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Bienvenido a Escuchar y a Dar

Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

La evangelización debe estar centrada en impulsar a las personas a tener una experiencia real del Amor de Dios. Por eso pedimos a cualquiera que visite esta página haga propuestas de textos, testimonios, actos, webs, blogs... Mientras todo esté hecho en el respeto del Amor del Evangelio y la comunión que siempre suscita el Espíritu Santo, todo será públicado. Podéís usar los comentarios pero para aparecer como texto central enviad vuestras propuestas al correo electrónico:

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sábado, 22 de octubre de 2011

El amor hace ver al otro como es en realidad / Por Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Amarás a tu prójimo como a ti mismo: XXX Domingo del tiempo ordinario

Éxodo 22, 20-26; 1 Tesalonicenses 1,5c-10; Mateo 22, 34-40

22 de octubre de 2011.- “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Añadiendo las palabras “como a ti mismo”, Jesús nos ha puesto delante un espejo al que no podemos mentir; nos ha dado una medida infalible para descubrir si amamos o no al prójimo. Sabemos muy bien, en cada circunstancia, qué significa amarnos a nosotros mismos y qué querríamos que los demás hicieran por nosotros. Jesús no dice, nótese bien: “Lo que el otro te haga, házselo tú a él”. Esto sería aún la ley del talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Dice: lo que tú quisieras que el otro te hiciera házselo tú a él (cf. Mt 7, 12), que es muy distinto.

Jesús consideraba el amor al prójimo como “su mandamiento”, en el que se resume toda la Ley. “Este es el mandamiento mio: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,12). Muchos identifican el entero cristianismo con el precepto del amor al prójimo, y no están del todo desencaminados. Pero debemos intentar ir un poco más allá de la superficie de las cosas. Cuando se habla del amor al prójimo el pensamiento va en seguida a las “obras” de caridad, a las cosas que hay que hacer por el prójimo: darle de comer, de beber, visitarlo; es decir, ayudar al prójimo. Pero esto es un efecto del amor, no es aún el amor. Antes de la beneficiencia viene la benevolencia; antes que hacer el bien, viene el querer. Leer más...

sábado, 15 de octubre de 2011

Emmanuel Kelly, cantante iraquí, rescatado al nacer dentro de una caja de zapatos en una zona de guerra por las Misioneras de la Caridad

15 de octubre de 2011.- La audición del joven iraquí Emmanuel Kelly en el popular reality musical Factor X ha tenido un importante impacto y puede verse en este vídeo. Su historia de lucha y superación conmueve a australianos y extranjeros pero pocos saben que detrás de ella están la dedicación de su madre adoptiva, una conocida católica, y las Misioneras de la Caridad, fundadas por la Beata Teresa de Calcuta. Emmanuel no sabe cuándo nació pero sí sabe que está vivo gracias a que unas monjas lo rescataron junto a su hermano Ahmed cuando era muy pequeño. "Estábamos en una caja de zapatos, en medio de una zona de guerra", recuerda. Los hermanos conservan las huellas de la guerra química en Irak y padecen de serias malformaciones en brazos y piernas.

Moira Kelly, una conocida católica australiana dedicada a las obras humanitarias y que trabajó por años con la Madre Teresa de Calcuta, encontró a los hermanos en el orfanato de la Misioneras de la Caridad en Bagdad, los adoptó y los crió en Australia donde recibieron tratamiento médico, rehabilitación y mucho amor. Leer más y ver vídeo...

jueves, 29 de mayo de 2008

Jugar a la contra / Autor: Santiago MARTÍN

Dicen que el consejo que se ha traído de Roma la Ejecutiva del episcopado es el de «jugar a la contra». O sea, ser moderados, no provocar al Gobierno y esperar a que sea él quien mueva ficha (léase, ampliación del aborto, aprobación de la eutanasia o modificación lesiva de la actual legislación que regula las relaciones Iglesia-Estado).

