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Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

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martes, 4 de diciembre de 2007

La figura de san Cromacio de Aquileya / Autor: Benedicto XVI

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 5 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles dedicada a presentar la figura de san Cromacio de Aquileya.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

En las últimas catequesis hemos hecho una excursión por las Iglesias de Oriente de lengua semítica, meditando sobre Afraates el persa y san Efrén el sirio; hoy regresamos al mundo latino, al norte del Imperio Romano, con san Cromacio de Aquileya. Este obispo desempeñó su ministerio en la antigua Iglesia de Aquileya, ferviente centro de vida cristiana situado en la Décima región del Imperio Romano, la Venetia et Histria.

En el año 388, cuando Cromacio subió a la cátedra episcopal de la ciudad, la comunidad cristiana local había madurado ya una gloriosa historia de fidelidad al Evangelio. Entre la segunda mitad del siglo III y los primeros años del IV, las persecuciones de Decio, de Valeriano y de Diocleciano habían cosechado un gran número de mártires. Además, la Iglesia de Aquileya había tenido que afrontar, al igual que las demás Iglesias de la época, la amenaza de la herejía arriana. El mismo Atanasio, el heraldo de la Ortodoxa de Nicea, a quienes los arrianos habían expulsado al exilio, encontró durante un tiempo refugio en Aquileya. Bajo la guía de sus obispos, la comunidad cristiana resistió a las insidias de la herejía y reforzó su adhesión a la fe católica.

En septiembre del año 381, Aquileya fue sede de un sínodo, que reunió a unos 35 obispos de las costas de África, del valle del Rin, y de toda la Décima región. El sínodo pretendía acabar con los últimos residuos de arrianismo en Occidente. En el Concilio participó el presbítero Cromacio como perito del obispo de Aquileya, Valeriano (370/1-387/8). Los años en torno al sínodo del año 381 representan la «edad de oro» de la comunidad de Aquileya. San Jerónimo, que había nacido en Dalmacia, y Rufino de Concordia hablan con nostalgia de su permanencia en Aquileya (370-373), en aquella especie de cenáculo teológico que Jerónimo no duda en definir «tamquam chorus beatorum», «como un coro de bienaventurados» (Crónica: PL XXVII, 697-698). En este cenáculo, que en ciertos aspectos recuerda las experiencias comunitarias vividas por Eusebio de Verceli y por Agustín, se conforman las personalidades más notables de las Iglesias del Alto Adriático.

Pero ya en su familia Cromacio había aprendido a conocer y a amar a Cristo. Nos habla de ella, con palabras llenas de admiración, el mismo Jerónimo, que compara a la madre de Cromacio con la profetisa Ana, a sus hermanas con las vírgenes prudentes de la parábola evangélica, a Cromacio mismo y su hermano Eusebio con el joven Samuel (Cf. Epístola VII: PL XXII,341). Jerónimo sigue diciendo: «El beato Cromacio y el santo Eusebio eran tan hermanos de sangre como por la unión de ideales» (Epístola VIII: PL XXII, 342).

Cromacio había nacido en Aquileya hacia el año 345. Fue ordenado diácono y después presbítero; por último, fue elegido pastor de aquella Iglesia (año 388). Tras recibir la consagración episcopal del obispo Ambrosio, se dedicó con valentía y energía a una ingente tarea por la extensión del terreno que se había confiado a su atención pastoral: la jurisdicción eclesiástica de Aquileya, que se extendía desde los territorios de la actual Suiza, Baviera, Austria y Eslovenia, hasta llegar a Hungría.

Es posible hacerse una idea de cómo Cromacio era conocido y estimado en la Iglesia de su tiempo por un episodio de la vida de san Juan Crisóstomo. Cuando el obispo de Constantinopla fue exiliado de su sede, escribió tres cartas a quienes consideraba como los más importantes obispos de occidente para alcanzar su apoyo ante los emperadores: una carta la escribió al obispo de Roma, la segunda al obispo de Milán, la tercera al obispo de Aquileya, es decir, Cromacio (Epístola CLV: PG LII, 702). También para él eran tiempos difíciles a causa de la precaria situación política. Con toda probabilidad Cromacio falleció en el exilio, en Grado, mientras trataba de escapar de los saqueos de los bárbaros, en el mismo año 407 en el que también moría Crisóstomo.

Por prestigio e importancia, Aquileya era la cuarta ciudad de la península italiana, y la novena del Imperio romano: por este motivo llamaba la atención de los godos y de los hunos. Además de causar graves lutos y destrucción, las invasiones de estos pueblos comprometieron gravemente la transmisión de las obras de los Padres conservadas en la biblioteca episcopal, rica en códices. Se perdieron también los escritos de Cromacio, que se desperdigaron, y con frecuencia fueron atribuidos a otros autores: a Juan Crisóstomo (en parte, a causa de que sus dos nombres comenzaban igual: «Chromatius» como «Chrysostomus»); o a Ambrosio y a Agustín; e incluso a Jerónimo, a quien Cromacio había ayudado mucho en la revisión del texto y en la traducción latina de la Biblia. El redescubrimiento de gran parte de la obra de Cromacio se debe a afortunadas vicisitudes, que han permitido en los años recientes reconstruir un corpus de escritos bastante consistente: más de unos cuarenta sermones, de los cuales una decena en fragmentos, además de unos sesenta tratados de comentario al Evangelio de San Mateo.

Cromacio fue un sabio maestro y celoso pastor. Su primer y principal compromiso fue el de ponerse a la escucha de la Palabra para ser capaz de convertirse en su heraldo: en su enseñanza siempre se basa en la Palabra de Dios y a ella regresa siempre. Algunos temas los lleva particularmente en el corazón: ante todo, el misterio de la Trinidad, que contempla en su revelación a través de la historia de la salvación. Después está el tema del Espíritu Santo: Cromacio recuerda constantemente a los fieles la presencia y la acción de la tercera Persona de la Santísima Trinidad en la vida de la Iglesia.

Pero el santo obispo afronta con particular insistencia el misterio de Cristo. El Verbo encarnado es verdadero Dios y verdadero hombre: ha asumido integralmente la humanidad para entregarle como don la propia divinidad. Estas verdades, repetidas con insistencia, en parte en clave antiarriana, llevarían unos cincuenta años después a la definición del Concilio de Calcedonia.

El hecho de subrayar intensamente la naturaleza humana de Cristo lleva a Cromacio a hablar de la Virgen María. Su doctrina mariológica es tersa y precisa. Le debemos algunas descripciones sugerentes de la Virgen Santísima: María es la «virgen evangélica capaz de acoger a Dios»; es la «oveja inmaculada» que engendró al «cordero cubierto de púrpura» (Cf Sermo XXIII,3: «Scrittori dell'area santambrosiana» 3/1, p. 134).

El obispo de Aquileya pone con frecuencia a la Virgen en relación con la Iglesia: ambas, de hecho, son «vírgenes» y «madres». La eclesiología de Cromacio se desarrolla sobre todo en el comentario a Mateo. Estos son algunos de los conceptos repetidos: la Iglesia es única, ha nacido de la sangre de Cristo; es un vestido precioso tejido por el Espíritu Santo; la Iglesia está allí donde se anuncia que Cristo nació de la Virgen, donde florece la fraternidad y la concordia. Una imagen particularmente querida por Cromacio es la del barco en el mar en la tempestad --vivió en una época de tempestades, como hemos visto--: «No hay duda», afirma el santo obispo, «que esta nave representa a la Iglesia» (cfr Tract. XLII,5: «Scrittori dell'area santambrosiana» 3/2, p. 260).

Como celoso pastor, Cromacio sabe hablar a su gente con un lenguaje fresco, colorido e incisivo. Sin ignorar la perfecta construcción latina, prefiere recurrir al lenguaje popular, rico de imágenes fácilmente comprensibles. De este modo, por ejemplo, tomando pie del mar, pone en relación por una parte la pesca natural de peces que, echados a la orilla, mueren; y por otra, la predicación evangélica, gracias a la cual los hombres son salvados de las aguas enfangadas de la muerte, e introducidos en la verdadera vida (Cf. Tract. XVI,3: «Scrittori dell'area santambrosiana» 3/2, p. 106).

Desde el punto de vista del buen pastor, en un período borrascoso como el suyo, flagelado por los saqueos de los bárbaros, sabe ponerse siempre al lado de los fieles para alentarles y para abrir su espíritu a la confianza en Dios, que nunca abandona a sus hijos.

Recogemos, al final, como conclusión de estas reflexiones, una exhortación de Cromacio que todavía hoy sigue siendo válida: «Invoquemos al Señor con todo el corazón y con toda la fe --recomienda el obispo de Aquileya en un Sermón--, pidámosle que nos libere de toda incursión de los enemigos, de todo temor de los adversarios. Que no tenga en cuenta nuestros méritos, sino su misericordia, él que también en el pasado se dignó liberar a los hijos de Israel no por sus méritos, sino por su misericordia. Que nos proteja con su acostumbrado amor misericordioso, y que actúe a través de nosotros lo que dijo san Moisés a los hijos de Israel: "El Señor peleará en vuestra defensa y vosotros quedaréis en silencio". Quien pelea es Él y es Él quien vence... Y para que se digne hacerlo tenemos que rezar lo más posible. Él mismo dice por labios del profeta: "Invócame en el día de la tribulación; yo te liberaré y tú me glorificarás" (Sermo XVI,4: «Scrittori dell'area santambrosiana» 3/1, pp. 100-102).

De este modo, precisamente al inicio del Adviento, san Cromacio nos recuerda que el Adviento es tiempo de oración, en el que es necesario entrar en contacto con Dios. Dios nos conoce, me conoce, conoce a cada uno de nosotros, me ama, no me abandona. Sigamos adelante con esta confianza en el tiempo litúrgico recién comenzado.

