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Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

La evangelización debe estar centrada en impulsar a las personas a tener una experiencia real del Amor de Dios. Por eso pedimos a cualquiera que visite esta página haga propuestas de textos, testimonios, actos, webs, blogs... Mientras todo esté hecho en el respeto del Amor del Evangelio y la comunión que siempre suscita el Espíritu Santo, todo será públicado. Podéís usar los comentarios pero para aparecer como texto central enviad vuestras propuestas al correo electrónico:

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domingo, 20 de enero de 2008

Cien años de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos / Autor: Benedicto XVI

Intervención con motivo del Ángelus

Publicamos la intervención de Benedicto XVI antes y después de rezar la oración mariana del Ángelus a mediodía de este domingo junto a unos 200.000 peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:


Hace dos días hemos comenzado la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, en la que católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes, conscientes de que sus divisiones constituyen un obstáculo a la acogida del Evangelio, imploran juntos del Señor, de manera todavía más intensa, el don de la plena comunión. Esta iniciativa providencial nació hace cien años, cuando el padre Paul Wattson comenzó el «Octavario» de oración por la unidad de los discípulos de Cristo.

Por este motivo, hoy están presentes en la plaza de San Pedro los hijos e hijas espirituales del padre Wattson, los hermanos y hermanas del Atonement, a quienes saludo cordialmente y a quienes aliento a continuar en su entrega especial a la causa de la unidad.

Todos tenemos el deber de rezar y trabajar por la superación de toda división entre los cristianos, respondiendo al anhelo de Cristo «Ut unum sint» [«Que sean uno», ndt.]. La oración, la conversión del corazón, la intensificación de los vínculos de comunión constituyen la esencia de este movimiento espiritual, que esperamos pueda llevar pronto a los discípulos de Cristo a la común celebración de la Eucaristía, manifestación de su plena unidad.

El tema bíblico de este año está lleno de significado: «No ceséis de orar» (1 Tesalonicenses 5,17). San Pablo se dirige a la comunidad de Tesalónica, que en su interior experimentaba conflictos, para recordar con fuerza algunas actitudes fundamentales, entre las que destaca precisamente la oración incesante. Con esta invitación, quiere dar a entender que de la nueva vida en Cristo y en el Espíritu Santo procede la capacidad de superar todo egoísmo, de vivir juntos en paz y en armonía fraterna, de cargar con disponibilidad el peso y los sufrimientos de los demás.

¡No tenemos que cansarnos nunca de rezar por la unidad de los cristianos! Cuando Jesús, durante la Última Cena, rezó para que todos «sean uno», tenía un fin preciso: «para que el mundo crea» (Juan 17, 21). La misión evangelizadora de la Iglesia pasa por tanto por el camino ecuménico, el camino de la unidad de fe, del testimonio evangélico y de la auténtica fraternidad.

Al igual que todos los años, el próximo viernes, 25 de enero, iré a la Basílica de San Pablo Extramuros para clausurar, con las Vísperas solemnes, la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Invito a los romanos y a los peregrinos a unirse a mí y a los cristianos de las iglesias y comunidades eclesiales que participarán en la celebración para invocar de Dios el don precioso de la reconciliación entre todos los bautizados.

Que la santa Madre de Dios, de la que hoy se recuerda la aparición a Alfonso Ratisbonne en la iglesia de san Andrés delle Fratte, alcance del Señor para todos su discípulos la abundancia del Espíritu Santo, de manera que juntos podamos alcanzar la perfecta unidad y ofrecer el testimonio de fe y de vida del que tiene urgente necesidad el mundo.

[Después del Ángelus, el Papa intervino en varios idiomas. En italiano dijo:]

Deseo, ante todo, saludar a los jóvenes universitarios, a los profesores y a todos vosotros que habéis venido hoy, tan numerosos, a la plaza de San Pedro para participar en la oración del Ángelus y para expresarme vuestra solidaridad. Dirijo también un saludo a muchos otros que se unen a nosotros espiritualmente. Os doy las gracias de corazón, queridos amigos; doy las gracias al cardenal vicario que ha sido promotor de este momento de encuentro.

Como sabéis, había acogido con gusto la gentil invitación que se me había dirigido para intervenir el jueves pasado en la inauguración del año académico de «La Sapienza», universidad de Roma. Conozco bien este centro universitario, tengo estima por él y afecto por sus estudiantes: cada año, en varias ocasiones, muchos de ellos vienen a verme, junto a colegas de otras universidades.

Por desgracia, como es sabido, el clima que se había creado ha hecho inoportuna mi presencia en la ceremonia. A pesar mío, desistí de acudir a la invitación, pero de todos modos he querido enviar el texto que había preparado para esa ocasión. Con el ambiente universitario, que durante largos años fue mi mundo, me unen el amor por la búsqueda de la verdad, por el diálogo franco y respetuoso de las recíprocas posiciones. Todo esto también forma parte de la misión de la Iglesia, comprometida a seguir fielmente a Jesús, Maestro de vida, de verdad y de amor. Como profesor por así decir emérito, que ha conocido a tantos estudiantes en su vida, os aliento a todos, queridos universitarios, a respetar siempre las opiniones de los demás y a buscar, con espíritu libre y responsable, la verdad y el bien. A todos y a cada uno renuevo mi gratitud, asegurando mi afecto y oración.

Saludo ahora a los responsables, dirigentes, profesores, padres y alumnos de las escuelas católicas, reunidos con motivo de la jornada de la escuela católica, que celebra hoy la diócesis de Roma. En la educación en la fe de los muchachos y de los jóvenes, una tarea importante es encomendada también a la escuela católica: os aliento, por tanto, a seguir con vuestro trabajo que pone al Evangelio en el centro, con un proyecto educativo que busca la formación integral de la persona humana. A pesar de las dificultades que encontráis, seguid por tanto con valentía y confianza en vuestra misión, cultivando una constante pasión educativa y un generoso compromiso al servicio de las nuevas generaciones.

[En español dijo :]

Saludo a los peregrinos de lengua española, particularmente a los fieles de las parroquias de san Pablo y san Juan Bautista de Archena, Murcia. En esta semana de oración por la unidad de los cristianos, invito a todos a intensificar las plegarias para obtener el don de la plena comunión de cuantos creen en Cristo. ¡ Feliz domingo!

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[Traducción del original italiano por Jesús Colina

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

martes, 1 de enero de 2008

Ángelus de la Jornada Mundial de la Paz / Autor: Benedicto XVI

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 1 enero 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI con motivo de la oración mariana del Ángelus del 1 de enero, Jornada Mundial de la Paz.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

Hemos comenzado un nuevo año y deseo que sea para todos sereno y fecundo.
Lo encomiendo a la protección celestial de la Virgen, a quien la liturgia invoca hoy con el título más importante, el de la Madre de Dios. Con su «sí» al ángel, el día de la Anunciación, la Virgen concibió en su seno por obra del Espíritu Santo, al Verbo eterno, y en la noche de Navidad le dio a luz.

En Belén, en la plenitud de los tiempos, Jesús nació de María: el Hijo de Dios se hizo hombre por nuestra salvación y la Virgen se convirtió en auténtica Madre de Dios. Este don inmenso que recibió María no sólo fue reservado para ella, sino para todos nosotros. En su virginidad fecunda, de hecho, Dios entregó «a los hombres los bienes de la salvación eterna... pues por medio de ella hemos recibido al autor de la vida» (Cf. oración colecta de la liturgia). María, por tanto, después de haber dado una carne mortal al unigénito Hijo de Dios, se convirtió en madre de los creyentes y de toda la humanidad.

Precisamente, en el nombre de María, madre de Dios y de los hombres, desde hace 40 años se celebra el primer día del año la Jornada Mundial de la Paz. El tema que he escogido para esta ocasión es «Familia humana, comunidad de paz». El mismo amor que edifica y mantiene unida a la familia, célula vital de la sociedad, favorece esas relaciones de solidaridad y de colaboración entre los pueblos de la tierra, que son propias de los miembros de la única familia humana.

Lo recuerda el Concilio Vaticano II cuando afirma que «todos los pueblos constituyen una sola comunidad, tienen un solo origen... y tienen también un solo fin último, Dios» (Declaración Nostra aetate, 1). Se da, por tanto, una íntima relación entre familia, sociedad y paz.

«Quien obstaculiza la institución familiar, aunque sea inconscientemente --escribo en el Mensaje para esta Jornada de la Paz--, hace que la paz de toda la comunidad, nacional e internacional, sea frágil, porque debilita lo que, de hecho, es la principal "agencia" de paz» (n. 5).

Y, además, «no vivimos unos al lado de otros por casualidad; todos estamos recorriendo un mismo camino como hombres y, por tanto, como hermanos y hermanas» (n. 6). Por tanto, es verdaderamente importante que cada quien se asuma su responsabilidad ante Dios y que reconozca en Él el manantial originario de la existencia propia y el de la de los demás.

De esta conciencia mana un compromiso para hacer de la humanidad una auténtica comunidad de paz, regida por una «ley común, que ayude a la libertad a ser realmente ella misma..., y que proteja al débil del abuso del más fuerte» (n. 11).

Que María, Madre del Príncipe de la Paz, apoye a la Iglesia en su servicio operante e incansable a la paz, y que ayude a la comunidad de los pueblos, que celebra en el año 2008 el sexagésimo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, a emprender un camino de auténtica solidaridad y de paz estable.

[Después del Ángelus]

Con motivo de la Jornada Mundial de la Paz son innumerables las iniciativas promovidas por las comunidades eclesiales en todos los continentes. Transmito mi aprecio a todos los promotores de estas manifestaciones y a los que participan en ellas, alentándoles a ser siempre y por doquier testigos de paz y reconciliación. Saludo en particular a cuantos han dado vida a la manifestación llamada «Paz a todas las tierras», organizada por la Comunidad de San Egidio en Roma y en otras muchas ciudades del mundo.

