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Bienvenido a Escuchar y a Dar

Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

La evangelización debe estar centrada en impulsar a las personas a tener una experiencia real del Amor de Dios. Por eso pedimos a cualquiera que visite esta página haga propuestas de textos, testimonios, actos, webs, blogs... Mientras todo esté hecho en el respeto del Amor del Evangelio y la comunión que siempre suscita el Espíritu Santo, todo será públicado. Podéís usar los comentarios pero para aparecer como texto central enviad vuestras propuestas al correo electrónico:

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martes, 25 de marzo de 2008

Asesinan joven brasileña por rehusarse a abortar

SAO PAULO, (ACI).- Una joven brasileña de 16 años, embarazada y con tres meses de gestación, fue asesinada por su pareja y padre de su bebé por negarse a abortarlo. Tras el crimen, el asesino abandonó el cadáver de la desafortunada muchacha en una planta petroquímica.

Así lo dio a conocer el sitio pro-vida LifeSiteNews.com. Según el informe policial, la joven identificada como Mariana Almeida Andrade, fue encontrada en un terreno abandonado en la región de Sao Miguel Paulista (Sao Paulo). De inmediato se inició la búsqueda de su ex pareja quien al ser capturado confesó su crimen.

El homicida de 17 años, cuya identidad las autoridades no han revelado, \"confesó en presencia de sus padre\" que mató a Mariana porque ella se rehusó a someterse a un aborto y \"él no quería al bebé porque tenía una nueva novia\", señaló Marcos Carneiro de la División de Homicidios del Departamento de Policía local.

Tras excusarse diciendo que \"perdió la cabeza\", el asesino reconoció que mantuvo \"una relación paralela con Mariana y con otra chica\", aseveró.

Por ser menor de edad, el homicida será internado en la Fundación CASA, adonde van a parar los criminales de menos de 21 años de edad.

lunes, 17 de marzo de 2008

Cardenal Bertone en el funeral de Chiara Lubich, «un canto al amor de Dios» / Autora: Roberta Sciamplicotti

En la Basílica de San Pablo Extramuros

ROMA, (ZENIT.org).- «Un canto al amor de Dios». Así ha definido el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado de Benedicto XVI, la vida de Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolores, en su funeral celebrado este martes.

Miles de personas participaron dentro y fuera de la Basílica de San Pablo Extramuros de Roma en el rito fúnebre, en el que católicos, cristianos de otras confesiones, así como personas de diferentes religiones o no creyentes, rindieron tributo a la promotora de la unidad, fallecida a los 88 años, el pasado 14 de marzo.

Media hora de aplausos saludó al féretro de Chiara Lubich, pionera de esta realidad, que ella inició en 1943, esparcida en 182 países, con más de dos millones de adherentes y una irradiación entre varios millones de personas.

El cardenal Bertone, quien presidió las exequias, recordó en la homilía «el ardiente deseo por el encuentro con Cristo», que ha caracterizado toda la existencia de la fundadora.

«Y aún más intensamente los últimos meses y días, en los que se agravó la enfermedad, que la desnudó de toda energía física, llevándola a una subida paulatina del Calvario, culminada en el dulce regreso al seno del Padre».

«Ahora todo se ha verdaderamente cumplido --afirmó el secretario de Estado--: el sueño de los inicios se ha hecho verdad, el anhelo apasionado se ha saciado. Chiara encuentro a aquél que amó sin ver y, llena de alegría, puede exclamar: "Sí, ¡mi redentor está vivo!"».

«La vida de Chiara Lubich es un canto al amor de Dios, a Dios que es Amor», constató el purpurado italiano.

«No hay otro camino para conocer a Dios y para dar sentido y valor a la existencia. Sólo el Amor, el Amor divino, nos hace capaces de "engendrar" amor, de amar incluso a los enemigos. Esta es la novedad cristiana, en esto consiste todo el Evangelio».

«¿Cómo vivir el Amor?»,
se preguntó Bertone.

Tras la Última Cena, Jesús reza «para que todos sean uno»; «la oración de Cristo, por tanto, sostiene el camino de sus amigos de todos los tiempos», respondió.

«Su Espíritu suscita en la Iglesia testigos de Evangelio vivo; es Él, el Dios viviente, quien nos guía en las horas de tristeza y de duda, de dificultad y dolor. Quien se encomienda a Él no teme nada, ni el miedo de la travesía de mares tempestivos, ni los obstáculos ni ningún tipo de adversidad. Quien edifica la casa sobre Cristo, edifica sobre la roca del Amor que todo lo soporta, que todo lo vence».

La fundadora del Movimiento de los Focolares, «con estilo silencioso y humilde», no creó «instituciones de asistencia y de promoción humana», sino que se dedicó «a encender el fuego el amor de Dios en los corazones».

«Suscita personas que ellas mismas sean amor, que vivan el carisma de la unidad y de la comunión con Dios y con el prójimo; personas que difundan el amor-unidad, haciendo de sí mismos, de sus casas, de su trabajo un "hogar" [focolare, en italiano, ndt.], en el que ardiendo el amor contagia e incendia todo lo que está a su lado».

Esta misión, observó el cardenal, es posible para todos, pues el Evangelio «está al alcance de cada uno».

«La preciosísima llave para entrar en el Evangelio», para Chiara Lubich, «era la Virgen, y decidió precisamente encomendar a María su obra, llamándola precisamente Obra de María. "Quedará en la tierra como otra María --afirmó--: toda Evangelio, nada más que Evangelio, y dado que es Evangelio, no morirá».

El purpurado concluyó la homilía dando gracias al Señor por este testimonio, «por sus intenciones proféticas que han precedido y preparado los grandes cambios de la historia y los acontecimiento extraordinarios que vivió la Iglesia en el siglo XX».

En este sentido, mencionó la «valiente apertura ecuménica y la búsqueda del diálogo con las religiones», que han promovido los Focolares, definidos por Juan Pablo II en una de sus cartas como «apóstoles del diálogo», camino privilegiado para promover la unidad: diálogo dentro de la Iglesia católica, diálogo ecuménico, diálogo interreligioso, diálogo con los no creyentes.

Esta obra estaba testimoniada en la basílica por representantes cristianos, como el reverendo Martin Robra, del Consejo Ecuménico de las Iglesias; el metropolita Gennadios Zervos, de la Iglesia ortodoxa; el obispo de la Iglesia luterana Christian Krause; así como numerosos representantes de comunidades surgidas de la Reforma evangélica.

Participaban en el funeral, además, Lisa Palmieri, representante ante la Santa Sede del Comité Judío Americano; el imán Izak-El M. Pasha de la Mezquita de Harlem (Estados Unidos); el director del Centro Islámico Cultural de Roma, Abdulá Redouane; y el presidente de la Comunidad Islámica de Florencia, el imán Elzir Ezzedine.

El mundo budista estaba representado por el presidente del Consejo directivo de la Rissho Kosei Kai, Watanabe Yasutaka, y por el monje tailandés budista Phara-Maha Thongratana.

Entre los representantes de movimientos y nuevas comunidades eclesiales, se encontraba Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio; Ernesto Olivero, fundador del Servicio Misionero Juvenil; el padre Laurent Fabre, fundador de la comunidad Chemin Neuf; el padre Julián Carrón, presidente de Comunión y Liberación; y Salvatore Martinez, presidente de la Renovación en el Espíritu, de origen carismático.

Sobre el féretro de Chiara Lubich se colocaron tres claveles, para recordar el día en que decidió consagrarse a Dios en la iglesia del colegio de los Capuchinos en Trento, su ciudad natal. Era el 7 de diciembre de 1943 y Chiara, antes de llegar al colegio, compró tres claveles rojos para el crucifijo.

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"Este vehículo sufre síntomas de abandono..." / Autor: Arturo Guerra

El alma es algo vivo. Insiste. No puede reaccionar con la frialdad pasota del coche abandonado.