Creo que es, en esencia, lo que ha hecho la Conferencia Episcopal en el trienio anterior -presidido por alguien supuestamente bien visto por los socialistas, como monseñor Blázquez- y es lo que va a seguir haciendo en este próximo trienio.

De las tres grandes manifestaciones que se convocaron en los cuatro años del anterior gobierno de Zapatero, dos eran claras jugadas de «contra» -la de la familia y la de la educación-; la tercera, la convocada el 30 de diciembre, no hubiera tenido la resonancia que alcanzó si hubiera tenido lugar en otra fecha, no tan cercana a las elecciones.

En todo caso, estoy de acuerdo con lo de «jugar a la contra» en lo que se refiere a movilizar a la gente en defensa de principios y libertades. La Iglesia no es un partido político, no es la «muy noble y leal oposición», ni debe aspirar a serlo. En cambio, creo que tenemos que pasar decididamente al ataque en lo que se refiere a la evangelización.

A veces no nos quedará más remedio -por desgracia- que hablar en contra de algo, pero lo normal debería ser hablar a favor. A favor, ante todo, del propio Dios, de sus derechos, de su amor. A favor de la vida, de la familia, de la mujer, de los que sufren.

Por cierto, en este campo tenemos mucho que ofrecer a un Gobierno que se enfrenta a una crisis económica de envergadura. La red parroquial de la Iglesia, con sus delegaciones de Cáritas, es ya un colchón amortiguador para tantas situaciones dramáticas.

No en vano, espiritualidad y caridad han sido desde hace dos mil años nuestras especialidades.

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Fuente: La Razón

martes, 20 de mayo de 2008

Para los homosexuales solo hay caridad en la Iglesia, recuerda Obispo mexicano

MÉXICO D.F., (ACI).- El Obispo Auxiliar de Yucatán, Mons. Rafael Palma Capetillo, explicó que la Iglesia orienta y atiende a las personas homosexuales, sin discriminación, pero no puede aprobar las conductas inmorales propias de un estilo de vida promiscuo.


"La Iglesia ama al pecador y rechaza el pecado, orientamos y atendemos a personas con orientaciones sexuales diferentes, pero no vamos a tolerar la vida promiscua", indicó el Prelado y agregó que "la Iglesia no discrimina, simplemente no aceptamos las acciones que atenten en contra de lo que Dios ha creado, ya que simplemente creó al hombre y a la mujer".


En el marco del Día contra la Homofobia, Mons. Palma indicó que en la Iglesia "buscamos que esas personas se alejen de esas tendencias anormales y pecaminosas que tienen, y los enfocamos a tener una calidad
moral con base al respeto de los diez mandamientos".

miércoles, 14 de mayo de 2008

Sabios consejos a los jóvenes / Autor: José Ignacio Munilla, obispo de Palencia

Publicamos la carta que ha escrito monseñor José Ignacio Munilla, obispo de Palencia, con el título "Sabios consejos a los jóvenes".

* * *
El pasado 19 de abril, tercer aniversario del inicio de su pontificado, el Papa mantenía un caluroso encuentro con los jóvenes y seminaristas de la ciudad de Nueva York. Escuchando su discurso y viendo las imágenes del encuentro, me acordé de aquel refrán irónico y sugerente: "¡Si los jóvenes supieran y los viejos pudiesen!". Afortunadamente, la fluidez de la comunicación del Papa anciano con aquellos jóvenes deseosos de recibir su sabiduría de pastor, despejaba el pesimismo del proverbio y nos llenaba de confianza y esperanza hacia las nuevas generaciones. La Iglesia, ciertamente, necesita del dinamismo y de la fuerza de los jóvenes, al mismo tiempo que los jóvenes necesitan de la experiencia y de la sabiduría de la Madre Iglesia.

