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Bienvenido a Escuchar y a Dar

Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

La evangelización debe estar centrada en impulsar a las personas a tener una experiencia real del Amor de Dios. Por eso pedimos a cualquiera que visite esta página haga propuestas de textos, testimonios, actos, webs, blogs... Mientras todo esté hecho en el respeto del Amor del Evangelio y la comunión que siempre suscita el Espíritu Santo, todo será públicado. Podéís usar los comentarios pero para aparecer como texto central enviad vuestras propuestas al correo electrónico:

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martes, 4 de diciembre de 2007

Los grandes temas de la Fe según San Pablo (III) / Autor: Hº Jaime Ruiz Castro CM

Discernimiento de espíritus, carisma importante

Ante la diversidad de carismas o dones del Espíritu, es necesario el carisma de discernimiento de espíritus (1 Co 12, 10) a fin de probarlo todo y quedarse con lo bueno (1 Ts 5, 12. 19-21). Deben los pastores de la Iglesia "reconocer los servicios y carismas de los fieles" (LG 30); "el juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen la autoridad en la Iglesia" (LG 12). Los criterios de discernimiento son fundamentalmente dos, como indica San Pablo: La fe en Jesucristo Resucitado, como Señor.. "Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, si no es bajo la acción del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3; 1 In 4, 2-3). Y también: El carácter de "servicio" que debe acompañar a todo carisma auténtico. Se trata de edificar la Iglesia, crear comunidad (1 Co 12, 7; 14, 1-33).

Carisma y vocación

Con frecuencia el don del Espíritu, o carisma, tiene todos los caracteres de una llamada. Es lo que dentro de la Iglesia entendemos por vocación: una llamada de Dios que invita al hombre a un género de vida especial, y de una manera permanente. La respuesta a la vocación exige una entrega total. Son ejemplos típicos de vocación, la vocación para la vida religiosa o para el ministerio sacerdotal. Pero no se debe restringir la realidad de la vocación a esos casos clásicos: "La vida de todo hombre es una vocación dada por Dios para una misión concreta" (Pablo VI, Populorum Progressio, n. 15). Nuestro Dios es esencialmente un Dios vivo que llama, que inicia el diálogo con el hombre, que escoge a personas para hacer avanzar la historia de la salvación con su actividad, su testimonio y su estilo de vida.

 Apóstoles: Como los grandes animadores y guardianes o centinelas de la Comunidad Cristiana, y son los administradores de la gracia de Cristo a través de los sacramentos.

 Sacramentos que se administran en la Comunidad de Efeso: Bautismo (Ef. 4,5; Ef. 5,26; Hch 19,1-6) – Confirmación (Ef. 1,13)– Eucaristía; Penitencia – Unción de enfermos (Ef. 1,7)

 Sacramentales o parasacramentos : Oración de Sanación y de liberación (perdón de pecados) (Ef. 1,7; Hch 19,11-20) y la bendición de los esposos (Ef. 5,21-32)

 Los cuatro fundamentos de la Comunidad Cristiana: Es una Comunidad que tiene cuatro elementos que constituye su propia identidad (Catequesis, Oración, Eucaristía y compartir los bienes), constituida como exigencia de la Misión, para hacer con eficacia el mandato de Jesús, con capacidad creativa y de adaptación a los nuevos retos de la Misión.

 Las cuatro notas de la Comunidad Cristiana: Las diferentes Comunidades Cristianas estaban impregnadas por las huellas y el estilo del Apóstol que la había fundado, entonces podría variar la forma de celebrar la liturgia y esto es una gran riqueza cultural.

San Pablo nos habla de la unidad de la fe en el conocimiento del Hijo de Dios (Ef. 4,13), por lo tanto estamos hablando de una sola Iglesia que es plural, que tiene vocación de ser universal (Católica), es Santa y fundamentada en la Fe de los Apóstoles que es la única Fe de la Iglesia (EF 4,6)

 Configuración interna de la Comunidad: La Comunidad Cristiana es una Fraternidad donde la autoridad está al servicio de la Comunidad y que confiesa la fe de Pedro que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios que celebra el día del Señor y tiene su origen en el grupo de los Doce [y que no tiene el monopolio del Espíritu Santo]

Generalmente, San Pablo cuando acaba la misión dejaba a un obispo al cargo de esta nueva Comunidad, y éste ordenaba a los sacerdotes y había diáconos para la atención de los pobres. La segunda carta a Timoteo se da recomendaciones para ellos.

En la Comunidad Cristiana de Galacia, tenemos otro indicio de vitalidad: los tiempos presentes en Ga 3,5. Después de haber dicho (v. 2) que «recibieron» el Espíritu por haber "escuchado» la fe, les dice: “El que os está otorgando el Espíritu y está realizando milagros entre vosotros, ¿lo hace por causa de las obras de la Ley o por causa de la fe que habéis escuchado?”

Otro tiempo presente, en 4,6: “Porque sois hijos, Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo en vuestros corazones, el cual grita: «Abbá, Padre»”

Parece claro que los cristianos tenían sus propias reuniones, en las cuales experimentaban aquellos dones del Espíritu.

Llevadas por laicos en misión pastoral

Todo eso, si no queremos atribuirlo a un milagro continuado, nos hará pensar en la presencia de unos líderes, que instruían a aquellas comunidades (¡se les presuponen buenos conocimientos de historia sagrada!) y las acompañaban en su crecimiento.

En cuanto a la forma de aquella enseñanza, Gálatas usa dos términos que han pasado a la posteridad: «catequista» y «catecúmeno», dos derivados de la palabra griega êkhô) «eco»: el maestro pronuncia unas palabras y el discípulo las va repitiendo hasta que las aprende. Con todo, la relación entre uno y otro debió de ser más profunda: “Que el catequizado comparta toda clase de bienes con aquel que lo catequiza en la palabra” (Ga 6,6).

Es decir: que el catequizado no sólo tiene que preocuparse de la manutención de aquel que lo catequiza (recordemos que Pablo, personalmente, renunciaba a ello), sino que le tiene que contar sus alegrías y sus penas.

Monseñor Luís Martínez Sistach en su carta dirigida a toda la diócesis de Tarragona el 18 de Abril del 2001 titulada: “Reorganització de la Diòcesi davant de la disminució de preveres” escribió: “En referencia al don profético que se recibe en el bautismo, los laicos pueden realizar el servicio de la catequesis, puede recibir el nombramiento de enseñar ciencias sagradas, pueden ser llamados para cooperar con el obispo y los presbíteros en el ministerio de la Palabra, ser admitidos a predicar en una iglesia u oratorio, pueden ser enviados a una tarea misional […] Con relación al Don sacerdotal, los laicos pueden recibir los ministerios de lector y acolitado; puede administrar el bautismo un laico catequista [delegado de la Palabra] u otro designado por el obispo, si está ausente o impedido el ministro ordinario, pueden ser ministros extraordinarios de la Eucaristía, ser delegados para matrimonios, allá donde no haya ni presbíteros ni diáconos, previo el voto favorable de la Conferencia Episcopal y la licencia de la Santa Sede” . Estos ministerios que se desprende del don sacerdotal, son tareas de suplencia que realizan los laicos.

Mons. Luís prosigue: “En referencia a aquella primera categoría de las tareas intraeclesiales propias de los laicos, es necesario que el campo sea muy amplio para todos los ámbitos, pero especialmente en el parroquial y en el arciprestal. Será innumerable la lista de participación que está haciendo el laico en el Seno de la Iglesia colaborando con los sacerdotes y diáconos. Como afirma Pere Tena: ‘la capacidad de colaborar con el ministerio jerárquico viene de la misma condición sacramental del cristiano, será tan amplia como lo pidan las necesidades de la vida cristiana, en el marco de la comunión eclesial’ ‘El ejercicio de estas tareas no hace del laico un pastor: en realidad no es la tarea que constituye un ministerio, sino al orden sacerdotal’ . Así mismo es preciso evitar el peligro de clericalizar a los laicos asumiendo indebidamente tareas eclesiales que corresponden a los clérigos”

¿Cambian los dogmas de la Iglesia? / Autor: Fernando Pascual, LC

Existe un método bastante definido con que algunos atacan la doctrina de la Iglesia católica. Recogen citas de Papas y concilios para demostrar, según ellos, que la Iglesia ha cambiado planteamientos y dogmas a lo largo de la historia. A partir de lo anterior concluyen que no existirían verdades absolutas, y que lo que hoy defienden el Papa y los obispos, mañana puede cambiar.

Así, por ejemplo, nos dicen que en el siglo XIII el Papa Bonifacio VIII declaraba que era necesario, para conseguir la salvación, pertenecer a la Iglesia, lo cual implicaba estar bajo el Romano Pontífice. Luego recogen textos anteriores o posteriores que tocan la misma idea. Terminan con alusiones a lo que se afirma en el Vaticano II sobre el tema, y nos dicen que ya no siguen en pie las viejas afirmaciones de Bonifacio VIII.

Los ejemplos se podrían multiplicar. Algunos aplican un método parecido para interpretar la Patrística, o incluso la misma Escritura.

En el fondo de esta táctica se esconden varios presupuestos, a veces conscientes, otras veces medio ocultos. El primero consiste en pensar que los documentos de la Iglesia dependen del contexto en el que se elaboraron. No contendrían, según esta perspectiva, ni verdades ni formulaciones absolutas. Por lo mismo, no serían norma de la fe para tiempos como los que ahora viven los católicos.

Este presupuesto se basa en creer que el conocimiento humano es algo profundamente determinado por el espíritu de cada época histórica. Por ejemplo, en el siglo I nadie podía creer en la existencia de los protones y de los neutrones, como en el siglo XXI nos resultaría absurdo negar que existan partículas subatómicas. Quizá dentro de varios siglos la gente se reirá de nuestros escasos y confusos conocimientos sobre la materia, porque el contexto habrá cambiado y tendrán otra manera de tratar las cuestiones de la química.

Es verdad que las ciencias dependen mucho del instrumental usado en cada época y de otros elementos socioculturales. Pero, ¿es correcto aplicar este tipo de planteamientos a la hora de interpretar la doctrina católica? En otras palabras, ¿enseña la Iglesia lo que enseña de un modo variable según las épocas históricas?

De admitir lo anterior, caeríamos en una situación absurda: todas las formulaciones de todos los tiempos serían válidas sólo para su época y no para otras épocas. De este modo, tendríamos tantos dogmas como épocas históricas, y los de ayer no valdrían para hoy, y los de hoy no valdrían para mañana. Por lo tanto, sería absurdo contraponer a Bonifacio VIII con el Concilio Vaticano II: cada uno diría «su» verdad según «su» tiempo, y así no habría ninguna contradicción... ni ninguna «verdad».

Sabemos, sin embargo, que muchas verdades (si son verdades) no dependen de los contextos culturales en los que son formuladas. Verdades sobre todo del ámbito filosófico, pero también verdades de otros campos del saber. Vemos incluso que verdades científicas del pasado siguen en pie en el presente, y lo estarán en el futuro, dentro de los límites propios de la metodología empírica.