Caminaba otra vez por aquella calle de Barcelona. Como siempre una larga y compacta hilera de coches estacionados en batería contemplaban impávidos mi paso por la acera. Pero esa vez un viejo automóvil llamó mi atención. Descolorido, sucio y con muchas cicatrices, llevaba en el parabrisas -que alguna vez fue transparente- una pegatina fresca, redonda, de color amarillo chillante, y con un breve texto negro escrito en buen catalán. Comenzaba más o menos así:

“Aquest vehicle pateix símptomes d´abandonament…” ("este vehiculo padece sintomas de abandono")

Y la doctora pegatina continuaba explicando las consecuencias que acarrearía una agudización seria de los síntomas diagnosticados a la pobre creatura. O sea, que si en cuestión de unos cuantos días el propietario no venía y lo movía, aquel automóvil se lo llevarían al depósito de coches huérfanos. La cartulina terminaba citando con lujo de detalles el número, el folio, la barra, la fecha y el código secreto de la disposición municipal que autorizaba tamaña operación…
Modernas y civilizadas ciudades éstas en las que no pasa desapercibido a las autoridades competentes ningún infeliz vehículo que sufre en lámina propia el terrible abandono de su insensible e inhumano dueño…

Y es que así solemos ser los humanos con nuestras cosas. Cuando ya están viejas, o ya no nos gustan, o ya nos aburrieron, las arrinconamos. Las abandonamos. Es algo que venimos practicando desde niños con los juguetes de hace dos navidades…

Al fin y al cabo, las posesiones materiales terminan por oxidarse y estropearse; pero, luego, esto del abandono compulsivo, lo empezamos a aplicar también a un proyecto, a un trabajo, a un compromiso, a una amistad, o a la propia alma… Empezamos por arrinconarla. Sabemos que está ahí en el fondo pero en verdad nos importa poco. Con las prisas, con las ocupaciones, con los mil proyectos de cada día, termina metida en el baúl de las cosas etéreas, esas que no sabemos por dónde ni cómo agarrarlas…

Quizá de vez en cuando nos topamos con ella, y hasta nos dan ganas de desempolvarla, de dedicarle un tiempo, pero nos zambullimos de nuevo en el trajín diario y, ¡adiós alma!…

Y la cosa es que lo de vivir dormida como que no le va. El alma es algo vivo. Insiste. No puede reaccionar con la frialdad pasota del coche abandonado. Unas veces tímidamente intentará despertarnos. Otras veces nos tocará el hombro suavemente como intentando llamar nuestra atención.

O nos susurrará: “oye, ¿hoy sí tendrás un par de minutos para mí?" O nos intentará pedir ayuda. O nos dará ideas. O nos sugerirá comportamientos y decisiones. O nos pedirá cambios.
Otras veces, la muy inquieta, nos empezará a preguntar un montón de cosas serias en ese preciso momento en el que estamos totalmente enfrascados en resolver un problema tan vital y crucial como lo es lograr aparcar en el centro de la ciudad en zona gratuita a la hora punta… Y ¡anda!, que justo ahí, se le ocurre preguntarnos que si sabemos qué viene después de la vida, que a dónde vamos, que de dónde venimos, que para qué estamos en este mundo, que cuál es el sentido de todo esto…

Y cuando por falta de atención ya no puede más, el alma se sentirá débil, se pondrá pálida, respirará con dificultad, querrá gritar con todas las menguadas fuerzas que le quedan que el poco alimento que le damos la está matando…

Es entonces quizá cuando el Buen Fabricante de nuestra alma, usa un sistema parecido al de las pegatinas. Y es que no se resigna a que abandonemos sin más ese don tan precioso que puso en nuestras manos con muchísima ilusión allá en los inicios de la aventura de la vida.

Son medidas extraordinarias, de emergencia. Son como mensajes más directos. Avisos que necesitamos para reaccionar. Motivaciones más personales. Un problema particularmente difícil, una crisis, una caída, una sorpresa desagradable, una enfermedad que no cede, un imprevisto que lo rompe todo, un fracaso especialmente doloroso, una pérdida nunca imaginada…

Vicisitudes que Él permite sabiendo que nos pueden ayudar a despertar, reflexionar, recapacitar, cambiar, convertir… Oportunidades para darnos cuenta de que por ahí no, de que seguir así nos hará mucho daño, de que maltratarla es maltratarnos a nosotros mismos, porque sin el alma no podemos vivir pues es tan nuestra como el cuerpo.

En otros países, eso de la identificación de coches abandonados se complicaría más porque el 65% de los vehículos plenamente activos que siete días a la semana trotan despavoridos las calles, están en condición física tan deplorable que si los trajeran a aquella calle barcelonesa, seguro que a las dos horas de aparcados se ganan la pegatina… Pero en eso de las almas, Dios siempre nos sigue muy de cerca. Si no le hemos dejado entrar, ahí se queda, paciente, a la puerta, cubierto de rocío, pasando las noches del invierno oscuras.

Así que si algún día notamos una pegatina en el parabrisas de nuestra alma, no nos lo tomemos a mal. No es alguien que nos quiere fastidiar. Es Dios, quien con la urgencia de su amor quiere avisarnos en nuestro propio idioma que la nostra ànima aquesta pateix greus símptomes d’abandonament. Y que quizá mañana va a ser tarde para reaccionar.

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Fuente: Forum Libertas
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Otro articulo del autor:

Para entender la Iglesia, hay ponerse en zapato ajeno

http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=10400

En fiesta de San José: Trabajo debe ser iluminado por la moral, destaca Cardenal italiano

ROMA, (ACI).- El Cardenal Angelo Bagnasco, Arzobispo de Génova y Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, precisó que el trabajo debe portar consigo "un resultado ideal y moral" sin el cual se convierte en "presa de la lógica del mercado" que no considera la centralidad de la persona que trabaja.

Así lo expresó el Purpurado en la homilía pronunciada ayer por la tarde en la Misa de la Fiesta de San José, celebrada en la Catedral de San Lorenzo.

"Si el trabajo no porta junto al resultado económico para los sujetos y para la hacienda; también un resultado ideal y moral; éste pierde una gran parte de su eficacia para todos", porque se "convierte solo en presa de la lógica del mercado, lógica que no considera la centralidad de la persona que trabaja y que vive en una serie de relaciones humanas", dijo el Cardenal.

"La Iglesia se interesa en el mundo del trabajo porque no puede no interesarle todo lo que respecta al bien del hombre, su vida". De hecho "la fe en la vida eterna no oscurece el presente ni disminuye las responsabilidades terrenas: al contrario, ofrece perspectivas y motivos ulteriores para construir un mundo más justo", prosiguió el Arzobispo.

Para el Cardenal Bagnasco, el trabajo "no es solo un medio de sustento", sino también un modo "para colaborar con los otros a construir una sociedad mejor, no solo por los evidentes resultados económicos para todos, sino también y en primer lugar para el mundo de los valores espirituales y morales que cada trabajo exige".

Finalmente comentó que el trabajo "debe ser fruto de una visión ideal de la vida, la familia, la sociedad, un modo de concebir el bienestar y la economía".

martes, 26 de febrero de 2008

Crear espacio para Dios / Autor: Henri Nouwen

La disciplina es la otra cara del discipulado. Discipulado sin disciplina es como la espera para correr en el maratón sin tener que practicar. La disciplina es sin el discipulado como si siempre practicaramos para el maratón, pero nunca participamos.

Es importante, sin embargo, el darse cuenta de que disciplina en la vida espiritual no es lo mismo que disciplina en el deporte. La disciplina en el deporte es el
esfuerzo para dominar el cuerpo, para que pueda obedecer mejor a la mente.

La disciplina en la vida espiritual es el esfuerzo para crear el espacio y el tiempo donde Dios puede convertirse en nuestro maestro y en el que podemos responder libremente a la orientación de Dios.

