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Bienvenido a Escuchar y a Dar

Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

La evangelización debe estar centrada en impulsar a las personas a tener una experiencia real del Amor de Dios. Por eso pedimos a cualquiera que visite esta página haga propuestas de textos, testimonios, actos, webs, blogs... Mientras todo esté hecho en el respeto del Amor del Evangelio y la comunión que siempre suscita el Espíritu Santo, todo será públicado. Podéís usar los comentarios pero para aparecer como texto central enviad vuestras propuestas al correo electrónico:

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jueves, 24 de enero de 2008

«Los medios: en la encrucijada entre protagonismo y servicio. Buscar la Verdad para compartirla» / Autor: Benedicto XVI

Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2008

Publicamos el mensaje que ha escrito Benedicto XVI con motivo de la XLII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que se celebrará el 4 de mayo de 2008 en torno al tema: «Los medios: en la encrucijada entre protagonismo y servicio. Buscar la Verdad para compartirla».

* * *

Queridos hermanos y hermanas


1. El tema de la próxima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, «Los medios: en la encrucijada entre protagonismo y servicio. Buscar la Verdad para compartirla», señala la importancia del papel que estos instrumentos tienen en la vida de las personas y de la sociedad. En efecto, no existe ámbito de la experiencia humana -más aún si consideramos el amplio fenómeno de la globalización- en el que los medios no se hayan convertido en parte constitutiva de las relaciones interpersonales y de los procesos sociales, económicos, políticos y religiosos. A ese respecto escribía en mi Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del pasado 1 de enero: «los medios de comunicación social, por las potencialidades educativas de que disponen, tienen una responsabilidad especial en la promoción del respeto por la familia, en ilustrar sus esperanzas y derechos, en resaltar su belleza» (n.5).

2. Gracias a una vertiginosa evolución tecnológica, estos medios han logrado potencialidades extraordinarias, lo cual plantea al mismo tiempo nuevos e inéditos interrogantes. Es innegable la aportación que pueden dar al flujo de noticias, al conocimiento de los hechos y a la difusión del saber. Han contribuido de manera decisiva, por ejemplo, a la alfabetización y la socialización, como también al desarrollo de la democracia y al diálogo entre los pueblos. Sin su aportación sería realmente difícil favorecer y mejorar la comprensión entre las naciones, dar alcance universal a los diálogos de paz, garantizar al hombre el bien primario de la información, asegurando a la vez la libre circulación del pensamiento, en orden sobre todo a los ideales de solidaridad y justicia social. Ciertamente, los medios en su conjunto no solamente son medios para la difusión de las ideas, sino que pueden y deben ser también instrumentos al servicio de un mundo más justo y solidario. No obstante, existe el riesgo de que en vez de ello se transformen en sistemas dedicados a someter al hombre a lógicas dictadas por los intereses dominantes del momento. Éste es el caso de una comunicación usada para fines ideológicos o para la venta de bienes de consumo mediante una publicidad obsesiva. Con el pretexto de representar la realidad, se tiende de hecho a legitimar e imponer modelos distorsionados de vida personal, familiar o social. Además, para ampliar la audiencia, la llamada audience, a veces no se duda en recurrir a la trasgresión, la vulgaridad y la violencia. Puede suceder también que a través de los medios se propongan y sostengan modelos de desarrollo que, en vez de disminuir el abismo tecnológico entre los países pobres y los ricos, lo aumentan.

3. La humanidad se encuentra hoy ante una encrucijada. También para los medios es válido lo que escribí en la Encíclica Spe salvi sobre la ambigüedad del progreso, que ofrece posibilidades inéditas para el bien, pero abre al mismo tiempo enormes posibilidades de mal que antes no existían (cf. n.22). Por lo tanto, es necesario preguntarse si es sensato dejar que los medios de comunicación se subordinen a un protagonismo indiscriminado o que acaben en manos de quien se vale de ellos para manipular las conciencias. ¿No se debería más bien hacer esfuerzos para que permanezcan al servicio de la persona y del bien común, y favorezcan «la formación ética del hombre, el crecimiento del hombre interior»? (cf. ibíd.). Su extraordinaria incidencia en la vida de las personas y de la sociedad es un dato ampliamente reconocido, pero hay que tomar conciencia del viraje, diría incluso del cambio de rol que los medios están afrontando. Hoy, de manera cada vez más marcada, la comunicación parece tener en ocasiones la pretensión no sólo de representar la realidad, sino de determinarla gracias al poder y la fuerza de sugestión que posee. Se constata, por ejemplo, que sobre algunos acontecimientos los medios no se utilizan para una adecuada función de informadores, sino para «crear» los eventos mismos. Este arriesgado cambio en su papel es percibido con preocupación por muchos Pastores. Justamente porque se trata de realidades que inciden profundamente en todas las dimensiones de la vida humana (moral, intelectual, religiosa, relacional, afectiva, cultural), poniendo en juego el bien de la persona, es necesario reafirmar que no todo lo que es técnicamente posible es también éticamente realizable. El impacto de los medios de comunicación en la vida de las personas contemporáneas plantea, por lo tanto, interrogantes ineludibles y espera decisiones y respuestas inaplazables.

4. El papel que los medios de comunicación han adquirido en la sociedad debe ser considerado como parte integrante de la cuestión antropológica, que se plantea como un desafío crucial del tercer milenio. De manera similar a lo que sucede en el campo de la vida humana, del matrimonio y la familia, y en el ámbito de los grandes temas contemporáneos sobre la paz, la justicia y la tutela de la creación, también en el sector de la comunicación social están en juego dimensiones constitutivas del ser humano y su verdad. Cuando la comunicación pierde las raíces éticas y elude el control social, termina por olvidar la centralidad y la dignidad inviolable del ser humano, y corre el riesgo de incidir negativamente sobre su conciencia y sus opciones, condicionando así la libertad y la vida misma de las personas. Precisamente por eso es indispensable que los medios defiendan celosamente a la persona y respeten plenamente su dignidad. Más de uno piensa que es necesaria en este ámbito una «info-ética», así como existe la bio-ética en el campo de la medicina y de la investigación científica sobre la vida.

5. Se ha de evitar que los medios se conviertan en megáfono del materialismo económico y del relativismo ético, verdaderas plagas de nuestro tiempo. Por el contrario, pueden y deben contribuir a dar a conocer la verdad sobre el hombre defendiéndola ante los que tienden a negarla o destruirla. Se puede decir incluso que la búsqueda y la presentación de la verdad sobre el hombre son la más alta vocación de la comunicación social. Utilizar para este fin todos los lenguajes, cada vez más bellos y refinados, de los que los medios disponen, es una tarea entusiasmante confiada, en primer lugar, a los responsables y operadores del sector. Es una tarea que, sin embargo, nos corresponde en cierto modo a todos, porque en esta época de globalización todos somos usuarios y a la vez operadores de la comunicación social. Los nuevos medios, en particular la telefonía e Internet, están modificando el rostro mismo de la comunicación y tal vez ésta es una maravillosa ocasión para rediseñarlo y hacer más visibles, como decía mi venerado predecesor Juan Pablo II, las líneas esenciales e irrenunciables de la verdad sobre la persona humana (cf. Carta ap. El rápido desarrollo, 10).

6. El hombre tiene sed de verdad, busca la verdad; así lo demuestran también la atención y el éxito que tienen tantos productos editoriales y programas de ficción de calidad en los que se reconocen y son adecuadamente representadas la verdad, la belleza y la grandeza de la persona, incluyendo su dimensión religiosa. Jesús dijo: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8,32). La verdad que nos hace libres es Cristo, porque sólo Él puede responder plenamente a la sed de vida y de amor que existe en el corazón humano. Quien lo ha encontrado y se apasiona por su mensaje, experimenta el deseo incontenible de compartir y comunicar esta verdad: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos -escribe San Juan-, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de Vida [...], os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestra alegría sea completa» (1 Jn 1, 1-3).

Invoquemos al Espíritu Santo para que no falten comunicadores valerosos y testigos auténticos de la verdad que, fieles al mandato de Cristo y apasionados por el mensaje de la fe, «se hagan intérpretes de las actuales exigencias culturales, comprometiéndose a vivir esta época de la comunicación no como tiempo de alienación y extravío, sino como un tiempo oportuno para la búsqueda de la verdad y el desarrollo de la comunión entre las personas y los pueblos» (Juan Pablo II, Discurso al Congreso Parábolas mediáticas, 9 noviembre 2002, 2).

Con estos deseos os imparto con afecto mi bendición.

Vaticano, 24 de enero 2008, Fiesta de San Francisco de Sales.



BENEDICTUS PP. XVI

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[Traducción distribuida por la Santa Sede

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

lunes, 21 de enero de 2008

El bautismo, plenitud de vida / Autor: Benedicto XVI

Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 13 de enero

Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI el domingo 13 de enero, fiesta del Bautismo del Señor, en la eucaristía en la que bautizó en la capilla Sixtina a trece niños nacidos en la segunda mitad del año 2007: ocho eran niñas y cinco niños.

Esta fue la primera vez que Benedicto XVI, desde el comienzo del pontificado, celebró la misa en público en un altar tradicional, es decir, en el antiguo altar de la capilla Sixtina, para no alterar la belleza y armonía de esta joya arquitectónica, preservando su estructura desde el punto de vista celebrativo y utilizando una posibilidad contemplada en las normas litúrgicas.

Así, en algunos momentos el Papa estaba de espalda a los fieles, vuelto hacia la cruz, orientando de esta forma la actitud de toda la asamblea.


* * *

Queridos hermanos y hermanas:


La celebración de hoy es siempre para mí motivo de especial alegría. En efecto, administrar el sacramento del bautismo en el día de la fiesta del Bautismo del Señor es, en realidad, uno de los momentos más expresivos de nuestra fe, en la que podemos ver de algún modo, a través de los signos de la liturgia, el misterio de la vida. En primer lugar, la vida humana, representada aquí en particular por estos trece niños que son el fruto de vuestro amor, queridos padres, a los cuales dirijo mi saludo cordial, extendiéndolo a los padrinos, a las madrinas y a los demás parientes y amigos presentes. Está, luego, el misterio de la vida divina, que hoy Dios dona a estos pequeños mediante el renacimiento por el agua y el Espíritu Santo. Dios es vida, como está representado estupendamente también en algunas pinturas que embellecen esta Capilla Sixtina.