Respecto de las verdades cristianas, la situación es diversa. Porque tales verdades no se obtienen con instrumentos débiles y con razonamientos falibles, sino desde la asistencia del Espíritu Santo. Según la promesa de Cristo, el Espíritu Santo guía y acompaña a la Iglesia a la hora de acoger, conservar y explicar la Revelación de Dios. Si una afirmación es verdad, lo es en el siglo I como lo será en el siglo XXV (si la tierra llega a esas fechas).

Otra cosa distinta es el modo de formular las verdades o el nivel de comprensión de las mismas, que puede mejorar su precisión a lo largo del tiempo. Hay que recordar, además, que cada época histórica ha tenido sus modalidades comunicativas. El lenguaje de un documento papal del siglo XIII es muy distinto al lenguaje usado en las encíclicas de los papas del siglo XX. Pero la existencia de diferentes modos de comunicación, de estilos variados, no quita el que puedan darse «traducciones» de un estilo a otro, y que en todos los tiempos se formulen las mismas verdades con distintos términos.

Otras veces el cambio de una formulación no afecta sólo a las palabras, sino a contextos y problemas históricos diferentes. Cuando los Papas del siglo XIX condenaron el modo de concebir la democracia por parte del liberalismo de aquel tiempo, lo hicieron por motivos que en cierto modo han dejado de darse en el siglo XX. Es por eso que en los últimos 60 años la democracia (entendida en un nuevo contexto sociocultural) ha sido fácilmente aceptada por el magisterio católico.

Existe, además, un segundo presupuesto quizá más sutil y más peligroso. Hay quienes ven a la Iglesia como un grupo humano, organizado alrededor de ideas religiosas más o menos interesantes, con grupos de presión que buscan imponer sus ideas, y nada más.

Concebir así a la Iglesia es reducirla a una invención social como las muchas que se han dado en la historia, en la que todo lo que se enseña y se hace dependería simplemente del ingenio de las personas que son (o al menos declaran ser) católicas. Desde luego, algunos piensan que ellos tienen ideas mejores que los demás. Por eso piden, por ejemplo, que sean admitidas las mujeres al sacerdocio, o que el aborto deje de ser declarado pecado, o que el uso de anticonceptivos sea presentado por el Papa como algo totalmente lícito, o que los sacerdotes puedan casarse cuando lo deseen, o que se vuelva cuanto antes al uso obligatorio de las misas según el rito tridentino...

La lista podría alargarse según los gustos y las tendencias de cada uno. Los grupos de presión buscan, entonces, que el Papa y los obispos enseñen aquello que «ellos» ven como más conforme a su modo de pensar. Por lo mismo, organizan conferencias, recogidas de firmas, entrevistas en los medios de comunicación a teólogos disidentes (ultraconservadores o ultraprogresistas, mucho más presentes los segundos que los primeros) para promover sus ideas e imponerlas como aceptables para los demás católicos.

Es obvio que este modo de pensar deja prácticamente de lado el carácter sobrenatural de la Iglesia, la certeza de que Cristo prometió asistirla hasta el final de los tiempos, la iluminación del Espíritu Santo en los corazones de los Papas, los obispos y los fieles.

La Iglesia, sin embargo, sabe que ha recibido algo que no procede de los hombres, sino de Dios. Podrán cambiar, como vimos, algunos modos de expresarse. Pero las verdades de fe, los dogmas católicos, valen para ayer, para hoy, para los siglos futuros.

Hay que dejar posturas incorrectas y arbitrarias ante la Iglesia. Cabe siempre, para quien tiene dificultades en aceptar alguna doctrina de nuestra fe, la posibilidad de dialogar honestamente para encontrar luz.

Si uno no llega a comprender que Dios ha revelado una verdad católica, y que tal verdad es custodiada y explicada por el magisterio, podrá dejar la Iglesia y vivir según sus convicciones personales. Pero no es correcto querer que la Iglesia se niegue a sí misma para acomodarse a los modos de pensar de grupos más o menos organizados que ya no piensan ni sienten según la doctrina católica. Una doctrina que encontramos expuesta de modo bellísimo en tantos documentos del magisterio de todos los siglos; de modo especial, a través del Concilio Vaticano II, del Catecismo de la Iglesia Católica, de las encíclicas de los Papas Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Amar a Cristo, descubrir que fundó la Iglesia y que puso en ella, como Cabeza, a Pedro, nos permitirá acoger la belleza de su doctrina de caridad, de misericordia, de esperanza. Podremos así acoger la doctrina católica con la paz de quien sabe que pertenece al Pueblo de Dios, al Cuerpo místico de Cristo, al sueño de Amor del Padre que envió a su Hijo para salvar a los hombres de buena voluntad.

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Fuente: Conoze.com

Adviento nuevo que siembra / Autor: Eleuterio Fernández Guzmán

El 2 de diciembre ha comenzado un nuevo tiempo de Adviento, una nueva forma de decir que esperamos la Parusía, esa llegada, de nuevo, del Mesías, en gloria, para instaurar el Reino de Dios para toda la eternidad.

Es éste, por eso, un tiempo de siembra de mucha realidad espiritual, para el alma, para el hombre.

Como cada año, por más que pueda pensarse que es reiterativo este tiempo litúrgico, lo bien cierto es que resulta, de todo punto necesario reconocer cuáles son los bienes espirituales que tenemos que traer a nuestra presencia en estos días, en estos domingos, que desde el primero del último mes del año, nos llevarán al momento en el cual, por graciosa donación de Dios, nuestro Salvador vino al mundo.

¿Qué cabe, pues, sembrar en este tiempo, sobre todo, de esperanza para el cristiano?

Cuatro son los momentos que vivimos a lo largo del Adviento y cuatro las siembras que podemos hacer, en nuestra vida y en la vida del prójimo, para que no se trate de un tiempo repetitivo ni vacío.

En cuanto a la vigilancia, y siguiendo lo que el mismo Evangelio dice, hemos de velar y estar preparados porque no sabemos cuándo llegará el momento. Y el estar atentos a lo que pasa hoy día a nuestro alrededor supone, en primer lugar, no dejar pasar la ocasión en la que se ofenda a nuestra fe para defenderla. Por lo tanto, y en segundo lugar, hemos de hacerlo posible porque cuando esto suceda, quede en evidencia esa blasfemia contra la creencia en Dios, contra la supremacía de la Ley Natural sobre cualquier norma humana y, sobre todo, contra los valores que, como hijos del Padre defendemos como legítimos herederos de su Reino.

Por tanto, vigilar es sinónimo de perseverar. Pero perseverar lo es en el sentido de estar seguros de nuestro amor a Dios, de nuestro amor al prójimo y, también, de la Verdad que sabemos que, por eso mismo, es cierta y exacta demostración de la omnipotencia del Creador.

Por otra parte, si nos referimos a la conversión que, cada cual, ha de llevar en su vida particular, no hemos de olvidar que volverse a convertir, esa confesión de fe tan necesaria en un mundo tantas veces abyecto (que nos atrae con sus miserias revestidas de luz y color) es, más que nada, renunciar a los oropeles que, en muchas ocasiones, se nos brindan para que, al fin y al cabo, venzamos nuestra tendencia absolutamente natural de amar a Dios y de creer en Dios. Por eso, convertirnos, de nuevo, cada día, cada instante (incluso) es traer a nuestro corazón los ricos bienes espirituales que, a veces, abandonamos o dejamos aparcados por lo que creemos es un bien vivir, siendo esto último un error común en el hombre.

Pero si hablamos de testimonio, de lo que esto supone, de lo que ha de suponer, en nuestras vidas, el que damos y el que presentamos a los demás, no ha de ser cosa baladí que el que demos lo sea, ciertamente, esperanzado, libre de todo aquello que suponga olvido de la fe y sintiendo, esto es importante, que aquellas personas que vean lo que hacemos han de alcanzar al conocimiento de lo que hacemos porque será la forma, directa e importante, de que comprendan que creer sirve para algo más que para refugiarse en el espíritu cuando lo pasamos mal. Creer, en nuestro testimonio, ha de significar ser y no sólo estar.

También hablamos de anuncio. Sabiendo que anunciar es «Dar noticia o aviso de algo» lo cierto es que, también aquí, tenemos mucho que hacer.

Una cosa es estar vigilantes ante lo que pasa; otra que convirtamos nuestra vida, a paso de la vida misma, a Dios; también que demos testimonio de lo que somos. Sin embargo, también hemos de dar un paso más hacia delante. Este paso supone que hemos de gritar (esto es una forma de hablar, claro) a los cuatro vientos lo que nuestra fe es; también, lo que nuestra fe significa para nosotros y sin olvidar lo que puede suponer para aquellos que aún no la han descubierto o para los que la abandonaron sea por la razón que sea.

Anunciar, para nosotros, los discípulos de Cristo, ha de ser tarea gustosa, dedicación primordial; lo que se nos reclama como hijos; lo que se espera como herederos; lo que, a pesar de todos los pesares, tenemos que tener en cuenta para no caer en el desánimo y la desazón que puede producirnos el vivir en este valle de lágrimas, peregrinos, de paso hacia el Reino definitivo de Dios.

Ahora, por tanto, que comienza, de nuevo, el tiempo de Adviento; ahora que podemos revivir, con alegría, los acontecimientos que trajeron, a la humanidad, el recuerdo de la presencia de Dios en el mundo, hemos de tener bien presente que Cristo ya vino una vez y que, cuando venga de nuevo querrá encontrarnos preparados.

Por eso, estar vigilantes, convertirnos, testimoniar nuestra fe y anunciarla no es un requerimiento excesivo sino, al contrario, una forma de hacernos responsables de nuestra filiación divina, del ser hijos de Dios.

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Fuente: Conoze.com

¿Para qué son las vacaciones? / Autor: Antonio Rivero, LC

Hay una frase en los evangelios que nos demuestra que el descanso es una creatura de Dios buena, legítima y necesaria. Esta frase la pronunció el mismo Jesús, hombre verdadero, para quien las cosas humanas, nuestras cosas, no le eran indiferentes. Dice así: «Venid conmigo a un lugar retirado y tranquilo y descansad un poco» (Marcos 6, 31). Es un gesto de Jesús lleno de delicadeza, de amor, de humanismo. Cabe preguntarnos: ¿para qué sirven las vacaciones, el descanso corporal? En este artículo trataremos de dar alguna luz sobre esta experiencia humana que todos los años toca a nuestra puerta: el descanso veraniego, las vacaciones.

1. Las vacaciones para todo hombre son un medio óptimo para reponer y restaurar fuerzas físicas. El trabajo del año ha sido arduo y desgastante. «El descanso —dirá el papa Juan Pablo II— significa dejar las ocupaciones cotidianas, despegarse de las normales fatigas del día, de la semana y del año». El cuerpo no es un camión de carga, ni una máquina que funciona las veinticuatro horas del día, los doce meses del año. Necesita de su descanso y del sano esparcimiento. No podemos tenerlo siempre en tensión, pues se quebraría.

Se cuenta de un santo que acariciaba apaciblemente una perdiz. De pronto un cierto filósofo se aproxima con aparejo de cazador y se maravilla de que el santo varón, que gozaba de tanta reputación, se entretuviera y perdiera el tiempo en cosas tan insignificantes como el acariciar a una perdiz. Entre los dos personajes se entabló este diálogo.