[A continuación, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Saludo a los peregrinos de lengua española aquí presentes y a cuantos se unen al rezo del Ángelus a través de la radio y la televisión. Al comenzar este nuevo año os expreso mis mejores deseos de paz, que tiene en la familia un fundamento insustituible. Confiemos este anhelado don a la intercesión de María, Madre de Dios y Madre de todos.¡Feliz Año Nuevo!

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Traducción del original italiano por Jesús Colina

© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana

miércoles, 26 de marzo de 2008

Juan Pablo II y Faustina Kowalska, apóstoles de la Divina Misericordia / Autor:Benedicto XVI

Intervención con motivo del Regina Caeli

Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI este domingo al rezar la oración mariana del Regina Caeli junto a miles de peregrinos congregados en el patio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo.

* * *


Queridos hermanos y hermanas:

Durante el Jubileo del año 2000, el querido siervo de Dios Juan Pablo II estableció que en toda la Iglesia el domingo después de Pascua, además de domingo in Albis, fuera denominado domingo de la Divina Misericordia. Lo hizo en concomitancia con la canonización de Faustina Kowalska, humilde religiosa polaca, nacida en 1905 y fallecida en 1938, celosa mensajera de Jesús misericordioso.

La misericordia es en realidad el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios, el rostro con el que Él se ha revelado en la antigua Alianza y plenamente en Jesucristo, encarnación del Amor creador y redentor. Este amor de misericordia ilumina también el rostro de la Iglesia, y se manifiesta ya sea a través de los sacramentos, en particular el de la Reconciliación, ya sea con obras de caridad, comunitarias e individuales.

Todo lo que dice y hace la Iglesia manifiesta la misericordia que Dios siente por el hombre. Cuando la Iglesia tiene que recordar una verdad descuidada, o un bien traicionado, lo hace siempre movida por el amor misericordioso, para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia (Cf. Juan 10, 10). De la misericordia divina, que pacifica los corazones, surge, además, la auténtica paz en el mundo, la paz entre los pueblos, culturas y religiones.

Al igual que sor Faustina, Juan Pablo II se convirtió a su vez en apóstol de la Divina Misericordia. En la noche del inolvidable sábado 2 de abril de 20005, cuando cerró los ojos a este mundo, se celebraba precisamente la vigilia del segundo domingo de Pascua, y muchos observaron la singular coincidencia, que unía en sí la dimensión mariana --primer sábado del mes-- y la de la Divina Misericordia.

De hecho, su largo y multiforme pontificado encuentra aquí su núcleo central; toda su misión al servicio de la verdad sobre Dios y sobre el hombre y de la paz en el mundo se resume en este anuncio, como él mismo dijo en Cracovia-Lagiewniki en 2002, al inaugurar el gran Santuario de la Divina Misericordia: «Fuera de la misericordia de Dios no hay otra fuete de esperanza para los seres humanos». Su mensaje, como el de santa Faustina, presenta el rostro de Cristo, revelación suprema de la Misericordia de Dios. Contemplar constantemente ese Rostro: esta es la herencia que nos ha dejado, que acogemos con alegría y hacemos nuestra.

Sobre la Divina Misericordia se reflexionará de manera especial en los próximos días, con motivo del primer Congreso Apostólico Mundial de la Divina Misericordia, que tendrá lugar en Roma y se inaugurará con la santa misa que, si Dios quiere, presidiré en la mañana del miércoles 2 de abril en el tercer aniversario del fallecimiento del siervo de Dios, Juan Pablo II. Pongamos el Congreso bajo la celestial protección de María santísima, Mater Misericordiae. Le encomendamos la gran causa de la paz en el mundo para que la Misericordia de Dios realice lo que es imposible hacer únicamente con las fuerzas humanas, e infunda la valentía del diálogo y de la reconciliación.

[Al final de la oración mariana el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En italiano dijo:]

Ante todo, dirijo un cordial saludo a los numerosos peregrinos que en este momento están reunidos en la plaza de San Pedro, de manera especial a quienes han participado en la santa misa celebrada en la iglesia del Espíritu Santo de Saxia por el cardenal Tarcisio Bertone, con motivo de la fiesta de la Divina Misericordia. Queridos hermanos y hermanas: que la intercesión de santa Faustina y del siervo de Dios Juan Pablo II os ayuden a ser auténticos testigos del amor misericordioso. Como ejemplo a imitar, me complace indicar hoy a la madre Celestina Donati, fundadora de la Congregación de las Hijas Pobres de San José de Calasanz, que será proclamada beata hoy en Florencia.

[En español, dijo:]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. Queridos hermanos: En este domingo dedicado a la Divina Misericordia, agradezcamos a Dios Padre el amor que nos ha manifestado en la muerte y resurrección de su propio Hijo, y pidamos a la Virgen María que interceda por nosotros para que sepamos reconocer en Cristo resucitado la fuente de la esperanza y de la alegría verdadera. Feliz domingo.

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[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]


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Para ver la síntesis del Regina Caeli haz click sobre las imagenes

martes, 4 de diciembre de 2007

El clamor del Adviento / Autor: Padre Luis María Etcheverry Boneo

Si todo fin y todo comienzo de año debe ser siempre, para las personas serias, responsables, un momento de balance: de mirar al pasado y a la vez al futuro, de sacar experiencia de lo ocurrido para asegurar un mejor rendimiento del porvenir, esto debe ocurrir de un modo mucho más particular y más exigente cuando se trata del fin y del comienzo del año eclesiástico y, por lo tanto, en relación con lo que más importa que es nuestra vida espiritual.

El año eclesiástico comienza con el Adviento, es decir, con la preparación para el nuevo nacimiento de Jesucristo en la Iglesia y en nuestras almas.

El Adviento, en la liturgia de la Iglesia, no sólo es una preparación para la conmemoración y para el nacimiento místico de Jesucristo en Navidad; no sólo mira a ese fin práctico, sino que -en esa actitud de la Iglesia de renovar cada año los misterios relativos al ciclo humano de la vida de Jesús- quiere comenzar con un signo de la larga expectación de la humanidad con respecto a la venida del Mesías anunciado.

Textos del Antiguo Testamento

Durante un mes vamos a renovar místicamente ese período de la historia de la humanidad que transcurre desde el pecado del primer hombre hasta la llegada visible del Redentor a este mundo.

Por eso es comprensible que la Iglesia asuma, en su liturgia de este tiempo, abundantes textos del Antiguo Testamento y sobre todo un espíritu tomado de la imagen de la tierra, por una parte seca, árida, sedienta de lluvia, y por otra, bien preparada para recibir en su seno la buena semilla en el momento de la siembra que espera le ha de llegar. Así como todo el tiempo del trabajo de la tierra previo a la siembra, está destinado a asegurar que cuando venga la semilla no encuentre ningún obstáculo a su supervivencia y a su desarrollo: a su germinación, al producir la planta, las flores, los frutos (es decir, una expansión total de esa vida latente que traía la semilla), así también todo el Antiguo Testamento, y el Adviento para nosotros, debe ser un trabajo de arada, de rastreo, de preparación de la tierra.

¿Para qué se ara? Primero para matar todos los yuyos, es decir, todas las plantas, todas las vidas que puedan entrar en competencia con la vida de la semilla y llevarse para ellas los frutos, las sales, las riquezas de la tierra; se requiere que cuando venga la semilla, nada en el seno de la tierra pueda disputarle la posesión de los alimentos.

Y se rastrea, en segundo lugar, para romper todos los cascotes y sacar todas las piedras y consecuentemente todos los huecos que haya entre cascote y cascote, lo cual, de no hacerse, haría que la semilla quede sin entrar en la tierra o al lanzar una raíz no pueda ella expandirla y se vea impedida de germinar o, en todo caso, limitada en su crecimiento.

¿Y para qué se riega, cuando se puede, la tierra? O ¿por qué clama la tierra que venga el agua del cielo, si el hombre no puede proporcionársela? Para que esa agua, además de incorporarse a la semilla y enriquecerla por sí misma, se convierta en el vehículo por el cual las sales y los elementos vitales que la tierra contiene se pongan al alcance y puedan entrar en contacto con la planta e introducirse dentro de ella y así enriquecerla, fortificarla, hacerla desarrollar y alcanzar todo lo apetecido.

El agua de la gracia

La literatura del Antiguo Testamento está embebida en esta semejanza de la tierra que se trabaja y de la tierra que clama por la lluvia para que venga esa semilla a traer su vida. Y la liturgia de este Tiempo nos trae, con esta misma comparación, toda la fuerza de su sugerencia y de su sacramentalidad para que trabajemos nuestra alma, de tal manera que, en el Adviento quitemos todo lo que en nosotros pueda oponerse al nacimiento o a la futura expansión de Jesús con su vida, cuando llegue una vez más, en Navidad.

Que no quede ningún sector de nuestra persona: ni la inteligencia, ni la voluntad, ni el corazón, ni la sensibilidad, invadido por cualquier semilla que impida la entrada de Jesucristo con su vida, en ese sector.

Y que no haya en nosotros ningún cascote, ninguna costra, nada que, aunque no sea usufructuado por alguna otra vida, u otra semilla, o por algún otro organismo, sin embargo esté cerrado como un caparazón, a la penetración de Jesucristo cuando venga a nuestra alma místicamente el día de Navidad.

Y que, por otra parte, no falte el agua de la gracia que consigamos a fuerza de pedirla, a fuerza de clamar como clama la tierra -simbólicamente- cuando está seca; la gracia que merezcamos con nuestras oraciones y nuestras buenas obras, y que dentro de nosotros disponga todo lo necesario para que la vida de Jesús, el mundo de sus sugerencias mentales, de sus ilustraciones a la inteligencia, de sus mociones a la voluntad, de sus sentimientos para nuestro corazón, todo eso encuentre el vehículo apropiado, la tierra blanda, permeable, para que la haga llegar hasta todos los límites y dimensiones de nuestra persona.

