dios quiere", "con la ayuda de Dios", "adiós"… Sustituirán con ventaja al "hasta luego" que todo el mundo profiere aunque se despidan para la eternidad.

• Di a tu novia que se tape el ombligo y sus alrededores; que prefieres mirarla a los ojos, porque es lo único que no envejece. A lo mejor se ruboriza de gusto. Y tú, no es preciso que exhibas por encima del cinturón la etiqueta de tu ropa interior. Esos pantalones, que ya utilizaba Cantinflas hace cincuenta años, francamente, son una horterada.

• Cuando empieces a salir con una "niña supermona" (o con un "niño supermono"), pregúntale qué piensa sobre Dios, la Iglesia, la familia, los hijos… Y no olvides que, en el noviazgo, es más importante conocerse que tocarse.

• Si vas al restaurante un viernes de cuaresma, pide al camarero que te enseñe el menú de vigilia. Si no lo entiende, llama al chef y se lo explicas. Y, antes de comer, bendice la mesa. Si se dan cuenta los vecinos, mejor para ellos.

• Cuando estés de viaje y llegues al hotel en una ciudad desconocida, di en recepción que te informen sobre los horarios de Misas de las iglesias más cercanas. Si son buenos profesionales, harán la gestión sin mover un músculo. Cosas más insólitas les piden cada día.

• Cuando hables de tu novia con tus amigos evita la terminología culinaria o troglodita: Fulanita no "está buena" porque no es objeto de consumo. Te sugeriría dos docenas de expresiones alternativas, pero sonarían un poco antiguas. Seguro que tú mismo sabrás inventar otras. Sé creativo.

• No toleres la blasfemia en tu entorno. Si la atmósfera se pone apestosa, basta con una frase ingeniosa y contundente, como la que empleó mi amiga Natalia hace años: "oye, tío, ¿por qué no insultas a tu padre y dejas al mío en paz?" Natalia tiene una voz aguda y un tanto chillona. A su "amigo" se le atragantó la pepsi.

• Y si el estudio de la tele se convierte en un zoo, en un catre o en un retrete (sin perdón, que así se llama), tira de la cadena y coge un libro. O refúgiate en la 2, donde los animalitos son más limpios y honrados.

• Manda un mail a tu periódico, a tu emisora o a tu columnista favorito sobre todo cuando hacen las cosas bien. Levántales el ánimo, que buena falta hace.

• Utiliza Internet sin miedo y echa la red –es decir, la web– para pescar: participa en los debates, da doctrina, difunde los links cristianos. Forma un grupo de amigos cibernautas y llévales el mensaje de Jesucristo.

• Pero no te olvides de poner un filtro para que no entre en casa la basura cibernética. No se trata sólo de proteger a los niños. Los adultos estamos igual de indefensos porque todos somos corruptibles y capaces de las mayores aberraciones. Si tuvieses siempre sobre la mesa un montón de revistas pornográficas, ¿estás seguro de que nunca les echarías una ojeada?

• ¿Y qué ocurriría si, sobre esa mesa de trabajo, hubiese una imagen de la Virgen? A Luisa, cuando la puso por primera vez en su oficina, se la rompieron. Volvió a poner otra, y la pintarrajearon. La tercera fue sustituida por una foto pornográfica…; pero la guerra no duró mucho. Desde hace más de un año nadie toca su imagen de la Virgen de Guadalupe. Y su amiga Marijose ha puesto otra.

• En tu casa, piso o apartamento también podrías poner un buen cuadro de Santa María. Es fácil encontrar uno que sintonice con tu estilo: los hay para todos los gustos.

• Quítate ese colmillo de gorila que llevas al cuello. Cualquiera diría que se lo arrancaste a una amiga de la infancia. Una medalla-escapulario es mucho más práctica. Ahora muchos chavales se cuelgan el rosario como si fuera un collar. Aprovecha la ocasión para explicarles cómo se usa.

• Visita a tu párroco alguna vez. Necesita sentir el afecto de sus feligreses. Dale ideas, cuéntale el último chiste, fumaos un pitillo juntos (con permiso de la ministra), y escúchale, que a veces está muy solo.

• En el cestillo de la Misa echa papel moneda. La calderilla está bien para las propinas o los parquímetros, pero en la iglesia necesitan algo más que las sobras. Y este mes de junio pon la equis donde tú sabes.

• En verano, llévate a Jesús de vacaciones. Él solía ir también a la montaña y a la playa. Y comía pescado a la brasa al anochecer. Aprende a descansar a su lado, sin huir. No lo mandes a un asilo ni lo abandones en la primera gasolinera.

• Habla de Dios a tus amigos. Hablar de Dios es hablar de uno mismo, de lo que Él ha hecho contigo. Por eso cuesta. Hacer apostolado es quedarse a la intemperie, pero vale la pena.

• Y si es necesario, sal a la calle con una pancarta. Algunas veces los cristianos tenemos que manifestarnos, hacer bulto y gritar fuerte, llenando las avenidas y las plazas de las grandes ciudades. No quemes papeleras ni estropees el mobiliario urbano. Lleva a los viejos y a los niños, que somos gentes de paz y no correrán riesgos. El próximo día 18, sábado, tienes una oportunidad en Madrid. ¿Te animas?