— «¿Eres tú el santo insigne del que me hablaron? ¿Por qué te entretienes en diversiones tan ridículas?» - pregunta el filósofo.

— «¿Qué es esto que llevas en la mano?» - le preguntó a su vez el santo varón.

— «Un arco» -respondió en filósofo.

— «Y, ¿por qué no lo llevas siempre tenso?» -Dijo el santo.

— «No conviene - responde el filósofo-, pues si estuviese siempre tenso se echaría a perder el arco. Así, cuando fuera necesario lanzar un disparo más potente contra alguna fiera, por haber perdido su fuerza debido a la continua rigidez, el tiro no iría ya con la violencia necesaria».

— «Pues bien, -concluyó el santo- no te admire tampoco, joven, que yo conceda a mi espíritu este inocente y breve esparcimiento. Si de vez en cuando no le permitiese descansar de su tensión, concediéndole algún solaz, la misma continuidad del esfuerzo le ablandaría y aflojaría, y no podría obedecer a las órdenes y a las exigencias del espíritu».

Este ejemplo nos pone ante la vista la necesidad de concedernos al año una tregua de descanso, para reponer nuestras fuerzas y poder después trabajar por Dios, por la familia, por los demás...y de esta manera ir construyendo ya en vida nuestra eternidad. Y esta tregua se logra encontrándonos con la naturaleza, escalando montañas, contemplando el mar o la arboleda, nadando en la playa, jugando con los hijos, y mil diversiones más, que están a nuestro alcance y que hacen que nuestro arco - nuestro cuerpo- no se rompa.

2. Las vacaciones son, además, un medio maravilloso para alimentar un poco más el alma y el espíritu. Durante el año no tenemos tanto tiempo para la oración, para la lectura de la Biblia, para acudir a la misa diaria, para rezar el rosario en familia y para otras actividades que elevan el espíritu y el alma.

Ahora, en estos meses de verano, sin el trajín y el agobio del trabajo, podemos dedicar más tiempo a Dios y al alma. ¡Qué hermoso sería que durante las vacaciones la familia entera se reuniera varias veces a la semana para escuchar y participar de la misa! ¡Cómo se nutriría el alma si al final del día se sentaran padres e hijos para leer unas líneas de los santos evangelios y se comentasen entre todos! ¿Cuántos de nosotros durante las vacaciones visitamos un museo o un parque nacional, asistimos a un concierto de buena música o a una obra teatral? Todas estas actividades alegran el espíritu, lo elevan, lo dignifican, por ser creaciones del ingenio humano.

La Iglesia, experta en humanismo, nos dice: «El tiempo libre se debe emplear rectamente para el descanso del espíritu y para cuidar la salud de la mente y del cuerpo, por medio de ocupaciones y estudios libres, por medio de viajes a otras regiones, que enriquecen el espíritu y que, además, enriquecen a los hombres con un conocimiento mutuo; por medio también de ejercicios y manifestaciones deportivas, que son una ayuda para conservar el equilibrio psíquico, incluso colectivamente, así como para establecer relaciones fraternas ente los hombres de toda condición, de todas las naciones o de razas diferentes» (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes 61).

3. Finalmente, las vacaciones son excelente medio para darnos y entregarnos de lleno a los demás, sobre todo, a la propia familia. Durante el año, el papá y, a veces, la mamá trabajaban hasta altas horas de la tarde. Los niños cursaban por la mañana sus estudios en la escuela y en la tarde tenían sus actividades extraescolares (deporte, inglés, natación, etc...). Apenas se ven, apenas tienen un diálogo familiar, apenas se conocen, apenas comparten gozos y alegrías, preocupaciones, penas y proyectos.

En las vacaciones se pueden crear lazos de unión mucho más estrechos e íntimos entre padres e hijos, entre nietos y abuelos, entre tíos y primos. El hijo quiere estar a solas con su papá y la hija con su mamá, conocerlos más y más...y por eso el padre debería invitar a su hijo a pescar o a jugar y tener sus ratos de conversación serena con ese hijo; la madre, por su parte, debería hacerse un huequito al día para pasear con su hija, sentarse en la plaza y abrir su alma y su corazón a esa hija de sus entrañas, que tanta necesidad tiene del cariño materno; a ella le compete introducir a su hija en el hermoso misterio de la vida. También el abuelo quiere sentirse amado y querido. Ansía tener entre sus rodillas a ese nietecillo y acariciarlo y contarle experiencias vividas, pues todo anciano es portador de vivencias acumuladas durante los largos años de la vida. La abuela quiere sentirse útil. Quisiera peinar a su nietita, enseñarle a coser y a rezar. Quisiera ser amada, estimada, escuchada. Las vacaciones son momento privilegiado para lograr estos objetivos.

Ojalá que las vacaciones sean un momento de crecimiento interior, de armonía y conocimiento familiar y de descanso corporal, a fin de comenzar el nuevo año con nuevos bríos, alegría renovada y contagiante entusiasmo...y así seguir construyendo desde aquí abajo la eternidad tan deseada.

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Fuente Conoze.com

El Papa concede indulgencia plenaria en el 150 aniversario de Lourdes

Un decreto de la Santa Sede explica las condiciones

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 5 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Benedicto XVI concederá a los fieles la indulgencia plenaria con motivo del 150 aniversario de la aparición de la Bienaventurada Virgen María en Lourdes, según informa un decreto publicado este miércoles por la Santa Sede.

El documento está firmado por el cardenal James Francis Stafford y por el obispo Gianfranco Girotti, O.F.M. Conv., respectivamente penitenciario mayor y regente de la Penitenciaría Apostólica.

El decreto prevé que «para que de esta conmemoración se deriven frutos crecientes de santidad renovada el sumo pontífice Benedicto XVI ha establecido la concesión de la indulgencia plenaria» a los fieles según las condiciones habituales.

Estas condiciones implican el arrepentimiento y confesión de los pecados, comunión y oración por las intenciones del Papa.

Las modalidades para ganar la indulgencia plenaria en Lourdes son varias.

La primera prevé que «desde el 8 de diciembre de 2007 al 8 de diciembre de 2008 se visiten, siguiendo preferiblemente este orden: 1) el baptisterio parroquial donde se bautizó Bernadette; 2) la casa llamada "cachot" de la familia Soubirois; 3) la gruta de Massabielle; 4) la capilla del hospicio donde Bernadette recibió la Primera Comunión, pasando el tiempo recogidos en meditación y concluyendo con el rezo del Padrenuestro, la Profesión de fe de cualquier manera legítima, y la oración jubilar u otra invocación mariana».

La segunda modalidad establece que los fieles «desde el 2 de febrero de 2008, Presentación del Señor, hasta el 11 de febrero de 2008, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes y 150 aniversario de la aparición, visiten en cualquier templo, oratorio, gruta o lugar decoroso la imagen bendecida de la Virgen de Lourdes, expuesta solemnemente a la veneración pública y ante la misma participen en un acto de devoción mariana o al menos se recojan en meditación y concluyan con el rezo del Padrenuestro, , la Profesión de fe de cualquier manera legítima y la invocación de la Bienaventurada Virgen María».

Como tercera modalidad el documento establece que «los ancianos, los enfermos, o todos los que, por legítima causa, no puedan salir de casa, podrán alcanzar del mismo modo, en su propia casa o allí donde les retiene el impedimento, la indulgencia plenaria».

Lo lograrán si, «con ánimo alejado del pecado y con la intención de cumplir las tres condiciones necesarias apenas les sea posible, los días del 2 al 11 de febrero de 2008, cumplirán con el deseo del corazón una visita espiritual a los lugares antes indicados, rezando las oraciones citadas y ofreciendo a Dios con confianza, por medio de María, las enfermedades y dificultades de su vida».

El documento concluye indicando que «para que los fieles puedan participar más fácilmente en estos favores celestiales, los sacerdotes, aprobados para la escucha de las confesiones por la autoridad competente, deben prestarse con espíritu pronto y generoso a acogerles y guiar solemnemente el rezo de oraciones públicas a la Inmaculada Virgen Madre de Dios».

Las personas se rinden al cariño que se les da / Autora: Remedios Falaguera Silla

Dice Benedicto XVI al comienzo de su nueva Encíclica «Spe Salvi» que «el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino.»

Por ejemplo: ¿a quién no se le revuelve el estomago al leer los repugnantes testimonios que hemos leído en la prensa sobre las clínicas abortistas y sus procedimientos asesinos? ¿Cuanta gente de bien no se enfurece al ver las caras de los pedófilos cuyas redes desmantela la policía cada semana? ¿Quién no se entristece con las noticias de muertes de mujeres por eso a lo que nos hemos acostumbrado a llamar «violencia doméstica»?

Y todavía hay algo más: ¿cuántos de nosotros no nos sentimos abrumados al observar la degradación física, educativa y moral a la que abocamos — la mayoría de veces por omisión— a nuestros jóvenes?

Pues bien, a pesar de que el mundo está lleno de encrucijadas y dificultades que nos pueden llevar a la depresión o al pesimismo existencial, como lo llaman los entendidos, hoy me he levantado con la intención de buscar algo que me devuelva la ilusión perdida, de reconocer y aceptar al Único que puede recomponer mi corazón hecho trizas e, intentar descubrir a lo largo del día, esos acontecimientos, pensamientos y personas que llenen esa sensación de vacío en el que, desgraciadamente, muchos hombres nos encontramos y buscamos «lo que sea» para escondernos o , lo que es aun peor, huir de nuestras vidas.

Y no se cómo, al conectarme esta mañana al correo lo he encontrado!!!!

Si, la verdad es que era justo lo que necesitaba: una maravillosa declaración de confianza en Dios, confianza en nosotros mismos y confianza en los demás que me ha llenado de serenidad, optimismo y ganas de dar a los que me rodean de lo mucho que recibo.

Se trata de un powerpoint, que bajo el título «LAS PERSONAS SE RINDEN AL CARIÑO QUE SE LES DA» nos narra la anécdota deuna madre, que al preguntarle cuál de sus hijos era su preferido, respondió con una gran sonrisa:

«Nada es más voluble que un corazón de madre. Y, como madre, le respondo:
el hijo predilecto, aquel a quien me dedico de cuerpo y alma...
Es mi hijo enfermo, hasta que sane.
El que partió, hasta que vuelva.
El que está cansado, hasta que descanse.
El que está con hambre, hasta que se alimente.
El que está con sed, hasta que beba.
El que está estudiando, hasta que aprenda.
El que está desnudo, hasta que se vista.
El que no trabaja, hasta que se emplee.
El que se enamora, hasta que se case.
El que se casa, hasta que conviva.
El que es padre, hasta que los críe.
El que prometió, hasta que cumpla.
El que debe, hasta que pague.
El que llora, hasta que calle.
Y ya con el semblante bien distante de aquella sonrisa, completó:
El que ya me dejó...
...hasta que lo reencuentre... »


Vaya: quien quiera que haya escrito este texto ha dado en la diana. Las personas se rinden al cariño que se les da. Un cariño que brota desde lo más profundo del corazón, un amor tangible que nos convierte en especiales, en privilegiados, en predilectos. De tal manera, que «esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino» se convierte en la columna vertebral de nuestra vida.