El mensaje de Benedicto XVI invitaba a los jóvenes a fijar su mirada en la vida de los santos. Frente a quienes perciben el cristianismo como un cúmulo de mandatos y prohibiciones, los cristianos somos los grandes admiradores de la belleza y de la bondad de Dios. Gracias a esa capacidad de admiración, propia de la sensibilidad que brota de la fe, el joven cristiano está llamado a disfrutar del don de la vida con una intensidad especial. Para ello, el Papa ayudaba a reflexionar a los jóvenes sobre dos riesgos de los que pueden ser víctimas, y les dirigía a continuación cuatro consejos concretos:

Tinieblas del corazón y tinieblas del espíritu

El Papa hacía esta distinción, verdaderamente original e inédita, e introducía a los jóvenes en una reflexión crítica sobre los influjos negativos de la cultura en la que estamos inmersos. ¿A qué quería referirse con esa distinción entre "corazón" y "espíritu"?

Las "tinieblas del corazón" se refieren a la vaciedad de tantos sucedáneos con los que pretendemos suplir la ausencia de auténtico amor en nuestra vida. Lo cierto es que, cuando el hombre no ama, mendiga afectividad de forma errónea. Es como si tuviese que reconocer amargamente: "la droga, el sexo, la diversión desenfrenada... no me hacen feliz, pero son lo único que me compensa de no serlo". Por el contrario, todas estas esclavitudes sumergen al hombre en un drama de insensibilidad para el amor.

Pero Benedicto XVI advertía a los jóvenes de que todavía hay otras tinieblas más densas y opacas, que además de tener la particularidad de no percibirse con facilidad, son, sin embargo, más nocivas: las "tinieblas del espíritu". En efecto, la manipulación de la verdad puede llegar a distorsionar nuestra percepción de la realidad, de modo que confundamos bien con mal, o verdad con mentira. El Papa pone un ejemplo concreto: "¿Habéis notado que, con frecuencia, se reivindica la libertad sin hacer jamás referencia a la verdad de la persona humana?". ¡Así es...! El dogma supremo de nuestra cultura actual parece resumirse en un pretendido "derecho a elegir" absoluto, sin ninguna referencia a la verdad que debe orientar nuestra libertad. ¿Cómo no recordar aquellas palabras de Cristo: "La verdad os hará libres" (Jn 8, 32)? En pocas palabras: si las tinieblas del corazón se caracterizan por frustrar nuestra vocación al amor, las tinieblas del espíritu impiden realizar nuestra vocación a la verdad.

Cuatro consejos para el camino

1º.- El primer consejo es el silencio que nos abre a la comunicación con Dios en un "tú a tú". El Papa anima a los jóvenes a perder el miedo al silencio. Posiblemente, el sobreexceso de ruido en el que estamos inmersos, esconde el temor del hombre a la soledad y al silencio. Y, sin embargo, el silencio no es signo de incomunicación, sino todo lo contrario: la sal de la palabra es el silencio. Frente a una tendencia a reducir nuestra vida espiritual a una relación esporádica con Cristo, Benedicto XVI propone a los jóvenes el ideal de una amistad íntima, fiel y perseverante.

2º.- En segundo lugar, el Papa recomienda a los jóvenes la vivencia intensa de la liturgia. Frente al tópico generalizado de que la liturgia es un lenguaje ininteligible para los jóvenes, les invita a adentrarse en ese misterio de unión entre el cielo y la tierra. Es importantísimo educar a los jóvenes en el lenguaje litúrgico, de modo que puedan llegar a percibir que "cada vez que los sacramentos son celebrados, Jesús interviene de nuevo en nuestra historia".

3º.- El tercer consejo es la práctica de la caridad. En efecto, no nos poseemos en propiedad, y nuestra vida carece de sentido si no es para ejercitarse en actos de amor concretos y eficaces. Por ello, el Papa invita a los jóvenes a estar atentos a las nuevas formas de pobreza que están surgiendo... Lo cierto es que nuestra felicidad pasa, necesariamente, por hacer felices a los demás.

