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viernes, 21 de marzo de 2008

El verdadero culto a Dios consiste en servir y curar con la bondad / Autor: Benedicto XVI

Homilía en el Domingo de Ramos

Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI en el Domingo de Ramos, XXIII Jornada Mundial de la Juventud.

* * *
Queridos hermanos y hermanas:

Año tras año el pasaje evangélico del domingo de Ramos nos relata la entrada de Jesús en Jerusalén. Junto con sus discípulos y con una multitud creciente de peregrinos, había subido desde la llanura de Galilea hacia la ciudad santa. Como peldaños de esta subida, los evangelistas nos han transmitido tres anuncios de Jesús relativos a su Pasión, aludiendo así, al mismo tiempo, a la subida interior que se estaba realizando en esa peregrinación. Jesús está en camino hacia el templo, hacia el lugar donde Dios, como dice el Deuteronomio, había querido "fijar la morada" de su nombre (cf. Dt 12, 11; 14, 23).

El Dios que creó el cielo y la tierra se dio un nombre, se hizo invocable; más aún, se hizo casi palpable por los hombres. Ningún lugar puede contenerlo y, sin embargo, o precisamente por eso, él mismo se da un lugar y un nombre, para que él personalmente, el verdadero Dios, pueda ser venerado allí como Dios en medio de nosotros.

Por el relato sobre Jesús a la edad de doce años sabemos que amaba el templo como la casa de su Padre, como su casa paterna. Ahora, va de nuevo a ese templo, pero su recorrido va más allá: la última meta de su subida es la cruz. Es la subida que la carta a los Hebreos describe como la subida hacia una tienda no fabricada por mano de hombre, hasta la presencia de Dios. La subida hasta la presencia de Dios pasa por la cruz. Es la subida hacia "el amor hasta el extremo" (cf. Jn 13, 1), que es el verdadero monte de Dios, el lugar definitivo del contacto entre Dios y el hombre.

Durante la entrada en Jerusalén, la gente rinde homenaje a Jesús como Hijo de David con las palabras del Salmo 118 de los peregrinos: "¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!" (Mt 21, 9). Después, llega al templo. Pero en el espacio donde debía realizarse el encuentro entre Dios y el hombre halla a vendedores de palomas y cambistas que ocupan con sus negocios el lugar de oración.

Ciertamente, los animales que se vendían allí estaban destinados a los sacrificios para inmolar en el templo. Y puesto que en el templo no se podían usar las monedas en las que estaban representados los emperadores romanos, que estaban en contraste con el Dios verdadero, era necesario cambiarlas por monedas que no tuvieran imágenes idolátricas. Pero todo esto se podía hacer en otro lugar: el espacio donde se hacía entonces debía ser, de acuerdo con su destino, el atrio de los paganos.

En efecto, el Dios de Israel era precisamente el único Dios de todos los pueblos. Y aunque los paganos no entraban, por decirlo así, en el interior de la Revelación, sin embargo en el atrio de la fe podían asociarse a la oración al único Dios. El Dios de Israel, el Dios de todos los hombres, siempre esperaba también su oración, su búsqueda, su invocación.

En cambio, entonces predominaban allí los negocios, legalizados por la autoridad competente que, a su vez, participaba en las ganancias de los mercaderes. Los vendedores actuaban correctamente según el ordenamiento vigente, pero el ordenamiento mismo estaba corrompido. "La codicia es idolatría", dice la carta a los Colosenses (cf. Col 3, 5). Esta es la idolatría que Jesús encuentra y ante la cual cita a Isaías: "Mi casa será llamada casa de oración" (Mt 21, 13; cf. Is 56, 7), y a Jeremías: "Pero vosotros estáis haciendo de ella una cueva de ladrones" (Mt 21, 13; cf. Jr 7, 11). Contra el orden mal interpretado Jesús, con su gesto profético, defiende el orden verdadero que se encuentra en la Ley y en los Profetas.

Todo esto también nos debe hacer pensar a los cristianos de hoy: ¿nuestra fe es lo suficientemente pura y abierta como para que, gracias a ella también los "paganos", las personas que hoy están en búsqueda y tienen sus interrogantes, puedan vislumbrar la luz del único Dios, se asocien en los atrios de la fe a nuestra oración y con sus interrogantes también ellas quizá se conviertan en adoradores? La convicción de que la codicia es idolatría, ¿llega también a nuestro corazón y a nuestro estilo de vida? ¿No dejamos entrar, de diversos modos, a los ídolos también en el mundo de nuestra fe? ¿Estamos dispuestos a dejarnos purificar continuamente por el Señor, permitiéndole arrojar de nosotros y de la Iglesia todo lo que es contrario a él?

Sin embargo, en la purificación del templo se trata de algo más que de la lucha contra los abusos. Se anuncia una nueva hora de la historia. Ahora está comenzando lo que Jesús había anunciado a la samaritana a propósito de su pregunta sobre la verdadera adoración: "Llega la hora -ya estamos en ella- en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren" (Jn 4, 23). Ha terminado el tiempo en el que a Dios se inmolaban animales. Desde siempre los sacrificios de animales habían sido sólo una sustitución, un gesto de nostalgia del verdadero modo de adorar a Dios.

Sobre la vida y la obra de Jesús, la carta a los Hebreos puso como lema una frase del salmo 40: "No quisiste sacrificio ni oblación; pero me has formado un cuerpo" (Hb 10, 5). En lugar de los sacrificios cruentos y de las ofrendas de alimentos se pone el cuerpo de Cristo, se pone él mismo. Sólo "el amor hasta el extremo", sólo el amor que por los hombres se entrega totalmente a Dios, es el verdadero culto, el verdadero sacrificio. Adorar en espíritu y en verdad significa adorar en comunión con Aquel que es la verdad; adorar en comunión con su Cuerpo, en el que el Espíritu Santo nos reúne.

Los evangelistas nos relatan que, en el proceso contra Jesús, se presentaron falsos testigos y afirmaron que Jesús había dicho: "Yo puedo destruir el templo de Dios y en tres días reconstruirlo" (Mt 26, 61). Ante Cristo colgado de la cruz, algunos de los que se burlaban de él aluden a esas palabras, gritando: "Tú que destruyes el templo y en tres días lo reconstruyes, sálvate a ti mismo" (Mt 27, 40).

La versión exacta de las palabras, tal como salieron de labios de Jesús mismo, nos la transmitió san Juan en su relato de la purificación del templo. Ante la petición de un signo con el que Jesús debía legitimar esa acción, el Señor respondió: "Destruid este templo y en tres días lo levantaré" (Jn 2, 18 s). San Juan añade que, recordando ese acontecimiento después de la Resurrección, los discípulos comprendieron que Jesús había hablado del templo de su cuerpo (cf. Jn 2, 21s).

No es Jesús quien destruye el templo; el templo es abandonado a su destrucción por la actitud de aquellos que, de lugar de encuentro de todos los pueblos con Dios, lo transformaron en "cueva de ladrones", en lugar de negocios. Pero, como siempre desde la caída de Adán, el fracaso de los hombres se convierte en ocasión para un esfuerzo aún mayor del amor de Dios en favor de nosotros.

La hora del templo de piedra, la hora de los sacrificios de animales, había quedado superada: si el Señor ahora expulsa a los mercaderes no sólo para impedir un abuso, sino también para indicar el nuevo modo de actuar de Dios. Se forma el nuevo templo: Jesucristo mismo, en el que el amor de Dios se derrama sobre los hombres. Él, en su vida, es el templo nuevo y vivo. Él, que pasó por la cruz y resucitó, es el espacio vivo de espíritu y vida, en el que se realiza la adoración correcta. Así, la purificación del templo, como culmen de la entrada solemne de Jesús en Jerusalén, es al mismo tiempo el signo de la ruina inminente del edificio y de la promesa del nuevo templo; promesa del reino de la reconciliación y del amor que, en la comunión con Cristo, se instaura más allá de toda frontera.

Al final del relato del domingo de Ramos, tras la purificación del templo, san Mateo, cuyo evangelio escuchamos este año, refiere también dos pequeños hechos que tienen asimismo un carácter profético y nos aclaran una vez más la auténtica voluntad de Jesús. Inmediatamente después de las palabras de Jesús sobre la casa de oración de todos los pueblos, el evangelista continúa así: "En el templo se acercaron a él algunos ciegos y cojos, y los curó". Además, san Mateo no s dice que algunos niños repetían en el templo la aclamación que los peregrinos habían hecho a su entrada de la ciudad: "¡Hosanna al Hijo de David!" (Mt 21, 14s).


Al comercio de animales y a los negocios con dinero Jesús contrapone su bondad sanadora. Es la verdadera purificación del templo. Él no viene para destruir; no viene con la espada del revolucionario. Viene con el don de la curación. Se dedica a quienes, a causa de su enfermedad, son impulsados a los extremos de su vida y al margen de la sociedad. Jesús muestra a Dios como el que ama, y su poder como el poder del amor. Así nos dice qué es lo que formará parte para siempre del verdadero culto a Dios: curar, servir, la bondad que sana.

Y están, además, los niños que rinden homenaje a Jesús como Hijo de David y exclaman "¡Hosanna!". Jesús había dicho a sus discípulos que, para entrar en el reino de Dios, deberían hacerse como niños. Él mismo, que abraza al mundo entero, se hizo niño para salir a nuestro encuentro, para llevarnos hacia Dios. Para reconocer a Dios debemos abandonar la soberbia que nos ciega, que quiere impulsarnos lejos de Dios, como si Dios fuera nuestro competidor. Para encontrar a Dios es necesario ser capaces de ver con el corazón. Debemos aprender a ver con un corazón de niño, con un corazón joven, al que los prejuicios no obstaculizan y los intereses no deslumbran. Así, en los niños que con ese corazón libre y abierto lo reconocen a él la Iglesia ha visto la imagen de los creyentes de todos los tiempos, su propia imagen.

Queridos amigos, ahora nos asociamos a la procesión de los jóvenes de entonces, una procesión que atraviesa toda la historia. Juntamente con los jóvenes de todo el mundo, vamos al encuentro de Jesús. Dejémonos guiar por él hacia Dios, para aprender de Dios mismo el modo correcto de ser hombres. Con él demos gracias a Dios porque con Jesús, el Hijo de David, nos ha dado un espacio de paz y de reconciliación que, con la sagrada Eucaristía, abraza al mundo. Invoquémoslo para que también nosotros lleguemos a ser con él, y a partir de él, mensajeros de su paz, adoradores en espíritu y en verdad, a fin de que en nosotros y a nuestro alrededor crezca su reino. Amén.