Porque detrás de cada detalle de cariño, detrás de cada pincelada de confianza, detrás de cada muestra pequeña de ternura,... descubrimos el Amor, con mayúsculas. Un Amor, tan grande y tan asequible para todos, que puede pasar desapercibido sino te empeñas en descubrirlo.

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Fuente: Conoze.com

Él vino a Belén para quedarse con nosotros para siempre / Autor: Juan Pablo II

Un Adviento de esperanza

"El reino de Dios está cerca. Estad seguros: no tardará"

Estas palabras, expresan el clima, impregnado de ferviente esperanza y oración, de nuestra preparación para las fiestas navideñas, ya cercanas.

El Adviento mantiene viva la espera de Cristo, que vendrá a visitarnos con su salvación, realizando en plenitud su reino de justicia y paz. La conmemoración anual del nacimiento del Mesías en Belén renueva en el corazón de los creyentes la certeza de que Dios cumple sus promesas. Por tanto, el Adviento es un fuerte anuncio de esperanza, que toca en lo más hondo nuestra experiencia personal y comunitaria.

Todo hombre sueña un mundo más justo y solidario, donde unas condiciones de vida dignas y una convivencia pacífica hagan armoniosas las relaciones entre las personas y entre los pueblos. Sin embargo, con frecuencia no sucede así. Obstáculos, contrastes y dificultades de diversos tipos abruman nuestra existencia y a veces casi la oprimen. Las fuerzas y la valentía para comprometerse en favor del bien corren el riesgo de ceder ante el mal, que parece triunfar en ocasiones. Es especialmente en estos momentos cuando viene en nuestra ayuda la esperanza.

El misterio de la Navidad, que reviviremos dentro de pocos días, nos asegura que Dios es el Emmanuel, Dios con nosotros. Por eso, jamás debemos sentirnos solos. Dios está cerca de nosotros, se ha hecho uno de nosotros, naciendo de María. Ha compartido nuestra peregrinación en la tierra, garantizándonos la alegría y la paz a las que aspiramos en lo más íntimo de nuestro ser.

Al hombre, que busca la comunión con Dios, el Adviento, y sobre todo la Navidad, le recuerda que es Dios quien tomó la iniciativa de salir a su encuentro. Al hacerse niño, Dios asumió nuestra naturaleza y estableció para siempre su alianza con la humanidad entera.

Por consiguiente, podríamos concluir que el sentido de la esperanza cristiana, que el Adviento nos vuelve a proponer, es el de la espera confiada, la disponibilidad activa y la apertura gozosa al encuentro con el Señor. Él vino a Belén para quedarse con nosotros para siempre.

Alimentemos, por tanto, amadísimos hermanos y hermanas, estos días de preparación inmediata para la Navidad de Cristo con la luz y el calor de la esperanza.

¡Feliz Adviento! y ¡Feliz Navidad a todos!

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Fragmento tomado de la Audiencia general del miércoles. Diciembre de 2003.

¿Qué significa necesitar a Cristo? / Autor: Padre Cipriano Sánchez LC

Significa darme cuenta que Él tiene que ser el elemento fundamental de mi vida

Adviento. Permitamos que Cristo entre en nuestro corazón para que sea Él quien guíe nuestra vida.


Isaías: 25, 6-10.
San Mateo: 15, 29-37.


“¿Dónde vamos a conseguir, en este lugar despoblado, panes suficientes para saciar a tal muchedumbre?”. Este párrafo del Evangelio nos ubica en una dimensión del Adviento muy básica: el hecho de que cada uno de nosotros tiene que saberse necesitado de Dios.

Es muy fácil decir “yo necesito a Cristo”, “el Señor es alguien importante para mí”, “Él me hace falta”. Pero, cuántas veces, la experiencia nos lleva a la afirmación contraria, nos lleva a pensar que somos hombres o mujeres que podemos bastarnos a nosotros mismos. En muchas ocasiones esto no lo hacemos de una forma consciente, pero sí de una forma escondida dentro de nuestro corazón. Y tenemos que tener muy claro que por el hecho de estar escondida, no significa que no sea efectiva y válida.

No basta saber que uno está alejado de Dios, tenemos que sabernos necesitados de Él. Solamente puede llegar a Belén, puede encontrarse con Cristo, aquel que lo necesita. Si no es así, es como si uno de estos tullidos, ciegos, lisiados o mudos, de los que nos habla el Evangelio, dijese: “Estoy tullido, estoy ciego, estoy lisiado o estoy mudo, pero yo de Jesús no necesito nada”.

¿Qué significa necesitar a Cristo? Significa, en primer lugar, darme cuenta que Él tiene que ser el elemento fundamental de mi vida. Él tiene que convertirse en criterio, en norma, en ley, en orientación de mi existencia. Cristo tiene que ser el punto de referencia al cual yo le pregunto, con el cual yo me confío, con el cual yo me presento.

Necesitar a Cristo, por otra parte, significa estar dispuesto a poner el remedio que Él me quiera indicar, estar dispuesto a asumir todo lo que Él me pida. Cuántas veces nos creemos muy inteligentes y, entonces, tomamos de Cristo lo que nos conviene tomar, la parte que nos interesa, la parte que nos satisface. Cuántas veces soy yo el que le dice a Cristo lo que necesito, en vez de dejar que sea Él el que me lo indique. Cuántas veces no le damos a Cristo la libertad para que sea Él el que nos diga: “Esto es lo que tú necesitas”. Cada uno de nosotros tendría que revisar cuáles son las condiciones que le quiere imponer a Cristo, y preguntarse si nada más necesita un trocito de Cristo o lo necesita totalmente.

Pidámosle a Nuestro Señor que nos conceda la gracia de sentirnos necesitados de Él.

Permitamos que Cristo entre en nuestro corazón para que sea Él quien guíe nuestra vida, porque sólo así estaremos en el camino verdadero que conduce al encuentro con el Señor en Belén.

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Fuente: Comunidad Canción Nueva

¿Yo mando en mi corazón? / Autor: Felipe Aquino

La gente transforma el amor en egoísmo, porque no tiene el dominio de sí misma

El relacionamiento de dos personas, sean amigos, novios o casados, tiene su base en el amor mutuo, que une a los dos y los hace crecer. Sin esto, cualquier relacionamiento cae al vacío.

Amar es construir al otro; hacerlo crecer como persona; pero para esto es necesario poseerse; ser señor de sí mismo, porque para amar a alguien es necesario saber renunciarse. Y solamente puede renunciarse quien aprendió a dominarse.

La gente transforma el amor en egoísmo, porque no tiene el dominio de sí misma, por eso no consigue amar.

Sepa que la gran crisis del hombre moderno es que, él dominó el macrocosmo de las estrellas y el microcosmo de las bacterias y de los átomos, pero perdió el dominio de sí mismo; por eso no consigue amar de verdad, continua muy egoísta.

Para que puedas amar de verdad, como Dios quiere, es necesario que camine “de pié”, es decir, respetando la primacía de los valores: en cima, el espíritu; abajo el racional y más abajo el físico. Así tendrás el control y el comando de tus actos y de tu vida.

Si tu cuerpo domina tu espíritu, entonces, caminarás de cabeza para bajo. Si no te dominas delante de las fuerzas de los instintos y de las pasiones, entonces, te arrastrarás y no serás capaz de amar.

También podrás dejar de caminar de pie, si la sensibilidad comanda tus actos, y, no el espíritu y la razón.

Claro que la sensibilidad es importantísima; pues es lo que nos diferencia de los animales pero, no puede ser la emperatriz de nuestros actos.

No podemos ser conducidos, apenas, por el “sentir”.

Si es así, te puede parecer que una persona está correcta sólo porque te es simpática o muy amiga y no porque, de hecho, ella tiene razón.

La sensibilidad está comandando en tu vida cuando cambias la realidad por el sueño, cuando no te aceptas a ti mismo como eres, etc.

Para caminar de pie, es necesario que tu espíritu, fortalecido por el Espíritu Santo, comande tu sensibilidad y tu cuerpo.

La sensibilidad es bella y te hace llorar ante el dolor y el sufrimiento del otro, pero necesita ser controlada por el espíritu.

Un caballo fogoso puede llevarte muy lejos si tienes firmes sus riendas, pero te puede tirar al suelo si no lo dominas.

Para amar es necesario poseerse; e, para poseerse es preciso ejercitar el amor. Jesús fue el que amó mejor, porque tenía el dominio perfecto de sí mismo. Nunca el egoísmo gritó más alto que el amor dentro de Él. Así también fueron los santos.

Pero hay una cosa que necesitas saber. Sólo con nuestras propias fuerzas no podemos caminar de pie. Jesús avisó que “el espíritu es fuerte, pero la carne es débil”.

Por tanto, necesitas de la fuerza de Dios para soportar tu naturaleza fragilizada por el pecado original.

La persona que camina de pie, sabe pensar independiente de la opinión pública y de la propaganda, sabe ser calma, tranquila y paciente, no se agita y no se desespera, no grita ni pega, vive con simplicidad y tiene los pies en el suelo. No desprecia a nadie, sabe valorizar a todos, no es vanidoso ni arrogante y no necesita de aplausos para ser feliz. Está siempre lista para aprender y para enseñar, sabe aceptar la opinión de los demás cuando es mejor que la suya, cultiva la verdad, tiene mente adulta y corazón de niño, se conoce y ama a Dios.

En fin, la persona de pie, es la persona madura, que aprendió a dominarse para poder de hecho amar.

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Fuente:www.cleofas.com.br

La figura de san Cromacio de Aquileya / Autor: Benedicto XVI

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 5 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles dedicada a presentar la figura de san Cromacio de Aquileya.

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Queridos hermanos y hermanas:

En las últimas catequesis hemos hecho una excursión por las Iglesias de Oriente de lengua semítica, meditando sobre Afraates el persa y san Efrén el sirio; hoy regresamos al mundo latino, al norte del Imperio Romano, con san Cromacio de Aquileya. Este obispo desempeñó su ministerio en la antigua Iglesia de Aquileya, ferviente centro de vida cristiana situado en la Décima región del Imperio Romano, la Venetia et Histria.

En el año 388, cuando Cromacio subió a la cátedra episcopal de la ciudad, la comunidad cristiana local había madurado ya una gloriosa historia de fidelidad al Evangelio. Entre la segunda mitad del siglo III y los primeros años del IV, las persecuciones de Decio, de Valeriano y de Diocleciano habían cosechado un gran número de mártires. Además, la Iglesia de Aquileya había tenido que afrontar, al igual que las demás Iglesias de la época, la amenaza de la herejía arriana. El mismo Atanasio, el heraldo de la Ortodoxa de Nicea, a quienes los arrianos habían expulsado al exilio, encontró durante un tiempo refugio en Aquileya. Bajo la guía de sus obispos, la comunidad cristiana resistió a las insidias de la herejía y reforzó su adhesión a la fe católica.