4º.- Y, finalmente, Benedicto XVI invitaba a los jóvenes a estar abiertos a la vocación. Fue una gozada comprobar la confianza y la libertad sin complejos con que se dirigió a los jóvenes para decirles: "Si no lo habéis hecho, planteaos seriamente si el Señor os pide seguirle de un modo radical en el ministerio sacerdotal o en la vida consagrada". Con esa misma confianza, se despedía de ellos invitándoles a participar este verano en la Jornada Mundial de la Juventud... Pero de eso hablaremos otro día.

+ José Ignacio, Obispo de Palencia

miércoles, 19 de marzo de 2008

«LA TÚNICA ERA SIN COSTURAS» / Autor: P. Raniero Cantalamessa O.F.M. Cap.


Predicación del Viernes Santo en la Basílica de San Pedro

En la tarde de este Viernes Santo, Benedicto XVI ha presidido, en la Basílica vaticana, la celebración de la Pasión del Señor. Durante la Liturgia de la Palabra se ha dado lectura al relato de la Pasión según san Juan.

A continuación el predicador de la Casa Pontificia, el padre Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap., ha pronunciado la homilía, cuyo texto ofrecemos íntegramente.

La Liturgia de la Pasión ha proseguido con la Oración universal y la adoración de la Santa Cruz; ha concluido con la Santa Comunión.


* * *


«Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: "No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca". Para que se cumpliera la Escritura: "Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica"» (Jn 19,23-24).

Siempre ha surgido la cuestión de qué quiso decir el evangelista Juan con la importancia que da a este particular de la Pasión. Una explicación reciente es que la túnica recuerda al paramento del sumo sacerdote y que Juan, por ello, deseó afirmar que Jesús murió no sólo como rey, sino también como sacerdote.

De la túnica del sumo sacerdote no se dice, sin embargo, en la Biblia, que tuviera que ser sin costuras (Cf. Ex 28,4; Lev 16,4). Por eso los exégetas más autorizados prefieren atenerse a la explicación tradicional según la cual la túnica inconsútil simboliza la unidad de la Iglesia [1].

Cualquiera que sea la explicación que se da del texto, una cosa es cierta: la unidad de los discípulos es, para Juan, la razón por la que Cristo muere: «Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,51-52). En la última cena Él mismo había dicho: «No ruego sólo por estos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,20-21).

La alegre noticia que hay que proclamar el Viernes Santo es que la unidad, antes que una meta a alcanzar, es un don que hay que acoger. Que la túnica estuviera tejida «de arriba abajo», escribe san Cipriano, significa que «la unidad que trae Cristo procede de lo Alto, del Padre celestial, y por ello no puede ser escindida por quien la recibe, sino que debe ser integralmente acogida» [2].

Los soldados dividieron en cuatro partes «los vestidos», o «el manto» (ta imatia), esto es, el indumento exterior de Jesús, no la túnica, el chiton, que era el indumento interno, que se lleva en contacto directo con el cuerpo. Un símbolo éste también. Los hombres podemos dividir a la Iglesia en su elemento humano y visible, pero no su unidad profunda que se identifica con el Espíritu Santo. La túnica de Cristo no fue ni jamás podrá ser dividida. Es también inconsútil. Es la fe que profesamos en el Credo: «Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica».

* * *
Pero si la unidad debe servir como signo «para que el mundo crea», debe ser una unidad también visible, comunitaria. Es ésta unidad la que se ha perdido y debemos reencontrar. Se trata de mucho más que de relaciones de buena vecindad; es la propia unidad mística interior --«un solo Cuerpo y un solo Espíritu, una sola esperanza, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos» (Ef 4,4-6)--, en cuanto que esta unidad objetiva es acogida, vivida y manifestada, de hecho, por los creyentes.