Tengámoslo, entonces, muy en cuenta: se trata de quitar lo que pueda disputarle al Señor la posesión de nuestra persona; se trata de romper cualquier caparazón que nos cierre, que impida, que encallezca nuestra alma a la acción del Señor; se trata de ablandarla y de vehiculizarla toda, con la lluvia de la gracia que merezcamos y obtengamos por medio de la oración, y de las buenas obras ofrecidas con ese objeto.

Por otra parte, en el Adviento, la Iglesia nos pone la figura de san Juan Bautista, y con él otra nueva imagen. Ya no se trata de preparar una tierra capaz de acoger adecuadamente la buena semilla: se trata de preparar un camino para que pueda, por él, llegar a nuestra alma la Persona adorable del Señor.

Los consejos de San Juan Bautista

Son cuatro las órdenes, los consejos o las consignas que san Juan Bautista -y la Iglesia con él- nos da.

La primera consigna de san Juan el Bautista es bajar los montes: todo monte y toda colina sea humillada, sea volteada, bajada, desmoronada. Y cada uno tiene que tomar esto con mucha seriedad y ver de qué manera y en qué forma ese orgullo -que todos tenemos- está en la propia alma y está con mayor prestancia, para tratar en el Adviento -con la ayuda de la gracia que hemos de pedir-, de reducirlo, moderarlo, vencerlo, ojalá suprimirlo en cuanto sea posible, a ese orgullo que obstaculizaría el descenso fructífero del Señor a nosotros.

En segundo lugar, Juan el Bautista nos habla de enderezar los senderos. Es la consigna más importante: Yo soy una voz que grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos 3. Y aquí tenemos, entonces, el llamado también obligatorio a la rectitud, es decir, a querer sincera y prácticamente sólo el bien, sólo lo que está bien, lo que es bueno, lo que quiere Dios, lo que es conforme con la ley de Dios o con la voluntad de Dios según nos conste de cualquier manera, lo que significa imitarlo a Jesús y darle gusto a El, aquello que se hace escuchando la voz interior del Espíritu Santo y de nuestra conciencia manejada por Él.

A cada uno corresponde en este momento ver qué es lo que hay que enderezar en la propia conducta, pero sobre todo en la propia actitud interior para que Jesucristo Nuestro Señor, viendo claramente nuestra buena voluntad y viéndonos humildes, esté dispuesto a venir a nuestro interior con plenitud, o por lo menos con abundancia de gracias.

El tercer aspecto del mensaje de san Juan el Bautista se refiere a hacer planos los caminos abruptos, los que tienen piedras o espinas, los que punzan los pies de los caminantes, los que impiden el camino tranquilo, sin dificultad. Y ese llamado hace referencia a la necesidad de ser para nuestro prójimo, precisamente, camino fácil y no obstáculo para su virtud y para su progreso espiritual: quitar de nosotros todo aquello que molesta al prójimo, que lo escandaliza, que lo irrita o que le dificulta de cualquier manera el poder marchar, directa o indirectamente, hacia el cielo.

El cuarto elemento del mensaje de san Juan Bautista es el de llenar toda hondonada, todo abismo, todo vacío. Los caminos no sólo se construyen bajando los montes excesivos, ni sólo enderezando los senderos torcidos, o allanando los caminos que tengan piedras: también llenando las hondonadas o cubriendo las ausencias. Este mensaje se refiere a la necesidad de llenar nuestras manos y nuestra conciencia con méritos, con oraciones, con obras buenas -como hicieron los Reyes Magos y los pastores- para poder acoger a Jesucristo con algo que le dé gusto; no sólo con la ausencia de obstáculos o de cosas que lo molesten, no sólo con ausencia de orgullo o con ausencia de falta de rectitud o de dificultades en nuestra conducta para con el prójimo, sino también positivamente con la construcción: con nuestras oraciones y con nuestras buenas obras y un pequeño -al menos- caudal, capital de méritos, que dé gusto al Señor cuando venga y que podamos depositar a sus pies.

La Inmaculada Concepción

Finalmente el Adviento, además de la conmemoración y el sentido del Antiguo Testamento -de la tierra que espera la buena semilla-, además de la figura límite entre el Antiguo Testamento y el Nuevo -san Juan Bautista-, este Tiempo nos acerca más al Señor por aquélla que, en definitiva, fue quien nos entregó a Jesucristo: la Virgen. No sólo en el hemisferio sur entramos al Adviento por la puerta del Mes de María, sino que en toda la Iglesia se entra al Adviento por la novena de la Inmaculada Concepción.

Y la Inmaculada Concepción significa dos cosas: por una parte, ausencia de pecado original y, por otra, ausencia de pecado para y por la plenitud de la gracia. La Virgen fue eximida del pecado original y de las consecuencias del pecado original que en el orden moral fundamentalmente es la concupiscencia, es decir, la rebelión de las pasiones, la falta de orden dentro de nuestra persona, el rechazo que nuestra materia y nuestros apetitos indómitos oponen a la reyecía de la voluntad y de la razón iluminadas por la fe, por la esperanza y por la caridad; iluminadas y encendidas y sostenidas por la gracia. La Virgen, preservada del pecado original en el momento mismo de su concepción y liberada de todo obstáculo, tuvo el alma plenamente capacitada desde el primer instante para recibir la plenitud de la gracia de Jesucristo. Por lo tanto su fiesta de la Inmaculada Concepción, con ese carácter sacramental que tienen todas las fiestas de la Iglesia, ese carácter de signo que enseña y de signo eficaz que produce lo que enseña, nos trae la gracia de liberarnos del pecado y de vencer, de moderar, de sujetar en nosotros las pasiones sueltas por la concupiscencia, a los efectos de que nos pueda llegar plenamente la gracia; y naturalmente, si estamos en Adviento, para que pueda venir la gracia del nacimiento de Jesucristo místicamente a nuestra alma, el día de Navidad.

Por lo tanto, unamos a toda la ayuda que nos pueden prestar los patriarcas del Antiguo Testamento que desde el cielo ruegan por nosotros (ellos que tanto pidieron la venida del Mesías), unamos a la intercesión y a la figura sacramental de san Juan Bautista, unamos por encima de ellos la presencia de la Santísima Virgen en la novena que precede a su fiesta y en todo este tiempo, pidiendo bien concretamente el poder liberarnos del pecado, de todo lo que en nosotros haya de orgullo, de falta de rectitud, de falta de caridad con el prójimo, de ausencia de virtud; liberarnos de todo ello para que, cuando venga Jesucristo el día de Navidad, no encuentre en nosotros ningún obstáculo a sus intenciones de llenar nuestra alma con su gracia.

Tiempo de Oración

La perspectiva de un nuevo nacimiento del Señor, en nosotros y en el mundo tan necesitado de Él, tiene que ser objeto de una preocupación, de todo un conjunto de sentimientos y de actos de voluntad que estén polarizados por el deseo de poner de nuestra parte todo lo que podamos, para que el Señor venga lo más plenamente posible sobre cada uno y sobre el mundo.

Y si esto vale siempre, se hace más exigente en las circunstancias del mundo presente que desvirtúa precisamente lo que Jesucristo trajo con su nacimiento. ¡Qué necesario es que pongamos todo de nuestra parte para que Jesús venga a nosotros con renovada fuerza el día de Navidad y, a través nuestro, sobre las personas que están cerca, sobre la Iglesia y sobre el mundo!

Quedémonos en espíritu de oración, fomentando en nuestro interior el deseo de que las cosas ocurran según las intenciones y los deseos del mismo Señor.

El Adviento es una época muy linda del año. Después de las fiestas de Navidad y de Pascua, quizá es la más linda, porque es una época de total esperanza, de seguridad alegre y confiada. En ese sentido nuestro Adviento es más lindo que el del Antiguo Testamento: se esperaba lo que todavía no había venido, en cambio nosotros sabemos que el Señor ya ha venido sobre el mundo, sobre la Iglesia, sobre cada uno y entonces tenemos mucho más apoyo para nuestra seguridad de que ha de venir nuevamente, a perfeccionar lo ya iniciado.

Por otra parte, esa presencia del Señor en la Iglesia y en nosotros nos ha hecho ir conociendo a Jesús, amándolo y tratándolo con confianza; por tanto, este esperar su nuevo nacimiento tiene que ser mucho más dulce, mucho más suave, mucho más seguro, mucho más esperanzado (con el doble elemento de seguridad y alegría de la esperanza) que lo que fue la espera de los hombres y mujeres del Antiguo Testamento.

Quedémonos, pues, unidos con Jesús, conversemos sobre estos temas, preguntémosle qué nos sugiere a cada uno en particular para que podamos, desde el comienzo, vivir el Adviento del modo más conducente para obtener la plenitud de Navidad que Él sin duda quiere darnos.

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Fuente: Catholic.net

miércoles, 9 de enero de 2008

El Papa revive la vida de san Agustín / Autor: Benedicto XVI

Intervención en la audiencia general del miércoles

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 9 enero 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de este miércoles en la que comenzó una serie de meditaciones sobre san Agustín de Hipona.

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Queridos hermanos y hermanas:

Después de las grandes festividades navideñas, quisiera volver a meditar sobre los padres de la Iglesia y hablar hoy del padre más grande de la Iglesia latina, san Agustín: hombre de pasión y de fe, de elevadísima inteligencia y de incansable entrega pastoral. Este gran santo y doctor de la Iglesia es conocido, al menos de nombre, incluso por quien ignora el cristianismo o no tiene familiaridad con él, por haber dejado una huella profundísima en la vida cultural de Occidente y de todo el mundo.

Por su singular relevancia, san Agustín tuvo una influencia enorme y podría afirmarse, por una parte, que todos los caminos de la literatura cristiana latina llevan a Hipona (hoy Anaba, en la costa de Argelia), localidad en la que era obispo y, por otra, que de esta ciudad del África romana, en la que Agustín fue obispo desde el año 395 hasta 430, parten muchas otras sendas del cristianismo sucesivo y de la misma cultura occidental.

