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jueves, 1 de noviembre de 2007

El don de un amor absoluto / Jaume Boada i Rafí O.P.

"Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir. Peleamos y fuiste más fuerte", dice el profeta Jeremías.

Tu quieres hacer de tu vida un don de amor absoluto. Has oído su voz. Decidiste convertir tu vida en una búsqueda, y llegas a comprender que tu oblación sólo tiene sentido cuando la vives en toda su radicalidad, cuando es, en verdad, el don de un amor absoluto, de tu amor total.

Un día le dijiste al Señor con el profeta: "Me sedujiste y me dejé seducir; peleamos y fuiste más fuerte". Pero la historia no termina con estas palabras. Simplemente, empieza. Su realización es consecuencia de una fidelidad constante y creciente en amor.

Por el contrario, en la medida en que vayas admitiendo en tu vida, consciente o inconscientemente, las pequeñas infidelidades, irás sintiendo, o no sentirás nada, lo que es aún peor, que tu vida va perdiendo el sentido. El misterio de nuestra vida en Dios está en el TODO. Sólo en el TODO.

Teresa del Niño Jesús lo comprendió con claridad y lo expresó con la sencillez que les característica: "Oh, Jesús, amor mío. Por fin he encontrado mi vocación. Mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia. Y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío: en el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor. De este modo lo seré todo y mi deseo se verá colmado".

Teresa de Lisieux, es consciente de su pequeñez y de sus limitaciones, pero desde el principio de su vida busca convertirla en un don de su amor absoluto al Señor. Recordemos sus palabras: "Yo me considero como un pajarillo débil cubierto sólo de un ligero plumón. No soy águila. Sólo tengo de ella los ojos y el corazón. Pero, a pesar de mi extrema pequeñez, me atrevo a mirar al sol divino, sol de amor, y mi corazón siente en sí todas las aspiraciones del águila. El pajarillo quisiera volar hacia este brillante sol que fascina sus ojos. ¿Qué será de él?, ¿morirá de pena viéndose tan impotente?. ¡Oh, no! El pajarillo ni siquiera llega a afligirse. Con un abandono audaz quiere seguir mirando fijamente al divino Sol. Nada sería capaz de asustarle, ni el viento, ni la lluvia. Y si oscuras nubes vienen a ocultarle el Astro de Amor, el pajarillo no cambia de sitio. Sabe que, más allá de las nubes, su Sol sigue brillando y que su esplendor no podría eclipsarse ni un solo momento".

Yo te invito hoy a mirar junto al Señor, con una gran pobreza de alma y serenidad confiada, tu vida de cada día, tus ilusiones, tu realidad. Hazlo con sinceridad. Dile al Señor que te ayude a mirar tu vida. No revises, pero mira con paz la realidad de tu vida.

Y te propongo una pregunta para acompañar tu oración: Mi vida de cada día, ¿es expresión de que la quiero vivir como donación de mi amor absoluto?, o también, estas otras pequeñas preguntas: en todo lo que hago ¿me dejo llevar por el amor?. El tono de mi entrega diaria, de mi modo concreto de vivir, ¿permite pensar que sólo me mueve el amor?.

Más aún: te sugiero que ahora hagas tu oración así: haz silencio. Después de un largo tiempo de silencio, después de tomar conciencia de que Él está, hazle esta pregunta: "Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo. Pero quiero preguntarte, ¿ves en vida el don absoluto de mi amor a ti y a los hermanos?".

Después de esta viva oración, haz silencio y déjale hablar a Él.

Pienso, sinceramente, que te bastará con lo que te pueda decir el Señor. Si haces silencio, escucharás en verdad su voz.

Pero considero que es mi deber fraterno, sugerirte algunos caminos de reflexión y de oración.

Mira: en la vida importan siempre dos cosas: el amor que la mueve y los gestos concretos que lo expresas. Importa el momento de las grandes opciones y la pequeña vida de cada día en la que estas opciones se plasman. La oración, expresión de amor, y el servicio y entrega a los demás como compromiso de amor. La búsqueda sincera del Señor y la capacidad de olvido de ti mismo que esta búsqueda provoca. La globalidad de una vida y los pequeños momentos y pasos que la configuran.

Todo tiene su valor. Creo que no se puede decir que una cosa de estas que te acabo de señalar es más importante que otra. Mutuamente se complementan y se enriquecen, mutuamente se necesitan.

Por ello quiero decirte: tú, que buscas a Dios, deja que el amor mueva tu vida. Recuerda que te entregaste a Él. No olvides hacer de tu oración de cada día una expresión de tu amor. Haz de tu vida un don de tu amor absoluto. Que esto sea la raíz de lo que eres y de lo que haces.

Te has consagrado a Dios en virginidad, en el celibato. Eres de Él. Que tu donación sea signo de tu deseo de entrega sincera, constante, sin fin. Pero nunca olvides el camino necesario de todas las pequeñas cosas de cada día, y que el don de tu amor absoluto se pueda expresar en los hechos más habituales y corrientes de la vida diaria, esto es, tu trabajo, tu vida de relación fraterna, tu manera de hablar, de servir a los demás, toda tu manera de comportarte.