Una vez leído el largo manifiesto de Kloster, sólo me queda añadir una palabra. No es muy original, pero en este caso sí que parece imprescindible: ¡pásalo!

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Furnte: Fluvium.org

Amistad: Lanzarse por una amistad verdadera / Autor: Alan Wirfel, LC

Una de las escenas más hermosas de toda la Biblia se encuentra al final del Evangelio de san Juan. Es de mañana y el sol está apenas saliendo. Pedro y los otros cinco apóstoles están cansados de haber pasado toda la noche intentando pescar sin haber obtenido nada como fruto de sus esfuerzos. De repente escuchan un grito que viene de la orilla: “Muchachos, ¿han pescado algo?” Nos es familiar lo que pasará después: la pesca milagrosa. Pero el momento más cautivador lo vemos en la reacción de Pedro, cuando se lanza de la barca. Juan dice solo tres palabras, “¡Es el Señor!”, y le bastan a Pedro para tirarse al agua. Si tuviésemos una foto de aquel momento, de Pedro en pleno vuelo, nos diría mil palabras; palabras sobre todo de la amistad que le motivó a lanzarse; de la amistad que comparten Jesucristo y Pedro. Pero, ¿qué es la verdadera amistad, cómo se forma y qué importancia tiene para mí?

Amistad y sus clases

De entre todas las virtudes humanas que hay, pocas nos atraen tanto como la amistad. Aristóteles distingue tres tipos de amistad en la “Ética Nicomaquea”. La primera se trata de la amistad de utilidad: es bueno para mí tener esta relación, me es útil y puedo sacarle provecho. Esto es lo que esperaríamos de las relaciones entre empresarios; nos asociamos porque nos ayuda para ganar dinero o una mejor posición social. El segundo tipo tiene como base el placer: me gusta estar con el otro porque es divertido y me hace sentir bien. El tercero se trata de la verdadera amistad. Esta amistad encuentra su razón de ser en la virtud y bondad del otro. Como amigos compartimos el deseo de vivir una vida virtuosa, los altos ideales.

Sin embargo, me atrevo decir que a Aristóteles le falta algo... Es verdad que las amistades uno y dos no son verdaderas. Una amistad no es una inversión prudencial: no es que invierto mi tiempo con una persona porque preveo beneficios futuros, ni tengo un amigo solo porque me hace sentir feliz. Esto sería usarlo, tratarlo como medio de la propia felicidad y, a fin de cuentas, sería buscarse uno mismo. C.S. Lewis lo expresa así:

La donación como amistad

“La amistad no es una recompensa por nuestra capacidad de elegir y por nuestro buen gusto de encontrarnos unos a otros, es el instrumento mediante el cual Dios revela a cada uno las bellezas de todos los demás, que no son mayores que las bellezas de miles de otros hombres; por medio de la amistad Dios nos abre los ojos ante ellas. Como todas las bellezas, éstas proceden de él, y luego en una buena amistad, las acrecienta por medio de la amistad misma, de modo que éste es su instrumento tanto para crear una amistad como para hacer que se manifieste”.

No le echo la culpa a Aristóteles pues nunca escuchó aquellas palabras reveladoras de Jesucristo: “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 12-13). Así, Jesucristo nos revela un aspecto más profundo: la donación de sí, termómetro fiel de la verdadera amistad. Probablemente no se nos presentará en esta vida la oportunidad de dar la propia por un amigo, pero la vida cotidiana sí nos presenta mil oportunidades para darnos a los demás en las cosas pequeñas y momentos difíciles. Aunque sepamos valorar al amigo, sus cualidades y talentos, la verdadera amistad nos llevará a valorar también sus luchas y aceptar sus deficiencias. Por eso, la amistad verdadera es realista y leal. Ser amigo en los momentos difíciles quiere decir olvidarse y donarse. Esta amistad la expresó perfectamente J.R. Tolkien cuando nos escribe sobre la amistad incondicional entre Sam y Frodo:

Amistad y malos momentos

“Sam lo miraba. Las primeras luces del día se filtraban apenas a través de las sombras, bajo los árboles, pero Sam veía claramente el rostro de su amigo, y también las manos en reposo, apoyadas en el suelo a ambos lados del cuerpo. De pronto le volvió la mente la imagen de Frodo, acostado y dormido en la casa de Elrond, después de la terrible herida. En ese entonces, mientras lo velaba, Sam había observado que por momentos una luz muy tenue perecía iluminarlo interiormente; ahora la luz brillaba, más clara y más poderosa. El semblante de Frodo era apacible, las huellas de miedo y la inquietud se habían desvanecido; y sin embargo recordaba el rostro de un anciano, un rostro viejo y hermoso, como si el cincel de los años revelase ahora toda una red de finísimas arrugas que antes estuvieran ocultas, aunque sin alterar la fisonomía. Sam Gamyi, claro está, no expresaba de esa manera sus pensamientos. Sacudió la cabeza, como si descubriera que las palabras eran inútiles y luego murmuró: ‘Lo quiero mucho. Él es así, y a veces, por alguna razón, la luz se transparenta. Pero se transparente o no, yo lo quiero”.