Así, la disciplina es la creación de límites que mantienen el tiempo y el espacio abiertos a Dios. La soledad exige disciplina. El culto requiere disciplina. El cuidado de los demás requiere disciplina. Todos ellos nos piden stablecer un tiempo y un lugar donde la gentil presencia de Dios pueda ser reconocida y podamos
responder.

viernes, 22 de febrero de 2008

El amor de Dios corre como rios de Agua Viva por la la Comunidad El Arca de Jean Vanier

Pensamientos de Jean Vanier



Breve historia de El Arca


Testimonio de Sandra - Acodiga en El Arca de Argentina


La vida en el hogar - 2007


El Taller - El Arca Argentina


Testimonio del asistente Juan Tobón acerca de su experiencia en El Arca de argentina


El martes 17 de julio de 2007 el Arca de argentina le dio la bienvenida a Gael, un nuevo asistente, llegado voluntariamente desde Francia, de la primera comunidad de El Arca


El Arca Argentina - Visita con Osvaldo a la radio - Parte 1


El Arca Argentina - Visita con Osvaldo a la radio - Parte 2


El Arca en Santo Domingo


"El Taller" en El Arca


N u n c a

"Jesús comenzó a predicar" / Autor: Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap.

I Meditación de Cuaresma al Papa y a la Curia del padre Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap.,

«Viva y eficaz es la Palabra de Dios» (Hebreos, 4, 12) es el tema de las meditaciones que siguen esta Cuaresma Benedicto XVI y sus colaboradores de la Curia por el predicador de la Casa Pontifica --el padre Raniero Cantalamessa O.F.M. Cap.-. La primera de ellas, este viernes, ha tenido por título «Jesús comenzó a predicar - La Palabra de Dios en la vida de Cristo». Ofrecemos íntegramente su contenido.


* * *
Cuaresma 2008 en la Casa Pontificia

Primera Predicación

"JESÚS COMENZÓ A PREDICAR"

La Palabra de Dios en la vida de Cristo


A la vista del Sínodo de los obispos del próximo octubre, he pensado dedicar la predicación cuaresmal de este año al tema de la Palabra de Dios. Meditaremos sucesivamente sobre el anuncio del evangelio en la vida de Cristo, esto es, sobre el Jesús «que predica», sobre el anuncio en la misión de la Iglesia, o sea, sobre el Cristo «predicado», sobre la Palabra de Dios como medio de santificación personal, la lectio divina, y sobre la relación entre el Espíritu y la Palabra, en la práctica, la lectura espiritual de la Biblia.

Empezamos esta predicación el día en que la Iglesia celebra la festividad de la Cátedra de san Pedro, y esto no carece de significado en nuestro tema. Nos ofrece ante todo la ocasión de rendir el homenaje de nuestro afecto y devoción a quien ocupa hoy la sede petrina, el Santo Padre Benedicto XVI. Nos recuerda también aquello que el propio apóstol Pedro escribe en su Segunda Carta, esto es, que «ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia» (2 P 1,20) y que por ello toda interpretación de la Palabra de Dios debe conmensurarse con la tradición viva de la Iglesia, cuya interpretación auténtica está confiada al magisterio apostólico y, de manera singular, al magisterio petrino.

Es bello, en una circunstancia como ésta y en el contexto del actual diálogo ecuménico, recordar un conocido texto de san Ireneo: «Dado que sería demasiado extenso enumerar las sucesiones de todas las Iglesias, tomaremos la Iglesia grandísima y antiquísima y de todos conocida, la Iglesia fundada y establecida en Roma por los gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo... Con esta Iglesia, en razón de su origen más excelente (propter potentiorem principalitatem), debe necesariamente estar de acuerdo toda Iglesia, esto es, los fieles que proceden de toda parte -aquella en la que para todos los hombres siempre se ha conservado la Tradición que viene de los apóstoles» [1].

Con este espíritu, no sin temor y temblor, me preparo a presentar mis reflexiones sobre el tema vital de la Palabra de Dios, en presencia del sucesor de Pedro, obispo de la Iglesia de Roma.

1. La predicación en la vida de Jesús

Después del relato el bautismo de Jesús, el evangelista Marcos prosigue su narración diciendo: «Marchó Jesús a Galilea y proclamaba el Evangelio de Dios: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertios y creed en el Evangelio"» (Mc 1, 14 s.). Mateo escribe más brevemente: «Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: "Convertios, porque el Reino de los Cielos ha llegado"» (Mt 4, 17). Con estas palabras empieza el «Evangelio», entendido como la buena noticia «de» Jesús -esto es, traída por Jesús y de la que Él es el sujeto--, diferente de la buena noticia «sobre» Jesús de la sucesiva predicación apostólica, en la que Jesús es el objeto.

Se trata de un evento que ocupa un lugar bien preciso en el tiempo y en el espacio: sucede «en Galilea», «después de que Juan fue arrestado». El verbo empleado por los evangelistas, «comenzó a predicar», pone fuertemente de relieve que se trata de un «inicio», de algo nuevo no sólo en la vida de Jesús, sino en la historia misma de la salvación. La Carta a los Hebreos expresa así la novedad: «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (Hb 1,1-2). Comienza un tiempo particular de salvación, un kairos nuevo, que se extiende durante cerca de dos años y medio (desde el otoño del año 27 hasta la primavera del año 30 d.C.).

Jesús atribuía a esta actividad suya tal importancia como para decir que había sido enviado por el Padre y consagrado con la unción del Espíritu precisamente para esto, o sea, «para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (Lc 4, 18). En una ocasión, cuando algunos querían entretenerle, pide a los apóstoles partir, diciéndoles: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique, pues para eso he venido» (Mc 1,38).

La predicación forma parte de los llamados «misterios de la vida de Cristo» y es como tal que a él nos acercamos. Con la palabra «misterio» se entiende, en este contexto, un evento de la vida de Jesús portador de un significado salvífico que como tal se celebra por la Iglesia en su liturgia [2]. Si no existe una fiesta litúrgica específica de la predicación de Jesús es porque ésta se recuerda en cada liturgia de la Iglesia. La «liturgia de la Palabra» en la Misa no es sino la actualización litúrgica del Jesús que predica. Un texto del Concilio Vaticano II dice: Cristo «está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla» [3].

Igual que, en la historia, después de haber predicado el Reino de Dios, Jesús fue a Jerusalén a ofrecerse en sacrificio al Padre, en la liturgia, después de haber proclamado nuevamente su palabra, Jesús renueva el ofrecimiento de sí al Padre a través de la acción eucarística. Cuando al final del prefacio decimos: «Bendito el que viene en nombre del Señor: Hosanna en lo alto del Cielo», nos trasladamos idealmente a ese momento en que Jesús entra en Jerusalén para celebrar allí su Pascua; es donde termina el tiempo de la predicación y comienza el tiempo de la pasión.

La predicación de Jesús es por lo tanto un «misterio» porque no contiene sólo la revelación de una doctrina, sino que explica el misterio mismo de la persona de Cristo; es esencial para entender tanto el precedente -el misterio de la encarnación- como el siguiente: el misterio pascual. Sin la palabra de Jesús, serían eventos mudos. Feliz intuición la de Juan Pablo II cuando introdujo la predicación del Reino entre los «misterios luminosos» que añadió a los gozosos, dolorosos y gloriosos del Rosario, junto al bautismo de Jesús, las bodas de Caná, la transfiguración y la institución de la Eucaristía.

2. La predicación de Cristo continúa en la Iglesia

El autor de la epístola a los Hebreos escribía bastante tiempo después de la muerte de Jesús, por lo tanto mucho después de que Él hubiera dejado de hablar; sin embargo dice que Dios nos ha hablado por medio del Hijo «en estos últimos tiempos». Así que considera los días en que vive como parte de los «días de Jesús». Por eso, un poco más adelante, citando la palabra del Salmo «Si oís hoy su voz no endurezcáis vuestros corazones», la aplica a los cristianos diciendo: «¡Mirad hermanos! Que no haya en ninguno de vosotros un corazón maleado por la incredulidad que le haga apostatar de Dios vivo; antes bien exhortaos mutuamente cada día mientras dure este hoy» (Hb 3, 7s.).

