* «Lo que más me impactó fue una catequesis dada por un obispo francés. Él comentó durante veinte minutos el 'aquí estoy' de la Virgen en la Anunciación. Cada una de sus palabras me habló directamente: el estar disponible para el Señor y escucharlo, confiar en Él para todo, dejar que nos guíe, en lugar de querer controlarlo todo»
Camino Católico.- Olivier-Pierre Dionga deseaba ardientemente ser futbolista e hizo todo lo posible para conseguirlo, dejando a Dios y su fe de lado. Sin embargo, su hermana lo invitó a la JMJ de Panamá, lo que podía poner en peligro su carrera deportiva, pero por un impulso del Espíritu Santo decidió ir: “Había hecho un ídolo del fútbol, al que lo había sacrificado todo, una religión con sus ritos, su culto al rendimiento y al dinero. En la JMJ de Panamá decidí volver a poner a Dios en el centro de mi vida, y dije: 'Aquí estoy Señor, te encomiendo mi vida, ¡te toca a Ti!'”, afirma el jugador francés Olivier-Pierre Dionga a La Vie, contando su testimonio en primera persona. Esta es su historia:
«Cuanto más me abandonaba al Señor, más me acompañaba»
Pateé mi primera pelota a los 6 años, en los bajos de mi casa, en el edificio en Limeil-Brévannes (Val-de-Marne). En los barrios el fútbol es el deporte popular por excelencia. Pasábamos las tardes jugando hasta el anochecer. Estar con mis amigos me producía una intensa alegría.
Comía, dormía, vivía en el fútbol. Mi madre todavía recuerda cuando le dije un día: 'Te quiero, pero prefiero el fútbol'. Como la mayoría de los jóvenes de los suburbios, me propuse ser futbolista profesional. Soñaba con tener una carrera como Zidane, Ronaldinho o Messi.
Con nueve años, empecé a formar parte del club de fútbol Créteil. Aunque hubiera sido bueno, mis padres se habrían negado a dejarme firmar un contrato profesional a los los 16 o 17 años, como sí hicieron algunos de mis amigos. Mis padres solo querían que estudiara.
En retrospectiva, comprendo mejor su posición. Mis padres habían hecho mil sacrificios al dejar la República del Congo y establecerse en Francia. Habían trabajado muy duro para ofrecer a sus hijos lo que ellos no tenían: la oportunidad de estudiar y, por tanto, de encontrar un buen trabajo, adquirir cierta estabilidad y triunfar socialmente. Esperaban algún tipo de retorno de la inversión y, como buen chico, yo obedecí. Pero, cuando me diplomé, con 23 años, aproveché la oportunidad que se me presentó y fiché por el US Ivry, un club de la Nacional 3.
Negocié un trabajo a tiempo parcial e incluso dejé de ir a la Iglesia. Siempre había estado involucrado en la Iglesia. Tuve la gracia de nacer en una familia católica practicante; mi madre tiene una fe fuerte y viva. Un cristiano es cristiano si está en peligro, especialmente en los suburbios obreros como el mío, donde el Islam está muy activo. Aquí, si no estás cerca de Jesús, te conviertes al Islam rápidamente.
Yo era uno de los únicos católicos del vecindario, el único en un grupo de amigos en el que eran todos musulmanes practicantes. Mi religión era tema de conversación, me preguntaban que cómo se puede creer que un hombre que puede ser Dios, que Dios pueda tener un Hijo... Sus preguntas me inquietaban, pero también me empujaron a aprender más sobre mi propia fe, para comprenderla y explicarla mejor. Quería 'dar razón de la esperanza que hay en nosotros', como aconseja San Pedro comenta el futbolista.
En la secundaria, poco a poco descubrí el tesoro de la fe cristiana. Nada me salió como quería en el fútbol, pero tuve perseverancia, seriedad y rigor, mientras permanecía en el banquillo de los suplentes. En mi oración vespertina, como Job, clamé a Dios: ¿Por qué mis esfuerzos no son recompensados? Pero, en el fondo, no estaba rezando para que se hiciera la voluntad de Dios. Sólo me importaban mis proyectos.