Quizá sólo es en los momentos difíciles que la verdadera amistad se forja y se aprecia por lo que es: “Un amigo fiel es un escudo poderoso, el que lo encuentra halla un tesoro. Un amigo fiel no se paga con nada, no hay precio para él” (Sirácide 6, 14). Y es así, al final, hallamos lo que motivó a Pedro a lanzarse al mar con el sólo hablar de Cristo. Qué hombre de avanzada edad hace esto con sólo escuchar a otro si no es porque le ama, si no es porque es su amigo.

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Fuente: virtudesyvalores.com

viernes, 23 de noviembre de 2007

Eucaristía y fidelidad / Autor: P Antonio Rivero LC

La fidelidad es cumplir exactamente lo prometido, conformando de este modo las palabras con los hechos. Es fiel el que guarda la palabra dada, los compromisos contraídos con Dios y con los hombres y con su propia conciencia.

Debemos ser fieles a Dios, a nuestras promesas, a nuestros cargos y encomiendas, a nuestra vocación, a nuestra fe católica y cristiana, a nuestra oración. Cristo en el Evangelio puso como ejemplo al siervo fiel y prudente, al criado bueno y leal en lo pequeño, al administrador fiel. La idea de la fidelidad penetra tan hondo dentro del cristiano que el título de fieles bastará para designar a los discípulos de Cristo (cf Hech 10, 45; 2 Co 6, 15; Ef 1, 1).

Hoy se echa de menos esta virtud de la fidelidad: se quebrantan promesas y pactos hechos entre naciones; se rompen vínculos matrimoniales por naderías o vínculos sacerdotales, por incoherencias. ¿Por qué esta quiebra en la fidelidad?

Un fallo fuerte en la fidelidad se debe a la falta de coherencia. Otras veces será el propio ambiente lo que dificulte la lealtad a los compromisos contraídos, la conducta de personas que tendrían que ser ejemplares y no lo son y, por eso mismo, parece querer dar a entender que el ser fiel no es un valor fundamental de la persona. En otras ocasiones, los obstáculos para la fidelidad pueden tener su origen en el descuido de la lucha en lo pequeño. El mismo Señor nos ha dicho: “Quien es fiel en lo pequeño, también lo es en lo grande” (Lc 16, 10).

¿Qué relación hay entre Eucaristía y fidelidad?

Fue en la Eucaristía donde Dios fue fiel a ese anhelo y voluntad de quedarse entre los hijos de los hombres. En la Eucaristía Dios cumplió lo que dice en el libro de los Proverbios: “Mis delicias son estar con los hijos de los hombres” (8, 13). Dios en Cristo Eucaristía fui fiel a su promesa de estar con nosotros hasta el final de los tiempos.

La Eucaristía me da fuerzas para ser fiel a mi fe, a mi vocación, a mi misión como cristiano, como misionero, como religioso, como sacerdote. De la Eucaristía los mártires sacaron la fuerza para su testimonio fiel hasta la muerte. De la Eucaristía las vírgenes sacaron la fuerza para defender su pureza hasta la muerte, como lo demostró la niña santa María Goretti. De la Eucaristía los confesores sacaron la fuerza para confesar su fe y explicarla a quienes les pedían razones de su fe. De la Eucaristía el cristiano se alimenta para fortalecer sus músculos espirituales y así ser fiel a sus compromisos como padre o madre de familia, como esposo y esposa, como trabajador, como empresario, como profesor, como estudiante, como líder, como catequista.

¿Cómo va a ser fiel ese matrimonio, si no se alimenta de la Eucaristía? ¿Cómo será fiel ese joven a Dios, venciendo todas las tentaciones que el mundo le presenta, si no se fortalece con el Pan de la Eucaristía que nos hace invencibles ante el enemigo? ¿Cómo va a resistir la fatiga de la soledad y del cansancio esa misionera o esa religiosa, si no participa diariamente del banquete renovador de la Eucaristía? ¿Cómo será fiel a su celibato ese sacerdote, si no valora y celebra con cariño y devoción su santa Misa diaria? ¡Cuántos pobres y enfermos se mantienen en su fidelidad a Dios, gracias a la Eucaristía!

En la Eucaristía, Dios sigue siendo fiel a ese esfuerzo por salvar a los hombres, mediante su Palabra y mediante la comunión del Cuerpo de su querido Hijo que nos ofrece en cada Misa. Así como fue fiel a los patriarcas, profetas y reyes, así también sigue siendo fiel a cada uno de nosotros. Y donde Él ratifica su fidelidad es sin duda en la Eucaristía, el sacramento del amor fiel de Dios para con el hombre y la mujer.

El día en que Dios nos retirase la Eucaristía, ese día podríamos dudar de su fidelidad. Pero Dios es siempre fiel.

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Fuente: Catholic.net

jueves, 22 de noviembre de 2007

Sabio Afraates: «La oración es escuchada cuando ofrece alivio al prójimo» / Autor: Benedicto XVI

Benedicto XVI presenta la figura de Afraates el «Sabio»

Intervención durante la audiencia general


(ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de este miércoles dedicada a presentar la figura del obispo Afraates el «Sabio», «uno de los personajes más importantes y, al mismo tiempo, más enigmáticos del cristianismo siríaco del siglo IV».