Dios habla, por lo tanto, también hoy en la Iglesia, y habla «por medio del Hijo». «Dios -se lee en la Dei Verbum--, que habló en otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo; y el Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el mundo, va induciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente» [4].

¿Pero cómo y dónde podemos oír esta «voz suya»? La revelación divina está cerrada; en cierto sentido, ya no hay más palabras de Dios. Más he aquí que descubrimos otra afinidad entre Palabra y Eucaristía. La Eucaristía está presente en toda la historia de la salvación: en el Antiguo Testamento, como figura (el cordero pascual, el sacrificio de Melquisedec, el maná), en el Nuevo Testamento, como evento (la muerte y resurrección de Cristo), en la Iglesia, como sacramento (la Misa).

El sacrificio de Cristo está consumado y concluido en la cruz; en cierto sentido, por lo tanto, ya no hay más sacrificios de Cristo; con todo, sabemos que existe todavía un sacrificio y es el único sacrificio de la Cruz que se hace presente y operante en el sacrificio eucarístico; el evento continúa en el sacramento, la historia en la liturgia. Algo análogo sucede con la palabra de Cristo: ha cesado de existir como evento, pero existe aún como sacramento.

En la Biblia, la palabra de Dios (dabar), especialmente en la forma particular que asume en los profetas, constituye siempre un aconteciendo; es una palabra-evento, o sea, una palabra que crea una situación que lleva a cabo siempre algo nuevo en la historia. La repetida expresión: «la palabra de Yahveh se dirigió a...», podría traducirse por: «la palabra de Yahveh asumió forma concreta en...» (en Ezequiel, en Ageo, en Zacarías, etcétera).

Este tipo de palabra-evento se prolonga hasta Juan bautista; en Lucas, de hecho, leemos: «En el año quince del imperio de Tiberio César..., la palabra de Dios fue dirigida a (factum est verbum Domini super) Juan, hijo de Zacarías, en el desierto» (Lc 3, 1 ss.). Después de este momento, tal fórmula desaparece por completo de la Biblia y en su lugar surge otra: ya no «Factum est verbum Domini», sino: «Verbum caro fac­tum est»: la Palabra se hizo carne (Jn 1, 14). ¡El evento ahora es una persona! Jamás se encuentra la frase: «la palabra de Dios se dirigió a Jesús», porque Él es la Palabra. A las realizaciones provisionales de la palabra de Dios en los profetas, sucede ahora la realización plena y definitiva.

Dándonos al Hijo -escribe san Juan de la Cruz-- Dios nos ha dicho todo de una sola vez y ya no tiene más que revelar. Dios se ha hecho, en cierto sentido, mudo, al no tener más que decir [5]. Pero hay que entenderlo bien: Dios calla en cuanto que no dice cosas nuevas respecto de las que dijo Jesús, no en el sentido de que ya no habla más; ¡Él dice siempre de nuevo lo que dijo una vez en Jesús!

3. La palabra sacramento que se oye

Ya no hay más palabras-evento en la Iglesia, pero hay palabras-sacramento. Las palabras-sacramento son las palabras de Dios «sucedidas» una vez para siempre y recogidas en la Biblia, que vuelven a ser «realidad activa» cada vez que la Iglesia las proclama con autoridad y el Espíritu que las ha inspirado vuelve a encenderlas en el corazón de quien las escucha. «Él recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros», dice Jesús del Espíritu Santo (Jn 16,14).

Cuando se habla de la Palabra como «sacramento», se toma este término no en el sentido técnico y restringido de los «siete sacramentos», sino en el sentido más amplio por el que se habla de Cristo como el «primordial sacramento del Padre» y de la Iglesia como del «sacramento universal de salvación» [6]. Teniendo presente la definición que san Agustín da del sacramento como «una palabra que se ve» (verbum visibile) [7], se suele definir, por contraste, la palabra como «un sacramento que se oye» (sacramentum audibile).

En cada sacramento se distingue un signo visible y la realidad invisible que es la gracia. La palabra que leemos en la Biblia, en sí misma, no es más que un signo material (como el agua y el pan), un conjunto de sílabas muertas o, como mucho, una palabra del vocabulario humano como las demás; pero cuando interviene la fe y la iluminación del Espíritu Santo, a través de este signo entramos misteriosamente en contacto con la viva verdad y voluntad de Dios y oímos la voz misma de Cristo.

«El cuerpo de Cristo -escribe Bossuet-- no está más realmente presente en el adorable sacramento de cuanto la verdad de Cristo lo está en la predicación evangélica. En el misterio de la Eucaristía las especies que veis son signos, pero lo que en ellas se encierra es el mismo cuerpo de Cristo; en la Escritura, las palabras que oís son signos, pero el pensamiento que os dan es la verdad misma del Hijo de Dios».

La sacramentalidad de la palabra de Dios se revela en el hecho de que a veces aquella actúa manifiestamente más allá de la comprensión de la persona, que puede ser limitada e imperfecta; obra casi por sí misma, ex opere operato, como se dice en teología.

Cuando el profeta Eliseo dijo a Naamán el sirio, quien había ido a verle para que le curara de la lepra, que se lavara siete veces en el Jordán, le respondió indignado. «¿Acaso el Abaná y el Farfar, ríos de Damasco, no son mejores que todas las aguas de Israel? ¿No podría bañarme en ellos para quedar limpio?» (2 R 5, 12). Naamán tenía razón: los ríos de Siria eran, sin duda, mejores y más caudalosos; sin embargo, se curó bañándose en el Jordán y su carne quedó como la de un niño, cosa que jamás habría ocurrido si se hubiera bañado en los grandes ríos de su país.

Así es la palabra de Dios contenida en las Escrituras. Entre la gente y también en la Iglesia ha habido y habrá libros mejores que algunos libros de la Biblia, más refinados literariamente y más edificantes religiosamente (piénsese en La imitación de Cristo), pero ninguno de ellos obra como lo hace el más modesto de los libros inspirados. Existe, en las palabras de la Escritura, algo que actúa más allá de toda explicación humana; hay una desproporción evidente entre el signo y la realidad que produce, cosa que permite pensar, precisamente, en la eficacia de los sacramentos.

Las «aguas de Israel», que son las Escrituras divinamente inspiradas, continúan hoy curando de la lepra de los pecados; al terminar de leer el pasaje del evangelio de la Misa, la Iglesia invita al ministro a besar el libro y a decir: «Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados» (per evangelica dicta deleantur nostra delicta). El poder sanador de la palabra de Dios se atestigua en la propia Escritura: «No los curó hierba ni emoliente alguno -se dice de Israel en el desierto--, sino tu palabra, Señor, que todo lo sana» (Sb 16,12).

La experiencia lo confirma. Oí a una persona dar el siguiente testimonio en un programa de televisión en el que participé. Se trataba de un alcohólico en fase avanzada; no aguantaba más de dos horas sin beber; la familia estaba al borde de la desesperación. Le invitaron con su esposa a un encuentro sobre la palabra de Dios. Allí alguien leyó un pasaje de la Escritura. Una frase le atravesó como una llamarada de fuego y sintió que se había sanado. Después, cada vez que le tentaba la bebida, corría a abrir la Biblia en aquel punto y sólo con releer las palabras sentía que le volvía la fortaleza, ahora que estaba del todo recuperado. Cuando quiso decir cuál era la frase, se le quebró la voz de la emoción. Era la palabra del Cantar de los cantares: «Mejor son que el vino tus amores» (Ct 1,2). Estas sencillas palabras, aparentemente ajenas a su situación, habían realizado el milagro. Un episodio similar se lee en El peregrino ruso. Pero el más célebre es el de Agustín. Al leer las palabras de Pablo a los Romanos (13, 11 ss.): «Despojémonos de las obras de las tinieblas... Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de lujurias y desenfrenos», sintió una «luz de serenidad» que le asaltaba el corazón y comprendió que se había curado de la esclavitud de la carne [8].