En septiembre del año 381, Aquileya fue sede de un sínodo, que reunió a unos 35 obispos de las costas de África, del valle del Rin, y de toda la Décima región. El sínodo pretendía acabar con los últimos residuos de arrianismo en Occidente. En el Concilio participó el presbítero Cromacio como perito del obispo de Aquileya, Valeriano (370/1-387/8). Los años en torno al sínodo del año 381 representan la «edad de oro» de la comunidad de Aquileya. San Jerónimo, que había nacido en Dalmacia, y Rufino de Concordia hablan con nostalgia de su permanencia en Aquileya (370-373), en aquella especie de cenáculo teológico que Jerónimo no duda en definir «tamquam chorus beatorum», «como un coro de bienaventurados» (Crónica: PL XXVII, 697-698). En este cenáculo, que en ciertos aspectos recuerda las experiencias comunitarias vividas por Eusebio de Verceli y por Agustín, se conforman las personalidades más notables de las Iglesias del Alto Adriático.

Pero ya en su familia Cromacio había aprendido a conocer y a amar a Cristo. Nos habla de ella, con palabras llenas de admiración, el mismo Jerónimo, que compara a la madre de Cromacio con la profetisa Ana, a sus hermanas con las vírgenes prudentes de la parábola evangélica, a Cromacio mismo y su hermano Eusebio con el joven Samuel (Cf. Epístola VII: PL XXII,341). Jerónimo sigue diciendo: «El beato Cromacio y el santo Eusebio eran tan hermanos de sangre como por la unión de ideales» (Epístola VIII: PL XXII, 342).

Cromacio había nacido en Aquileya hacia el año 345. Fue ordenado diácono y después presbítero; por último, fue elegido pastor de aquella Iglesia (año 388). Tras recibir la consagración episcopal del obispo Ambrosio, se dedicó con valentía y energía a una ingente tarea por la extensión del terreno que se había confiado a su atención pastoral: la jurisdicción eclesiástica de Aquileya, que se extendía desde los territorios de la actual Suiza, Baviera, Austria y Eslovenia, hasta llegar a Hungría.

Es posible hacerse una idea de cómo Cromacio era conocido y estimado en la Iglesia de su tiempo por un episodio de la vida de san Juan Crisóstomo. Cuando el obispo de Constantinopla fue exiliado de su sede, escribió tres cartas a quienes consideraba como los más importantes obispos de occidente para alcanzar su apoyo ante los emperadores: una carta la escribió al obispo de Roma, la segunda al obispo de Milán, la tercera al obispo de Aquileya, es decir, Cromacio (Epístola CLV: PG LII, 702). También para él eran tiempos difíciles a causa de la precaria situación política. Con toda probabilidad Cromacio falleció en el exilio, en Grado, mientras trataba de escapar de los saqueos de los bárbaros, en el mismo año 407 en el que también moría Crisóstomo.

Por prestigio e importancia, Aquileya era la cuarta ciudad de la península italiana, y la novena del Imperio romano: por este motivo llamaba la atención de los godos y de los hunos. Además de causar graves lutos y destrucción, las invasiones de estos pueblos comprometieron gravemente la transmisión de las obras de los Padres conservadas en la biblioteca episcopal, rica en códices. Se perdieron también los escritos de Cromacio, que se desperdigaron, y con frecuencia fueron atribuidos a otros autores: a Juan Crisóstomo (en parte, a causa de que sus dos nombres comenzaban igual: «Chromatius» como «Chrysostomus»); o a Ambrosio y a Agustín; e incluso a Jerónimo, a quien Cromacio había ayudado mucho en la revisión del texto y en la traducción latina de la Biblia. El redescubrimiento de gran parte de la obra de Cromacio se debe a afortunadas vicisitudes, que han permitido en los años recientes reconstruir un corpus de escritos bastante consistente: más de unos cuarenta sermones, de los cuales una decena en fragmentos, además de unos sesenta tratados de comentario al Evangelio de San Mateo.

Cromacio fue un sabio maestro y celoso pastor. Su primer y principal compromiso fue el de ponerse a la escucha de la Palabra para ser capaz de convertirse en su heraldo: en su enseñanza siempre se basa en la Palabra de Dios y a ella regresa siempre. Algunos temas los lleva particularmente en el corazón: ante todo, el misterio de la Trinidad, que contempla en su revelación a través de la historia de la salvación. Después está el tema del Espíritu Santo: Cromacio recuerda constantemente a los fieles la presencia y la acción de la tercera Persona de la Santísima Trinidad en la vida de la Iglesia.

Pero el santo obispo afronta con particular insistencia el misterio de Cristo. El Verbo encarnado es verdadero Dios y verdadero hombre: ha asumido integralmente la humanidad para entregarle como don la propia divinidad. Estas verdades, repetidas con insistencia, en parte en clave antiarriana, llevarían unos cincuenta años después a la definición del Concilio de Calcedonia.

El hecho de subrayar intensamente la naturaleza humana de Cristo lleva a Cromacio a hablar de la Virgen María. Su doctrina mariológica es tersa y precisa. Le debemos algunas descripciones sugerentes de la Virgen Santísima: María es la «virgen evangélica capaz de acoger a Dios»; es la «oveja inmaculada» que engendró al «cordero cubierto de púrpura» (Cf Sermo XXIII,3: «Scrittori dell'area santambrosiana» 3/1, p. 134).

El obispo de Aquileya pone con frecuencia a la Virgen en relación con la Iglesia: ambas, de hecho, son «vírgenes» y «madres». La eclesiología de Cromacio se desarrolla sobre todo en el comentario a Mateo. Estos son algunos de los conceptos repetidos: la Iglesia es única, ha nacido de la sangre de Cristo; es un vestido precioso tejido por el Espíritu Santo; la Iglesia está allí donde se anuncia que Cristo nació de la Virgen, donde florece la fraternidad y la concordia. Una imagen particularmente querida por Cromacio es la del barco en el mar en la tempestad --vivió en una época de tempestades, como hemos visto--: «No hay duda», afirma el santo obispo, «que esta nave representa a la Iglesia» (cfr Tract. XLII,5: «Scrittori dell'area santambrosiana» 3/2, p. 260).

Como celoso pastor, Cromacio sabe hablar a su gente con un lenguaje fresco, colorido e incisivo. Sin ignorar la perfecta construcción latina, prefiere recurrir al lenguaje popular, rico de imágenes fácilmente comprensibles. De este modo, por ejemplo, tomando pie del mar, pone en relación por una parte la pesca natural de peces que, echados a la orilla, mueren; y por otra, la predicación evangélica, gracias a la cual los hombres son salvados de las aguas enfangadas de la muerte, e introducidos en la verdadera vida (Cf. Tract. XVI,3: «Scrittori dell'area santambrosiana» 3/2, p. 106).

Desde el punto de vista del buen pastor, en un período borrascoso como el suyo, flagelado por los saqueos de los bárbaros, sabe ponerse siempre al lado de los fieles para alentarles y para abrir su espíritu a la confianza en Dios, que nunca abandona a sus hijos.

Recogemos, al final, como conclusión de estas reflexiones, una exhortación de Cromacio que todavía hoy sigue siendo válida: «Invoquemos al Señor con todo el corazón y con toda la fe --recomienda el obispo de Aquileya en un Sermón--, pidámosle que nos libere de toda incursión de los enemigos, de todo temor de los adversarios. Que no tenga en cuenta nuestros méritos, sino su misericordia, él que también en el pasado se dignó liberar a los hijos de Israel no por sus méritos, sino por su misericordia. Que nos proteja con su acostumbrado amor misericordioso, y que actúe a través de nosotros lo que dijo san Moisés a los hijos de Israel: "El Señor peleará en vuestra defensa y vosotros quedaréis en silencio". Quien pelea es Él y es Él quien vence... Y para que se digne hacerlo tenemos que rezar lo más posible. Él mismo dice por labios del profeta: "Invócame en el día de la tribulación; yo te liberaré y tú me glorificarás" (Sermo XVI,4: «Scrittori dell'area santambrosiana» 3/1, pp. 100-102).

De este modo, precisamente al inicio del Adviento, san Cromacio nos recuerda que el Adviento es tiempo de oración, en el que es necesario entrar en contacto con Dios. Dios nos conoce, me conoce, conoce a cada uno de nosotros, me ama, no me abandona. Sigamos adelante con esta confianza en el tiempo litúrgico recién comenzado.

Al final de la audiencia, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy nos detenemos en la figura de San Cromacio, que nació, en torno al año 345, en Aquileya, ferviente centro de vida cristiana situado en la Décima región del Imperio Romano, la Venetia et Histria. En su familia aprendió a amar y a conocer a Cristo. Fue ordenado diácono y luego presbítero. Como experto de Valeriano, entonces Obispo de Aquileya, participó en el Sínodo que se convocó en esa ciudad para luchar contra los últimos residuos de arrianismo que había en Occidente. Fue elegido posteriormente Obispo de Aquileya y recibió la consagración episcopal de San Ambrosio. Ejerció su ministerio con audacia y energía en un vastísimo territorio, por lo cual se ganó la estima de la Iglesia de su tiempo. Murió, muy probablemente, exiliado en Grado, el año cuatrocientos siete, el mismo en que san Juan Crisóstomo. En un período borrascoso como el suyo, este preclaro Pastor supo consolar a sus fieles abriendo su alma a la confianza en Dios con un lenguaje fresco, vivaz e incisivo. De San Cromacio se conservan unos cuarenta sermones y más de sesenta comentarios al Evangelio de San Mateo, en donde aborda principalmente temáticas relacionadas con la Trinidad, el Espíritu Santo, el misterio de Cristo y la relación de la Virgen María con la Iglesia.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. En particular, al coro «Schola Gregoriana» de Madrid y a los grupos venidos de Sevilla, Murcia y de otros lugares de España y de Latinoamérica. A ejemplo de san Cromacio, invoquemos al Señor en medio de nuestras tribulaciones. Muchas gracias.

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Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

El sexo en el matrimonio / Autor: Padre Silvio Andrei

Es encuentro, donación y medio de santificación

El sexo es una bendición de Dios. Pero, él necesita estar en su debido lugar, o sea, dentro de una orden y de un proyecto. Podemos afirmar con todo énfasis que el sexo es una bendición de Dios en la vida y en la relación matrimonial, pues, en el matrimonio, él tiene la fuerza de unir a los cónyuges y de generar vida. Dios cuenta con las parejas para el aumento de la familia y de Él mismo. ¡Los hijos son una bendición! Y son cómo que presentes de Dios para las parejas. Ellos vienen de Dios por medio del sexo santo y respeto dentro del matrimonio.

A veces, somos tentados a tener el siguiente pensamiento: “Ya que estoy casado puedo hacer de todo con mi esposa, con mi marido”. O aún: “Dentro de cuatro paredes, todo es permitido a la pareja”. Pero, a la luz de la fe, de la Palabra de Dios y de la Doctrina Católica, necesitamos corregir ese pensamiento. Pues, el sexo no es simplemente una opción de ocio; no es para que la pareja se “divierta” a cuestas de la relación sexual. ¡El sexo es tan sagrado como el propio matrimonio! La relación sexual, aunque sea marcada por el placer, no es sólo placer. Es también, y por sobre todo, encuentro, donación y medio de santificación.

Por cuenta de una vasta fábrica de la pornografía, traída a través de varios medios, hoy más que nunca necesitamos estar vigilantes, para que no seamos engañados por las astutas asechanzas del enemigo de Dios. Se intenta difundir la idea de lo “todo es permitido en búsqueda del placer y de la realización”. Hay una verdadera presión para llevar a las personas a que piensen que es normal todo lo que da placer; algunos ejemplos: sexo anal, sexo oral, cambio de parejas y tantas otras cosas. Quien se entrega a esta “fuerza del mal” se ilusiona y tiene una pseuda felicidad, una falsa realización. Pues, todo eso sólo puede llevar a las personas y a las parejas al vacío, a la frustración y al desencanto con la vida afectiva.