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En nuestro viaje al mundo de los padres de la Iglesia, hoy quisiera guiaros hacia una parte poco conocida de este universo de la fe, es decir, a los territorios en los que florecieron las Iglesias de lengua semítica, aún no influidas por el pensamiento griego. Esas Iglesias se desarrollaron a lo largo del siglo IV en Oriente Medio, desde Tierra Santa hasta el Líbano y Mesopotamia.

Durante aquel siglo, que fue un período de formación a nivel eclesial y literario, en dichas comunidades se manifestó el fenómeno ascético-monástico con características autóctonas, que no experimentaron la influencia del monaquismo egipcio. De este modo, las comunidades siríacas del siglo IV fueron una representación del mundo semítico del que salió la Biblia misma, y fueron expresión de un cristianismo cuya formulación teológica aún no había entrado en contacto con corrientes culturales diversas, sino que vivía de formas de pensamiento propias. Fueron Iglesias en las que el ascetismo bajo varias formas eremíticas (eremitas en el desierto, en las cuevas, recluidos y estilitas) y el monaquismo bajo formas de vida comunitaria desempeñaron un papel de vital importancia para el desarrollo del pensamiento teológico y espiritual.

Quisiera presentar este mundo a través de la gran figura de Afraates, conocido también con el sobrenombre de «Sabio», uno de los personajes más importantes y, al mismo tiempo, más enigmáticos del cristianismo siríaco del siglo IV.

Originario de la región de Nínive-Mosul, hoy Irak, vivió en la primera mitad del siglo IV. Tenemos pocas noticias sobre su vida; de todos modos, mantuvo relaciones estrechas con los ambientes ascético-monásticos de la Iglesia siríaca, sobre la que nos transmitió algunas noticias en su obra y a la cual dedicó parte de su reflexión. Según algunas fuentes, dirigió incluso un monasterio y, por último, fue consagrado obispo. Escribió veintitrés discursos conocidos con el nombre de «Exposiciones» o «Demostraciones», en los que trató diversos temas de vida cristiana, como la fe, el amor, el ayuno, la humildad, la oración, la misma vida ascética y también la relación entre judaísmo y cristianismo, entre Antiguo y Nuevo Testamento. Escribió con un estilo sencillo, con frases breves y con paralelismos a veces contrastantes; sin embargo, logró hacer una reflexión coherente, con un desarrollo bien articulado de los varios argumentos que afrontó.

Afraates era originario de una comunidad eclesial que se encontraba en la frontera entre el judaísmo y el cristianismo. Era una comunidad muy unida a la Iglesia madre de Jerusalén, y sus obispos eran elegidos tradicionalmente de entre los así llamados «familiares» de Santiago, el «hermano del Señor» (Cf. Marcos 6, 3), es decir, eran personas con vínculos de sangre y de fe con la Iglesia jerosolimitana. La lengua de Afraates era el siríaco, por tanto, una lengua semítica como el hebraico del Antiguo Testamento y el aramaico hablado por el mismo Jesús. La comunidad eclesial en la que vivió Afraates era una comunidad que trataba de permanecer fiel a la tradición judeocristiana, de la que se sentía hija. Por eso, mantenía una relación estrecha con el mundo judío y con sus libros sagrados. Afraates se definía significativamente a sí mismo como «discípulo de la Sagrada Escritura» del Antiguo y del Nuevo Testamento («Exposición» 22, 26), que consideraba su única fuente de inspiración, recurriendo a ella tan a menudo hasta el punto de convertirla en el centro de su reflexión.

Los argumentos que Afraates desarrolló en sus «Exposiciones» son variados. Fiel a la tradición siríaca, presentó a menudo la salvación realizada por Cristo como una curación y, por consiguiente, a Cristo mismo como médico. En cambio, considera el pecado como una herida, que sólo la penitencia puede sanar: «Un hombre que ha sido herido en batalla --decía Afraates--, no se avergüenza de ponerse en las manos de un médico sabio (…); del mismo modo, quien ha sido herido por Satanás no debe avergonzarse de reconocer su culpa y alejarse de ella, pidiendo el remedio de la penitencia» («Exposición» 7, 3).

Otro aspecto importante de la obra de Afraates es su enseñanza sobre la oración y, en especial, sobre Cristo como maestro de oración. El cristiano reza siguiendo la enseñanza de Jesús y su ejemplo orante: «Nuestro Salvador ha enseñado a rezar diciendo así: “Ora en lo secreto a Quien está escondido, pero ve todo”; y también: “Entra en tu aposento y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mateo 6, 6) (…). Lo que nuestro Salvador quiere mostrar es que Dios conoce los deseos y los pensamientos del corazón» («Exposición» 4, 10).

Para Afraates, «la vida cristiana se centra en la imitación de Cristo, en tomar su yugo y en seguirlo por el camino del Evangelio. Una de las virtudes más convenientes para el discípulo de Cristo es la humildad. No es un aspecto secundario de la vida espiritual del cristiano: la naturaleza del hombre es humilde, y Dios la eleva a su misma gloria. La humildad --observó Afraates-- no es un valor negativo: «Si la raíz del hombre está plantada en la tierra, sus frutos suben ante el Señor de la grandeza» («Exposición» 9, 14). Siendo humilde, incluso en la realidad terrena en la que vive, el cristiano puede entrar en relación con el Señor: «El humilde es humilde, pero su corazón se eleva a alturas excelsas. Los ojos de su rostro observan la tierra y los ojos de su mente la altura excelsa» («Exposición» 9, 2).

