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sábado, 9 de febrero de 2008

Testimonio: Ser toda tuya, y sólo tuya, Señor / Autora: Soledad Pérez de Ayala Becerril

La autora: Soledad Pérez de Ayala Becerril, madre de familia y profesora titular de Filología Inglesa - Universidad Complutense (Madrid).
Vive su vida cristiana como congregante mariana de la Congregación Mariana “Mater Salvatoris”.

En enero de 2006, cuando con más intensidad buscaba yo hacer la voluntad de Dios en mi vida, el Señor me hizo ver que iba a sufrir una enfermedad para la conversión de mi corazón, y quizá la de algunos otros, y para gloria suya. Al poco me diagnosticaron un cáncer, que me trataron con quimioterapia, cirugía y radioterapia.

Ser toda tuya y sólo tuya

Yo buscaba: buscaba la Verdad, en la Eucaristía, en todo lo que es de Él, en la Iglesia, en los sacerdotes, en mi Congregación Mariana. En realidad , le buscaba sólo a Él, a Cristo. Empecé a decirle que quería ser toda suya, y sólo suya. No del mundo, no de la vanidad. Esto es fácil de desear, pero difícil de llevar a cabo porque el mundo te arrastra. Pero a través de la enfermedad, que me obligó a renunciar a tantas cosas –mi imagen, mi trabajo, mis fuerzas- me fui haciendo más a Él. A medida que yo renunciaba a alguna criatura, Él se hacía más fuerte en mi corazón.

Con la ayuda del Señor, de la Virgen María y de toda mi familia, fui encajando el sufrimiento de la debilidad, las llagas, el hospital, y todas las molestias derivadas de la medicación. Al principio tenía miedo a la Cruz, y ese miedo me hacía sufrir más que la propia enfermedad. A menudo me había preguntado, antes de la enfermedad, por qué tantos hombres y mujeres padecen en el mundo, haciéndose partícipes de la Cruz, y yo tenía una vida cómoda. Al entrar a formar parte de los que sufren, me sentí parte del Pueblo del Señor.

Siendo débil en el Señor, notaba más su fortaleza en mí. Entonces se me pasó el miedo. El sufrimiento es superado por el Amor, y al sufrir con Cristo, nos hacemos partícipes de su Amor. Yo le decía al Señor que si me daba fuerzas, saldría de mí misma, le amaría más y también a mi gente. Al mismo tiempo, en el amor de los otros hacia mí, sobre todo en el de mi marido, descubrí el Amor desbordante del Señor. Mi familia se volcó conmigo. Mucha gente me llamó para decirme que rezaba por mí. Yo ofrecía mis dificultades por todos ellos. Así se formó un círculo de oración y de gracia. En los momentos más duros, sólo mi Madre del cielo me ha podido ayudar. Ella, María, me ha aligerado esa carga que cae pesadísima sobre los hombros; Ella sola me ha deshecho el nudo de la garganta, y me ha hecho ver que esto es un encuentro con su Hijo, gracias al cual yo también puedo entonar mi pequeño Magnificat.

El Señor cuenta con nosotros

En Febrero de 2007 me dieron de alta –no definitiva, pero muy esperanzadora- por lo que hicimos planes nuevos. En Junio me detectaron una metástasis en los huesos. La cosa estaba clara: el Señor quería seguir contando conmigo. Mis planes de trabajo y estudio se cayeron. Los planes del Señor, sin embargo, siguieron adelante. Y me hice la siguiente reflexión: ¿qué vida es mejor: la que yo había pensado o la que me impone la enfermedad? La respuesta es que una no es mejor que la otra, pues la bondad no está en lo que se haga, sino en cómo se haga, y sobre todo de Quién vayas acompañado. He visto que de mis cuarenta años, el último ha sido especialmente dulce porque he contado de una forma sorprendente con la presencia de Cristo en mi vida diaria. Y he llegado a preguntarme si debo desear sanar, pues la dulzura de estar con Él me hace pensar en la vida eterna. En la enfermedad siento que el Maestro está conmigo, viviendo los momentos difíciles, y yo con Él participando así de su Cruz. Por eso, la enfermedad es dulce, pues le tengo a Él, le he descubierto a Él en mí. Y yo empiezo a vivir aquí en la tierra, sin mérito mío, las dulzuras de estar con Él en el cielo.

Alegría y ganas de vivir

Yo pensaba, antes de la enfermedad, que la vida era un valle de lágrimas. Desde que estoy enferma, me han entrado unas ansias irresistibles de vivir, de transmitir la alegría que me da sentirme amada por el mismo Dios. Claro que ahora vivo de otra manera, pues tengo al Maestro más cerca. Le pido al Señor que me enseñe a vivir el día, sabiendo que no sé si cuento con el mañana. La respuesta, como siempre, está en el amor. Después de tantos años de ejercicios espirituales, de meditar el Principio y fundamento, me han tenido que atar a una camilla de hospital para entender que un minuto de cansancio extremo, o de simplemente mirar el horizonte, dan gloria a Dios si se ofrecen por amor; que el objetivo de la vida no es ganar dinero, ni una vida exitosa, sino amar, amar, amar, y dejarme amar, dejarme amar, dejarme amar. Y confiar, vivir el día, vivir en cristiano, y transmitir a mi gente, en esta sociedad occidental tan triste y materializada, la alegría del Crucificado (por eso sonríe el Cristo de Javier).

Vivir la enfermedad cerca de la Trinidad

A lo largo de estos meses, he descubierto cómo cada una de las Personas Divinas de la Santísima Trinidad me cobija, me quiere, en la enfermedad de una forma distinta. Entre ellas cubren unas funciones de forma amorosa, y si las escucho a las Tres, la angustia desaparece y se abren camino la paz y la alegría. En Dios Padre, vivo la confianza de saber que Él es mi Padre, que me ha creado, que es todo Poder, todo Saber y todo Bondad, y que por lo tanto no puede haber ningún resquicio de vida ni circunstancia familiar que Él no haya previsto en sus planes de Amor. En Cristo, tengo el único y mejor Maestro de vida, con el que me encuentro a diario en la Eucaristía. Él me va enseñando el camino. En el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, pongo la esperanza de que me sostendrá y me inspirará, como lo viene haciendo, la paz y la alegría de saberme Hija de Dios. A mi Dios, Uno y Trino, por intercesión de la Virgen María, Madre del Salvador, le pido me dé fuerzas, me sostenga y me ayude a ser humilde ante Él.

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Fuente: Magnificat del día 11 de febrero de 2008

Revelan cómo Pío IX decidió proclamar dogma de la Inmaculada Concepción

Para ver el video hacer click sobre la imagen

VATICANO, 12 Feb. 08 /(ACI).- El experto en la vida del Beato Papa Pío IX, Francesco Guglietta, reveló en un artículo publicado por L'Osservatore Romano, cómo el Pontífice decidió consultar a los obispos del mundo para proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre de 1854.

Guglietta señala que la revolución que terminó con la proclamación de la "República Romana" en 1848 y forzó al Papa a refugiarse durante nueve meses en Gaeta –la ciudad marítima entre Roma y Nápoles-, tuvo un efecto profundo en el Pontífice, que como el Cardenal Giovanni Maria Mastai Ferretti, había simpatizado abiertamente con los movimientos revolucionarios europeos.

"En este lapso de tiempo, en efecto, Pío IX perdió progresivamente confianza en los procesos de 'revolución' que tenían lugar en Europa y tomó distancia del ambiente católico liberal, comenzando a ver en el movimiento de insurrección, así como en la 'modernidad' de entonces, una peligrosa insidia para la vida de la Iglesia", escribe Guglietta.

El experto señala que "comprender lo que aconteció en la forma de pensar de Pío IX en Gaeta tiene una relevancia histórica notable", que sigue siendo "una investigación aún poco explorada".
Sin embargo, dice el historiador, sí consta que el tiempo del Papa en Gaeta fue fundamental para la decisión de proclamar el dogma mariano de la Inmaculada Concepción.

"De manera un poco romántica en Gaeta, la tradición oral narra que fue la prolongada oración del Beato Pío IX frente a la imagen de la Inmaculada Concepción de Scipione Pulzone conservada en la espléndida Capilla de Oro del complejo de la 'Annunziata', la que lo convenció de la bondad y fundamento del dogma mariano", dice Guglietta.

Sin embargo, más relevante históricamente es un episodio relatado por el historiador y catedrático francés Louis Baunard.

Baunard "narra de Pío IX que contemplando el mar agitado de Gaeta escuchó y meditó las palabras del Cardenal Luigi Lambruschini: 'Beatísimo Padre, Usted no podrá curar el mundo sino con la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Solo esta definición dogmática podrá restablecer el sentido de las verdades cristianas y retraer las inteligencias de las sendas del naturalismo en las que se pierden'".

Según Guglietta, el tema del naturalismo, que despreciaba toda verdad sobrenatural, podría considerarse como "la cuestión de fondo" que impulsó al Papa a la proclamación del dogma. "La afirmación de la Concepción Inmaculada de la Virgen ponía sólidas bases para afirmar y consolidar la certeza de la primacía de la gracia y de la obra de la Providencia en la vida de los hombres".

El historiador señala que Pío IX, pese a su entusiasmo, acogió la idea de realizar una consulta con el episcopado mundial, que expresó su parecer positivo, y llevó finalmente a la proclamación del dogma.