4. La liturgia de la palabra

Hay un ámbito y un momento en la vida de la Iglesia donde Jesús habla hoy de la manera más solemne y más segura, y es la liturgia de la palabra en la Misa. En los inicios de la Iglesia la liturgia de la palabra estaba separada de la liturgia eucarística. Los discípulos -refieren los Hechos de los Apóstoles-- «acudían al templo todos los días» (Hch 2, 43); allí escuchaban la lectura de la Biblia, recitaban los salmos y las oraciones junto a los demás judíos; realizaban lo que se hace en la liturgia de la palabra; luego se reunían aparte, en sus casas, para «partir el pan», o sea, para celebrar la Eucaristía (Hch 2, 43)

Pronto esta praxis se hizo imposible tanto por la hostilidad respecto a ellos, por parte de la comunidad judía, como porque las Escrituras ya habían adquirido para ellos un sentido nuevo, del todo orientado a Cristo. Fue así como también la escucha de la Escritura se trasladó del templo y de la sinagoga a los lugares de culto cristianos, transformándose en la actual liturgia de la palabra que precede a la oración eucarística.

San Justino, en el siglo II, hace una descripción de la celebración eucarística en la que ya están presentes todos los elementos esenciales de la futura Misa. No sólo la liturgia de la palabra es parte integrante de ella, sino que a las lecturas del Antiguo Testamento se han sumado las que el santo llama «las memorias de los apóstoles», o bien los evangelios y las cartas, en la práctica el Nuevo Testamento.

Escuchadas en la liturgia, las lecturas bíblicas adquieren un sentido nuevo y más fuerte que cuando se leen en otros contextos. No tienen tanto el objetivo de conocer mejor la Biblia, como cuando ésta se lee en casa o en una escuela bíblica, cuanto el de reconocer a quién se hace presente al partir el pan, iluminar cada vez un aspecto particular del misterio que se va a recibir. Esto aparece de modo casi programático en el episodio de los dos discípulos de Emaús: fue escuchando la explicación de las Escrituras como su corazón empezó a arder, de manera que fueron capaces de reconocerle después al partir el pan.

Un ejemplo entre muchos: las lecturas del XXIX domingo del tiempo ordinario del ciclo B. La primera lectura es un pasaje del siervo doliente que carga con las iniquidades del pueblo (Is 53, 2-11); la segunda lectura habla de Cristo sumo sacerdote probado en todo como nosotros, excepto en el pecado; el pasaje evangélico habla del Hijo del hombre que ha venido a dar la vida en rescate de muchos. Juntos, estos tres pasajes sacan a la luz un aspecto fundamental del misterio que se va a celebrar y a recibir en la liturgia eucarística.

En la Misa las palabras y los episodios de la Biblia no sólo se narran, sino que se reviven; la memoria se convierte en realidad y presencia. Lo que sucedió «en aquel tiempo», ocurre «en este tiempo», «hoy» (hodie), como ama expresarse la liturgia. No somos sólo oyentes de la palabra, sino interlocutores y actores en ella. Es a nosotros, ahí presentes, a quienes se dirige la palabra; estamos llamados a ocupar el lugar de los personajes evocados.

También aquí algunos ejemplos ayudan a entender. Se lee, en la primera lectura, el episodio de Dios que habla a Moisés desde la zarza ardiente: nosotros estamos, en Misa, ante la verdadera zarza ardiente... Se lee de Isaías que recibió en los labios la brasa que le purifica para la misión: nosotros vamos a recibir en los labios la verdadera brasa, a aquél que ha venido a traer fuego a la tierra... Ezequiel es invitado a comer el rollo de los oráculos proféticos y nosotros nos preparamos para comer a quien es la palabra misma hecha carne y hecha pan.

La cuestión se aclara más aún si pasamos del Antiguo al Nuevo Testamento, de la primera lectura al pasaje evangélico. La mujer que sufría hemorragias está segura de curarse sólo con tocar la orla del manto de Jesús: ¿qué decir de nosotros, que estamos a punto de tocar mucho más que el borde de sus vestidos? Una vez escuchaba en el evangelio el episodio de Zaqueo y me impactó su «actualidad». Era yo Zaqueo; se dirigían a mí las palabras: «Hoy debo ir a tu casa»; era de mí de quien se podía decir: «¡Se ha ido a alojar a casa de un pecador!»; y era a mí, después de recibirle en la comunión, a quien Jesús decía: «Hoy la salvación ha entrado en esta casa».

Y así con cada episodio evangélico. ¿Cómo no identificarse en Misa con el paralítico a quien Jesús dice: "Tus pecados te son perdonados" y "Levántate y ve a tu casa", con Simeón que estrecha entre sus brazos al Niño Jesús, con Tomás que toca vacilante sus llagas? En la celebración del día, el evangelio de este viernes de la segunda semana de Cuaresma narra la parábola de los viñadores homicidas (Mt 21, 33-45): «Finalmente les envió a su hijo diciendo: "A mi hijo le respetarán"». Recuerdo el efecto de estas palabras sobre mí mientras las oía en una ocasión, más bien distraídamente. Ese mismo Hijo está a punto de entregárseme en la comunión: ¿estaba yo preparado para recibirle con el respeto que el Padre celestial se esperaba?

No sólo los hechos, sino también las palabras del evangelio escuchadas en Misa adquieren un sentido nuevo y más fuerte. Un día de verano estaba celebrando Misa en un pequeño monasterio de clausura. El pasaje evangélico era de Mateo, 12. Jamás olvidará la impresión que me causaron las palabras de Jesús: «Ahora aquí hay algo más que Jonás... Ahora aquí hay algo más que Salomón». Era como si las escuchara en aquel momento por primera vez. Comprendía que esos dos adverbios «ahora» y «aquí» significaban verdaderamente ahora y aquí, o sea, en aquel momento y en aquel lugar, no sólo en el tiempo en que Jesús estaba en la tierra, hace tantos siglos. Desde ese día de verano, tales palabras me son queridas y familiares de forma nueva. Con frecuencia, en Misa, en el momento en que hago la genuflexión y me levanto después de la consagración, me brota repetir, para mis adentros: «¡Ahora aquí hay algo más que Jonás! ¡Ahora aquí hay algo más que Salomón!».

«Vosotros que estáis acostumbrados a tomar parte en los divinos misterios -decía Orígenes a los cristianos de su tiempo--, cuando recibís el cuerpo del Señor lo conserváis con todo cuidado y toda veneración para que ni una partícula caiga al suelo, para que nada ser pierda del don consagrado. Estáis convencidos, justamente, de que es una culpa dejar caer sus fragmentos por descuido. Si por conservar su cuerpo sois tan cautos -y es justo que lo seáis--, sabed que descuidar la palabra de Dios no es culpa menor que descuidar su cuerpo» [9].

Entre las muchas palabras de Dios que oímos cada día en Misa o en la Liturgia de las Horas, hay casi siempre una destinada en particular a nosotros. Por sí sola puede llenar toda nuestra jornada e iluminar nuestra oración. Se trata de no dejarla caer en el vacío. Diversas esculturas y bajorrelieves del antiguo Oriente muestran al escriba en acto de recoger la voz del soberano que dicta o habla; se le ve absolutamente pendiente: piernas cruzadas, tronco erguido, ojos bien abiertos, oído atento. Es la actitud que en Isaías se atribuye al Siervo del Señor: «Cada mañana despierta mi oído para escuchar como los discípulos» (Is 50, 4). Así deberíamos ser nosotros cuando se proclama la palabra de Dios.

Acojamos, por lo tanto, como dirigida a nosotros, la exhortación que se lee en el Prólogo de la Regla de san Benito [10]: «Abiertos nuestros ojos a la luz divina, escuchemos con oído atento y lleno de estupor la voz divina que cada día se nos dirige y grita: Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón (Sal 94, 8), y también: El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias» [v. Ap 2 y 3. Ndt]

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[Traducción del original italiano por Marta Lago]

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[1] S. Ireneo, Adv. Haer. III, 2.

