En su visita pastoral a Génova
GÉNOVA, (ZENIT.org).- El secreto y la belleza de una juventud permanente es vivir abierto a la esperanza, cosa que sólo da el encuentro real con Jesucristo, reconoce Benedicto XVI.
La plaza genovesa de Matteotti vivió, en la mañana de este domingo, el ambiente propio de una Jornada de la Juventud en el rato de fe y fiesta que compartieron los jóvenes con el Papa -visiblemente felices--, en visita pastoral en la región italiana de Liguria.
La lluvia torrencial que hacía acto de presencia no desanimó esta cita, sino que entre aplausos los jóvenes recibieron la confidencia de Benedicto XVI: «La lluvia me está persiguiendo un poco estos días, pero tomémosla como signo de bendición, de fecundidad de la tierra y como símbolo del Espíritu Santo que viene y renueva también la tierra reseca de nuestras almas».
Los años de la juventud están «llenos de expectativas y de sueños», pero cuando hayan pasado «en el corazón todos debemos permanecer jóvenes», dijo el Papa en su discurso a la multitud de chicas y chicos.
«Es bello ser jóvenes; todos quieren serlo» --reflexionó--; y es que «la juventud tiene aún todo el futuro por delante», y futuro significa «tiempo de esperanza».
Benedicto XVI en muchos momentos dejó aparte su discurso escrito, entrando en una especie de diálogo espontáneo con los jóvenes. Y compartió su inquietud, dándoles voz: «¿Encontraré un puesto de trabajo? ¿Encontraré casa? ¿Encontraré el amor, que será mi verdadero futuro?».
En lugar de consumir la vida cuando está empezando, «es importante elegir las verdaderas promesas que abren al futuro, aún con renuncias -subrayó el Papa--. Y quien ha elegido a Dios, tiene aún en la vejez un futuro sin fin y sin amenazas ante sí».
Por eso es «importante elegir bien y no destruir el futuro», y «la primera elección fundamental debe ser Dios», que «se ha revelado en su Hijo Jesucristo»; «a la luz de esta elección» «se encuentran los criterios para las otras opciones necesarias», explicó.
«Ser jóvenes implica ser buenos y generosos» --continuó Benedicto XVI--; y «la bondad en persona es Jesús, a quien conocéis o a quien busca vuestro corazón».
Es Jesús «el Amigo que jamás traiciona», «fiel hasta el don de la vida en la Cruz». Así que Benedicto XVI exhortó a los numerosos jóvenes: «¡Rendios a su amor!»; «como lleváis escrito en las camisetas de este encuentro, "derretios" ante Jesús, porque sólo Él puede disolver vuestras ansias y temores y colmar vuestras expectativas».
Punto de partida: un encuentro en persona
«Para encontrar el amor con Cristo, para encontrarle realmente como compañero de mi vida, tenemos ante todo que conocerle, como los dos discípulos que le siguen después de las parábolas del Bautista y le dicen: "Maestro, ¿dónde vives?"», «porque quieren conocerle de cerca -fue desgranando el Papa--, y el Señor, hablando con los discípulos distingue: "¿Quién dice la gente que soy yo?"», refiriéndose a quienes «le conocen de lejos, de segunda mano», y prosigue Jesús: «¿Quién decís vosotros que soy yo?», dirigiéndose a «quienes le conocen de primera mano, habiendo vivido con Él, habiendo entrado realmente en su vida personalísima hasta su diálogo con el Padre».
Y «entrar en una relación personal» y real con Cristo «exige el conocimiento de la Escritura, sobre todo del Evangelio, donde el Señor habla con nosotros», recordó.
En sus palabras espontáneas, Benedicto XVI admitió: «No siempre son fáciles estas palabras, pero entrando en ellas, entrando en diálogo, llamando a la puerta de la Palabra diciendo al Señor: "¡Ábreme!", encontramos realmente palabras de vida eterna para hoy, actuales como lo fueron en su momento y como lo serán en el futuro».
Y precisó que «este coloquio con el Señor en la Escritura debe realizarse no sólo individualmente, sino también en la gran comunión de la Iglesia, donde Cristo está siempre presente, en la comunión de la Liturgia, del encuentro personalísimo de la Eucaristía y del sacramento de la Reconciliación en el que el Señor» dice a cada uno: «Te perdono».
«¡Hay tantas dimensiones para entrar en el conocimiento de Jesús!», constató el Santo Padre, aludiendo igualmente al «importante camino» de la ayuda a los pobres y necesitados, brindando tiempo para los demás, y «naturalmente también a la vida de los santos, que ayudan a encontrar el verdadero rostro de Jesús».
«Sólo así conocemos personalmente a Jesús --sintetizó-- y podemos también comunicar esta amistad nuestra a los demás», y «superar la indiferencia», porque aunque parezca que no se tiene necesidad de un Dios, «en realidad todos saben que algo falta en sus vidas», y al descubrir a Jesús dicen: «Es lo que estaba esperando».
«Cuanto más seamos de verdad amigos de Jesús, más podemos abrir el corazón a los demás para que también ellos sean verdaderamente jóvenes, o sea, tengan ante sí un gran futuro», afirmó.
Claves misioneras
Al término del encuentro, Benedicto XVI hizo entrega del Evangelio -como signo de envío misionero-- a algunos jóvenes en representación de cuantos el próximo curso emprenden en la archidiócesis genovesa la misión de los jóvenes hacia los jóvenes. «Anunciad a Cristo Señor, esperanza del mundo», les dijo.
«Cuanto más se aleja el hombre de Dios, su Fuente, más se extravía y más difícil se hace la convivencia humana»; por eso, antes de despedirse, el Papa quiso aconsejar a los jóvenes: «Estad unidos entre vosotros; ayudaos a vivir y a crecer en la fe y en la vida cristiana para poder ser testigos valientes del Señor».
«Estad unidos, pero no cerrados. Sed humildes, pero no temerosos. Sed sencillos, pero no ingenuos. Sed reflexivos, pero no complicados. Entrad en diálogo con todos, pero sed vosotros mismos», les advirtió.
Y exhortó: «Permaneced en comunión con vuestros Pastores: son ministros del Evangelio, de la Divina Eucaristía, del perdón de Dios», «padres y amigos, compañeros de vuestro camino».
«Les necesitáis, y ellos -todos nosotros- os necesitamos», reconoció el Papa entre fortísimos aplausos de los jóvenes.
«Cada uno de vosotros», «si permanece unido a Cristo y a la Iglesia, puede hacer grandes cosas», un deseo y consigna que dejó Benedicto XVI a la juventud, citándola a la Jornada Mundial de Sydney (Australia) del próximo julio.
Además de poner en manos de la Virgen María la tarea misionera de los jóvenes genoveses, a continuación el Papa, al introducir el Ángelus, que rezó junto a todos ellos en italiano -no en latín, como es habitual--, invocó su materna asistencia con la plegaria de San Bernardo.
«"¡Confía en mí!". Esto nos repite hoy María --recalcó--. Una antigua oración, muy querida a la tradición popular, nos permite dirigirle estas palabras confiadas, que hoy hacemos nuestras: "Acuérdate, oh Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno que haya acudido a tu protección, implorado tu auxilio, reclamado tu socorro, ha sido abandonado"».
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