Lo que verdaderamente dijo el Papa sobre el Infierno / Autor: Sandro Magister


VATICANO, 11 Feb. 08 / 08:58 am (ACI).- Diversos medios de prensa recogieron versiones parciales de las respuestas que el Papa Benedicto XVI dio a los párrocos de Roma, uno de los cuales preguntó sobre el juicio final y la posibilidad del infierno.

En respuesta a los recuentos periodísticos parciales, incluso algunos de ellos estableciendo una supuesta "contradicción" entre las enseñanzas de Benedicto XVI y Juan Pablo II sobre este tema, el Vaticanista del diario L'Espresso, Sandro Magister ha reproducido textualmente lo que el Pontífice respondió a cada una de las preguntas.

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También este año el Papa Benedicto XVI se ha reunido con los sacerdotes y diáconos de Roma para la tradicional cita de comienzo de Cuaresma.

Y también esta vez ha respondido, improvisando, a sus preguntas.

El encuentro se ha llevado a cabo a puertas cerradas, la mañana del jueves 7 de febrero en el Aula de las Bendiciones, que se encuentra debajo de la entrada a la Basílica del Vaticano. Diez han sido las preguntas que le fueron formuladas, sobre la misma cantidad de argumentos.

Por ejemplo, un sacerdote de la India que volverá pronto a su patria, le preguntó al Papa por qué y cómo evangelizar a los indios, si ya "el Concilio Vaticano II dice que hay una semilla de luz también en las otras confesiones".

Otro sacerdote ha preguntado: “'Cómo educar para la investigación y para la contemplación de esa verdadera belleza que, como afirmaba Dostoievsky, salvará al mundo?".

Otro ha denunciado el silencio que hay en torno a las verdades últimas: el juicio, el infierno, el paraíso. Ha lamentado que "en los catecismos de la Conferencia Episcopal italiana, utilizados para la enseñanza de nuestra fe a los jóvenes, no se habla más del infierno, tampoco del purgatorio, una sola vez del paraíso, una sola vez del pecado, pero sólo en referencia al pecado original". Y ha preguntado: "Al faltar estas partes esenciales del Credo, 'no Le parece que se destruye el dogma dela redención de Cristo?".

También otro, que había ido a Loreto con los jóvenes de su parroquia, para la vigilia y la Misa con Benedicto XVI, ha dicho que ha encontrado "una cierta distancia entre el Papa y los jóvenes" y una separación todavía más pronunciada entre la solemnidad de la Misa y el sentimiento de participación de los centenares de miles de jóvenes allí reunidos. Concluyó con la pregunta: "'Cómo conciliar el tesoro de la liturgia en toda su solemnidad, con el sentimiento, el afecto y la emotividad de las masas de jóvenes llamados a participar en ella?".

A continuación publicamos el texto integro de dos de las diez respuestas del Papa.

La de la verdad olvidada respecto al juicio final, al infierno y al paraíso.

Y la de los problemas planteados por las Misas celebradas con grandes multitudes.

Al igual que en anteriores ocasiones similares, al improvisar sus respuestas Benedicto XVI hace aflorar en forma de lo más transparente sus pensamientos y sentimientos personales.


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Juicio final, infierno, paraíso. Las verdades que hay que retomar

P. – ¿Al faltar estas partes esenciales del Credo, 'no Le parece que se derrumba el dogma de la redención de Cristo?

R. – Usted ha mencionado justamente temas fundamentales de la fe que, lamentablemente, aparecen raras veces en nuestra predicación. En la encíclica "Spe salvi" he querido hablar también del juicio último y universal, y en este contexto también del purgatorio, del infierno y del paraíso. Pienso que todos nosotros estamos golpeados todavía por la objeción de los marxistas, según la cual los cristianos solamente han hablado del más allá y han descuidado la tierra. Por eso queremos demostrar que realmente nos esforzamos por las cosas de la tierra y no somos personas que hablan de realidades lejanas que no ayudan a resolver los problemas de la tierra.

Ahora bien, si bien es justo mostrar que los cristianos trabajan por la tierra — y todos nosotros estamos llamados a trabajar para que esta tierra sea realmente una ciudad para Dios y de Dios —, no debemos olvidar la otra dimensión. Si no la tenemos en cuenta, no trabajamos bien para la tierra.

Mostrar esto ha sido para mí una de las metas fundamentales al escribir la encíclica. Cuando no se conoce el juicio de Dios, cuando no se conoce la posibilidad del infierno, del fracaso radical y definitivo de la vida, no se conoce la posibilidad y la necesidad de la purificación. Entonces el hombre no trabaja bien para la tierra, porque en definitiva pierde los criterios, no se conoce más a sí mismo al no conocer a Dios, y destruye la tierra. Todas las grandes ideologías han prometido: tomaremos las cosas en nuestras manos, no descuidaremos más la tierra, crearemos el mundo nuevo, justo, correcto y fraterno. Pero por el contrario, han destruido el mundo. Lo vemos con el nazismo, lo vemos también con el comunismo, los que han prometido construir el mundo tal como debería haber sido y que, por el contrario, han destruido el mundo.

En las visitas "ad limina" de los obispos de los países ex-comunistas, veo siempre de nuevo como en esas tierras han quedado destruidos no sólo el planeta y la ecología, sino sobre todo y más gravemente las almas. Reencontrar la conciencia verdaderamente humana, iluminada por la presencia de Dios, es el primer trabajo de reedificación de la tierra. Ésta es la experiencia común de esos países. La reedificación de la tierra, respetando el grito de sufrimiento de este planeta, se puede realizar solamente reencontrando a Dios en el alma, con los ojos abiertos hacia Dios.

Por eso, usted tiene razón: debemos hablar de todo esto, precisamente por la responsabilidad que tenemos respecto a la tierra y respecto a los hombres que hoy viven en ella. Debemos hablar también y precisamente del pecado como posibilidad de destruirnos a nosotros mismos y de este modo a todas las otras cosas de la tierra.

En la encíclica he buscado demostrar que justamente el juicio último de Dios garantiza la justicia. Todos queremos un mundo justo, pero no podemos reparar todas las destrucciones del pasado, todas las personas injustamente atormentadas y asesinadas. Sólo Dios mismo puede crear la justicia, la cual debe ser justicia para todos, también para los muertos. Y, como dice Adorno, un gran marxista, sólo la resurrección de la carne – a la que él considera irreal – podría crear justicia. Nosotros creemos en esta resurrección de la carne, en la que no todos serán iguales.

Hoy se ha tornado habitual pensar: 'qué es el pecado? Dios es grande, nos conoce, en consecuencia el pecado no cuenta, al final Dios será bueno con todos. Ésta es una bella esperanza, pero existe la justicia y existe la culpa verdadera. Los que han destruido al hombre y a la tierra no pueden sentarse imprevistamente en la mesa de Dios, junto con sus víctimas.

Dios crea justicia. Debemos tenerlo presente. Por eso me pareció importante escribir en la encíclica también sobre el purgatorio, que para mí es una verdad tan obvia, tan evidente y también tan necesaria y consoladora, que no puede faltar.

He intentado decir: quizás no sean tantos los que se han destruido de este modo y que son insanables para siempre, quienes no tienen más algún elemento sobre el que pueda apoyarse el amor de Dios, ya que no tienen más en sí mismos un mínimo de capacidad para amar. Esto sería el infierno.

Por otra parte, son ciertamente pocos – o mejor dicho, no demasiados – los que son tan puros como para poder entrar inmediatamente en comunión con Dios.

Muchísimos de nosotros esperamos que haya algo sanable en nosotros, que haya en nosotros una voluntad última de servir a Dios y de servir a los hombres, de vivir como Dios quiere. Pero hay tantas y tantas heridas, tanta inmundicia. Tenemos necesidad de estar preparados, de ser purificados. Ésta es nuestra esperanza: a pesar de la inmundicia que haya en nuestra alma, al final el Señor nos da la posibilidad, nos lava finalmente con su bondad, la cual viene de su cruz. De este modo, nos hace capaces de estar eternamente con Él.

En este sentido, el paraíso es la esperanza, es la justicia finalmente realizada. Y nos da también los criterios para vivir, para que este tiempo sea de alguna manera el paraíso, o bien que sea una primera luz del paraíso. Donde los hombres viven según estos criterios, aparece un poco del paraíso en el mundo, lo cual es visible.

Me parece también una demostración de la verdad de la fe, de la necesidad de seguir la senda de los mandamientos, de los cuales debemos hablar más. Éstos son realmente indicadores del camino y nos muestran cómo vivir bien, cómo elegir la vida. Por eso debemos hablar también del pecado y del sacramento del perdón y de la reconciliación. Un hombre sincero sabe que es culpable, que debería recomenzar, que debería ser purificado. Ésta es la realidad maravillosa que nos ofrece el Señor:hay una posibilidad de renovación, de ser [hombres] nuevos. El Señor comienza con nosotros de nuevo, y de este modo nosotros podemos recomenzar también con los otros en nuestra vida.