[2] Cf. S. Agostino, Lettere, 55, 1,2.

[3] Sacrosanctum concilium 7.

[4] Dei Verbum, 8.

[5] Cf. S. Giovanni della Croce, Salita al monte Carmelo II, 22, 4-5.

[6] Cf. Lumen Gentium, 48.

[7] S. Agostino, Trattati sul vangelo di Giovanni, 80,3;

[8] S. Agostino, Confessioni, VIII,12.

[9] Origene, In Exod. hom. XIII, 3.

[10] Regole monastiche d'occidente, Qiqajon, Comunità di Bose, 1989, p. 53.


“La palabra que leemos en la Biblia, en sí misma, no es un signo material, pero gracias a la fe y a la iluminación del Espíritu Santo, a través de este signo, entramos misteriosamente en contacto con la verdad viva de Dios y escuchamos la misma voz de Cristo”. (P. Raniero Cantalamessa)

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sábado, 9 de febrero de 2008

Hombre y mujer: diferencia que no elimina la igualdad

Reflexionar sobre nuestra propia vida / Autor: P. Cipriano Sánchez LC

El tiempo de cuaresma, de una forma especial, nos urge a reflexionar sobre nuestra vida. Nos exige que cada uno de nosotros llegue al centro de sí mismo y se ponga a ver cuál es le recorrido de la propia vida. Porque cuando vemos la vida de otras gentes que caminan a nuestro lado, gente como nosotros, con defectos, debilidades, necesitadas, y en las que la gracia del Señor va dando plenitud a su existencia, la va fecundando, va haciendo de cada minuto de su vida un momento de fecundidad espiritual, deberíamos cuestionarnos muy seriamente sobre el modo en que debe realizarse en nosotros la acción de Dios. Es Dios quien realiza en nosotros el camino de transformación y de crecimiento; es Dios quien hace eficaz en nosotros la gracia.

La acción de Dios se realiza según la imagen del profeta Isaías: así como la lluvia y a la nieve bajan al cielo, empapan la tierra y después da haber hacho fecunda la tierra para poder sembrar suben otra vez al cielo.

La acción de Dios en al Cuaresma, de una forma muy particular, baja sobre todos los hombres para darnos a todos y a cada uno una muy especial ayuda de cara a la fecundidad personal.

La semilla que se siembra y el pan que se come, realmente es nuestro trabajo, lo que nosotros nos toca poner, pero necesita de la gracia de Dios. Esto es una verdad que no tenemos que olvidar: es Dios quien hace eficaz la semilla, de nada serviría la semilla o la tierra si no fuesen fecundadas, empapadas por la gracia de Dios.

Nosotros tenemos que llegar a entender esto y a no mirar tanto las semillas que nosotros tenemos, cuanto la gracia, la lluvia que las fecunda. No tenemos que mirar las semillas que tenemos en las manos, sino la fecundidad que viene de Dios Nuestro Señor. Es una ley fundamental de la Cuaresma el aprender a recibir en nuestro corazón la gracia de Dios, el esfuerzo que Dios está haciendo con cada uno de nosotros.

Jesucristo, en el Evangelio también nos da otro dinamismo muy importante de la Cuaresma, que es la respuesta de cada uno de nosotros a la gracia de Dios. No basta la acción de la gracia, porque la acción de la gracia no sustituye nuestra libertad, no sustituye el esfuerzo que tiene que brotar de uno mismo. Cristo nos pone guardia sobre la autosuficiencia, pero también sobre la pasividad. Nos dice que tenemos que aprender a vivir la recepción de la gracia en nosotros, sin autosuficiencia y pasividad.

Contra la autosuficiencia nos dice el Señor en el Evangelio: “No oréis como oran los paganos que piensan que con mucho hablar van a ser escuchados”. Jesús nos dice: “tienen que permitir que su corazón se abra, que tu corazón sea el que habla a Dios Nuestro Señor. Porque Él, antes de que pidas algo, ya sabe que es lo que necesitas”. Pero al mismo tiempo hay que cuidar la pasividad. A nosotros nos toca actuar, hacer las cosas, nos toca llevar las situaciones tal y como Dios nos lo va pidiendo. Esto es, quizá, un esfuerzo muy difícil, muy serio, pero nosotros tenemos que actuar a imitación de Dios Nuestro Señor. De Nuestro Padre que está en el Cielo. Este camino supone para todos nosotros la capacidad de ir trabajando apoyados en la oración.

Escuchábamos el Salmo que nos habla de dos tipos de personas: “ Los ojos del Señor cuidan al justo y a su clamor están atentos a sus oídos; contra el malvado, en cambio esta el Señor, para borrar de la tierra su recuerdo”. Si nosotros aprendiéramos a ver así todo el trabajo espiritual, del cual la Cuaresma es un momento muy privilegiado. Si aprendiéramos a ver todo esto como un trabajo que Dios va realizando en el alma y que al mismo tiempo va produciendo en nuestro interior un dinamismo de transformación, de confianza, de escucha de Dios, de camino de vida; un dinamismo de acercamiento a los demás, de perdón, de apertura del corazón. Si esto lo tuviésemos claro, también nosotros estaríamos realizando lo que dice el Salmo: “el Señor libra al justo de sus angustias”.

¿Cuántas veces la angustia que hay en el alma, proviene, por encima de todo, de que nosotros queremos ser quien realiza las cosas, las situaciones y nos olvidamos de que no somos nosotros, sino Dios? ¿Pero cuántas veces también, la angustia viene al alma porque queremos dejarle todo a Dios, cuando a nosotros nos toca poner mucho de nuestra parte? Incluso, cuando a nosotros nos toca poner algo que nos arriesga, que nos compromete; algo que nos hace decir: ¿será así o no será así?, y sin embargo yo sé que tengo que hacerlo. Es la semilla que hay que sembrar.

Cuando el sembrador, tiene una semilla y la pone en el campo, no sabe qué va a pasar con ella. Se fía de la lluvia y de la nieve que le va a hacer fecundar. ¿Cuántas veces a nosotros nos podría pasar que tenemos la semilla pero preferimos no enterrarla, preferimos no fiarnos de la lluvia, porque si falla, qué hacemos?

Sin embargo Dios vuelve a repetir: “ El Señor libra al justo de todas sus angustias” ¿Cuáles son las angustias? ¿De autosuficiencia? ¿De pasividad? ¿De miedo? Aprendamos en esta Cuaresma permitir que el Señor llegue a nuestro corazón y encuentre en él una tierra que es capaz de apoyarse plenamente en Dios, pero al mismo tiempo, capaz de arriesgarse por Dios Nuestro Señor.