La visión del hombre y de su realidad corporal que tenía Afraates es muy positiva: el cuerpo humano, siguiendo el ejemplo de Cristo humilde, está llamado a la belleza, a la alegría y a la luz: «Dios se acerca al hombre que ama, y es justo amar la humildad y permanecer en la condición de humildad. Los humildes son sencillos, pacientes, amados, íntegros, rectos, expertos en el bien, prudentes, serenos, sabios, tranquilos, pacíficos, misericordiosos, dispuestos a convertirse, benévolos, profundos, ponderados, hermosos y deseables» («Exposición» 9, 14).

En Afraates la vida cristiana se presenta a menudo con una clara dimensión ascética y espiritual: la fe es su base, su fundamento; transforma al hombre en un templo donde habita Cristo mismo. Así pues, la fe hace posible una caridad sincera, que se expresa en el amor a Dios y al prójimo. Otro aspecto importante en Afraates es el ayuno, que interpretaba en sentido amplio. Hablaba del ayuno del alimento como una práctica necesaria para ser caritativo y virgen, del ayuno constituido por la continencia con vistas a la santidad, del ayuno de las palabras vanas o detestables, del ayuno de la cólera, del ayuno de la propiedad de los bienes con vistas al ministerio, y del ayuno del sueño para dedicarse a la oración.

Queridos hermanos y hermanas, regresemos una vez más --para concluir-- a la enseñanza de Afraates sobre la oración. Según este antiguo «Sabio», la oración se realiza cuando Cristo habita en el corazón del cristiano, y lo invita a un compromiso coherente de caridad con el prójimo. En efecto, escribió: «Consuela a los afligidos, visita a los enfermos, sé solícito con los pobres: esta es la oración. La oración es buena, y sus obras son hermosas. La oración es aceptada cuando consuela al prójimo. La oración es escuchada cuando en ella se encuentra también el perdón de las ofensas. La oración es fuerte cuando rebosa de la fuerza de Dios» («Exposición» 4, 14-16).

Con estas palabras, Afraates nos invita a una oración que se convierte en vida cristiana, en vida realizada, en vida impregnada de fe, de apertura a Dios y, así, de amor al prójimo.

Queridos hermanos y hermanas:
Hoy nos ocupamos de Afraates, apodado también el "Sabio", una figura destacada del cristianismo del siglo IV en Siria, donde las comunidades mantuvieron características propias: eran cercanas a la lengua y mentalidad semíticas en las que se fraguó la Biblia, afines al judaísmo, estrechamente unidas a la Iglesia madre de Jerusalén y en ellas ejercían un papel muy importante las diversas formas de vida eremítica.

En los escritos de este Padre de la Iglesia, destaca la estrecha relación con las Sagradas Escrituras, de las que él se decía "discípulo", y que tenía como su única fuente de inspiración. Muestra a Cristo como médico que nos salva y al que se acude para curar, por la penitencia, la herida del pecado. Para Afraates, la vida cristiana es seguir a Cristo y orar como Él nos ha enseñado, con humildad, para que habite en nuestro corazón y nos lleve a un compromiso de caridad para con el prójimo.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo promotor del programa «Vida sin droga» de Colombia, acompañado por los Señores Embajadores de ese País. Es de esperar que esta y otras iniciativas similares se propaguen y ayuden a construir un mundo mejor. Saludo también a la delegación de la Escuela de Policía de Chile, así como a los demás peregrinos de México y España. A todos recuerdo una máxima del Sabio Afraates: «La oración es escuchada cuando ofrece alivio al prójimo»

Reina en mí / Autor: P. Jesús Higueras

Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: "A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido." También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: "Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!"
Había encima de él una inscripción: "Este es el Rey de los judíos."
Uno de los malhechores colgados le insultaba: "¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!"
Pero el otro le respondió diciendo: "¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?
Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho."
Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino."
Jesús le dijo: "Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso."
Lc 23, 35-43

Joyas, oro, coronas, palacios, poderes y ejércitos, son las cosas que siempre hemos vinculado a la palabra realeza y a la palabra rey, especialmente en el pasado, cuando los reyes eran aquellos que ostentaban el poder, sobre todo un poder a través de la fuerza y a través del dominio.

Que diferente es el concepto de realeza que tenemos los humanos, al concepto de realeza que la Iglesia y el Evangelio nos presenta de Jesucristo, porque efectivamente a Él le preguntan: ¿Tú eres rey? Y Él dice que sí, aunque su reino no es de este mundo.