Por eso, estemos todos atentos y vigilantes en la oración para que nuestra opción de vida no sea causa de pecado, sino, medio de santificación. Concluyo con las palabras de San Pablo: “Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad.” (1Tes 4,3-5.7).

Vivir el sexo en el matrimonio – de modo puro y santo – puede ser difícil y hasta parecer imposible; pero no lo es. Con la gracia de Dios y con el esfuerzo personal es posible aproximarse a la santidad en el día a día de nuestra vida. ¡Que Dios nos ayude a buscar la santidad para que el mundo crea!

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Fuente: Comunidad Canción Nueva

¡Animo, no temáis! Nuestro Dios viene a salvarnos / Autor: Juan Pablo II

¡Que todos los hombres lo acojan!

En este tiempo de Adviento nos acompaña la invitación del profeta Isaías: «Decid a los de corazón intranquilo: ¡Animo, no temáis! Nuestro Dios viene a salvarnos» (35, 4). Se hace más apremiante al acercarse la Navidad, enriqueciéndose con la exhortación a preparar el corazón a la acogida del Mesías. El esperado por la gente vendrá y su salvación será para todos los hombres.

En la Nochebuena volveremos a evocar su nacimiento en Belén, volveremos a vivir en cierto sentido las emociones de los pastores, su alegría y estupor. Contemplaremos con María y José la gloria del Verbo que se ha hecho carne por nuestra redención. Rezaremos para que todos los hombres acojan la vida nueva que el Hijo de Dios ha traído al mundo al asumir nuestra naturaleza humana.

La Liturgia del Adviento, empapada de constantes alusiones a la espera gozosa del Mesías, nos ayuda a comprender en plenitud el valor y el significado del misterio de la Navidad. No se trata sólo de conmemorar el acontecimiento histórico, que hace más de dos mil años tuvo lugar en una pequeña aldea de Judea. Es necesario comprender más bien que toda nuestra vida debe ser un «adviento», una espera vigilante de la venida definitiva de Cristo. Para predisponer nuestro espíritu a acoger al Señor que, como decimos en el Credo, vendrá un día para juzgar a vivos y muertos, tenemos que aprender a reconocerlo en los acontecimientos de la existencia cotidiana.

El Adviento es, por tanto, por así decir un intenso entrenamiento que nos orienta con decisión hacia Aquél que ya vino, que vendrá y que viene continuamente.

Con estos sentimientos, la Iglesia se prepara a contemplar extasiada el misterio de la Encarnación. El evangelio narra la concepción y el nacimiento de Jesús, y refiere las muchas circunstancias providenciales que precedieron y rodearon un acontecimiento tan prodigioso: el anuncio del ángel a María, el nacimiento del Bautista, el coro de los ángeles en Belén, la venida de los Magos de Oriente, las visiones de san José. Son todos signos y testimonios que subrayan la divinidad de este Niño. En Belén nace el Emmanuel, el Dios con nosotros.

La Iglesia nos ofrece, en la liturgia de estos días, tres singulares «guías», que nos indican las actitudes que hay que asumir para salir al encuentro de este divino «huésped» de la humanidad.

1. Ante todo, Isaías, el profeta de la consolación y de la esperanza, proclama un auténtico evangelio para el pueblo de Israel, esclavo en Babilonia, y exhorta a mantenerse vigilantes en la oración para reconocer los «signos» de la venida del Mesías.

2. Después aparece Juan el Bautista, precursor del Mesías, que se presenta como «voz del que clama en el desierto», proclamando «un bautismo de conversión para perdón de los pecados» (Cf. Marcos 1, 4). Es la única condición para reconocer al Mesías ya presente en el mundo.

3. Por último, está María que, en este tiempo de preparación a la Navidad, nos guía hacia Belén. María es la mujer del «sí» que, a diferencia de Eva, hace propio y sin reservas el proyecto de Dios. Se convierte de este modo en una luz clara para nuestros pasos y el modelo más elevado de inspiración.

Queridos hermanos y hermanas, dejémonos acompañar por la Virgen hacia al Señor que viene, permaneciendo «vigilantes en la oración y exultando en la alabanza».

A todos les deseo una buena preparación para las próximas fiestas navideñas.

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Intervención de Juan Pablo II en la audiencia general del 18 de diciembre 2002, dedicada a la preparación espiritual de la Navidad.

"Paz en la tierra a los hombres que Dios ama" / Autora: Madre Elvira, fundadora de la Comunidad Cenáculo

Navidad es la fiesta de Dios, el único bien, sumo y verdadero. El Dios que se entrega, se manifiesta, toma un rostro y un cuerpo en el Niño Jesús. Queremos vivir para este Bien, queremos acoger el Bien, ser parte del Bien, para ayudar a los demás a ser buenos. Muchas personas han perdido de vista ese rostro, perdiendo el objetivo de la vida, el diálogo con Aquel que es el autor de todo.
Dios es nuestro Padre, Él nos pensó, nos quiso, nos ha amado y puso en nosotros la capacidad de colaborar con Él para generar la vida. Dios es nuestro padre y nuestra madre, nos conoce y nos ama con ternura infinita, a Él podemos hablarle con libertad, sin temores, porque nos ama y nos perdona.

El pecado nos divide, nos hace pedazos. El amor de Dios reconstruye en nosotros la unidad porque Él no se cansa de nuestros fracasos, de nuestras recaídas.

El rostro de Dios se ha revelado en Jesús, nuestro Dios no es un fantasma, una idea, sino que está vivo, es un niño nacido en Belén del seno de María.

En la Navidad debemos hacernos pequeños, para encontrar a un Dios que se ha hecho niño, para estar con Él, para reencontrarnos a nosotros mismos en Él.
Vivamos la Navidad mirando a la pequeña mujer que todos quisieran encontrar. Justamente porque es pequeña y débil, tiene un corazón grande como la humanidad.

En esta espera simple y profunda, encomendémonos a María, nuestra Madre con la disposición de los pequeños, para que en esa noche de Luz también nosotros abracemos nuevamente la vida, la recibamos como el “fruto bendito” de un seno inmaculado, del Amor misericordioso de Dios por nosotros.

Dios tiene un plan de amor para ti / Autor: Jaume Boada i Rafí O.P.

Teresa de Jesús, en su conocida poesía Vivo sin vivir en mí, nos da una hermosa, sencilla y profunda definición de la vida contemplativa. Ella dice: "Porque vivo en el amor que me quiso para sí". Y en otra poesía titulada En las manos de Dios dice: "Pues por vuestra me ofrecí, ¿qué mandáis hacer de mí?. Decid, dulce amor, decid, ¿qué queréis hacer de mí?".

Hermano, eres de Dios, porque él te ha llamado. Te has abandonado en sus manos de Padre. Sientes tu pobreza, tus limitaciones. No dejas de ser consciente de tus pecados. Pues bien: en medio de esta pobreza puedes pensar que vives en el amor que te quiso para sí, o que deseas vivir en el amor que te quiso para sí. Porque Dios tiene un Plan de Amor para ti.

Muy pronto, al comenzar mi interés por el camino de la oración, descubrí la realidad del Plan de Amor del Padre. No me atrevía a hablar de él. Me parecía algo tan profundo y tan difícil de expresar en palabras que no podía ni escribir, ni decir nada del Plan de Amor del Padre.

Pero el Señor me lo hizo conocer poco a poco, a medida que iba entrando en el camino interior de las almas, consagradas o no.

Dios tiene un plan de Amor para ti.

¿Qué es el Plan de Amor?

Voy a intentar responder con unas palabras sencillas y, créeme, unas palabras pobres. Siempre quedarán lejos de poder definir y de poder explicar en su plenitud la realidad del Plan de Amor del Padre.

Pues bien, el Plan de Amor es una fuerza interior que invita, atrae y arrastra. Empiezas a sentir que el Señor te invita a un camino interior. Después, sientes una fuerte atracción a realizar la voluntad del Padre, hasta que llega un momento en que no puedes decir que no. Dices un SÍ incondicional.

El Plan de Amor es un sello que marca nuestra vida. Se vive con la convicción de que solamente respondiendo a este don podrás ser plenamente fiel y feliz.

El Plan de Amor es una manera de ser y de entender la vida en Dios. Una sensibilidad espiritual especial que percibes que es de Dios, que va definiendo tu vida y orientando las opciones interiores concretas que la conforman.

El Plan de Amor es un camino interior que vas haciendo en Dios, hasta que descubres que es el Señor quien lo hace en ti.

Ya que eres consagrado te diré que, más que la vocación, el Plan de Amor es el alma que da sentido a tu vocación.

Es un Plan de Amor, sí, concreto, personal, radical que Dios Padre ha pensado, con amor, perdona la reiteración, lo ha pensado con amor para ti.

¿Cómo se manifiesta el Plan de Amor?

Pienso que empieza a manifestarse como un deseo interior, una sed del alma que te hace percibir que Dios quiere algo concreto de ti. Se manifiesta también como una inquietud por buscar: yo, penosa y calladamente, busco y descubro que es Dios quien me está buscando a mí, que es Dios quien, con amor, sembró en mi corazón el deseo de buscar, de buscarle solo a Él.

A veces, el Plan de Amor se manifiesta como una luz: veo claro lo que Dios quiere de mí. Pero en otras ocasiones es, ciertamente, una noche. Y entonces preguntas, necesitas preguntar: ¿Señor, qué quieres de mí? ¿Porqué no me lo dices con claridad? ¿Dónde estoy? ¿Porqué, Señor, esto en mi vida? ¿Porqué sembraste este deseo en mi alma?

Y antes de recibir una respuesta, te darás cuenta de que no hay luz sin una entrega previa en la más absoluta oscuridad.

Se manifiesta también como algo interior, a veces inexpresable, casi siempre indecible. Es un misterio de amor en Dios que todos tenemos y que, en la vida de fraternidad, hemos de respetar.

Se manifiesta como un camino de amor en el que experimentas, de verdad, que Dios te ama y que Dios te ama en la alegría, pero que también te ama en la cruz: cuando sufres te sientes, te sabes amado por Dios.

Dios te ama, sí, y quiere de ti una respuesta concreta de amor.

Finalmente, te diré que se manifiesta como un don especial del amor de Dios en ti.

En todo caso, puedes percibir que estás respondiendo, que ya estás en el Plan de Amor del Padre cuando tienes paz de alma y un fuerte deseo de ser fiel: la paz de alma, la fidelidad son signos que manifiestan claramente que tu vida está en la onda del Plan de Amor del Padre.

¿Cuál es el objetivo del Plan de Amor?

Creo que el objetivo del Plan de Amor es único y múltiple a la vez.

La unidad proviene de la inserción en Cristo, en su misterio salvador, en su amor por los hombres, en su deseo de hacer cercana y visible la verdad del amor del Padre. Yo veo resumida esta realidad en las palabras que ya te cité del Apóstol Pablo a los Gálatas: "Estoy crucificado con Cristo. Vivo yo, más no soy yo. Es Cristo quien vive en mí". La unidad, pues, viene de este objetivo, es común para todos: la inserción en el misterio de Cristo, la cristificación de cada una de nuestras vidas.