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[Trascripción distribuida por la Santa Sede

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]



Jóvenes sonrisa de Dios / Autora: Madre Elvira, fundadora Comunidad Cenáculo

Se comienza a dar la vida con una sonrisa, ¡sonriamos a la vida!
Si no nos sonreímos a nosotros mismos, si no amamos y hacemos bailar nuestra vida, les damos muerte a nuestros hijos: la tristeza es muerte dentro del corazón de los jóvenes. Cuántas “caras tristes” se ven hoy en las
familias, que les hacen un gran mal a los niños. ¡No les hagamos pagar a ellos nuestras cargas! Ellos buscan en el rostro de quien lo acompaña la confirmación de la belleza, de la alegría de la vida. Darles una sonrisa es decirles: “¡La vida es un don, vale la pena existir!”

“Amor”es la palabra que llena el universo: cada criatura lleva adentro este deseo, este anhelo, de amar y ser amada. Jesús le dice a toda la humanidad: “Ámense, ámense como yo los he amado,” y si Jesús lo ha dicho, si este ha sido el mandamiento que nos ha dejado, significa que que lo podemos hacer porquefuimos creados para el amor. Quien no desarrolla la entrega, se empobrece,siempre pedirá limosna, un poco de compasión, de conmiseración, de falsapiedad a su alrededor. Sin embargo, Dios ha puesto la plenitud del amor verdadero dentro de nosotros. Comencemos a amar con el acto de la voluntad quees una sonrisa. No siempre surge espontáneamente, no es siempre fácil, perouna sonrisa te enciende una luz en el corazón. Lo decidimos nosotros, porque
Dios no sólo nos ha dado los sentimientos, los afectos, sino también la voluntad,
la determinación. Parece solo un esfuerzo exterior, pero luego te enciende el
corazón, lo inflama, lo hace vibrar, comienza la fiesta dentro de tu vida.

La sonrisa es la expresión de la alegría verdadera que no nace de la conveniencia sino con frecuencia del dolor, de aquella pequeña espina de tu corazón porque has visto o sufrido una injusticia, que en el perdón sabes transformar en paz. Nosotros hemos nacido de la fuente que es Dios Amor, Dios Misericordia, Dios Paz, Dios Belleza, Dios Diálogo… aprendamos a vivir nuestra identidad: somos hijos amados, capaces de sacrificio, de sufrir para madurar un amor más verdadero, el amor que nace de la Cruz de Cristo y que se abre al perdón. El que no perdona no puede vivir la alegría y está siempre triste, porque espera que sea el otro el que dé el primer paso, pretende. Siempre les digo a mis colaboradores: “Nada pretender, por nada ofenderse”. ¿Por qué nosotros, que somos tan afortunados por conocer y experimentar la bondad de Dios, deberíamos ofendernos? Se ha comprobado que muchos males radican en la tristeza, en la rabia, en “estar silenciosos” en un mutismo negativo, que anula la comunicación, el diálogo, que cierra la existencia en una calle ciega donde muere la luz, la esperanza.

Todo esto genera rencor, venganza, destruye la misma vida. Por otro lado ha sido demostrado que la alegría, el baile, el perdón, la misericordia, la generosidad, el altruismo, todo lo que es bien, paz, belleza auténtica, da salud al cuerpo y paz al espíritu. ¡La sonrisa es la verdadera juventud de la vida! En estos meses he encontrado muchos jóvenes con el deseo de esperanza en los ojos, las ganas de una vida nueva, la dedicación seria para construir un futuro distinto. He sentido vibrar el corazón en la certeza de que los jóvenes son la sonrisa de Dios. Aunque los años pasan, cada vez que sonrío también yo me siento joven.

¡Una sonrisa enciende la vida y hace concreto el amor!

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Fuente: Revista Resurrección de la Comunidad Cenáculo

Benedicto XVI bautiza en la Vigilia de Pascua a un famoso convertido del islam

Magdi Allam ha encontrado en el catolicismo «la certezza della verità»

CIUDAD DEL VATICANO, (ZENIT.org).- Benedicto XVI bautizó en la Vigilia de la Noche a siete personas, cinco mujeres y dos hombres de diferentes países, entre los que se encontraba el famoso periodista de origen egipcio Magdi Allam, convertido del islam.

«Siempre hemos de ser "convertidos", dirigir toda la vida a Dios. Y siempre tenemos que dejar que nuestro corazón sea sustraído de la fuerza de gravedad, que lo atrae hacia abajo, y levantarlo interiormente hacia lo alto: en la verdad y el amor», dijo el Papa en la homilía dirigiéndose a todo bautizado.

La Vigilia, el momento más importante del año litúrgico, en la que se revive la resurrección de Jesús, comenzó en el atrio de la Basílica de San Pedro con la sugerente bendición del fuego y la iluminación del cirio pascual.

Como es tradición, en esta noche el Papa administró el Bautismo y los otros dos sacramentos de la iniciación cristiana (Confirmación y Comunión) a adultos de diferentes nacionalidades y condición, que han realizado el necesario camino de preparación espiritual y catequística, que en la tradición cristiana se llama «catecumenado».

Las siete personas que en esta ocasión han recibido el Bautismo proceden de Italia, Camerún, China, Estados Unidos, y Perú.

Magdi Allam, subdirector de «Il Corriere della Sera», el diario de mayor tirada en Italia, de 55 años, quien vive en Italia desde hace 35, recibe protección policial desde hace un lustro por las amenazas recibidas a causa de sus críticas al islamismo radical violento.

Explicando los motivos que han llevado al Papa a administrar en esta ocasión el bautismo al periodista, el padre Federico Lombardi S.I., director de la Oficina de Información de la Santa Sede, ha aclarado que «para la Iglesia católica toda persona que recibe el Bautismo, tras una profunda búsqueda personal, una decisión plenamente libre y una adecuada preparación, tiene el derecho a recibirlo».

«El Santo Padre administra el Bautismo en el curso de la liturgia pascual a los catecúmenos que le han sido presentados, sin hacer "acepción de personas", es decir, considerándolos a todos igualmente importantes ante el amor de Dios y bienvenidos en la comunidad de la Iglesia», añade el portavoz vaticano.

En una carta escrita este domingo en «Il Corriere della Sera», Allam, que como bautizado ha tomado el nombre de «Cristiano», explica que en su conversión han desempeñado un papel decisivo los testimonios de católicos que «poco a poco se han convertido en un punto de referencia a nivel de la certeza de la verdad y de la solidez de los valores».

Entre ellos cita al presidente del movimiento eclesial Comunión y Liberación, don Julián Carrón; al rector mayor de los salesianos, don Pascual Chávez Villanueva; al cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado; y al obispo Rino Fisichella, rector de la Pontificia Universidad Lateranense, quien le ha «seguido personalmente en el camino espiritual de aceptación de la fe cristiana».

Pero reconoce que quizá el papel más decisivo lo ha desempeñado Benedicto XVI, «a quien he admirado y defendido como musulmán por su maestría para plantear el lazo indisoluble entre fe y razón como fundamento de la auténtica religión y de la civilización humana, al que adhiero plenamente como cristiano para inspirarme con nueva luz en el cumplimiento de la misión que Dios me ha reservado».

«Para mí es el día más bello de mi vida», reconoce.

En su homilía el Papa explicó que la conversión no es sólo la decisión de un día, sino una actitud de fondo que debe realizarse diariamente.

La conversión, aclaró, consiste en «dirigir nuestra alma hacia Jesucristo y, de ese modo, hacia el Dios viviente, hacia la luz verdadera».

Es levantar «el corazón, fuera de la maraña de todas nuestras preocupaciones, de nuestros deseos, de nuestras angustias, de nuestra distracción».

Convertirse, añadió, significa que «siempre debemos apartarnos de los caminos equivocados, en los que tan a menudo nos movemos con nuestro pensamiento y obras».

El Santo Padre concluyó su meditación con esta plegaria: «Sí, Señor, haz que nos convirtamos en personas pascuales, hombres y mujeres de la luz, colmados del fuego de tu amor».


Homilía de Benedicto XVI en la Vigilia de la Noche de Pascua

Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI en la Vigilia de la Noche de Pascua.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

En su discurso de despedida, Jesús anunció a los discípulos su inminente muerte y resurrección con una frase misteriosa: "Me voy y vuelvo a vuestro lado"
(Jn 14,28).
Morir es partir. Aunque el cuerpo del difunto aún permanece, él personalmente se marchó hacia lo desconocido y nosotros no podemos seguirlo (cf. Jn 13,36). Pero en el caso de Jesús existe una novedad única que cambia el mundo. En nuestra muerte el partir es una cosa definitiva, no hay retorno. Jesús, en cambio, dice de su muerte: "Me voy y vuelvo a vuestro lado". Justamente en su irse, él regresa. Su marcha inaugura un modo totalmente nuevo y más grande de su presencia. Con su muerte entra en el amor del Padre. Su muerte es un acto de amor. Ahora bien, el amor es inmortal. Por este motivo su partida se transforma en un retorno, en una forma de presencia que llega hasta lo más profundo y no acaba nunca. En su vida terrena Jesús, como todos nosotros, estaba sujeto a las condiciones externas de la existencia corpórea: a un determinado lugar y a un determinado tiempo. La corporeidad pone límites a nuestra existencia. No podemos estar contemporáneamente en dos lugares diferentes. Nuestro tiempo está destinado a acabarse. Entre el yo y el tú está el muro de la alteridad. Ciertamente, amando podemos entrar, de algún modo, en la existencia del otro. Queda, sin embargo, la barrera infranqueable del ser diversos. Jesús, en cambio, que a través del amor ha sido transformado totalmente, está libre de tales barreras y límites. Es capaz de atravesar no sólo las puertas exteriores cerradas, como nos narran los Evangelios (cf. Jn 20, 19). Puede atravesar la puerta interior entre el yo y el tú, la puerta cerrada entre el ayer y el hoy, entre el pasado y el porvenir. Cuando, en el día de su entrada solemne en Jerusalén, un grupo de griegos pidió verlo, Jesús contestó con la parábola del grano de trigo que, para dar mucho fruto, tiene que morir. Con eso predijo su propio destino: no se limitó simplemente a hablar unos minutos con este o aquel griego. A través de su Cruz, de su partida, de su muerte como el grano de trigo, llegaría realmente a los griegos, de modo que ellos pudieran verlo y tocarlo en la fe. Su partida se convierte en un venir en el modo universal de la presencia del Resucitado, en el cual Él está presente ayer, hoy y siempre; en el cual abraza todos los tiempos y todos los lugares. Ahora puede superar también el muro de la alteridad que separa el yo del tú. Esto sucedió con Pablo, quien describe el proceso de su conversión y Bautismo con las palabras: "vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20). Mediante la llegada del Resucitado, Pablo ha obtenido una identidad nueva. Su yo cerrado se ha abierto. Ahora vive en comunión con Jesucristo, en el gran yo de los creyentes que se han convertido -como él define- en "uno en Cristo" (Ga 3, 28).