Sin embargo, no debe parecernos fuera de lugar comparar inmediatamente la experiencia de la vida con la experiencia opuesta, es decir, con la realidad de la muerte. Todo lo que comienza en la tierra, antes o después termina, como la hierba del campo, que brota por la mañana y se marchita al atardecer. Pero en el bautismo el pequeño ser humano recibe una vida nueva, la vida de la gracia, que lo capacita para entrar en relación personal con el Creador, y esto para siempre, para toda la eternidad.

Por desgracia, el hombre es capaz de apagar esta nueva vida con su pecado, reduciéndose a una situación que la sagrada Escritura llama "segunda muerte". Mientras que en las demás criaturas, que no están llamadas a la eternidad, la muerte significa solamente el fin de la existencia en la tierra, en nosotros el pecado crea una vorágine que amenaza con tragarnos para siempre, si el Padre que está en los cielos no nos tiende su mano.

Este es, queridos hermanos, el misterio del bautismo: Dios ha querido salvarnos yendo él mismo hasta el fondo del abismo de la muerte, con el fin de que todo hombre, incluso el que ha caído tan bajo que ya no ve el cielo, pueda encontrar la mano de Dios a la cual asirse a fin de subir desde las tinieblas y volver a ver la luz para la que ha sido creado. Todos sentimos, todos percibimos interiormente que nuestra existencia es un deseo de vida que invoca una plenitud, una salvación. Esta plenitud de vida se nos da en el bautismo.

Acabamos de oír el relato del bautismo de Jesús en el Jordán. Fue un bautismo diverso del que estos niños van a recibir, pero tiene una profunda relación con él. En el fondo, todo el misterio de Cristo en el mundo se puede resumir con esta palabra: "bautismo", que en griego significa "inmersión". El Hijo de Dios, que desde la eternidad comparte con el Padre y con el Espíritu Santo la plenitud de la vida, se "sumergió" en nuestra realidad de pecadores para hacernos participar en su misma vida: se encarnó, nació como nosotros, creció como nosotros y, al llegar a la edad adulta, manifestó su misión iniciándola precisamente con el "bautismo de conversión", que recibió de Juan el Bautista. Su primer acto público, como acabamos de escuchar, fue bajar al Jordán, entre los pecadores penitentes, para recibir aquel bautismo. Naturalmente, Juan no quería, pero Jesús insistió, porque esa era la voluntad del Padre (cf. Mt 3, 13-15).

¿Por qué el Padre quiso eso? ¿Por qué mandó a su Hijo unigénito al mundo como Cordero para que tomara sobre sí el pecado del mundo? (cf. Jn 1, 29). El evangelista narra que, cuando Jesús salió del agua, se posó sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma, mientras la voz del Padre desde el cielo lo proclamaba "Hijo predilecto" (Mt 3, 17). Por tanto, desde aquel momento Jesús fue revelado como aquel que venía para bautizar a la humanidad en el Espíritu Santo: venía a traer a los hombres la vida en abundancia (cf. Jn 10, 10), la vida eterna, que resucita al ser humano y lo sana en su totalidad, cuerpo y espíritu, restituyéndolo al proyecto originario para el cual fue creado.

El fin de la existencia de Cristo fue precisamente dar a la humanidad la vida de Dios, su Espíritu de amor, para que todo hombre pueda acudir a este manantial inagotable de salvación. Por eso san Pablo escribe a los Romanos que hemos sido bautizados en la muerte de Cristo para tener su misma vida de resucitado (cf. Rm 6, 3-4). Y por eso mismo los padres cristianos, como hoy vosotros, tan pronto como les es posible, llevan a sus hijos a la pila bautismal, sabiendo que la vida que les han transmitido invoca una plenitud, una salvación que sólo Dios puede dar. De este modo los padres se convierten en colaboradores de Dios no sólo en la transmisión de la vida física sino también de la vida espiritual a sus hijos.

Queridos padres, juntamente con vosotros doy gracias al Señor por el don de estos niños e invoco su asistencia para que os ayude a educarlos y a insertarlos en el Cuerpo espiritual de la Iglesia. A la vez que les ofrecéis lo que es necesario para el crecimiento y para la salud, vosotros, con la ayuda de los padrinos, os habéis comprometido a desarrollar en ellos la fe, la esperanza y la caridad, las virtudes teologales que son propias de la vida nueva que han recibido con el sacramento del bautismo.

Aseguraréis esto con vuestra presencia, con vuestro afecto; y lo aseguraréis, ante todo y sobre todo, con la oración, presentándolos diariamente a Dios, encomendándolos a él en cada etapa de su existencia. Ciertamente, para crecer sanos y fuertes, estos niños y niñas necesitarán cuidados materiales y muchas atenciones; pero lo que les será más necesario, más aún indispensable, es conocer, amar y servir fielmente a Dios, para tener la vida eterna. Queridos padres, sed para ellos los primeros testigos de una fe auténtica en Dios.

En el rito del bautismo hay un signo elocuente, que expresa precisamente la transmisión de la fe: es la entrega, a cada uno de los bautizandos, de una vela encendida en la llama del cirio pascual: es la luz de Cristo resucitado que os comprometéis a transmitir a vuestros hijos. Así, de generación en generación, los cristianos nos transmitimos la luz de Cristo, de modo que, cuando vuelva, nos encuentre con esta llama ardiendo entre las manos.

Durante el rito, os diré: "A vosotros, padres y padrinos, se os confía este signo pascual, una llama que debéis alimentar siempre". Alimentad siempre, queridos hermanos y hermanas, la llama de la fe con la escucha y la meditación de la palabra de Dios y con la Comunión asidua de Jesús Eucaristía.

Que en esta misión estupenda, aunque difícil, os ayuden los santos protectores cuyos nombres recibirán estos trece niños. Que estos santos les ayuden sobre todo a ellos, los bautizandos, a corresponder a vuestra solicitud de padres cristianos. En particular, que la Virgen María los acompañe a ellos y a vosotros, queridos padres, ahora y siempre. Amén.

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Traducción distribuida por la Santa Sede

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana

viernes, 18 de enero de 2008

“Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido.” ¿Aceptas mis designios? / Autores: Conchi y Arturo

"Queridos hermanos, amémonos unos a otros, porque el amor procede de Dios. Todo aquel que ama es hijo de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Dios ha mostrado su amor hacia nosotros al enviar a su Hijo único al mundo para que tengamos vida por él. El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo, para que, ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados." (1 Juan 4, 7-11)

En estos versículos de la Biblia encontramos respuesta a dos de las preguntas que solemos hacernos muchas veces en nuestra vida terrena: ¿Qué es Dios? "Dios es Amor". ¿Qué soy yo? "Hijo de Dios". A fuerza de escucharlo nos parecen dos cosas obvias. Si somos sinceros descubriremos que no hemos asumido profundamente estas dos verdades vitales para nuestra existencia. El crecimiento de estas dos realidades hace emerger el rostro de Cristo en nuestra vida y nos llena de paz.

Dios contrario al mal

Para amar auténticamente hay que acudir a la fuente del Amor: "procede de Dios". Creer que amar consiste en elogios, sensibilidades, emociones físicas, poéticas y en la ausencia de conflictos es no haberse sumergido en la Palabra de Dios. Los hombres somos los sembradores del conflicto. El pecado original no fue sexual sino de rechazo del amor. Adán y Eva no obedecieron las Palabras del Padre Celestial y rechazaron el Plan de Amor eterno que tenía preparado para todos.

Dios ante ese rechazo nos sigue amando profundamente y responde a nuestros conflictos enviando a Jesús, su Hijo, para que con su muerte y resurrección nos rescate de los pecados pasados, presentes y futuros. Cristo es nuestro rescate permanente si nos acogemos a su salvación. Por muchos pecados que cometamos ningún sobre esfuerzo humano podría reparar el daño causado. Cada acto de mal en nuestra vida, aunque nadie lo vea o sea de omisión tiene consecuencias para los demás.

El amor de Dios es único por todos y cada uno de los seres humanos. Él nos pensó desde toda la eternidad para que vivamos en su presencia en plenitud de felicidad perpetua. Por eso cumplimos nuestra misión de "Hijos de Dios" cuando nos amamos como Dios lo hace con cada uno de nosotros, dando vida siempre. Él
nos creo de la nada y nos regala todo. No nos condena, nos rescata si acudimos a Él. El Dios Trinitario es totalmente contrario a todo el mal que hacemos pero nos ama como hijos únicos.

Una historia de amor

Un hombre se sienta a nuestro lado en la iglesia y ora triste. Parece tener menos de 70 años. Después de hacernos unas consultas sobre los horarios de la parroquia su rostro se ilumina y empieza a contarnos:

-Hace unas semanas enterré a mi esposa. Era mayor que yo. Oro porque realmente creo en Dios y seguro que Él me escucha. Mi esposa lo era todo para mi.

-Se nota en su mirada que amaba mucho a su mujer.

-Lo nuestro fue un amor maduro. Ella estaba viuda. La conocí cuando estaba dispuesto a volver a Castilla, mi tierra natal. Yo trabajaba en una cantera y me rompí un dedo. Tuve que abandonar el trabajo y como necesitaba subsistir antes de volver a mi pueblo busqué una ocupación y la encontré en una casa de campo en la parte oeste del pueblo, allí donde hay actualmente.....

-Por los detalles que da está usted hablando de hace muchos años....

-Aunque no lo parezca yo voy a cumplir los ochenta y mi mujer falleció a los noventa y un años. Trabajando en la casa de campo me sobrevinieron vómitos de sangre y como los médicos desconocían mi enfermedad recomendaron que no me moviera de la vivienda. En aquel tiempo no había ni ambulancias.

-Y ¿Qué sucedió?

-Pues que la propietaria era la viuda que me había contratado. Como ella debía ir por la mañana a vender los productos al mercado le encargaba a una vecina que me cuidara cuando ella no estaba. Asumió un riesgo grande la que luego sería mi esposa porque el médico le había advertido que me podía morir en cualquier momento y yo sólo era un empleado.

Al final permanece el amor

-Eso es amar como Dios desea que se ame, cuidándonos los unos a los otros como Él lo hace con cada uno!!!