Pocas veces una civilización ha encontrado un espíritu tan grande, capaz de acoger los valores y de exaltar su intrínseca riqueza, inventando ideas y formas de las que se alimentarían las generaciones posteriores, tal y como subrayó también Pablo VI: «Se puede decir que todo el pensamiento de la antigüedad confluye en su obra y de esa se derivan corrientes de pensamiento que penetran toda la tradición doctrinal de los siglos sucesivos» (AAS, 62, 1970, p. 426).

Agustín es, además, el padre de la Iglesia que ha dejado el mayor número de obras. Su biógrafo, Posidio, dice: parecía imposible que un hombre pudiera escribir tanto en vida. En un próximo encuentro hablaremos de estas obras. Hoy nuestra atención se concentrará en su vida, que puede reconstruirse con sus escritos, y en particular con las «Confesiones», su extraordinaria biografía espiritual escrita para alabanza de Dios, su obra más famosa.

Las «Confesiones» constituyen precisamente por su atención a la interioridad y a la psicología un modelo único en la literatura occidental, y no sólo occidental, incluida la no religiosa, hasta la modernidad.

Esta atención por la vida espiritual, por el misterio del yo, por el misterio de Dios que se esconde en el yo, es algo extraordinario, sin precedentes, y permanece para siempre como una «cumbre» espiritual.

Pero, volvamos a su vida. Agustín nació en Tagaste, en la provincia de Numidia, en el África romana, el 13 de noviembre de 354, hijo de Patricio, un pagano que después llegó a ser catecúmeno, y de Mónica, fervorosa cristiana.

Esta mujer apasionada, venerada como santa, ejerció en su hijo una enorme influencia y le educó en la fe cristiana. Agustín había recibido también la sal, como signo de la acogida en el catecumenado. Y siempre quedó fascinado por la figura de Jesucristo; es más, dice que siempre amó a Jesús, pero que se alejó cada vez más de la fe eclesial, de la práctica eclesial, como les sucede también hoy a muchos jóvenes.

Agustín tenía también un hermano, Navigio, y una hermana, de la que desconocemos el nombre y que, tras quedar viuda, se convirtió en superiora de un monasterio femenino.

El muchacho, de agudísima inteligencia, recibió una buena educación, aunque no siempre fue estudiante ejemplar. De todos modos, aprendió bien la gramática, primero en su ciudad natal, y después en Madaura y, a partir del año 370, retórica, en Cartago, capital del África romana: llegó a dominar perfectamente el latín, pero no alcanzó el mismo nivel en griego, ni aprendió el púnico, lengua que hablaban sus paisanos.

En Cartago, Agustín leyó por primera vez el «Hortensius», obra de Cicerón que después se perdería y que se enmarca en el inicio de su camino hacia la conversión. El texto ciceroniano despertó en él el amor por la sabiduría, como escribirá siendo ya obispo en las «Confesiones»: «Aquel libro cambió mis sentimientos» hasta el punto de que «de repente todas mis vanas esperanzas se envilecieron ante mis ojos y empecé a encenderme en un increíble ardor del corazón por una sabiduría inmortal» (III, 4, 7).

Pero, dado que estaba convencido de que sin Jesús no puede decirse que se ha encontrado efectivamente la verdad, y dado que en ese libro apasionante faltaba ese nombre, nada más leerlo comenzó a leer la Escritura, la Biblia. Quedó decepcionado. No sólo porque el estilo de la traducción al latín de la Sagrada Escritura era deficiente, sino también porque el mismo contenido no le pareció satisfactorio.

En las narraciones de la Escritura sobe guerras y otras vicisitudes humanas no encontraba la altura de la filosofía, el esplendor de la búsqueda de la verdad que le es propio. Sin embargo, no quería vivir sin Dios y buscaba una religión que respondiera a su deseo de verdad y también a su deseo de acercarse a Jesús.

De esta manera, cayó en la red de los maniqueos, que se presentaban como cristianos y prometían una religión totalmente racional. Afirmaban que el mundo está dividido en dos principios: el bien y el mal. Y así se explicaría toda la complejidad de la historia humana. La moral dualista también le atraía a san Agustín, pues comportaba una moral muy elevada para los elegidos: y para quien, como él, adhería a la misma era posible una vida mucho más adecuada a la situación de la época, especialmente si era joven.

Se hizo, por tanto, maniqueo, convencido en ese momento de que había encontrado la síntesis entre racionalidad, búsqueda de la verdad y amor a Jesucristo. Y sacó una ventaja concreta para su vida: la adhesión a los maniqueos abría fáciles perspectivas de carrera. Adherir a esa religión, que contaba con muchas personalidades influyentes, le permitía seguir su relación con una mujer y continuar con su carrera.

De esta mujer tuvo un hijo, Adeodato, al que quería mucho, sumamente inteligente, que después estaría presente en su preparación al bautismo en el lago de Como, participando en esos «Diálogos» que san Agustín nos ha dejado. Por desgracia, el muchacho falleció prematuramente.

Siendo profesor de gramática en torno a los veinte años, en su ciudad natal, pronto regresó a Cartago, donde se convirtió en un brillante y famoso maestro de retórica. Con el pasar del tiempo, sin embargo, Agustín comenzó a alejarse de la fe de los maniqueos, que le decepcionaron precisamente desde el punto de vista intelectual, pues eran incapaces de resolver sus dudas, y se transfirió a Roma, y después a Milán, donde residía en la corte imperial y donde había obtenido un puesto de prestigio, por recomendación del prefecto de Roma, el pagano Simaco, que era hostil al obispo de Milán, san Ambrosio.

En Milán, Agustín se acostumbró a escuchar, en un primer momento con el objetivo de enriquecer su bagaje retórico, las bellísimas predicaciones del obispo Ambrosio, que había sido representante del emperador para Italia del norte. El retórico africano quedó fascinado por la palabra del gran prelado milanés; no sólo por su retórica. El contenido fue tocando cada vez más su corazón.

El gran problema del Antiguo Testamento, la falta de belleza retórica, de nivel filosófico, se resolvió con las predicaciones de san Ambrosio, gracias a la interpretación tipológica del Antiguo Testamento: Agustín comprendió que todo el Antiguo Testamento es un camino hacia Jesucristo. De este modo, encontró la clave para comprender la belleza, la profundidad incluso filosófica del Antiguo Testamento y comprendió toda la unidad del misterio de Cristo en la historia, así como la síntesis entre filosofía, racionalidad y fe en el Logos, en Cristo, Verbo eterno, que se hizo carne.

Pronto, Agustín se dio cuenta de que la literatura alegórica de la Escritura y la filosofía neoplatónica del obispo de Milán le permitían resolver las dificultades intelectuales que, cuando era más joven, en su primer contacto con los textos bíblicos, le habían parecido insuperables.

Agustín continuó la lectura de los escritos de los filósofos con la de la Escritura, y sobre todo de las cartas de san Pablo. La conversión al cristianismo, el 15 de agosto de 386, se enmarcó por tanto al final de un largo y agitado camino interior, del que seguiremos hablando en otra catequesis. El africano se mudó al campo, al norte de Milán, al lago de Como, con su madre, Mónica, el hijo Adeodato, y un pequeño grupo de amigos, para prepararse al bautismo. De este modo, a los 32 años, Agustín fue bautizado por Ambrosio el 24 de abril de 387, durante la vigilia pascual en la catedral de Milán.

Tras el bautismo, Agustín decidió regresar a África con sus amigos, con la idea de llevar vida en común, de carácter monástico, al servicio de Dios. Pero en Ostia, mientras esperaba para embarcarse, su madre se enfermó improvisamente y poco después murió, destrozando el corazón del hijo.

Tras regresar finalmente a su patria, el convertido se estableció en Hipona para fundar un monasterio. En esa ciudad de la costa africana, a pesar de resistirse a la idea, fue ordenado presbítero en el año 391 y comenzó con algunos compañeros la vida monástica en la que estaba pensado desde hace algún tiempo, repartiendo su tiempo entre la oración, el estudio y la predicación.

Quería estar sólo al servicio de la verdad, no se sentía llamado a la vida pastoral, pero después comprendió que la llamada de Dios significaba ser pastor entre los demás y así ofrecer el don de la verdad a los demás. En Hipona, cuatro años después, en el año 395, fue consagrado obispo.

Continuando con la profundización en el estudio de las Escrituras y de los textos de la tradición cristiana, Agustín se convirtió en un obispo ejemplar con un incansable compromiso pastoral: predicaba varias veces a la semana a sus fieles, ayudaba a los pobres y a los huérfanos, atendía a la formación del clero y a la organización de los monasterios femeninos y masculinos.

En poco tiempo, el antiguo profesor de retórica se convirtió en uno de los exponentes más importantes del cristianismo de esa época: sumamente activo en el gobierno de su diócesis, con notables implicaciones también civiles, en sus más de 35 años de episcopado, el obispo de Hipona ejerció una amplia influencia en la guía de la Iglesia católica del África romana y más en general en el cristianismo de su época, afrontando tendencias religiosas y herejías tenaces y disgregadoras, como el maniqueísmo, el donatismo, y el pelagianismo, que ponían en peligro la fe cristiana en el único Dios y rico en misericordia.

Y Agustín se encomendó a Dios cada día, hasta el final de su vida: contrajo la fiebre, mientras la ciudad de Hipona se encontraba asediada desde hacía casi tres meses por vándalos invasores. El obispo, cuenta su amigo Posidio en la «Vita Augustini» pidió que le transcribieran con letra grande los salmos penitenciales «y pidió que colgaran las hojas contra la pared, de manera que desde la cama en su enfermedad los podía ver y leer, y lloraba sin interrupción lágrimas calientes» (31, 2). Así pasaron los últimos días de la vida de Agustín, quien falleció el 28 de agosto del año 430, sin haber cumplido los 76 años. Dedicaremos los próximos encuentros a sus obras, a su mensaje y a su experiencia interior.