Queridos amigos, se pone así de manifiesto, que las palabras misteriosas de Jesús en el Cenáculo ahora -mediante el Bautismo- se hacen de nuevo presentes para vosotros. Por el Bautismo el Señor entra en vuestra vida por la puerta de vuestro corazón. Nosotros no estamos ya uno junto al otro o uno contra el otro. Él atraviesa todas estas puertas.Ésta es la realidad del Bautismo: Él, el Resucitado, viene, viene a vosotros y une su vida a la vuestra, introduciéndoos en el fuego vivo de su amor. Formáis una unidad, sí, una sola cosa con Él, y de este modo una sola cosa entre vosotros. En un primer momento esto puede parecer muy teórico y poco realista. Pero cuanto más viváis la vida de bautizados, tanto más podréis experimentar la verdad de esta palabra. Las personas bautizadas y creyentes no son nunca realmente ajenas las unas para las otras. Pueden separarnos continentes, culturas, estructuras sociales o también acontecimientos históricos. Pero cuando nos encontramos nos conocemos en el mismo Señor, en la misma fe, en la misma esperanza, en el mismo amor, que nos conforman. Entonces experimentamos que el fundamento de nuestras vidas es el mismo. Experimentamos que en lo más profundo de nosotros mismos estamos enraizados en la misma identidad, a partir de la cual todas las diversidades exteriores, por más grandes que sean, resultan secundarias. Los creyentes no son nunca totalmente extraños el uno para el otro. Estamos en comunión a causa de nuestra identidad más profunda: Cristo en nosotros. Así la fe es una fuerza de paz y reconciliación en el mundo: la lejanía ha sido superada, estamos unidos en el Señor (cf. Ef 2, 13).

Esta naturaleza íntima del Bautismo, como don de una nueva identidad, está representada por la Iglesia en el Sacramento a través de elementos sensibles. El elemento fundamental del Bautismo es el agua; junto a ella está, en segundo lugar, la luz que, en la Liturgia de la Vigilia Pascual, destaca con gran eficacia. Echemos solamente una mirada a estos dos elementos. En el último capítulo de la Carta a los Hebreos se encuentra una afirmación sobre Cristo, en la que el agua no aparece directamente, pero que, por su relación con el Antiguo Testamento, deja sin embargo traslucir el misterio del agua y su sentido simbólico. Allí se lee: "El Dios de la paz, hizo subir de entre los muertos al gran pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, en virtud de la sangre de la alianza eterna" (cf. 13, 20). En esta frase resuena una palabra del Libro de Isaías, en la que Moisés es calificado como el pastor que el Señor ha hecho salir del agua, del mar (cf. 63, 11). Jesús aparece como el nuevo y definitivo Pastor que lleva a cabo lo que Moisés hizo: nos saca de las aguas letales del mar, de las aguas de la muerte. En este contexto podemos recordar que Moisés fue colocado por su madre en una cesta en el Nilo. Luego, por providencia divina, fue sacado de las aguas, llevado de la muerte a la vida, y así -salvado él mismo de las aguas de la muerte- pudo conducir a los demás haciéndolos pasar a través del mar de la muerte. Jesús ha descendido por nosotros a las aguas oscuras de la muerte. Pero en virtud de su sangre, nos dice la Carta a los Hebreos, ha sido arrancado de la muerte: su amor se ha unido al del Padre y así desde la profundidad de la muerte ha podido subir a la vida. Ahora nos eleva de la muerte a la vida verdadera. Sí, esto es lo que ocurre en el Bautismo: Él nos atrae hacía sí, nos atrae a la vida verdadera. Nos conduce por el mar de la historia a menudo tan oscuro, en cuyas confusiones y peligros corremos el riesgo de hundirnos frecuentemente. En el Bautismo nos toma como de la mano, nos conduce por el camino que atraviesa el Mar Rojo de este tiempo y nos introduce en la vida eterna, en aquella verdadera y justa. ¡Apretemos su mano! Pase lo que pase, ¡no soltemos su mano! De este modo caminamos sobre la senda que conduce a la vida.

En segundo lugar está el símbolo de la luz y del fuego. Gregorio de Tours narra la costumbre, que se ha mantenido durante mucho tiempo en ciertas partes, de encender el fuego para la celebración de la Vigilia Pascual directamente con el sol a través de un cristal: se recibía, por así decir, la luz y el fuego nuevamente del cielo para encender luego todas las luces y fuegos del año. Esto es un símbolo de lo que celebramos en la Vigilia Pascual. Con la radicalidad de su amor, en el que el corazón de Dios y el corazón del hombre se han entrelazado, Jesucristo ha tomado verdaderamente la luz del cielo y la ha traído a la tierra -la luz de la verdad y el fuego del amor que transforma el ser del hombre. Él ha traído la luz, y ahora sabemos quién es Dios y cómo es Dios. Así también sabemos cómo están las cosas respecto al hombre; qué somos y para qué existimos. Ser bautizados significa que el fuego de esta luz ha penetrado hasta lo más íntimo de nosotros mismos. Por esto, en la Iglesia antigua se llamaba también al Bautismo el Sacramento de la iluminación: la luz de Dios entra en nosotros; así nos convertimos nosotros mismos en hijos de la luz. No queremos dejar que se apague esta luz de la verdad que nos indica el camino. Queremos preservarla de todas las fuerzas que pretenden extinguirla para arrojarnos en la oscuridad sobre Dios y sobre nosotros mismos. La oscuridad, de vez en cuando, puede parecer cómoda. Puedo esconderme y pasar mi vida durmiendo. Pero nosotros no hemos sido llamados a las tinieblas, sino a la luz. En las promesas bautismales encendemos, por así decir, nuevamente, año tras año esta luz: sí, creo que el mundo y mi vida no provienen del azar, sino de la Razón eterna y del Amor eterno; han sido creados por Dios omnipotente. Sí, creo que en Jesucristo, en su encarnación, en su cruz y resurrección se ha manifestado el Rostro de Dios; que en Él Dios está presente entre nosotros, nos une y nos conduce hacia nuestra meta, hacia el Amor eterno. Sí, creo que el Espíritu Santo nos da la Palabra verdadera e ilumina nuestro corazón; creo que en la comunión de la Iglesia nos convertimos todos en un solo Cuerpo con el Señor y así caminamos hacia la resurrección y la vida eterna. El Señor nos ha dado la luz de la verdad. Esta luz es también al mismo tiempo fuego, fuerza de Dios, una fuerza que no destruye, sino que quiere transformar nuestros corazones, para que nosotros seamos realmente hombres de Dios y para que su paz actúe en este mundo.

En la Iglesia antigua existía la costumbre de que el Obispo o el sacerdote después de la homilía exhortara a los creyentes exclamando: "Conversi ad Dominum" -volveos ahora hacia el Señor. Eso significaba ante todo que ellos se volvían hacia el Este -en la dirección del sol naciente como señal del retorno de Cristo, a cuyo encuentro vamos en la celebración de la Eucaristía. Donde, por alguna razón, eso no era posible, dirigían su mirada a la imagen de Cristo en el ábside o a la Cruz, para orientarse interiormente hacia el Señor. Porque, en definitiva, se trataba de este hecho interior: de la conversio, de dirigir nuestra alma hacia Jesucristo y, de ese modo, hacia el Dios viviente, hacia la luz verdadera. A esto se unía también otra exclamación que aún hoy, antes del Canon, se dirige a la comunidad creyente: "Sursum corda" -levantemos el corazón, fuera de la maraña de todas nuestras preocupaciones, de nuestros deseos, de nuestras angustias, de nuestra distracción- levantad vuestros corazones, vuestra interioridad. Con ambas exclamaciones se nos exhorta de alguna manera a renovar nuestro Bautismo: Conversi ad Dominum -siempre debemos apartarnos de los caminos equivocados, en los que tan a menudo nos movemos con nuestro pensamiento y obras. Siempre tenemos que dirigirnos a Él, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Siempre hemos de ser "convertidos", dirigir toda la vida a Dios. Y siempre tenemos que dejar que nuestro corazón sea sustraído de la fuerza de gravedad, que lo atrae hacia abajo, y levantarlo interiormente hacia lo alto: en la verdad y el amor. En esta hora damos gracias al Señor, porque en virtud de la fuerza de su palabra y de los santos Sacramentos nos indica el itinerario justo y atrae hacia lo alto nuestro corazón. Y lo pedimos así: Sí, Señor, haz que nos convirtamos en personas pascuales, hombres y mujeres de la luz, colmados del fuego de tu amor. Amén.

[Traducción del original italiano distribuida por la Santa Sede

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]


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miércoles, 19 de marzo de 2008

El Obispo Agustí Cortés Soriano preside el funeral de Ana Cifuentes Rus, madre de nuestro parroco

"Ana ya ha vivido las Bienaventuranzas aquí entre nosotros" proclama el Obispo de Sant Feliu
La Misa funeral celebrada el martes 18 de marzo, a las 5 de la tarde, en la Parróquia de la Inmaculada Concepción de Vilanova i la Geltrú, ha sido presidida por Agustí Cortés Soriano, Obispo de la Diocesis de Sant Feliu, y concelebrada por 20 sacerdotes y 2 diáconos.

Las más de 400 personas que han llenado el templo han vivido una ceremonia sencilla y ungida, a lo que ha contribuido la comunión entre celebrantes y fieles, que han asistido con un silencio orante lleno de amor, devoción y paz, que ha propiciado un recogimiento muy particular.

El Obispo Agustí Cortés Soriano ha centrado su homilia en el Evangelio de las Bienaventuranzas. "Ana ya ha vivido las Bienaventuranzas aquí entre nosotros" ha proclamado Agustí Cortés glosando la vida sencilla, su honestidad, su capacidad de sacrificio, su corazón límpio y la dedicación total a su familia y a la misma iglesia, que ha visto como fruto el trabajo de su hijo sacerdote. "Ana ha gastado su vida y ha dado vida. Su familia es la prueba. Ella con sacrificio constante la ha hecho crecer sola en tiempos difíciles" dijo el Obispo.

Al final, dos de las nietas de Ana Cifuentes subieron al altar para testimoniar que su abuela "era muy buena cocinera, pero la mejor receta que nos ha dejado en herencia es su forma de vivir". Destacaron su honestidad, su capacidad de sacrificio y de entrega al afrontar todas las situaciones de la vida. Antes de concluir la ceremonia el padre Rafael Maroto Cifuentes, hijo de la difunta, que también concelebró, agradeció a todos los asistentes su presencia en nombre de la familia.