Este aspecto de la renovación, de la restitución de nuestro ser después de tantas equivocaciones, después de tantos pecados, es la gran promesa y el gran don que ofrece la Iglesia, y que la psicoterapia, por ejemplo, no puede ofrecer. La psicoterapia está hoy tan difundida y es también tan necesaria frente a tantas psiquis destruidas o gravemente heridas. Pero las posibilidades de la psicoterapia son muy limitadas: solamente puede buscar equilibrar un poco al alma desequilibrada, pero no puede ofrecer una verdadera renovación, una superación de estas graves enfermedades del alma. Por eso permanece siempre como una solución provisoria, jamás es definitiva.

El sacramento de la penitencia nos da la ocasión de renovarnos a fondo con la fuerza de Dios — "ego te absolvo" — que es posible porque Cristo ha cargado sobre sus espaldas estos pecados y estas culpas. Me parece que esto es hoy justamente una gran necesidad: que podamos ser sanados nuevamente. Las almas que están heridas y enfermas, como lo constata la experiencia de todos, tienen necesidad no sólo de consejos, sino de una verdadera renovación que sólo puede venir del poder de Dios, del poder del Amor crucificado. Me parece que éste es el gran nexo de los misterios que en definitiva inciden realmente en nuestra vida. Nosotros mismos debemos volver a meditarlos y, de este modo, hacerlos llegar de nuevo a nuestra gente
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Las misas celebradas con grandes multitudes. Los pro y los contra


P. – ¿Cómo conciliar el tesoro de la liturgia en toda su solemnidad, con el sentimiento, el afecto y la emotividad de las masas de jóvenes llamados a participar en ella?


R. – Es un gran problema el de las liturgias en las que participan numerosísimas personas. Recuerdo que en 1960, durante el Gran Congreso Eucarístico internacional de Münich, se intentó dar una nueva fisonomía a los congresos eucarísticos, los que hasta entonces habían sido solamente actos de adoración. Se quería poner en el centro la celebración de la Eucaristía como acto de la presencia del misterio celebrado.

Pero inmediatamente surgió la pregunta respecto a de qué modo era posible hacerlo de esa manera. Se decía que adorar se puede hacerlo también a la distancia, pero para celebrar es necesaria una comunidad limitada que pueda interactuar con el misterio, es decir, una comunidad que debe ser asamblea en torno a la celebración del misterio.

Muchos eran contrarios a la celebración de la Eucaristía a cielo abierto, con cientos de miles de personas. Decían que no era posible, justamente por la estructura misma de la Eucaristía, que exige la comunidad para la comunión. También había grandes personalidades, muy respetables, que eran contrarias a esta solución.

Pero luego el profesor Jungmann, gran liturgista, uno de los grandes arquitectos de la reforma litúrgica, creó el concepto de "statio orbis", es decir, se volvió hacia la "statio Romae", donde precisamente en el tiempo de Cuaresma los fieles se reunían en un punto, la "statio", como soldados de Cristo, y luego iban juntos a la Eucaristía. Él ha dicho que si aquélla era la "statio" de la ciudad de Roma, el lugar donde se reunía la ciudad de Roma, entonces la Eucaristía es la "statio orbis", el lugar en el que se reúne el mundo.

Es desde ese momento que tenemos las celebraciones eucarísticas con la participación multitudinaria. Debo decir que para mí subsiste un problema, porque la comunión concreta en la celebración es fundamental, en consecuencia no veo que se haya encontrado realmente la respuesta definitiva. También en el Sínodo pasado he hecho suscitar esta pregunta, a la que todavía no le he encontrado respuesta.

También he hecho otra pregunta, sobre la concelebración masiva: por qué, por ejemplo, concelebran miles de sacerdotes, si no se sabe si ésa es la estructura querida por el Señor. Éstas son preguntas. Así se le ha presentado a usted, en Loreto, la dificultad para participar en una celebración masiva durante la cual no es posible que todos participen de la misma manera. En consecuencia, se debe elegir un cierto estilo para conservar esa dignidad que es siempre necesaria para la Eucaristía; la comunidad no es uniforme y la experiencia de la participación en el acontecimiento es diferente; para algunos es ciertamente insuficiente. Pero en Loreto la cosa no ha dependido de mí, sino más que nada de los que se han ocupado de la preparación.

Es por eso que debe reflexionar bien sobre qué es lo que hay que hacer en estas situaciones [...]. Subsiste el problema fundamental, pero me parece que si se sabe qué es la Eucaristía, aunque no se tenga la posibilidad de una actividad exterior que se desearía para sentirse copartícipe, si se ingresa en ella con el corazón, tal como afirma el antiguo imperativo de la Iglesia, formulado quizás justamente para los que estaban detrás de la basílica: “¡Arriba los corazones! Ahora todos salimos de nosotros mismos, así todos estamos con el Señor y estamos juntos”. No niego el problema, pero si hacemos realidad esta frase - "Arriba los corazones" – todos encontraremos la verdadera participación activa, también en las situaciones difíciles y a veces discutibles.


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Traducción en español de José Arturo Quarracino, Buenos Aires, Argentina.

Dominicas en Cuba: La oración libera / Autor: Eduardo Quiñones García






Entrevista a sor Ofelia y sor Yolanda, religiosas de clausura en la isla
LA HABANA, febrero 2008 (ZENIT.org).- Cuando se cumplen 800 años de la fundación por Santo Domingo de las contemplativas dominicas en Francia, Zenit ha visitado el monasterio de «Santa Catalina de Siena», en Nuevo Vedado, Cuba. ¿Cómo es la vida de las monjas de clausura? ¿Qué es la contemplación y cómo alcanzarla? En la clausura ¿son felices? A estas y otras preguntas responden la priora del monasterio sor Ofelia de San José, mexicana, que lleva 15 años en Cuba, y sor Yolanda del Niño Jesús, cubana, con 44 años en la Orden.

El convento se fundó el 29 de abril de 1688, en La Habana. Las primeras monjas no fueron extranjeras, sino nacidas en Cuba. Quisieron ser religiosas, pero no había cupo en el único monasterio existente. Fundaron un monasterio bajo la advocación de Santa Catalina de Siena, en la Orden de Monjas Dominicas. Cuando la Habana se hizo muy bulliciosa se trasladó a El Vedado. Desde 1984, están en el edificio actual, en una de las zonas de expansión de La Habana.
En él residen siete monjas: dos cubanas, dos mexicanas y tres colombianas. Además de la vida de oración, se dedican a confeccionar y bordar objetos y ornamentos litúrgicos.

--Una joven que llega al convento, ¿tiene entre sus propósitos alcanzar la contemplación?

--Sor Yolanda: Sí. Pero esto no es como alcanzar un grado académico. Es sólo deshacerse de todo para ponerse a disposición de Dios, que da, ilumina y transforma. El da la fuerza y entonces es como un vaciarse de todo para que el Señor lo llene.

Santo Domingo no nos amarró a ningún método. Propuso un camino muy sencillo de oración. El decía: primero leer sobre las Sagradas Escrituras, el Oficio Divino, o lo que tuviera. De la lectura a la oración; de la oración a la meditación; y de la meditación a la contemplación. Ese fue el único método que nos dejó. Entonces, ahí se inicia la muchacha para que lea, profundice y haga sus peticiones, sus oraciones; que reflexione y así el Señor se le manifieste. La contemplación uno no la adquiere, sino que el Señor da la luz.

--Cuando alguna de ustedes siente el llamado espontáneo a hacer oración, a la contemplación ¿no interrumpe su labor?

--Sor Ofelia: No se interrumpe. Cuando uno vive en esa unión con Dios puede seguir con el trabajo, pero unido firmemente a Él. Yo puedo coser, limpiar, hacer todo lo que sea, pero no me voy de esa unión con Dios, que se vive en cada instante...

--Sor Yolanda: No es un momento para guardar en una gaveta; se debe vivir en ambiente de contemplación. ¡Y a veces el Señor habla más cuando estamos trabajando que cuando estamos orando...!

--Podemos decir entonces que no neutralizan ese llamado al recogimiento, sino que tratan de llevar una oración continua...

--Sor Ofelia: Así es. Una oración continua que se vive en cada momento, y en todo lo que se hace está Dios presente. Eso lo puedo decir por experiencia, que yo puedo estar limpiando o cocinando y siento al Señor ahí. ¡Todo lo que se hace es por amor a Dios!

--Sabemos que las palabras son insuficientes para explicar qué es la contemplación. ¿Cómo la describirían de acuerdo con su propia experiencia?

--Sor Ofelia: ¡Esa experiencia con Dios es algo tan personal! ¡Ese encuentro que es entre Dios y uno mismo, que se pierde uno en aquel silencio, en aquel tiempo, digamos, que Dios entra en nuestra alma, en nuestro corazón, para que Él haga lo que Él desea, y nosotros dejarnos en ese amor divino! Sin embargo, esa experiencia, esa contemplación, siempre he visto que... ¡no sólo se queda en mí, sino que hago partícipe a los demás, a mi propia comunidad, a todos los fieles, a todas las personas que conozco, que quiero y que no conozco; porque soy consciente de que esa experiencia llega a todo oído; porque lo he visto, lo he comprobado en el momento en que uno se deja amar por Dios! ¡Y ese amor divino no se puede expresar con palabras!