[Al final de la audiencia, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:

Con palabras de Pablo VI, se puede decir de San Agustín, «que todo el pensamiento de la antigüedad converge en su obra y de ella brotan corrientes de pensamiento que permean toda la tradición de los siglos posteriores». Este Santo es el Padre de la Iglesia del que más obras se conservan. Nació en Tagaste el trescientos cincuenta y cuatro, de Patricio y santa Mónica. Estudió gramática y retórica. En Cartago ejerció como maestro de retórica. Luego se transfirió a Milán, ciudad en la que se convirtió a la fe católica escuchando predicar a san Ambrosio, del que recibió el Bautismo en el trescientos ochenta y siete. Posteriormente, se estableció en Hipona. Allí fue ordenado presbítero el trescientos noventa y uno y obispo cuatro años más tarde. En sus treinta y cinco años al frente de esa sede episcopal se mostró como un Pastor ejemplar por su doctrina, atención a los pobres, dedicación al clero y organización de monasterios. Ejerció un gran influjo en el cristianismo de su tiempo y gracias a él se pudo hacer frente al maniqueísmo y a las herejías donatista y pelagiana. Murió el veintiocho de agosto del año cuatrocientos treinta.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. En particular, a la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, a la Parroquia Nuestra Señora de los Milagros de Alange, a los capitulares de la Congregación de San Pedro ad Vincula, así como a los demás grupos venidos de España, México, Brasil y de otros países latinoamericanos. Os invito a imitar la confianza en Dios de San Agustín y a acogeros a su intercesión. Muchas gracias.

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Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

viernes, 19 de agosto de 2011

Benedicto XVI a los periodistas en el avión hacia JMJ: "La economía tiene que tener una ética"

* Ofrecemos las respuestas integras de Benedicto XVI en la rueda de prensa en el avión que ayer le llevo a Madrid

* «El hombre tiene que ser el centro de la economía»

19 de agosto de 2011.- El vuelo papal partió de Roma ayer jueves 18 de agosto con unos minutos de retraso. Poco antes de las once de la mañana, el Sumo Pontífice se acerca a la parte trasera de la cabina, donde 56 periodistas esperan a que responda a algunas preguntas presentadas con anterioridad. Ofrecemos la transcripción integra de preguntas y respuestas realizada por el periodista Jesús Colina para la agencia Zenit.

martes, 18 de diciembre de 2007

Al Qaeda amenaza al Papa por su obra de diálogo con musulmanes / Autor: Jesús Colina

Según aclara el portavoz de la Santa Sede

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 18 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Las amenazas del «número dos» de la red terrorista Al Qaeda, el egipcio Ayman al Zawahiri, contra Benedicto XVI buscan acabar con su obra de diálogo con los musulmanes, constata el portavoz vaticano.

Al Zawahiri, en una entrevista de una hora y 37 minutos de duración difundida este lunes por la productora audiovisual de Al Qaeda, As Sahab, definió la reciente e histórica visita al Papa del rey Abdalá bin Abdelaziz de Arabia Saudí como una ofensa al Islam y a los musulmanes.

«Los contactos de diálogo que han promovido autorizados exponentes musulmanes, como el rey de Arabia y los 138 líderes islámicos [que han escrito una carta de colaboración al Papa, ndr.], son un hecho significativo para todo el mundo musulmán», reconoce el padre Federico Lombardi, S.I., director de la Oficina de Información de la Santa Sede.

«El hecho de que estas voces que quieren explícitamente dialogar y comprometerse por la paz tengan una importancia creciente en el Islam es evidentemente un hecho que preocupa a quien no quiere este diálogo», considera el portavoz.

La «referencia negativa» al Papa, observa el padre Lombardi, «no es un hecho extraño ni nos preocupa particularmente». De hecho, el director de la Oficina de Información invita a no atribuirle «una gran importancia».

La visita del rey Abadalá, custodio de las dos mezquitas sagradas de la Meca y de Medina, el 6 de noviembre, fue la primera de un monarca de ese país a un Papa.

Días después, el Papa respondió a la carta que al final del Ramadán le habían dirigido 138 religiosos musulmanes garantizando su compromiso por el diálogo basado en «los valores del respeto recíproco, la solidaridad y la paz».

domingo, 27 de enero de 2008

La revista «The Lancet» no es científica en su propuesta sobre anticonceptivos orales / Autor: Jesús Colina

Según explica el presidente de los médicos católicos

(ZENIT.org).- La reivindicación de la revista «The Lancet» para pedir que la Iglesia reconozca los anticonceptivos orales no tiene carácter científico, explica el presidente de la Federación de Asociaciones de Médicos Católicos (FIAMC).

En el año del cuadragésimo aniversario de la encíclica «Humanae vitae», la publicación científica pide la distribución de anticonceptivos orales entre las mujeres como respuesta a un estudio en el que se muestra que estos fármacos protegen del cáncer de ovarios.

Un comunicado emitido por el doctor Josep María Simón Castellví, presidente de la FIAMC, recuerda que la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer («International Agency for Research on Cancer») --con sede en Lyon--, agencia de la Organización Mundial de la Salud, en su comunicado de prensa del 29 de julio de 2005, constató la posible carcinogenicidad de contraceptivos orales combinados estrógeno-progestógeno y terapia combinada estrógeno-progestógeno para la menopausia, basado en las conclusiones de un grupo internacional «ad hoc» de trabajo formado por 21 científicos de 8 países.

Los contraceptivos orales estrógeno-progestógeno fueron clasificados en el Grupo 1 de los agentes carcinogénicos. Esta categoría se utiliza cuando hay evidencia suficiente de carcenogenicidad en humanos.

El doctor Castellví envía la aclaración porque la FIAMC «está comprometida con la verdad y la ciencia desde sus orígenes».

«Como resultado de los efectos secundarios, incluido el cáncer, de estos fármacos, tenemos que decir que en este caso "The Lancet" y los medios de comunicación ha reproducir su llamamiento han sido claramente irresponsables», afirma.

miércoles, 15 de julio de 2009

Eugenia Bonnetti, religiosa: "¿Qué chica sobrevive a cuatro mil encuentros sexuales?"
Es la impulsora de la red mundial de religiosas contra la esclavitud de la prostitución, Talità Kum, y nos cuenta su testimonio
15 de julio de 2009.-Acaba de nacer en Roma Talità Kum. ¡Levántate!, una red internacional de religiosos (sobre todo religiosas) para liberar a personas esclavizadas por la prostitución. Su impulsora, la Hermana Eugenia Bonnetti, advierte de que, ante nuestros propios ojos, suceden tremendas historias. Muchas religiosas abandonan por la noche, la seguridad de sus conventos para acercarse a estas jóvenes, y ofrecerles y mostrarles la puerta de salida de ese infierno.

(Antena Misionera / Alfa y Omega-Jesús Colina / Escuchar la Voz del Señor) La hermana Eugenia Bonetti cuenta como ella fue llevada por el Señor a realizar esta tarea de misericordia:

"Todo empezó a raíz del encuentro con una prostituta. Era un día lluvioso y frío en Turín (Italia), el 2 de noviembre de 1993. Trabajaba en Cáritas desde hacía unos meses, tras mi vuelta de África. Salía para ir a misa y, en ese momento, entró una mujer africana con un certificado médico.

De su comportamiento, y de su modo de vestir, deduje que podía ser una de las mujeres que se ven obligadas a vender su cuerpo. Me sentí incómoda, le respondí cuatro cosas y quise marcharme. Estaba nerviosa. Ella me explicó que era madre de tres niños, que había dejado en Nigeria. Vi que necesitaba ser operada, pero no tenía papeles.

Yo estaba desconcertada y me incomodaba pensar que iba llegar tarde a misa. En aquel momento, la misa era para mí más importante que los problemas de María –ése es su nombre-. Vino conmigo, a la iglesia. Por el camino me di cuenta cómo la gente se sorprendía de ver a una monja acompañada de una prostituta. Se quedó arrodillada en el último banco de la iglesia y se la oía llorar. Me coloqué más adelante y no podía rezar.

Me acordé de la parábola del fariseo y el publicano y pensé con qué frecuencia había pensado que yo, religiosa misionera, era mejor que muchas mujeres obligadas a trabajar en la calle. Aquella noche la pasé en blanco. Me enfrenté a mi misterio pascual. Eugenia ¿dónde está tu hermana? Aquel encuentro cuestionó mi vida, mi vocación y mis valores."

Después de 24 años de trabajo en Kenya, a la Hna Eugenia Bonetti, misionera de la Consolata, le pidieron volver a Italia. Ella misma explica que "cuando me pidieron dejar Kenya mis sentimientos fueron de rebelión. Me sentía feliz e integrada en el ambiente africano, trabajando en actividades sociales, educativas y pastorales con mujeres y jóvenes africanas. La mujer africana que he conocido tiene un profundo sentido de alegría, de celebración, de hospitalidad, de solidaridad. Sabían afrontar la vida con coraje y determinación, a pesar de vivir en la indigencia y sometidas a una sociedad machista.

Compartir con ellas la lucha para mejorar las condiciones de vida, promover la educación y la emancipación, transmitir un mensaje de esperanza y liberación a aquellas mujeres había dado sentido a mi vida durante muchos años. ¿Qué iba a hacer ahora en Italia?

El encuentro inesperado con María volvió a dar contenido a mi vocación misionera. María se restableció, y no sólo físicamente. Dejó su vida en la calle, empezó a estudiar italiano. Encontró un trabajo y fue ella la que me ayudó a conocer el mundo de la noche."

Misionera de la calle

"Desde hace trece años mi servicio misionero se desarrolla en distintos caminos que bajan de “Jerusalén a Jericó” (ver Lucas 10, 29-37) y me pide inclinarme con amor y compasión hacia tantas mujeres inmigrantes, heridas y privadas de su dignidad, identidad y libertad para ayudarlas a curarse y reencontrar la esperanza de una vida nueva.