Al final de la audiencia, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy nos detenemos en la figura de San Cromacio, que nació, en torno al año 345, en Aquileya, ferviente centro de vida cristiana situado en la Décima región del Imperio Romano, la Venetia et Histria. En su familia aprendió a amar y a conocer a Cristo. Fue ordenado diácono y luego presbítero. Como experto de Valeriano, entonces Obispo de Aquileya, participó en el Sínodo que se convocó en esa ciudad para luchar contra los últimos residuos de arrianismo que había en Occidente. Fue elegido posteriormente Obispo de Aquileya y recibió la consagración episcopal de San Ambrosio. Ejerció su ministerio con audacia y energía en un vastísimo territorio, por lo cual se ganó la estima de la Iglesia de su tiempo. Murió, muy probablemente, exiliado en Grado, el año cuatrocientos siete, el mismo en que san Juan Crisóstomo. En un período borrascoso como el suyo, este preclaro Pastor supo consolar a sus fieles abriendo su alma a la confianza en Dios con un lenguaje fresco, vivaz e incisivo. De San Cromacio se conservan unos cuarenta sermones y más de sesenta comentarios al Evangelio de San Mateo, en donde aborda principalmente temáticas relacionadas con la Trinidad, el Espíritu Santo, el misterio de Cristo y la relación de la Virgen María con la Iglesia.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. En particular, al coro «Schola Gregoriana» de Madrid y a los grupos venidos de Sevilla, Murcia y de otros lugares de España y de Latinoamérica. A ejemplo de san Cromacio, invoquemos al Señor en medio de nuestras tribulaciones. Muchas gracias.

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Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

sábado, 8 de junio de 2019

A Nikola Djukic drogarse desde los 13 años le costó 150 euros diarios hasta que conoció a Dios en la Comunidad Cenáculo

“Yo creo que después de muchos años, he conocido una droga más fuerte que la heroína y la cocaína, he conocido a Jesús. Es la única cosa que te puede sanar, que puede llenar ese vacío. Porque un drogadicto no es un enfermo. Un drogadicto es solo un estado del alma, un estado del espíritu, un vacío que un chico o una chica, una persona joven, lleva dentro. Un vacío que no se puede llenar…”


jueves, 8 de noviembre de 2007

Si somos capaces de volvernos niños...¡seremos santos! / Autora. Madre Elvira, fundadora Comunidad Cenáculo

Hoy es una fiesta muy importante porque nos unimos con el corazón lleno de fe y de alegría a numerosos hombres y mujeres que han dejado una huella de luz y de amor en la Iglesia y en la historia.

Por definición, los santos son las personas más libres: libres del enojo, de la pereza, del “no me importa”, de ponerse nerviosos, libres. Los santos son modelos de libertad en el perdón, en el amor, en el recomenzar siempre, en el creer, en el vivir libres de toda esclavitud. Ellos no tienen que obedecer. Si al igual que los santos aprendiéramos a hacer las cosas no por deber sino por amor, no seríamos más esclavos de nada ni de nadie. A todos nos puede pasar que perdemos la paciencia, la paz, tenemos contratiempos… esas son las ocasiones para conocernos, para volvernos santos, para superar nuestras pequeñas y grandes esclavitudes.

Los santos han demostrado una extraordinaria libertad interior, especialmente frente a la prueba y a la tribulación. Jesús, nos ha mostrado concretamente la santidad de Dios: en su vida solo ha amado, consolado, sanado, liberado del mal. Si bien nunca había hecho nada malo, en la hora de Getsemaní también Él realiza un grandioso acto de libertad y de confianza al abandonarse en los brazos del Padre. También nosotros podemos hacernos santos abandonándonos al Padre, respondiendo a su voluntad, como lo ha hecho Jesús y decidirnos por su escuela de santidad: todos podemos aprender a vivir bien y con amor nuestra cotidianidad, hacer bien nuestro trabajo y entonces, nuestras manos se volverán instrumentos concretos de los gestos de santidad.

La santidad se conquista con lo que hacemos, no es algo abstracto.

Si estás haciendo la limpieza, si estás manejando el auto, tu corazón debe conducir tus manos: no hay nada, ni siquiera el latido de nuestro corazón que no pueda volverse un acto concreto de santidad.

El Señor se complace con las pequeñas cosas, pequeñas cosas. La santidad no es algo extraordinario, sino que es algo extraordinario en lo ordinario, es hacer las pequeñas cosas con la libertad del Amor.

Los santos siempre son nuestros modelos: me conmueve el ejemplo de santidad de Juan Pablo II, el coraje, la dignidad con que enfrentó la enfermedad en los últimos años de su vida. Pensemos en Santa Teresita cuando estaba muy cansada, enferma de tuberculosis y para ella caminar se había vuelto casi un martirio: caminando por el pasillo del convento pensaba “Jesús te ofrezco este paso por algún misionero que seguramente está más cansado que yo”. También ella en el dolor y en la tribulación había buscado una motivación. Del mismo modo, también nosotros cuando pensamos que no podemos más y sin embargo por un acto de voluntad superamos ese momento de cansancio, de apuro, de nerviosismo, nos educamos hacia la santidad.

Estas pequeñas, grandes cosas serán nuestra santidad cotidiana: cuando sacrificamos aunque sea un minuto de nuestro tiempo para acoger a alguien con una palabra, con un gesto, con una sonrisa, entonces habremos crecido en santidad y esto nos hará infinitamente felices.

La santidad está verdaderamente al alcance de todos si antes de reaccionar conectamos la mente con el corazón.

Jesús ha dicho: “Para entrar en el Reino de Dios tienen que volverse como niños”; pongámonos por lo tanto, en la escuela de los pequeños para volvernos santos, aprendamos de ellos la sabiduría de la Santidad.

Hace un tiempo pensábamos que los Santos sólo eran los que estaban en los altares, ahora creemos que los verdaderos santos son los niños, así que si somos capaces de volvernos niños… ¡seremos santos!

martes, 4 de diciembre de 2007

"Paz en la tierra a los hombres que Dios ama" / Autora: Madre Elvira, fundadora de la Comunidad Cenáculo

Navidad es la fiesta de Dios, el único bien, sumo y verdadero. El Dios que se entrega, se manifiesta, toma un rostro y un cuerpo en el Niño Jesús. Queremos vivir para este Bien, queremos acoger el Bien, ser parte del Bien, para ayudar a los demás a ser buenos. Muchas personas han perdido de vista ese rostro, perdiendo el objetivo de la vida, el diálogo con Aquel que es el autor de todo.
Dios es nuestro Padre, Él nos pensó, nos quiso, nos ha amado y puso en nosotros la capacidad de colaborar con Él para generar la vida. Dios es nuestro padre y nuestra madre, nos conoce y nos ama con ternura infinita, a Él podemos hablarle con libertad, sin temores, porque nos ama y nos perdona.

El pecado nos divide, nos hace pedazos. El amor de Dios reconstruye en nosotros la unidad porque Él no se cansa de nuestros fracasos, de nuestras recaídas.

El rostro de Dios se ha revelado en Jesús, nuestro Dios no es un fantasma, una idea, sino que está vivo, es un niño nacido en Belén del seno de María.

En la Navidad debemos hacernos pequeños, para encontrar a un Dios que se ha hecho niño, para estar con Él, para reencontrarnos a nosotros mismos en Él.
Vivamos la Navidad mirando a la pequeña mujer que todos quisieran encontrar. Justamente porque es pequeña y débil, tiene un corazón grande como la humanidad.

En esta espera simple y profunda, encomendémonos a María, nuestra Madre con la disposición de los pequeños, para que en esa noche de Luz también nosotros abracemos nuevamente la vida, la recibamos como el “fruto bendito” de un seno inmaculado, del Amor misericordioso de Dios por nosotros.

jueves, 21 de marzo de 2024

Damien Richardson era drogadicto y tenía tendencias suicidas, viajó creyendo que iba a la playa, pero acabó en Medjugorje: allí dejó la heroína y ahora es padre de 10 hijos

* «Me acerqué a uno de los jóvenes de la Comunidad Cenáculo y le dije que era de Dublín, que había estado tomando drogas durante 14 años y que había perdido la voluntad para vivir. Él joven me dijo: “Damien, las drogas siempre estarán ahí, eres tú el que tienes que cambiar y volver a Dios”… La Adoración es clave, y la oración es para mí una gran parte de mi vida. Llevo sin la heroína desde hace 16 años. Esto es gran parte gracias a nuestra vida de oración»

Testimonio de Damien Richardson en el programa Cambio de Agujas de Euk Mamie.

Camino Católico.-  En su visita a Irlanda el Papa Francisco presidió el Festival de las Familias, donde quedó visiblemente emocionado con el testimonio de Damien y Mary Richardson y sus 10 hijos, una historia de fe que superó numerosas dificultades, graves adicciones a las drogas y unas increíbles conversiones en Medjugorje, donde la Virgen actuó con fuerza. El fruto es la enorme familia que han logrado formar, anclada toda ella en una fe profunda y bajo la protección de María.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Descubrir nuestra vida, vivirla en plenitud y donarla con Amor y por Amor / Autora: Madre Elvira, Comunidad Cenáculo

La primera vocación del misionero es “repetir” a Jesús. Él ha sido el verdadero, el gran misionero del Padre: se ha molestado, ha dejado su naturaleza divina y se revistió de nuestra pobre naturaleza humana sufriendo exactamente igual a nosotros el sueño, el hambre, la persecución, las humillaciones…

Jesús de Nazaret es la fuente del Amor y la Vida en que nosotros creemos. Él se ha entregado por nosotros con libertad, con alegría, con coraje, con mucho Amor. Gracias a Él nosotros ahora nos podemos alimentar con su vida para entregar la nuestra a todos los que nos encontremos.

Todos estamos llamados a vivir la misión, el fascinante viaje de salir de nosotros mismos, de darse uno mismo por Amor. Hay quienes piensan que ser misioneros es partir hacia tierras lejanas para ayudar a los más pobres. En realidad, si lo vemos así es sólo una excusa; nos mentimos a nosotros mismos y a los demás; permanecemos en el mismo lugar, encerrados en nuestros egoísmos, en nuestros miedos, en nuestros pensamientos. Entonces hacemos el bien sólo si tenemos a cambio una gratificación personal, pero esto es un gran fracaso, estamos desvalorizando todos los dones que Dios nos ha dado, disminuye nuestra humanidad.

En cambio, ayudemos a nuestro prójimo preocupándonos no solo de lo que hacemos, sino sobretodo de lo que somos. Ser misioneros significa entrar en nosotros mismos, descubrir nuestra vida, vivirla en plenitud y donarla con Amor y por Amor. Entregarla con ternura, con paciencia, con alegría, con coraje, con entusiasmo y con la certeza en el corazón de que así encontraremos otras vidas plenas, cien, mil… porque lo ha prometido Jesús.