-Entre nosotros no existía ninguna relación. Al recuperarme ella me buscó un trabajo en una empresa del pueblo a través de una hermana suya. A los 15 días ya trabajaba.

-¿Y cómo se casaron?

-Estaba tan impresionado por como me había cuidado aquella mujer que de aquella enfermedad Dios hizo surgir un amor muy maduro. Estoy convencido que fue realmente la mano del Señor la que inflamó nuestro corazón. Mi mujer lo ha sido todo para mí. Ahora vivo sólo y me acuesto pronto. Noto mucho su vacio, pero a la vez su recuerdo me lo llena todo. Realmente nos amamos mucho.

-Dios lo hace concurrir todo para el bien de los que ama y a usted le queda el haberse sentido profundamente amado por su esposa y el que usted siempre le ha correspondido. Incluso ahora ha venido a rezar por ella.

-Es lo único que puedo hacer. Creo profundamente en Dios y estoy seguro que mis oraciones llegan a Él y son escuchadas.

-No hay ninguna duda. Dios les ama a usted y a su esposa como seres únicos. Ella, con el amor con que vivió y que ha dejado depositado en su corazón de buen seguro debe estar disfrutando de la felicidad de la presencia de Dios.

-¿Ustedes creen? Es que nosotros hemos vivido amándonos el uno al otro sin tener un sólo reproche en el momento de separarnos.

-Eso es lo que dice San Pablo a los Corintios. Al final de nuestra vida sólo permanecerá el Amor. Y eso es lo que le pasa a usted que vive el duelo y a la vez sigue percibiendo todo el amor que su mujer depositó en su corazón...

-Es lo que yo pienso...pero me alegra que me lo confirmen.

El hombre se despide con el rostro iluminado y con las lágrimas deslizándose por sus mejillas. Le deseamos que siga amando a todas las personas como lo hizo con su mujer.

Sin amor todo lo que haga de nada sirve

Nos esforzamos mucho en ser atentos, tener buena imagen, obtener títulos universitarios y un sin fin de diplomas. Aprendemos informática, idiomas y lo que haga falta para parecer los mejores. No tenemos conciencia de que eso en muchos momentos de la vida es perder el tiempo.

Somos hijos amados de Dios llamados al Amor y destinados exclusivamente a amar:

"Si hablo las lenguas de los hombres, y aun las de los ángeles, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que retiñe. Y si tengo el don de profecía, y entiendo los designios secretos de Dios, y sé todas las cosas; y si tengo la fe necesaria para mover montañas, pero no tengo amor, no soy nada. Y si reparto entre los pobres cuanto poseo, y aun si entrego mi cuerpo para tener de qué enorgullecerme, pero no tengo amor, de nada me sirve." 1 Corintios 13, 1-3

A esta párrafo escrito por San Pablo podemos añadirle todos los actos que hemos realizado en la vida y apostillar al final: "...pero no tengo amor, de nada me sirve." Si Dios es Amor sólo Dios puede enseñarnos a amar. ¿Acudimos cada día a Él para que nos enseñe a amar y nos llene del agua viva del Amor? Únicamente una actitud es útil hablando en términos humanos de aprovechar el tiempo: "Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. De manera que, así en la vida como en la muerte, del Señor somos."
(Rom 14, 8) Andamos en tinieblas y nos dañamos, a nosotros y a los demás, cuando hacemos cosas sin contar con la sabiduria y el amor de Dios.

Como afirmó el mismo Pablo en el Areópago y consta en los Hechos de los Apóstoles 17, 24-28:

"El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, es Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos construidos por los hombres ni necesita que nadie haga nada para él, pues él da a todos la vida, el aire y todo lo demás.
A partir de un solo hombre hizo él todas las naciones, para que vivan en toda la tierra; y les ha señalado el tiempo y el lugar en que deben vivir, para que busquen a Dios, y quizá, como a tientas, puedan encontrarle, aunque en verdad Dios no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en Dios vivimos, nos movemos y existimos; como también dijeron algunos de vuestros poetas: ‘Somos descendientes de Dios."


El Bautismo nos sumergió de nuevo en la misión de ser Hijos de Dios. Cuando fuimos bautizados el Padre del Cielo actualizó sobre todos y cada uno de nosotros las mismas palabras que dirigió a Cristo en el Jordán ante Juan: “Este es mi Hijo amado, a quien he elegido.” (Mateo 3,17): Todas las personas nos sentimos halagadas y orgullosas de ser elegidas para un trabajo, para un cargo público, para ser depositarios de una confianza...¿Tenemos realmente asumido que cualquier elección humana es inferior a haber sido designados por el amor de Dios Hijos suyos? ¿Cuantas veces hemos sido conscientes en nuestra vida que somos Hijos
elegidos de Dios creados para amar?

Escucha las Palabras de Dios que están dirigidas para tí a cada instante: “Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido.” ¿Aceptas esa elección realizada por la sabiduría del autor de toda Vida? ¿Quieres ejercer el único cargo para el que verdaderamente has sido designado? ¿Tienes claro, que Dios quiere hacer de tí un especialista en el auténtico Amor? Si es así, sé capaz de exclamar con humildad y gozo : "Habla y enseña Señor que tu siervo escucha !!!"

En 2 Pedro 1, 3-11, se nos indican los criterios que debemos aplicar para caminar en la Voluntad de Dios y responder a su elección:

"Dios, por su poder, nos ha concedido todo lo que necesitamos para la vida y la devoción, al hacernos conocer a aquel que nos llamó por su propia grandeza y sus obras maravillosas. Por medio de ellas nos ha dado sus promesas, que son muy grandes y de mucho valor, y por las cuales llegaréis a tener parte en la naturaleza de Dios y escaparéis de la corrupción que los malos deseos han traído al mundo. Por eso debéis esforzaros por añadir a vuestra fe la buena conducta; a la buena conducta, el conocimiento; al conocimiento, el dominio propio; al dominio propio, la paciencia; a la paciencia, la devoción; a la devoción, el afecto fraternal; y al afecto fraternal, el amor.
Si poseéis estas cualidades y las desarrolláis, ni vuestra vida será inútil ni habréis conocido en vano a nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no las posee es como un ciego o corto de vista; ha olvidado que fue limpiado de sus pecados anteriores. Por tanto, hermanos, ya que Dios os ha llamado y escogido, procurad que esto arraigue en vosotros, pues haciéndolo así nunca caeréis. De ese modo se os abrirán de par en par las puertas del reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo."


Escucha orando estas palabras escritas en Isaias 42, 6-7, y que el Señor desea actualizar hoy para tí:

"Yo, el Señor, te llamé
y te tomé por la mano,
para que seas instrumento de salvación;
yo te formé, pues quiero que seas
señal de mi pacto con el pueblo,
luz de las naciones.
Quiero que des vista a los ciegos
y saques a los presos de la cárcel,
del calabozo donde viven en la oscuridad."


¿Quieres triunfar?

Hay un texto que nos han enviado y del cual desconocemos el autor. Resume muy bien el auténtico triunfo. Realmente has sido creado para tener el mayor de los éxitos y lo conseguirás si se cumplen estas premisas:

Cuando el egoísmo no limite tu capacidad de amar.

Cuando confíes en ti mismo aunque todos duden de ti y
dejes de preocuparte por el qué dirán.

Cuando tus acciones sean tan concisas en duración como
largas en resultados.

Cuando puedas renunciar a la rutina sin que ello
altere el metabolismo de tu vida.

Cuando sepas distinguir una sonrisa de una burla, y
prefieras la eterna lucha que la compra de la falsa
victoria.

Cuando actúes por convicción y no por adulación.

Cuando puedas ser pobre sin perder tu riqueza y rico
sin perder tu humildad.

Cuando sepas perdonar tan fácilmente como ahora te
disculpas.

Cuando puedas caminar junto al pobre sin olvidar que
es un hombre, y junto al rico sin pensar que es un
dios.

Cuando sepas enfrentar tus errores tan fácil y
positivamente como tus aciertos.

Cuando halles satisfacción compartiendo tu riqueza.

Cuando sepas obsequiar tu silencio a quien no te pide
palabras, y amor al que te lo mendiga a gritos pese a que sea tu enemigo.

Cuando ya no debas sufrir por conocer la felicidad y
no seas capaz de cambiar tus sentimientos o tus metas
por el placer.

Cuando no trates de hallar las respuestas en las cosas
que te rodean, sino en Dios y en tu propia persona.

Cuando aceptes los errores, cuando no pierdas la
calma, entonces y sólo entonces, serás... ¡un
triunfador!

Dios es la la llave para abrir todas tus puertas. Sólo debes decir: "Señor quiero vivir de tu vida"

Alabemos a Dios:

Alabad al Señor, seres celestiales:
alabad el poder y la gloria del Señor,
alabad el glorioso nombre del Señor,
adorad al Señor en su hermoso santuario.

La voz del Señor resuena sobre el mar;
el Dios glorioso hace tronar:
¡el Señor está sobre el mar inmenso!
La voz del Señor resuena poderosa,
la voz del Señor resuena imponente,
la voz del Señor desgaja los cedros.
¡El Señor desgaja los cedros del Líbano!
Hace temblar los montes Líbano y Sirión,
¡los hace saltar como toros y becerros!
La voz del Señor lanza llamas de fuego,
la voz del Señor hace temblar al desierto,
¡el Señor hace temblar al desierto de Cadés!
La voz del Señor sacude las encinas
y deja sin árboles los bosques.
En su templo, todos le rinden honor.


El Señor gobierna las lluvias,
¡el Señor gobierna cual rey eterno!
El Señor da fuerza a su pueblo,
el Señor bendice a su pueblo con paz.


Salmo 29 (28)

Y demos gracias a Dios que es y da siempre Amor:

Amo al Señor porque ha escuchado mis súplicas,
porque me ha prestado atención.
¡Toda mi vida le invocaré!
La muerte me enredó en sus lazos,
la angustia del sepulcro me alcanzó
y fui presa del miedo y del dolor.
Entonces invoqué el nombre del Señor
y le rogué que me salvara la vida.

El Señor es justo y compasivo;
nuestro Dios es todo ternura.
El Señor cuida de los sencillos.
Cuando yo estaba sin fuerzas, me salvó.
Ahora sí, puedo volver a sentirme tranquilo
porque el Señor ha sido bueno conmigo,
porque me ha librado de la muerte,
porque me ha librado de llorar y de caer.
Seré obediente al Señor
en el mundo de los que viven.