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Fuente: Catholic.net

Una mentalidad machista ignora la novedad del cristianismo / Autor: Benedicto XVI

Discurso al congreso internacional «Mujer y varón, la totalidad del humanum»

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 10 febrero 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI este sábado a los participantes en el congreso internacional «Mujer y varón, la totalidad del humanum», celebrado en Roma del 7 al 9 de febrero para recordar los veinte años de la publicación de la carta apostólica de Juan Pablo II «Mulieris dignitatem».
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Queridos hermanos y hermanas:

Con mucho gusto os doy la bienvenida y os saludo a todos vosotro, que participáis en el Congreso internacional sobre el tema «Mujer y varón, la totalidad del humanum», organizado en el XX aniversario de la publicación de la carta apostólica «Mulieris dignitatem».
Saludo al señor cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, y le doy las gracias por haber manifestado los sentimientos comunes de los presentes. Saludo al secretario el obispo Josef Clemens, a los miembros y colaboradores del dicasterio. En particular, saludo a las mujeres, que son la gran mayoría de los presentes, y que han enriquecido con su experiencia y competencia las sesiones de trabajo del congreso.
El argumento sobre el que estáis reflexionando es de gran actualidad: desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy, el movimiento de valorización de la mujer en las diferentes instancias de la vida social ha suscitado innumerables reflexione y debates, y ha multiplicado muchas iniciativas que la Iglesia católica ha seguido y con frecuencia acompañado con interés.
La relación hombre-mujer en su respectiva especificidad, reciprocidad y complementariedad constituye, sin duda, un punto central de la «cuestión antropológica», tan decisiva en la cultura contemporánea. Numerosas intervenciones y documentos pontificios han tocado la realidad emergente de la cuestión femenina. Me limito a recordar los publicados por mi querido predecesor, Juan Pablo II, quien en junio de 1995 quiso escribir una Carta a las mujeres, mientras que el 15 de agosto de 1988, exactamente hace veinte años, publicó la carta apostólica «Mulieris dignitatem». Este texto sobre la vocación y la dignidad de la mujer, de gran riqueza teológica, espiritual y cultural, inspiró a su vez la Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

En la «Mulieris dignitatem», Juan Pablo II quiso profundizar en las verdades antropológicas fundamentales del hombre y de la mujer, en la igualdad de dignidad y en la unidad de los dos, en la arraigada y profunda diversidad entre lo masculino y lo femenino, y en su vocación a la reciprocidad y a la complementariedad, a la colaboración y a la comunión (Cf. n. 6). Esta unidad dual del hombre y de la mujer se basa en el fundamento de la dignidad de toda persona, creada a imagen y semejanza de Dios, quien «les creó varón y mujer» (Génesis 1, 27), evitando tanto una uniformidad indistinta y una igualdad estática y empobrecedora, como una diferencia abismal y conflictiva (Cf. Juan Pablo II, Carta a las mujeres, 8).

Esta unidad de los dos lleva en sí, inscrita en los cuerpos y en las almas, la relación con el otro, el amor por el otro, la comunión interpersonal que indica que «en la creación del hombre se da también una cierta semejanza con la comunión divina» («Mulieris dignitatem», n. 7). Por tanto, cuando el hombre o la mujer pretenden ser autónomos y totalmente autosuficientes, corren el riesgo de encerrarse en una autorrealización que considera como una conquista de la libertad la superación de todo vínculo natural, social o religioso, pero que en realidad les reduce a una soledad opresora. Para favorecer y apoyar la auténtica promoción de la mujer y del hombre no es posible descuidar esta realidad.

Ciertamente se necesita una renovada investigación antropológica que, basándose en la gran tradición cristiana, incorpore los nuevos progresos de la ciencia y las actuales sensibilidades culturales, contribuyendo de este modo a profundizar no sólo en la identidad femenina, sino también en la masculina, que con frecuencia también es objeto de reflexiones parciales e ideológicas.

Ante corrientes culturales y políticas que tratan de eliminar, o al menos de ofuscar y confundir, las diferencias sexuales inscritas en la naturaleza humana considerándolas como una construcción cultural, es necesario recordar el designio de Dios que ha creado al ser humano varón y mujer, con una unidad y al mismo tiempo una diferencia originaria y complementaria. La naturaleza humana y la dimensión cultural se integran en un proceso amplio y complejo que constituye la formación de la propia identidad, en la que ambas dimensiones, la femenina y la masculina, se corresponden y complementan.

Al inaugurar las sesiones de trabajo de la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en mayo pasado en Brasil, quise recordar que todavía hoy persiste una mentalidad machista, que ignora la novedad del cristianismo, que reconoce y proclama la igual dignidad y responsabilidad de la mujer con respecto al hombre. Hay lugares y culturas en los que la mujer es discriminada y minusvalorada sólo por el hecho de ser mujer, en los que se recurre incluso a argumentos religiosos y a presiones familiares, sociales y culturales para defender la disparidad de los sexos, en los que se perpetran actos de violencia contra la mujer, haciendo de ella objeto de malos tratos o de abusos en la publicidad y en la industria del consumo y de la diversión.

Ante fenómenos tan graves y persistentes parece más urgente todavía el compromiso de los cristianos para que se conviertan por doquier en promotores de una cultura que reconozca a la mujer la dignidad que le compete, en el derecho y en la realidad concreta.

Dios encomienda al hombre y a la mujer, según sus peculiaridades, una vocación específica y una misión en la Iglesia y en el mundo. Pienso en estos momentos en la familia, comunidad de amor abierto a la vida, célula fundamental de la sociedad. En ella, la mujer y el hombre, gracias al don de la maternidad y de la paternidad, desempeñan juntos un papel insustituible en relación con la vida.

Desde su concepción, los hijos tienen el derecho de poder contar con un padre y una madre para que les cuiden y les acompañen en su crecimiento. El Estado, por su parte, tiene que apoyar con políticas sociales adecuadas todo lo que promueve la estabilidad y la unidad del matrimonio, la dignidad y la responsabilidad de los cónyuges, su derecho y tarea insustituible como educadores de lo hijos. Además, es necesario que se le permita a la mujer colaborar en la construcción de la sociedad, valorando su típico «genio femenino».

Queridos hermanos y hermanas: os doy las gracias una vez más por vuestra visita y, deseando pleno éxito para vuestro congreso, os aseguro un recuerdo en la oración, invocando la materna intercesión de María para que ayude a las mujeres de nuestro tiempo a realizar su vocación y su misión en la comunidad eclesial y civil. Con estos deseos, os imparto a cuantos estáis aquí presentes y a vuestros seres queridos una especial bendición apostólica.

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[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]

Revelan cómo Pío IX decidió proclamar dogma de la Inmaculada Concepción

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VATICANO, 12 Feb. 08 /(ACI).- El experto en la vida del Beato Papa Pío IX, Francesco Guglietta, reveló en un artículo publicado por L'Osservatore Romano, cómo el Pontífice decidió consultar a los obispos del mundo para proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre de 1854.

Guglietta señala que la revolución que terminó con la proclamación de la "República Romana" en 1848 y forzó al Papa a refugiarse durante nueve meses en Gaeta –la ciudad marítima entre Roma y Nápoles-, tuvo un efecto profundo en el Pontífice, que como el Cardenal Giovanni Maria Mastai Ferretti, había simpatizado abiertamente con los movimientos revolucionarios europeos.

"En este lapso de tiempo, en efecto, Pío IX perdió progresivamente confianza en los procesos de 'revolución' que tenían lugar en Europa y tomó distancia del ambiente católico liberal, comenzando a ver en el movimiento de insurrección, así como en la 'modernidad' de entonces, una peligrosa insidia para la vida de la Iglesia", escribe Guglietta.

El experto señala que "comprender lo que aconteció en la forma de pensar de Pío IX en Gaeta tiene una relevancia histórica notable", que sigue siendo "una investigación aún poco explorada".
Sin embargo, dice el historiador, sí consta que el tiempo del Papa en Gaeta fue fundamental para la decisión de proclamar el dogma mariano de la Inmaculada Concepción.

"De manera un poco romántica en Gaeta, la tradición oral narra que fue la prolongada oración del Beato Pío IX frente a la imagen de la Inmaculada Concepción de Scipione Pulzone conservada en la espléndida Capilla de Oro del complejo de la 'Annunziata', la que lo convenció de la bondad y fundamento del dogma mariano", dice Guglietta.

Sin embargo, más relevante históricamente es un episodio relatado por el historiador y catedrático francés Louis Baunard.

Baunard "narra de Pío IX que contemplando el mar agitado de Gaeta escuchó y meditó las palabras del Cardenal Luigi Lambruschini: 'Beatísimo Padre, Usted no podrá curar el mundo sino con la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Solo esta definición dogmática podrá restablecer el sentido de las verdades cristianas y retraer las inteligencias de las sendas del naturalismo en las que se pierden'".