El hombre no es capaz de este amor gratuito y desinteresado sólo contando con sus propias fuerzas, por eso que ser verdaderos misioneros significa “tener callos en las rodillas”, poner en el centro de la propia existencia la oración, el diálogo con Jesús.

Queremos ser misioneros que se confían ellos y sus obras a la Virgen María : Ella ha sabido formar y educar , amar y servir, proteger y defender a Su Hijo Jesús, el primero y verdadero Misionero. A Ella, Reina de las Misiones, le pedimos que interceda por nuestra Madre Iglesia y por su misión universal en el mundo de hoy.

jueves, 24 de enero de 2008

La Palabra de Dios te realiza en tu humanidad / Autora: Madre Elvira, fundadora de la Comunidad Cenáculo

Cada vez estoy más convencida que la única fuente de vida es Dios. Nosotros hemos nacido de esa fuente de Luz. Aún inconcientemente el abrazo del amor de Dios envuelve nuestra historia; cada respiro nuestro es el aliento de Dios que sopla dentro de nosotros.

El encuentro que hoy vivimos con este Dios que se ha revelado espontáneamente en la plenitud de los tiempos, a través de la Palabra del Padre y que se llama Jesús de Nazareth, nos revela que nuestra historia es amada por Dios. Hoy tenemos la posibilidad de rescatar toda la verdad de nuestro Credo porque la fe se hace Amor que camina, que se entrega. No basta solamente creer, conocer a Dios con la mente: la experiencia de Dios no es sólo intelectual, científica, sino que Él es el Amor, así lo definió San Juan. Dios se reveló como don de amor, y con gestos concretos de amor.

En estos días me resuena en la mente esta Palabra: “El que cree en mí no cree en mí, sino en El que me ha mandado…Yo he venido al mundo como Luz y el que cree en mí no permanece en las tinieblas”¨ Tenemos la certeza de que si creemos en El no permanecemos en las tinieblas: la oscuridad no está solo en la noche sino también cuando estamos insatisfechos, también es la oscuridad de nuestras confusiones mentales, de nuestros miedos, de nuestras huidas. Cuando vivimos esto quiere decir que decaemos en nuestra fe, que no creemos en El, porque “Él como Luz ha venido al mundo”, principalmente Luz del mundo interior. Tenemos una luz dentro nuestro: la Palabra de Dios. Jesús no se burla de nosotros, Él es la verdad. Si hay algo que es verdaderamente concreto humano, profundamente humano, que te realiza en tu humanidad como mujer, como hombre, es la Palabra de Dios. Porque no es simplemente una Palabra, sino que es la Vida de nuestra vida, Carne de nuestra carne, la sustancia de nuestro ser, el camino de la verdadera libertad. A menudo me pregunto: “¿Por qué tenemos entonces tanto miedo?¿En que punto está nuestra Fe?”

El Amor y la Luz de Dios alejan el miedo, “en el amor no hay temor”. El Amor genera la Confianza, la Confianza genera la Paz, al principio de este año renovamos con alegría nuestra confianza en el Amor de Dios, que nos ha ofrecido María. Repitamos día y noche en nuestra mente en nuestro corazón y en cada situación que vivamos:”Jesús en vos confío”, con la certeza de que cada momento de nuestro vivir será iluminado por Su Luz.
¡Feliz Año nuevo a todos!

martes, 30 de abril de 2019

Nora, austriaca, era atea, anoréxica y dependiente de fármacos y tuvo un encuentro con Cristo que la sanó en la Comunidad Cenáculo

 * ”Encontré la fe, que antes no la conocía porque era atea. En el pasado, para mí creer en Dios significaba ser débil, en cambio, descubrí que la fe es la fuerza que te permite decirte que eres débil y que necesitas ayuda”


* ”Me ayudo ver cuánta esperanza tenían las chicas gracias a la oración y me fascinaba el hecho de no poder entender solo con mi mente la grandeza de Dios. Me hizo mucho bien sentirme pequeña delante de Él y necesitada de su Misericordia. Cuando caía en mi negatividad, en la vergüenza de verme imperfecta, aprendí a buscarlo y a decirme la verdad delante de Él”
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jueves, 27 de septiembre de 2007

La confesión viene del cielo / Autora: Madre Elvira, fundadora Comunidad Cenáculo

¡¡Qué hermoso cantar, danzar, sonreír, amar, abrazar la vida!! Cada uno de nosotros posee este gran don de la vida que nos reúne. Es el don de Dios. Por eso estamos bien juntos, porque queremos reconocer que hemos sido pensados, amados, queridos por el único Dios. No vengan a decirme: "A mí me hicieron mi madre y mi padre". ¿Y a tu padre y tu madre quién los ha hecho?

Tengamos el coraje de creer lo que vemos, lo que somos, de otro modo estamos siempre afuera de la vida. Es importante tomar en cuenta nuestra vida, porque es lo primero que vemos, que tocamos, que experimentamos, que amamos y odiamos.

Nosotros vivimos contemplando con alegría y estupor cómo renace frente a nuestros ojos la vida de sus hijos desesperados, adictos. Al ver que se volvían más buenos que nosotros, hemos dicho:“Esta vida no viene de la carne, viene del amor, viene de Dios; y algunas veces la maltratamos". Entonces debemos reconciliarnos con nuestra vida, queremos pedirlo hoy que es una celebración especial para el pueblo cristiano, es el día de María, la madre de Jesús, nuestra Madre. (Día sábado)

Cuando vinimos a esta colina por primera vez, lo primero que vimos fue a la Virgen, la hemos invitado y la hemos llevado a casa: ha sido el primer huésped, ha sido querida, abrazada junto a nosotros. Gracias a eso ustedes están aquí hoy, porque hemos invitado a María a nuestra casa.

Cuando hay divergencias en la familia es porque aún no han recibido a la Virgen, como lo hizo Juan debajo de la Cruz.
Reflexionemos un poco en el poder infinito, sin fin, que tiene la Madre de Dios, que es Madre nuestra.

Esta pequeña y simple criatura que se llama María es nuestra Madre y si no está ella no hay nada, no hay dónde hacer pie, sólo caemos.

La propuesta que hicimos desde el comienzo, que continúa y continuará para siempre en nuestra Comunidad, es que el primer momento del día sea para Ella, en Ella, con Ella: el Santo Rosario. Invitemos a María a nuestras casas. Miren que Dios es humilde: pasa a través de Ella. ¡También Él pasa por ella! ¡Y si intercede María, el milagro está hecho! Y hemos visto estos milagros, los estamos contemplando… Por lo tanto, no les decimos palabras, les mostramos los hechos. No queremos enseñarles algo sino mostrarles la vida.

Nuestra historia es hermosa porque es concreta, es real, es con los pies en la tierra, es de un loco amor, de sudor, de fidelidad, de sacrificio, un amor de alegría, de canto y baile.

Acérquense a María. Ella, que se acerca a nosotros con delicadeza, como un soplo, hoy te dice que es el día de la infinita Misericordia de Dios. Ella nos dice en el corazón lo que tenemos que decir durante la confesión. Nos dice que no tengamos miedo de decir lo que nunca hemos dicho, para que no quede adentro como una sombra que no nos permite vivir la alegría, que no nos permite ver el sol ni el esplendor de la vida. Hay tantos sacerdotes disponibles para acoger nuestra pobreza, nuestros pecados, nuestras heridas, que si no las confesamos, las alteramos y nuestra vida se vuelve falsedad. ¿Por qué nos hace falsos? ¿Por qué debemos ponernos la máscara? Porque no aceptamos ese pecado, esa situación, aquel encuentro, la violencia… Ese pecado que quieres esconder, te hace comportar de un modo falso y ya no eres más tú mismo. Ahora es el momento, vayamos al confesionario con simplicidad.

Les doy un consejo y se lo doy también a los sacerdotes: dejen que los penitentes puedan hablar con Jesús más que con ustedes. Porque nosotros vamos a la confesión para hablar con Jesús. Generalmente les digo a los chicos y a las chicas que se confiesen con los ojos cerrados: estamos hablando a Jesús, el Redentor y la Madre están a nuestro lado y no necesitamos hacer un diálogo, un coloquio. Si también el sacerdote cierra sus ojos, el penitente es más libre para hacer salir el pecado desde adentro, no de la boca. Mírate dentro, Jesús quiere sanar todo y sacar la raíz. La confesión es extraordinaria, algo grandioso, es una liberación, como si nuestro corazón estuviera encadenado hasta que dices lo que has hecho.

Jesús le dijo a Pedro que había que perdonar siempre. El arrepentimiento nace de adentro. Cuando uno se enfrenta con su pecado, lo mira de frente, ya no asusta más, pero disgusta: qué mala que fui en tal situación, hice las cosas por interés, he engañado a mucha gente, he preferido el dinero… Para arrepentirnos debemos saber primero quiénes somos por dentro.

La confesión es algo que no viene de la tierra, sino que viene del cielo, de Dios. Él se ha hecho Misericordia por nosotros, es la Misericordia total para nosotros. Al encuentro con la Misericordia de Dios debemos ir arrepentidos. Debemos decirnos: "… al menos te has arrepentido por un momento de haber engañado, de haber traicionado a tu esposa y regresar a casa con mala cara para hacerte compadecer ¡y tienes dentro una confusión!" Debemos retomar interiormente todos los momentos oscuros que hemos realizado, por el egoísmo, por la pasión, por el placer, por la ambición, por el poder. Alguna vez hemos pisoteado a nuestros hermanos. Esto es el mal, son cadenas, y ahora ha llegado el momento de la liberación, finalmente podemos abrir los brazos, reír y bromear en la verdad, sin máscaras. Intentamos llevar adelante el "personaje" porque creemos que sino los otros no nos respetan. ¡Pero en realidad es porque no te respetas tú! Porque no te amas, no te aprecias.

Miren que la cosa más bonita del mundo es hacer una confesión comenzando por las cosas más pequeñas.

¡La vida es bella, cuando la conocemos! La vida es bella: miles de colores, el sol cotidiano, ternura sin fin y algunas veces lágrimas, pero son lágrimas que se pueden derramar con gozo en el corazón, con la sonrisa en los labios. Lo que nos toque vivir podemos recibirlo con una sonrisa, siempre, y la vida es una continua novedad, los días nunca son iguales.