Mis días como “misionera de la calle” están repletos de encuentros con personas con rostro, nombre, historias distintas, pero que a la vez tienen elementos comunes que revelan un profundo sufrimiento:"

"* Regina, nigeriana, la traen a Italia con 14 años vendida por su tío a traficantes de seres humanos; obligada a prostituirse en la calle, es detenida por la policía y enviada a una comunidad para menores; pierde el contacto con la familia, pero después de seis años, gracias al trabajo en red de las congregaciones religiosas, reencuentra a su madre y hace 4 años volvió con su familia para celebrar la Navidad, tras siete años de ausencia.

* Gladys sale de Nigeria con otras jóvenes para alcanzar la meta de sus sueños: Europa, donde piensa trabajar para ayudar a su familia; viaja a través del desierto de Sahara sin documentos; el viaje es extenuante y sufre sed, hambre, calor, cansancio y enfermedades; en el viaje ve esqueletos de personas que han muerto en el camino, piensa que ese será su destino.

* Patricia, 19 años, la mayor de ocho hermanos, deja la casa para ayudar a la familia y que sus hermanos pudieran ir a la escuela; durante el viaje es violada y queda embarazada; durante seis trabaja en la calle para pagar una deuda de 8 millones de las antiguas pesetas contraída, sin saberlo, con la organización criminal; nadie sabe de su embarazo; un grupo de ayuda la convence para dejar la calle y es acogida en una casa de familia gestionada por religiosas; acompañada con amor es capaz de aceptar el don de la vida que lleva en su seno.

* Rita, apenas 18 años cumplidos, es detenida en la calle por la policía y enviada un Centro de Estancia Temporal en Roma; en 15 meses ha mandado 55.000 euros a sus tres hermanastras que la enviaron a Italia; en la calle era muy solicitada por los “clientes” dada su corta edad; las religiosas que visitan el Centro consiguen que sea aceptada en una comunidad con un programa de reinserción social.

* Gloria, 22 años, trabaja como prostituta para pagar la gran deuda contraída con los traficantes; en la calle uno de los “clientes” –divorciado de 38 años- se enamora de ella y la quiere llevar a casa; ella lo rechaza; él se venga tirándola desde un puente y su cuerpo sin vida es encontrado al día siguiente."

La hermana Eugenia Bonnetti podría continuar contando casos puesto que cada uno que ha conocido son como los eslabones de una larga cadena que forma la nueva esclavitud del siglo XXI y que tiene prisioneras a tantas personas, mujeres y menores explotadas, fruto de un tráfico sin escrúpulos y sostienen numerosos y rentables negocios.

Una misión que se ha multiplicado

La red Talità Kum. ¡Levántate! está presente en 36 países, e implica a 574 religiosas y a 252 Congregaciones femeninas. La iniciativa había surgido ya en el año 2000, en Italia, donde las religiosas han prestado asistencia, hasta la fecha, a 3.500 mujeres nigerianas, que habían sido traídas a este país para ser utilizadas como prostitutas por las mafias. Las religiosas las acogen en casas, les ofrecen asistencia psicológica y espiritual y preparación profesional, además de un plan de regreso al país de origen. «En muchísimos casos -señala sor Eugenia Bonetti, - han sido los niños los que han salvado a las mamás, dándoles la fuerza de salir del círculo vicioso de esta moderna, innoble y escondida forma de esclavitud».
La labor de estas religiosas ha sido animada por el mismo Benedicto XVI, quien les dirigió un mensaje para animarlas en esta labor. Pero hay otros muchos reconocimientos. La Hermana Eugenia ha sido recientemente galardonada con el Premio Mujer de Coraje, por el Departamento de Estado de Estados Unidos, por sus esfuerzos en combatir el tráfico de personas. El trabajo de la religiosa fue también reconocido en 2004, cuando fue nombrada una de los seis Héroes que Actúan para Acabar con la Esclavitud Moderna, en el informe anual publicado por el Departamento de Estado de ese país.

Sobrevivir al infierno

Primero en Roma, y ahora en todo el mundo, la Hermana Eugenia ha formado a religiosas para que ofrezcan refugio y rehabilitación a mujeres rescatadas de la prostitución. Según la religiosa, las mujeres jóvenes son las únicas castigadas por el delito de la prostitución. «Cuando pido ayuda a la policía, a menudo arrestan a las chicas, y dejan irse a los hombres». A veces, dice, las chicas son arrestadas, metidas en una celda donde pueden ser maltratadas, y después arrojadas fuera de nuevo, mientras que los hombres que las utilizan se van libres. Detrás de ese negocio, a menudo se esconde una sórdida realidad. Las mujeres son compradas y vendidas, objeto de comercio y desechadas, a capricho de los que trafican con ellas y de los que abusan de ellas sexualmente. «Las estadísticas son asombrosas -añade la religiosa-. La esclavitud sexual es problemática en todo el mundo, sucede aquí. Delante de nosotros», aunque a veces no queramos verlo. «Este problema está destruyendo no sólo a muchas mujeres, sino también a las familias de quienes utilizan sus servicios. Cuando veo a un coche pararse con una sillita de niño detrás, sé que este hombre tiene una mujer y un hijo en casa».

Según la Hermana Eugenia, muchas de las mujeres que son compradas y vendidas para el sexo, en Italia y en otros países de Europa vienen con el sueño de un trabajo. «Las chicas son metidas con engaño en esto -denuncia-. Les ofrecen lo que ellas creen que son buenos trabajos. Pero una vez apartadas de los lazos que las unen a su casa, les retiran los documentos y son forzadas a vender sus cuerpos por dinero. Muchas de las chicas son casi adolescentes cuando son forzadas a la prostitución».

Conseguir la libertad no es fácil. «Una chica nigeriana tiene que realizar una promedio de 4.000 encuentros sexuales, antes de ser liberada -dice la religiosa-. ¿Quién puede sobrevivir psicológicamente a eso? Sería un milagro». A pesar de todo, sor Eugenia considera que hay esperanza para estas mujeres. Una vez que están a salvo, muchas se recuperan y aprenden a aceptarse a sí mismas. Las Misioneras de la Consolata proporcionan rehabilitación a chicas lo suficientemente valientes como para dejar a sus explotadores. «Nuestras Hermanas dejan la seguridad de sus conventos por la noche para llegar hasta estas chicas».
Un problema que suelen encontrarse entonces es que, «si una chica deja a sus captores, su familia en su país es a menudo amenazada. Por eso, muchas chicas tienen miedo de dejar a los traficantes. De algún modo, tenemos suerte en Italia, porque nuestras leyes ofrecen cierta protección a estas chicas. Cuando cooperan con las autoridades, reciben otros beneficios y pueden recibir la ciudadanía».
Junto con otras Hermanas religiosas, las Misioneras de la Consolata han establecido una red internacional de refugios entre religiosas de varias denominaciones. «Las religiosas pueden hacer este trabajo -dice sor Eugenia-. Cuando las chicas nos ven, saben que pueden confiar en nosotras. Nos ven como madres, y saben que son amadas. Cuando visito a las chicas, me llaman mamá».

sábado, 18 de octubre de 2014

El Sínodo de la Familia se clausura este domingo con la beatificación del Papa Montini a la que asistirá Benedicto XVI ¿Por qué es Beato Pablo VI?

18 de octubre de 2014.-(Jesús Colina / Alfa y Omega  / Camino Católico)Este domingo, día de la clausura del Sínodo sobre la Familia, el Papa Francisco proclamará Beato a Pablo VI, el Papa que dirigió la aplicación del Concilio Vaticano II a la vida de la Iglesia, el que instituyó los Sínodos de los Obispos y que pasó a la Historia por ser el Papa de la Humanae vitae. A la ceremonia, en la plaza de San Pedro, asistirá el Papa emérito Benedicto XVI.

lunes, 17 de marzo de 2008

Carta de Benedicto XVI en el funeral de Chiara Lubich / Autor: Benedicto XVi

Da gracias a Dios por el don de la fundadora de los Focolares

Publicamos la carta que ha enviado Benedicto XVI al cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, durante los funerales de Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares (Obra de María), celebrado en la tarde de este martes, en la basílica de San Pablo Extramuros.

Al señor cardenal Tarcisio Bertone,
secretario de Estado


Participo espiritualmente en la solemne liturgia con la que la comunidad cristiana acompaña a Chiara Lubich en su despedida de esta tierra para entrar en el seno del Padre celestial. Renuevo con afecto mi profundo pésame a los responsables de toda la Obra de María - Movimiento de los Focolares, así como a quienes han colaborado con esta generosa testigo de Cristo, que se ha entregado sin reservas por la difusión del mensaje evangélico en todo ámbito de la sociedad contemporánea, siempre atenta a los «signos de los tiempos».

Hay muchos motivos para dar gracias al Señor por el don que ha hecho a la Iglesia en esta mujer de fe intrépida, mansa mensajera de esperanza y de paz, fundadora de una gran familia espiritual que abarca campos múltiples de evangelización.

Sobre todo quisiera dar gracias a Dios por el servicio que Chiara ha ofrecido a la Iglesia: un servicio silencioso e incisivo, siempre en sintonía con el magisterio de la Iglesia: «Los Papas --decía-- siempre nos han comprendido». Esto porque Chiara y la Obra de María siempre han tratado de responder con dócil fidelidad a cada uno de sus llamamientos y deseos.

El vínculo ininterrumpido con mis venerados predecesores, desde el siervo de Dios Pío XII y el beato Juan XXIII a los siervos de Dios Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, es un testimonio concreto. El pensamiento del Papa era para ella una guía segura de orientación. Es más, al ver las iniciativas que ha suscitado, se podría incluso afirmar que tenía casi la profética capacidad de intuirlo y de actuarlo de manera anticipada.

Su herencia pasa ahora a su familia espiritual: que la Virgen María, modelo constante de referencia para Chiara, ayude a cada focolarino y focolarina a seguir por el mismo camino, contribuyendo a hacer que la Iglesia sea cada vez más casa y escuela de comunión, como escribió el querido Juan Pablo II tras el Jubileo del Año 2000.