La diversidad está en los diferentes caminos y senderos que Dios tiene designados para cada uno de nosotros, hasta poder llegar a este objetivo, centro único y radical de toda vida cristiana y, por lo tanto, de la vida consagrada.

Precisamente, los consagrados tenemos en la Iglesia un camino muy concreto: el seguimiento radical y significativo del Señor Jesús. Y cada Institución de vida consagrada, de acuerdo con su carisma propio, asume unas connotaciones peculiares. Dentro de cada familia diremos que cada comunidad debe buscar su camino concreto hasta poder llegar al camino personal, único e irrepetible que Dios ha pensado, con amor, para ti, para mí, para cada uno de nuestros hermanos.

En este contexto cristiano y eclesial, el Plan de Amor del Padre queda insertado en el misterio salvador de Cristo en la Iglesia. Diré más: es un peldaño necesario -Dios lo dispuso así- de la Historia de la Salvación.

Todo ello me hace pensar en la gran responsabilidad que supone para ti, para mí, para todos, la fidelidad al Plan de Amor personal que el Padre pensó para nosotros.

El Apóstol Pablo era muy consciente de ello y, en una ocasión, dijo: "Suplo en mi cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo".

Nuestra fidelidad al Señor no es cosa nuestra, como si fuera algo exclusivamente personal que sólo nos compete a cada uno de nosotros. La fidelidad, nuestra fidelidad, entra a formar parte del conjunto del Plan Salvador de Dios Padre en Cristo Jesús.

¿Te das cuenta de la importancia y de la responsabilidad que tienes a la hora de conocer y responder al Plan de Amor del Padre?

¿Qué exigencias comporta?

Yo las resumiría en estas pocas palabras.

La primera exigencia, la cruz. Para Cristo fue un elemento esencial y el discípulo no es mayor que el Maestro. María, la Virgen María, Madre del Silencio, Madre de la Oración, en su fidelidad al Plan de Amor del Padre vivió fuertes momentos de cruz. Pablo llega a declarar con fuerza y entusiasmo: "Lejos de mí el gloriarme de otra cosa que no sea la Cruz de Cristo. En Él está la salvación, la vida, la resurrección. Él nos ha salvado y nos ha liberado".

La fidelidad al Plan de Amor se manifestará, se manifiesta siempre -créeme, es así-, con la presencia de la cruz en la vida: la presencia de la cruz en el cuerpo o en el alma.

Una segunda exigencia: la disponibilidad de vida. Cuando, entre los consagrados hablamos de disponibilidad, pensamos muchas veces en la obediencia, esto es, la disponibilidad para hacer, para ir, para volver, para obedecer, en una palabra.

El Plan de Amor exige una disponibilidad radical en la vida, una vida disponible, plenamente abierta a la voz, a la voluntad de Dios, plenamente libre para responder al viento del Espíritu Santo.

Una tercera exigencia: la fidelidad. Es una exigencia fundamental. Se te pide, se nos pide, una fidelidad total, que se manifestará en las grandes opciones de la vida y en las pequeñas cosas que la conforman. A mi entender se trata de una fidelidad sencilla, fidelidad delicada, fidelidad profunda, fidelidad alegre. Es importante que sea una fidelidad alegre, pues en la fidelidad está nuestra felicidad.

Una nueva exigencia: la entrega. Es la oblación total de tu vida al Padre en Cristo Jesús. Una oblación que, en algunos casos, Dios hace ver que quiere que sea un ofrecimiento victimal. Pero en todo caso, esta oblación te lleva a no anteponer nada al amor de Cristo, como manda San Benito en su Regla monástica.

Otra exigencia: la pobreza, la pobreza de alma, de la que te hablé. En palabras de los místicos, sin embargo, la pobreza como exigencia del Plan de Amor del Padre es el abismo de la pobreza, o el despojo, que es una obra de Dios en nosotros. Es una pobreza que tú no puedes conseguir con tus propios medios por mucho interés que tengas en desposeerte de todo o en desposeerte de ti mismo. Es el abismo de la pobreza, es la pobreza obra de Dios en ti cuando te despoja de todos y de todo.

Y, finalmente, como exigencia, repito e insisto: el abandono. El Plan de Amor del Padre te exige que vivas el abandono con amor, pero que lo vivas con gozo y con confianza porque sabes que Él te ama.

Por ello, pones con ilusión todas tus cosas, tus deseos, tus esperanzas, tus proyectos, la cruz y el gozo de tu vida de cada día, en una palabra todo, absolutamente todo, lo pones en las manos del Padre porque sabes que así está, estás tú mismo, en las mejores manos.

¿Qué actitudes comporta?

La actitud radical del Plan de Amor del Padre pide que vivas el silencio y la escucha. No el silencio exterior ni el silencio-acto, sino la actitud de silencio y la actitud de escucha desde una vida de oración y de encuentro contemplativo con el Señor. Cada uno de nosotros tendrá que intentar descubrir cuál es la voluntad de Dios concreta sobre su vida.

Piensa, ahora que estás haciendo este camino del silencio, cuál es la voluntad de Dios concreta para ti, qué es lo que espera el Señor de ti. Tendrás que hacer, que suplicar, con el profeta: "Habla, Señor, que tu siervo escucha".

La actitud básica será la búsqueda llena de esperanza, pero también con una pacífica inquietud; sí, es importante que vivas en una actitud de deseo de responder, pero ha de ser una inquietud con paz. No tengas prisa, pero tampoco te detengas en el camino.

Ten en cuenta también que toda búsqueda comporta, al mismo tiempo, una aceptación, por adelantado y sin condiciones, del Plan de Amor del Padre, de lo que Dios quiera para ti: antes de entrar en este camino del Plan de Amor del Padre has de estar dispuesto a asumir y aceptar por adelantado todo lo que Dios te pueda pedir o todo lo que Dios te vaya a pedir, porque sabes bien que pide, pide como un mendigo, como dice San Agustín, pero pide.

La actitud que comporta el Plan de Amor del Padre también es la actitud de disponibilidad, pero la disponibilidad de vivir el Plan de Amor del Padre hasta las últimas consecuencias. Pero piensa que esto no es posible sin una actitud orante en la vida. El que quiera ser fiel al Plan de Amor del Padre no puede contentarse con hacer oración: ha de ir viviendo la vida en una actitud orante, contemplativa. Se tendría que poder decir de él que es un orante, un contemplativo. Todo consagrado, por su vocación, yo diría como una exigencia de su virginidad, ha de ser orante, ha de ser contemplativo.

El Plan de Amor de Dios para nosotros presupone una vida de constante comunión con Él, un vivirlo todo en Dios y, al mismo tiempo, este Plan de Amor, pasa a ser el elemento esencial del encuentro, del diálogo, de la comunión y de la vida en Dios. Y por esto podrás comprender la gran verdad de las palabras de Teresa de Jesús: Porque vivo en el amor que me quiso para sí.

Pienso que Dios Padre te manifestará el Plan de Amor del Padre cuando encuentre en tu vida un corazón sencillo y amante, un corazón pobre y disponible.

En todo caso quiero recordarte que ni el Plan de Amor, ni el poderlo conocer, ni el intentarlo vivir puede ser obra nuestra. Es siempre un don de la gracia del Padre en Cristo Jesús.

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Fuente: Abandono.com

«Emergencia Belén»: urge ayuda para niños, ancianos y enfermos / Autora: Marta Lago

S.O.S. de la Custodia Franciscana de Tierra Santa

(ZENIT.org).- La parroquia franciscana de Belén -a través de la Custodia de Tierra Santa (CTS)- hace un llamamiento global de ayuda por la minoría cristiana local, dada la permanente situación de emergencia social que padecen por el prolongado conflicto regional.

«EMERGENCIA BELÉN - Tu contribución de Navidad en apoyo a los cristianos de Belén» es el nombre de la campaña que ha dado a conocer la Custodia en su web.

El mayor desafío «ante el que nos encontramos ahora [en Tierra Santa] es el de no limitarnos a sufrir las difíciles situaciones en las que vivimos, sino lograr introducirnos en ellas con una actitud activa y crítica», escribe el padre Pierbattista Pizzaballa ofm., custodio de Tierra Santa.

El grito de socorro se lanza a través de la Asociación Tierra Santa (ATS), una ONG (Organización no Gubernamental sin fin de lucro) cuyo objetivo es sostener las obras e iniciativas de la Custodia de Tierra Santa -provincia franciscana de la Orden de los Frailes Menores (franciscanos)--, desde hace casi ocho siglos en los Santos Lugares.

Bajo la presidencia del custodio de Tierra Santa, la citada asociación promueve proyectos en el campo socio-educativo y socio-asistencial, además de intervenciones de recuperación y valoración de santuarios y áreas arqueológicas

Niños maltratados, ancianos abandonados y enfermos necesitados son la prioridad de la petición de ayuda que hace la ATS con ocasión de la próxima Navidad, en coordinación con la parroquia latina de Santa Catalina de Alejandría en Belén, que garantiza arraigo en el territorio y una dilatada experiencia en la realización de iniciativas educativas y sociales.

«Pedimos vuestra ayuda para sostener a las "piedras vivas" en Tierra Santa -escriben los promotores--, precisamente donde Dios se hizo Niño».

Belén sufre prácticamente la imposibilidad de cruzar a diario los límites establecidos; son muchos los que han perdido su trabajo o tienen fuertes dificultades para desarrollar su actividad laboral.

Además, la afluencia turística que aporta recursos a las pequeñas actividades de carácter familiar comerciales y artesanales se detiene en Belén sólo en una rápida visita, insuficiente para que se recupere la economía local.

Actualmente -se lee en la web de la CTS-- escasean recursos de primera necesidad, como educación, alimentos, medicinas y servicios hospitalarios.

De ahí la apremiante ayuda requerida para la parroquia franciscana de Belén en la acción de socorro de la minoría cristiana.

El primer proyecto en que se emplearán los donativos se denomina «Niños y chavales en dificultad». Sostendrá algunas necesidades primarias y las redes escolares de estos pequeños, que no sólo afrontan situaciones económicas durísimas -con el riesgo de abandono de las aulas, en busca de medios de subsistencia--, sino hogares rotos. Asimismo se ofrecerán doscientas becas de estudio -cuidadosamente atribuidas-- para el próximo año.

El párroco y los directores de las escuelas de Tierra Santa, masculinas y femeninas, supervisan la ejecución del proyecto.

La «Acogida de ancianos» centra el segundo proyecto, a fin de ofrecer a aquellos una vida digna. Se realiza con la Sociedad Antoniana de Caridad de Belén, la cual funciona como casa de reposo de ancianas --actualmente son treinta y cinco--, la mayor parte sin capacidad para cubrir sus gastos. Se preve además crear un espacio para acoger de día a ancianos y darles un ámbito de convivencia y de asistencia. En la nueva estructura se ofrecerán comidas calientes y actividades de esparcimiento. Se desea crear, lo antes posible, una zona con camas para ofrecer, en situaciones urgentes, una asistencia completa.