Un sábado, durante un partido, mi entrenador me pidió que calentara en el minuto 90. ¡Era una buena señal! Cuando me sacó al campo, el árbitro pitó el final del partido. Estaba devastado, desesperado.
Olivier-Pierre Dionga asegura que "cuanto más me abandonaba al Señor, más me acompañaba, incluso en el campo" / Foto: Instagram/@op.dionga
Cuando estaba en lo más bajo de lo más bajo, Dios vino a mí y me llamó. Primero fue mi hermana la que tuvo la divertida idea de invitarme a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Panamá. No le vi ningún sentido a ir, si iba, corría el riesgo de perder mi puesto en el equipo.
Poco después, durante una alabanza, escuché el himno oficial de la JMJ: 'Hágase en mí según tu palabra'. Este estribillo, tomado del Evangelio, me conmovió como nunca antes. Me sentí movido por el Espíritu Santo a decir que sí. Todas las puertas, hasta las más cerradas, se abrieron para poder ir a Panamá. Durante la JMJ tuve una fuerte experiencia espiritual, diría incluso una conversión.
Me impresionó encontrarme entre 700.000 cristianos jóvenes, alegres y entusiastas de todo el mundo. Lo que más me impactó fue una catequesis dada por un obispo francés. Él comentó durante veinte minutos el 'aquí estoy' de la Virgen en la Anunciación. Cada una de sus palabras me habló directamente: el estar disponible para el Señor y escucharlo, confiar en Él para todo, dejar que nos guíe, en lugar de querer controlarlo todo.
Me di cuenta de que había hecho un ídolo del fútbol, al que lo había sacrificado todo, una religión con sus ritos, su culto al rendimiento y al dinero. En Panamá decidí volver a poner a Dios en el centro de mi vida, y dije: 'Aquí estoy Señor, te encomiendo mi vida, ¡te toca a Ti!'. Al regresar a Francia, mi entrenador me echó del primer equipo. Ver seis meses de intenso entrenamiento esfumarse así fue desgarrador, pero me mantuve firme en la fe.
Una semana después, despidieron a mi entrenador y su sustituto me reincorporó al equipo y hasta comencé a jugar. Al año siguiente, volví a ser catequista responsable de unos sesenta estudiantes de secundaria. Como era año fraternal en Lourdes, iba a tener que reducir el tiempo dedicado al fútbol. Sabía que el que confía en el Señor, y le da el primer lugar, todo lo puede. Era la vigilia de adoración, que reuniría a más de 300 jóvenes, y, al día siguiente, tenía entrenamiento para el partido. Le dije a mi entrenador que no podría ir. Su reacción todavía me conmueve: 'Cuida tu fe, confío en ti'.
El fútbol es una buena escuela para aprender la unidad en la diversidad, la fraternidad, la solidaridad, la preocupación por los demás... Ganamos juntos, perdemos juntos. Desde el portero hasta el atacante, todos tienen un papel que desempeñar en esta sinfonía. Lo mismo ocurre en la Iglesia, donde todos son miembros del cuerpo de Cristo.
Cuanto más me abandonaba al Señor, más me acompañaba, incluso en el campo. Ese año terminé entre los cinco mejores goleadores de Île-de-France. Pude unirme a otro club, el US Créteil-Lusitanos, con un sueldo mayor. Incluso tuve la oportunidad de jugar unos minutos en la tercera división nacional, algo que antes hubiera sido imposible.
Olivier Giroud, el máximo goleador de la selección de Francia, es para mí un modelo de futbolista cristiano. Criticado, abucheado, perseguido, nunca dijo una palabra más fuerte que la otra ni alimentó la controversia. Se mantuvo sencillo, a pesar de la presión, los medios y los millones. Lleva su cruz, humildemente. Permanece arraigado en Cristo, cuya gracia experimenta en la victoria y, especialmente, en las dificultades.
Olivier-Pierre Dionga