Que el Dios de la esperanza acoja el alma de nuestra hermana, consuele y apoye el compromiso de quienes recogen su testamento espiritual. Por esta intención, aseguro un recuerdo particular en la oración, mientras envío a todos los presentes en el rito sagrado la bendición apostólica.

Vaticano, 18 de marzo de 2008

Benedictus PP XVI


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[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

jueves, 24 de abril de 2008

Los emigrantes no son meras estadísticas económicas, advierte el Vaticano en la ONU / Autor: Jesús Colina

Las luces y sombras del proceso de migración del campo a la ciudad
NUEVA YORK, (
ZENIT.org).- La Santa Sede a advertido en las Naciones Unidas que las políticas internacionales y nacionales no pueden considerar a los emigrantes como simples estadísticas económicas, olvidando sus angustias y dificultades.

El arzobispo Celestino Migliore, observador permanente de la Santa Sede, afrontó el argumento al intervenir ante la última reunión del Consejo Económico y Social celebrada en Nueva York dedicada en particular a la emigración de zonas rurales a centros urbanos.

Como el representante papal constató, la humanidad vive un momento histórico pues por primera vez el número de habitantes de ciudades superará pronto al de los que viven en el campo.

E inmediatamente el prelado alertó ante la gran tentación que sufren algunos gobiernos de promover o tolerar este fenómeno pues de esta manera se facilita el acceso a servicios básicos comunes, desde el transporte hasta el agua potable, con indudables repercusiones para la economía.

Sin negar estas ventajas, reconoció también los enormes peligros que conlleva el fenómeno: «nuevos problemas ambientales, sociales y económicos surgen con el nacimiento de las "mega-ciudades". Pero la consecuencia más apremiante y dolorosa de la rápida urbanización es el aumento de personas que viven en los cinturones de pobreza».

«En el año 2005, más de 840 millones de personas en el mundo vivían en estas condiciones», denunció.

«Al faltarles casi todo, estos individuos pueden perder el sentido de su propio valor y de su inherente dignidad. Quedan atrapados en un círculo vicioso de extrema pobreza y marginación. Invaden propiedades del Estado o de los demás. Se sienten sin el poder de contar con los servicios públicos más básicos».

«Los niños no van a la escuela sino a escarbar en basureros buscando encontrar algo que les permita vivir a duras penas. Los responsables políticos y la sociedad civil deben poner a estas personas y sus preocupaciones entre las prioridades de sus decisiones».
Por este motivo, el embajador del Papa en el «palacio de cristal» aseguró que «al afrontar las cuestiones de la emigración y el desarrollo tenemos que poner en primer lugar las necesidades y las preocupaciones de las personas».
«Poner la persona humana al servicio de consideraciones económicas o ambientales crea el efecto inhumano de tratar a las personas como meros objetos y no como sujetos»,
recalcó.

«Al buscar los modos para afrontar los serios desafíos que plantean las migraciones masivas internas y transnacionales, no hay que olvidar que en el corazón de este fenómeno se encuentra la persona humana», siguió recordando
«Por tanto --propuso--, deberíamos afrontar los motivos por los que la gente emigra, los sacrificios que hace, las angustias y las esperanzas que acompañan a los emigrantes».

«La migración con frecuencia produce tensión a los emigrantes, pues dejan atrás sus familias y amigos, las redes socio-culturales y espirituales», informó.

«Si queremos alcanzar los Objetivos para el Desarrollo del Milenio antes del año 2015, hay que preocuparse más por esas comunidades, en las que aproximadamente 675 millones de personas siguen careciendo de agua salubre y dos millones viven sin acceso a la sanidad básica», remachó.

Por eso, concluyó, «las políticas nacionales e internacionales deberían asegurar que las comunidades rurales tengan acceso a una mayor calidad de vida y a más servicios sociales».

sábado, 4 de abril de 2009

Testimonios de milagros acontecidos en vida de Juan Pablo II por su intercesión
4 de abril de 2009.-Mientras avanza la causa de beatificación de Juan Pablo II, de cuya muerte se acaba de cumplir el cuarto aniversario, ha caído un manto de silencio sobre los posibles milagros atribuidos a su intercesión. La discreción del proceso así lo exige. Pero van saliendo otros milagros realizados en vida, sin ningún valor en su proceso de canonización...

(Jesús Colina / Alfa y Omega)En vísperas del cuarto aniversario de la muerte de Juan Pablo II, varias personas han testimoniado milagros realizados en vida por él. Carecen de valor en el proceso de canonización, que exige que estos fenómenos, científicamente inexplicables, acaezcan tras la muerte.

Uno de los testimonios mas estremecedores es el del cardenal Francesco Marchisano, Presidente de la Oficina del Trabajo de la Sede Apostólica, antiguo arcipreste de la basílica de San Pedro del Vaticano. Conoció a Karol Wojtyla en 1962, y desde entonces se convirtió en su gran amigo italiano. Hace seis años -cuenta-, «me operaron de la carótida, pero después de la operación se me quedó paralizada la cuerda vocal derecha. No podía hablar». Un día, el cardenal fue a ver a Juan Pablo II, ya duramente probado por la enfermedad. «Cuando logré arrodillarme ante el Papa, me acarició durante un buen rato la garganta, me dijo que rezaría por mí y que continuara con el tratamiento». Inmediatamente, recuperó la voz, pero el cardenal Marchisano no considera esto un milagro, sino «un gesto de amor por un amigo». Y añade: «Recuerdo que le di un fuerte abrazo y después dos besos en las mejillas. Él me dijo: Gracias».

La oración venció

El arzobispo Agostino Marchetto (en la fotografia de abajo a la izquierda), actual Secretario del Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, a sus 67 años, considera que le debe la vida a la oración, en particular a la de Juan Pablo II. Cuando en los años noventa era nuncio apostólico en Bielorrusia, contrajo un tumor maligno, tras la explosión en la central nuclear de Chernobil. Juan Pablo II le ordenó que regresara a Italia para que pudiera ser atendido médicamente, pero los médicos le dieron un diagnóstico fatal: no había esperanza. «Fui sometido a un año de durísimos tratamientos. Pero la verdadera ayuda fue una cadena de oración: comenzaba con el Papa, pasaba por mi hermana religiosa, hasta mi madre». Hoy ha recogido esta experiencia en el libro El túnel de la esperanza.

Pero no son sólo cardenales y obispos quienes aseguran que experimentaron milagros gracias a Juan Pablo II. Un libro publicado esta semana recoge testimonios de artesanos, o propietarios de tiendas que trabajan junto al Vaticano, entre los que se encuentra el del relojero del Papa. Estos milagros en vida han sido recogidos por el periodista italiano Paolo Mosca, en La zapatilla del Papa y otras historias (Il ciabattino del Papa e altre storie, ed. San Paolo). Y si bien es verdad que no siempre han experimentado milagros, en todo caso, siempre recibieron una sonrisa o una caricia del fallecido Papa, al que hoy recuerdan con alguna lágrima.

El libro permite descubrir, por ejemplo, el caso de Antonio Arellano, conocido como el zapatero del Papa, un artesano peruano afincado en Roma, quien remendaba zapatos tanto a Juan Pablo II como al entonces cardenal Joseph Ratzinger. «En 2001, estando de vacaciones en Perú, mi mujer se cayó en coche de un puente, en el río de Trujillo. Se rompió la cadera, tuvo una hemorragia interna y estuvo durante muchos días en coma. Los médicos creían que moriría». Surgió así una cadena de oración entre los amigos cardenales del zapatero que llegó hasta lo más alto del Vaticano. «Y la oración venció», afirma. Su mujer hoy le ayuda en su taller, que se encuentra a dos pasos del Vaticano.

También testimonia un milagro Arturo Mari (en la fotografia de la derecha), quien fue el primer fotógrafo de los Papas durante 51 años, incluyendo todo el pontificado de Juan Pablo II. «Personalmente, sé que curó a mi cuñada Mercedes», ecuatoriana como su esposa. «Al observar las radiografías llegadas de Ecuador, los médicos italianos le dieron 15 días de vida. Tenemos que rezar, me dijo Wojtyla. Y me dio su pañuelo y su rosario para que lo mandara a Ecuador. Mercedes se puso el pañuelo en el pecho, y el rosario alrededor del cuello. Quince días, ya... Después de seis años sigue viva».

lunes, 21 de enero de 2008

Balance de cien años de ecumenismo / Autor: Benedicto XVI

En la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general dedicada a la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que se celebra del 18 al 25 de enero.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:


Estamos celebrando la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que se concluirá el viernes próximo, 25 de enero, fiesta de la conversión del apóstol Pablo. Los cristianos de las diferentes iglesias y comunidades eclesiales se unen en estos días a una invocación conjunta para pedir al Señor Jesús el restablecimiento de la unidad plena entre todos sus discípulos.

Es una súplica hecha con un solo espíritu y un solo corazón respondiendo al anhelo mismo del Redentor, que en la Última Cena se dirigió al Padre con estas palabras: «No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Juan 17, 20-21). Pidiendo la gracia de la unidad, los cristianos se unen a la oración misma de Cristo y se comprometen a obrar activamente para que toda la humanidad le acoja y le reconozca como al único Pastor y Señor y de este modo pueda experimentar la alegría de su amor.

Este año, la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos asume un valor y un significado particulares, pues recuerda los cien años de su inicio. Desde sus inicios fue una intuición verdaderamente fecunda. Fue en 1908: un anglicano estadounidense, que después entró en la comunión de la Iglesia católica, fundador de la «Society of the Atonement» (comunidad de hermanos y hermanas del Atonement), el padre Paul Wattson, junto a otro episcopaliano, el padre Spencer Jones, lanzó la idea profética de un octavario de oraciones por la unidad de los cristianos.