La «Asistencia médica» es igualmente apremiante, dado que en los territorios palestinos no existe atención pública sanitaria; ello depende sólo de las familias, pero aquellas de la parroquia franciscana de Belén en situación de pobreza son más numerosas que en el pasado, dada la desocupación tras las segunda Intifada.

De acuerdo con la CTS, estas familias se dirigen a la parroquia en busca de ayuda cuando son diagnosticadas de afecciones graves o necesitan tratamientos económicamente inaccesibles. El párroco verifica la seriedad y urgencia de la necesidad, busca ayuda financiera primero en la Custodia, y si es posible en donantes privados sensibilizando a las comunidades locales e internacionales.

La parroquia intenta ayudar a las familias más pobres (se trata de casos de leucemias, infartos, tumores o diálisis) comprando medicinas en farmacias locales y a veces cubriendo los costes hospitalarios en intervenciones en estructuras sanitarias israelíes capaces de cirugía; ésta, frecuentemente y en forma creciente los hospitales del Territorio Palestino no pueden llevarla a cabo. Los fondos que se piden, para este tercer proyecto, se destinarán a la adquisición de fármacos y a tales internamientos hospitalarios por razones quirúrgicas urgentes.

La ATS se compromete con el donante a dar cuentas con precisión de los gastos que se hayan sostenido, además de preparar una valoración completa del proyecto en una política de transparencia para favorecer un sostenimiento eficaz de la parroquia y de sus necesidades.

Se puede solicitar más información escribiendo a: t.saltini@custodia.org

Los datos bancarios para enviar donativos son los siguientes:

Titular de la cuenta: ATS - ASSOCIAZIONE DI TERRA SANTA
Banco: CARIGE
Número de cuenta corriente: 1833 80
Código ABI 6175
Código CAB 5018
Código CIN K
Concepto a especificar: EMERGENZA BETLEMME

Datos para enviar donativos desde otros países fuera de Italia:

Código SWIFT CRGEITGG511
Código IBAN IT25 K061 7505 0180 0000 0183380


La Custodia franciscana de Tierra Santa, en nombre de la Iglesia católica, realiza su misión por la reconciliación y la paz en Israel, Palestina, Jordania, Siria, El Líbano, Egipto y las islas de Chipre y Rodas. En ella trabajan tres centenares de religiosos, a los que ayudan un centenar de religiosas de diversas congregaciones.

Los franciscanos prestan asimismo su servicio en medio centenar de lugares queridos por la Cristiandad, como el Santo Sepulcro en Jerusalén, la Natividad en Belén, o la iglesia de la Anunciación en Nazaret.

Además del ministerio pastoral, son numerosas las obras de carácter social de la Custodia, la cual subraya que la misión de la Iglesia no se dirige sólo a los cristianos, sino también a los que no lo son, como es el caso de musulmanes y judíos.

La presencia franciscana en Belén se remonta a 1347.

Los sin techo, «icono de Cristo» sediento de dignidad / Autor: Mirko Testa

Encuentro internacional sobre la pastoral de la calle

(ZENIT.org).- Más de mil millones de personas sin techo hay en el mundo y son cincuenta mil --en su mayoría mujeres y niños-- las que mueren cada día porque no tienen una casa para protegerse, viviendo en condiciones higiénicas inhumanas y con agua contaminada.

Es este el drama a menudo ignorado en la sociedad de hoy que se ha denunciado en el primer Encuentro Internacional de Pastoral de las personas sin vivienda estable, en la sede del Consejo Pontificio de la Pastoral para los Emigrantes e Itinerantes, del 26 al 27 de noviembre pasados.

Cincuenta personas participaron en las dos jornadas de estudio sobre el tema «En Cristo y con la Iglesia, al servicio de los sin morada fija», entre obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, miembros de asociaciones de apostolado y de voluntariado, en representación de 28 países de cuatro continentes.

El encuentro es el tercero de una serie de congresos internacionales y constata la continua atención del Consejo Pontificio a la pastoral de la movilidad humana también en la calle, que ha llevado a la publicación, el pasado mes de mayo, del documento «Orientaciones para la Pastoral de la Calle».

El dicasterio ha reunido a lo largo de los años a agentes pastorales comprometidos en los diferentes ámbitos de este apostolado, promoviendo el primer Encuentro Internacional para la Pastoral de los Niños de la Calle (25-26 de octubre de 2004) y el de Pastoral para la Liberación de las Mujeres de la Calle (20-21 de junio de 2005).

Del congreso han surgido cifras útiles para enmarcar el fenómeno de los sin techo, que incluye tanto a quienes no cuentan con una vivienda estable como a quienes tienen una casa o alojamiento inadecuados. Se ha estimado que, en las ciudades, hay más de cien millones de chicos de la calle, y que millones de personas viven en inmensas barriadas de chabolas.

Además, se calcula que, en los próximos cincuenta años, la población urbana mundial, debido a la tendencia de superpoblación y de la globalización, pueda duplicarse, pasando de 2,5 mil millones a 5 mil millones de personas.

Al indagar en las diversas realidades globales y locales de este fenómeno, emergieron también los motivos principales que impulsan a la gente a vivir en la calle o a perder su vivienda: escasa formación cultural, insuficiente preparación profesional, toxicomanía, alcoholismo, trastornos mentales, aunque también la libre elección de una vida excéntrica.

Al delinear el perfil temático en el encuentro inaugural, el cardenal Renato Raffaele Martino, presidente del dicasterio vaticano que convocaba el encuentro, dijo que «la falta de techo no es algo nuevo. Existió en el momento en el que el pecado apareció en el mundo y nuestros ancestros fueron arrojados del lugar que había sido preparado para ellos».

Dirigiéndose a los presentes, el purpurado subrayó la llamada a hacerse «testigos auténticos y ejemplo para gobiernos y comunidades, invitando a todos a reconocer la dignidad de cada ser humano», y a «ofrecer y a recibir el amor de Dios, en una ‘catequesis activa'». «Sobre todo --subrayó--, en el centro de nuestra actuación debe estar el amor», que da «fuerza a través del encuentro personal con Cristo», alimentado por la oración constante.

Pero todavía más, una profunda «dedicación»: «No es suficiente dar cosas temporales sino que debemos estar presentes a nivel personal en todo lo que hacemos», afirmó el cardenal Martino.

En su intervención, el arzobispo Agostino Marchetto, secretario del Consejo Pontificio de Pastoral para los Emigrantes e Itinerantes, recordó que «desde finales de la II Guerra Mundial, el número de los sin techo en Europa occidental ha llegado a su más alto nivel, con una estimación de tres millones de personas, mientras que en Estados Unidos se habla de 3,5 millones, de los que 1,4 millones son menores».

A pesar de la escasez y dispersión de los datos de países en vías de desarrollo, añadió, «India es unos de los pocos países que han tratado de hacer un censo, en 1981, cuyo resultado es de cerca de 2,5 millones de personas sin techo. Otro censo, hecho diez años más tarde, mostró sin embargo una disminución de más de un millón respecto al anterior».

Añadió que el mayor aumento de personas sin vivienda fija se ha dado en África, Asia y América Latina, donde parece ser que «cerca del 30% de la población vive en asentamientos ilegales, carentes de infraestructuras y servicios, o hacinados en locales deteriorados»

Al trazar las líneas guía para un enfoque pastoral eficaz, el prelado recordó que «la situación de los sin techo no es sólo la de quien no tiene casa, es el derrumbe del propio mundo, la propia seguridad, las relaciones personales y la dignidad. Es la pérdida de la capacidad de tener una vida ‘verdaderamente humana'».

Por esto, dijo, los agentes pastorales deben comprender que no basta con satisfacer las necesidades fundamentales e inmediatas para la supervivencia humana porque «en lo profundo, cada persona sin morada tiene una necesidad originaria, más grande, la de ser aceptada y trata con dignidad».

Toda la comunidad eclesial está por tanto llamada a un acompañamiento generoso y personal «en el delicado camino de recuperación e integración» de los sin techo.

Por último, concluyó invitando a ver en los sin techo »el icono de Cristo que proyecta su sombra sobre el mundo, sobre la Iglesia y sobre la sociedad»; «Cristo manifiesta su presencia en las personas sin morada fija y nos llama a aquél amor y a aquella caridad que son el sello auténtico de su vida».

Por Mirko Testa

La “REDEMPTORIS MISSIO” de Juan Pablo II / Autor: Hº Jaime Ruiz Castro CM

Del 7 de Diciembre de 1990, recoge toda la trayectoria bíblica y la actualiza a la luz del Concilio Vaticano II y la situación actual, presentando a la Iglesia como continuadora de la obra de Cristo.

El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de al comunicación, que está unificando a la humanidad convirtiéndola en una "aldea global."

Los medios de comunicación social tienen tanta importancia que se han llegado a ser para muchos el instrumento principal de información y formación, guía e inspiración para el comportamiento individual, familiar y social.

Las nuevas generaciones crecen condicionadas por ellos. Es una pena que todavía haya gente que piense que son secundarios en la evangelización. La evangelización de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo. No basta usarlos para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que hay que integrar el propio mensaje en esta "nueva cultura" creada por la comunicación moderna.

Es un problema complejo, ya que esta cultura nace, antes incluso que sus contenidos, del hecho mismo de que existan nuevos modos de comunicar con lenguajes nuevos, técnicas nuevas y nuevos impulsos psicológicos.

Son muchos los areópagos del mundo moderno hacia los que se debe orientar la actividad misionera de la Iglesia. Por ejemplo, el compromiso por la paz y el desarrollo de los pueblos; los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todos los de las minorías; la promoción de la mujer y de niño; la salvaguardia del medio ambiente son sectores que se deben iluminar con la luz del Evangelio.

Hay que recordar el vastísimo areópago de la cultura...en la que los hombres están llamados a una mayor unidad y solidaridad: las soluciones a los problemas existenciales se estudian, se discuten, se experimentan con el concurso de todos. He aquí por qué los organismos y convenciones internacionales se muestran cada vez más importantes en muchos sectores de la vida humana, desde la cultura a la política, desde la economía a la investigación. Los cristianos, que viven y trabajan en esta dimensión internacional, deben recordar siempre su deber de testimoniar el Evangelio.

Animación y formación misionera del Pueblo de Dios

La formación misionera es obra de la Iglesia local con la ayuda de los misioneros y de sus Institutos, así como del personal de las Iglesias jóvenes.

Este trabajo debe entenderse no como marginal, sino como central en la vida cristiana. Para la misma nueva evangelización de los pueblos cristianos, el tema misionero puede ser de gran ayuda: el testimonio de los misioneros conserva su encanto incluso para los alejados y los no creyentes y transmite valores cristianos.

Las Iglesias locales inserten la animación misionera como elemento-cardinal de su pastoral ordinaria en las parroquias, asociaciones y grupos, especialmente juveniles.

Para este fin vale la información mediante la prensa misionera y los subsidios audiovisuales. Su papel es de gran importancia en cuanto que dan a conocer la vida de al Iglesia universal, las voces y experiencias de los misioneros y de las Iglesia locales, con las que ellos trabajan.

En las Iglesia más jóvenes, que no tienen dinero para la prensa y otros subsidios, los Institutos misioneros dediquen personal, medios e iniciativas.