Después de la Pascua, los apóstoles preguntaron a Jesús: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?». Hoy dirigimos frecuentemente a Dios el mismo interrogante: ¿Es éste el tiempo en que vas a restablecer la unidad visible de tu Iglesia? También la respuesta es la misma de entonces: «A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos» (Hch 1,6-8).

Lo recordaba el Santo Padre en la homilía pronunciada el pasado 25 de enero, en la Basílica de San Pablo Extramuros, en conclusión de la Semana [de oración] por la unidad de los cristianos: «La unidad con Dios y con nuestros hermanos y hermanas --decía-- es un don que viene de lo Alto, que brota de la comunión de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y que en ella se incrementa y se perfecciona. No está en nuestro poder decidir cuándo o cómo se realizará plenamente esta unidad. Sólo Dios podrá hacerlo. Como san Pablo, también nosotros ponemos nuestra esperanza y nuestra confianza en la gracia de Dios que está con nosotros».

Igualmente hoy será el Espíritu Santo, si nos dejamos guiar, quien nos conduzca a la unidad. ¿Cómo actuó el Espíritu Santo para realizar la primera fundamental unidad de la Iglesia: aquella entre los judíos y los paganos? Descendió sobre Cornelio y su casa de igual manera en que había descendido en Pentecostés sobre los apóstoles. De modo que a Pedro no le quedó más que sacar la conclusión: «Por lo tanto, si Dios les ha concedido el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poner obstáculos a Dios?» (Hch 11,17).

De un siglo a esta parte hemos visto repetirse ante nuestros ojos este mismo prodigio a escala mundial. Dios ha efundido su Espíritu Santo de manera nueva e inusitada en millones de creyentes, pertenecientes a casi todas las denominaciones cristianas y, para que no hubiera dudas sobre sus intenciones, lo ha derramado con idénticas manifestaciones. ¿No es éste un signo de que el Espíritu nos impele a reconocernos recíprocamente como discípulos de Cristo y a tender juntos a la unidad?

Esta unidad espiritual y carismática, por sí sola, es verdad, no basta. Lo vemos ya en los inicios de la Iglesia. La unidad entre judíos y gentiles en cuanto se realizó estaba amenazada por el cisma. En el llamado concilio de Jerusalén hubo una «larga discusión» y al final se llegó a un acuerdo, anunciado a la Iglesia con la fórmula: «Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros...» (Hechos 15,28). El Espíritu Santo obra, por lo tanto, también a través de otra vía que es el afrontamiento paciente, el diálogo y hasta los acuerdos entre las partes, cuando no está en juego lo esencial de la fe. Obra a través de las «estructuras» humanas y los «ministerios» instituidos por Jesús, sobre todo el ministerio apostólico y petrino. Es lo que llamamos hoy ecumenismo doctrinal e institucional.

* * *
La experiencia nos está convenciendo, sin embargo, de que este ecumenismo doctrinal, o de vértice, tampoco es suficiente ni avanza si no se acompaña de un ecumenismo espiritual, de base. Lo repiten cada vez con mayor insistencia precisamente los máximos promotores del ecumenismo institucional. En el centenario de la institución de la Semana de oración por la unidad de los cristianos (1908-2008), a los pies de la Cruz deseamos meditar sobre este ecumenismo espiritual: en qué consiste y cómo podemos avanzar en él.

El ecumenismo espiritual nace del arrepentimiento y del perdón, y se alimenta con la oración. En 1977 participé en un congreso ecuménico carismático en Kansas City, en Missouri. Había cuarenta mil personas, la mitad católicas (entre ellas el cardenal Suenens) y la otra mitad de diversas denominaciones cristianas. Una tarde empezó a hablar al micrófono uno de los animadores de una forma en aquella época extraña para mí: «Vosotros, sacerdotes y pastores, llorad y lamentaos, porque el cuerpo de mi Hijo está destrozado... Vosotros, laicos, hombres y mujeres, llorad y lamentaos porque el cuerpo de mi Hijo está destrozado».