Jesús se nos presenta como rey desde la cruz. No trae consigo ni palacios, ni oro, ni coronas, ni joyas, y sin embargo, es más Rey que ninguno de los reyes que han existido en la historia. Porque verdaderamente el Padre ha querido entregar toda la creación a Jesús, y Él es el verdadero Rey de todo el universo. Algún día comprenderemos como toda la creación, toda la belleza de Dios, ha sido hecha desde la mente de Cristo – que es el conocimiento que tiene el Padre de sí – por medio del Espíritu Santo. Pero sobre todo, que Jesucristo sea el Rey del universo, significa para mí, que Jesucristo es mi Rey, es aquél a quien yo he querido entregar el señorío sobre mí, de quien yo he querido que toda mi vida dependa. Cada uno de nosotros tenemos que preguntarnos si tal vez no hallamos hecho muchas veces como aquellos judíos, que le rechazaron diciendo: “No queremos que sea nuestro rey, que nuestro rey sea el Cesar”.

“Que Cristo sea Señor y sea Rey”, así lo proponía la Iglesia al principio, en el primer sermón de San Pedro: “Jesús vive y es el Señor. Decir Señor o decir Rey es lo mismo, y por eso, Cristo tiene que reinar. Tiene que reinar en mi corazón, pero solo va a reinar si yo le dejo, porque Él no se impone por la fuerza. Él no se impone ni por las armas, ni por el miedo, ni por el castigo, sino que solamente se impone por el amor. Él solo quiere reinar si tú le abres las puertas, si tú eres capaz de decirle: “Quiero que reines en mí”.

Reinar en tí, significa dejarle que Él escriba tu historia, no revelarte ante su voluntad, aunque a veces la voluntad del Rey tenga forma de dolor o de cruz. No tenemos porque entender todos los designios del Rey, Él sabe más. Significa decirle: “Yo quiero que Tú reines, que seas mi Rey; el Rey de mis emociones, de mis sentimientos, de mis miedos, mis sueños, el Rey de mi vida”.

En esta última fiesta del tiempo ordinario, pidámosle a Cristo que reine en nosotros, en nuestros corazones, que reine en nuestras vidas. Que Cristo reine en todos mis actos, y para eso tendremos que abrir las puertas al Rey. Él quiso entrar en Jerusalén manso, sencillo, humilde y entrará así, también a través de la humildad y de la mansedumbre. Cuantas veces los salmos dicen: “Abridme las puertas del triunfo”, o cuantas veces: “Portones alzad los dinteles, va a entrar el Rey de la gloria”. Cristo sigue llamando a la puerta de los corazones, y sigue preguntando: ¿Me dejas reinar? ¿Me dejas que Yo sea tu rey? ¿Me dejas que Yo gobierne tus actos y quieres definitivamente confiar en Mí y saber que Yo te voy a conducir, como buen pastor, por praderas de hierba fresca, por fuentes tranquilas? Que aunque camines por cañadas oscuras no tendrás que temer, porque tu Rey y tu Señor te cuidará y te protegerá. Deja de ser tú tu propio rey, y deja que Cristo reine. Entrégale tu reino, tu voluntad, todo lo que tú eres. Déjalo en sus manos y veras que paz tan grande visitará tu corazón.

Un joven afortunado / Autor: José H. Prado Flores

El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan, Pablo, que debía marchar al día siguiente, conversaba con ellos y alargó la charla hasta la media noche. Había abundantes lámparas en la estancia superior donde estábamos reunidos. Un joven, llamado Eutico, estaba sentado en el borde de la ventana; un profundo sueño le iba dominando a medida que Pablo alargaba su discurso. Vencido por el sueño se cayó del piso tercero abajo. Lo levantaron ya cadáver.
Bajó Pablo, se echó sobre él y tomándole en sus brazos dijo: "No os inquietéis, pues su alma está en él." Subió luego; partió el pan y comió; después platicó largo tiempo, hasta el amanecer. Entonces se marchó. Trajeron al muchacho vivo y se consolaron no poco.
(Hech. 20,7-12)

San Lucas cuenta un episodio que dejó una profunda huella en su vida de evangelizador: Pablo había llegado a Tróada, para despedirse de la comunidad. Pero durante la celebración de la Cena del Señor, la charla se alargó hasta media noche y, un joven sentado junto a la ventana, se quedó dormido y cayó al vacío, muriendo inmediatamente. Aunque el accidente no deja de ser impresionante, lo más importante es su significado y la aplicación a la tarea evangelizadora.

Todo el relato está marcado por los contrastes que se oponen: la oscuridad de la noche se extendía afuera, mientras que la sala de reunión estaba iluminada por muchas lámparas. Adentro se encontraba la comunidad, escuchando la Palabra de Dios, mientras que afuera reinaba el silencio de la noche.

Eutico, que así se llamaba el protagonista de este drama, era un joven, tan atrevido, como imprudente, que en vez de sentarse como todo mundo, lo hizo en el filo de la ventana que miraba tres pisos abajo. Por lo tanto, no estaba ni adentro ni afuera. La mitad de su cuerpo era iluminado por las abundantes lámparas de la sala, pero la otra mitad permanecía en la oscuridad. Con un oído escuchaba la Palabra que se predicaba y con el otro prestaba atención a lo que pasaba afuera. Con un ojo miraba dentro y con otro miraba hacia fuera. Era parte de la comunidad, pero al mismo tiempo no pertenecía totalmente a ella, pues la mitad de atención e interés estaban fuera. Su corazón estaba dividido.