--Sor Yolanda: Cuando uno se inicia en el camino de la vida de oración, de lo primero que debemos darnos cuenta es de quién es uno: ¡un pecador! Que por sí mismo no puede nada y debe convencerse de eso. Porque siempre hay personas muy autosuficientes que se creen capaces de muchas cosas. Y el Señor les hace ver que uno no es nada; que todo lo tiene por Él. Entonces, ya una vez que uno está en esa entrega y búsqueda del Señor, ¡Él es quien se hace encontrar! Y se nos manifiesta de distintas maneras. Es decir, Dios es amor. Y cuando uno dice Dios es bueno, esto nos lleva a disfrutar del Señor sin abusar con presunción de la gracia de Dios. Yo creo que es un carácter de la espiritualidad dominicana el no quedarse disfrutando sólo de Dios. O sea, al entrar en contacto con Dios, entramos en contacto también con la humanidad, y sentimos ese deseo de que todos amen al Señor y se lo pedimos: ¡que todos lo adoren y alaben!

--Ustedes en la clausura se encuentran alejadas del mundo, pero ¡cuán cerca de él y del ser humano están, de sus dolores y esperanzas! ¿Qué testimonio pueden darnos de ello?

--Sor Yolanda: El Santo Padre Pablo VI, hablando de esa unión que tenemos las monjas espiritualmente con el mundo, decía que en los monasterios vibran en su más alta tensión todos los sentimientos, pasiones, deseos y necesidades de la humanidad. Yo creo que eso va en nuestra oración: vibramos lo más intensamente posible. Por eso es que somos generadores de la vida y de la gracia con la ayuda del Señor...

--¿Qué recomendarían a las jóvenes cristianas sin vocación para la vida conventual pero que sienten un vivo deseo de crecer en el espíritu y de amar a Dios en profundidad?

--Sor Yolanda: Pues que dediquen cada día un rato a su oración personal. Eso las va introduciendo en la vida de la virtud y las hace personas libres y dignas, que en realidad es la vocación cristiana: la dignidad suprema en Cristo.

--¿Cómo definirían sus vidas de clausura y la motivación para permanecer en ella? ¿Se sienten felices?

--Sor Ofelia: Yo me siento feliz en mi vocación; es como si fuera por primera vez. Para mí la vida en la clausura no es una rutina: es un amanecer diferente pues cada día tiene sus alegrías, tristezas y preocupaciones. Pero hay más felicidad. Cuando uno se entrega más a Dios y pasan los años -lo digo por experiencia- la clausura, la vida contemplativa ¡es un regalo de Dios!

--Sor Yolanda: Pienso igualmente que es un gran regalo de Dios la vida contemplativa, y que cada día es algo nuevo. No hay lugar para la rutina como creen las personas, porque diariamente hay cosas nuevas desde el encuentro con el Señor hasta lo que pueda suceder más adelante. También su presencia es novedad, es obra de su misericordia y amor infinitos en el mundo y entre nosotras... ¡Sí, puedo decirlo: soy también muy feliz...!

Derecho a una maternidad saludable / Autor: Mons. Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid

La Campaña contra el Hambre en este 2008 quiere, ¡cómo no!, luchar contra el subdesarrollo en el Tercer Mundo, que supone muchas cosas, muchos derechos no alcanzados, muchas agresiones contra la vida, muchas consecuencias para seres humanos en sí inaceptables. Lo más elemental es tener qué comer; pero el no comer depende de muchos factores: mal reparto de los bienes de este mundo y sus recursos suficientes para todos, mercados injustos que condenan a regiones a pobrezas endémicas, y un largo etcétera. También depende de que haya madres sanas, que puedan alimentar a sus hijos y que no mueran o contraigan algunas secuelas casi irreversibles al dar a luz. He aquí un derecho y una esperanza.

Nuestro rico primer mundo está muy sensibilizado respecto a este tema. Es rarísimo que una mujer muera hoy entre nosotros al dar a luz a su bebé; también es muy infrecuente que un niño muera por falta de alimento o una nutrición deficiente, que le lleve a contraer tantas enfermedades. Pero eso no es así en el Tercer Mundo, en los países llamados del Sur. No podemos permanecer insensibles ante este enorme problema.

La organización católica de lucha contra el hambre y el subdesarrollo, Manos Unidas, quiere trabajar en este ámbito de la educación para el desarrollo, enunciándolo así: "Madres sanas: derecho y esperanza". Es trabajar, en realidad en el objetivo 5º del milenio de la Organización Mundial de la Salud. Como afirmaba Benedicto XVI en Deus caritas est, el orden justo de la sociedad y de los Estados es una tarea principal de la política. Los estados que no se rigieran según la justicia se reducirían a una gran banda de ladrones. La Iglesia no debe sustituir al Estado o las organizaciones internacionales. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen de la lucha por la justicia. Manos Unidas, por ello, es también una ONG católica que moviliza todos sus recursos para las causas justas y urgentes. Y mejorar la salud materna lo es.

Leed los materiales proporcionados por Manos Unidas y veréis las dimensiones del problema y cuánto incide la salud materna en el capital humano de su hogar y cómo la educación mejora la salud de las propias madres. Es bueno, en este sentido, lo que dice el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 230: «La paternidad y maternidad humanas (...) tienen en sí mismas, de manera esencial y exclusiva, una semejanza con Dios, sobre lo que se funda la familia, entendida como comunidad de vida humana, como comunidad de personas unidas en el amor».

Permitidme, por último, narraros una experiencia vivida por mí mismo en África. Creo que en el año 1992 viajé a Zimbabwe, país con problemas inenarrables, pero con gente impresionantemente buena y acogedora. Un domingo fui invitado por una religiosa soriana a celebrar la Eucaristía y convivir con la Comunidad cristiana en un lugar llamado, me parece, Mnembusía, en la joven Diócesis de Gokwe. En aquel poblado, tras una impresionante misa, con la alegría que la fe da a los africanos, visité el "hospital". Era un lugar con medios precarísimos, donde se intentaba curar tantas enfermedades tropicales (el SIDA no estaba tan extendido entonces) y donde las mujeres que podían daban a luz a sus hijos. La Hermana, enfermera, me decía que en ese lugar nacían al año el doble de niños que en Soria.

Tengo grabada en mi mente y en mi corazón la experiencia de ese día. Viví como Obispo lo que seguro hoy se ha agravado: la precariedad de la salud materna, la alegría de la vida naciente, el coraje de las madres y misioneros para afrontar problemas aquí resueltos en nuestra patria. Os pido que esta Campaña de Manos Unidas la viváis con fuerza y con esfuerzo económico. Decimos que defendemos la vida: ahí está la ocasión para mostrarlo. Gracias de antemano por cuanto hagáis.

La limosna como antídoto del materialismo / Autor: Héctor Miguel Cabrejos Vidarte, OFM, Presidente Conferencia Episcopal Peruana

1. La Cuaresma es una ocasión providencial para profundizar el valor de ser cristianos, y nos estimula a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos. Por eso se propone algunos compromisos específicos como la oración, el ayuno y la limosna.

2. Quisiéramos detenernos sobre la práctica de la limosna, que representa una manera concreta de ayudar a los necesitados y, al mismo tiempo, un ejercicio ascético para liberarse del apego a los bienes terrenales, porque fuerte es la seducción de las riquezas materiales y tajante tiene que ser nuestra decisión de no idolatrarlas: "No podéis servir a Dios y al dinero" (Lc 16,13).

3. La limosna nos ayuda a vencer esta constante tentación, educándonos a socorrer al prójimo en sus necesidades y a compartir con los demás lo que poseemos por bondad divina. De este modo, a la purificación interior a la que nos invita la Cuaresma, se añade un gesto de comunión eclesial

4. Según las enseñanzas evangélicas, no somos propietarios de los bienes que poseemos, sino administradores: por tanto, no debemos considerarlos una propiedad exclusiva, sino medios; un medio de la providencia divina hacia el prójimo y es clara la amonestación de Jesús hacia los que poseen las riquezas terrenas y las utilizan solo para sí mismos.

5. San Juan dice que "si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?" (1Jn 3,17). Socorrer a los necesitados es pues un deber de justicia aun antes que un acto de caridad.

6. El Evangelio indica también una característica típica de la limosna cristiana: tiene que ser en secreto. "Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha", dice Jesús, "así tu limosna quedará en secreto" (Mt 6,3-4). Y poco antes había afirmado que no hay que alardear de las propias buenas acciones, para no correr el riesgo de quedarse sin la recompensa de los cielos (cf. Mt 6,1-2). La preocupación del discípulo debe ser que todo sea para mayor gloria de Dios. Jesús nos enseña: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestra buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16). Ojalá que esta conciencia acompañe cada gesto de ayuda al prójimo.

7. Si al cumplir una buena acción no tenemos como finalidad la gloria de Dios y el verdadero bien de nuestros hermanos, sino más bien aspiramos a satisfacer un interés personal o simplemente obtener la aprobación de los demás, nos situamos fuera de la óptica evangélica.

8. La limosna evangélica no es simple filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad, virtud que exige la conversión interior al amor de Dios y al de los hermanos, a imitación de Jesucristo. En este sentido, ¿cómo no dar gracias a Dios por tantas personas que en el silencio, lejos de los reflectores de la sociedad mediática, llevan a cabo con este espíritu, acciones generosas de ayuda al prójimo necesitado? No nos olvidemos, "Dios ve en el secreto".