A medida que voy envejeciendo veo que las arrugas son ventanas luminosas que permiten que entre el sol en casa.

Tenemos que volvernos como niños, ya que ellos entrarán en el Reino, el Reino que comienza hoy. Hoy es el Reino, hoy podemos entrar en el espacio infinito del abrazo sin fin de Dios.

Dios ha querido mostrarse y entonces ha hecho que María a través del Espíritu Santo, haya concebido. Jesús ha comenzado como cualquier niño, en el útero de la Virgen. Luego nació en Belén y ha crecido con sus padres. Jesús ha vivido la familia, ha vivido el trabajo, la obediencia. Cuando se volvió grande le dijo a su madre que era hora de irse de casa.
Piensen cuántos jóvenes, cuando enfrentan esa situación con la mamá, ellas no los dejan irse. Jesús salió de casa, no ha tenido miedo de dejar a la Virgen sola. Era su momento, ya era un hombre.

Los chicos y las chicas, sus hijos, si los han educado bien y formado en la honestidad, en la verdad, la comprensión, el perdón, en la fe, ¿por qué tienen que tener miedo? Serán luces que van y llevan la paz.

Regresemos al momento potente y extraordinario que es la absolución de nuestros pecados.Nosotros no les decimos sólo palabras. Sepan que no queremos amaestrar a nadie ni predicar. Las cosas primero nos las decimos y las hacemos nosotros mismos. Se las queremos hacer ver a los jóvenes. Los jóvenes hoy no escuchan más: puedes hacerle un lindo sermón, pero ellos piensan en otra cosa. Te siente, pero no te escucha, porque las cosas que le dices no las haces. Cuando hay incoherencia es una humillación para quien escucha. ¡Esto vale también para los niños! Cuando tienen cinco o seis años pueden dejar de hacer los "sermones", porque se los educa con la potente voz de tus gestos, de tus elecciones.¡Vivamos bien este momento! Sepan que estas cosas las tenemos dentro. No queremos enseñar nada a nadie, sino mostrarles la vida y han venido por esto, porque lo que les decimos lo vivimos.

domingo, 6 de enero de 2019

Alessandro Gallo, líder de Reale banda de rock cristiano: «En la comunidad del Cenáculo el encuentro real con Jesucristo me curó completamente de mi drogodependencia»

 «Me quedé en la comunidad casi seis años. Una vez fuera me casé con Francesca y no fue hasta 2009 que fundamos, junto a algunos amigos, nuestro grupo musical. Cada mañana nos despertamos con la urgencia de entender cómo comunicar a los jóvenes la Alegría. Cómo hacerles entender, en cualquier situación en la que se encuentren, que una vida bella es posible, que la verdadera felicidad existe y que tiene un nombre y un rostro: ¡es Jesucristo que nos espera a cada uno de nosotros!  No se puede llevar el mensaje de la Salvación de una manera blanda y, al mismo tiempo, no se puede ostentar el nombre de Dios en un lugar donde puede desvalorizarse. Por otra parte, quiere decir que cada día nosotros mismos vivimos a la luz de la palabra de Dios, de la oración, de la Adoración Eucarística. Quiere decir que cuando estamos en crisis y cuando estamos felices, nos arrodillamos para preguntar y para agradecer a Dios: así nacen nuestras canciones. Es una elección de cada día, es un camino y una lucha cotidiana»

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martes, 18 de diciembre de 2018

Alessandro Gallo, líder de Reale banda de rock cristiano: «En la comunidad del Cenáculo el encuentro real con Jesucristo me curó completamente de mi drogodependencia»

 «Me quedé en la comunidad casi seis años. Una vez fuera me casé con Francesca y no fue hasta 2009 que fundamos, junto a algunos amigos, nuestro grupo musical. Cada mañana nos despertamos con la urgencia de entender cómo comunicar a los jóvenes la Alegría. Cómo hacerles entender, en cualquier situación en la que se encuentren, que una vida bella es posible, que la verdadera felicidad existe y que tiene un nombre y un rostro: ¡es Jesucristo que nos espera a cada uno de nosotros!  No se puede llevar el mensaje de la Salvación de una manera blanda y, al mismo tiempo, no se puede ostentar el nombre de Dios en un lugar donde puede desvalorizarse. Por otra parte, quiere decir que cada día nosotros mismos vivimos a la luz de la palabra de Dios, de la oración, de la Adoración Eucarística. Quiere decir que cuando estamos en crisis y cuando estamos felices, nos arrodillamos para preguntar y para agradecer a Dios: así nacen nuestras canciones. Es una elección de cada día, es un camino y una lucha cotidiana»

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jueves, 6 de septiembre de 2007

El Espíritu Santo es para evangelizar / Autor: José H. Prado Flores


Pentecostés comenzó a las 9 de la mañana con 120 personas reunidas en el Aposento Alto, pero terminó por la tarde con 3,120 convertidos, llenos del Espíritu de la Promesa.
Es decir, Pentecostés incluye tanto el derramamiento del Espíritu Santo sobre los 120 reunidos en el Cenáculo, como la evangelización y la conversión de la multitud congregada de toda lengua y nación que hay bajo el cielo. Esa mañana Pedro y los once dieron testimonio de la muerte redentora y de la gloriosa resurrección de Jesús, que ha sido constituído Señor y Mesías. La abundante cosecha en el Espíritu Santo fue una multitud de creyentes que aceptaron a Jesús como el único nombre dado a los hombres para ser salvados.

El reloj de Pentecostés no se ha detenido. Sonó la hora de bajar del Aposento alto y testificar con el poder del Espíritu Santo la victoria de Cristo Jesús sobre el pecado y la muerte, anunciar la Buena Nueva de que tanto ha amado Dios a este mundo que ha enviado a su Hijo, de manera especial a los pecadores, para que se conviertan y vivan como hermanos que implanten la civilización del amor aquí en la tierra.

La Iglesia existe para evangelizar. Esta es su gran misión, pero desde hace 20 años esta misión tiene un nombre NUEVA EVANGELIZACION. Nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en su expresión.

Para quienes trabajamos en la evangelización, La Nueva evangelización tiene tres características que se sintetizan en La Palabra, que es la conjunción de Kerygma, los Karismas para evangelizar y la Koinonia que anuncia la Buena Nueva.

Kerygma:
Anuncio gozoso de la muerte y resurrección de Jesucristo. No hay otro evangelio que Jesús muerto y resucitado.

Karisma:
Con el poder del Espíritu Santo, (parresía) es decir con convicción, fuerza y libertad para manifestar que Cristo está vivo hoy en la Iglesia y el mundo. Los signos y prodigios son parte de la evangelización de Jesús y por tanto de todos los tiempos.

Koinonía:
Instaurando en este mundo el Reino de Dios mediante comunidades evangelizadas y evangelizadoras que se distingan por la santidad de vida. Familias santas, presbíteros santos, parroquias santas... Una Iglesia santa. Si el mundo de hoy tiene necesidad de santos(as), tiene más necesidad de comunidades santas.

Pentecostés no se reduce a lo que sucedió a las nueve de las mañana, sino que incluye el anuncio de la muerte y la proclamación de Jesús como Salvador, Señor y Mesías, acompañada de signos, prodigios y milagros que construyan la comunidad cristiana que es el cuerpo de Cristo.

Pentecostés es eminentemente evangelizador. El Espíritu Santo es para evangelizar.

domingo, 20 de julio de 2008

La gracia del Espíritu Santo, puro don / Autor: Benedicto XVI

Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI en la mañana de este domingo durante la celebración eucarística que presidió con motivo de la clausura de la Jornada Mundial de la Juventud en el hipódromo de Randwick.

Queridos amigos

«Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza» (Hch 1,8). Hemos visto cumplida esta promesa. En el día de Pentecostés, como hemos escuchado en la primera lectura, el Señor resucitado, sentado a la derecha del Padre, envió el Espíritu Santo a sus discípulos reunidos en el cenáculo. Por la fuerza de este Espíritu, Pedro y los Apóstoles fueron a predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra. En cada época y en cada lengua, la Iglesia continúa proclamando en todo el mundo las maravillas de Dios e invita a todas las naciones y pueblos a la fe, a la esperanza y a la vida nueva en Cristo.

En estos días, también yo he venido, como Sucesor de san Pedro, a esta estupenda tierra de Australia. He venido a confirmaros en vuestra fe, jóvenes hermanas y hermanos míos, y a abrir vuestros corazones al poder del Espíritu de Cristo y a la riqueza de sus dones. Oro para que esta gran asamblea, que congrega a jóvenes de «todas las naciones de la tierra» (Hch 2,5), se transforme en un nuevo cenáculo. Que el fuego del amor de Dios descienda y llene vuestros corazones para uniros cada vez más al Señor y a su Iglesia y enviaros, como nueva generación de Apóstoles, a llevar a Cristo al mundo.

«Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza». Estas palabras del Señor resucitado tienen un significado especial para los jóvenes que serán confirmados, sellados con el don del Espíritu Santo, durante esta Santa Misa. Pero estas palabras están dirigidas también a cada uno de nosotros, es decir, a todos los que han recibido el don del Espíritu de reconciliación y de la vida nueva en el Bautismo, que lo han acogido en sus corazones como su ayuda y guía en la Confirmación, y que crecen cotidianamente en sus dones de gracia mediante la Santa Eucaristía. En efecto el Espíritu Santo desciende nuevamente en cada Misa, invocado en la plegaria solemne de la Iglesia, no sólo para transformar nuestros dones del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, sino también para transformar nuestras vidas, para hacer de nosotros, con su fuerza, «un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo».

Pero, ¿qué es este «poder» del Espíritu Santo? Es el poder de la vida de Dios. Es el poder del mismo Espíritu que se cernía sobre las aguas en el alba de la creación y que, en la plenitud de los tiempos, levantó a Jesús de la muerte. Es el poder que nos conduce, a nosotros y a nuestro mundo, hacia la llegada del Reino de Dios. En el Evangelio de hoy, Jesús anuncia que ha comenzado una nueva era, en la cual el Espíritu Santo será derramado sobre toda la humanidad (cf. Lc 4,21). Él mismo, concebido por obra del Espíritu Santo y nacido de la Virgen María, vino entre nosotros para traernos este Espíritu. Como fuente de nuestra vida nueva en Cristo, el Espíritu Santo es también, de un modo muy verdadero, el alma de la Iglesia, el amor que nos une al Señor y entre nosotros y la luz que abre nuestros ojos para ver las maravillas de la gracia de Dios que nos rodean.