Yo tenía fe, a pesar de que decía
que era grande mi aflicción.
Desesperado, afirmé
que todo hombre es mentiroso.

¿Cómo podré pagar al Señor
todo el bien que me ha hecho?
¡Levantaré la copa de la salvación
e invocaré su nombre!
Cumpliré mis promesas al Señor
en presencia de todo su pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
ver morir a los que le aman.
¡Oh Señor, yo soy tu siervo!,
¡soy el hijo de tu sierva!
Tú has roto los lazos que me ataban.
En gratitud, te ofreceré sacrificios,
e invocaré, Señor, tu nombre.
Cumpliré mis promesas al Señor
en presencia de todo su pueblo,
en los atrios del templo del Señor,
¡en medio de ti, Jerusalén!

Aleluya!


Salmo 116 (114-115)

miércoles, 16 de enero de 2008

La «Nueva Era» sin máscaras / Autor: Eleuterio Fernández Guzmán

La «Nueva Era» sin máscaras El que esto escribe ha tenido la oportunidad, no sé yo si decir la suerte, de ver un anuncio que no por ser curioso deja de preocupar. En el mismo se anunciaba una colección de libros de la denominada Nueva Era. Nada más y nada menos.

Sabemos (al menos algunas personas avisadas de la situación) que la denominada Nueva Era es, en primer lugar, un movimiento presuntamente espiritual y, en segundo lugar, un intento de sustituir, bajo la denominada Era de Acuario, al cristianismo.

Y eso es así, por muy increíble que pueda parecer.

Mucho se ha escrito sobre esa especie de masa invisible pero tangible (por los ámbitos sociales a los que afecta) y también la Iglesia Católica ha dicho lo que le correspondía sobre tal preocupante situación.

Así, el documento «Jesucristo. Portador del agua de la vida» subtitulado «Una reflexión cristiana sobre la 'Nueva Era'» refiere, abundantemente a lo que, en realidad «representa una especie de compendio de posturas que la Iglesia ha identificado como heterodoxas»[1]. Esta situación es, muy propiamente, la que abunda hoy día, donde el principio moral por excelencia es el «todo vale» y donde lo que podría parecer aceptación de cualquier postura religiosa no es, sino, un grave empobrecimiento de la Verdad.

Pero, en realidad, ¿Qué es la Nueva Era?

Hay, seguramente, mucha confusión con lo que, en realidad, es esto. «No es un movimiento en el sentido en que normalmente se emplea el término 'Nuevo Movimiento Religioso', ni es lo que normalmente se da a entender con los términos 'culto' o 'secta'»[2]. Y todo esto lleva, seguramente, a una confusión notable a cualquier persona que quiera, siquiera, conocer a lo que se enfrenta su fe.

Sobre la persona humana, la Nueva Era niega la existencia de un Dios trascendente y establece, por así decirlo, que aquella tiene una especie de «yo auto-creador»[3] que le permite, independientemente del Creador, llegar a ser todo lo que su potencia como persona, pueda porque, en realidad, «somos co-creadores y creamos nuestra propia realidad»[4]. ¿No es esto, precisamente, lo que el Maligno propuso al hombre cuando, aún, habitaba el Paraíso?

Ya hemos dicho, arriba, que la Nueva Era no cree en un Dios trascendente. Se apoya, sobre todo, en las religiones procedentes de oriente y, claro, en todas las que sean anteriores al nacimiento de Cristo pues, por decirlo así, establece una especie de puente que uniría dos orillas de un gran mar de supuesta espiritualidad: la época anterior al cristianismo y el ahora mismo, una vez superada la llamada «edad cristiana».

Y es que, como, en su día, dijo el ahora Pontífice, «Dios no es una persona que está frente al mundo, sino la energía espiritual que invade el Todo»[5] y, por eso, «si no existe la verdad común, vigente precisamente porque es verdadera, el cristianismo es sólo algo importado de fuera, un imperialismo espiritual que se debe sacudir con no menos fuerza que el político»[6]

Una vez fijado el espacio básico de actuación de la Nueva Era, es conveniente, casi como si se tratara de un verdadero servicio público, traer, aquí, un ejemplo bien definido sobre lo que ese movimiento entiende sobre Dios.

El padre Jordi Rivero[7], facilita esta necesidad con algo que es, en sí mismo, símbolo y paradigma de la Nueva Era. Es un, a modo, de expresión de fe.

«Esta es mi idea de Dios:

Dios hombre, mujer.
Dios con la capacidad de entender y perdonar toda desviación humana.
Dios es animal, vegetal, mineral. Dios interconectado con toda la vida que palpita en el planeta.
Dios juego, Dios canto y alabanza. Dios festivo y risueño.
Dios con tendencia a ver la vida con la tranquilidad e inocencia de los niños.
Dios presente o ausente en las acciones humanas.
Dios equilibrio, estrella y universo.
Creo en un Dios sin sexo, ni edad, ni condición social o raza.
Creo en un Dios más allá de toda iglesia porque su amor es poco abarcable por los hombres actuales.
Creo en el Dios pintor, escultor, poeta, capaz de crear todas las maravillas del entorno.
Creo en un Dios comprensivo, que ama hasta el punto de dejarnos errar a lo largo de la vida.
Creo en un Dios que sonríe ante conceptos como cielo, infierno y purgatorio.
No creo en un Dios limitado a un solo espacio-tiempo.
Creo en un Dios sol, dios luna, Dios pacha mama, demeter, gea...etc.
Creo en un Dios sentimental, sensible y sabio como lo fue Jesús... uno de sus tantos enviados.
Creo que cada ser vivo en el planeta tiene en su alma una chispa divina, trocitos del gran padre-madre... dados por amor».
Y esto, confrontado con nuestro Credo, como eje principal de la fe cristiana, y con el resto de creencias propias del que confía en el Dios verdadero y único, Padre de Jesucristo, debería dejar las cosas bastante clarificadas para cualquiera que no sepa, exactamente, de qué tratamos aquí.

Pero, por si no fuera, eso, ya, suficiente, hemos de recurrir, porque es conveniente siempre, a las fuentes de nuestra fe que, como suele suceder, son fuentes de agua viva a donde podemos acudir cuando se nos haya quedado un poco seca el alma.

Así, Juan Pablo II entendió, perfectamente, la necesidad de reacción. En el Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante, en 1990, dijo lo siguiente: «La misma vigilancia que ponéis cuando están en juego vuestros asuntos materiales, con el fin de no ser víctimas de los engaños de quienes quieren aprovecharse de vosotros, debe guiaros para no caer en la red de las asechanzas de quien atenta contra vuestra fe.

Y, para decir esto no se apoya en un pensamiento que hubiera discurrido por él mismo sino que, lógicamente, tenía, y tiene, su origen evangélico tal decir. Es el evangelista Marcos[8] el que recoge el siguiente aviso de Jesús: "Mirad que no os engañe nadie -nos advierte el Señor-. Vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo ´yo soy´, y engañarán a muchos ... Si alguno os dice: ´Mirad, el Cristo aquí´. ´Miradlo allí´, no le creáis. Pues surgirán falsos profetas", porque, al fin y al cabo, hemos de guardarnos de los "Que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis"[9].

Por eso ahora, en España, la Nueva Era ha quedado desenmascarada por voluntad propia. La labor de cada uno de los que nos consideramos cristianos y católicos es ahondar en su conocimiento para revelar su verdadero sentido, maligno, y hacer ver a aquellas personas que no son capaces de apreciar la importancia negativa que tiene tal movimiento dogmático para sus vidas.

En realidad, nos va la vida en ello. Aunque, por ahora, sólo sea la espiritual.

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Notas

[1] "Jesucristo. Portador del agua de la vida", 1.4.

[2] Ídem nota anterior, introducción apartado 2 "La espiritualidad de la Nueva Era. Visión general".

[3] Ídem nota anterior, 2.3.4.1.

[4] Ídem nota anterior.

[5] Josep Ratzinger, "Situación actual de la Fe y la Teología", en www.mercaba.org/TEOLOGIA/Articulos/teo-003.htm.

[6] Ídem documento anterior.

[7] En http://www.corazones.org/apologetica/grupos/nueva_era.htm puede leerse el resto de la información.

[8] Mc 13, 6. 21-22.

[9] Mt 7, 15-16.


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Fuente: Conoze.com

Haced lo que Él os diga / Autor: P. Jesús Higueras

Al tercer día hubo una boda en Caná, un pueblo de Galilea. La madre de Jesús estaba allí, y Jesús y sus discípulos también habían sido invitados a la boda. En esto se acabó el vino, y la madre de Jesús le dijo:
–Ya no tienen vino.
Jesús le contestó:
–Mujer, ¿por qué me lo dices a mí? Mi hora aún no ha llegado.
Dijo ella a los que estaban sirviendo:
–Haced lo que él os diga.
Había allí seis tinajas de piedra, para el agua que usan los judíos en sus ceremonias de purificación. En cada tinaja cabían entre cincuenta y setenta litros.
Jesús dijo a los sirvientes:
–Llenad de agua estas tinajas.
Las llenaron hasta arriba, y les dijo:
–Ahora sacad un poco y llevádselo al encargado de la fiesta.
Así lo hicieron, y el encargado de la fiesta probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde había salido. Solo lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua. Así que el encargado llamó al novio y le dijo:
–Todo el mundo sirve primero el mejor vino, y cuando los invitados ya han bebido bastante, sirve el vino corriente. Pero tú has guardado el mejor hasta ahora.

Jn 2, 1-10

A todos se nos gastan las “pilas”. Es algo que muchas veces hemos comprobado en nuestra vida, cuando después de un tiempo largo de esfuerzo y de lucha, las cosas parece que empiezan a perder sentido y nos cansamos. Esa ilusión inicial con que comenzamos la tarea, si no se tiene cuidado, se puede ir convirtiendo en rutina, e incluso en hastío y desesperanza.

Algo parecido les pasó a los novios de Caná, cuando dieron sin medida lo que tenían y se les gastó el vino. Se dieron cuenta que habían calculado mal y sólo les quedaba agua, pura y simple agua. Pero supieron a quien recurrir, a quien pedir consejo, porque entre sus invitados había una mujer discreta y sensata, que inmediatamente les llenó de sosiego: María.