A medida que pasaban las horas, en vez de que Pablo terminara de contar las maravillas de Dios, alargaba su discurso. Eutico, que se interesaba sólo parcialmente en la reunión, comenzó a cabecear y dormitar, pues "un profundo sueño lo iba dominando". Estaba perdiendo la primera batalla: ya no tenía conciencia de lo que pasaba a su alrededor. Cada vez escuchaba menos la Palabra, por la simple razón de que no estaba ni adentro ni afuera. El grave problema de Eutico era la indecisión. Quería dos cosas a la vez, sin decidirse por ninguna de ellas.

Por fin, Eutico se quedó dormido en el filo de la ventana, y perdió el equilibrio, desplomándose hasta el suelo. Curiosamente, en vez de caer hacia la sala, donde se celebraba la Cena del Señor, se fue al vacío, tres pisos abajo. Tal vez porque todo el que se duerme, se inclina más hacia afuera que hacia la comunidad. Obviamente, Pablo interrumpió la predicación, al mismo tiempo que todos los que dormitaban, se despertaron con sobresalto.

Cuando Eutico dejó de escuchar la Palabra, se quedó dormido. Todo aquel que cierra sus oídos a la Palabra, se duerme. Si toda la mente, todo el corazón y todas las fuerzas no están escuchando y acogiendo la Palabra, se duerme irremediablemente, porque tarde o temprano las preocupaciones de la vida, la concupiscencia de la carne y el afán de las riquezas asfixian la semilla de la Palabra.

Tal vez Eutico no era el único que dormitaba esa noche, pero su problema se agudizaba por el lugar que había escogido para sentarse: un poco adentro y un poco afuera. Ni pertenecía a la comunidad ni se decidía abandonarla. Su mente y su corazón estaban divididos, procurando dos cosas al mismo tiempo. Quien vive de esta manera, es como quien se sienta en la ventana; es decir, arriesga su vida inútilmente. Quien no escucha con todo su corazón, con toda su mente y con todas sus fuerzas la Palabra de Dios, se duerme, porque no permite que la semilla de la Palabra, penetre en lo más profundo de su conciencia.

El drama de nuestro tiempo radica en que a la gente le gusta sentarse en la ventana. De manera especial, parece ser un síndrome juvenil. Muchos jóvenes se duermen con una droga o con el alcohol, se duermen por la filosofía de New Age, o son adormecidos por el sensualismo que insensibiliza. El olor del incienso también provoca sueño, mientras que la codicia hace cerrar los ojos ante las necesidades de los demás.

El problema más importante que debe atacar un evangelizador, es la gente que le gusta sentarse en la ventana: quienes desean seguir a Cristo, pero que no están dispuestos a renunciar completamente al pecado; aquellos que procuran servir al Señor, pero que al mismo tiempo pretenden servirse de él; los que condicionan su entrega o siguen coqueteando con los criterios del mundo y de la carne; en fin, todos aquellos que sirven a dos señores... San Pedro describe la salvación como el paso de las tinieblas a la luz (1Pe 2,9), y Jesús exige tener el cuerpo enteramente luminoso, sin sombra de tiniebla (Lc 11,35). La conversión ha de ser radical o no es conversión: o se entra plenamente a la luz, o es mejor quedarse afuera; o frío o caliente, porque los tibios son vomitados de la boca del Señor. El tesoro escondido sólo se adquiere cuando se vende todo con alegría, para comprar el campo. La Perla preciosa, cuesta todo, no importa si es mucho o poco, con tal de que sea todo.

Los evangelizadores también somos retados por la Palabra de Dios: no nos sentemos en la ventana para predicar la Palabra de Dios. Esto significa que si le hemos entregado nuestra vida al Señor, no consintamos darla a medias. ¿Hay algún aspecto de la vida que no hemos rendido bajo el Señorío de Jesús? No se puede poner la mano en el arado y volver la vista atrás. La entrega es total y para siempre. De otra forma, la misma Palabra que proclamamos nos va a juzgar muy severamente.

Cuenta la Palabra, que Pablo, repitiendo un gesto de los antiguos profetas (1Re 17, 17-24; 2Re 4,30-37), resucitó a Eutico. El apóstol, acompañado por el joven recién vuelto a la vida, regresó a la sala, para continuar narrando los prodigios de sus viajes apostólicos. Ya no se nos precisa dónde se sentó Eutico, pero de una cosa estamos ciertos: no procuró la peligrosa ventana. Es más, ni siquiera volteaba a verla. Tal vez escogió el lugar opuesto y no se distraía lo más mínimo de las palabras de Pablo, que siguió predicando hasta al amanecer... ...tal vez, algunos otros tenían sueño, menos uno: Eutico.

Eutico, cuyo nombre significa "afortunado", ha sido en verdad afortunado. La noche en que cayó de la ventana, había una comunidad escuchando la Palabra de Dios y un evangelizador que lo predicaba con el poder del Espíritu. De otra forma, este joven hubiera pasado a las estadísticas como uno más de los que mueren en un accidente. Sin embargo, se integra a la historia de la salvación, por haber resucitado, dejando un mensaje a todos los que se duermen: nunca lo hagan al filo de la ventana.