Aquí en Australia, esta «gran tierra meridional del Espíritu Santo», todos nosotros hemos tenido una experiencia inolvidable de la presencia y del poder del Espíritu en la belleza de la naturaleza. Nuestros ojos se han abierto para ver el mundo que nos rodea como es verdaderamente: «colmado», como dice el poeta, «de la grandeza de Dios», repleto de la gloria de su amor creativo. También aquí, en esta gran asamblea de jóvenes cristianos provenientes de todo el mundo, hemos tenido una experiencia elocuente de la presencia y de la fuerza del Espíritu en la vida de la Iglesia. Hemos visto la Iglesia como es verdaderamente: Cuerpo de Cristo, comunidad viva de amor, en la que hay gente de toda raza, nación y lengua, de cualquier edad y lugar, en la unidad nacida de nuestra fe en el Señor resucitado.

La fuerza del Espíritu Santo jamás cesa de llenar de vida a la Iglesia. A través de la gracia de los Sacramentos de la Iglesia, esta fuerza fluye también en nuestro interior, como un río subterráneo que nutre el espíritu y nos atrae cada vez más cerca de la fuente de nuestra verdadera vida, que es Cristo. San Ignacio de Antioquía, que murió mártir en Roma al comienzo del siglo segundo, nos ha dejado una descripción espléndida de la fuerza del Espíritu que habita en nosotros. Él ha hablado del Espíritu como de una fuente de agua viva que surge en su corazón y susurra: «Ven, ven al Padre» (cf. A los Romanos, 6,1-9).

Sin embargo, esta fuerza, la gracia del Espíritu Santo, no es algo que podamos merecer o conquistar; podemos sólo recibirla como puro don. El amor de Dios puede derramar su fuerza sólo cuando le permitimos cambiarnos por dentro. Debemos permitirle penetrar en la dura costra de nuestra indiferencia, de nuestro cansancio espiritual, de nuestro ciego conformismo con el espíritu de nuestro tiempo. Sólo entonces podemos permitirle encender nuestra imaginación y modelar nuestros deseos más profundos. Por esto es tan importante la oración: la plegaria cotidiana, la privada en la quietud de nuestros corazones y ante el Santísimo Sacramento, y la oración litúrgica en el corazón de la Iglesia. Ésta es pura receptividad de la gracia de Dios, amor en acción, comunión con el Espíritu que habita en nosotros y nos lleva, por Jesús y en la Iglesia, a nuestro Padre celestial. En la potencia de su Espíritu, Jesús está siempre presente en nuestros corazones, esperando serenamente que nos dispongamos en el silencio junto a Él para sentir su voz, permanecer en su amor y recibir «la fuerza que proviene de lo alto», una fuerza que nos permite ser sal y luz para nuestro mundo.

En su Ascensión, el Señor resucitado dijo a sus discípulos: «Seréis mis testigos... hasta los confines del mundo» (Hch 1,8). Aquí, en Australia, damos gracias al Señor por el don de la fe, que ha llegado hasta nosotros como un tesoro transmitido de generación en generación en la comunión de la Iglesia. Aquí, en Oceanía, damos gracias de un modo especial a todos aquellos misioneros, sacerdotes y religiosos comprometidos, padres y abuelos cristianos, maestros y catequistas, que han edificado la Iglesia en estas tierras. Testigos como la Beata Mary Mackillop, San Peter Chanel, el Beato Peter To Rot y muchos otros. La fuerza del Espíritu, manifestada en sus vidas, está todavía activa en las iniciativas beneficiosas que han dejado en la sociedad que han plasmado y que ahora se os confía a vosotros.

Queridos jóvenes, permitidme que os haga una pregunta. ¿Qué dejaréis vosotros a la próxima generación? ¿Estáis construyendo vuestras vidas sobre bases sólidas? ¿Estáis construyendo algo que durará? ¿Estáis viviendo vuestras vidas de modo que dejéis espacio al Espíritu en un mundo que quiere olvidar a Dios, rechazarlo incluso en nombre de un falso concepto de libertad? ¿Cómo estáis usando los dones que se os han dado, la «fuerza» que el Espíritu Santo está ahora dispuesto a derramar sobre vosotros? ¿Qué herencia dejaréis a los jóvenes que os sucederán? ¿Qué os distinguirá?

La fuerza del Espíritu Santo no sólo nos ilumina y nos consuela. Nos encamina hacia el futuro, hacia la venida del Reino de Dios. ¡Qué visión magnífica de una humanidad redimida y renovada descubrimos en la nueva era prometida por el Evangelio de hoy! San Lucas nos dice que Jesucristo es el cumplimiento de todas las promesas de Dios, el Mesías que posee en plenitud el Espíritu Santo para comunicarlo a la humanidad entera. La efusión del Espíritu de Cristo sobre la humanidad es prenda de esperanza y de liberación contra todo aquello que nos empobrece. Dicha efusión ofrece de nuevo la vista al ciego, libera a los oprimidos y genera unidad en y con la diversidad (cf. Lc 4,18-19; Is 61,1-2). Esta fuerza puede crear un mundo nuevo: puede «renovar la faz de la tierra» (cf. Sal 104,30).

Fortalecida por el Espíritu y provista de una rica visión de fe, una nueva generación de cristianos está invitada a contribuir a la edificación de un mundo en el que la vida sea acogida, respetada y cuidada amorosamente, no rechazada o temida como una amenaza y por ello destruida. Una nueva era en la que el amor no sea ambicioso ni egoísta, sino puro, fiel y sinceramente libre, abierto a los otros, respetuoso de su dignidad, un amor que promueva su bien e irradie gozo y belleza. Una nueva era en la cual la esperanza nos libere de la superficialidad, de la apatía y el egoísmo que degrada nuestras almas y envenena las relaciones humanas. Queridos jóvenes amigos, el Señor os está pidiendo ser profetas de esta nueva era, mensajeros de su amor, capaces de atraer a la gente hacia el Padre y de construir un futuro de esperanza para toda la humanidad.

El mundo tiene necesidad de esta renovación. En muchas de nuestras sociedades, junto a la prosperidad material, se está expandiendo el desierto espiritual: un vacío interior, un miedo indefinible, un larvado sentido de desesperación. ¿Cuántos de nuestros semejantes han cavado aljibes agrietados y vacíos (cf. Jr 2,13) en una búsqueda desesperada de significado, de ese significado último que sólo puede ofrecer el amor? Éste es el don grande y liberador que el Evangelio lleva consigo: él revela nuestra dignidad de hombres y mujeres creados a imagen y semejanza de Dios. Revela la llamada sublime de la humanidad, que es la de encontrar la propia plenitud en el amor. Él revela la verdad sobre el hombre, la verdad sobre la vida.

También la Iglesia tiene necesidad de renovación. Tiene necesidad de vuestra fe, vuestro idealismo y vuestra generosidad, para poder ser siempre joven en el Espíritu (cf. Lumen gentium, 4). En la segunda lectura de hoy, el apóstol Pablo nos recuerda que cada cristiano ha recibido un don que debe ser usado para edificar el Cuerpo de Cristo. La Iglesia tiene especialmente necesidad del don de los jóvenes, de todos los jóvenes. Tiene necesidad de crecer en la fuerza del Espíritu que también ahora os infunde gozo a vosotros, jóvenes, y os anima a servir al Señor con alegría. Abrid vuestro corazón a esta fuerza. Dirijo esta invitación de modo especial a los que el Señor llama a la vida sacerdotal y consagrada. No tengáis miedo de decir vuestro «sí» a Jesús, de encontrar vuestra alegría en hacer su voluntad, entregándoos completamente para llegar a la santidad y haciendo uso de vuestros talentos al servicio de los otros.

Dentro de poco celebraremos el sacramento de la Confirmación. El Espíritu Santo descenderá sobre los candidatos; ellos serán «sellados» con el don del Espíritu y enviados para ser testigos de Cristo. ¿Qué significa recibir la «sello» del Espíritu Santo? Significa ser marcados indeleblemente, inalterablemente cambiados, significa ser nuevas criaturas. Para los que han recibido este don, ya nada puede ser lo mismo. Estar «bautizados» en el Espíritu significa estar enardecidos por el amor de Dios. Haber «bebido» del Espíritu (cf. 1 Co 12,13) significa haber sido refrescados por la belleza del designio de Dios para nosotros y para el mundo, y llegar a ser nosotros mismos una fuente de frescor para los otros. Ser «sellados con el Espíritu» significa además no tener miedo de defender a Cristo, dejando que la verdad del Evangelio impregne nuestro modo de ver, pensar y actuar, mientras trabajamos por el triunfo de la civilización del amor.

Al elevar nuestra oración por los confirmandos, pedimos también que la fuerza del Espíritu Santo reavive la gracia de la Confirmación de cada uno de nosotros. Que el Espíritu derrame sus dones abundantemente sobre todos los presentes, sobre la ciudad de Sydney, sobre esta tierra de Australia y sobre todas sus gentes. Que cada uno de nosotros sea renovado en el espíritu de sabiduría e inteligencia, el espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y piedad, espíritu de admiración y santo temor de Dios.

Que por la amorosa intercesión de María, Madre de la Iglesia, esta XXIII Jornada Mundial de la Juventud sea vivida como un nuevo cenáculo, de forma que todos nosotros, enardecidos con el fuego del amor del Espíritu Santo, continuemos proclamando al Señor resucitado y atrayendo a cada corazón hacia Él. Amén.
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Traducción del original inglés distribuida por la Santa Sede

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana

martes, 4 de septiembre de 2007

Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Juventud 2008


Publicamos el mensaje que Benedicto XVI ha dirigido a los jóvenes del mundo con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud 2008 que se celebrará en julio de ese año en Sydney (Australia).



