domingo, 2 de septiembre de 2007
La Reina del Cielo nos ayuda contra el mal / Autor: P. Ángel Peña Benito, O.A.R.
Y ahora que Ella está en el cielo como una reina, coronada de doce
estrellas, como dice el Apocalipsis, nos ayuda contra el poder del maligno.
Fue arrojado el dragón grande, la serpiente antigua, llamada diablo y
Satanás... Se paró el dragón delante de la mujer, que estaba a punto de
dar a luz, para tragarse a su hijo en cuanto naciese. Y dio a luz un
varón que ha de apacentar a todas las naciones con vara de hierro
(Jesús)... Y el dragón se dio a perseguir a la mujer (María), que había dado
a luz a su hijo varón. Pero le fueron dadas a la mujer dos alas de
águila grande... Se enfureció el dragón contra la mujer y se fue a hacer la
guerra al resto de sus hijos, a los que guardan los mandamientos de
Dios y mantienen el testimonio de Jesús (Ap 12). En este capítulo,
aparece María como una mujer inundada de sol, como en Sab 7, 26-29, donde se
dice que es más hermosa que el sol y un espejo sin mancha (inmaculada).
Se presenta como el arca de Dios en el cielo. Se abrió el templo de
Dios, que está en el cielo y apareció el arca de la alianza (Ap 11, 19).
A María le dan dos alas de águila grande (sabemos que las águilas son
los enemigos mortales de las serpientes, a quienes matan aplastándoles
la cabeza, como hace María con Satanás), pero el diablo no se da por
vencido y trata de vengarse en los hijos de María, es decir, en aquellos
que guardan sus mandamientos y mantienen el testimonio de Jesús (Ap 12,
17).
Por eso, ella es un arma poderosa para defendernos del maligno, que
siempre nos ataca para apartarnos de Jesús. Ahora bien, María y Jesús son
inseparables y juntos los encontraron los pastores y los magos. Por
eso, si nosotros queremos amar a Jesús, debemos amar también a María. A
Jesús por María, al igual que el discípulo amado, que estuvo junto a la
cruz de Jesús con María, acompañándola y desde aquella hora la recibió
en su casa (Jn 19, 27), es decir, la recibió en su corazón como a una
madre de verdad, como le había dicho Jesús. De la misma manera, si
nosotros amamos a Jesús, debemos recibir a María en nuestro corazón como
nuestra verdadera madre.
Además, Él nos dice: Yo Jesús... soy la estrella brillante de la
mañana. Y el Espíritu y la esposa dicen: Ven (Ap 22, 16). Es decir, el
Espíritu Santo y su esposa María, quieren que venga Jesús a reinar en el
mundo. Y ése debe ser también nuestro deseo: que Cristo reine y llegue a
ser el Rey de Reyes y el Señor de los Señores (Ap 19, 16) de nuestra vida
y del mundo entero. Por María, llegaremos más fácilmente a Jesús. Ella
es la estrella de Belén, que nos lleva siempre hacia Jesús.
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