¡Que grande es María, siendo tan pequeña y silenciosa! Ella sí que sabe hacer intervenir en nuestras vidas el poder y la fuerza de un Dios que muchas veces se esconde, y parece como si quisiera pasar desapercibido. Se le ha llegado a llamar la Omnipotencia suplicante, porque todo lo que María pide es escuchado y amado por Dios. Y el método de María es muy fácil, y a la vez difícil: “Haced lo que Él os diga”. Porque ella sabe, que aquél que es capaz de escuchar en su interior la voz de su hijo Jesús, e intentar ponerla por obra, siempre saldrá adelante.

Esto es especialmente importante cuando en nuestra vida se nos gastan las “pilas”. Perdemos las fuerzas, la esperanza, la ilusión, y parece que la monotonía y la rutina es la dueña de nuestro tiempo. Es el momento de recurrir a María y ella nos enseñará a poner ante su hijo esas carencias nuestras, esos fracasos, esas desilusiones, e incluso esos errores que nos pueden torturar y hacer daño. Sólo Jesucristo es capaz de transformar nuestra agua en un vino nuevo, capaz de volver a darnos alegría e ilusión por las cosas. Simplemente hace falta que seas capaz de poner ante Él tu vida, y desear sinceramente hacer lo que te diga. A veces te pedirá sosiego y que des tiempo al tiempo, otras veces Él mismo te cogerá de las manos, y te levantará de tu postración, diciéndote: “Ánimo, te ofrezco un futuro nuevo, un vino nuevo para tu vida. Te queda mucha belleza por ver y por hacer para los demás, me tienes contigo, basta con que seas consciente de ello y pidas fe”. Porque la fe en la fuerza y el poder de Dios es esencial. Solo cuando nos convenzamos que el Señor es el verdadero motor de nuestra vida, que Él siempre da primero lo que luego nos pide, entonces acometeremos las cosas importantes de nuestra vida.

Hay que cargar las pilas. Lo importante es saber donde, porque mucha gente hoy en día, recurre a la evasión, al olvido temporal e incluso a las pastillas, para querer recobrar unas fuerzas que se han gastado en el camino, y todo ello no está mal. Pero hay una fuente siempre abierta, la fuente de la Vida, que al acercarte a ella y probarla, transformará tu agua en vino. Esa fuente es Cristo, y está en su Palabra, en la oración, y especialmente en la Eucaristía. No tengas miedo de acudir a la fuente con toda la frecuencia que necesites, aunque para ello tengas que gastar un poco de tu tiempo, y elegir entre el Señor y otras actividades. Haz la prueba de orar, de escuchar y leer despacio su Palabra, y sobre todo de recibir con frecuencia la Comunión o el Sacramento de la Reconciliación. Pero no te olvides, quien mejor te guiará, es la mano sencilla y cálida de María.

Los últimos días de san Agustín de Hipona / Autor: Benedicto XVI

Intervención en la audiencia general

Publicamos la intervención de Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles en la que revivió los últimos días de san Agustín de Hipona, continuando con la meditación comenzada la semana anterior.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:


Hoy, al igual que el miércoles pasado, quisiera hablar del gran obispo de Hipona, san Agustín. Cuatro años antes de morir, quiso nombrar a su sucesor. Por este motivo, el 26 de septiembre del año 426 reunió al pueblo en la Basílica de la Paz, en Hipona, para presentar a los fieles a quien había designado par esta tarea. Dijo: «En esta vida, todos somos mortales, pero el último día de esta vida es siempre incierto para cada individuo. De todos modos, en la infancia se espera llegar a la adolescencia; en la adolescencia a la juventud; en la juventud a la edad adulta; en la edad adulta a la edad madura; en la edad madura a la vejez. Uno no está seguro de que llegará, pero lo espera. La vejez, por el contrario, no tiene ante sí otro período en el que poder esperar; su misma duración es incierta... Yo por voluntad de Dios llegué a esta ciudad en el vigor de mi vida; pero ahora ha pasado mi juventud y ya soy viejo» (Carta 213, 1).

En ese momento, Agustín pronunció el nombre de su sucesor designado, el sacerdote Heraclio. La asamblea estalló en un aplauso de aprobación repitiendo 23 veces: «¡Gracias sean dadas a Dios!». Con otras aclamaciones, los fieles aprobaron, además, lo que después dijo Agustín sobre los propósitos para su futuro: quería dedicar los años que le quedaban a un estudio más intenso de las Sagradas Escrituras (Cf. Carta 213, 6).

De hecho, siguieron cuatro años de extraordinaria actividad intelectual: concluyó obras importantes, emprendió otras no menos comprometedoras, mantuvo debates públicos con los herejes --siempre buscaba el diálogo-- promovió la paz en las provincias africanas insidiadas por las tribus bárbaras del sur.

En este sentido, escribió al conde Dario, venido a África para superar las diferencias entre el conde Bonifacio y la corte imperial, de las que se aprovechaban las tribus de los mauris para sus correrías: «Título de grande de gloria es precisamente el de aplastar la guerra con la palabra, en vez de matar a los hombres con la espada, y buscar o mantener la paz con la paz y no con la guerra. Ciertamente, incluso quienes combaten, si son buenos, buscan sin duda la paz, pero a costa de derramar sangre. Tú, por el contrario, has sido enviado precisamente para impedir que se derrame la sangre» (Carta 229, 2).

Por desgracia quedó decepcionada la esperanza de una pacificación de los territorios africanos: en mayo del año 429 los vándalos, enviados a África como desquite por el mismo Bonifacio, pasaron el estrecho de Gibraltar y penetraron en Mauritania. La invasión se extendió rápidamente por otras ricas provincias africanas. En mayo y en junio del año 430, «los destructores del imperio romano», como califica Posidio a esos bárbaros (Vida, 30,1), rodeaban Hipona, asediándola.

En la ciudad, también se había refugiado Bonifacio, quien, reconciliándose demasiado tarde con la corte, trataba en vano de bloquear el paso a los invasores. El biógrafo Posidio describe el dolor de Agustín: «Más que de costumbre, sus lágrimas eran su pan día y noche y, llegado ya al final de su vida, se arrastraba más que los demás en la amargura y en el luto su vejez» (Vida, 28,6). Y explica: «Ese hombre de Dios veía las matanzas y las destrucciones de las ciudades; las casas destruidas en los campos y a los habitantes asesinados por los enemigos o expulsados; las iglesias sin sacerdotes o ministros, las vírgenes consagradas y los religiosos dispersos por doquier; entre ellos, algunos habían desfallecido ante las torturas, otros habían sido asesinados con la espada, otros eran prisioneros, perdiendo la integridad del alma y del cuerpo e incluso la fe, obligados por los enemigos a una esclavitud dolorosa y larga» (ibídem, 28,8).

Si bien era anciano y estaba cansado, Agustín permaneció en primera línea, consolándose a sí mismo y a los demás con la oración y con la meditación de los misteriosos designios de la Providencia. Hablaba de la «vejez del mundo» --y era verdaderamente viejo este mundo romano--, hablaba de esta vejez como ya lo había hecho años antes para consolar a los refugiados procedentes de Italia, cuando en el año 410 los godos de Alarico invadieron la ciudad de Roma.

En la vejez, decía, abundan los achaques: tos, catarro, legañas, ansiedad, agotamiento. Pero si el mundo envejece, Cristo es siempre joven. Y lanzaba esta invitación: «no hay que negarse a rejuvenecer con Cristo, que te dice: "No temas, tu juventud se renovará como la del águila"» (Cf. Sermón 81,8). Por eso el cristiano no debe abatirse en las situaciones difíciles, sino tratar de ayudar al necesitado.

Es lo que el gran doctor sugiere respondiendo al obispo de Thiave, Honorato, quien le había pedido si, bajo la presión de las invasiones bárbaras, un obispo o un sacerdote o cualquier hombre de Iglesia podía huir para salvar la vida. «Cuando el peligro es común a todos, es decir, para obispos, clérigos y laicos, quienes tienen necesidad de los demás no deben ser abandonados por aquellos de quienes tienen necesidad. En este caso, todos deben refugiarse en lugares seguros; pero si algunos tienen necesidad de quedarse, que no sean abandonados por quienes tienen el deber de asistirles con el ministerio sagrado, de manera que o se salvan juntos o juntos soportan las calamidades que el Padre de familia quiera que sufran» (Carta 228, 2). Y concluía: «Esta es la prueba suprema de la caridad» (ibídem, 3). ¿Cómo no reconocer en estas palabras el heroico mensaje que tantos sacerdotes, a través de los siglos, han acogido y hecho propio?

Mientras tanto resistía la ciudad de Hipona. La casa-monasterio de Agustín había abierto sus puertas para acoger en el episcopado a las personas que pedían hospitalidad. Entre estos se encontraba también Posidio, que ya era discípulo suyo, quien pudo de este modo dejarnos el testimonio directo de aquellos últimos y dramáticos días.

«En el tercer mes de aquel asedio --narra-- se acostó con fiebre: era su última enfermedad» (Vida, 29,3). El santo anciano aprovechó aquel momento, finalmente libre, para dedicarse con más intensidad a la oración. Solía decir que nadie, obispo, religioso o laico, por más irreprensible que pueda parecer su conducta, puede afrontar la muerte sin una adecuada penitencia. Por este motivo, repetía continuamente entre lágrimas los salmos penitenciales, que tantas veces había recitado con el pueblo (Cf. ibídem, 31, 2).

Cuanto más se agravaba su situación, más necesidad sentía el obispo de soledad y de oración: «Para no ser disturbado por nadie en su recogimiento, unos diez días antes de abandonar el cuerpo nos pidió a los presentes que no dejáramos entrar a nadie en su habitación, a excepción de los momentos en los que los médicos venían a verle o cuando le llevaban la comida. Su voluntad fue cumplida fielmente y durante todo ese tiempo él aguardaba en oración» (ibídem,31, 3). Dejó de vivir el 28 de agosto del año 430: su gran corazón finalmente descansó en Dios.