Comencé a ver a los participantes caer, uno tras otro, de rodillas a mi alrededor, y a muchos de ellos sollozar de arrepentimiento por las divisiones en el cuerpo de Cristo. Y todo esto mientras un cartel sobresalía de un lado a otro en el estadio: «Jesús is Lord, Jesús es el Señor». Me encontraba allí como un observador aún bastante crítico y desapegado, pero recuerdo que pensé: Si un día todos los creyentes se reúnen para formar una sola Iglesia, será así: mientras estemos todos de rodillas, con el corazón contrito y humillado, bajo el gran señorío de Cristo.

Si la unidad de los discípulos debe ser un reflejo de la unidad entre el Padre y el Hijo, debe ser ante todo una unidad de amor, porque tal es la unidad que reina en la Trinidad. La Escritura nos exhorta a «hacer la verdad en la caridad» (veritatem facientes in caritate) (Ef 4,15). Y san Agustín afirma que «no se entra en la verdad más que a través de la caridad»: non intratur in veritatem nisi per caritatem [3].

Lo extraordinario acerca de esta vía hacia la unidad basada en el amor es que ya está abierta de par en par ante nosotros. No podemos «quemar etapas» en cuanto a la doctrina, porque las diferencias existen y hay que resolverlas con paciencia en las sedes apropiadas. Pero podemos en cambio quemar etapas en la caridad, y estar unidos desde ahora. El verdadero y seguro signo de la venida del Espíritu no es -escribe san Agustín-- hablar en lenguas, sino que es el amor por la unidad: «Sabéis que tenéis el Espíritu Santo cuando accedéis a que vuestro corazón se adhiera a la unidad a través de una sincera caridad» [4].

Meditemos en el himno a la caridad, de san Pablo. Cada frase suya adquiere un significado actual y nuevo, si se aplica al amor entre los miembros de las diferentes Iglesias cristianas, en las relaciones ecuménicas:

«La caridad es paciente...

La caridad no es envidiosa...

No busca su interés...

No toma en cuenta el mal (si acaso, ¡el mal realizado a los demás!).

No se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad (no se alegra de las dificultades de las otras Iglesias, sino que se goza en sus éxitos).

Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta»
( l Co 13,4 ss).

Esta semana hemos acompañado a su morada eterna a una mujer -Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares-- que fue una pionera y un modelo de este ecumenismo espiritual del amor. Con su vida nos demostró que la búsqueda de la unidad entre los cristianos no lleva a cerrarse al resto del mundo; es, más bien, el primer paso y la condición para un diálogo más amplio con los creyentes de otras religiones y con todos los hombres a quienes les importa el destino de la humanidad y de la paz.

* * *
«Amarse -se dice-- no es mirarse el uno al otro, sino mirar juntos en la misma dirección». También entre cristianos amarse significa mirar juntos en la misma dirección que es Cristo. «Él es nuestra paz» (Ef 2,14). Ocurre como en los radios de una rueda. Observemos qué sucede a los radios cuando, desde el centro, parten hacia el exterior: a medida que se alejan del centro se distancian también unos de otros, hasta terminar en puntos lejanos de la circunferencia. Miremos, en cambio, qué sucede cuando, desde la circunferencia, se dirigen hacia el centro: según se aproximan al centro, se acercan también entre sí, hasta formar un único punto. En la medida en que vayamos juntos hacia Cristo, nos aproximaremos también entre nosotros, hasta ser verdaderamente, como Él pidió, «uno, con Él y con el Padre».

Aquello que podrá reunir a los cristianos divididos será sólo la difusión, entre ellos, de una nueva oleada de amor por Cristo. Es lo que está aconteciendo por obra del Espíritu Santo y que nos llena de estupor y de esperanza. «El amor de Cristo nos apremia al pensar que uno murió por todos» (2 Co 5,14). El hermano de otra Iglesia -es más, todo ser humano-- es «aquél por quien murió Cristo» (Rm 14,15), igual que murió por mí.