Que la Palabra de Dios, que es lámpara para nuestros pasos (Sal 119,103), nos ilumine para ser luz del mundo, que refleja el resplandor de aquel que dijo: Yo soy la luz del mundo (Jn 8,12), para amar, servir y proclamar al Señor con toda nuestra vida.

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Fuente: Escuelas de Evangelización San Andrés

Cogitaciones zoológicas: La intimidad es humana / Autor: Enrique Monasterio

A mi amigo Kloster le gusta pasear por el zoo. No se fija mucho en los animales, pero disfruta mirando las miradas de los niños, e impregnándose de exóticos aromas.

Nos detenemos frente al espacio reservado a los monos. A mí no me atraen en absoluto. Me produce una inquietud indefinible contemplar sus movimientos vagamente familiares y sentirme observado por esos ojillos malignos y estúpidos que siempre recuerdan a algún conocido.

Hoy los simios disfrutan exhibiendo sus miserias y haciendo guarradas para regodeo del público.

— Ya ves –comenta mi amigo–. Los animales carecen de intimidad.

— Sí –le contesto– son unos impúdicos.

— ¿Impúdicos? No. Acusarles de impudor es tan injusto como decir que no son humildes o caritativos. El pudor es una virtud, y los animales no son virtuosos ni perversos. Son sólo animales.

— Ya. Entonces, ¿qué es la intimidad?

Kloster cierra los ojos como siempre que pontifica.

— La intimidad es el ámbito sagrado donde el espíritu humano se reconoce a sí mismo, establece su dominio y se guarda de las agresiones externas. Alguien escribió –quizá yo mismo– que la adolescencia comienza el día en que el niño, por primera vez, cierra el pestillo del cuarto de baño. Ese día descubre su dignidad. Hasta entonces, durante el primer tramo de su vida, ha vivido cara al público, en un escaparate como los monos del zoo. Incluso le encanta proclamar a gritos sus mas íntimos problemas digestivos.

Algo más sobre intimidad

En ese momento, a lo lejos se oye una estridente voz infantil:
— ¡Mamá, me he hecho piiiiís!

— ¿Lo ves? –continúa Kloster–. Esa criatura aún no sabe quién es. Un día mirará hacia adentro de sí mismo y entenderá que las secreciones de su cuerpo no deben ser de dominio público.

— Pero la intimidad es más que eso…

— Claro. Ya te he dicho que es el refugio del espíritu. El alma va creando a su alrededor como círculos concéntricos más o menos privados, que son expresión de la dignidad personal. El círculo más amplio quizá sea su casa. En ella el hombre comparte con los suyos mucho de su intimidad. Pero, dentro de la casa, hay entornos más reservados: el dormitorio, el cuarto de baño… Y, por último, el propio cuerpo, que se cubre con un vestido no sólo para abrigarse. Si la indumentaria tuviese ese fin, Dios nos habría creado con pelo como los gorilas o con plumas de colores como los faisanes. Pero el vestido es sobre todo un lenguaje con el que expresamos amor, respeto, veneración, confianza, alegría, piedad… Es también defensa frente a mirones y marco para la propia belleza.

Lo más privado

Kloster se queda en silencio mirando fascinado cómo se rasca el oso pardo.

— Naturalmente el núcleo más secreto y sagrado es aquel en que radica el amor. Por eso avergüenza airear los sentimientos eróticos más auténticos: las dudas, los celos, la ternura, el placer… Y las cartas o los emilios de amor… De ahí también que la exhibición del propio cuerpo no sea natural. Porque el cuerpo humano –sólo el humano– ha sido creado para amar como Dios mismo ama.

— Estamos yéndonos un poco lejos, ¿no te parece?

— Quizá. Pero recuerda que la intimidad no puede ponerse en venta. Nadie tiene derecho a alquilarse, porque ningún ser humano se pertenece del todo. Su dignidad también es patrimonio mío. Por eso nos duele verla pisoteada en tantos lugares del mundo. Y cuando unas marujas y marujos vomitan sus vergüenzas en la tele a cambio de cuatro duros, me ofenden aún más. Con su actitud están diciendo que la dignidad humana no existe. tampoco la mía; que nada es inviolable ni sagrado, que el espíritu es sólo una neurosis.

El valor de la intimidad

Esta vez Kloster se ha enfadado en serio. Trato de cambiar de conversación, y le llevo al sector de las aves, donde las zancudas y los patos conviven en paz. Pero al cabo de un rato, concluye:

— Hace años en un museo de este país nuestro había un hombre disecado… Era un negro, por supuesto. ¿Te imaginas que aquí, en el zoo, se exhibiesen en una jaula más o menos cómoda tres o cuatro parejas de seres humanos…? Sólo les pediríamos que renunciasen a su dignidad en beneficio de la zoología, a cambio de un buen sueldo.

— Habría muchos mirones para el espectáculo…

— Sí. Todos somos corruptibles. Y la tentación de violar miserias ajenas es muy fuerte…

— Sin embargo –le digo–, te equivocas en una cosa. Las aves sí tienen intimidad. Y pudor. No se trata de una virtud, por supuesto, sino de un don que Dios hace al hombre para que aprendamos algo más de ellas…

— ¿Estás seguro?

— Completamente. Otro día te lo contaré con detalle.

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Fuente Fluvium