«Con motivo de la inhumación de su cuerpo --informa Posidio-- se ofreció a Dios el sacrificio, al que asistimos, y después fue sepultado» (Vida, 31,5). Su cuerpo, en fecha incierta, fue trasladado a Cerdeña y, hacia el año 725, a Pavía, a la basílica de San Pedro en el Cielo de Oro, donde descansa hoy. Su primer biógrafo da este juicio conclusivo: «Dejó a la Iglesia un clero muy numeroso, así como monasterios de hombres y de mujeres llenos de personas dedicadas a la continencia y a la obediencia de sus superiores, junto con las bibliotecas que contenían los libros y discursos de él y de otros santos, por los que se conoce cuál ha sido por gracia de Dios su mérito y su grandeza en la Iglesia, y en los cuales los fieles siempre le encuentran vivo» (Posidio, Vida, 31, 8).

Es un juicio al que podemos asociarnos: en sus escritos también nosotros le «encontramos vivo». Cuando leo los escritos de san Agustín no tengo la impresión de que sea un hombre muerto hace más o menos mil seiscientos años, sino que lo siento como un hombre de hoy: un amigo, un contemporáneo que me habla, que nos habla con su fe fresca y actual.

En san Agustín que nos habla --me habla a mí en sus escritos--, vemos la actualidad permanente de su fe, de la fe que viene de Cristo, del Verbo Eterno Encarnado, Hijo de Dios e Hijo del hombre. Y podemos ver que esta fe no es de ayer, aunque haya sido predicada ayer; es siempre actual, porque realmente Cristo es ayer, hoy y para siempre. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. De este modo, san Agustín nos anima a confiar en este Cristo siempre vivo y a encontrar así el camino de la vida.

[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:

Siguiendo hablando de San Agustín, me refiero hoy a sus últimos años de vida, cuando designó a su sucesor, Heraclio, como Obispo de Hipona, para consagrar su tiempo al estudio de la Sagrada Escritura. Fueron años de una extraordinaria actividad intelectual, pero en los que realizó también grandes esfuerzos de pacificación ante el acoso de la tribus del sur a las provincias africanas. Como él decía, «la gloria más grande es de vencer a la guerra con la palabra, más que matar a los hombres con la espada». Después, el asedio de Hipona por los Vándalos en el cuatrocientos veintinueve aumentó más aún la pena de Agustín. En su vejez, veía derrumbarse el mundo de la cristiandad en su tierra. No obstante, permaneció firme, confortando a los demás con la meditación de los misteriosos designios de la Providencia. Si el mundo envejece, Cristo es siempre joven, afirmaba. Su casa-monasterio se abrió a los hermanos en el episcopado que le pedían hospitalidad. Ya cercano a la muerte, sólo se ocupaba de orar con los salmos penitenciales, porque, confesaba, nadie puede afrontar la muerte sin una adecuada penitencia. Murió el 28 de agosto del cuatrocientos treinta. Su cuerpo fue trasladado a Cerdeña y, hacia el setecientos veinticinco, a Pavía, donde reposa hoy. Pero nosotros lo reencontramos aún vivo en sus escritos.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España, Uruguay y otros países latinoamericanos. Que la vida y escritos de San Agustín sean para todos nosotros luz y aliento en nuestro camino.

Muchas gracias.

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[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina © Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

lunes, 14 de enero de 2008

Celebremos el Tiempo Ordinario / Autor: P. Antonio Rivero, L.C.

Ordinario no significa de poca importancia, anodino, insulso, incoloro. Sencillamente, con este nombre se le quiere distinguir de los “tiempos fuertes”, que son el ciclo de Pascua y el de Navidad con su preparación y su prolongación.

Es el tiempo más antiguo de la organización del año cristiano. Y además, ocupa la mayor parte del año: 33 ó 34 semanas, de las 52 que hay.

El Tiempo Ordinario tiene su gracia particular que hay que pedir a Dios y buscarla con toda la ilusión de nuestra vida: así como en este Tiempo Ordinario vemos a un Cristo ya maduro, responsable ante la misión que le encomendó su Padre, le vemos crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios su Padre y de los hombres, le vemos ir y venir, desvivirse por cumplir la Voluntad de su Padre, brindarse a los hombres…así también nosotros en el Tiempo Ordinario debemos buscar crecer y madurar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor, y sobre todo, cumplir con gozo la Voluntad Santísima de Dios. Esta es la gracia que debemos buscar e implorar de Dios durante estas 33 semanas del Tiempo Ordinario.

Crecer. Crecer. Crecer. El que no crece, se estanca, se enferma y muere. Debemos crecer en nuestras tareas ordinarias: matrimonio, en la vida espiritual, en la vida profesional, en el trabajo, en el estudio, en las relaciones humanas. Debemos crecer también en medio de nuestros sufrimientos, éxitos, fracasos. ¡Cuántas virtudes podemos ejercitar en todo esto! El Tiempo Ordinario se convierte así en un gimnasio auténtico para encontrar a Dios en los acontecimientos diarios, ejercitarnos en virtudes, crecer en santidad…y todo se convierte en tiempo de salvación, en tiempo de gracia de Dios. ¡Todo es gracia para quien está atento y tiene fe y amor!

El espíritu del Tiempo Ordinario queda bien descrito en el prefacio VI dominical de la misa: “En ti vivimos, nos movemos y existimos; y todavía peregrinos en este mundo, no sólo experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor, sino que poseemos ya en prenda la vida futura, pues esperamos gozar de la Pascua eterna, porque tenemos las primicias del Espíritu por el que resucitaste a Jesús de entre los muertos”.

Este Tiempo Ordinario se divide como en dos “tandas”. Una primera, desde después de la Epifanía y el bautismo del Señor hasta el comienzo de la Cuaresma. Y la segunda, desde después de Pentecostés hasta el Adviento.

Les invito a aprovechar este Tiempo Ordinario con gran fervor, con esperanza, creciendo en las virtudes teologales. Es tiempo de gracia y salvación. Encontraremos a Dios en cada rincón de nuestro día. Basta tener ojos de fe para descubrirlo, no vivir miopes y encerrados en nuestro egoísmo y problemas. Dios va a pasar por nuestro camino. Y durante este tiempo miremos a ese Cristo apóstol, que desde temprano ora a su Padre, y después durante el día se desvive llevando la salvación a todos, terminando el día rendido a los pies de su Padre, que le consuela y le llena de su infinito amor, de ese amor que al día siguiente nos comunicará a raudales. Si no nos entusiasmamos con el Cristo apóstol, lleno de fuerza, de amor y vigor…¿con quién nos entusiasmaremos?

Cristo, déjanos acompañarte durante este Tiempo Ordinario, para que aprendamos de ti a cómo comportarnos con tu Padre, con los demás, con los acontecimientos prósperos o adversos de la vida. Vamos contigo, ¿a quién temeremos? Queremos ser santos para santificar y elevar a nuestro mundo.

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Fuente: Catholic.net

jueves, 10 de enero de 2008

Tu dignidad / Autor: P. Jesús Higueras

"En aquel tiempo fue Jesús desde Galilea al río Jordán, a donde estaba Juan, para que este le bautizase. Al principio, Juan se resistió diciendole:
–Yo tendría que ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?
Jesús le contestó:
–Déjalo así por ahora, pues es conveniente que cumplamos todo lo que es justo delante de Dios.
Entonces Juan consintió. Jesús, una vez bautizado, salió del agua. En esto el cielo se abrió, y Jesús vio que el Espíritu de Dios bajaba sobre él como una paloma. Y se oyó una voz del cielo, que decía: “Este es mi Hijo amado, a quien he elegido.”"
Mt 3, 13-17

Todos sabemos que Cristo no tenía ninguna necesidad de recibir el Bautismo. Sin embargo quiso aprovechar esa circunstancia, no solamente para darnos un ejemplo de humildad, sino que sirvió también como manifestación de la Trinidad, con la voz del Padre, la presencia del Espíritu, para darnos a entender que el Bautismo realiza la habilitación de la Trinidad en todo aquél que recibe el agua salvadora y sobre el cual es pronunciada esa frase maravillosa: “Este es mi Hijo amado, éste es mi predilecto”.

Hoy que celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, es un día para que todos recordemos y agradezcamos ése sacramento del Bautismo que recibimos muchos de nosotros en nuestra infancia, como el mejor de los regalos que nuestros padres y nuestra madre la Iglesia nos pudo hacer al comenzar la vida.

Valorar el Bautismo, es ser consciente que se sembró en nosotros una semilla, que si la cultivamos y la cuidamos, crecerá y se hará un gran árbol que dará frutos de vida, que alimentarán a los demás.

Cuando uno piensa que el apóstol San Pablo a los primeros cristianos les llamaba “los santos”, porque al estar bautizados era consciente de que esa semilla de santidad ha sido puesta ya en el corazón de los hombres, así también nosotros deberíamos respetarnos y llamarnos unos a otros “los santos”, porque esa santidad de Dios reposa en nuestra alma. Hemos sido constituidos templo de la Trinidad, y tenemos que saber ser templo abierto, para que los demás, al tratar con nosotros, puedan tratar con el mismo Dios. Qué desolador es encontrar las Iglesias cerradas cuando uno tiene necesidad de encontrarse con su Dios. Qué gusto da cuando uno encuentra una Iglesia abierta para poder rezar y hablar con su Señor. Así, igual de desolador, es encontrarse al cristiano con las puertas cerradas, que no quiere transmitir a Dios, que no quiere transmitir a nada, sino que está encerrado en sí mismo. Por eso, tener las puertas y las ventanas abiertas para que los demás puedan entrar, participar en nuestra intimidad, y poder dejar ellos también su intimidad en nuestro corazón, de algún modo es querer vivir ése Bautismo, y querer que los demás puedan percibir los frutos de ese Bautismo, que están en nosotros.

¡Cuánto don ha sido puesto en nuestras vidas! Cuanto mimo y cuanto cariño ha puesto Dios en nuestra historia, aunque nosotros muchas veces percibimos solamente lo negativo, y olvidemos que Dios con su gracia nos hizo imagen de su hijo Jesucristo. Toda la fuerza del Espíritu Santo está en nosotros, y somos los hijos predilectos del Padre.