* * *

Un motivo debe impulsarnos sobre todo en este camino. Lo que está en juego al inicio del tercer milenio ya no es lo mismo que al principio del segundo milenio, cuando se produjo la separación entre oriente y occidente, ni es lo mismo que a mitad del mismo milenio, cuando se produjo la separación entre católicos y protestantes. ¿Podemos decir que la forma exacta de proceder del Espíritu Santo del Padre, o la manera en que se realiza la justificación del pecador, sean los problemas que apasionan a los hombres de hoy y con los que permanece o cae la fe cristiana? El mundo ha seguido adelante y nosotros hemos permanecido clavados a problemas y fórmulas de las que el mundo ni siquiera conoce ya el significado.

En las batallas medievales había un momento en que, superada la infantería, los arqueros y la caballería, la riña se concentraba en torno al rey. Ahí se decidía el resultado final del choque. También para nosotros la batalla hoy se libra en torno al rey. Existen edificios o estructuras metálicas hechas de tal modo que si se toca cierto punto neurálgico, o se mueve determinada piedra, todo se derrumba. En el edificio de la fe cristiana esta piedra angular es la divinidad de Cristo. Suprimida ésta, todo se disgrega y, antes que cualquier otra cosa, la fe en la Trinidad.

De ello se percibe que existen actualmente dos ecumenismos posibles: un ecumenismo de la fe y un ecumenismo de la incredulidad; uno que reúne a todos los que creen que Jesús es el Hijo de Dios, que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que Cristo murió para salvar a todos los hombres; otro que reúne a cuantos, por respeto al símbolo de Nicea, siguen proclamando estas fórmulas, pero vaciándolas de su verdadero contenido. Un ecumenismo en el que, al límite, todos creen en las mismas cosas, porque nadie cree ya en nada, en el sentido que la palabra «creer» tiene en el Nuevo Testamento.

«¿Quién es el que vence al mundo -escribe Juan en su Primera Carta-- sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?» (1 Jn 5,5). Siguiendo este criterio, la distinción fundamental entre los cristianos no lo es entre católicos, ortodoxos y protestantes, sino entre quienes creen que Cristo es el Hijo de Dios y quienes no lo creen.

* * *

«El año segundo del rey Darío, el día uno del sexto mes, fue dirigida la palabra del Señor, por medio del profeta Ageo, a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá, y a Josué, hijo de Yehosadaq, sumo sacerdote...: ¿Es acaso para vosotros el momento de habitar en vuestras casas artesonadas, mientras mi Casa está en Ruinas?» (Ag 1,1-4).

Esta palabra del profeta Ageo se dirige hoy a nosotros. ¿Es éste el tiempo de seguir preocupándonos sólo de lo que afecta a nuestra orden religiosa, a nuestro movimiento, o a nuestra Iglesia? ¿No será precisamente ésta la razón por la que también nosotros «sembramos mucho, pero cosechamos poco» (Ag 1,6)? Predicamos y nos esforzamos en todos los modos, pero el mundo se aleja, en lugar de acercarse a Cristo.

El pueblo de Israel escuchó la reprensión del profeta, dejó de embellecer cada uno su propia casa para reconstruir juntos el templo de Dios. Entonces Dios envió de nuevo a su profeta con un mensaje de consuelo y de aliento, que es también para nosotros: «¡Mas ahora, ten ánimo, Zorobabel, oráculo del Señor; ánimo, Josué, hijo de Yehosadaq, sumo sacerdote, ánimo, pueblo todo de la tierra!, oráculo del Señor. ¡A la obra, que estoy yo con vosotros!» (Ag 2,4). ¡Ánimo, a todos vosotros, que tanto os importa la causa de la unidad de los cristianos, y al trabajo, porque yo estoy con vosotros, dice el Señor!

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[Traducción del original italiano por Marta Lago]

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[1] Cf. R. E. Brown, The Death of the Messiah, vol. 2, Doubleday, Nueva York 1994, pp. 955-958.