9. Por otro lado, hay mayor felicidad en dar que en recibir (Hch 20,35). Cuando actuamos con amor expresamos la verdad de nuestro ser: en efecto, no hemos sido creados para nosotros mismos, sino para Dios y para los hermanos (cf. 2Cor 5,15). San Pedro cita entre los frutos espirituales de la limosna el perdón de los pecados. "La caridad -escribe- cubre multitud de pecados" (1P 4,8). Y a menudo repite la liturgia cuaresmal, que Dios ofrece, a los pecadores, la posibilidad de ser perdonados. El hecho de compartir con los pobres lo que poseemos nos dispone a recibir ese don.

10. La limosna, acercándonos a los demás, nos acerca a Dios y puede convertirse en un instrumento de auténtica conversión y reconciliación con él y con los hermanos.

11. San José Benito Cottolengo solía recomendar: "Nunca contéis las monedas que dais, porque yo digo siempre: si cuando damos limosna la mano izquierda no tiene que saber lo que hace la derecha, tampoco la derecha tiene que saberlo" (Detti e pensieri, Edilibri, n. 201). Es significativo el episodio evangélico de la viuda que, en su miseria, echa en el tesoro del templo "todo lo que tenía para vivir" (Mc 12,44). Esta viuda no da a Dios lo que le sobra, no da lo que posee sino lo que es. Toda su persona.

12. Jesús, como señala San Pablo, se ha entregado a sí mismo por nosotros. Y la Cuaresma nos empuja a seguir su ejemplo. Siguiendo sus enseñanzas podemos aprender a hacer de nuestra vida un don total; imitándole conseguimos estar dispuestos a dar, no tanto algo de lo que poseemos, sino a darnos a nosotros mismos. ¿Acaso no se resume todo el Evangelio en el único mandamiento de la caridad? El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor.

13. La Cuaresma pues nos invita a "entrenarnos" espiritualmente, también mediante la práctica de la limosna, para crecer en la caridad y reconocer en los pobres a Cristo mismo. El Apóstol Pedro dijo al hombre tullido que le pidió una limosna en la entrada del templo: "No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, echa a andar" (Hch 3,6).

14. Que María, Madre y Sierva fiel del Señor, ayude a todos los creyentes a llevar adelante la "batalla espiritual" de la Cuaresma, armados con la oración, el ayuno y la práctica de la limosna, para llegar a las celebraciones de las fiestas de Pascua renovados en el espíritu.

ASÍ SEA.

+ HÉCTOR MIGUEL CABREJOS VIDARTE, OFM
Arzobispo de Trujillo
Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana
Presidente del Departamento de Misión y Espiritualidad del CELAM

Católicos de verdad / Autor: Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

VER

Estamos iniciando la Cuaresma. Su finalidad es prepararnos para celebrar el misterio central de Cristo: su muerte y resurrección. No se trata sólo de recordar un hecho pasado, sino de actualizar, tanto en la liturgia como en nuestra propia vida, la pascua, que es el paso de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de la oscuridad a la luz, de la esclavitud a la libertad.

El signo con que se inicia este tiempo es la ceniza, que nos recuerda que somos polvo, que la vida es transitoria, que hemos de enriquecernos con valores trascendentes. Se nos invita a arrepentirnos y creer en el Evangelio. Sin embargo, muchas personas reciben la ceniza sólo por tradición, pero no hacen un esfuerzo serio por ser discípulos auténticos de Cristo, que eso significa ser católicos de verdad.

Como decimos en Aparecida, "nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia, en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad" (12).

JUZGAR

No nos podemos confiar porque en México los católicos somos mayoría. Nos preocupa que algunos cambien de religión; pero lo más doloroso es que el catolicismo de muchos es muy débil y fragmentario. Delincuentes, narcotraficantes y asesinos se declaran católicos, pero su vida está alejada de la Palabra de Dios y de lo que como Iglesia proponemos. Y esto no pasa sólo con católicos, sino también con protestantes de las más diversas denominaciones. Ante ello, decimos en Aparecida, "la Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias... Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva" (11).

La Cuaresma es tiempo propicio para hacer una revisión de nuestra vivencia cristiana. Con creyentes mediocres e ignorantes, la Iglesia seguirá disminuyendo en número. Con cristianos corruptos, borrachos, ladrones, secuestradores, la sociedad mexicana no recibirá la influencia transformadora de la fe, sino que cada día caerá en un grave secularismo, en una creciente increencia, en una destrucción de la familia y de la convivencia social. Si no hay una evangelización profunda, un encuentro con Cristo, ni con todo el Ejército se detendrá la ola de violencia y de inseguridad.

En Aparecida, expresamos: "Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias. Éste es el mejor servicio -¡su servicio!- que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones" (14).

ACTUAR

No basta criticar al gobierno y al sistema en que estamos inmersos. No basta gritar y pintar consignas contra lo establecido. No basta culpar a otros de todos los males. "A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que 'no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva' (12). "Hay que fortalecer la fe para afrontar serios retos, pues están en juego el desarrollo armónico de la sociedad y la identidad católica de sus pueblos. No hemos de dar nada por presupuesto y descontado. Todos los bautizados estamos llamados a recomenzar desde Cristo" (549). Para eso es la Cuaresma. Vivámosla con autenticidad.

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas

viernes, 8 de febrero de 2008

Vive una Cuaresma Verdadera


Cuaresma Tiempo de Perdón 1

Cuaresma Tiempo de Perdón 2

Cuaresma Tiempo de Perdón 3

Cuaresma Tiempo de Perdón 4

"Dios todavía cree en tí" (Martín Valverde)

Aristos 2007 - Cuaresma

Falta hablar más del cielo y del infierno, recuerda el Papa

VATICANO, 08 Feb. 08 / (ACI).- Durante el encuentro sostenido con los sacerdotes de la Diócesis de Roma ayer por la mañana, el Papa Benedicto XVI señaló que las prédicas sobre la realidad del Cielo y del infierno deberían retomarse para bien de los fieles.

En la parte abierta a preguntas y respuestas sostenida con los párrocos romanos en el Aula de las Bendiciones, el Pontífice respondió a diez preguntas relacionadas con la juventud, la evangelización y el desafío educativo.

El Santo Padre habló de la importancia de los "Novísimos" –el campo de la teología que trata de las "cosas últimas": Muerte, juicio, cielo, infierno y purgatorio- y reconoció que "quizá hoy en la Iglesia se habla demasiado poco del pecado, del Paraíso y del Infierno".
"También por este motivo, he querido tocar el tema del Juicio Universal en la encíclica
Spe salvi". agregó.

"Quien no conoce el Juicio definitivo no conoce la posibilidad del fracaso y la necesidad de la redención. Quien no trabaja buscando el Paraíso, no trabaja siquiera para el bien de los hombres en la tierra".A este respecto, el Papa subrayó que "el nazismo y el comunismo afirmaron que solo querían cambiar el mundo y sin embargo lo destruyeron".

Católicos en el cine

jueves, 7 de febrero de 2008

¡Este es MI sacrificio!






¡Es MI sacrificio!
It’s MY sacrifice!
Das ist MEIN Opfer!
Foto: StckXchnge © 2008

Una colega le pidió a los niños de un jardín de infantes que ordenaran todo antes de salir. Timothy, de cuatro años, dejó como herencia un simpático y respetable desorden y como si no le importara nada, ni viera a nada ni a nadie, se encaminó alegremente hacia la puerta. Emily, también de cuatro años, buscó una pequeña escobilla de mano y una palita, y comenzó a barrer; pero mi colega le dijo que eso era de Timothy, y que él debía arreglar ese desorden por sí mismo.
Con su ligera inclinación por el drama, Emily levantó su mano en el aire y exclamó categóricamente: "¡NO! ¡Este es MI sacrificio!"

Cuando ahora trabajamos en el jardín de infantes o en casa, las dos decimos una y otra vez: "¡NO! ¡Este es MI sacrificio!"
Tiene algo que ver con Jesús, ¿no?


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Fuente: Movimiento de Schoenstatt
Traducción: aat, Argentina

Oración de cura y liberación

Asumiendo con fe nuestra cura, liberación y salvación

Ven, Espíritu Santo, penetra las profundidades de mi alma con tu poder.

Arranca las raíces más profundas y ocultas del dolor y del pecado que están enterradas en mí.

Lávame en la preciosa Sangre de Jesús y aniquila definitivamente toda ansiedad que traigo en mí, toda amargura, angustia, sufrimiento interior, desgaste emocional, infelicidad, tristeza, ira, desesperación, envidia, odio y venganza, sentimiento de culpa y de autoacusación, deseo de muerte y de fuga de mí, toda opresión del maligno en mi alma, en mi cuerpo y toda insidia que él coloca en mi mente.

Oh bendito Espíritu Santo, quema con tu fuego abrasador toda tiniebla instalada dentro de mí, que me consume e impide de ser feliz. Destruye en mí todas las consecuencias de mis pecados y de los pecados de mis antepasados, que se manifiestan en mis actitudes, decisiones, temperamento, palabras, vicios. Libera, Señor, a toda mi descendencia de la herencia de pecado y rebelión a las cosas de Dios que yo mismo les transmití. ¡Ven, Santo Espíritu! ¡Ven, en el nombre de Jesús!