«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo,
que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos»
(Hch 1, 8)

Queridos jóvenes:

1. La XXIII Jornada Mundial de la Juventud
Recuerdo siempre con gran alegría los diversos momentos transcurridos juntos en Colonia, en el mes de agosto de 2005. Al final de aquella inolvidable manifestación de fe y entusiasmo, que permanece impresa en mi espíritu y en mi corazón, os di cita para el próximo encuentro que tendrá lugar en Sydney, en 2008. Será la XXIII Jornada Mundial de la Juventud y tendrá como tema: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos» (Hch 1, 8). El hilo conductor de la preparación espiritual para el encuentro en Sydney es el Espíritu Santo y la misión. En 2006 nos habíamos detenido a meditar sobre el Espíritu Santo como Espíritu de verdad, en 2007 quisimos descubrirlo más profundamente como Espíritu de amor, para encaminarnos después hacia la Jornada Mundial de la Juventud 2008 reflexionando sobre el Espíritu de fortaleza y testimonio, que nos da el valor de vivir el Evangelio y la audacia de proclamarlo. Por ello es fundamental que cada uno de vosotros, jóvenes, en la propia comunidad y con los educadores, reflexione sobre este Protagonista de la historia de la salvación que es el Espíritu Santo o Espíritu de Jesús, para alcanzar estas altas metas: reconocer la verdadera identidad del Espíritu, escuchando sobre todo la Palabra de Dios en la Revelación de la Biblia; tomar una lúcida conciencia de su presencia viva y constante en la vida de la Iglesia, redescubrir en particular que el Espíritu Santo es como el “alma”, el respiro vital de la propia vida cristiana gracias a los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía; hacerse capaces así de ir madurando una comprensión de Jesús cada vez más profunda y gozosa y, al mismo tiempo, hacer una aplicación eficaz del Evangelio en el alba del tercer milenio. Con mucho gusto os ofrezco con este mensaje un motivo de meditación ir profundizándolo a lo largo de este año de preparación y ante el cual verificar la calidad de vuestra fe en el Espíritu Santo, de volver a encontrarla si se ha extraviado, de afianzarla si se ha debilitado, de gustarla como compañía del Padre y del Hijo Jesucristo, gracias precisamente a la obra indispensable del Espíritu Santo. No olvidéis nunca que la Iglesia, más aún la humanidad misma, la que está en torno a vosotros y que os aguarda en vuestro futuro, espera mucho de vosotros, jóvenes, porque tenéis en vosotros el don supremo del Padre, el Espíritu de Jesús.

2. La promesa del Espíritu Santo en la Biblia
La escucha atenta de la Palabra de Dios respecto al misterio y a la obra del Espíritu Santo nos abre al conocimiento cosas grandes y estimulantes que resumo en los siguientes puntos.
Poco antes de su ascensión, Jesús dijo a los discípulos: «Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido» (Lc 24, 49). Esto se cumplió el día de Pentecostés, cuando estaban reunidos en oración en el Cenáculo con la Virgen María. La efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente fue el cumplimiento de una promesa de Dios más antigua aún, anunciada y preparada en todo el Antiguo Testamento.

En efecto, ya desde las primeras páginas, la Biblia evoca el espíritu de Dios como un viento que «aleteaba por encima de las aguas» (cf. Gn 1, 2) y precisa que Dios insufló en las narices del hombre un aliento de vida, (cf. Gn 2, 7), infundiéndole así la vida misma. Después del pecado original, el espíritu vivificante de Dios se ha ido manifestando en diversas ocasiones en la historia de los hombres, suscitando profetas para incitar al pueblo elegido a volver a Dios y a observar fielmente los mandamientos. En la célebre visión del profeta Ezequiel, Dios hace revivir con su espíritu al pueblo de Israel, representado en «huesos secos» (cf. 37, 1-14). Joel profetiza una «efusión del espíritu» sobre todo el pueblo, sin excluir a nadie: «Después de esto –escribe el Autor sagrado– yo derramaré mi Espíritu en toda carne... Hasta en los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días» (3, 1-2).

En la «plenitud del tiempo» (cf. Ga 4, 4), el ángel del Señor anuncia a la Virgen de Nazaret que el Espíritu Santo, «poder del Altísimo», descenderá sobre Ella y la cubrirá con su sombra. El que nacerá de Ella será santo y será llamado Hijo de Dios (cf. Lc 1, 35). Según la expresión del profeta Isaías, sobre el Mesías se posará el Espíritu del Señor (cf. 11, 1-2; 42, 1). Jesús retoma precisamente esta profecía al inicio de su ministerio público en la sinagoga de Nazaret: «El Espíritu del Señor está sobre mí –dijo ante el asombro de los presentes–, porque él me ha ungido. Me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres. Para anunciar a los cautivos la libertad y, a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; y para anunciar un año un año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2). Dirigiéndose a los presentes, se atribuye a sí mismo estas palabras proféticas afirmando: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír » (Lc 4, 21). Y una vez más, antes de su muerte en la cruz, anuncia varias veces a sus discípulos la venida del Espíritu Santo, el «Consolador», cuya misión será la de dar testimonio de Él y asistir a los creyentes, enseñándoles y guiándoles hasta la Verdad completa (cf. Jn 14, 16-17.25-26; 15, 26; 16, 13).

3. Pentecostés, punto de partida de la misión de la Iglesia
La tarde del día de su resurrección, Jesús, apareciéndose a los discípulos, «sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (Jn 20, 22). El Espíritu Santo se posó sobre los Apóstoles con mayor fuerza aún el día de Pentecostés: «De repente un ruido del cielo –se lee en los Hechos de los Apóstoles–, como el de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno» (2, 2-3).

El Espíritu Santo renovó interiormente a los Apóstoles, revistiéndolos de una fuerza que los hizo audaces para anunciar sin miedo: «¡Cristo ha muerto y ha resucitado!». Libres de todo temor comenzaron a hablar con franqueza (cf. Hch 2, 29; 4, 13; 4, 29.31). De pescadores atemorizados se convirtieron en heraldos valientes del Evangelio. Tampoco sus enemigos lograron entender cómo hombres «sin instrucción ni cultura» (cf. Hch 4, 13) fueran capaces de demostrar tanto valor y de soportar las contrariedades, los sufrimientos y las persecuciones con alegría. Nada podía detenerlos. A los que intentaban reducirlos al silencio respondían: «Nosotros no podemos dejar de contar lo que hemos visto y oído» (Hch 4, 20). Así nació la Iglesia, que desde el día de Pentecostés no ha dejado de extender la Buena Noticia «hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8).

4. El Espíritu Santo, alma de la Iglesia y principio de comunión
Pero para comprender la misión de la Iglesia hemos de regresar al Cenáculo donde los discípulos permanecían juntos (cf. Lc 24, 49), rezando con María, la «Madre», a la espera del Espíritu prometido. Toda comunidad cristiana tiene que inspirarse constantemente en este icono de la Iglesia naciente. La fecundidad apostólica y misionera no es el resultado principalmente de programas y métodos pastorales sabiamente elaborados y «eficientes», sino el fruto de la oración comunitaria incesante (cf. Pablo VI, Exhort. apost. «Evangelii nuntiandi», 75). La eficacia de la misión presupone, además, que las comunidades estén unidas, que tengan «un solo corazón y una sola alma» (cf. Hch 4, 32), y que estén dispuestas a dar testimonio del amor y la alegría que el Espíritu Santo infunde en los corazones de los creyentes (cf. Hch 2, 42). El Siervo de Dios Juan Pablo II escribió que antes de ser acción, la misión de la Iglesia es testimonio e irradiación (cf. Enc. «Redemptoris missio», 26). Así sucedía al inicio del cristianismo, cuando, como escribe Tertuliano, los paganos se convertían viendo el amor que reinaba entre los cristianos: «Ved –dicen– cómo se aman entre ellos» (cf. «Apologético», 39, 7).

Concluyendo esta rápida mirada a la Palabra de Dios en la Biblia, os invito a notar cómo el Espíritu Santo es el don más alto de Dios al hombre, el testimonio supremo por tanto de su amor por nosotros, un amor que se expresa concretamente como «sí a la vida» que Dios quiere para cada una de sus criaturas. Este «sí a la vida» tiene su forma plena en Jesús de Nazaret y en su victoria sobre el mal mediante la redención. A este respecto, nunca olvidemos que el Evangelio de Jesús, precisamente en virtud del Espíritu, no se reduce a una mera constatación, sino que quiere ser «Buena Noticia para los pobres, libertad para los oprimidos, vista para los ciegos...». Es lo que se manifestó con vigor el día de Pentecostés, convirtiéndose en gracia y en tarea de la Iglesia para con el mundo, su misión prioritaria.
Nosotros somos los frutos de esta misión de la Iglesia por obra del Espíritu Santo. Llevamos dentro de nosotros ese sello del amor del Padre en Jesucristo que es el Espíritu Santo. No lo olvidemos jamás, porque el Espíritu del Señor se acuerda siempre de cada uno y quiere, en particular mediante vosotros, jóvenes, suscitar en el mundo el viento y el fuego de un nuevo Pentecostés.

5. El Espíritu Santo «Maestro interior»
Queridos jóvenes, el Espíritu Santo sigue actuando con poder en la Iglesia también hoy y sus frutos son abundantes en la medida en que estamos dispuestos a abrirnos a su fuerza renovadora. Para esto es importante que cada uno de nosotros lo conozca, entre en relación con Él y se deje guiar por Él. Pero aquí surge naturalmente una pregunta: ¿Quién es para mí el Espíritu Santo? Para muchos cristianos sigue siendo el «gran desconocido». Por eso, como preparación a la próxima Jornada Mundial de la Juventud, he querido invitaros a profundizar en el conocimiento personal del Espíritu Santo. En nuestra profesión de de fe proclamamos: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo» (Credo Niceno-Constantinopolitano). Sí, el Espíritu Santo, Espíritu de amor del Padre y del Hijo, es Fuente de vida que nos santifica, «porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5, 5). Pero no basta conocerlo; es necesario acogerlo como guía de nuestras almas, como el «Maestro interior» que nos introduce en el Misterio trinitario, porque sólo Él puede abrirnos a la fe y permitirnos vivirla cada día en plenitud. Él nos impulsa hacia los demás, enciende en nosotros el fuego del amor, nos hace misioneros de la caridad de Dios.