Sigamos orando por la difunta Ana Cifuentes Rus y su familia

Ha fallecido Ana Cifuentes Rus, de 90 años, madre del padre Rafael Maroto Cifuentes, parroco de la Inmaculada Concepción de Vilanova i la Geltrú, la parroquia de los autores de este blog.

En nombre de la familia agradecemos las oraciones y Eucaristias que se han ofrecido en estos momentos de dolor y esperanza. Sigamos orando por la difunta Ana Cifuentes y por su familia para que puedan agradecer a Dios, en medio del dolor, el gran amor de una mujer que ha vivido dedicada a los suyos. Podemos hacerlo ahora mismo interiorizando la siguiente plegaria:

"En tus manos, Padre de bondad, encomendamos el alma de nuestra hermana Ana; nos sostiene la esperanza de que resucitará con Cristo en el último día con todos los que en Cristo han muerto. Te damos gracias, Señor, por los beneficios derramados sobre tu sierva en su vida mortal, signo de tu bondad y manifestación de la comunión de tus santos. Escucha nuestras oraciones, Dios de misericordia, para que se abran a tu sierva las puertas del paraíso, y nosotros, los que aún permanecemos en este mundo, nos consolemos mutuamente con palabras de fe hasta que salgamos todos al encuentro de Cristo, y así, con nuestro hermana, gocemos en tu presencia. Por Jesucristo nuestro Señor."

(De la oración de despedida del cuerpo en la Iglesia).

«La Cruz nos hace hermanos y hermanas» / Autor: Benedicto XVI

Palabras de Benedicto XVI al final del Vía Crucis en el Coliseo


ROMA, viernes, 21 marzo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI en la noche de este Viernes Santo al final del Vía Crucis que presidió en el Coliseo de Roma.

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Queridos hermanos y hermanas:

También en este año hemos recorrido el camino de la cruz, el Vía Crucis, volviendo a evocar con fe las etapas de la pasión de Cristo. Nuestros ojos han vuelto a contemplar los sufrimientos y la angustia que nuestro Redentor tuvo que soportar en la hora del gran dolor, que supuso la cumbre de su misión terrena. Jesús muere en la cruz y yace en el sepulcro. El día del Viernes Santo, tan impregnado de tristeza humana y de religioso silencio, se cierra en el silencio de la meditación y de la oración. Al volver a casa, también nosotros, como quienes asistieron al sacrificio de Jesús, nos golpeamos el pecho, evocando lo que sucedió. ¿Es posible permanecer indiferentes ante la muerte del Señor, del Hijo de Dios? Por nosotros, por nuestra salvación se hizo hombre, para poder sufrir y morir.

Hermanos y hermanas: dirijamos hoy a Cristo nuestras miradas, con frecuencia distraídas por disipados y efímeros intereses terrenos. Detengámonos a contemplar su cruz. La cruz, manantial de vida y escuela de justicia y de paz, es patrimonio universal de perdón y de misericordia. Es prueba permanente de un amor oblativo e infinito que llevó a Dios a hacerse hombre, vulnerable como nosotros, hasta morir crucificado.

A través del camino doloroso de la cruz, los hombres de todas las épocas, reconciliados y redimidos por la sangre de Cristo, se han convertido en amigos de Dios, hijos del Padre celestial. «Amigo», así llama Jesús a Judas y le dirige el último y dramático llamamiento a la conversión. «Amigo», llama a cada uno de nosotros, porque es auténtico amigo de todos nosotros. Por desgracia, no siempre logramos percibir la profundidad de este amor sin fronteras que Dios nos tiene. Para Él no hay diferencia de raza y cultura. Jesucristo murió para liberar a la antigua humanidad de la ignorancia de Dios, del círculo de odio y violencia, de la esclavitud del pecado. La Cruz nos hace hermanos y hermanas.

Pero preguntémonos, en este momento, qué hemos hecho con este don, qué hemos hecho con la revelación del rostro de Dios en Cristo, con la revelación del amor de Dios que vence al odio. Muchos, también en nuestra época, no conocen a Dios y no pueden encontrarlo en el Cristo crucificado. Muchos están en búsqueda de un amor o de una libertad que excluya a Dios. Muchos creen que no tienen necesidad de Dios.

Queridos amigos: Tras haber vivido juntos la pasión de Jesús, dejemos que en esta noche nos interpele su sacrificio en la cruz. Permitámosle que ponga en crisis nuestras certezas humanas. Abrámosle el corazón. Jesús es la verdad que nos hace libres para amar. No tengamos miedo: al morir, el Señor destruyó el pecado y salvó a los pecadores, es decir, a todos nosotros. El apóstol Pedro escribe: «sobre el madero llevó nuestros pecados en su cuerpo a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia» (I Pedro 2, 24). Esta es la verdad del Viernes Santo: en la cruz, el Redentor nos ha hecho hijos adoptivos de Dios, que nos creó a su imagen y semejanza. Permanezcamos, por tanto, en adoración ante la cruz.

Cristo, danos la paz que buscamos, la alegría que anhelamos, el amor que llene nuestro corazón sediento de infinito. Esta es nuestra oración en esta noche, Jesús, Hijo de Dios, muerto por nosotros en la cruz y resucitado al tercer día. Amén.

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[Trascripción realizada por Zenit. Traducción del original italiano de Jesús Colina

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]


Las imagenes y la sintesis del Viacrucis del Coliseo en video

«LA TÚNICA ERA SIN COSTURAS» / Autor: P. Raniero Cantalamessa O.F.M. Cap.


Predicación del Viernes Santo en la Basílica de San Pedro

En la tarde de este Viernes Santo, Benedicto XVI ha presidido, en la Basílica vaticana, la celebración de la Pasión del Señor. Durante la Liturgia de la Palabra se ha dado lectura al relato de la Pasión según san Juan.

A continuación el predicador de la Casa Pontificia, el padre Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap., ha pronunciado la homilía, cuyo texto ofrecemos íntegramente.

La Liturgia de la Pasión ha proseguido con la Oración universal y la adoración de la Santa Cruz; ha concluido con la Santa Comunión.


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«Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: "No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca". Para que se cumpliera la Escritura: "Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica"» (Jn 19,23-24).

Siempre ha surgido la cuestión de qué quiso decir el evangelista Juan con la importancia que da a este particular de la Pasión. Una explicación reciente es que la túnica recuerda al paramento del sumo sacerdote y que Juan, por ello, deseó afirmar que Jesús murió no sólo como rey, sino también como sacerdote.

De la túnica del sumo sacerdote no se dice, sin embargo, en la Biblia, que tuviera que ser sin costuras (Cf. Ex 28,4; Lev 16,4). Por eso los exégetas más autorizados prefieren atenerse a la explicación tradicional según la cual la túnica inconsútil simboliza la unidad de la Iglesia [1].

Cualquiera que sea la explicación que se da del texto, una cosa es cierta: la unidad de los discípulos es, para Juan, la razón por la que Cristo muere: «Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,51-52). En la última cena Él mismo había dicho: «No ruego sólo por estos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,20-21).

La alegre noticia que hay que proclamar el Viernes Santo es que la unidad, antes que una meta a alcanzar, es un don que hay que acoger. Que la túnica estuviera tejida «de arriba abajo», escribe san Cipriano, significa que «la unidad que trae Cristo procede de lo Alto, del Padre celestial, y por ello no puede ser escindida por quien la recibe, sino que debe ser integralmente acogida» [2].

Los soldados dividieron en cuatro partes «los vestidos», o «el manto» (ta imatia), esto es, el indumento exterior de Jesús, no la túnica, el chiton, que era el indumento interno, que se lleva en contacto directo con el cuerpo. Un símbolo éste también. Los hombres podemos dividir a la Iglesia en su elemento humano y visible, pero no su unidad profunda que se identifica con el Espíritu Santo. La túnica de Cristo no fue ni jamás podrá ser dividida. Es también inconsútil. Es la fe que profesamos en el Credo: «Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica».

* * *
Pero si la unidad debe servir como signo «para que el mundo crea», debe ser una unidad también visible, comunitaria. Es ésta unidad la que se ha perdido y debemos reencontrar. Se trata de mucho más que de relaciones de buena vecindad; es la propia unidad mística interior --«un solo Cuerpo y un solo Espíritu, una sola esperanza, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos» (Ef 4,4-6)--, en cuanto que esta unidad objetiva es acogida, vivida y manifestada, de hecho, por los creyentes.

Después de la Pascua, los apóstoles preguntaron a Jesús: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?». Hoy dirigimos frecuentemente a Dios el mismo interrogante: ¿Es éste el tiempo en que vas a restablecer la unidad visible de tu Iglesia? También la respuesta es la misma de entonces: «A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos» (Hch 1,6-8).

Lo recordaba el Santo Padre en la homilía pronunciada el pasado 25 de enero, en la Basílica de San Pablo Extramuros, en conclusión de la Semana [de oración] por la unidad de los cristianos: «La unidad con Dios y con nuestros hermanos y hermanas --decía-- es un don que viene de lo Alto, que brota de la comunión de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y que en ella se incrementa y se perfecciona. No está en nuestro poder decidir cuándo o cómo se realizará plenamente esta unidad. Sólo Dios podrá hacerlo. Como san Pablo, también nosotros ponemos nuestra esperanza y nuestra confianza en la gracia de Dios que está con nosotros».

Igualmente hoy será el Espíritu Santo, si nos dejamos guiar, quien nos conduzca a la unidad. ¿Cómo actuó el Espíritu Santo para realizar la primera fundamental unidad de la Iglesia: aquella entre los judíos y los paganos? Descendió sobre Cornelio y su casa de igual manera en que había descendido en Pentecostés sobre los apóstoles. De modo que a Pedro no le quedó más que sacar la conclusión: «Por lo tanto, si Dios les ha concedido el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poner obstáculos a Dios?» (Hch 11,17).

De un siglo a esta parte hemos visto repetirse ante nuestros ojos este mismo prodigio a escala mundial. Dios ha efundido su Espíritu Santo de manera nueva e inusitada en millones de creyentes, pertenecientes a casi todas las denominaciones cristianas y, para que no hubiera dudas sobre sus intenciones, lo ha derramado con idénticas manifestaciones. ¿No es éste un signo de que el Espíritu nos impele a reconocernos recíprocamente como discípulos de Cristo y a tender juntos a la unidad?