Lávame en la Sangre preciosa de Jesús, purifica todo mi ser, quiebra toda la dureza de mi corazón, destruye todas las barreras de resentimiento, dolor, rencor, egoísmo, maldad, orgullo, soberbia, intolerancia, prejuicios e incredulidad que existen en mí. Y, en el poder de Jesucristo resucitado, ¡libérame Señor! ¡Cúrame Señor! ¡Ten piedad de mí, Señor! ¡Ven Santo Espíritu! Hazme resucitar ahora para una vida nueva, llena de tu amor, alegría, paz y plenitud.

Creo que estás haciendo esto en mí ahora y asumo por la fe mi liberación, cura y salvación en Jesucristo, mi Salvador. ¡Gloria a ti, mi Dios! ¡Bendito seas por siempre! ¡Alabado seas, oh mi Dios! En nombre de Jesús y por Maria nuestra Madre.

Amén.

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Extraído del blog de Ana Neri
miembro de la comunidad Canção Nova

Obispo pide perdonar a ladrón del corazón de Fray Esquiú

Juan Pablo II: No tengáis miedo / Pelicula en dibujos animados

PARTE 1

PARTE 2

PARTE 3

Juan Pablo II a los jóvenes

Papa: la familia, compromiso prioritario de la Iglesia en Costa Rica

Moscú recuerda a Chesterton

El Papa envía ayuda a Bolivia flagelada por las inundaciones

Ser mujer es una misión / Auora: Miriam Díez i Bosch


Tres participantes del Movimiento de Schoenstatt en el congreso organizado por la Santa Sede
ROMA, (ZENIT.org).- Tres participantes en el congreso «Mujer y varón, la totalidad del humanum» organizado por la Santa Sede, miembros del Movimiento de Schoenstatt, están convencidas de que ser mujer es una auténtica misión. Lo explican a Zenit Perla Piovera, de Argentina; Alicia Kostka, de Polonia; y Marianne Mertke, de Alemania; presentando sus contribuciones a este encuentro mundial desde la espiritualidad de Schoenstatt, movimiento apostólico de matriz mariana.El congreso, convocado por el Consejo Pontificio para los Laicos, analiza el impacto de la carta apostólica «Mulieris dignitatem», primer documento pontificio dedicado a la mujer, publicado hace veinte años.

Alicia Kostka, de Polonia, hace dos años hizo su tesis de doctorado sobre la dignidad y vocación de la mujer desde la perspectiva del padre Josef Kentenich (1885-1968), fundador de esta nueva realidad eclesial. «Desde que se publicó, pienso que ha crecido el caos de términos en la sociedad; se define según gusto lo que es mujer y hombre. Queremos profundizar en lo que dicen la Biblia y la antropología cristiana», explica haciendo un sintético balance. Kostka insiste en el planteamiento del congreso, explicitado en una de las conferencias que llevaban por tema «Hombre y mujer, creados uno para el otro».
«Debemos ser conscientes de esto también en la vida diaria», reconoce: «el hombre y la mujer representan a Dios, cada uno en su manera».
La mujer, imagen de Dios

«A mí me fascina cómo el padre Kentenich lo presenta en su descripción de la mujer como imagen de Dios, y como todavía hoy está mucho más adelante de lo que dice la Iglesia --confiesa--. Cómo muestra concretamente a la mujer como imagen de Dios». «La Iglesia en su doctrina se queda todavía en mostrar que la mujer como persona --como persona que ama, que piensa, que actúa-- refleja a Dios. El padre Kentenich es mucho más concreto mostrando como ella es reflejo, imagen de Dios como mujer, es decir, imagen de un Dios que también es Madre en su entrega desinteresada».

«Muy raras veces se encuentra esto en la teología de la mujer: el servir desinteresado como don natural de la mujer, como potencia de la mujer, es un reflejo de un Dios que nos sirve a nosotros, porque es fuerte y porque es amor».
Otra contribución del padre Kentenich, expresada por la teóloga polaca, «es el papel de la mujer en la salvación del hombre», algo que el fundado expresa a través de «la actitud de fiat, del sí». «Si la mujer lo desarrolla en sí misma, puede también ayudar al hombre a llegar a esta actitud frente Dios. En una palabra, el padre Kentenich ha aportado mucho para que la mujer pueda estar orgullosa de ser mujer».

El padre Kentenich, «un feminista» positivo

Por este motivo Kostka, sonriendo, llega a definir al padre Kentenich de «feminista»: «Pero en el sentido más positivo. La mujer hasta el día de hoy se orienta en la escala de valores masculina, nos orientamos en el concepto masculino de la mujer, y lo hemos interiorizado sin darnos cuenta».
«Por ello no somos nosotros mismos, no somos lo que podemos ser según la idea de Dios, y como el hombre nos necesitaría. Esto lo dijo el padre Kentenich hace ya 70 años. Es un programa para la liberación de la mujer, la liberación de su orientación en la escala de valores masculina».Marianne Mertke, miembro de la dirección internacional de la Federación de Mujeres, concuerda en que el padre Kentenich fue un feminista, y aclara que «no sólo ofreció una teoría, sino la aplicación a la vida: «habla del ser, que es lo que puede orientar en un tiempo de un caos de definiciones escogidas al azar».

Mertke considera que la gran contribución que ofrece a través de su espiritualidad es la visión de «Maria como mujer, como orientación viva para todas las mujeres que buscan orientación».Por su parte, Perla Piovera, de Mendoza, confiesa: «me parece que este congreso apunta a un desafío central de la vida del mundo de hoy, a cual la Iglesia debe responder. Como dice Juan Pablo II en la carta apostólica "Mulieris dignitatem", lo que se juega con este tema no solo es el problema de la mujer, sino el destino de la humanidad».
«Me parece que en eso Schoenstatt hace un aporte muy importante. No solamente en lo teórico, en el hablar de temas importantes, de profundizarlos; el padre Kentenich puso en el centro a la figura de Maria, y más todavía, la alianza con Maria».

No sólo teoría

De este modo, constata, «le da a la mujer de hoy no sólo una teoría, sino la vida! Posibilita que surja la imagen que Dios tuvo de lo femenino cuando creo al hombre y a la mujer».
La propuesta del fundador, indica, «no ha nacido de una teoría, sino de su encuentro con muchas mujeres de todas las edades y en todas las circunstancias de la vida, y con el encuentro con la mujer, que es Maria, que es el alma de su alma».
De este modo, reconoce, se entiende «lo que dijo proféticamente el padre Kentenich ya en los años veinte. Animó a la mujer a salir a trabajar, a la política, vio en el feminismo de esa época un signo de Dios. No se puede volver atrás».
«No podemos soñar con un cambio volviendo al pasado, sino que tenemos que trabajar para una formación de la mujer siendo mujer, para la época actual, y dar a la mujer el derecho de ser mujer», añade Piovera.

«En nuestra época donde se habla tanto de los derechos humanos, nos olvidamos de los derechos básicos. ¡Devolver a la mujer el derecho de ser mujer! No quiere decir que no trabaje, que no sea madre, sino que sea mujer. Ser mujer es una misión, dice el padre Kentenich. Parece locura. Uno es mujer, ¿qué hacer? Pero es verdad: hoy en día ser mujer es una misión».
Schoenstatt no es hacer malabarares...
Foto: StckXCnge © 2008

Ardamos como un fuego vigoroso
La espritualidad y el apostolado - Hildegard Fischer


Hace un par de años aprendí a hacer malabares. Bueno, al menos lo intenté. Era fácil con una pelota, pero cuando venía la segunda y la tercera, sentía que era un desafío imposible. Cuando la segunda pelota aterrizó en mi taza de café y la tercera detrás de la biblioteca, me dije que ya era suficiente. A veces creo que nos pasa lo mismo en Schoenstatt: Cuando pienso en mi autoeducación, la oración diaria, el apostolado que exige… me siento como cuando hago malabares con tres pelotas y muy pronto todo se sale del control.

Gracias a Dios, Schoenstatt no se parece en nada a hacer malabares. Y tampoco hay que cumplir con un cúmulo de "ejercicios" y en serie y si se puede al mismo tiempo.

Yo puedo simplificar mi vida espiritual con Dios y con la Virgen María en Schoenstatt con la siguiente petición: "Sólo una cosas te pido: ¡que te ame, Señor!" La esencia de nuestra Alianza de Amor está en que me puedo abandonar en Dios, puedo experimentar un total abandono en Dios, sin condiciones, y también me puedo regalar totalmente a Dios sin dudas ni escrúpulos.
Hijo predilecto de Dios


Dios me ama en forma personal. Todos los rasgos de mi personalidad me los ha dado él como un don y una misión. La Alianza de Amor nos impulsa a creer esto muy seriamente: que Dios me quiere y me acepta como soy simplemente porque me ama. Su amor no lo mide por rendimiento o en horas, su amor lo mide en amor.


Mi respuesta en la Alianza de Amor debería medirla también en el amor. El Padre Kentenich escribió en Dachau: "Para mi mayor felicidad, cuanto tú me has dado, sin ninguna reserva te lo devuelvo."


Yo le puedo volver a regalar a Dios todo lo que me ha regalado: mi amor (porque solo puedo amar porque El me ama ) mis capacidades, mi habilidades, mis errores, mis debilidades.