Sé bien que vosotros, jóvenes, lleváis en el corazón una gran estima y amor hacia Jesús, cómo deseáis encontrarlo y hablar con Él. Pues bien, recordad que precisamente la presencia del Espíritu en nosotros atestigua, constituye y construye nuestra persona sobre la Persona misma de Jesús crucificado y resucitado. Por tanto, tengamos familiaridad con el Espíritu Santo, para tenerla con Jesús.

6. Los sacramentos de la Confirmación y de la Eucaristía
Pero –diréis– ¿Cómo podemos dejarnos renovar por el Espíritu Santo y crecer en nuestra vida espiritual? La respuesta ya la sabéis: se puede mediante los Sacramentos, porque la fe nace y se robustece en nosotros gracias a los Sacramentos, sobre todo los de la iniciación cristiana: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, que son complementarios e inseparables (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1285). Esta verdad sobre los tres Sacramentos que están al inicio de nuestro ser cristianos se encuentra quizás desatendida en la vida de fe de no pocos cristianos, para los que estos son gestos del pasado, pero sin repercusión real en la actualidad, como raíces sin savia vital. Resulta que, una vez recibida la Confirmación, muchos jóvenes se alejan de la vida de fe. Y también hay jóvenes que ni siquiera reciben este sacramento. Sin embargo, con los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y después, de modo constante, de la Eucaristía, es como el Espíritu Santo nos hace hijos del Padre, hermanos de Jesús, miembros de su Iglesia, capaces de un verdadero testimonio del Evangelio, beneficiarios de la alegría de la fe.

Os invito por tanto a reflexionar sobre lo que aquí os escribo. Hoy es especialmente importante redescubrir el sacramento de la Confirmación y reencontrar su valor para nuestro crecimiento espiritual. Quien ha recibido los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, recuerde que se ha convertido en «templo del Espíritu»: Dios habita en él. Que sea siempre consciente de ello y haga que el tesoro que lleva dentro produzca frutos de santidad. Quien está bautizado, pero no ha recibido aún el sacramento de la Confirmación, que se prepare para recibirlo sabiendo que así se convertirá en un cristiano «pleno», porque la Confirmación perfecciona la gracia bautismal (cf. Ibíd., 1302-1304).

La Confirmación nos da una fuerza especial para testimoniar y glorificar a Dios con toda nuestra vida (cf. Rm 12, 1); nos hace íntimamente conscientes de nuestra pertenencia a la Iglesia, «Cuerpo de Cristo», del cual todos somos miembros vivos, solidarios los unos con los otros (cf. 1 Co 12, 12-25). Todo bautizado, dejándose guiar por el Espíritu, puede dar su propia aportación a la edificación de la Iglesia gracias a los carismas que Él nos da, porque «en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común» (1 Co 12, 7). Y cuando el Espíritu actúa produce en el alma sus frutos que son «amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Ga 5, 22). A cuantos, jóvenes como vosotros, no han recibido la Confirmación, les invito cordialmente a prepararse a recibir este sacramento, pidiendo la ayuda de sus sacerdotes. Es una especial ocasión de gracia que el Señor os ofrece: ¡no la dejéis escapar!

Quisiera añadir aquí una palabra sobre la Eucaristía. Para crecer en la vida cristiana es necesario alimentarse del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. En efecto, hemos sido bautizados y confirmados con vistas a la Eucaristía (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1322; Exhort. apost. «Sacramentum caritatis», 17). Como «fuente y culmen» de la vida eclesial, la Eucaristía es un «Pentecostés perpetuo», porque cada vez que celebramos la Santa Misa recibimos el Espíritu Santo que nos une más profundamente a Cristo y nos transforma en Él. Queridos jóvenes, si participáis frecuentemente en la Celebración eucarística, si consagráis un poco de vuestro tiempo a la adoración del Santísimo Sacramento, a la Fuente del amor, que es la Eucaristía, os llegará esa gozosa determinación de dedicar la vida a seguir las pautas del Evangelio. Al mismo tiempo, experimentaréis que donde no llegan nuestras fuerzas, el Espíritu Santo nos transforma, nos colma de su fuerza y nos hace testigos plenos del ardor misionero de Cristo resucitado.

7. La necesidad y la urgencia de la misión
Muchos jóvenes miran su vida con aprensión y se plantean tantos interrogantes sobre su futuro. Ellos se preguntan preocupados: ¿Cómo insertarse en un mundo marcado por numerosas y graves injusticias y sufrimientos? ¿Cómo reaccionar ante el egoísmo y la violencia que a veces parecen prevalecer? ¿Cómo dar sentido pleno a la vida? ¿Cómo contribuir para que los frutos del Espíritu que hemos recordado precedentemente, «amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí» (n. 6), inunden este mundo herido y frágil, el mundo de los jóvenes sobre todo? ¿En qué condiciones el Espíritu vivificante de la primera creación, y sobre todo de la segunda creación o redención, puede convertirse en el alma nueva de la humanidad? No olvidemos que cuanto más grande es el don de Dios –y el del Espíritu de Jesús es el máximo– tanto más lo es la necesidad del mundo de recibirlo y, en consecuencia, más grande y apasionante es la misión de la Iglesia de dar un testimonio creíble de él. Y vosotros, jóvenes, con la Jornada Mundial de la Juventud, dais en cierto modo testimonio de querer participar en dicha misión. A este propósito, queridos amigos, me apremia recordaros aquí algunas verdades cruciales sobre las cuales meditar. Una vez más os repito que sólo Cristo puede colmar las aspiraciones más íntimas del corazón del hombre; sólo Él es capaz de humanizar la humanidad y conducirla a su «divinización». Con la fuerza de su Espíritu, Él infunde en nosotros la caridad divina, que nos hace capaces de amar al prójimo y prontos para a ponernos a su servicio. El Espíritu Santo ilumina, revelando a Cristo crucificado y resucitado, y nos indica el camino para asemejarnos más a Él, para ser precisamente «expresión e instrumento del amor que de Él emana» (Enc. «Deus caritas est», 33). Y quien se deja guiar por el Espíritu comprende que ponerse al servicio del Evangelio no es una opción facultativa, porque advierte la urgencia de transmitir a los demás esta Buena Noticia. Sin embargo, es necesario recordarlo una vez más, sólo podemos ser testigos de Cristo si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, que es «el agente principal de la evangelización» (cf. «Evangelii nuntiandi», 75) y «el protagonista de la misión» (cf. «Redemptoris missio», 21). Queridos jóvenes, como han reiterado tantas veces mis venerados Predecesores Pablo VI y Juan Pablo II, anunciar el Evangelio y testimoniar la fe es hoy más necesario que nunca (cf. «Redemptoris missio», 1). Alguno puede pensar que presentar el tesoro precioso de la fe a las personas que no la comparten significa ser intolerantes con ellos, pero no es así, porque proponer a Cristo no significa imponerlo (cf. «Evangelii nuntiandi», 80). Además, doce Apóstoles, hace ya dos mil años, han dado la vida para que Cristo fuese conocido y amado. Desde entonces, el Evangelio sigue difundiéndose a través de los tiempos gracias a hombres y mujeres animados por el mismo fervor misionero. Por lo tanto, también hoy se necesitan discípulos de Cristo que no escatimen tiempo ni energía para servir al Evangelio. Se necesitan jóvenes que dejen arder dentro de sí el amor de Dios y respondan generosamente a su llamamiento apremiante, como lo han hecho tantos jóvenes beatos y santos del pasado y también de tiempos cercanos al nuestro. En particular, os aseguro que el Espíritu de Jesús os invita hoy a vosotros, jóvenes, a ser portadores de la buena noticia de Jesús a vuestros coetáneos. La indudable dificultad de los adultos de tratar de manera comprensible y convincente con el ámbito juvenil puede ser un signo con el cual el Espíritu quiere impulsaros a vosotros, jóvenes, a que os hagáis cargo de ello. Vosotros conocéis el idealismo, el lenguaje y también las heridas, las expectativas y, al mismo tiempo, el deseo de bienestar de vuestros coetáneos. Tenéis ante vosotros el vasto mundo de los afectos, del trabajo, de la formación, de la expectativa, del sufrimiento juvenil... Que cada uno de vosotros tenga la valentía de prometer al Espíritu Santo llevar a un joven a Jesucristo, como mejor lo considere, sabiendo «dar razón de vuestra esperanza, pero con mansedumbre » (cf. 1 P 3, 15).

Pero para lograr este objetivo, queridos amigos, sed santos, sed misioneros, porque nunca se puede separar la santidad de la misión (cf. «Redemptoris missio», 90). Non tengáis miedo de convertiros en santos misioneros como San Francisco Javier, que recorrió el Extremo Oriente anunciando la Buena Noticia hasta el límite de sus fuerzas, o como Santa Teresa del Niño Jesús, que fue misionera aún sin haber dejado el Carmelo: tanto el uno como la otra son «Patronos de las Misiones». Estad listos a poner en juego vuestra vida para iluminar el mundo con la verdad de Cristo; para responder con amor al odio y al desprecio de la vida; para proclamar la esperanza de Cristo resucitado en cada rincón de la tierra.

8. Invocar un «nuevo Pentecostés» sobre el mundo
Queridos jóvenes, os espero en gran número en julio de 2008 en Sydney. Será una ocasión providencial para experimentar plenamente el poder del Espíritu Santo. Venid muchos, para ser signo de esperanza y sustento precioso para las comunidades de la Iglesia en Australia que se preparan para acogeros. Para los jóvenes del país que nos hospedará será una ocasión excepcional de anunciar la belleza y el gozo del Evangelio a una sociedad secularizada de muchas maneras. Australia, como toda Oceanía, tiene necesidad de redescubrir sus raíces cristianas. En la Exhortación postsinodal «Ecclesia in Oceania» Juan Pablo II escribía: «Con la fuerza del Espíritu Santo, la Iglesia en Oceanía se está preparando para una nueva evangelización de pueblos que hoy tienen hambre de Cristo... La nueva evangelización es una prioridad para la Iglesia en Oceanía» (n. 18).

Os invito a dedicar tiempo a la oración y a vuestra formación espiritual en este último tramo del camino que nos conduce a la XXIII Jornada Mundial de la Juventud, para que en Sydney podáis renovar las promesas de vuestro Bautismo y de vuestra Confirmación. Juntos invocaremos al Espíritu Santo, pidiendo con confianza a Dios el don de un nuevo Pentecostés para la Iglesia y para la humanidad del tercer milenio.