Esta unidad espiritual y carismática, por sí sola, es verdad, no basta. Lo vemos ya en los inicios de la Iglesia. La unidad entre judíos y gentiles en cuanto se realizó estaba amenazada por el cisma. En el llamado concilio de Jerusalén hubo una «larga discusión» y al final se llegó a un acuerdo, anunciado a la Iglesia con la fórmula: «Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros...» (Hechos 15,28). El Espíritu Santo obra, por lo tanto, también a través de otra vía que es el afrontamiento paciente, el diálogo y hasta los acuerdos entre las partes, cuando no está en juego lo esencial de la fe. Obra a través de las «estructuras» humanas y los «ministerios» instituidos por Jesús, sobre todo el ministerio apostólico y petrino. Es lo que llamamos hoy ecumenismo doctrinal e institucional.

* * *
La experiencia nos está convenciendo, sin embargo, de que este ecumenismo doctrinal, o de vértice, tampoco es suficiente ni avanza si no se acompaña de un ecumenismo espiritual, de base. Lo repiten cada vez con mayor insistencia precisamente los máximos promotores del ecumenismo institucional. En el centenario de la institución de la Semana de oración por la unidad de los cristianos (1908-2008), a los pies de la Cruz deseamos meditar sobre este ecumenismo espiritual: en qué consiste y cómo podemos avanzar en él.

El ecumenismo espiritual nace del arrepentimiento y del perdón, y se alimenta con la oración. En 1977 participé en un congreso ecuménico carismático en Kansas City, en Missouri. Había cuarenta mil personas, la mitad católicas (entre ellas el cardenal Suenens) y la otra mitad de diversas denominaciones cristianas. Una tarde empezó a hablar al micrófono uno de los animadores de una forma en aquella época extraña para mí: «Vosotros, sacerdotes y pastores, llorad y lamentaos, porque el cuerpo de mi Hijo está destrozado... Vosotros, laicos, hombres y mujeres, llorad y lamentaos porque el cuerpo de mi Hijo está destrozado».

Comencé a ver a los participantes caer, uno tras otro, de rodillas a mi alrededor, y a muchos de ellos sollozar de arrepentimiento por las divisiones en el cuerpo de Cristo. Y todo esto mientras un cartel sobresalía de un lado a otro en el estadio: «Jesús is Lord, Jesús es el Señor». Me encontraba allí como un observador aún bastante crítico y desapegado, pero recuerdo que pensé: Si un día todos los creyentes se reúnen para formar una sola Iglesia, será así: mientras estemos todos de rodillas, con el corazón contrito y humillado, bajo el gran señorío de Cristo.

Si la unidad de los discípulos debe ser un reflejo de la unidad entre el Padre y el Hijo, debe ser ante todo una unidad de amor, porque tal es la unidad que reina en la Trinidad. La Escritura nos exhorta a «hacer la verdad en la caridad» (veritatem facientes in caritate) (Ef 4,15). Y san Agustín afirma que «no se entra en la verdad más que a través de la caridad»: non intratur in veritatem nisi per caritatem [3].

Lo extraordinario acerca de esta vía hacia la unidad basada en el amor es que ya está abierta de par en par ante nosotros. No podemos «quemar etapas» en cuanto a la doctrina, porque las diferencias existen y hay que resolverlas con paciencia en las sedes apropiadas. Pero podemos en cambio quemar etapas en la caridad, y estar unidos desde ahora. El verdadero y seguro signo de la venida del Espíritu no es -escribe san Agustín-- hablar en lenguas, sino que es el amor por la unidad: «Sabéis que tenéis el Espíritu Santo cuando accedéis a que vuestro corazón se adhiera a la unidad a través de una sincera caridad» [4].

Meditemos en el himno a la caridad, de san Pablo. Cada frase suya adquiere un significado actual y nuevo, si se aplica al amor entre los miembros de las diferentes Iglesias cristianas, en las relaciones ecuménicas:

«La caridad es paciente...

La caridad no es envidiosa...

No busca su interés...

No toma en cuenta el mal (si acaso, ¡el mal realizado a los demás!).

No se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad (no se alegra de las dificultades de las otras Iglesias, sino que se goza en sus éxitos).

Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta»
( l Co 13,4 ss).

Esta semana hemos acompañado a su morada eterna a una mujer -Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares-- que fue una pionera y un modelo de este ecumenismo espiritual del amor. Con su vida nos demostró que la búsqueda de la unidad entre los cristianos no lleva a cerrarse al resto del mundo; es, más bien, el primer paso y la condición para un diálogo más amplio con los creyentes de otras religiones y con todos los hombres a quienes les importa el destino de la humanidad y de la paz.

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«Amarse -se dice-- no es mirarse el uno al otro, sino mirar juntos en la misma dirección». También entre cristianos amarse significa mirar juntos en la misma dirección que es Cristo. «Él es nuestra paz» (Ef 2,14). Ocurre como en los radios de una rueda. Observemos qué sucede a los radios cuando, desde el centro, parten hacia el exterior: a medida que se alejan del centro se distancian también unos de otros, hasta terminar en puntos lejanos de la circunferencia. Miremos, en cambio, qué sucede cuando, desde la circunferencia, se dirigen hacia el centro: según se aproximan al centro, se acercan también entre sí, hasta formar un único punto. En la medida en que vayamos juntos hacia Cristo, nos aproximaremos también entre nosotros, hasta ser verdaderamente, como Él pidió, «uno, con Él y con el Padre».

Aquello que podrá reunir a los cristianos divididos será sólo la difusión, entre ellos, de una nueva oleada de amor por Cristo. Es lo que está aconteciendo por obra del Espíritu Santo y que nos llena de estupor y de esperanza. «El amor de Cristo nos apremia al pensar que uno murió por todos» (2 Co 5,14). El hermano de otra Iglesia -es más, todo ser humano-- es «aquél por quien murió Cristo» (Rm 14,15), igual que murió por mí.

* * *

Un motivo debe impulsarnos sobre todo en este camino. Lo que está en juego al inicio del tercer milenio ya no es lo mismo que al principio del segundo milenio, cuando se produjo la separación entre oriente y occidente, ni es lo mismo que a mitad del mismo milenio, cuando se produjo la separación entre católicos y protestantes. ¿Podemos decir que la forma exacta de proceder del Espíritu Santo del Padre, o la manera en que se realiza la justificación del pecador, sean los problemas que apasionan a los hombres de hoy y con los que permanece o cae la fe cristiana? El mundo ha seguido adelante y nosotros hemos permanecido clavados a problemas y fórmulas de las que el mundo ni siquiera conoce ya el significado.

En las batallas medievales había un momento en que, superada la infantería, los arqueros y la caballería, la riña se concentraba en torno al rey. Ahí se decidía el resultado final del choque. También para nosotros la batalla hoy se libra en torno al rey. Existen edificios o estructuras metálicas hechas de tal modo que si se toca cierto punto neurálgico, o se mueve determinada piedra, todo se derrumba. En el edificio de la fe cristiana esta piedra angular es la divinidad de Cristo. Suprimida ésta, todo se disgrega y, antes que cualquier otra cosa, la fe en la Trinidad.

De ello se percibe que existen actualmente dos ecumenismos posibles: un ecumenismo de la fe y un ecumenismo de la incredulidad; uno que reúne a todos los que creen que Jesús es el Hijo de Dios, que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que Cristo murió para salvar a todos los hombres; otro que reúne a cuantos, por respeto al símbolo de Nicea, siguen proclamando estas fórmulas, pero vaciándolas de su verdadero contenido. Un ecumenismo en el que, al límite, todos creen en las mismas cosas, porque nadie cree ya en nada, en el sentido que la palabra «creer» tiene en el Nuevo Testamento.

«¿Quién es el que vence al mundo -escribe Juan en su Primera Carta-- sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?» (1 Jn 5,5). Siguiendo este criterio, la distinción fundamental entre los cristianos no lo es entre católicos, ortodoxos y protestantes, sino entre quienes creen que Cristo es el Hijo de Dios y quienes no lo creen.

* * *

«El año segundo del rey Darío, el día uno del sexto mes, fue dirigida la palabra del Señor, por medio del profeta Ageo, a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá, y a Josué, hijo de Yehosadaq, sumo sacerdote...: ¿Es acaso para vosotros el momento de habitar en vuestras casas artesonadas, mientras mi Casa está en Ruinas?» (Ag 1,1-4).

Esta palabra del profeta Ageo se dirige hoy a nosotros. ¿Es éste el tiempo de seguir preocupándonos sólo de lo que afecta a nuestra orden religiosa, a nuestro movimiento, o a nuestra Iglesia? ¿No será precisamente ésta la razón por la que también nosotros «sembramos mucho, pero cosechamos poco» (Ag 1,6)? Predicamos y nos esforzamos en todos los modos, pero el mundo se aleja, en lugar de acercarse a Cristo.

El pueblo de Israel escuchó la reprensión del profeta, dejó de embellecer cada uno su propia casa para reconstruir juntos el templo de Dios. Entonces Dios envió de nuevo a su profeta con un mensaje de consuelo y de aliento, que es también para nosotros: «¡Mas ahora, ten ánimo, Zorobabel, oráculo del Señor; ánimo, Josué, hijo de Yehosadaq, sumo sacerdote, ánimo, pueblo todo de la tierra!, oráculo del Señor. ¡A la obra, que estoy yo con vosotros!» (Ag 2,4). ¡Ánimo, a todos vosotros, que tanto os importa la causa de la unidad de los cristianos, y al trabajo, porque yo estoy con vosotros, dice el Señor!

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[Traducción del original italiano por Marta Lago]

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[1] Cf. R. E. Brown, The Death of the Messiah, vol. 2, Doubleday, Nueva York 1994, pp. 955-958.

[2] S. Cipriano, De unitate Ecclesiae, 7 (CSEL 3, p. 215).

[3] S. Agustín, Contra Faustum, 32,18 (CCL 321, p. 779).

[4] S. Agustín, Discursos 269,3-4 (PL38, 1236 s.).

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La imagenes de la conmemoración de la Pasión en la Basílica de San Pedro, y la sintesis de su contenido en video

La Pasion de Cristo, pelicula de Mel Gibson (subtitulada)

La Pasión de Cristo es una película del año 2004, dirigida por Mel Gibson, y relata la pasión y muerte de Jesucristo según el Nuevo Testamento.

Recrea los agónicos y redentores eventos que tuvieron lugar durante las últimas doce horas en la vida de Jesús de Nazaret desde el momento en que acude al Huerto de los Olivos (Getsemaní) con los apóstoles a orar tras la Última Cena.

Desde el estreno levantó una gran polémica, y más entre la comunidad judía (quienes además la declararon antisemita), motivada principalmente por las violentas escenas que se dan a lo largo de la película .Mel Gibson ya había avisado su intención de rodar la película más realista de la historia sobre la figura de Jesucristo.


