* "Era su vida la que me habló, especialmente la persecución y el ridículo que él recibió por ser fiel, por decir las verdades socialmente incómodas sobre las consecuencias eternas del pecado. Fue suficiente su amor hacia mí para decirme la verdad, inclusive cuando me burlé de él por ello"
21 de julio de 2011.- (John-Henry Westen / Notifam) Cuando yo era un niño que crecía en Toronto, la vida era magnifica. Si bien había discordia en la familia, mi padre, Henry Westen, era como una roca. Mi difunto padre fue un católico devoto y fiel que asistía a Misa todos los días y nunca dejó pasar un día sin rezar el rosario. Era generoso hasta la exageración, cariñoso y amable. Él nos llevó – a mi hermano Marcos y a mí (y eventualmente a Miriam, mi hermana más joven) – a la escuela, nos ayudaba con las tareas para el hogar y él tenía dos trabajos para poder enviarnos a escuelas privadas católicas.
Pero cuando llegué a la adolescencia mi vida dio un giro hacia lo peor. Amigos, tanto en el barrio como en la escuela, me introdujeron en la pornografía y en las malas palabras, para vivir una vida sin Dios y dudando de su propia existencia. Pronto yo estaba en el otro lado, viviendo una vida lejos de Cristo y de su verdad.Al principio me acuerdo que agarraba boletines eclesiales de la Misa de los domingos antes de ir a las salas de billar con mis amigos, así yo podía “demostrar” a papá que había estado en la Misa. Pues aunque él era afable, muy generoso y amable, hizo todo lo posible para insistir en lo esencial, lo que consideraba que eran las obligaciones de la fe. Inclusive cuando yo era niño él me decía: “preferiría verte morir en este momento que caer en una vida de pecado”. Era un hombre ridiculizado por su fe “extrema”, tanto por sus colegas y amigos e inclusive por su propia familia. Leer más...