María, unida en oración a los Apóstoles en el Cenáculo, os acompañe durante estos meses y obtenga para todos los jóvenes cristianos una nueva efusión del Espíritu Santo que inflame los corazones. Recordad: ¡la Iglesia confía en vosotros! Nosotros, los Pastores, en particular, oramos para que améis y hagáis amar siempre más a Jesús y lo sigáis fielmente. Con estos sentimientos os bendigo a todos con gran afecto.

En Lorenzago, 20 de julio de 2007

Benedicto XVI

miércoles, 23 de abril de 2008

El Bautismo en el Espíritu Santo y los carismas debatidos en Roma / Autor: Kees Slijkerman

Cerca de 150 invitados, obispos, teólogos y líderes de la Renovación Carismática Católica de todos los continentes se reunieron en Roma, del 3 al 6 de abril, para examinar el bautismo en el Espíritu Santo y los carismas. Hubo conferencias y testimonios dados desde el punto de vista bíblico, patrístico, teológico y pastoral. Subrayamos algunos puntos importantes en este breve informe.

APÓSTOLES DEL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU
Tenemos una misión, ser ‘apóstoles del bautismo en el Espíritu’. Esta fuerte afirmación la hizo el Arzobispo Alberto Taveira, que es el enlace entre la conferencia episcopal brasileña y los nuevos movimientos en Brasil. ‘El don de la Renovación Carismática Católica es llevar a todo el mundo al Cenáculo, llevar a las personas a una intimidad nueva con el Señor,’ dijo el Arzobispo, quien procede del movimiento Focolar. Comenzó su charla con una cita del Vaticano II. El Cardenal Stanislaw Rylko, el Obispo Joseph Grech y otros, también citaron los documentos del Concilio que contienen la teología sobre los carismas del Vaticano II: la Constitución sobre la Iglesia (Lumen gentium) 12; el Decreto sobre los Laicos (Apostolicam Actuositatem) 3; y el Decreto sobre los Sacerdotes (Presbyterorum ordinis) 9.

El Prof. P. Robert Faricy dio su testimonio sobre ser bautizado en el Espíritu Santo y afirmó: ‘Tenemos que orar con las personas por el bautismo en el Espíritu Santo, o como quiera que lo llamemos. No lo hacemos suficientemente’. Dijo: ‘El Bautismo en el Espíritu no es propiedad de la Renovación Carismática Católica (RCC). Puede suceder en cualquier momento’. Varios de los demás oradores enfatizaron la importancia de no institucionalizar el bautismo en el Espíritu. Lo que queremos decir por ‘bautismo en el Espíritu’ debería ser explicado más claramente en el lenguaje teológico de la Iglesia. ¿Cómo está relacionado con el bautismo sacramental, la confirmación, la conversión, la experiencia, el nacer de nuevo, los carismas? La comisión doctrinal de ICCRS trabajará sobre ello.
CARISMAS

El P. Raniero Cantalamessa repasó la historia. ‘Los carismas nunca desaparecieron de la Iglesia, pero desaparecieron de la teología’, dijo. Los padres de la Iglesia comenzaron a relacionar los carismas con la santificación y con los dones del Espíritu en Isaías 11, 1-3. En esa época comenzó una clericalización de los carismas y una institucionalización del don de sanación. Se perdió el contexto original de los carismas como parte de la constitución de la Iglesia. El Papa León XIII, en su encíclica sobre el Espíritu (1897), habló de dones, no de carismas. Pero ahora, desde el Vaticano II, los carismas están de nuevo en la teología y en la práctica de la Iglesia. ‘Debemos repensar fundamentalmente la doctrina sobre los siete dones’, dijo el P. Raniero. Él ve un vacío en la teología sobre los carismas.
OBJETIVO DE LOS CARISMAS
El P. Francis Martin de EEUU trató el tema de los carismas desde un punto de vista bíblico. Explicó la presencia de los carismas y la dimensión carismática en las vidas de Abraham, Moisés y los autores del Antiguo Testamento. ‘Hebreos 11 describe carismáticos del Antiguo Testamento. La buena nueva se manifiesta en las acciones de Dios’, dijo el P. Martin. ¿Cuál es el objetivo de los carismas? ‘Si las personas empiezan a ver el rostro de Dios nuestro Padre, los carismas han alcanzado su objetivo’.

APÓSTOLES Y PROFETAS

La Prof. Mary Healy de EEUU dio una excelente conferencia sobre todo el tema y sobre el discernimiento. ‘Ahora la RCC está en una segunda generación. De manera que es momento de reflexionar, escribir y consolidar lo que hemos experimentado—como al principio de la Iglesia’, dijo. ‘La Renovación ha normalizado los carismas. Pero tenemos que evitar releer nuestras propias experiencias desde la Biblia’. Destacó el hecho de que un grupo de carismas son llamados por Pablo pneumatika, dones espirituales (1 Corintios 12). ‘Estos dones sólo pueden recibirse por un sometimiento consciente al Espíritu Santo. Quizá más que otros carismas, exigen una docilidad infantil a la influencia del Espíritu’, dijo la bastante joven Prof. Healy, que se doctoró en teología con una tesis en 1 Corintios 2. La diferencia entre éstos y los aparentemente más ordinarios charismata mencionados en Romanos 12, Efesios 4 y 1 Corintios 7, 7 (matrimonio y celibato) no es absoluta, dijo. Añadió que Pablo no afirma haber mencionado todos los carismas. El Papa Juan Pablo II dio otra lista durante la visita ad limina a los obispos belgas en 1982.1
Mary Healy es miembro del comité doctrinal de ICCRS. Dijo que los carismas deberían ser estudiados no principalmente en espiritualidad o hagiografía, sino en eclesiología. Los carismas pertenecen a la constitución de la Iglesia. Un detalle interesante que dio fue: la Iglesia está edificada sobre el cimiento de los apóstoles y los profetas, como Pablo escribió en Efesios 2, 20. La Iglesia necesita no sólo los apóstoles, presentes en los obispos, sino también los profetas. Respondiendo a una pregunta del Obispo Joe Grech sobre este punto, Mary dijo que cada cristiano está incluido en el elemento carismático profético que es fundamental a la Iglesia.

PUBLICACIONES
Este coloquio teológico fue organizado por ICCRS (Servicios Internacionales de la Renovación Carismática Católica) y CFCCCF (Fraternidad Católica de Comunidades de Alianza y Hermandades Carismáticas), en colaboración con el Pontificio Consejo para los Laicos. Como muy bien dijo la Presidenta de ICCRS Michelle Moran, éste era un encuentro histórico. Era el segundo coloquio de este tipo. El primero fue en 2001 sobre sanación, y sus conferencias y testimonios han sido publicados en un libro, Oraciones de Sanación (320 páginas). Existe también un librito, Directrices sobre las oraciones de sanación escrito por la Comisión Doctrinal de ICCRS (53 páginas). Ambos pueden pedirse en info@iccrs.org.
DE TODO EL MUNDO
Fue un encuentro impresionante con el Señor entre nosotros, y muchos detalles interesantes en los testimonios y durante el desayuno, la comida y la cena cada día con personas de África, Asia, Australia y América. Uno de los testimonios lo dio el exorcista de Roma, el P. Gabriele Amorth. Henry Cappello trajo buenas noticias sobre los 15 millones de católicos en China. Francis MacNutt expresó su profunda preocupación por las personas heridas. El Prof. Jean Pliya de Benin explicó una manera de sanación, liberación y cuidado de las almas. El P. Alberto Ibáñez de Argentina ha escrito cinco tomos sobre el don de lenguas. Hermanos de países islámicos contaron sobre la grave falta de libertad religiosa en sus países. Están limitados por muchas limitaciones injustas; los africanos están oprimidos por la pobreza y la corrupción, pero llenos de alegría. En Indonesia cientos de iglesias han sido incendiadas, pero la Iglesia está creciendo. En Brasil la Renovación está creciendo rápidamente. Uno citó al Papa diciendo algo como: cuando fui al Brasil, pensé, ‘cada mes nace una nueva secta’; ahora tengo la impresión de que cada mes nace una nueva comunidad. Corea del Sur es otro milagro. Una obra de misericordia desarrollada en un centro llamado Kkottongnae, que ayuda a miles de personas pobres y discapacitadas que incluso no pueden pedir ayuda. Este centro incluye un instituto de formación en amor, con una universidad y lugares de reunión para 10.000 personas en el interior, con equipamiento de alta tecnología, y para 100.000 personas en el exterior. Ver www.flower-vill.com. En junio de 2009 albergarán una asamblea de ICCRS.

¿Y QUÉ PASA CON EUROPA?

Europa no es desde luego el centro del mundo ni el centro de la RCC. Pero también hacemos una buena contribución al conjunto, por ejemplo desarrollando estudios teológicos sólidos. El P. Peter Hocken de Viena es una persona clave en la Comisión Doctrinal de ICCRS, y los miembros de la comisión teológica de la RCC alemana han producido material sólido. (Ver el artículo del P. Norbert Baumert SJ sobre el bautismo en el Espíritu Santo, que podéis encontrar en http://www.sankt-georgen.de/leseraum/index.html#baumert.) Y, por cierto, en este momento el papa y los presidentes de ICCRS, CFCCCF y el Pontificio Consejo para los Laicos todos vienen de Europa.
ORAR Y DAR
Oremos por los 15 millones de católicos en China que esperan una Biblia, y por el millón de católicos en Arabia Saudita, a quienes todavía no se les permite construir una iglesia o tener sacerdotes, como nos contó su obispo, pero que están ‘viviendo su fe en situaciones difíciles de un modo ejemplar’. Y no os olvidéis de recoger y enviar dinero a ICCRS para que sea posible que continúen su importante labor en el centro de la Renovación y la Iglesia. Existe una gran necesidad financiera, como nos explicó a todos Charles Whitehead. Pero vivimos por fe y nuestro Señor es por siempre fiel.
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El autor, Kees Slijkerman, es secretario del subcomité europeo de ICCRS.
Fuente: BOLETÍN INFORMATIVO DE LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA EUROPEA (Euccril)