Sembrar


Solo porque Dios me ama, puedo arriesgarme a pensar en transmitir y sembrar. El apostolado no se puede "hacer". El apostolado es siempre el uso de nuestras propias fuerzas y a la vez regalar esa fuerza y ese esfuerzo. Yo no hago publicidad de Dios, yo no reflejo a Dios sino que él se refleja en mí, se hace presente a través mío en mi medio ambiente. "Concédeme las gracias que me impulsen con vigor hacia aquello que sin ti no me atrevo a emprender; dame participar en la fecundidad que tu amor otorga a tu Esposa."

Nuestro apostolado consiste siempre y "solamente" en la participación de la infinita fecundidad de Dios.


Por ese motivo el apostolado es siempre irradiar lo que Dios me ha regalado, no se trata de acción ni planes personales. Mi apostolado debe venir desde lo profundo de mi corazón.

En la vida diaria


Esa idea me transmite una gran paz interior en la vida diaria. Lo que Dios en este momento me envía, es lo que aquí y ahora desea que yo le devuelva, ni más ni menos. Para mí significa que Dios me envía más trabajo profesional y más responsabilidades de las que puedo tener en un día. Servir el día entero es la regla y no una excepción.


¿Lo que Dios quiera? Le devuelvo si se puede con alegría, todo mi trabajo y mi cansancio que estén ligados a mis preocupaciones y mis esfuerzos. También cuando tengo que cancelar una cita por la cual me había alegrado o cuando no puedo asistir a una reunión en Schoenstatt porque simplemente no me puedo alejar de mi trabajo.


Claro que no por eso, voy a dejar de estar agotado al fin del día, claro que se me hace difícil hacer el turno de la noche, claro que al hablar con mi jefa debo mantener en cierta reserva el peso de la tarea. Claro que les exijo a mis colaboradores y a mis colegas de trabajo y claro que también estoy decepcionado cuando tengo una cita privada y no se realiza, pero con la misma evidencia debo entregarle todo esto a Dios.

Y en esa entrega estoy hacienda apostolado todo el día. No solo contribuyo al Capital de Gracias, sino que en mi ambiente doy seguridad e irradio autenticidad. Se puede sentir que la fe existe en la vida diaria, también cuando no hablo de ello.

A principios de octubre viajé con mi grupo de la juventud de la Bretagne. Naturalmente me dediqué a los jóvenes sin descanso, y luego de un día libre, regresé a la rutina diaria del trabajo. Los jóvenes habían tenido mi cámara y tomaron fotos.

Cuando me puse a mirarlas, tuve de repente una sorpresa: una cruz en medio de las fotos de grupo y de las de la playa. ¿Dónde sacaron esta foto? " Ya no tenemos idea, pero pensamos que te alegrarías al verla. ¡Qué les parece, cómo me he alegrado!

No dejo de sorprenderme y de agradecer al comprobar el apostolado que significa el entregar a Dios los dones y regalos recibidos. Cada persona recibe de Dios una tarea diversa; algunos las reciben directo al frente de su puerta como regalo y como misión.

Recibe Señor

Siempre me apasiona el comprobar adónde me transportan los artículos. En este caso medito en los textos que me inspiró la oración "Recibe Señor".


Seguramente no es una coincidencia. Esa oración expresa para el Padre Kentenich la Inscriptio, es la entrega total en la Alianza de Amor a Dios y a la Mater.

Con esto estoy otra vez haciendo malabares: pero es algo totalmente distinto, dado que en ese caso tengo que tirar una pelota al aire para atajarla luego, pero en la Alianza de Amor no es necesario agregar siempre algo más.

De mi entrega a Dios y de mi profundo amor a él nace lo otro: mi autoeducación, mi oración, mi apostolado.

En la Alianza de Amor Dios se ofrece por amor como compañero de la Alianza y desea que el vínculo principal en la Alianza sea el amor. Todo lo demás debe nacer de ese amor y es solamente en relación con ese amor que es fructífero.

La autoeducación es para mí no como una meta en sí, sino que es mi anhelo, la imagen como Dios me pensó, ser siempre más y más parecida a él.

Dame todo lo que acreciente el amor por ti

Esa petición me acompaña durante todo el día. Porque solo puedo ser fecundo en mi mundo, en mi vida diaria, cuando hay coherencia entre mi actuar y mi amor a Dios. Así puedo llevar a Dios a mi ambiente.


Para mí no se trata simplemente de pedirle a Dios, sino también de un exigencia a mí misma. Debo hacer todo lo que está a mi alcance para cuidar y mantener ese amor. Debo asegurarme tiempo para la oración, para experimentarme como niño predilecto, para el silencio, de tal forma que pueda estar abierta al amor de Dios.

También vale lo contrario: toda mi autoeducación o mi apostolado estarán vacíos, desarraigados, (según el Padre Kentenich, se trata de pensar, amar y vivir en forma mecanicista), cuando me separo de mi Alianza de Amor, de mi entrega total y por lo tanto de Dios.

Sólo entonces me deben llamar dichoso, pleno

La promesa no solamente está en las oraciones del Hacia el Padre sino también en toda la espiritualidad de Schoenstatt.

Seguramente no se ve a simple vista como seguro para evitar situaciones inseguras y difíciles en la vida. La felicidad y la bendición nace de mi total entrega a Dios, porque Dios me ama, nos ama, y porque todo lo que Dios nos envía viene de su amor.

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Trducción: Lourdes Heinzl, Alemania/Enrique Soros, USA








Santo Padre expresa condolencias por tránsito de Gran Maestre de la Orden de Malta

La Orden de Malta
VATICANO, (ACI).- El Papa Benedicto XVI expresó sus condolencias y cercanía espiritual a por el tránsito a la Casa del Padre del Gran Maestre de la Orden de Malta, Frey Andrew Willoughby Ninian Bertie, fallecido el 7 de febrero a los 78 años de edad, en una clínica de la ciudad de Roma, tras una corta enfermedad.

En un telegrama enviado a fray Giacomo Dalla torre del tempio di Sanguinetto, Lugar Teniente interino de la Orden de Malta, el Santo Padre dijo sentirse "espiritualmente partícipe del dolor por la muerte de su alteza eminentísima fray Andrew Bertie Gran Maestro de la Soberna y Militar Orden de Malta". "Deseo enviar a toda la orden mis sentidas condolencias al recordar la obra de este hombre de cultura y su empeño generosamente desempeñado en el desarrollo de su alto encargo, especialmente a favor de los más necesitados".

"Por su amor a la Iglesia y el luminoso testimonio de los principios evangélicos invoco para su alma la paz eterna y del corazón e imparto a vuestra excelencia y a toda la orden, la implorada y confortadora bendición apostólica", finaliza el Papa.

La amistad se construye en el perdón / Autor: Marcio Mendes

La Palabra nos revela la clase de amigo que era Jesús.

Todos buscamos un modelo de vida, queremos aprender a vivir. Y cómo estamos viviendo? Cual es la mejor forma de reaccionar? Nosotros, que somos cristianos, somos privilegiados, pues, tenemos de donde aprender y donde buscar este conocimiento.

Si te quieres evitar algunos errores y dolores innecesarios, y quedarte sólo con aquellos que son necesarios, puedes hacerlo leyendo las Sagradas Escrituras, como vivieron los hombres y mujeres de Dios y, sobre todo, como vivió Jesús. Viendo la vida del Señor, aprendemos lo que es importante. Vemos que existe algo para Él cuyo valor es muy grande: la amistad.
Jesús tuvo muchos amigos. Podemos ver que Pedro, Santiago y Juan son amigos a los cuales Él amó mucho, amigos a los cuales invitó para estar junto a Él en momentos importantes, particulares de su vida y de su historia.

Por momentos, vemos a Jesús que dice que ya no los llama siervos sino amigos. El Señor dice que el siervo no sabe lo que hace su señor, pero que al amigo todo se le revela. Dice también que nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos. Y qué fue lo que Él hizo? Sencillamente entregó su vida por los suyos. Es la mayor demostración de amor que alguien puede dar.

Y mira que para mantener una amistad con ellos, Jesús tuvo que aguantar muchas cosas; pues, fue un amigo que lo traicionó – y lo hizo con un gesto de cariño, con un beso en el rostro – Y un amigo que siempre estaba junto a Él, fue quien tres veces negó que le conocía. La Palabra dice que en aquel momento, un terrible dolor se apoderó del corazón de Pedro, pues se dio cuenta de lo que había hecho y de que la mirada de Jesús no era de acusación, sino que de perdón.

Porque quien no sabe perdonar a sus amigos, nunca tendrá amigos verdaderos. Es necesario aprender a perdonar. La amistad se construye en el perdón.

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Fuente: Comunidad Canción Nueva

El zapatero en el fin del mundo / Autora: Hna. Lelia Inés Bulacio

El mes pasado viajamos a Malí. Sin duda, es imposible determinar qué lugar preciso de la tierra constituye "el fin del mundo", pero sí estoy segura de que el sitio hacia el que nos encaminábamos las cuatro hermanas, guiadas por un lugareño, era uno de esos lugares. Hacía tiempo que habíamos dejado nuestro vehículo bajo un árbol de la planicie maliana y bajábamos la quebrada hasta su base a pie, entre piedras, en busca de un pequeño poblado de cultura dogon.