El Bautismo nos tiene que ayudar a vivir esa filiación divina que es saber agradecer al Padre que nos ha dado todo; nos ha dado la vida, la fe, la familia y tantas cosas. Por eso Dios mío, que sea muy consciente de la dignidad tan grande que yo tengo. Decía el Papa San León Magno: “Reconoce cristiano tu dignidad”. Que seas consciente de quién eres, y que la dignidad ha querido reposar en ti y morar en ti. Aunque a ti te parezca que eres una basura y que eres lo peor del mundo, a Dios no le importa ni te hace ascos. Comprende que en medio de esa fragilidad tuya, está Dios habitando dentro de ti. Cuando busques a Dios, lo buscarás en el Cielo, y estará. Lo buscarás en las Iglesias, especialmente en el Sagrario, y estará. Pero sobre todo búscalo en el fondo de tu alma, búscalo en ese santuario que quedó edificado desde el día de tu Bautismo, y ahí podrás encontrarte con tu Dios, disfrutar de Él, y gozar de un Dios que se llamó Enmanuel, es decir, Dios siempre con nosotros.

Ojalá que hoy todos los cristianos queramos renovar ese sacramento bendito que es la fuente de todas las gracias, que sepamos vivir en ese templo que somos de Dios, y que queramos allí, no solamente encontrarnos con Él, sino hacer que los demás se encuentren con Él en nosotros.

Testimonio de Sandra - Acogida en El Arca de Argentina


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La Caridad es TODO / Autora. Catalina de Jesús

Queridos amigos:

Os he hablado de la certeza en Dios y su existencia, de Su Realidad y su Ternura;del silencio y la oración...pero sobre todo de la llamada a la entrega total de la vida en la Iglesia, en el compromiso.Por Él merece la pena dejarlo TODO, y esto es lo que Él espera de tí, sea cual sea tu vocación:soltero, religioso, sacerdote ó casado.

Que no te engañe nadie diciéndote que el compromiso radical con Dios, los votos, las promesas,las reglas de vida, la consagración, son cosa de "monjas y curas", que eso no es para los que estamos en el "mundo".Él quiere que todos nos entreguemos totalmente a Él y eso siempre implica una renuncia total y radical a uno mismo, y un compromiso de fidelidad.FIDELIDAD.Con Él no hay medias tintas.Pero Él tampoco se da a medias...

Sólo una idea ha recorrido todas mis entradas:

Solo ÉL ES.
Sólo EL EXISTE.
Todo lo demás es nada.Somos nada.
¡Pero ÉL nos ama!
Y ante Él, ante su infinito amor, sólo podemos hacer una cosa:
¡ALABARLE!¡DARLE GLORIA!
Darle gracias sin cesar cada minuto de nuestra vida, cada segundo...
Con cada pensamiento, con cada palabra, con cada acción,
siempre, siempre, siempre...


Sin Caridad no hay nada, no está Dios. Todo es inutil , ESTERIL, si no hay aumento de la Caridad en tu corazón, si esa Caridad no te lanza a servir a los que tienes cerca, a amarles con verdadera entrega...esa es la principal consecuencia de DEJARSE AMAR POR DIOS, que te transformará el corazón en un pozo infinto de amor al hermano...


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Hijos demasiados místicos / Autor: Alfonso Aguiló

El ideal o el proyecto más noble
puede ser objeto de burla o de ridiculizaciones fáciles.
Para eso no se necesita la menor inteligencia.
Alexander Kuprin


Pietro Bernardone, un rico comerciante de Asís, tenía uno de los mejores almacenes de ropa en la ciudad y la familia gozaba de una buena posición económica. Su hijo Francesco era muy culto, dominaba varios idiomas y era un gran amante de la música y los festejos. La sorpresa de Don Pietro fue mayúscula cuando, un buen día del año 1206, se encontró con que Francesco había decidido entregarse a Dios en una vida de pobreza y desprendimiento total.

Don Pietro se presentó en la sede arzobispal y demandó a su hijo ante el obispo, declarando que lo desheredaba y que tenía que devolverle todo el dinero que había gastado en la reparación de la Iglesia de San Damián. El prelado devolvió el dinero al airado padre, y Francesco se presentó también, escuchó las palabras de su padre, y como respuesta le dio toda la ropa que llevaba puesta, quedándose solo con una faja de cerdas a la cintura. Después se puso una sencilla túnica de tela basta, que era el vestido de los trabajadores del campo, anudada con un cordón a la cintura. Trazó con tiza una cruz sobre su nueva túnica, y con ella vistió el resto de su vida y sería en lo sucesivo el hábito de los franciscanos. Porque pronto se le unió uno, y luego otro, y cuando tenía doce compañeros se fueron a Roma a pedir al Papa que aprobara su comunidad. En Roma no querían dar la aprobación porque les parecía demasiado rígida en cuanto a la pobreza, pero al fin lo lograron.

Al poco tiempo, una joven muy santa, también de Asís, que se llamaba Clara, se entusiasmó por esa vida de desprendimiento, oración y santa alegría que llevaban los seguidores de Francesco, y dejando a su familia se hizo monja y fundó con él las hermanas clarisas, que, como los franciscanos, pronto se extendieron muchísimo. Cuando Francesco falleció, en 1226, eran ya más de cinco mil franciscanos, y apenas dos años después el Papa lo declaró santo. En la actualidad, la familia franciscana cuenta con decenas de santos, las clarisas son más de veinte mil religiosas y los franciscanos y capuchinos más de cuarenta mil.

De la nada a una admirable difusión

— De todas formas, hay que disculpar un poco a su padre, pues sin duda fue muy singular lo de su hijo, aunque acabara siendo San Francisco de Asís y hoy sea uno de los santos más grandes de la historia.

Sin duda hay que disculparle, pero también hay que pensar que Dios llama de modos muy diversos, y que el respeto que hoy todo el mundo tiene por la elección de esposo o esposa debe trasladarse al seguimiento de Dios, con independencia de los planes que tengan los padres o del entusiasmo que les produzca esa elección.

Una resolución firme y pertinaz

Algo parecido sucedió, por ejemplo, a Monna Lapa di Puccio di Piagente, una madre sorprendida por los "caprichos incomprensibles de una niña demasiado mística". Porque ella, como cualquier madre de Siena de buena familia, tenía preparado para su hija un buen partido: un joven de una familia acomodada de la ciudad, con la que además les venía muy bien emparentar a los Benincasa.

Y cuando estaban a punto de concertar el matrimonio entre las familias, a Catalina le dio por cortarse el pelo casi al completo. La madre no era una mujer de genio fácil, y la riñó y la gritó como solamente ella sabía hacerlo: "¡Te casarás con quien te digamos, aunque se te rompa el corazón!". La amenazó: "No te dejaremos en paz hasta que hagas lo que te mandamos".

Todo fue inútil. La hizo sufrir. Sin querer, desde luego, porque no podía entender que su hija había decidido entregarse a Dios para siempre, y que, además, no tenía la menor intención de irse a un convento. Catalina pensaba vivir célibe, allí, en su propia casa. Lapa seguía empeñada con el casamiento y empleó todas sus tácticas, su genio y su ingenio: le gritaba, le hacía trabajar sin desmayo, le reñía constantemente. Todo en vano. Y un día, Catalina reunió a toda la familia y les habló con una claridad meridiana: "Dejad todas esas negociaciones sobre mi matrimonio, porque en eso jamás obedeceré a vuestra voluntad. Yo tengo que obedecer a Dios antes que a los hombres. Si vosotros no queréis tenerme en casa en estas condiciones, dejadme estar como criada, que haré con mucho gusto todo lo que buenamente me pidáis. Pero si me echáis por haber tomado esta resolución, sabed que esto no cambiará en absoluto mi corazón."

Fue entonces cuando, ante su sorpresa, su padre, Jacobo Benincasa, dijo gravemente: "Querida hija mía, lejos de nosotros oponernos de ninguna manera a la voluntad de Dios, de quien viene esa resolución tuya. Ahora sabemos con seguridad que no te mueve la obstinación de la juventud sino la misericordia de Dios. Mantén tu promesa libremente y vive como el Espíritu Santo te diga que tienes que hacerlo. Jamás te molestaremos en tu vida de oración ni intentaremos apartarte de tu camino. Pide por nosotros para que seamos dignos del Esposo que has elegido a edad tan temprana."

Admirada por todos

Lapa estaba desconcertada. Su propio marido se ponía de parte de la hija, cuando era evidente que era solo una niña. Tenía diecisiete años. Pero Jacobo la miró fijamente, y Lapa supo que estaba perdiendo la batalla. No tuvo más remedio que ceder. Luego empezó a sospechar, horrorizada, las mortificaciones que hacía su hija. No estaba dispuesta a aquello. Gritaba, lloraba: "¡Ay, hija mía, que te vas a matar! ¡Que te estás quitando la vida! ¡Ay, quién me ha robado a mi hija! ¡Qué dolor tan grande! ¡Ay, qué desgracia!".

Y luego vino su incansable preocupación por los pobres y sus constantes limosnas. Aquello le importaba menos: al fin y al cabo, ella también era caritativa. Pero a lo que no estaba dispuesta era a las maledicencias. Ah, no, eso no: ella era de familia distinguida, y todos envidiaban en Siena su vieja casa en la Via dei Tintori, junto a Fontebranda, y las ropas de sus hijos, y sus posesiones. No, ella nunca había dado que hablar. Y ahora el nombre de su hija corría de plaza en plaza, por culpa de las malas lenguas que arremetían contra ella.

— ¿Y cómo acabó la historia de Catalina?

Catalina murió joven, con solo treinta y tres años. Pero le dio tiempo a ser una gran santa, conocida en todo el mundo: Santa Catalina de Siena. El día de su entierro, el 29 de abril de 1380, toda la ciudad se volcó con aquella mujer que había fallecido en la flor de la vida. Los comerciantes, los miserables de Siena a los que su hija había acogido siempre, los artesanos, los nobles, los gobernantes de aquella pequeña república, todos miraban pasar a la madre fervorosamente tras el féretro de su hija. Contaban sus milagros, sus obras de caridad, y relataban en voz baja cómo Catalina, una mujer joven, sin más poder que su amor a Dios, había logrado cerrar uno de los capítulos más tristes de la historia de la Iglesia. Su palabra pudo lo que no pudieron guerras, presiones y amenazas: un reto de siglos, que el Papa volviera a Roma y abandonara definitivamente Aviñón. Aunque era analfabeta, desde muy pronto muchas personas se agrupaban a su alrededor para escucharla. Cuando tenía veinticinco años tenía ya una fama reconocida como conciliadora de la paz entre soberanos y sabia consejera de príncipes. Gregorio XI y Urbano VI se sirvieron de ella como embajadora en cuestiones gravísimas, y Catalina supo hacer las cosas con prudencia, inteligencia y eficacia.