La película tiene una peculiaridad, y es que se rodó en latín y arameo (las mismas lenguas que se hablaban en tiempos de Jesucristo) con subtítulos.


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Los bebés sietemesinos, residuos humanos sin derecho a entierro

Si un bebé sietemesino muere 10 minutos antes del parto, irá a la basura; si muere 10 minutos después, será enterrado.

El nuevo reglamento que prepara el ministro de Salud, Bernat Soria, aguijoneado por la patronal del aborto en España es, como tantas leyes sobre el aborto, una fuente de paradojas.

Hasta ahora, la ley española obligaba a enterrar o incinerar (como a cualquier otro cadáver) a los cuerpos sin vida resultado de abortos (naturales o provocados), así como a los restos humanos de "suficiente entidad", es decir, piernas, dedos, pies amputados, etc...


Esta niña tan guapa se llama Sofía, nació con 25 semanas de gestación (http://www.aprevas.org/)

El nuevo reglamento que preparan Bernat Soria y el gobierno socialista quiere tratar como "residuo" a los bebés de hasta 29 semanas. Es decir, no se enterraría o incineraría, sino que se trataría como un coágulo de tejido o unas gasas ensangrentadas.

Se dan paradojas absurdas. Por ejemplo, si el bebé sietemesino sale muerto (de forma provocada o no) del interior de su madre, será un residuo: nada de entierro. ¿Y si su madre pide enterrarlo? La ley no lo contempla: la ley dice que sería un residuo.

Pero si el niño sietemesino sale vivo, y se muere al cabo de un rato... ¡ya tiene derecho a entierro! Es el mismo bebé, pero morir dentro o fuera de la madre la da un status u otro.

Además, mientras los bebés seismesinos o sietemesinos pierden su derecho a entierro, la ley sigue obligando a enterrar miembros amputados: se entierran e incineran dedos y brazos, mientras que se echarían bebés a la basura.


Esta niña se llama Lúa, nació con 26 semanas de gestación; según la nueva propuesta, de haber muerto, sus padres no podrían haberla enterrado

Por otro lado, está el debate sobre los bebés que sobreviven al aborto provocado. Se calcula que unos 170 bebés en España nacen vivos cada año a pesar del esfuerzo del abortista. En Italia 4 facultades de Medicina hicieron recientemente un manifiesto pidiendo que se salve la vida de estos "supervivientes al aborto".

La Guardia Civil investiga en Madrid si los fetos encontrados en la basura de Clínica Isadora tenían aire en los pulmones, es decir, si murieron fuera de la madre. Por lo general, los abortistas dejan morir a estos bebés. Lo que menos les interesa es correr luego con los gastos de entierro o incineración.

Precisamente para evitar esos gastos funerarios que les ocasiona la ley de agosto de 1974 es por lo que la patronal ha presionado al ministro Bernat Soria. Además, queda muy feo ver salir los furgones fúnebres cada día de la clínica abortista. En Isadora pasan por la noche a recoger los cadáveres.

Todo en el negocio del aborto pasa por una doctrina: no ver. No ver las ecografías. No ver cómo es un aborto. No enseñar el bebé a la madre. No sacar en televisión cómo se hace una interrupción del embarazo. No ver lo que se hace con los cuerpos. No ver qué pasa después con las madres. En la Sociedad de la Imagen, el aborto no quiere cámaras.


Estos son Mikel y Uxue; nacieron con 25 semanas; aquí se ven ya más creciditos

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Fuente: Forum Libertas

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martes, 18 de marzo de 2008

Del Evangelio según san Mateo 27, 45-54



Del Evangelio según san Mateo 27, 27-37

María pisa la serpiente

Vía Crucis en el Coliseo 2008 / Autor: Cardenal JOSEPH ZEN ZE-KIUN, S.D.B.

Presidido por el Papa, con meditaciones del cardenal chino Joseph Zen Ze-Kiun

Publicamos el texto del Vía Crucis que se recitará en la noche de este Viernes Santo en el Coliseo de Roma, bajo la presidencia del Papa, con meditaciones y oraciones escritas por el cardenal Joseph Zen Ze-Kiun, S.D.B., obispo de Hong Kong.

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OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE

VÍA CRUCIS EN EL COLISEO

PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

VIERNES SANTO 2008

Meditaciones y oraciones de su eminencia reverendísima
Cardenal JOSEPH ZEN ZE-KIUN, S.D.B.
Obispo de Hong Kong


PRESENTACIÓN

Cuando Su Santidad el Papa Benedicto XVI me pidió que preparase las meditaciones para el Via Crucis del Viernes Santo de este año en el Coliseo, no dudé lo más mínimo en aceptar esta tarea. Entendí que con este gesto el Santo Padre quería manifestar su atención por el continente asiático, e incluir en particular en este ejercicio solemne de piedad cristiana a los fieles de China, que tienen una gran devoción al Via Crucis. El Papa quiso que yo llevara al Coliseo la voz de aquellos hermanos y hermanas lejanos.

Sin duda, como nos enseñan los Evangelios y la tradición de la Iglesia, el protagonista de esta Via dolorosa es Nuestro Señor Jesucristo. Pero, tras Él hay mucha gente del pasado y del presente, estamos nosotros. Dejemos que esta noche muchos de nuestros hermanos lejanos, también en el tiempo, estén presentes espiritualmente entre nosotros. Probablemente ellos, más que nosotros hoy, han vivido en su cuerpo la Pasión de Jesús. En su carne Jesús ha sido de nuevo arrestado, calumniado, torturado, escarnecido, arrastrado, aplastado bajo el peso de la cruz y clavado en aquel madero como un criminal.

Obviamente, esta noche en el Coliseo no estamos sólo nosotros. En el corazón del Santo Padre y en nuestros corazones están presentes todos los «mártires vivientes» del siglo veintiuno. «Te martyrum candidatus laudat exercitus».

Pensando en la persecución, pensamos también en los perseguidores. Al escribir el texto de estas meditaciones me he dado cuenta con gran sobresalto de ser poco cristiano. He tenido que hacer un gran esfuerzo para purificarme de sentimientos poco caritativos para con los que hicieron sufrir a Jesús y los que, en el mundo actual, hacen sufrir a nuestros hermanos. Sólo cuando he puesto ante mí mis pecados y mis infidelidades, me he podido ver a mí mismo entre los perseguidores y me ha embargado el arrepentimiento y la gratitud por el perdón del Maestro misericordioso.

Meditemos, pues, cantemos y recemos a Jesús y con Jesús por los que sufren a causa de su nombre, por los que le hacen sufrir a Él y a sus hermanos y por nosotros mismos, pecadores y algunas veces también sus perseguidores.

ORACIÓN INICIAL

El Santo Padre:

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

R/. Amén.

Jesús Salvador,

estamos reunidos en este día,

a esta hora y en este lugar,

que nos recuerda tantos siervos y siervas tuyos,

que hace siglos, entre el rugido de los leones hambrientos

y los gritos de la muchedumbre que se divertía,

se dejaron desmembrar y golpear hasta la muerte

por su fidelidad a tu nombre.

Nosotros, venimos hoy aquí para expresarte a Ti

la gratitud de tu Iglesia

por el don de la salvación alcanzada mediante tu Pasión.

Los Coliseos se han ido multiplicando a lo largo de los siglos, allí donde nuestros hermanos, como continuación de tu Pasión, son todavía hoy perseguidos duramente en diversas partes del mundo. Junto a ti y con nuestros hermanos perseguidos de todo el mundo, comenzamos hondamente conmovidos este camino de la Via dolorosa, que Tú recorriste un día con tanto amor.

PRIMERA ESTACIÓN
Jesús en el Huerto de los Olivos


V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 14, 32-36

Fueron a una finca, que llaman Getsemaní, y dijo a sus discípulos: «Sentaos aquí mientras voy a orar». Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y angustia, y les dijo: «Me muero de tristeza: quedaos aquí velando». Y, adelantándose, un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y dijo: «Abbá! (Padre): tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres».

MEDITACIÓN

Jesús sentía miedo, angustia y tristeza hasta el punto de morir. Eligió a tres compañeros, pero que muy pronto se durmieron, y comenzó a rezar Él sólo: «Pase de mí esta hora, aparta de mí este cáliz... Pero, Padre, que se haga su voluntad».

Había venido al mundo para hacer la voluntad del Padre, pero nunca como en aquel momento comprobó lo profundo de la amargura del pecado, y se sintió perdido.

En la Carta a los Católicos en China, Benedicto XVI recuerda la visión de San Juan en el Apocalipsis que llora ante el libro sellado de la historia humana, del «mysterium iniquitatis». Sólo el Cordero inmolado es capaz de abrir ese sello.

En tantas partes del mundo la Esposa de Cristo está atravesando la hora tenebrosa de la persecución, como en un tiempo Ester, amenazada por Aman, como la «Mujer» del Apocalipsis amenazada por el dragón. Velemos y acompañemos a la Esposa de Cristo en la oración.

ORACIÓN

Jesús, Dios Omnipotente, que te has hecho débil a causa de nuestros pecados, te resultan familiares los gritos de los perseguidos, que son eco de tu agonía. Ellos preguntan: ¿Por qué esta opresión? ¿Por qué esta humillación? ¿Por qué esta prolongada esclavitud?

Vuelven a la mente las palabras del Salmo: «Despierta, Señor, ¿por qué duermes? Levántate, no nos rechaces más. ¿Por qué nos escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y opresión? Nuestro aliento se hunde en el polvo, nuestro vientre está pegado al suelo. Levántate a socorrernos» (Sal 43, 24-26).

No, Señor. Tú no has usado este Salmo en Getsemaní, pero has dicho: «Hágase tu voluntad». Podrías haber convocado doce legiones de ángeles, pero no lo hiciste.

Señor, el sufrimiento nos da miedo. Se nos presenta de nuevo la tentación de aferrarnos a los medios fáciles del éxito. Haz que no tengamos miedo del miedo, sino que confiemos en ti.

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Todos:


Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Stabat mater dolorosa,

iuxta crucem lacrimosa,

dum pendebat Filius.

SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús, traicionado por Judas, es arrestado

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 14, 43a.45-46.50-52

Todavía estaba hablando cuando se presentó Judas, uno de los Doce. Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo: «¡Maestro!» Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Los discípulos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho envuelto sólo en una sábana; y le echaron mano; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.

MEDITACIÓN

Traición y abandono por parte de aquellos que Él había elegido como apóstoles, a los cuales había confiado los secretos del Reino, y en los que había puesto total confianza. Un rotundo fracaso. ¡Qué dolor y qué humillación!

Pero todo esto sucedió como cumplimiento de lo que habían dicho los profetas. De otra manera, ¿cómo se hubiera podido conocer la fealdad del pecado, que es justamente traición al amor?