La idea fue acogida favorablemente por el arzobispo de Nueva York y por el nuncio apostólico. El llamamiento a rezar por la unidad después se extendió, en 1916, a toda la Iglesia católica, gracias a la intervención de mi venerado predecesor, el Papa Benedicto XVI, con el breve «Ad perpetuam rei memoriam». La iniciativa, que mientras tanto había suscitado gran interés, fue progresivamente asentándose por doquier y, con el tiempo, fue precisando su estructura, desarrollándose gracias a la aportación del padre Couturier (1936).

Cuando después sopló el viento profético del Concilio Vaticano II se experimentó aún más la urgencia de la unidad. Después de la asamblea conciliar continuó el camino paciente de la búsqueda de la plena comunión entre todos los cristianos, camino ecuménico que año tras año ha encontrado precisamente en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos uno de los momentos más apropiados y fecundos.

Cien años después del primer llamamiento a rezar juntos por la unidad, esta Semana de Oración se ha convertido en una tradición consolidada, conservando el espíritu y las fechas escogidas al inicio por el padre Wattson. Las escogió por su carácter simbólico. El calendario de aquella época preveía que el 18 de enero era la fiesta de la Cátedra de San Pedro, que es el firme fundamento y la garantía de unidad de todo el pueblo de Dios, mientras que el 25 de enero, tanto entonces como hoy, la liturgia celebra la fiesta de la conversión de san Pablo. Mientas damos gracias al Señor por estos cien años de oración y de compromiso común entre tantos discípulos de Cristo, recordamos con reconocimiento al pionero de esta providencial iniciativa espiritual, el padre Wattson y, junto a él, a todos los que la han promovido y enriquecido con sus aportaciones, haciendo que se convierta en patrimonio común de todos los cristianos.

Poco antes recordaba que al tema de la unidad de los cristianos el Concilio Vaticano II prestó gran atención, especialmente con el decreto sobre el ecumenismo («Unitatis redintegratio»), en el que, entre otras cosas, se subrayan con fuerza el papel y la importancia de la oración por la unidad. La oración, observa el Concilio, está en el corazón mismo de todo el camino ecuménico. «Esta conversión del corazón y santidad de vida, juntamente con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico» («Unitatis redintegratio», 8).

Gracias precisamente a este ecumenismo espiritual --santidad de vida, conversión del corazón, oraciones privadas y pública--, la búsqueda común de la unidad ha experimentado en estas décadas un gran desarrollo, que se ha diversificado en múltiples iniciativas: del recíproco conocimiento al contacto fraterno entre miembros de diversas iglesias y comunidades eclesiales, de conversaciones cada vez más amistosas a colaboraciones en diferentes campos, del diálogo teológico a la búsqueda de formas concretas de comunión y de colaboración. Lo que ha vivificado y sigue vivificando este camino hacia la plena comunión entre todos los cristianos es ante todo la oración: «No ceséis de orar» (1Tesalonicenses 5, 17) es el tema de la Semana de este año; es al mismo tiempo la invitación que no deja de resonar nunca en nuestras comunidades para que la oración sea la luz, la fuerza, la orientación de nuestros pasos, con una actitud de humilde y dócil escucha de nuestro Señor común.

En segundo lugar, el Concilio subraya la oración común, la que es elevada conjuntamente por católicos y por otros cristianos hacia el único Padre celestial. El decreto sobre el ecumenismo afirma en este sentido: «Tales preces comunes son un medio muy eficaz para impetrar la gracia de la unidad» («Unitatis redintegratio», 8). En la oración común las comunidades cristianas se unen ante el Señor y, tomando conciencia de las contradicciones generadas por la división, manifiestan la voluntad de obedecer a su voluntad, recorriendo con confianza a su auxilio omnipotente.

El decreto añade, después, que estas oraciones son «la expresión genuina de los vínculos con que están unidos los católicos con los hermanos separados [seiuncti]» (ibídem). La oración común no es, por tanto, un acto voluntarista o meramente sociológico, sino que es expresión de la fe que une a todos los discípulos de Cristo. En el transcurso de los años se ha instaurado una fecunda colaboración en este campo y desde 1968 el Secretariado para la Unidad de los Cristianos, convertido después en Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, y el Consejo Ecuménico de las Iglesias, preparan juntos los subsidios de la Semana de Oración por la Unidad, que después son divulgados conjuntamente en el mundo, cubriendo zonas que no se hubieran podido alcanzar si se trabajara separadamente.

El decreto conciliar sobre el ecumenismo hace referencia a la oración por la unidad cuando, precisamente al final, afirma que el Concilio es consciente de que «este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humana. Por eso pone toda su esperanza en la oración de Cristo por la Iglesia» («Unitatis redintegratio», 24).

La conciencia de nuestros límites humanos nos lleva a abandonarnos confiadamente en las manos del Señor. Si se analiza detenidamente, el sentido profundo de esta Semana de Oración es precisamente el de apoyarse firmemente en la oración de Cristo, que en su Iglesia sigue rezando para que «todos sean uno... para que el mundo crea...» (Juan 17, 21). Hoy percibimos intensamente el realismo de estas palabras. El mundo sufre por la ausencia de Dios, por la inaccesibilidad de Dios, desea conocer el rostro de Dios. Pero, ¿cómo podrían y pueden los hombres de hoy reconocer este rostro de Dios en rostro de Jesucristo si los cristianos estamos divididos, si uno enseña contra el otro, si uno está contra el otro? Sólo en la unidad podemos mostrar realmente a este mundo, que lo necesita, el rostro de Dios, el rostro de Cristo.

También es evidente que no podemos alcanzar esta unidad únicamente con nuestras estrategias, con el diálogo y con todo lo que hacemos, aunque es sumamente necesario. Lo que podemos hacer es ofrecer nuestra disponibilidad y capacidades para acoger esta unidad cuando el Señor nos la da. Este es el sentido de la oración: abrir nuestros corazones, crear en nosotros esta disponibilidad que abre el camino a Cristo. En la liturgia de la Iglesia antigua, tras la homilía del obispo o del presidente de la celebración, el celebrante principal decía: «Conversi ad Dominum». A continuación, él mismo y todos se levantaban y todos miraban hacia Oriente. Todos querían mirar hacia Cristo. Sólo si nos convertimos a Cristo, en esta común mirada a Cristo, podemos encontrar el don de la unidad.

Podemos decir que la oración por la unidad ha alentado y acompañado las diferentes etapas del movimiento ecuménico, particularmente a partir del Concilio Vaticano II. En este período la Iglesia católica ha entrado en contacto con las demás iglesias y comunidades eclesiales de oriente y occidente con diferentes formas de diálogo, afrontando con cada una esos problemas teológicos e históricos surgidos en el transcurso de los siglos y que se han convertido en elementos de división. El Señor ha permitido que estas relaciones amistosas hayan mejorado el recíproco conocimiento, que hayan intensificado la comunión, haciendo al mismo tiempo más clara la percepción de los problemas que todavía quedan abiertos y que fomentan la división. Hoy, en esta semana, damos gracias a Dios que ha apoyado e iluminado el camino hasta ahora recorrido, camino fecundo que el decreto conciliar sobre el ecumenismo describía como «surgido por el impuso del Espíritu Santo» y «cada día más amplio» («Unitatis redintegratio», 1).

Queridos hermanos y hermanas: acojamos la invitación a «no cesar de orar» que el apóstol Pablo dirigía a los primeros cristianos de Tesalónica, comunidad que él mismo había fundado. Y precisamente porque sabía que habían surgido confrontaciones quiso recomendar que fueran pacientes con todos, que no devolvieran mal por mal, que buscaran siempre el bien entre sí y con todos, permaneciendo felices en toda circunstancia, felices porque el Señor está cerca.

Los consejos que san Pablo daba a los tesalonicenses pueden inspirar también hoy el comportamiento de los cristianos en el ámbito de las relaciones ecuménicas. Sobre todo, dice: «Vivid en paz unos con otros» y añade: «Orad constantemente. En todo dad gracias» (Cf. 1 Tesalonicenses 5,13.18). Acojamos también nosotros esta apremiante exhortación del apóstol ya sea para dar gracias al Señor por los progresos realizados en el movimiento ecuménico, ya sea para pedir la unidad plena.

Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, alcance para todos los discípulos de su divino Hijo la gracia de vivir cuanto antes en paz y en la caridad recíproca, para ofrecer un testimonio convincente de reconciliación ante el mundo entero, para hacer accesible el rostro de Dios en el rostro de Cristo, que es el Dios-con-nosotros, el Dios de la paz y de la unidad.

[Al final de la audiencia general, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:


El próximo viernes, fiesta de la Conversión de san Pablo, concluye la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que este año tiene como lema la exhortación que el Apóstol dirigía a los primeros cristianos de Tesalónica: «Sed constantes en orar».

Desde hace exactamente cien años, los cristianos de las varias Iglesias y Comunidades eclesiales se unen en una invocación común pidiendo al Señor el restablecimiento de la plena unidad entre todos los discípulos de Cristo, para dar un testimonio convincente ante el mundo, para que la humanidad acoja a Cristo y lo reconozca como único Pastor y Señor.

El Concilio Vaticano Segundo ha prestado gran atención a este tema, especialmente con el Decreto sobre el ecumenismo «Unitatis redintegratio». La oración, afirma, es el elemento central de todo el camino ecuménico que ha vivificado y continúa vivificando este itinerario hacia la plena comunión. Subraya, además, la oración común como expresión de la fe que une a todos los discípulos de Cristo, con el fin de que las comunidades cristianas tomen conciencia de las contradicciones generadas por las divisiones y manifiesten la voluntad de obedecer a su voluntad: «para que todos sean uno...para que el mundo crea».

Saludo a los peregrinos de lengua española, especialmente a la Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús de México, a la Scuola italiana de Valparaíso, Chile, y a los grupos llegados de España y de otros países latinoamericanos. Os invito a «ser constantes en la oración» para impetrar la plena comunión de los bautizados en Cristo y a vivir en paz y caridad fraterna, que son requisitos de toda concordia y unidad. ¡Muchas gracias!

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[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]