Según Guglietta, el tema del naturalismo, que despreciaba toda verdad sobrenatural, podría considerarse como "la cuestión de fondo" que impulsó al Papa a la proclamación del dogma. "La afirmación de la Concepción Inmaculada de la Virgen ponía sólidas bases para afirmar y consolidar la certeza de la primacía de la gracia y de la obra de la Providencia en la vida de los hombres".

El historiador señala que Pío IX, pese a su entusiasmo, acogió la idea de realizar una consulta con el episcopado mundial, que expresó su parecer positivo, y llevó finalmente a la proclamación del dogma.

Católicos de verdad / Autor: Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

VER

Estamos iniciando la Cuaresma. Su finalidad es prepararnos para celebrar el misterio central de Cristo: su muerte y resurrección. No se trata sólo de recordar un hecho pasado, sino de actualizar, tanto en la liturgia como en nuestra propia vida, la pascua, que es el paso de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de la oscuridad a la luz, de la esclavitud a la libertad.

El signo con que se inicia este tiempo es la ceniza, que nos recuerda que somos polvo, que la vida es transitoria, que hemos de enriquecernos con valores trascendentes. Se nos invita a arrepentirnos y creer en el Evangelio. Sin embargo, muchas personas reciben la ceniza sólo por tradición, pero no hacen un esfuerzo serio por ser discípulos auténticos de Cristo, que eso significa ser católicos de verdad.

Como decimos en Aparecida, "nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia, en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad" (12).

JUZGAR

No nos podemos confiar porque en México los católicos somos mayoría. Nos preocupa que algunos cambien de religión; pero lo más doloroso es que el catolicismo de muchos es muy débil y fragmentario. Delincuentes, narcotraficantes y asesinos se declaran católicos, pero su vida está alejada de la Palabra de Dios y de lo que como Iglesia proponemos. Y esto no pasa sólo con católicos, sino también con protestantes de las más diversas denominaciones. Ante ello, decimos en Aparecida, "la Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias... Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva" (11).

La Cuaresma es tiempo propicio para hacer una revisión de nuestra vivencia cristiana. Con creyentes mediocres e ignorantes, la Iglesia seguirá disminuyendo en número. Con cristianos corruptos, borrachos, ladrones, secuestradores, la sociedad mexicana no recibirá la influencia transformadora de la fe, sino que cada día caerá en un grave secularismo, en una creciente increencia, en una destrucción de la familia y de la convivencia social. Si no hay una evangelización profunda, un encuentro con Cristo, ni con todo el Ejército se detendrá la ola de violencia y de inseguridad.

En Aparecida, expresamos: "Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias. Éste es el mejor servicio -¡su servicio!- que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones" (14).

ACTUAR

No basta criticar al gobierno y al sistema en que estamos inmersos. No basta gritar y pintar consignas contra lo establecido. No basta culpar a otros de todos los males. "A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que 'no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva' (12). "Hay que fortalecer la fe para afrontar serios retos, pues están en juego el desarrollo armónico de la sociedad y la identidad católica de sus pueblos. No hemos de dar nada por presupuesto y descontado. Todos los bautizados estamos llamados a recomenzar desde Cristo" (549). Para eso es la Cuaresma. Vivámosla con autenticidad.

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas

jueves, 7 de febrero de 2008

Juan Pablo II: No tengáis miedo / Pelicula en dibujos animados

PARTE 1

PARTE 2

PARTE 3

Santo Padre expresa condolencias por tránsito de Gran Maestre de la Orden de Malta

La Orden de Malta
VATICANO, (ACI).- El Papa Benedicto XVI expresó sus condolencias y cercanía espiritual a por el tránsito a la Casa del Padre del Gran Maestre de la Orden de Malta, Frey Andrew Willoughby Ninian Bertie, fallecido el 7 de febrero a los 78 años de edad, en una clínica de la ciudad de Roma, tras una corta enfermedad.

En un telegrama enviado a fray Giacomo Dalla torre del tempio di Sanguinetto, Lugar Teniente interino de la Orden de Malta, el Santo Padre dijo sentirse "espiritualmente partícipe del dolor por la muerte de su alteza eminentísima fray Andrew Bertie Gran Maestro de la Soberna y Militar Orden de Malta". "Deseo enviar a toda la orden mis sentidas condolencias al recordar la obra de este hombre de cultura y su empeño generosamente desempeñado en el desarrollo de su alto encargo, especialmente a favor de los más necesitados".

"Por su amor a la Iglesia y el luminoso testimonio de los principios evangélicos invoco para su alma la paz eterna y del corazón e imparto a vuestra excelencia y a toda la orden, la implorada y confortadora bendición apostólica", finaliza el Papa.

Teresa de Calcuta / La Pelicula

PARTE 1

PARTE 2

PARTE 3

PARTE 4

PARTE 5

PARTE 6

PARTE 7

PARTE 8

PARTE 9

María y la crisis de maternidad

domingo, 3 de febrero de 2008

Diálogo de las espiritualidades

Testimonio de jóvenes / Una oración continua porque el amor es continuo

Flash de vida de algunos jóvenes que se mantienen “normalmente en coloquio con Jesús” y hacen únicas sus jornadas, contagiando a quien tienen a su lado.

Una ordinaria jornada extraordinaria


Una mañana me levanto y me preparo para ir a la Misa. Pero en mi familia me piden que lleve el auto al mecánico y que vaya enseguida para que esté allí cuando abran de modo que hagan el trabajo ese mismo día. Enseguida pienso: no es justo que tenga que ir precisamente yo que soy la que menos usa el auto, tengo un programa mucho más bello y más importante que ir al mecánico... Voy: ¡sé que Jesús me lo pide! Inmersa en el tráfico de mi gran ciudad enseguida pierdo la paciencia... pero regresa la sonrisa: ¡puedo amar a Jesús en los otros automovilistas!

Llego donde el mecánico y me dice que no puede hacer el trabajo, que tengo que ir donde un colega suyo, me da la dirección; es en el lado opuesto de la ciudad. No era necesario, pero también en lo “imprevisto”: ¡gracias Jesús, eres Tú quien viene a mí y sólo a Ti te quiero amar!

Llegando a la nueva meta y habiendo dejado el auto, me dirijo a casa. Ahora puedo hacer “mis” cosas, pero encuentro a un ex - compañero de la Universidad, que tiene necesidad de hablar …: una ocasión única para poder escuchar y consolar a Jesús en este rostro de “soledad”!

No recuerdo exactamente cómo prosigue la jornada, tengo sólo impresa en el alma la plenitud, la alegría, la dulzura de me envuelve en la noche, fruto de Su compañía a cada momento y en cada circunstancia de la jornada.

La tensión a hacer “vida” la Palabra del mes, renovada en cada momento presente y después de cada caída o frenazo, me ha hecho experimentar de forma totalmente nueva cuán verdadero es que ¡¡¡vivir el Evangelio ordinariamente hace de toda jornada “ordinaria” algo extraordinario!!!

(I. R. – Italia)
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Como los vasos comunicantes

Este último período con mi hermana no fue fácil. Me costaba acercarme a ella. Desde hacía dos años se había alejado de Dios y estaba en una permanente búsqueda. En los últimos días había peleado con su novio y a esto se habían sumado dificultades en el trabajo. Estaba muy triste y no sabía cómo ayudarla.

Una noche, mientras meditaba en mi habitación, ella se acercó y me preguntó que estaba haciendo. Le respondí que rezaba y la invité a rezar por su situación, aunque me esperaba un no de su parte. Con sorpresa su respuesta fue afirmativa. Fue bellísimo, porque ella misma fue quien rezó, especialmente por su situación laboral y por la relación con su novio.

La mañana siguiente, antes de salir, a las 7.00, me preguntó si podíamos rezar ya que tenía que afrontar esa dificultad en el trabajo. En la noche cuando regresó estaba muy feliz y me contó que las cosas en su trabajo iban mejor y que con su novio se había reconciliado.

Al día siguiente quiso venir a la Misa conmigo.

(C.D. – Brasil)

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Fuente: Movimiento de los Focolares