La traición sorprende, sobre todo si se refiere a los pastores del rebaño. ¿Cómo pudieron hacerle esto a Él? El espíritu es fuerte, pero la carne es débil. Las tentaciones, las amenazas y chantajes, doblegan la voluntad. Pero ¡qué escándalo! ¡Qué dolor para el corazón del Señor!

No nos escandalicemos. Las defecciones nunca han faltado en las persecuciones. Y después se han producido con frecuencia los regresos. En aquel joven, que arrojó la sábana y huyó desnudo (cf. Mc 14, 51-52), intérpretes autorizados han visto al futuro evangelista Marcos.

ORACIÓN

Señor, quien huye de tu Pasión queda sin dignidad. Ten piedad de nosotros. Nosotros nos desnudamos ante tu majestad. Te mostramos nuestras llagas, las más vergonzosas.

Jesús, abandonarte a Ti es abandonar el sol. Al intentar desembarazarnos del sol, caemos en la oscuridad y el frío.

Padre, nos hemos alejado de tu casa. No somos dignos de ser recibidos de nuevo por Ti. Pero Tú mandas que nos laven, nos vistan, nos calcen y nos pongan un anillo en el dedo.

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Todos:


Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Cuius animam gementem,

contristatam et dolentem

pertransivit gladius.

TERCERA ESTACIÓN
Jesús es condenado por el Sanedrín

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 14, 55.61b-62a.64b

Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. El sumo sacerdote lo interrogó preguntándole: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?» Jesús contestó: «Sí lo soy».Y todos los declararon reo de muerte.

MEDITACIÓN

El Sanedrín era la corte de justicia del pueblo de Dios. Ahora, esta corte condena a Cristo, el Hijo de Dios bendito, y lo juzga reo de muerte.

El inocente es condenado «porque ha blasfemado», declaran los jueces rasgándose las vestiduras. Pero nosotros sabemos por el Evangelista que lo hicieron por envidia y odio.

San Juan dice que, en el fondo, el sumo sacerdote habló en nombre de Dios: únicamente dejando condenar a su Hijo inocente, Dios Padre pudo salvar a sus hermanos culpables.

A lo largo de los siglos, multitud de inocentes han sido condenados a sufrimientos atroces. Hay quien clama justicia, pero son ellos, los inocentes, quienes expían los pecados del mundo, en comunión con Cristo, el Inocente.

ORACIÓN

Jesús, Tú no te preocupas de hacer brillar tu inocencia, estando entregado sólo a volver a dar al hombre la justicia que perdió por el pecado.

Éramos tus enemigos, no había modo de cambiar nuestra condición. Tú te hiciste condenar para darnos el perdón. Salvador, no dejes que caigamos en la condenación en el último día. «Iudex ergo cum sedebit, quicquid latet apparebit ; nil inultum remanebit. Iuste iudex ultionis, donum fac remissionis ante diem rationis».

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Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

O quam tristis et afflicta

fuit illa benedicta

mater Unigeniti!

CUARTA ESTACIÓN
Jesús es negado por Pedro

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 14, 66-68.72

Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró fijamente y dijo: «También tú andabas con Jesús el Nazareno». El lo negó diciendo: «Ni sé ni entiendo lo que quieres decir» ... Y en seguida, por segunda vez, cantó el gallo. Pedro se acordó de las palabras que la había dicho Jesús: «Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres», y rompió a llorar.

MEDITACIÓN

«Aunque tenga que morir contigo, no te negaré» (Mc 14, 31). Pedro era sincero cuando decía esto, pero no se conocía a sí mismo, no conocía su debilidad. Era generoso, pero había olvidado contar con la generosidad del Maestro. Pretendía morir por Jesús, mientras era Jesús quien debía morir por él para salvarlo.

Al hacer de Simón La «piedra»... para fundar sobre ella la Iglesia, Cristo incorpora al apóstol a su iniciativa de salvación. Pedro creyó ingenuamente que podía dar algo al Maestro, mientras que todo lo recibía gratuitamente de Él, incluido el perdón tras la negación.

Jesús non mudó su elección de Pedro como fundamento de su Iglesia. Después del arrepentimiento, se concedió a Pedro la capacidad de confirmar a sus hermanos.

ORACIÓN

Señor, cuando Pedro habla iluminado por la revelación del Padre, te reconoce como Cristo, Hijo de Dios vivo. En cambio, cuando se fía de su razón y de su buena voluntad, se transforma en obstáculo para tu misión. La presunción le lleva a renegar de ti, su Maestro, en cambio, el arrepentimiento humilde lo confirma como la roca sobre la cual tú edificas tu Iglesia. La decisión de confiar la continuación de la obra de la salvación a hombres débiles y vulnerables manifiesta tu sabiduría y poder.

Señor, protege a los hombres que has elegido, para que las puertas del infierno no prevalezcan sobre tus siervos.

Dirige tu mirada sobre todos nosotros, como aquella noche hiciste con Pedro, después del canto del gallo.

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Todos:


Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Quæ mærebat et dolebat

Pia mater, cum videbat

Nati pœnas incliti.

QUINTA ESTACIÓN
Jesús es juzgado por Pilatos

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 15, 12-15

Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?» Ellos gritaron de nuevo: «Crucifícalo». Pilato les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho?» Ellos gritaron más fuerte: «Crucifícalo». Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

MEDITACIÓN

Pilato parecía poderoso, tenía derecho sobre la vida y la muerte de Jesús. Se complacía en ironizar sobre el «Rey de los Judíos», pero en realidad era débil, cobarde y servil. Temía al emperador Tiberio, temía al pueblo y a aquellos sacerdotes, a pesar de que los despreciaba en su corazón. Entregó a Jesús para que lo crucificaran, aún sabiendo que era inocente.

En su intento veleidoso de salvar a Jesús, dejó libre incluso a un peligroso homicida.

Inútilmente buscaba lavarse las manos que le chorreaban de sangre inocente.

Pilato es la imagen de todos los que detentan la autoridad como instrumento de poder y no se preocupan de la justicia.

ORACIÓN

Jesús, al declararte valientemente como rey, intentaste despertar en Pilato la voz de su conciencia. Ilumina la conciencia de tantas personas constituidas en autoridad, para que reconozcan la inocencia de tus seguidores. Dales el valor de respetar la libertad religiosa.

La tentación de adular al poderoso y de oprimir al débil está muy difundida. Y los poderosos son aquellos que han sido constituidos en autoridad, los que controlan el comercio y los medios de comunicación; pero existe también la gente que se deja manipular fácilmente por los poderosos para oprimir a los débiles. ¿Cómo fue posible que aquella gente, que te habían conocido como un amigo lleno de compasión y que sólo hizo el bien a todos, gritara «Crucifícalo»?

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Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Quis est homo qui non fleret,

matrem Christi si videret

in tanto supplicio?

SEXTA ESTACIÓN
Jesús es flagelado y coronado de espinas


V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 15, 15b.17-19

Pilato, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo: «¡Salve, rey de los judíos!». Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él.

MEDITACIÓN

La flagelación usada en aquella época, era un castigo terrible. El horrible flagellum de los Romanos arrancaba la carne a pedazos. Y la corona de espinas, además de causar dolores agudísimos, constituía también una burla a la realeza del divino Prisionero, así como los escupitajos y los puñetazos.

Torturas tremendas siguen surgiendo de la crueldad del corazón humano, y las de tipo psíquico non son un tormento menor que las corporales, y frecuentemente las mismas víctimas se convierten en verdugos. ¿Carecen de sentido tantos sufrimientos?

ORACIÓN

No, Jesús; eres tú quien sigues reuniendo y santificando todos los sufrimientos: de los enfermos, de los que mueren llenos de penalidades, de todos los discriminados; pero los sufrimientos que destacan por encima de todos son aquellos sufridos por tu nombre.

Por los sufrimientos de los mártires, bendice a tu Iglesia; que su sangre sea semilla de nuevos cristianos. Creemos firmemente que sus sufrimientos, aunque en un principio pueden aparecer como una derrota completa, traerán la verdadera victoria a tu Iglesia. Señor, otorga la perseverancia a nuestros hermanos perseguidos.

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Todos:


Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in tierra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed liberanos a malo.

Quis no posset contristari,

piam matrem contemplari,

dolentem cum Filio?

SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús es cargado con la cruz

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 15, 20

Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo.

MEDITACIÓN

La cruz, el gran símbolo del cristianismo, se ha transformado de instrumento de castigo ignominioso en un estandarte glorioso de victoria.

Existen ateos llenos de valor dispuestos a sacrificarse por la revolución: están dispuestos a abrazar la cruz, pero sin Jesús. Entre los cristianos existen «ateos» de hecho que quieren a Jesús, pero sin la cruz. Ahora, sin Jesús la cruz resulta insoportable y sin la cruz no se puede pretender estar con Jesús.

Abracemos la cruz y abracemos a Jesús y con Jesús abracemos a todos nuestros hermanos que sufren y son perseguidos.

ORACIÓN

¡Oh, divino Redentor!, con qué ímpetu abrazaste la cruz, que desde tanto tiempo habías deseado. Ella pesa sobre tus espaldas llagadas, pero es sostenida por un corazón lleno de amor.

Los grandes santos han entendido tan profundamente el valor salvífico de la cruz hasta el punto de exclamar: «O padecer o morir». Concédenos acoger al menos tu invitación a llevar la cruz detrás de Ti. Tú has preparado para cada uno de nosotros una cruz a nuestra medida. Tenemos en la mente la imagen del Papa Juan Pablo II, que sube al «Monte de las cruces», en Lituania. Cada una de aquellas cruces tiene una historia que contar, historia de dolor y de gozo, de humillación y de triunfo, de muerte y de resurrección.

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Todos:


Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Quis non posset contristari,

Piam matrem contemplari

dolentem cum Filio?

OCTAVA ESTACIÓN
Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la Cruz


V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 15, 21

Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz de Jesús.

MEDITACIÓN

Simón de Cirene venía del campo. Se tropezó con el cortejo de muerte y lo forzaron a llevar la cruz junto a Jesús.

En un segundo momento, él corroboró este servicio, se mostró feliz de haber podido ayudar al pobre Condenado y llegó a ser uno de los discípulos en la Iglesia primitiva. Seguramente fue objeto de admiración y casi de envidia por la suerte especial de haber ayudado a Jesús en sus sufrimientos.

ORACIÓN

Amado Jesús, Tú probablemente mostraste al Cireneo tu gratitud por su ayuda, mientras la cruz en realidad fue causada por él y por cada uno de nosotros. Así, Jesús, nos lo agradeces cada vez que ayudamos a los hermanos a llevar la cruz, mientras no hacemos más que cumplir con nuestro deber de expiar por nuestros pecados.