Como dice San Agustín: "Lo que es pequeño, es pequeño, pero la fidelidad a las cosas pequeñas por amor, es algo muy grande". Porque la fidelidad es un camino.

Piensa, por otra parte, que bastará que tú pongas el uno por cien de buena voluntad. El noventa y nueve restante ya lo pondrá el Señor con su gracia.

En mi vida sacerdotal me he encontrado con personas que viven con preocupación su fidelidad. Viven inquietas, no tienen confianza en su propia capacidad. Desconfían de sus posibilidades, hasta que descubren que el Señor les dice: "Sé pobra de alma, vive el presente como un don de mi amor, compártelo con tus hermanos con amor, y confía. Nada más".

En todo caso, siempre te basta su gracia.

Subsiste, sin embargo, una pregunta básica: Es hermoso decir "don de tu amor absoluto", pero, ¿es posible realizarlo en la vida?, ¿acaso esto no será pretender demasiado, mirar demasiado alto?.

Hace un tiempo escuché como una parábola que creo nos puede ayudar a comprender el sentido que ha de tener la respuesta a estas preguntas.

En la vida del espíritu ocurre como en el viaje que un navegante hace por el mar. Cuando va solo en su barca puede escoger dos medios para avanzar: puede usar los remos, con su esfuerzo, su ritmo de marcha. De este modo, aunque camine a base de esfuerzo, va navegando a su aire. En una segunda opción, puede desplegar plenamente las velas de su barca y dejarse llevar por el viento. Nunca olvida los remos, tanto en la primera como en la segunda opción necesita poner algo de sí mismo. Sin embargo, es clara la diferencia: en la primera opción lo más importante son los remos. En la segunda el viento, el viento del Espíritu, sí.

Podrás encontrar un gran paralelismo, salvadas siempre las diferencias de toda comparación, entre esta pequeña parábola del navegante y tu vida de oración y entrega a Dios.

El que ora, el que busca a Dios, el que se ha consagrado a Él puede optar por dos caminos: el ir por sus pasos, a su ritmo, a su aire, con sus precauciones, sus miedos, sus reservas, y con las limitaciones del propio esfuerzo y de la propia capacidad. O puede, por otra parte, lanzar el corazón y abandonarse de lleno al viento de Dios, a su Gracia.

Si miramos atentamente la diferencia entre estos dos caminos, podremos decir que es fácil escoger. Parece más fácil dejarse llevar por el aire que navegar a base del esfuerzo que hacemos remando. Pero, ¿no has pensado que, de hecho, nos gusta más, nos resulta más cómodo caminar a nuestro aire, caminar a tu aire?, ¿no te parece que pesa mucho en tu vida el miedo a la hora de dejarte llevar por el viento del Espíritu?.

Mira: hay muchas pregunta que reflejan este miedo: ¿Qué me puede pedir el Señor?, ¿acaso yo no estoy respondiendo ya a lo que el Señor espera de mí?, ¿porqué tengo que preocuparme de buscar más, de dar más?. ¡Ya basta con caminar así!

Cuando, en mi servicio sacerdotal y fraterno he tenido la ocasión de acercarme al camino interior de las almas, he podido comprobar que el Señor va llevando a cada una de ellas por un camino diferente. El viento y la fuerza del Espíritu son de una riqueza y variedad inimaginables. Pero siempre se da una realidad común: el que busca a Dios, el orante, el que ha consagrado su vida a Él, no estorba. Se abandona plenamente a la acción del Espíritu. A unos el Señor los llama por un camino de sufrimiento, de Cruz, de purificación constante. A otros, les señala el camino del amor y la ternura vividos y expresados en las pequeñas cosas. Para unos, el viento del Espíritu Santo es fuerte e impetuoso, como de tormenta. Para otros es una brisa suave.

Pero, en todo caso, piensa que si tú quieres pedir al Señor la gracia de poder hacer en tu vida el don absoluto de tu amor, tendrás que cuidar por tu parte la preparación para recibir esta gracia. Y esta preparación consiste en cuidad la pobreza de alma, el olvido de ti mismo. No permitas, hermano, que el egoísmo eche raíces en ti.

Vive, también, con delicadeza, tu vida espiritual. No se te pide que seas escrupuloso, pero sí delicado. Valora como un momento fuerte de esta delicadeza espiritual el sacramento de la reconciliación o de la penitencia.

Proponte hacerlo todo por amor, con amor desde el amor. Que este amor se concrete en su servicio y en tu entrega diaria a los hermanos. Pero piensa que si es una amor total, si es un amor evangélico, ha de ser un amor alegre, desinteresado, gratuito.

Vive despierto, atento. Que tu deseo de ser fiel al Señor pueda más que mil motivos de distracción que encuentres en tu vida.

Y, sobre todo, confía. Ten confianza, abandónate en las manos del Padre.

Tú quieres hacer de tu vida el don absoluto de tu amor. Convierte tu oración de hoy en súplica y en atención serena a la voz del Señor. Que Él te inunde con la iluminación del Espíritu Santo. Así podrás adquirir el conocimiento que ninguna palabra humana te puede dar.

Aprende de María el sí: Que se haga en mí según tu palabra. Él, el Señor, te ayudará siempre con su gracia.

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