Pero al fin comprendió

Lapa iba como ausente, mirando al suelo para no encontrarse con las miradas de la multitud. Temblaba al pensar que su hija, de haber sido débil, si le hubiera hecho caso... Ahora, paradójicamente, su orgullo y su gloria eran haber sido derrotada por el amor de su hija. Su triunfo era su fracaso. Se daba cuenta de que ella, como madre, había sido una de las sombras en la vida de su hija –la sombra más amada por ella–, en la que ahora se proyectaba poderosamente su luz. De vez en cuando, alzaba la mirada y contemplaba, en el relicario, el resto de aquel rostro bellísimo, apagado a los treinta y tres años. Y su corazón de madre no podía reprimir el antiguo lamento: "pero si es todavía una niña...".

— Yo creo que hoy día el principal miedo de los padres ante la vocación de sus hijos es el miedo a que fracasen en ese camino.

Es fácil de entender esa inquietud, pero también es fácil de entender que ese riesgo se da igualmente en la elección matrimonial, en el trabajo y en muchas cosas más, y los padres no deben oponerse a la entrega a Dios simplemente porque no tengan seguridad absoluta de que sea su camino, o ante la incertidumbre de que pueda no ser fiel a su vocación. Además, en todas las instituciones de la Iglesia hay unos plazos para confirmar el discernimiento de la vocación, como existe el noviazgo antes del matrimonio.

— También es que a veces ven a sus hijos con muchos defectos, con las crisis propias de la adolescencia, y no les cuadra que, dentro de todas esas limitaciones, haya una verdadera vocación.

No sería razonable culpar a la vocación de toda la rebeldía, el desaliento o la alteración del ánimo que a veces son propias de la adolescencia, de la misma manera que tampoco estaría justificado considerar esos defectos como síntomas claros de falta de vocación. La vocación no es un premio a un concurso de méritos o de virtudes. Dios llama a quien quiere, y entre esos, unos son mejores y otros peores, pero todos con defectos. Y espera de los padres cristianos comprensión y acompañamiento en el camino vocacional de sus hijos.

El cálculo de los padres

— Pero los padres no dan ni quitan la vocación, así que el único problema es que puedan retrasar un poco su entrega.

El problema no es solo ese posible retraso, sino que los padres pueden favorecer o malograr la entrega de sus hijos a Dios. Hay estilos de vida que facilitan el encuentro de los hijos con Dios, y otros que lo dificultan. Es lógico que los padres cristianos procuren que sus hijos tengan una cabeza y un corazón cristianos, y que se preocupen de que su hogar sea una escuela de virtudes donde cada hijo pueda tomar sus propias decisiones con madurez humana y espiritual, según su edad. Por eso decía San Josemaría Escrivá que el noventa por ciento de la vocación de los hijos se debe a los padres, pues una respuesta generosa germina habitualmente solo en un ambiente de libertad y de virtud.

La Iglesia, maestra en humanidad, conoce y comprende las dudas e inquietudes que a veces sufren los padres cristianos ante la vocación de sus hijos: hay avances y retrocesos, vueltas y revueltas. Lo que les pide es que estén siempre al lado de sus hijos, comprendiendo y alentando. Sería una lástima que se sometieran ingenuamente a las voces de alarma que a veces se propugnan desde algunos ambientes que demuestran poco espíritu cristiano, bien por su actitud contraria a la entrega o por su tibieza al acogerla. El "ten cuidado", el "no te pases de bueno", el egoísmo de querer tener los hijos siempre cerca o de que hagan siempre lo que los padres quieren, o el deseo de tener nietos a toda costa, son con frecuencia manifestaciones del fracaso del espíritu cristiano en una familia.

Algunos padres buenos desean que sus hijos sean buenos, pero sin pasarse, solo dentro de un orden: los llevan a centros educativos de confianza, desean que se relacionen con gente buena, en un ambiente bueno, pero ponen todos los medios a su alcance para que esa formación no cuaje en un compromiso serio. Esas actitudes denotan un egoísmo solapado y una falta de rectitud que pueden desembocar en problemas serios a medio o largo plazo. Desgraciadamente, hay abundantes experiencias de padres que ponen el freno cuando un hijo suyo se plantea ideales más altos, o incluso hacen lo posible por dificultar esa vocación, y que después se lamentan de cómo evoluciona después el pensamiento y la conducta de su hijo, quizá como consecuencia del egoísmo que, sin querer, han introducido en su alma. No deben olvidar que el punto óptimo de bondad no es el que nosotros establecemos con un cálculo egoísta, sino el que determina la voluntad de Dios en conjunción con la libertad de cada hijo.

En un ambiente cristiano

— ¿Y es coherente que unos padres cristianos no deseen que alguno de sus hijos se entregue por completo a Dios?

Ante la entrega total a Dios de un hijo o de una hija, la reacción lógica de quien se ha propuesto hacer de su matrimonio un camino de santidad, es agradecer a Dios ese inmenso don. Cuando los padres han creado un verdadero ambiente de libertad cristiana, es muy frecuente que Dios les bendiga en sus hijos.

Los buenos padres desean ideales altos para sus hijos: en lo profesional, en lo cultural, en lo afectivo, en todo. Se comprende que los padres cristianos deseen, dentro de eso, que sus hijos aspiren a la santidad y no se queden en la mediocridad espiritual. En ese sentido, desean que sus hijos respondan plenamente a lo que Dios espera de ellos. Así lo explicaba Juan Pablo II en 1981: "Estad abiertos a las vocaciones que surjan entre vosotros. Orad para que, como señal de su amor especial, el Señor se digne llamar a uno o más miembros de vuestras familias a servirle. Vivid vuestra fe con una alegría y un fervor que sean capaces de alentar dichas vocaciones. Sed generosos cuando vuestro hijo o vuestra hija, vuestro hermano o vuestra hermana decida seguir a Cristo por este camino especial. Dejad que su vocación vaya creciendo y fortaleciéndose. Prestad todo vuestro apoyo a una elección hecha con libertad."

— ¿Y si desean solo que sus hijos retrasen ese paso?

Algunos padres se encuentran hoy con que sus hijos retrasan durante años determinadas decisiones (por ejemplo, casarse y formar una familia, abrirse camino en lo profesional, etc.). Otros padres se lamentan de que sus hijos ya mayores se resisten a dejar el hogar paterno porque encuentran allí todas las comodidades sin apenas responsabilidad. Una buena formación cristiana se orienta hacia la decisión y el compromiso, y logra que los hijos sean capaces de administrar rectamente su libertad y asumir pronto responsabilidades y compromisos que suponen esfuerzo. Eso es siempre una muestra de madurez.

Los padres tienen sus propios planes, sus proyectos para cada uno de sus hijos. Pero lo que importa es que ese sueño coincida con lo que Dios quiere. El gran proyecto es que sean santos y se ganen la felicidad eterna del Cielo. No hay proyecto más maravilloso que el que Dios tiene previsto para cada alma. Por eso, con su oración y su cariño, los padres cristianos deben secundar la entrega generosa de sus hijos. A veces, esa entrega supondrá la entrega de los planes y proyectos personales que los padres habían hecho. Y eso no es un simple imprevisto, sino que es parte de su vocación de padres. En ese sentido, podría decirse que toda vocación es doble: la del hijo que se da, y la de los padres que lo dan; y a veces puede ser mayor mérito de los padres, que han sido llamados por Dios para dar lo que más quieren, para entregarlo con alegría.

La separación física

— Pero es natural que les cueste la separación física que habitualmente supone el hecho de que un hijo se entregue a Dios.

Es ley de vida que los hijos tiendan a organizar su vida por su cuenta. A algunos padres les gustaría que sus hijos estuvieran continuamente a su lado. Sin embargo, buscando su bien, muchos les proporcionan una formación académica que les exige un distanciamiento físico (facilitándoles que estudien en otra ciudad, o que vayan al extranjero para que aprendan un idioma, por ejemplo). En otras ocasiones, son los hijos los que se separan físicamente de sus padres por razones académicas, de trabajo, de amistad o de noviazgo. Y cuando Dios bendice un hogar con la vocación de un hijo o una hija, a veces también les pide a los padres una cierta separación física.

Sería ingenuo pensar que si esos hijos no se hubieran entregado a Dios estarían todo el día junto a sus padres. Además, bien sabemos que la mayoría de ellos, a esas edades, buscan de modo natural un alto nivel de independencia. Por eso, a veces pueden confundirse las exigencias de la entrega con el natural distanciamiento de los padres que suele traer consigo el desarrollo adolescente o, simplemente, el paso de los años. Lo vemos quizá en la vida de otros chicos o chicas de su edad, cuando se niegan por motivos egoístas, o por simple deseo de independencia, a participar en algunos planes familiares. Cuando pasan los años, y viendo las cosas con cierta perspectiva, suele comprobarse que la entrega a Dios no separa a los hijos de los padres, aunque a veces haya supuesto una separación física inicial mayor: les quieren más, porque Dios no separa, sino que une.

Es verdad que, con frecuencia, la entrega a Dios supone en determinado momento dejar el hogar paterno. Es natural que a los padres les cueste ese paso, y sería extraño que esa separación no costara a todos, y a veces mucho. También aquí se manifiesta el verdadero espíritu cristiano de toda una familia. En esos momentos, los padres no deben olvidar que también a los hijos les cuesta esa separación, y que puede resultarles tanto o más dolorosa que a ellos. Sin darles excesivas facilidades, no harían bien en ponérselo difícil. Santa Teresa de Ávila ofrece en esto el testimonio de su propia vida: "Cuando salí de casa de mi padre, no creo será más el sentimiento cuando me muera; porque me parece cada hueso se me apartaba por sí; que, como no había amor de Dios que quitase el amor del padre y parientes, era todo haciéndome una fuerza tan grande, que si el Señor no me ayudara, no bastaran mis consideraciones para ir adelante. Aquí me dio ánimo, contra mí, de manera que lo puse por obra."

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Fuente: interrogantes.net