[2] S. Cipriano, De unitate Ecclesiae, 7 (CSEL 3, p. 215).

[3] S. Agustín, Contra Faustum, 32,18 (CCL 321, p. 779).

[4] S. Agustín, Discursos 269,3-4 (PL38, 1236 s.).

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La imagenes de la conmemoración de la Pasión en la Basílica de San Pedro, y la sintesis de su contenido en video

martes, 5 de febrero de 2008

Oración: ¡Que no te pierda, Señor! / Autor: Javier Leoz

¡Que no te pierda, Señor!

Sales a mi encuentro, tiempo de gracia y de cuaresma,
para hacerme comprender que, mi vida sin Dios,
es paja que lleva el viento.
Venís a mi encuentro, días de gracia y de perdón,
para hacerme sentir que, no estoy sólo,
que Dios me acompaña en mi caminar
que, cuando vuelvo los ojos hacia Él,
no hay reproche alguno sino indulgencia plena.

¡Que no te pierda, Señor!

Que no desperdicie tantos dones que me traes.
Que, si hay para mí, también los pretenda para los demás.
Que, donde estén presentes mis gestos y mis detalles,
mi servicio y me delicadeza,
que, entonces Señor, sienta que no te estoy perdiendo.

¡Que no te pierda, Señor!

Porque son muchos los lodos que intentan engullirte.
Porque, a veces, la ceniza deja más rastro en nosotros
que la misma luminosidad de la Santa Pascua.
Porque, a veces Señor, decimos tenerte y no te conocemos.
Decimos quererte, y nos resistimos acompañarte con tu cruz.
Decimos ser de los tuyos, y volvemos la cara.

¡Que no te pierda, Señor!

Para que, cuando llegue junto contigo
al final del Gólgota,
sepa valorar el esfuerzo de mi CONVERSIÓN.
El alimento de mi ORACIÓN.
El rédito del silencio de la CARIDAD.
La hermandad del PERDÓN dado y recibido.

¡Que no pierda, de vista tu Pascua, Señor!

jueves, 10 de enero de 2008

La Caridad es TODO / Autora. Catalina de Jesús

Queridos amigos:

Os he hablado de la certeza en Dios y su existencia, de Su Realidad y su Ternura;del silencio y la oración...pero sobre todo de la llamada a la entrega total de la vida en la Iglesia, en el compromiso.Por Él merece la pena dejarlo TODO, y esto es lo que Él espera de tí, sea cual sea tu vocación:soltero, religioso, sacerdote ó casado.

Que no te engañe nadie diciéndote que el compromiso radical con Dios, los votos, las promesas,las reglas de vida, la consagración, son cosa de "monjas y curas", que eso no es para los que estamos en el "mundo".Él quiere que todos nos entreguemos totalmente a Él y eso siempre implica una renuncia total y radical a uno mismo, y un compromiso de fidelidad.FIDELIDAD.Con Él no hay medias tintas.Pero Él tampoco se da a medias...

Sólo una idea ha recorrido todas mis entradas:

Solo ÉL ES.
Sólo EL EXISTE.
Todo lo demás es nada.Somos nada.
¡Pero ÉL nos ama!
Y ante Él, ante su infinito amor, sólo podemos hacer una cosa:
¡ALABARLE!¡DARLE GLORIA!
Darle gracias sin cesar cada minuto de nuestra vida, cada segundo...
Con cada pensamiento, con cada palabra, con cada acción,
siempre, siempre, siempre...


Sin Caridad no hay nada, no está Dios. Todo es inutil , ESTERIL, si no hay aumento de la Caridad en tu corazón, si esa Caridad no te lanza a servir a los que tienes cerca, a amarles con verdadera entrega...esa es la principal consecuencia de DEJARSE AMAR POR DIOS, que te transformará el corazón en un pozo infinto de amor al hermano...


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