A una de las hermanas se le despegó la suela de las zapatillas, hasta que le fue imposible seguir y también volver atrás. Intentamos atarlas pero no resultó y llegamos a la conclusión de que "había que tirarlas".

Pero aquí, en el "fin del mundo" todo tiene solución, la que nace del corazón y de la imaginación de quien vive con lo indispensable. El guía se desprendió con naturalidad de sus sandalias y propuso continuar descalzo mientras la Hermana se calzaba con las suyas. Y así se hizo, mezclándose el desconcierto, la gratitud, la sorpresa y el honor de permitirnos meternos en sus zapatos. Según el guía, al llegar a la aldea un zapatero arreglaría la zapatilla. Confieso que nos mostramos algo incrédulas ya que teníamos la impresión de alejarnos cada vez más de lo que para nosotras era el centro de la seguridad y el desarrollo. Llegamos a la aldea, que se nos antojó maravillosa. Era un vergel al pie de una muralla de piedra en el más total aislamiento. Había casas y graneros, una escuelita de piedra, un pozo y rodeándolo todo, una huerta con tomates, lechugas y berenjenas que ni el más caro de nuestros supermercados podría vender.

El enfermero que nos dio la bienvenida se desprendió de sus chancletas y se las pasó a nuestro guía para que pudiera montar las laderas del pueblito y mostrárnoslo. También llamó a un viejo que llegó con una bolsa de cuero, que nos fue presentado como el "zapatero del pueblo". Sin decir nada, tomó las zapatillas, las miró y desapareció no sabemos donde. Otra vez la incredulidad asomó en nosotras como una tentación que fuimos capaces de resistir, bien porque no nos quedaba otra, bien porque ya conocemos África y su increíble capacidad de hacer funcionar lo infuncionable y de recuperar lo irrecuperable hasta hacerlo durar más allá de todas las expectativas de cualquier fabricante.

Al regreso del paseo se personó el zapatero con las zapatillas arregladas. Se las había ingeniado para coserlas y, muy discretamente, las estudiamos incrédulas abandonándonos a la evidencia de que durarían no sólo para el regreso, sino mucho más tiempo.

En nuestra cultura occidental todo se ha vuelto desechable. Sin embargo aquí, esas zapatillas que estábamos resueltas a tirar y a cambiar, y que seguramente costarían lo que una familia africana gasta en comida durante un mes, volvían a ser útiles. Ellas nos permitieron recuperar el verdadero valor de las cosas, de los oficios perdidos, de la capacidad de vivir fuera del consumo indiscriminado, nos permitieron volver a creer en la capacidad de la gente para salir adelante juntos, compartiendo y no gastando.

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Fuente: Mundo Negro

La Cuaresma, Camino hacia la Pascua / Autor: Juan Pavlo II

Invitación a la penitencia

1. Nos encontramos hoy en el primer día de Cuaresma, Miércoles de Ceniza. En esta jornada, al comenzar el de cuarenta días de preparación a la Pascua, la Iglesia nos impone la ceniza sobre la cabeza y nos invita a la penitencia. La palabra penitencia se repite en muchas páginas de la Sagrada Escritura, resuena en la boca de tantos profetas y, en fin, de modo particularmente elocuente, en la boca del mismo Jesucristo: «Arrepentios, porque el reino de los cielos está cerca» (Mt. 3,2). Se puede decir que Cristo introdujo la tradición del ayuno de cuarenta días en el año litúrgico de la Iglesia, porque Él mismo «ayunó cuarenta días y cuarenta noches» (Mt 4,2), antes de comenzar a enseñar. Con este ayuno cuadragesimal, la Iglesia, en cierto sentido, esta llamada cada año a seguir a su Maestro y Señor si quiere predicar eficazmente su Evangelio. El primer día de Cuaresma –precisamente hoy– debe testimoniar de modo especial que la Iglesia acepta esta llamada de Cristo y que desea cumplirla.

Convertirse a Dios

2. La penitencia en sentido evangélico significa sobre todo conversión. Bajo este aspecto es muy significativo el pasaje del Evangelio del Miércoles de Ceniza. Jesús habla del cumplimiento de los actos de penitencia conocidos y practicados por sus contemporáneos, por el pueblo de la Antigua Alianza. Pero al mismo tiempo somete a crítica el modo puramente externo del cumplimiento de estos actos: limosna, ayuno, oración, porque ese modo es contrario a la finalidad propia de los mismos actos. El fin de los actos de penitencia es un más profundo acercarse a Dios mismo para poderse encontrar con Él en lo íntimo de la entidad humana, en el secreto del corazón.

«Cuando hagas, pues, limosna, no vayas tocando la trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas... para ser alabados de los hombres... ; No sepa tu izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna sea oculta, y el Padre que ve lo oculto te premiará.

Cuando oréis, no seáis como los hipócritas..., para ser vistos de los hombres..., sino... entra en tu cámara y, cerrada la puerta, ora a tu padre que está en lo secreto; y tu Padre que ve en lo escondido, te recompensará.

Cuando ayunéis no aparezcáis tristes, como los hipócritas..., (sino)... úngete la cabeza y lava tu cara para que no vean los hombres que ayunas, sino tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt. 6,2).

Por lo tanto, el significado primero y principal de la penitencia es interior, espiritual. El esfuerzo principal de la penitencia consiste en entrar en sí mismo, en lo más profundo de la propia entidad, entrar en esa dimensión de la propia humanidad en la que, en cierto sentido, Dios nos espera. El hombre exterior debe ceder –diría– en cada uno de nosotros al hombre interior y, en cierto sentido, dejarle el puesto. En la vida corriente el hombre no vive bastante interiormente. Jesucristo indica claramente que también los actos de devoción y de penitencia (como el ayuno, la limosna, la oración) que por su finalidad religiosa son principalmente interiores, pueden ceder al exteriorizan corriente, y, por lo tanto, pueden ser falsificados. En cambio, la penitencia, como conversión a Dios, exige sobre todo que el hombre rechace las apariencias, sepa liberarse de la falsedad y encontrarse en toda su verdad interior. Hasta una mirada rápida, breve, en el fulgor divino de la verdad interior del hombre, es ya un éxito. Pero es necesario consolidar hábilmente este éxito mediante un trabajo sistemático sobre sí mismo. Tal trabajo se llama ascesis (así lo llamaban ya los griegos de los tiempos de los orígenes del cristianismo). Ascesis quiere decir esfuerzo interior para no dejarse llevar y empujar por las diversas corrientes exteriores, para permanecer así siempre ellos mismos y conservar la dignidad de la propia humanidad.

Pero el Señor Jesús nos llama a hacer aún algo más. Cuando dice «entra en tu cámara y cierra la puerta», indica un esfuerzo ascético del espíritu humano que no debe terminar en el hombre mismo. Ese cerrarse es, al mismo tiempo, la apertura más profunda del corazón humano. Es indispensable para encontrarse con el Padre, y por esto debe realizarse. «Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Aquí se trata de recobrar la sencillez de pensamiento, voluntad y corazón, que es indispensable para encontrarse con Dios en el propio yo interior. ¡Y Dios espera esto para acercarse al hombre interiormente recogido y, a la vez, abierto a su palabra y a su amor! Dios desea comunicarse al alma así dispuesta. Desea darle la verdad y el amor que tienen en Él la verdadera fuente.

Liberación espiritual

3. Así, pues, la corriente principal de la Cuaresma debe correr a través del hombre interior, a través de corazones y conciencias. En esto consiste el esfuerzo esencial de la penitencia. En este esfuerzo, la voluntad humana de convertirse a Dios es investida por la gracia proveniente de conversión y, al mismo tiempo, de perdón y liberación espiritual. La penitencia no es sólo un esfuerzo, una carga, sino también una alegría. A veces es una gran alegría del espíritu humano, alegría que otros manantiales no pueden dar.

Parece que el hombre contemporáneo haya perdido, en cierta medida, el sabor de esta alegría. Ha perdido además el sentido profundo de aquel esfuerzo espiritual que permite volver a encontrarse a sí mismo en toda la verdad de la intimidad propia. A esto contribuyen muchas causas y circunstancias que es difícil analizar en los limites de este discurso. Nuestra civilización –sobre todo en Occidente–, estrechamente vinculada con el desarrollo de la ciencia y de la técnica, entrevé la necesidad del esfuerzo intelectual y físico; pero ha perdido notablemente el sentido del esfuerzo del espíritu, cuyo fruto es el hombre visto en sus dimensiones interiores.

En fin, el hombre que vive en las corrientes de esta civilización pierde muy frecuentemente la propia dimensión; pierde el sentido interior de la propia humanidad. A este hombre le resulta extraño tanto el esfuerzo que conduce al fruto hace poco mencionado como la alegría que proviene de él: la alegría grande del descubrimiento y del encuentro, la alegría de la conversión (metanoia), la alegría de la penitencia.

La liturgia austera del Miércoles de Ceniza y, después, todo el período de la Cuaresma es –como preparación a la Pascua– una llamada sistemática a esta alegría: a la alegría que fructifica por el esfuerzo del descubrimiento de sí mismo con paciencia: «Con vuestra paciencia compraréis (la salvación) de vuestras almas» (Lc. 21,19).

Que nadie tenga miedo de emprender este esfuerzo.

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Ciudad del Vaticano, 7 de febrero de 1979
Catequesis del Papa Juan Pablo II