Eres Tú, Jesús, quien está al comienzo de este círculo de compasión. Tú llevas nuestra cruz, de tal manera que seamos capaces de ayudarte en tus hermanos a llevar la cruz.

Señor, como miembros de tu cuerpo, nos ayudamos mutuamente a llevar la cruz y admiramos el ejército inmenso de cireneos que, aunque sin tener todavía la fe, han aliviado generosamente tus sufrimientos en tus hermanos.

Cuando ayudemos a los hermanos de la Iglesia perseguida, recuérdanos que somos nosotros quienes, en realidad, somos ayudados por ellos.

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Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Tui Nati vulnerati,

tam dignati pro me pati,

pœnas mecum divide.


NOVENA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén


V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 27-28

Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas, dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos».

MEDITACIÓN

Las mujeres, las madres obtienen de su amor una inmensa capacidad de aguante en el sufrimiento. Sufren por culpa de los hombres, sufren por sus hijos. Recordamos las madres de tantos jóvenes perseguidos y hechos prisioneros por causa de Cristo. ¡Cuántas largas noches han pasado esas madres en vigilia y con lágrimas! Recordamos las madres que, corriendo el riesgo de ser arrestadas o perseguidas, han perseverado en la oración en familia, cultivando en el corazón la esperanza de tiempos mejores.

ORACIÓN

Jesús, al igual que, a pesar de tus sufrimientos, te preocupaste de dirigir tu palabra a las mujeres en la Vía de la Cruz, haz que hoy también se escuche tu voz llena de consuelo y de luz para tantas mujeres que sufren.

Tú les exhortas a no llorar por ti, sino por ellas mismas y por sus hijos.

Llorando por ti, lloran sufrimientos que llevan la salvación a la humanidad y son, por tanto, causa de gozo. En cambio, aquello por lo que deberían llorar es por los sufrimientos causados por los pecados, que las convierten a ellas, a sus hijos y a todos nosotros en leños secos que merecen ser echados al fuego.

Tú, Señor, enviaste a tu Madre a Lourdes y a Fátima para recordarnos este mismo mensaje: «Haced penitencia y rezad para apaciguar la ira de Dios». Haz que acojamos de una vez con un corazón sincero esta invocación llena de dolor.

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Todos:


Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Eia, mater, fons amoris,

me sentire vim doloris

fac, ut tecum lugeam.

DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es clavado en la cruz


V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 15, 25.31.34

Era media mañana cuando lo crucificaron. Los sumos sacerdotes se burlaban también de él diciendo: «A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar». Y a la media tarde, Jesús clamó con voz potente: «Eloí, Eloí, lamá sabactaní» (que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado»?).

MEDITACIÓN

Jesús desnudo, clavado, en medio de dolores inefables, ridiculizado por sus enemigos, se siente incluso abandonado por el Padre. Es el infierno que merecen nuestros pecados. Jesús ha permanecido en la cruz, no se ha liberado.

En Él se han cumplido las profecías del Siervo doliente: «Sin figura, sin belleza... sin aspecto atrayente... Lo estimamos leproso, herido de Dios... Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre Él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador» (Is 53, 2.4.6-7).

ORACIÓN

Jesús crucificado, no en el Tabor sino en el Calvario, Tú nos has revelado tu verdadero rostro, el rostro de un amor que ha llegado hasta el límite.

Hay quien por respeto quiere representarte cubierto por un manto real también sobre la cruz. Pero nosotros no tememos mostrarte tal y como colgabas del patíbulo aquel viernes, desde el mediodía a media tarde.

Contemplarte crucificado nos lleva a avergonzarnos de nuestras infidelidades y nos llena de gratitud por tu misericordia infinita. ¡Oh Señor, cuánto te ha costado el habernos amado!

Confiando en la fuerza que viene de tu pasión, prometemos no ofenderte jamás. Deseamos tener un día el honor de ser crucificados como Pedro y Andrés. Nos estimula la serenidad y el gozo que hemos tenido la gracia de contemplar en los rostros de tus siervos fieles, los mártires de nuestro siglo.

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Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Fac ut ardeat cor meum

in amando Christum Deum,

ut sibi complaceam.

UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús promete su Reino al buen ladrón


V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 33.42-43

Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucifica-

ron allí, a Él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de ellos decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Jesús le respondió: «Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso».

MEDITACIÓN

Era un malhechor. Representa a todos los malhechores, es decir, a todos nosotros. Ha tenido la suerte de estar junto a Jesús en el sufrimiento. Nosotros tenemos esta misma suerte. Digamos también: «Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Tendremos la misma respuesta.

¿Y los que no tienen la fortuna de estar junto a Jesús? Jesús está cerca de ellos, de todos y cada uno.

«Jesús, acuérdate de nosotros»: digámoselo por nosotros, por nuestros amigos, por nuestros enemigos y por los perseguidores de nuestros amigos. La salvación de todos es la verdadera victoria del Señor.

ORACIÓN

Jesús, acuérdate de mí cuando, conocedor de mi infidelidad, tenga la tentación de desesperarme.

Jesús, acuérdate de mí, cuando, después de repetidos esfuerzos, me sienta todavía en el fondo del valle.

Jesús, acuérdate de mí, cuando todos se hayan cansado de mí y nadie confíe en mí, y me encuentre solo y abandonado.

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Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.


Sancta mater, istud agas,

Crucifixi fige plagas

cordi meo valide.

DUODÉCIMA ESTACIÓN
La madre y el discípulo junto a la cruz de Jesús


V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Juan. 19, 25-27

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre, y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

MEDITACIÓN

Jesús se olvida de sí mismo incluso en aquel momento crucial y piensa en su Madre, piensa en nosotros. Ante todo, ¿confía su Madre al discípulo, como parece sugerir san Juan, o más bien confía el discípulo a la Madre?

En cualquier caso, para el discípulo María será siempre la Madre que el Maestro agonizante le ha confiado y para María el discípulo será siempre el hijo que el Hijo agonizante le ha confiado y al que estará espiritualmente cercana sobre todo en la hora de la muerte. Junto a los mártires agonizantes, estará siempre la Madre, que está en pie, junto a su cruz, para sostenerlos.

ORACIÓN

Jesús y María, habéis compartido totalmente el sufrimiento: Tú, Jesús, en la cruz y tu, Madre, a los pies de la misma. La lanza ha traspasado el costado del Salvador y la espada ha traspasado el corazón de la Virgen Madre.

En realidad, hemos sido nosotros con nuestros pecados los que hemos causado tanto dolor.

Aceptad nuestro arrepentimiento, nuestra debilidad, que siempre corre el riesgo de traicionar, renegar y desertar.

Aceptad el homenaje de fidelidad de todos los que han seguido el ejemplo de San Juan, que permaneció valientemente junto a la cruz.

Jesús y María, os doy el corazón y el alma mía. Jesús y María, asistidme en la última agonía. Jesús y María, que entregue en paz junto a vosotros el alma mía.

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Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Fac me vere tecum flere,

Crucifixo condolere,

donec ego vixero.

DECIMOTERCERA ESTACIÓN

Jesús muere en la Cruz

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas. 23,46

Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y dicho esto, expiró.

MEDITACIÓN

Jesús muere realmente porque es verdadero hombre. Entrega al Padre su último aliento. Qué precioso es el aliento. Al primer hombre se le dio el aliento de vida, y a nosotros se nos da de un modo nuevo en la resurrección de Jesús, para que seamos capaces de ofrecer cada aliento a su Dador. ¡Cuánto tememos a la muerte y cómo somos esclavos de este temor! El sentido y el valor de una vida se deciden en el modo de entregarla. Ya para el hombre sin fe no es admisible que se aferre a la vida perdiendo su sentido. Para Jesús, además, no hay amor más grande que el de dar la vida por el amigo. Quien esté apegado a la vida la perderá. Quien esté dispuesto a sacrificarla la conservará.

Los mártires dan el mayor testimonio de su amor. No se avergüenzan de su Maestro ante los hombres. El Maestro estará orgulloso de ellos ante toda la humanidad en el último día.

ORACIÓN

Jesús, tú has tomado la vida humana justamente para poderla dar. Revistiéndote de nuestra carne de pecado, Tú, Rey inmortal, te has hecho mortal. Aceptando la muerte más trágica y oscura, fruto extremo del pecado, has realizado el acto supremo de completa confianza en el Padre. «In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum».

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Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Vidit suum dulcem Natum

morientem desolatum,

cum emisit spiritum.

DECIMOCUARTA ESTACIÓN

Jesús es bajado de la cruz y puesto en el sepulcro

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marco. 15,46

José de Arimatea compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca.

MEDITACIÓN

Jesús eligió no descender vivo de la cruz sino resucitar del sepulcro. Muerte verdadera, silencio auténtico, la Palabra de Vida callará durante tres días.

Imaginemos el desconsuelo de nuestros progenitores ante el cuerpo sin vida de Abel, la primera víctima de la muerte.

Pensemos en el dolor de María, acogiendo en su regazo a Jesús, el cual, reducido a un cúmulo de llagas, gusano más que hombre, ya no puede corresponder a la mirada de amor de su Madre. Ahora ella debe depositarlo en las gélidas piedras del sepulcro, después de haberlo rápidamente limpiado y arreglado. Ahora no hay más que esperar. Parece interminable la espera del tercer día.

ORACIÓN

Señor, los tres días nos parecen muy largos. Nuestros hermanos fuertes se cansan, los débiles flaquean cada vez más, mientras los prepotentes se yerguen jactanciosos. Señor, concede perseverancia a los fuertes, zarandea a los débiles y convierte todos los corazones.

¿Estamos en lo cierto de tener prisa y pretender ver rápidamente una victoria de la Iglesia? ¿Acaso no es nuestra victoria la que tenemos ansia de ver? Señor, haznos perseverantes para estar junto a la Iglesia del silencio y aceptar desaparecer y morir como el grano de trigo.

Haznos escuchar tu palabra, Señor: «No tengáis miedo. Yo he vencido al mundo. No falto nunca a la cita. Estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Señor, aumenta nuestra fe».

+

Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Quando corpus morietur,

fac ut animæ donetur

paradisi gloria. Amen.

El Santo Padre dirige su palabra a los presentes.

Al final del discurso el Santo Padre imparte la Bendición Apostólica:

BENDICIÓN

V. Dominus vobiscum.

R. Et cum spiritu tuo.


V. Sit nomen Domini benedictum.

R. Ex hoc nunc et usque in sæculum.


V. Adiutorium nostrum nomine Domini.

R. Qui fecit cælum et terram.


V. Benedicat vos omnipotens Deus,

Pater, et Filius, et + Spiritus Sanctus.

R. Amen.

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